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TEMA:
El yo en un mundo social
PARA REALIZAR EN FORMA INDIVIDUAL (5 PTOS.):
9. Defina Autoconocimiento
“Conócete a ti mismo” exhortaba un antiguo oráculo griego.
Seguramente lo intentamos. Formamos con facilidad creencias acerca
de nosotros mismos y quienes pertenecemos a las culturas occidentales
no dudamos en explicar por qué nos sentimos y actuamos como lo
hacemos. Pero ¿qué tan bien nos conocemos a nosotros mismos?
“Existe una cosa y solo una cosa en todo el universo de
la que sabemos más que lo que podríamos conocer a través de la
observación externa”, señalaba C.S. Lewis (1952, pp. 18-19). “Esa única
cosa es [nosotros mismos].
De modo que, ¿cómo puede mejorar sus proyecciones personales? La
mejor forma es ser más realista sobre cuánto tiempo necesitó para sus
tareas en el pasado. En apariencia, la gente subestima el tiempo que le
tomará hacer algo porque recuerdan incorrectamente que las tareas
anteriores requirieron menos tiempo del que en realidad se ocupó en
ellas (Roy et al., 2005). Otra estrategia útil es estimar cuánto tiempo se
necesitará para cada paso de un proyecto. Si Lao Tse tenía razón:
“Quien conoce a los demás alcanza la sapiencia. Quien se conoce a sí
mismo alcanza la
iluminación”, entonces parecería que la mayoría de la gente tiene más
sapiencia que iluminación.
Timothy Wilson (1985, 2002) presenta una audaz idea: analizar por qué
nos sentimos como nos sentimos produce, de hecho, que nuestros
juicios sean menos precisos. Tenemos un sistema de actitudes duales.
Nuestras actitudes automáticas implícitas e inconscientes hacia alguien
o algo con frecuencia difieren de nuestras actitudes explícitas,
controladas en forma consciente (Gawronski y Bodenhausen, 2006;
Nosek, 2007).
Cuando alguien dice que toma decisiones confiando en sus
corazonadas, se está refiriendo a sus actitudes implícitas (Kendrick y
Olson, 2012). Wilson señala que, aunque las actitudes explícitas pueden
cambiar con relativa facilidad, “las actitudes implícitas, como los viejos
hábitos, cambian con mayor lentitud”. Sin embargo, con la práctica
repetida, las nuevas actitudes habituales pueden reemplazar a las
anteriores.
12. Describa la Naturaleza y el poder motivador de la autoestima.
En primer lugar, debemos decidir cuánta autoestima tenemos. ¿La
autoestima es la suma de todos los puntos de vista sobre nuestro yo a lo
largo de diversos ámbitos? Si nos consideramos personas atractivas,
atléticas, inteligentes y destinadas a ser ricas y amadas, ¿tendremos
alta autoestima? Sí, señalan Jennifer Crocker y Connie Wolfe (2001),
cuando nos sentimos bien respecto de los ámbitos (apariencia,
inteligencia o lo que sea) que son importantes para nuestra autoestima:
“Es posible que una persona tenga una autoestima que está
estrechamente relacionada con el buen desempeño
escolar y ser físicamente atractiva, en tanto que otra tal vez la relacione
con ser amada por Dios por su adhesión a las normas morales”. En
consecuencia, la primera persona sentirá una elevada autoestima
cuando la hagan sentir inteligente y atractiva, en tanto que la segunda se
sentirá así cuando la hagan sentir moral. Pero Jonathon Brown y Keith
Dutton (1994) argumentan que esta perspectiva “ascendente” de la
autoestima no es completa. Creen que la dirección de la causalidad
también va en sentido contrario. La gente que se valora en términos
generales (aquellos con alta autoestima) tiene mayor probabilidad de
valorar su apariencia, capacidades y demás. Si usted piensa que es
bueno para las matemáticas, entonces será más probable que tenga un
buen desempeño en esa materia. Aunque la autoestima general no
pronostica muy bien el desempeño académico, el autoconcepto
académico (el hecho de que usted considere que es bueno en la
escuela) sí lo hace (Marsh y O ‘Mara, 2008).