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No hay Sócrates sin Diotima: sobre

androcentrismo y sexismo en filosofía

Por Danila Suárez Tomé y Laura F. Belli* 

¿Qué es la filosofía? No es fácil ofrecer una sola definición, pero sí podemos


decir con certeza que la filosofía es una actividad humana. Si, por un lado, la
queremos definir como una disciplina, nos remontaremos muchos siglos atrás a
los primeros griegos que reflexionaron de modo filosófico y presentaremos la
historia de la filosofía según sus personajes destacados y sistemas filosóficos. Si,
por otro lado, la queremos definir como una actitud existencial, diremos que
todas/os tenemos preocupaciones y cuestionamientos filosóficos (¿qué es lo
bueno, lo justo, lo bello, lo verdadero? ¿por qué estamos acá? ¿qué es la vida y
qué es la muerte?) y que algunas/os nos dedicamos a indagar más sobre estas
cuestiones, las conceptualizamos y armamos teorías para intentar responder a las
grandes preguntas de la humanidad. Cualquiera sea el camino que tome nuestra
búsqueda, nos encontramos con el mismo problema en el punto de partida: la
filosofía desde sus inicios se conformó como una práctica androcéntrica y
sexista.

Androcentrismo en filosofía
La filosofía es un producto de la humanidad y se asocia inmediatamente con el
uso puro de la razón. El problema central radica en que las mujeres, durante
muchísimos siglos, no hemos sido consideradas parte de la humanidad. Si bien se
nos consideraba seres humanos, no se nos concedían las características necesarias
para ser consideradas personas capaces de entrar en la dinámica del pensamiento.
A lo largo de la historia los filósofos han presentado a la mujer en general como
un ser irracional, dominado por sus emociones, propensa a la enfermedad, presa
de la vanidad y la coquetería y asociada con la naturaleza más que con la cultura.
Esto ha impedido efectivamente que la mujer sea validada como legítima
productora de conocimiento.
Si repasamos la historia de la filosofía, vemos que las filósofas mujeres son o
bien pocas o bien poco conocidas. Si observamos la historia de las ideas de la
mujer y la feminidad, notamos que las capacidades de racionalidad, abstracción y
universalización (propiedades claves del pensar filosófico dominante) no le
pertenecen «por naturaleza». Tradicionalmente se le ha negado agencia
epistémica a la mujer justamente por los esfuerzos que se hicieron para justificar
su inferioridad natural en relación al hombre. No es casual, entonces, que cuando
estudiamos filosofía casi no nos crucemos con filósofas mujeres. Aquellos que
producen el conocimiento son quienes dan forma a la selección de lo que leemos.
En el caso de la filosofía, como en todas las áreas de producción de
conocimiento, la figura del varón hegemónico (cisexual, heterosexual, blanco,
capacitado, propietario, etc.) ha sido la dominante y la única tradicionalmente
legítima.
El discurso filosófico es un discurso androcéntrico en tanto ha sido
tradicionalmente elaborado desde la perspectiva privilegiada del varón,
quien, distorsionadamente, se ha comprendido como el género neutro y
universal de la humanidad. La crítica más severa a los discursos
filosóficos tradicionales es, entonces, que de universales tienen muy
poco en tanto la porción de la humanidad que la produjo y a la cual está
destinada es más bien reducida; y las experiencias, preocupaciones y
pensamientos de esta porción reducida de la humanidad ha sido
extrapolada al carácter de lo genérico, lo neutral y lo universal (como si
fueran las experiencias, preocupaciones y pensamientos de todo ser
humano en general). Este fenómeno nos deja en la perplejidad de si
acaso las personas que no pertenecemos a ese grupo privilegiado
estamos o no incluidas en estos discursos sobre la humanidad.

Sexismo en la práctica filosófica


El pensamiento filosófico en Argentina y en América Latina también tiene
rostro de varón. La profesionalización de la práctica filosófica en nuestro
país en las primeras décadas del siglo XX estuvo en manos de un grupo
de hombres —los “patriarcas” responsables de la reestructuración de la
disciplina, como los llamó Francisco Romero (1891-1962)— que
marcaron el camino que las mujeres filósofas intentamos desandar hoy.
Los primeros cursos y conferencias, las primeras revistas especializadas
y la creación de cátedras especialmente dedicadas a esta disciplina,
situaron el ejercicio filosófico bajo la órbita del saber varonil. Los relatos
sobre estos momentos fundantes no recogen ningún nombre femenino.
La ausencia de la mujer en la filosofía argentina fue normalizada,
ignorada e invisibilizada. Y en muchos espacios aún sigue siéndolo.

El ingreso de las mujeres a los estudios superiores en Argentina se dio


mayoritariamente en carreras del ámbito de la salud (relacionadas con el cuidado,
tarea que tradicionalmente se asigna a las mujeres) y carreras humanísticas, vistas
como más “femeninas”. Sin embargo, cabe observar que la cantidad de mujeres
inscriptas (que en la actualidad en la mayoría de los casos supera a la matrícula
masculina) no se equipara necesariamente con la posibilidad de participación en
grupos de estudio, cátedras, publicaciones y en la carrera académica luego de
graduarse. La presencia mayoritaria de mujeres no es condición suficiente para
lograr la paridad: las mujeres están menos representadas en los cargos jerárquicos
que sus pares hombres.
De acuerdo con un trabajo de análisis y relevamiento publicado en 2015, de las
47 universidades nacionales el plantel docente se encontraba compuesto en total
por un 48.27% de mujeres y un 51.73% de hombres. Sin embargo, los puestos
más altos eran ocupados por varones: 62% de varones titulares de cátedra contra
38% de mujeres y 61% contra 39% en el cargo de asociado. En cuanto a las/os
ayudantes de 1era (primer escalafón en muchas instituciones) los varones (46%)
son superados por las mujeres (54%). Es aún más notorio en el caso de las/os
rectoras/es: 42 varones y sólo 5 mujeres. Este hecho no es particular a nuestro
país. En todo el mundo las mujeres son una parte muy importante del cuerpo de
estudiantes de pregrado, pero a medida que avanza en la carrera, su presencia se
reduce. Especialmente en los puestos de decisión.
Elabora
ción propia sobre informe de la UNLP
 

Ahora bien, ¿a qué se debe esta desalentadora tendencia? Al carácter


androcéntrico del sistema que da preferencia a los varones frente a las mujeres; a
la decisión de tener hijos que —por falta de repartición equitativa de tareas—
obliga a las mujeres a disminuir su producción académica quedando en
desventaja frente a sus colegas varones; y, por supuesto, al siempre presente
factor del “techo de cristal y suelo pegajoso” en la academia.
En relación con la carrera de filosofía, las mujeres estamos subrepresentadas a
nivel mundial, especialmente en el cuerpo docente y los estudios de posgrado.
Tomemos el caso de los Estados Unidos: los datos más recientes muestran un
fuerte declive en la cantidad de mujeres inscritas a medida que se pasa de los
niveles iniciales de la carrera hacia los estudios de posgrado. Este declive puede
ser explicado en parte por la falta de mujeres en el cuerpo docente que oficien de
“mentoras” a las estudiantes y cuya ausencia también desmotiva a las jóvenes,
mostrándoles que no tienen lugar en ese campo de trabajo. En el Reino Unido la
situación es similar: la cantidad de mujeres disminuye a medida que se avanza
hacia estudios de maestría y doctorado. Y al momento de realizar el estudio, eran
sólo el 24% del cuerpo docente. En Australia se replica la tendencia: las mujeres
no superan el 23% en los cargos docentes en la carrera de filosofía, siendo menos
en los cargos más altos.
Lamentablemente no hay datos sistematizados a nivel nacional, pero podemos
suponer que el panorama en las universidades argentinas no es mucho más
alentador. Es por ello que uno de los objetivos que nos llevó a crear la Red
Argentina de Mujeres en Filosofía (RedAMEF) fue poder llevar adelante este
tipo de análisis que permite poner de manifiesto un orden que muchas veces se
toma como natural y que no hace más que sostener la desigualdad entre varones y
mujeres, para así poder lograr la visibilización de nuestra labor en diferentes
espacios de intervención filosófica.
Finalmente, nos resta aclarar que la propuesta de la crítica y revisión del
androcentrismo y el sexismo en la filosofía en tanto corpus bibliográfico
y práctica busca visibilizar la gran porción de la experiencia humana que
ha quedado por fuera de los discursos filosóficos y legitimar su estatuto
como sujetas/os epistémicas/os. La crítica no apunta a una destrucción
del pensar filosófico, a una desacreditación de las corrientes y
pensadores tradicionales, sino a aprovechar el espacio de apertura que
nos provee pensar esas experiencias que han quedado por fuera,
reapropiarnos de la filosofía desde nuestra experiencia y generar un
conocimiento más rico en voces y perspectivas. Sin dudas, las mujeres
tenemos mucho para decir dado que hasta ahora se nos ha permitido
decir muy poco.

Imagen: «Sócrates y Diotima con un discípulo» de Fraz Caucig.


* Danila Suárez Tomé es doctoranda en Filosofía y Laura Belli es doctora
en Filosofía. Ambas son co-fundadoras de la Red Argentina de Mujeres
en Filosofía 

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