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Profesor Álvaro Awad: Drones y

Responsabilidad
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En los últimos años el mundo ha visto un crecimiento exponencial en la utilización de los denominados "drones".
Si bien estas aeronaves pilotadas a distancia fueron ideadas originalmente -como tantas otras cosas- para fines
bélicos, hoy en día se utilizan en innumerables ámbitos. Así, se las emplea en topografía, cartografía, fotografía,
cinematografía, agricultura, pesca, minería, geología, hidrografía, zoología, seguridad, entrega de correo,
distribución de internet y hasta en detección de incendios y control de catástrofes.
En abril de 2015, Chile se convirtió en el primer país latinoamericano en admitir oficialmente el vuelo de drones
cuando la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC) publicó la norma técnica DAN 151. Ésta vino a regular
las "Operaciones de Aeronaves Pilotadas a Distancia (RPAS) que se efectúen en asuntos de interés público,
en áreas pobladas" (RPAS es la sigla en inglés para Remotely Piloted Aircraft Systems).
En septiembre del mismo año la DGAC derogó en bloque la normativa y la reemplazó por una nueva DAN 151
con algo más de precisión, en un primer intento por perfeccionar la regulación de esta incipiente y agitada
industria.
Por su parte, la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) -a la que Chile pertenece- prevé que una
propuesta normativa para operación internacional de drones estaría lista el 2018. Asimismo, el Sistema Regional
de Cooperación para la Vigilancia de la Seguridad Operacional también se encuentra trabajando en borradores
a nivel latinoamericano (en conjunto con la OACI).
Sin embargo, nuestro país ya se había visto plagado de drones (a la fecha se calculan más de 2.000), los que
-en los hechos- se estaban utilizando sin sujeción a normativa alguna. En otras palabras, un caso clásico de
vacío o laguna legal. Por lo mismo, la DGAC decidió anticiparse y emitir una normativa transitoria (DAN 151)
dirigida exclusivamente a las operaciones de drones que involucren el interés público y se realicen en áreas
pobladas.
En particular, la normativa específica de drones en Chile aplica para: (a) la obtención de imágenes o información
sobre hechos de connotación pública con la finalidad de difundirlas a través de medios de comunicación; (b) la
ejecución de actividades de apoyo en relación con desastres o emergencias provocadas por la naturaleza o por
la acción del ser humano; (c) el cumplimiento de las funciones legales de algún organismo de la Administración
del Estado; y (d) otras situaciones de similar naturaleza en cuanto al interés público involucrado, que la DGAC
califique sobre la base de la seguridad de la operación.
La norma establece una serie de requisitos técnicos para los equipos, un registro administrativo de drones y un
sistema de acreditación de operadores (quienes deben ser mayores de edad y cuya licencia dura solo 12 meses
según la regla transitoria). A modo ejemplar, los drones deben tener un peso máximo de despegue de hasta
nueve kilos y contar con paracaídas de emergencia. Asimismo, no pueden volar más alto que 130 metros ni
encontrarse a más de 500 metros de su operador (de modo que siempre haya contacto visual directo o VLOS:
Visual Line Of Sight). El uso nocturno requiere autorización especial y se establecen distancias mínimas con
respecto a aeródromos, zonas restringidas y zonas prohibidas. El vuelo no podrá exceder el 80% de la máxima
autonomía que permita la carga eléctrica del equipo ni durar más de 60 minutos, entre otros.
La obligación fundamental de la normativa de drones es que, en forma previa a cualquier operación, se debe
contar con una autorización especial de la DGAC. Para ello es necesario llenar un formulario mediante el cual
se entregan una serie de antecedentes administrativos del equipo y el operador. Del mismo modo, se debe
presentar una póliza de seguro exigida por la Junta de Aeronáutica Civil o bien un documento firmado ante
Notario en el que conste el acuerdo de las partes (a saber, el propietario del dron, el operador y el contratante
del servicio que el dron vaya a prestar) asumiendo "la responsabilidad por los daños que puedan causarse a
terceros con motivo del vuelo" (una especie de declaración unilateral de voluntad por parte de los involucrados,
responsabilizándose por los daños a potenciales víctimas).
Como se advierte, la tendencia es hacia profesionalizar la utilización de drones, para lo cual se busca la
asimilación paulatina de los operadores y sus drones a la situación de un piloto comercial y un avión.
Si bien es sabido que la DGAC no tiene competencia con respecto al uso militar de drones, cabe preguntarse
¿qué ocurre entonces con el uso comercial y recreativo de los mismos?
Como vimos, la nueva norma es exclusiva para las operaciones de interés público (prensa, desastres,
actividades gubernamentales, entre otros). Por lo mismo, la utilización privada de drones queda sujeta a la
normativa general contenida en la DAN 91 ("Reglas del Aire") que, si bien no exige inscribir el dron ni obtener
la credencial respectiva, sí requiere de todos modos una autorización especial y previa de la DGAC antes de
cada operación. La DGA sólo entrega este permiso una vez analizadas las circunstancias particulares del caso.
Con todo, la norma consagra desde ya ciertas operaciones, incluso en áreas pobladas, que no requieren de
autorización especial. Se trata de aquellas que se efectúen con drones fabricados con polietileno expandido (o
un material equivalente) de hasta un peso máximo de 750 gramos. Estas operaciones deben estar destinadas
al uso privado o recreacional y no pueden realizarse a más de 50 metros de altura sobre el obstáculo o
edificación de mayor altura de la zona recorrida en lugares privados.
¿Qué ocurre si se incumple la nueva normativa? Conforme al Código Aeronáutico, la DGAC puede aplicar
multas de entre 5 sueldos mínimos ($1.250.000.-) a 500 sueldos mínimos ($125.000.000.-), además de
suspender o cancelar permisos y licencias.
En casos graves, la autoridad podría pretender utilizar uno o más de los tipos penales del Código Aeronáutico
(artículos 190 y ss.), con las penas delictuales respectivas, que incluyen penas privativas de libertad.
Naturalmente, aparte de las responsabilidades infraccionales y penales ya indicados, los operadores de drones
pueden ser sujetos de ambas clases de responsabilidad civil, contractual y extracontractual. En tal sentido, los
operadores incurrirán en responsabilidad contractual si incumplen imputablemente los términos del contrato de
prestación de servicios respectivo (topográficos, fotográficos, etc.) causando daños a su contraparte. En cambio,
incurrirán en responsabilidad extracontractual por los daños dolosos o culpables que causen a terceros (como
en el caso de un dron que caiga en un campo vecino provocando perjuicios).
La nueva norma técnica sirve para construir el estándar de culpa de los operadores de drones, a fin de
compararlo con las conductas concretas de los involucrados. Por ejemplo, el pasado 14 de febrero en la Fiesta
de la Independencia de Talca un dron grababa el espectáculo musical cuando una persona del público habría
lanzado un objeto contra la aeronave. Ello habría apagado dos de sus motores, provocando su caída. El equipo
impactó sobre el público hiriendo levemente a tres personas. En dicho caso, el operador tenía licencia y el dron
estaba registrado en la DGAC, de modo que en principio ninguna culpa le cabe. Quien causó el accidente fue
aquel que botó el dron, tal como ocurriría si alguien lanza un objeto contra un avión que va en pleno cumplimiento
de la normativa aeronáutica y provoca su caída.
Finalmente, y como era esperable, la normativa contiene una prohibición de violar el derecho a la privacidad y
la intimidad. En tal caso -aunque con dificultades prácticas evidentes- la víctima podría intentar una acción
constitucional de protección, sin perjuicio de las acciones propias de la Ley de Protección de la Vida Privada.
En definitiva, nos encontramos frente a un nuevo fenómeno fáctico que poco a poco comienza a recibir su
regulación jurídica. Interesantemente, Chile viene posicionándose en la vanguardia del lineamiento de las
responsabilidades administrativas, penales y civiles que permitan un uso adecuado y responsable de esta nueva
tecnología.
A estas alturas, lo importante es no demonizar a la nueva industria, sino encargarse de perfeccionar
constantemente su regulación e informar a los operadores para que se encuentren en cumplimiento de las
normas técnicas aplicables.
Consideramos que la regulación actual va en buen camino y es de esperar que en el futuro se regule en forma
más orgánica la utilización de drones para fines de interés público y privado.

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