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CÓMIC
Hace un par de años, la ahora fenecida revista Interviú informaba en un artículo sobre
la falta de control que existía en las consultas que Podemos realizaba entre sus
afiliados, y como ejemplo señalaba que Batman y Superman figuraban entre quienes
habían participado en tales votaciones. Si atendemos a la ideología política que Pablo
Iglesias atribuye a cada uno de esos héroes, es comprensible que el primero sea un
afiliado de su partido… pero el líder podemita debe de sentirse incómodo de contar con
el segundo, que, según su opinión, mejor militaría en las filas de Vox.
Y es que Pablo Iglesias parece tener clara la ideología política de los superhéroes. En el
programa de Telecinco Érase una vez… en Moncloa, una niña lanzó al diputado de
Podemos una ingenua pregunta, a la que el diputado quizás mejor hubiera respondido
eso de pasapalabra:
—¿Los superhéroes?
—Sí.
—¡Superman!
—¿Superman? Yo creo que Superman… es más conservador. Pero por ejemplo yo creo
que Batman, que es un activista LGTBI, es más progresista.
¿Hasta qué punto acertó Pablo Iglesias a la hora de definir las preferencias políticas del
Hombre de Acero y del Hombre Murciélago? ¿Resulta tan evidente, como considera Pablo
Iglesias, que Superman sería un republicano, partidario de Donald Trump, en tanto que
Batman haría campaña por Barack Obama?
Superman y Batman, sin embargo, no suelen explicitar su ideología. Aun así, hagamos
un esfuerzo por intentar deducirla, a fin de comprobar si Pablo Iglesias informó
correctamente a la inquieta niña. Para ello, conviene diferenciar la imagen que de estos
héroes vertieron sus críticos y la que en realidad pretendieron ofrecer sus creadores.
Porque ya anticipo que Pablo Iglesias se ha puesto de parte de los primeros,
desconociendo el origen de aquellos superhéroes, su situación personal y la filosofía que
guía sus actos.
Parece, pues, que Pablo Iglesias se alinea con Wertham y Ong, al ver a Superman como
un conservador. Pero ni la intención de sus creadores al concebirlo, ni la filosofía que
reflejan sus historias respaldan esa conclusión. Superman fue ideado por dos jóvenes
inmigrantes en Nueva York, Jerry Siegel y Joe Shuster, inspirados por héroes de los pulp
magazines como Gladiator o Doc Savage y en las historias de ciencia-ficción que
devoraban. Pretender que Superman era un símbolo del nazismo no podía resultar más
absurdo: sus creadores eran judíos y, en realidad, proyectaron sobre Superman sus
propias experiencias y expectativas vitales. Igual que ellos, Superman era un inmigrante
(el único superviviente del planeta Krypton) y se había criado en una familia humilde;
crianza, por otra parte, que en el caso del superhéroe había tenido lugar en el campo,
conforme a una concepción bucólica de la vida rural, tan distinta de la que mostraba
por esas mismas fechas John Steinbeck en Las uvas de la ira. La modesta infancia de
Clark Kent no era más que un reflejo de la todavía más modesta (en realidad mísera)
vida de aquellos jóvenes que concibieron a Superman. De hecho, Shuster tenía que
dibujar en el papel de estraza que envolvían las compras que hacía su madre, al no
disponer de dinero para adquirir unas simples cuartillas. Y, muchos años más tarde,
ambos regresarían a esa misma miseria, tras perder un pleito con DC por los derechos
de Superman.
Aislados socialmente, los jóvenes Siegel y Shuster volcaron en Superman sus anhelos de
justicia. Era una fuerza incontenible, capaz de acabar con los males allí donde las
autoridades se veían imposibilitadas para hacerlo. El propio padre de Siegel había
muerto de un infarto cuando un ladrón intentó robar la tienda que regentaba… y el
muchacho concebía un héroe que no permitiría que tales injusticias quedasen sin
castigo. Por cierto, que no deja de ser llamativo que Siegel sufriera el mismo destino que
Bruce Wayne (Batman), cuyo padre sería también asesinado. Pero, a diferencia de
Wayne, tal desgracia no precipitó a Siegel a la oscuridad, sino que le movió a crear una
versión más luminosa de la justicia.
Los primeros cómics de Superman reflejan esta idea, al punto de que sus estudiosos lo
consideran una personificación del New Deal que Roosevelt había puesto en marcha
para atajar la crisis desencadenada por la Gran Depresión. En sus historias iniciales,
Superman logra que se exculpe a un condenado a muerte, castiga a un empresario que
explota a sus empleados y da una buena paliza a un maltratador de mujeres.
¿Conservador? Ni por asomo.
Superman colaborando con la clase obrera
La consecución de la justicia llevaría a Superman al más alto nivel: actuar contra los
dictadores. Shuster y Siegel no pudieron olvidarse de cuánto sufrimiento padecía el
pueblo judío, e hicieron que Superman tratase de acabar con el tormento… antes incluso
de que Estados Unidos declarase la guerra a Alemania y Japón. Así, en una historia poco
conocida, publicada en la revista Look, el Hombre de Acero detenía a Hitler y a Stalin
para llevarlos ante la Sociedad de las Naciones. Y poco después, cuando por fin Estados
Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial, Superman aparecería en sus historias
ayudando a las tropas norteamericanas a combatir al enemigo. Obviamente, este
patriotismo nada tiene que ver con la ideología conservadora: a diferencia de lo que
luego sucedería en Corea y Vietnam, en 1941 la defensa de Estados Unidos aunaba a la
ciudadanía al margen de su orientación política; y más aún en el caso de la población
judía, que había tenido que soportar estoicamente el antisemitismo de un sector de los
estadounidenses, que en un primer momento simpatizaron con Hitler.
Superman contra las dictaduras («How Superman would end the war», Look, 28 de febrero de 1940).
Es cierto que en ocasiones el propio Superman ha aparecido como un dictador (v. galería
siguiente), pero se trata de historias en realidades alternativas que reflexionan más
bien sobre un asunto más filosófico que político: alguien dotado de un poder tan
inmenso, en su afán de hacer el bien, ¿no sentiría la tentación de imponer su voluntad?
Pero, para cada historia alternativa en la que Superman aparece como un autócrata
(¡que por otra parte podría ser de izquierdas, ya que la dictadura no es en absoluto un
patrimonio del conservadurismo!), encontramos otras tantas en las que la imagen
resulta justo la inversa: así, por ejemplo, en la historia dibujada por Alex Ross
Superman: paz en la Tierra (1999), el Hombre de Acero se convierte en un benefactor
social que trata de eliminar el hambre y las enfermedades en el mundo… o en ¿Qué fue
del hombre del mañana? (1997) guionizado por Alan Moore, Superman se retira de su
faceta de superhéroe cuando se ve obligado a matar a un villano.
Todo lo anterior demuestra que identificar a Superman con la ideología conservadora
es, cuando menos, precipitado. Pero, ¿y qué decir de Batman? Una vez más Pablo Iglesias
apuesta por seguir a ciegas a los adalides de las campañas anticómic, en concreto
cuando dice que el Hombre Murciélago pertenece al colectivo LGTBI. ¿De dónde ha
sacado tal idea? De nuevo debemos citar al irredento Wertham, apoyado en este caso
por una colega que, como él, trabajaba en la clínica Lafarge de Nueva York: Hilde L.
Mosse. Ambos consideraban que el vínculo que ligaba a Batman con Robin era
«malsano», porque reflejaba el sueño de cualquier homosexual (en un momento en el
que el puritanismo estadounidense fomentaba la homofobia): un jovencito viviendo a
solas con un viril adulto, en una preciosa mansión…Wertham concluía:
Hace unos años, un psiquiatra de California apuntó que las historias de Batman son
psicológicamente homosexuales. Nuestras investigaciones lo confirman. Sólo alguien
que ignore los fundamentos de la psiquiatría y de la psicopatología del sexo puede
desconocer la sutil atmósfera de homoerotismo que subyace a las aventuras del
maduro Batman y su joven amigo Robin […] las historias del tipo Batman ayudan a
fijar tendencias homoeróticas sugiriendo la forma de un tipo de relación amorosa
(del tipo Ganimedes-Zeus) entre adolescente y adulto.
En el cómic del tipo Batman, esta relación se muestra a los niños antes incluso de
que sepan leer. Batman y Robin, el «dúo dinámico», también conocido como el «dúo
intrépido», entran en acción con sus uniformes especiales. Constantemente se
rescatan el uno al otro ante ataques violentos procedentes de un inagotable número
de enemigos […] En ocasiones Batman termina herido, en la cama, mientras el joven
Robin aparece sentado a su vera. En el hogar lleva una vida idílica. Son Bruce Wayne
y «Dick» Grayson [el entrecomillado en el original, sin duda para resaltar que dick
también significa «pene» en lenguaje coloquial] […] Viven en salas suntuosas, con
bellas flores en enormes jarrones, y tienen in criado, Alfred. A menudo se muestra a
Batman en su guardarropa. Sentado junto a la chimenea, el joven muchacho a veces
se preocupa por su compañero: «Algo va mal con Bruce. No es el mismo desde hace
varios días». Es como el sueño deseado por dos homosexuales que viven juntos.
Evidentemente, cuando Pablo Iglesias adscribe a Batman al colectivo LGTBI está dando
por buena esa interpretación que hicieron Wertham y Mosse y, en un salto
argumentativo, liga homosexualidad con progresismo. Y la idea que Pablo Iglesias tiene
del Hombre Murciélago debiera preocupar a Irene Montero: si su marido realmente
cree que Batman y Robin son una pareja homosexual, ¿cómo interpretar un vídeo en el
que él mismo se autoproclama como Batman y dice de Pablo Echenique que es su
Robin? Pero vamos a contestar a la argumentación del líder de Podemos. ¿Es Batman
homosexual? Y, sea cual sea su orientación sexual, ¿su actitud es característica de un
progresista?
Una vez más hemos de centrarnos en las intenciones que tuvieron sus creadores, Bob
Kane y Bill Finger, cuando en 1939 dieron a conocer a Batman en el número 27 de
Detective Comics. Dejando al margen el objetivo puramente crematístico (dar
continuidad al género superheroico que tan bien había funcionado con Superman), la
figura de Batman era el revés del Hombre de Acero: se trataba de un personaje oscuro,
que se movía en una ciudad igual de lóbrega, Gotham, contrapunto de la luminosa
Metrópoli de Superman. La primera aparición de Robin no se produciría hasta el
número 38 de Detective Comics (1940) y la pretensión no era crear una pareja para
Batman, sino incorporar un personaje con el que los jóvenes lectores se sintiesen
identificados. Vano intento… ¿Quién querría identificarse con Robin cuando en su
imaginación podía ser Batman?
En realidad, pensar que los autores querían hacer de Robin una pareja del Hombre
Murciélago hubiera sido preocupante. Obviamente no por la homosexualidad, sino por
el hecho de que Dick Grayson (Robin) era un menor de edad…, de modo que en ese caso
lo que se estaría fomentando sería la pederastia. Los críticos veían a menudo
situaciones eróticas donde no existían. Es cierto que muchos de los cómics de los
cincuenta tenían una indisimulada pulsión sexual: así, por ejemplo, en Wonder Woman
había constantes imágenes de bondage conscientemente incluidas por su creador, el
psiquiatra William Moulton Marston, quien creía firmemente en la liberación de la
mujer a través, entre otras cosas, del sexo y de la sumisión voluntaria; y el caso más
evidente era el los headlight comics, es decir, cómics de faros delanteros, nombre que
recibían en una burda referencia a los prominentes senos de las mujeres que en ellos se
retrataban. Pero cuando el sexo se quería mostrar, se hacía sin tapujos. Wertham, sin
embargo, quería verlo por doquier, al punto de que llegó a acusar a muchos cómics de
contener «imágenes ocultas» (hidden pics) de contenido fálico o púbico. El propio
psiquiatra parecía ser quien estuviera obsesionado con el sexo, más que los editores,
dibujantes y guionistas.
La relación entre Batman y Robin estaba concebida por sus creadores claramente como
paternofilial: el segundo se había visto condenado a la misma orfandad que Bruce
Wayne, y decidía adoptarlo y convertirlo en un trasunto de él mismo. Es cierto que
muchos de los ayudantes superheroicos (sidekicks) eran chicas, que asumían así un
triple rol (ayudante del héroe, interés amoroso de éste, y atractivo para los jóvenes
lectores varones), pero precisamente Robin era una excepción que respondía al objetivo
ya mencionado de lograr que los lectores se identificasen con él; algo que se llevaría a
sus extremos más claros en los personajes Blue Bettle y The Buncer: en sus cómics se
pedía a los lectores que enviasen una fotografía suya, y en los siguientes números, el
lector agraciado aparecía caricaturizado, ayudando al héroe en sus aventuras.
Por esa razón, cuando vemos a Batman matando a sangre fría al Joker en el cómic de
Alan Moore La broma asesina (1988), no nos extraña. Precisamente Alan Moore ha sido
quien ha sabido poner el contrapunto entre los dos héroes: como vimos en Qué fue del
Hombre del Mañana, Superman pasa al anonimato cuando se ve obligado a matar a un
villano; Batman, sin embargo, no parece sufrir esa catarsis al acabar con la vida del
Joker. De esa violencia es víctima el propio Robin: Superman carece de compañeros;
sabe lo arriesgada que es su vida. Sin embargo, Batman no tiene empacho en poner en
peligro la vida de su ayudante, que es menor de edad. Lo cierto es que siempre he creído
que el progresismo era más respetuoso con los derechos de los menores de edad. Algo
debo de haberme perdido…
Así pues, todo parece indicar que Pablo Iglesias no ha acertado a la hora de afirmar la
orientación política de los dos superhéroes de DC. No es lo más preocupante, desde
luego, porque lo relevante es que desempeñe bien su labor de diputado, que para eso le
pagamos (más de lo que seguramente recibe el periodista Clark Kent). Y confiemos que
en los asuntos que realmente interesan a los españoles su juicio sea más atinado. En
todo caso, visto lo visto, espero que no intente definir ideológicamente a nuestro
superhéroe patrio por antonomasia: Superlópez.
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