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Semestre: 3.
Grupo: “D”.
Describe este padre actualmente divorciado que, hace ya dos años, la pareja
comenzó a acudir a terapia «porque ella me lo propuso y así llegué a acudir a
dos consultas con un psicólogo colegiado con ella, los dos juntos, y a otro par de
citas individuales, yo solo, en el verano de 2016; pero, ya en septiembre, ella
decidió comenzar con el proceso de divorcio y me ofreció ir a su propio abogado
para comenzar a tramitarlo de mutuo acuerdo, propuesta inaceptable según me
indicó después mi letrada y, en enero de 2017, recibí la demanda de divorcio tras
haber roto un mes antes las negociaciones», según el relato de Pablo Simonetti.
Es en esa demanda en la que la mujer presenta un informe psicológico
encargado por ella cuyo contenido «viola la confidencialidad y el secreto
profesional de las conversaciones de la consulta». El estudio clínico realizado
por el psicólogo no se detiene en el estado clínico de la propia interesada sino
que alude a detalles del comportamiento en la consulta de este hombre de 42
años y a los relatos que el que entonces era su paciente le refería durante las
sesiones de terapia, confidencias también de cuando acudía solo a la cita con el
psicólogo. El informe psicológico recoge enunciados como que «mi impresión
clínica sobre Pablo es la de que posee una personalidad...», y añade siempre
detalles negativos del hombre frente a los de la interesada «que aparece como
víctima», dado que es un informe de parte que «persigue conseguir la custodia
de los menores»; pero, insiste en ello el denunciante, «no es un peritaje judicial,
no es un informe encargado por el juez sino por la parte de ella utilizando datos
confidenciales y manifestaciones mías, muy íntimas y en un ambiente de
confianza y secreto profesional, que obviamente luego se ha traicionado y se ha
intentado utilizar en contra mía». El informe además, indica el padre, «recoge
datos de mis hijos, con los que ha mantenido contacto y con uno de ellos incluso
'le conozco profesionalmente' –recoge el informe–. Sin que a mí se me haya
pedido permiso alguno para llevar a mis hijos, menores de edad en ese
momento, y todavía casados su madre y yo, para llevarlos a la consulta del
mismo psicólogo». El interesado también insiste en que «en ningún momento se
le pidió consentimiento» para realizar tal informe en base a las terapias en las
que él participó.
Finalmente, el informe «no fue usado en el proceso que terminó con un acuerdo
y la sentencia de divorcio salió en noviembre de 2017. Creo que es obvio que no
es al menos ético y que es una mala praxis por intereses personales». Pablo
defiende que «perseguía quedarse con la custodia de los niños, algo que logró,
y por lo tanto vivir ella en el piso –del cual yo pago al mitad de la hipoteca–. De
hecho, creo que se los ha trabajado, me ha ido desconectando con ellos,
impidiendo cualquier contacto y como son mayores de 12 años pueden decidir y
no visitar a su padre si no quieren. Están alienados. Ella solo se pone en contacto
conmigo para reclamar pagos en concepto de gastos extraordinarios que, en
realidad, entran en la pensión alimenticia».
Los jueces argumentaron que fue una falta de responsabilidad profesional. Y las
pericias mostraron que dejó al ex paciente en “un estado de desesperación”.
Deberá pagarle 28 mil pesos por daños. Ella es psicoanalista, divorciada, unos
40 años; él anda ahora por los 22 y en su adolescencia padeció una fuerte
adicción a las drogas. La cartilla de una prepaga los cruzó en un tratamiento de
dos sesiones semanales. Pero con el correr del tiempo la relación entre ambos
se fue volviendo demasiado personal, al punto que la terapia derivó en un
romance fogoso del cual él salió bastante maltrecho. A ella no le fue mucho
mejor: la Cámara Civil porteña acaba de condenarla por la irresponsabilidad de
haber enamorado a un joven paciente.
Como pruebas adicionales, el joven aportó al expediente fotos que ella le había
regalado junto a un compilado de temas sugerentes, como "Toda una noche
contigo", "Conociéndote" y "Nuestro amor comenzó a vivir". Sus encuentros
solían ser nocturnos, en lugares escogidos por ella con pedido de máxima
reserva.
De todos modos, los camaristas —Jorge Escuti Pizarro, Ana Luaces y Hugo
Molteni— no fundaron su decisión en razones morales. Utilizaron una serie de
artículos del Código Civil: los que hablan de la responsabilidad profesional, la
negligencia y la omisión de cuidados de quien tiene un deber sobre la salud de
otro.
La relación en sí se verificó a través de los dichos de una vecina del chico, que
aseguró haber visto varias veces a la pareja entrar al edificio donde vivía él.
Poco antes de esas denuncias, le había avisado que el romance no iba continuar:
la noticia terminó de desequilibrarlo. Según los cálculos que hicieron los peritos
que actuaron en el juicio, el paciente seducido por la psicóloga necesita ahora
de al menos 156 nuevas sesiones para recuperarse de este amor contrariado.
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