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La muerte del león o de cómo conocí a Neil Paraday antes de que fuera mainstream

¿Qué tiene que opinar un intelectual del siglo XIX al respecto de la industria cultural y el acoso
mediático en los tiempos de las redes sociales? ¿Nada? Piénsenlo dos veces, no sería imposible
encontrar en “La muerte del león” un relato bastante lúcido al respecto al carácter del intelectual,
inmerso en los terrenos del marketing y la publicidad.
Imaginen esta situación: Un joven hipster que trabaja en una revista -digamos Vice- quiere
hacer alarde de su conocimiento literario al promover un autor de medio pelo -del que nadie tiene idea-
para que, tiempo después, pueda afirmar:
-Yo conocí a Neil Paraday antes de que se volviera Mainstream- el joven periodista, aprovechando la
publicación de su nuevo libro, realiza una nota incendiaria del autor.

Su editor se muestra desconfiado, después de todo, las publicaciones que hablan de personas
desconocidas -por más indie que sean- no venden, y si no vende no sirve. La premisa que ha de
esgrimir el joven periodista sería la siguiente:

-Si no existe demanda, entonces, hay que crearla-

Lo que se propone es producir un bien -en el sentido que la da Mary Douglas en su bien conocida obra
El mundo de los bienes (1979)- algo de por sí muy difícil de asimilar en nuestros días, ya no digamos
en el siglo XIX, que es de donde se desprende el relato que ahora estoy tratando de comentar: La
muerte del león de Henry James.

Ahora saltemos un poco a otro tema off-topic. Imaginemos un sujeto que publica una tontería en
algún foro de internet -digamos 4Chan.org- donde los temas publicados se les denomina Threads. No
tiene que ser del todo interesante, sólo que el sujeto en cuestión no es ningún newfag, es decir, ya es
todo un veterano; por lo que tiene algunos reflectores encima. A través de un nuevo Thread anónimo
hace correr el rumor de que un famoso cantante tiene cáncer, proponiendo a todas sus seguidoras rapar
su cabellera en señal de apoyo. Inclusive se crea un hastag #BaldForBieber. Si no me creen pueden
revisar la nota, todo resultó ser un hilarante Hoax.

No con la mismas consecuencias, pero sí con los mismo medios, para 2012, Amanda Todd
sufría de cyberacoso casi por tres años seguidos debido a un un incidente en el que se vio inmiscuida a
los 12 años. Tras contar su historia en un video que publicado en Youtube, Amanda se quitó la vida.
Tiempo después el colectivo de hackers Anonymous no tardó en dar con el nombre y la dirección del
pederasta que constantemente le chantajeaba. Sumado al caso de Amanda también está el de Jamie
Rodemeyer, Joel Morales, Fiona Geraghty y muchos más jóvenes al rededor del mundo, víctimas del
cyberacoso, que va desde un simple trolleo hasta la extorsión cibernética.

Publicado el año de 1894, (precisamente cien años antes de aquella fecha en que Orwell
proyectaría su distópica visión del futuro) La muerte del león no podría contar nada nuevo a aquellos
que viven tan familiarizados con noticias como las anteriores. En una nota fechada el día el 3 de
febrero de 1894, Henry James, el autor del relato, escribe:

“¿No se podría escribir algo alrededor de la idea de un gran (un intelectual, una celebridad)
artista -un letrado al final de cuentas- tremendamente acosado por sus [fans, hambientos de] autógrafos,
retratos [selfies diríamos ahora], etc. y no obstante, en esta era de publicidad y periodismo [y
marketing, relaciones públicas, internet, etc.], nadie conociera lo más mínimo de su obra?”
“Al menos tendría el mérito de tener una inmensa apego a la realidad, la misma que me aqueja
todos los días.”

Nadie puede diagnosticar, con certeza, qué clase de droga permitió a Andy Warhol tener esa
visión casi sibilina cuando formuló su bien conocida frase «En el futuro todos tendrán sus 15 minutos
de fama mundial» Pero sin duda era algo a lo que James ya se había anticipado sin tener conocimiento
de los medios de comunicación que hoy tenemos. Hace falta renunciar a su propia privacidad, a su
sentido del pudor y dignidad para ofrecerse como parte del público en Sabadazo, el segundo peor
programa de televisión en México, sólo precedido por el talkshow de Laura Bozzo. Ya no digamos el
largo historial de famosos instantáneos en las Redes Sociales, comenzando por el Werevertumorro y
terminando por Edgar, cuyo único mérito para ser famoso fue haberse caído a un charco.

Para entonces (siglo XIX) hacía falta un largo trecho, ni Henry James, con su increíble talento
de reflejar tan complejas psicologías en cada uno de sus personajes, ni Andy Warhorl con todo su
arsenal de tachas, podrían haber imaginado lo que estaba por cambiar con el advenimiento de las redes
sociales. De lo que podríamos estar seguros es que en no más de unos cuantos años me quedaré corto
con lo que acabo de decir, no sé cómo ni cuándo, pero ciegamente podría decir que así será.
Finalmente, un término diferente a otro quizá, pero el acoso mediático siempre ha sido lo mismo.

La cultura mainstream nos ha acostubrado a suponer que todo ya ha sido visto, pero al mismo
tiempo se retracta al ofrecernos una nueva faceta de la desfachatez, la indignación, el desenfreno;
demostrando lo caraduras que podemos llegar a ser con las herramientas apropiadas (o inapropiadas si
se quiere). Lo cierto es que muy pocos podemos imaginar las dimensiones y alcances que la cultura
mainstream puede tener sobre las mentes de todos nosotros, ya no decir los más jóvenes.

Hace algunos años hubiera sido indignante que un conductor de televisión buscara explotar, en
exclusiva, el caso de un asesinato donde menores de edad se vieran involucrados. Hoy en día tenemos a
Laura Bozzo buscando convertir en un “circo mediático” el asesinato de un niño de a penas seis años
por parte de otros niños, con quien “jugaba al secuestro” en el estado de Chihuahua. El mayor de los
acusados no sobrepasaba los 15 años. ¿Qué hay que agregar a ello? ¿Hace falta mencionar que dicha
conductora cuenta con la papelería necesaria para asumir la tarea de litigante respecto al caso? ¿O que
por medio de distintas apelaciones busca reducir la edad penal para dar castigo a los menores
infractores? Mientras tantos cientos de familias marchan para exigir la puesta en escena de los padres y
otros tantos miles no dejan de estar al pendiente de qué sucede a través de los medios de información
tradicionales y no tan tradicionales.

Pero quien agradece ser olvidado no puede ser otro que nuestro querido consejero presidente
Lorenzo Córdova quien, no hace mucho, se le grabó profiriendo comentarios racistas en contra de una
comisión indígena proveniente del estado de Guanajuato. Del mismo modo, nuestro propio Neil
Paraday busca cobijo tras las sombras de la discreción.

James describe a Paraday como un personaje fracasado y de salud muy deteriorada, que a lo
largo del tiempo no había cosechado éxito alguno después de cuatro libros publicados, cuando un joven
entusiasta se acerca para entrevistarlo. Mucho tiempo no pasa para que un célebre periódico The
Empire, publique un artículo de fondo sobre él. Nuestro autor había saltado a la fama de un día para
otro, al grado que no era uno sino nada más y nada menos que treinta y siente diarios lo que se
mostraban hambrientos de titulares. Es cuando entra en escena personajes como el señor Morrow.
Es así como nuestro narrador cumple el sueño de todo hipster: Volverse autoridad sobre un tema
al que nadie le importaba hasta que él llegó. Nadie podía haberle proporcionado esa autoridad de no ser
por la personalidad de Paraday, quien veía en él algo peculiar; algo que bien podría ser una
reminiscencia de aquella oscuridad al que estaba tan acostumbrado. Yo le llamaría a eso hacer un
“Homero Simpson”, que como su definición nos lo dicta (en el capítulo Homero al diccionario, emitido
originalmente el 17 de octubre de 1991 Temp. 03 Ep.40) significa “hacer algo bueno de una manera
estúpida” aunque bien se podría agregar “fortuita”.

Por otro lado, existe una palabra en inglés que describe con precisión lo que el Sr. Morrow
interpreta: name-dropping, o su equivalente en español un “tiranombres”. Se refiere al hábito que
algunas personas tienen por arrojar nombres de personas famosas que conoce o, al menos dice conocer,
con el único objetivo de impresionar a su público o clientela. Creo que después de todo -y ahora que lo
pienso bien- sí existe un equivalente aproximado en el caló chilango, y ustedes no me dejarán mentir si
son de por mis rumbos. El término Charolear se refiere al hábito que algunos políticos mexicanos, o al
menos wanna-be políticos, de querer impresionar con sus credenciales de filiación partidista, también
conocido como “Tráfico de Influencias”. Algo así como el Gentleman del PRI, Juan Carlos Camarillo
Galván, que quiso amedrentar a unos policías de tránsito mediante una llamada a su cuate Ernesto
Núñez, todo ante video y subido a las redes sociales.

Y como le habrá sucedido al filósofo Emilio Lledó, tras recibir el premio Princesa de Asturias
en Humanidades y Comunicación; menos de la mitad del público que se habrá dado cita para otorgar o
recibir tan aclamado premio, siquiera habrá leído tres páginas de lo que él ha escrito. Francamente sólo
podría figurar como un monigote al que se le debe cierto grado de cortesía, algo que por su mero uso es
un sinsentido pero que se ha vuelto un hábito común de estatus de uno que otro advenedizo. En
palabras de nuestro narrador “Dos tercios de los que lo abordan lo hacen sólo para promocionarse a sí
mismos”

Se esgrimen varios nombres: la señora Wimbush, una sobreprotectora nueva rica; el señor
Rumble, un joven pintor en busca de fama; Lady Augusta, quien pierde uno de los manuscritos más
importantes de Paraday; la señora Milsom, quien vive en París y es hermana de la señorita Hurter, una
turista americana, fanática de Paraday, quien busca celosamente obtener su autógrafo para su colección,
y con quien el narrador guarda uno de los diálogos más desconcertantes de la obra -durante el cuál no
pude dejar de pensar en Gabriel Zaid mientras lo leía- y como si se estuviera dirigiendo a todos los
lectores, fanboys, groupies, seguidores y fanáticos de la humanidad enuncia:

“Cuando conozcan a un genio tan brillante como este ídolo nuestro, evítenle también el terrible
deber de ser también una personalidad [..]”
“...si no tiene cuidado la gente lo devorará, abriendo un gran agujero en su vida [...]”
“-Lo asedian, lo acosan, lo molestan: lo despedazan con el pretexto de aplaudirle. La gente que espera
que les dé su tiempo, su dorado tiempo, no daría ni cinco chelines por un libro suyo.”

No estoy seguro si el narrador también se dé cuenta de ello, pero del mismo modo, él se vuelve
parte del juego que repudia; el juego de monopolizar al genio para ennoblecerse a sí mismo a través de
una creación de la que no se tiene mérito alguno (y que en muchas ocasiones no resulta otra cosa sino
una invención de la mass media, un cúmulo de lugares comunes y tipos gastados hasta el hartazgo pero
que se conservan como fórmulas exitosas de consumo. Como ese cosntante “baby, oh baby... You drive
me crazy” de las canciones Pop). Después de todo y como textualmente lo tomo de las palabras de
Paraday: “la primera lección de su grandeza ha sido precisamente que no puede hacer lo que él
quisiera.”

En conclusión ¿Cuál es la recomendación que da James a través de las palabras del mismo
narrador?
“-No lo obligue a saber de su existencia; admírelo en silencio; ríndale culto desde la distancia y
aprópiese de su mensaje en secreto. ¿Quiere saber cómo realizar un acto de homenaje realmente
sublime? ¡Logre con éxito no verle jamás! […]

No tengo nada más que agregar, los que conozcan bien a Gabriel Zaid, no por la única imagen
que corre de él por internet, sino conocerlo de verdad, a través de su obra literaria, sabrán la razón por
la que no pude dejar de pensar en él mientras leía este extracto que he compartido con ustedes.
Personalmente me quedo con estas últimas palabras que les transcribo:

“-Cuanto más se sumerja en sus escritos, menos querrá verlo y la reconfortará sumamente el pensar en
el bien que le está haciendo.”

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