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VENEZUELA DE SIGLO XX

Transito de la economía agrícola a la petrolera en Venezuela

La economía venezolana basada en la agro – exportación; pues, como ya se explicó en


el capítulo anterior, del siglo XVII a inicios del siglo XIX el producto que
mayor demanda tenía era el cacao y del siglo XIX a primeros años del siglo XX, lo fue
el café; es sustituida por una economía de exportación minera cuyo producto principal
sería el petróleo. Una concepción económica que de nuevo transformará la vida de los
venezolanos, destacando que, este producto, es una composición orgánica formada por
hidrógenos, los cuales abundan en la naturaleza bajo la tierra, específicamente en el
subsuelo.

Con respecto a su origen se pueden apreciar dos versiones, la primera dice que antes de
llegar los españoles al territorio venezolano, los indígenas ya hacían uso del petróleo,
sólo que era denominado por éstos como MENE,( 1814 cuando se perforó el primer
pozo en Mene Grande (Zulia) llamado Zumaque ) el cual les servía como
impermeabilizante, en la cacería, para alumbrarse e incluso para uso medicinal y la
segunda considera que el petróleo en Venezuela fue "descubierto" por los españoles y
que a raíz de éste se desarrollo el uso del asfalto para calafatear a los barcos para que no
les entrara el agua. (Cfs: Martínez; 1988, 128; Guillermo; 1958, 52).

A partir de 1917, al dar inicio a la explotación petrolera, se abre un nuevo período en la


historia venezolana en el cual se opera todo un conjunto de transformaciones
significativas en los distintos aspectos de la sociedad, los cuales en la medida extrema
han permitido "superar" el estancamiento característico de un país agropecuario.

Este fenómeno traerá consigo las inversiones extranjeras, motor fundamental de ese
conjunto de cambios. Estas empresas inversionistas, al principio van a tener
participación a nivel nacional en la explotación de hidrocarburos, luego en la mineral
de hierro y posteriormente en la industria, el comercio, los transportes y en menor
grado, la agricultura, ya que con la apertura de las vías de comunicación, los productos
agrícolas aumentaron en el mercado interno fomentando el mayor consumo,
constituyendo lo que hasta nuestros días es la economía nacional; si se puede llamar
nacional, pués con el fenómeno de la globalización no sabemos que es nuestro y que no
lo es.
Explotación petrolera y la economía rentista

Debido a la exportación petrolera, ya para 1936, con el otorgamiento de concesiones


a empresas extranjeras para la exploración y explotación del territorio venezolano, el
país obtiene por medio de la renta petrolera un ingreso que "servirá" tanto para invertir
y generar nuevos capitales, como para cancelar las deudas públicas y
crear industrias que produzcan bienes y servicios para satisfacer las necesidades de los
habitantes del país. Aunque el Estado con todos los recursos que ha recibido, ya sea en
la primera etapa cuando estaban las concesionarias en Venezuela, como en la segunda
cuando Venezuela tiene el control de su industria petrolera, no ha podido satisfacer las
necesidades de la población.

Algunas propuestas presagiaban el futuro de nuestro país, desde el gran auge


del capitalismo a través del petróleo. "Utilizar sabiamente la riqueza petrolera para
financiar su transformación en una nación moderna, próspera y estable en lo político ...
económico y social; o quedar, cuando el petróleo pase ... como todos los sitios por
donde pasa la riqueza azarienta pasa sin arraigar, dejándonos más pobres y más tristes
que antes". (Uslar, 1949, 66).

Sin embargo, al principio, los ingresos que se obtenían de la exportación petrolera sólo
beneficiaba a las empresas petroleras extranjeras, luego con la aplicación de reglas, en
las que la renta petrolera es de todos los venezolanos y se comienzan a aumentar los
sueldos y salarios, importación de productos para el consumo, para "mejorar" las
viviendas y la ampliación de políticas de salud; es decir, mejorar las condiciones de vida
de los venezolanos, así como el crecimiento de la población. Aunque esto no significa
que todo está solucionado, puesto nunca estas propuesta fueron implementadas y cada
día deprimen más y más a la sociedad, ya que en su contorno se sigue reflejando
la inseguridad, la pobreza, la riqueza de una minoría, debido a la ineficiencia
del Estado para controlarlos y en su mayor caso capacitarse para una
mejor administración económica y social al sector privado del país.

Pacto de punto fijo y la democracia representativa

En el tratamiento y análisis de los partidos, su surgimiento y consolidación en la


Venezuela del siglo XX, no podemos obviar al Pacto de Punto Fijo por ser una
referencia e hito obligatorio en nuestra historia democrática, como acuerdo fundacional
de la democracia en Venezuela, y en ese mismo orden de ideas en la historia moderna
de los partidos políticos nacionales. El Pacto de Punto Fijo no sólo constituye un
episodio relevante en la Venezuela del siglo XX, sino un hito histórico y político de
estudio y valoración obligatoria en la fundación de la democracia en Venezuela hasta
nuestros días. Permitió sin duda alguna fraguar las bases del funcionamiento de la
naciente democracia (representativa), naturalmente edificado sobre el rol de los partidos
políticos como interlocutores e inter mediadores entre el Estado y la sociedad.
La clave del éxito del llamado Pacto de Punto Fijo a nuestra manera de ver las cosas
estuvo en el dialogo fecundo, serio y responsable de la clase dirigente y los actores del
momento, en minuciosas y largas conversaciones y debates que concluyeron en un
sólido compromiso de las organizaciones unitarias en una política nacional de largo
alcance, guiadas en un primer momento por la seguridad de que el proceso electoral y
los poderes públicos y autoridades que de él van a surgir respondan a las pautas
democráticas de la libertad efectiva del sufragio. Igualmente, la garantía de que el
proceso electoral evite cualquier ruptura de la unidad, y que además, sea un medio para
fortalecer a los partidos, asumiendo estos sus respectivos roles en funciones de gobierno
como en la oposición, asumiendo la vía electoral y democrática como único camino
hacia la conquista del poder, aunado a la despersonalización del debate, la erradicación
de la violencia inter partidista y la definición de normas que faciliten la formación del
gobierno y de los cuerpos deliberantes, de tal manera que la sociedad venezolana se
exprese y sienta representada.

La historiografía nacional y los estudios polito lógicos reconocen que el Pacto de Punto
Fijo fue para el momento la expresión más acabada de un acuerdo entre partes, entre
organizaciones, grupos diversos y elites por fraguar lo que serían las bases y cimientos
de la democracia en Venezuela. En este destacan un fiel compromiso a la unidad, el
respeto mutuo, la tolerancia, la amplitud y la cooperación en defensa del régimen
democrático naciente, que tuvo su manifestación de forma categórica en la Declaración
de Principios y Programa Mínimo de Gobierno de 1958.

La trascendencia de dicho acuerdo estuvo en establecer las líneas generales no sólo del
nuevo gobierno, sino de lo que sería posteriormente el funcionamiento de la democracia
en Venezuela durante cuarenta años, al extremo de hablarse de la llamada Cuarta
República como expresión y etiqueta del período de funcionamiento del Pacto de Punto
Fijo desde 1958 hasta 1998, y naturalmente vincular a este último no sólo con el
protagonismo de AD y COPEI, de figuras como Rómulo Betancourt, Rafael Caldera,
Jovito Villalba y otros corajudos venezolanos, sino además con el proyecto de país y
sociedad expresado en la Constitución de la República de Venezuela de 1961 que es la
Constitución de mayor vigencia. Por lo tanto, el compromiso gestado y manifiesto de la
dirigencia de los partidos AD, COPEI y URD principalmente fue decisivo para la
consolidación del régimen democrático y la estructuración del naciente sistema de
partidos y del propio entramado democrático.

La Democracia Representativa
La democracia representativa en Venezuela (llamada IV República) surge con el Pacto
de Punto Fijo, firmado en 1958 luego de la derrota de la dictadura de Pérez Jiménez. En
este acuerdo, los tres grandes partidos, AD, COPEI y URD concuerdan con la
alternancia en el poder del Estado y comparten la misma visión socio-económica.
La distribución de la renta es pésima, el país no produce lo que consume y las ciudades
crecen en base a la marginalización. Fuera del sistema político partidista, la protesta
social era criminalizada, y había represión de sobra.
En la democracia representativa, el pueblo delega la soberanía en autoridades elegidas
de forma periódica mediante elecciones libres. Estas autoridades en teoría deben actuar
en representación de los intereses de la ciudadanía que los elige para representarlos.
En este sistema el poder legislativo, encargado de hacer o cambiar las leyes, es ejercido
por una o varias asambleas o cámaras de representantes, los cuales reciben distintos
nombres dependiendo de la tradición de cada país y de la cámara en que desarrollen
su trabajo, ya sea el de parlamentarios, diputados, senadores o congresistas. Los
representantes normalmente están organizados en partidos políticos, y son elegidos por
la ciudadanía de forma directa mediante listas abiertas o bien mediante listas cerradas
preparadas por las direcciones de cada partido, en lo que se conoce como elecciones
legislativas.

Crisis del modelo económico rentista

Entre 1989 y 1992 se produjeron en Venezuela una serie de acontecimientos ligados a lo


que podríamos llamar un espíritu de reforma que había empezado a florecer entre
ciertos grupos ilustrados desde la presidencia de Jaime Lusinchi, y que estaba
acompañado por las señales de agotamiento del modelo rentista -en lo económico- y por
un gran malestar que evidenciaba la crisis del modelo institucional y político que el
Estado venezolano encarnaba. No es cuestión aquí de insistir en la descripción de estas
crisis; me interesa más bien llamar la atención sobre los obstáculos que enfrentó aquel
espíritu de reforma, y sacar alguna lección para las reformas por venir, mutatis
mutandis.

Lo primero que hay que destacar del plan de reformas de 1989 es, el llamado Gran
Viraje, es su carácter perentorio: una de las premisas, o quizás el dogma fundamental,
parece haber sido que las condiciones en las que el nuevo gobierno de Carlos Andrés
Pérez se instala eran críticas y exigían una respuesta global y sin transiciones. Se
rechazó todo gradualismo, considerando que el costo de las reformas iba a poder
asimilarse así más rápidamente, entendiendo el liderazgo personal del Presidente y sus
números electorales como el factor político esencial.

Paradójicamente, fue la preocupación por el impacto económico de las medidas de


ajuste fiscal y de apertura comercial sobre la población en general, y sobre los más
pobres, lo que terminó creando un efecto perverso: se pensó muy poco en el impacto
político, es decir, en los efectos que el cambio de reglas económicas iba a causar en
las élites y grupos de interés, en las minorías poderosas que tenían mucho que perder
con las nuevas reglas. Con el objetivo de acelerar la transición hacia una etapa de
crecimiento económico, se obviaron las largas negociaciones y concesiones que
debieron haberse llevado a cabo para asegurar el consenso sobre las reformas. El
gradualismo no aparecía como opción sobre todo porque exigía acuerdos políticos que
no parecían posibles.
Indudablemente, la situación fiscal para 1989 era crítica y urgía un programa de ajuste
(cuyo financiamiento multilateral exigía el cumplimiento de condiciones muy estrictas
de disciplina fiscal). No obstante, parte del paquete podría haberse negociado en un
periodo más largo: tanto la apertura comercial como las privatizaciones podrían haberse
diseñado en un plazo mayor y con mejor sustentación en cuanto a los apoyos necesarios.
Sin embargo, construir el consenso político para el plan de reformas hubiera necesitado
de una configuración de las fuerzas políticas (partidistas o extra partidos) totalmente
distinta, mucho menos hostil que la que tenía enfrente el presidente Pérez.
En realidad, las reformas económicas avanzaron a pesar y en contra de un status
quo que se resistió no sólo a éstas, sino fundamentalmente a las reformas institucionales
y políticas. La más importante de ellas, la elección directa de gobernadores y alcaldes
(una medida que había sido diseñada por la Comisión para la Reforma del Estado bajo
el gobierno de Lusinchi, pero cuya aplicación había sido postergada por éste), cambió
completamente la dinámica interna de los partidos políticos, reacios a modernizarse e
incapaces de adaptarse a la nueva realidad política.

El gobierno de Pérez perdió así la poca base de sustentación que le quedaba en su


propio partido, principal perjudicado por estos cambios. De hecho, la misma
candidatura de Pérez había traído ya un cisma silencioso en el seno de Acción
Democrática y su pretensión de adornar su gabinete con expertos no partidistas fue
vivida como una auténtica ofensa en AD.

La dinámica de financiamiento y redes de influencia del partido, naturalmente,


quedaron quebrantadas y contribuyó al desapego que AD mostró con respecto a las
reformas y al gobierno de Pérez. Mucho de su descontento se expresaba
ideológicamente, cuando los voceros políticos se referían al programa de reformas como
“neoliberal” y “hambreador”, ubicándose como defensores del estatismo rentista, pero
no fue una diferencia ideológica la que en verdad llevó a la ruptura entre partido y
gobierno, sino más bien la pérdida de privilegios, fueros corporativos e intervención en
los negocios públicos.

La sociedad venezolana, hoy, es mucho más compleja, plural, diversa y contradictoria


que la de 1989. La primera lección que se puede extraer de aquella experiencia puede
ser la más difícil de cumplir: no es posible un programa de reformas sin una unidad
política que incluya a partidos, dirigentes, actores sociales y actores económicos. Esta
inclusión debe basarse en la convicción de que los intereses de todos serán considerados
en el diseño económico.

En otras palabras, el objetivo político tiene que priorizarse sobre el económico. Por
fortuna (aunque es lamentable), los grandes rasgos del programa económico alternativo
no ofrecen motivo de disputa: la experiencia del estatismo rentista y personalista ha sido
suficientemente dramática, y hay consenso acerca de la necesidad de recuperar el estado
de derecho y las condiciones mínimas de la economía de mercado dentro de un contexto
moderno y globalizado.
LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA A LA DEMOCRACIA
PARTICIPATIVA

La caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, marcó el


comienzo de uno de los períodos más interesantes e importantes de la historia
contemporánea de Venezuela. Que parte con la formación de una Junta de Gobierno que
asume el poder y dirige el proceso político del país hacia el establecimiento de un
régimen constitucional. Durante este período provisional asciende al primer plano la
actividad política de los partidos; se convocaron las elecciones y el país entró en una
etapa de democracia representativa, que ha sido el signo dominante durante la vida
política de Venezuela durante los últimos cuarenta y dos años.

El 23 de enero de 1958 representa una fecha importante en la historia venezolana. Ese


día, un movimiento cívico-militar derrocó al Gobierno de Marcos Pérez Jiménez, a
partir de ese momento se dieron una serie de periodos de transición y cambios que
favorecían solo a los pudientes del poder, ignorando las verdaderas necesidades del
pueblo que lo había elegido, este proceso sufre una transformación en el año de 1999,
en este momento nace un nuevo ideal de socialismo, donde el pueblo tiene el poder de
participar y tomar dediciones,

En la República Bolivariana de Venezuela el pueblo insurgió para dejar de ser


espectador, consciente de que no basta con delegar su poder soberano, se dio a sí mismo
una Constitución que consagra el derecho de los ciudadanos y ciudadanas a participar
en los asuntos públicos -no sólo a través de representantes elegidos- sino directamente.
Me refiero a la democracia participativa y protagónica en la que las comunidades,
conjuntamente con las autoridades locales, tienen el derecho- y el deber- de formular,
ejecutar, controlar y efectuar seguimiento a las políticas públicas.

Este cambio representa un salto cualitativo para la vida social y política del país. La
Democracia participativa establecida en el (artículo 62 de la Constitución de la
República Bolivariana de Venezuela) plantea un nuevo paradigma para el ejercicio de la
democracia. Ya no se trata de un momento (el sufragio), sino de una actividad
permanente de construcción social que exige proactividad, formación, planificación,
capacidad de negociación, consulta del pueblo o de la gente, y participación y
seguimiento por parte de todos los ciudadanos. La democracia participativa implica un
cambio de cultura en la conciencia del pueblo, su ejercicio exige centrar la acción en
una ética de continuo crecimiento individual y colectivo.

Por supuesto no se trata de darle vida a un simple cambio operacional sino de instaurar
en la práctica una nueva visión del poder popular en los niveles local, regional, nacional
e, incluso, internacional.
Crisis del modelo económico rentista

La nacionalización de la industria petrolera en 1976 le proporcionó a la nación


importantes recursos, al mismo tiempo determinó el advenimiento de una economía
próspera, con lo cual el país se ganó las acepciones de «La Gran Venezuela» y «La
Venezuela saudita». Tal bonanza permitió la creación y promoción de diversos
programas orientados a la inversión social, con especial atención en los sectores más
deprimidos de la población venezolana; política ésta que le proporcionó suma
popularidad al gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979). Sin embargo, la estrecha
vinculación del sistema económico a la actividad minero-extractiva puso la dinámica
nacional a merced de la cotización del barril de petróleo en el mercado mundial.

De la mano con semejante crecimiento económico se desplegó una serie de problemas


relacionados con la administración pública. Fue así como la inflación y la corrupción
propició el decaimiento de la popularidad de AD, otorgándole el triunfo electoral al
partido socialcristiano COPEI para el período 1979-1984, en manos de Luis Herrera
Campins. La década de 1980, en general, representó una etapa crítica a nivel comercial
y financiero en la historia venezolana.

La renta petrolera empezó a ser insuficiente. El valor promedio del barril petrolero pasó
de 18,66 dólares en 1979 a 29,60 dólares en 1983, pero la deuda externa del país
ascendió a 11 mil millones de dólares. Este fenómeno fue determinante en el desarrollo
de un proceso aún más nocivo para la economía nacional, pues el país recibió presiones
para la cancelación de los créditos obtenidos durante los gobiernos anteriores. Así,
Herrera Campins, el 18 de febrero de 1983 (denominado Viernes Negro), decidió
devaluar el bolívar con el control de cambio de 4,30 a 7 bolívares por dólar.

Debido a la crítica situación económica, al desprestigio del gobierno copeyano gracias a


la remembranza del clima de prosperidad que ofrecía el pasado gobierno de AD tras la
nacionalización, retornó nuevamente la popularidad al partido AD. En esta ocasión,
correspondió a Jaime Lusinchi llevar las riendas de la conducción nacional para el
período 1984-1989.

Con Jaime Lusinchi en la primera magistratura se conciliaron algunos logros, entre ellos
la creación de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE), cuyo
objetivo era buscar la descentralización política. Aún así, el alto nivel de aceptación del
gobierno inició su declive, por serias acusaciones de corrupción en las cuales se vio
involucrada la secretaria privada y posterior esposa de Lusinchi, Blanca ibáñez. En
1988, por mayoría abrumadora retornó a la presidencia Carlos Andrés Pérez, a quien le
correspondió asumir serios conflictos en el orden político y económico.

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