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conciencia de cada uno, en tanto que hombres y mujeres de carne y hueso, se conciba como no
existentes. La conciencia se entiende como conciencia del deseo que nos define, es un deseo de
existencia. Para Spinoza, esta existencia no es del yo concreto, sino que se somete a un proceso
de abstracción. Si el punto de partida de Spinoza es adecuado, a medida que vamos deduciendo
el contenido del existente, se va desvirtuando, se va perdiendo el carácter de existente concreto
y se va convirtiendo en algo tan absurdo -según Unamuno- como la eternidad objetiva y
abstracta, que se resuelve en algo parecido a la eternidad de las verdades absolutas/matemáticas.
Es una eternidad objetiva y que se contrapone a la subjetividad concreta.
El siguiente paso de Unamuno, que desarrolla en el capítulo 4, es la inversión
unamuniana en el momento de analizar los movimientos culturales en los que se expresa este
anhelo. Esto es, hace una genealogía de la religión. No la define como un conjunto de dogmas o
principios que hubiesen dado lugar a la creencia de la inmortalidad, porque si fuese así, esta no
podría ser la esencia de ningún existente concreto. Invierte el esquema: es el deseo de
inmortalidad la que ha dado origen a estas concepciones teóricas. Eso nos permite localizar una
especie de origen histórico de las religiones, que Unamuno sitúa en el culto a los muertos. Si se
hace esto es porque hay algo previo, una raíz que explicaría este culto y que sería la verdadera
raíz de la religión, pues sería anterior ontológicamente. El origen histórico y ontológico sería
una proyección al infinito de aquello que constituye la esencia de todo existente concreto: el
deseo de inmortalidad.
Unamuno da una vuelta a la idea de Feuerbach, según la cual había un origen
antropológico de la idea de Dios, y esta no sería sino el resultado de una proyección al infinito
de la idea que los hombres tienen sobre sí mismos. De manera que, una vez proyectado este
hombre ideal, el resultado/precipitado sería la idea de Dios. Feuerbach afirmaría que la
consistencia lógica de Dios es tenue/floja, lejos de tener su origen en sí misma, procede de algo
fuera de sí, inferior: el hombre. Dios sería una especie de superhombre infinito (todas las
características que el hombre cree tener, pero infinitas. P.ej: infinitamente bueno, infinitamente
libre). La esencia, en este origen, del hombre, no entraría en consideración alguna, porque sería
carencia: anhelo de obtener aquello que no posee.
Lo que explica la deriva abstraccionista, las carencias que Unamuno percibe en las ideas
de Spinoza: la diferencia se encontraría en que Spinoza se anticiparía a Feuerbach en un sentido
y le criticaría en otro. Afirma que sí, que toda religión (la creencia de Dios) tiene su origen en el
hombre, que la idea de los Dioses es una proyección al infinito llevada a cabo por los hombres.
La diferencia decisiva respecto de Feuerbach es que mientras este dice que los Dioses son una
proyección al infinito del ser de los hombres, Spinoza afirma que la idea de Dios es una
proyección al infinito de lo que los hombres creen que son (proyección de una creencia, una
ficción). Dios sería, en el mejor de los casos, la ficción infinita. Spinoza dice que Dios existe,
pero que no tiene absolutamente nada que ver con el Dios de las religiones, con un Dios
personal, porque considerarlo como persona es considerarlo como proyección al infinito de lo
que los hombres creen que son, pero que no son verdaderamente. Las religiones positivas
quedan reducidas a ficciones.
Lo que habrá que hacer será crear una religión racional en la que todos sus principios
quedan abstraídos de la concreción, de la individualidad. Denuncia como ficticia toda
consideración personal, tanto en la voluntad como en el entendimiento, de la divinidad. Es
absurdo considerar que los hombres sean inmortales y que en esta inmortalidad se contenga algo
de memoria, de sensación, etc. Por eso, la religión es puramente racional, es refractaria de la
imaginación, de la memoria, de los afectos, de las pasiones… de todo aquello que no sea
racional.
Unamuno dice que algo muy parecido a esto es lo que ha ocurrido con todas las
religiones positivas. Está especialmente interesado en hablar del cristianismo, ya que la religión
cristiana, en su conversión a teología, se ha convertido en algo muy parecido a lo que plantea
Spinoza. En términos unamunianos: la evolución histórica del cristianismo ha consistido en la
paulatina prevalencia de la razón (de ahí su conversión a teología) sobre la vida (lo que hace a
una religión tal).
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Renacimiento es una época muy similar a la coetánea de Ortega, en el sentido de que hay una
quiebra total, lo que ha supuesto una convulsión. Ortega hace un análisis de esos siglos para
tratar de comprender su estructura y entender así su propio momento histórico, la crisis de la
Modernidad. Nuestro tiempo es tiempo de crisis de la racionalidad moderna.
Capítulo 1.
La actualidad, nuestro tiempo, sería una suerte de nueva Modernidad en el sentido de
que, como la primera (en el s. XVII), es una época que considera absolutamente urgente
reformar radicalmente el pensamiento del pasado. La tarea más urgente consiste en una reforma
desde la raíz del pensamiento vigente del pasado inmediato. Estamos en una época de filosofía
beligerante, que se posiciona en una crítica de la filosofía inmediatamente anterior, frente a
otras épocas que serían de filosofía pacífica. Estaríamos en una época en la que la colectividad
intelectual viviría escindida, en la que habría una especie de masa mayoritaria que trata de
perpetrar la ideología establecida frente a una vanguardia que vive condenada, por definición, a
no ser bien entendida (porque se adentra en un territorio conceptual que no es el vigente). Para
entender bien algo, ese algo debe encajar bien en los conceptos de la ideología de la masa
mayoritaria, la ideología establecida. Todo tiempo de crisis es un tiempo de beligerancia teórica
y en el que surge una escisión entre vanguardia (proyectada al futuro) y retaguardia (mirada al
pasado). Lo que cabe hacer a partir de aquí es un análisis de esta mayoría vs minoría.
Lo que se debe determinar con claridad para pensar con certeza es de encontrar un
sujeto histórico que explique el hecho de las crisis, es decir. por qué entran en crisis las ideas.
Ortega dirá que no es cuestión de los individuos, el sujeto histórico no puede ser un individuo
porque este no tiene capacidad para influir en la masa, de determinar las oscilaciones
ideológicas. De alguna manera, los individuos tienen que conformar una masa, un individuo
colectivo. Se abandona la idea Romántica del genio aislado capaz de encontrar una categoría de
conceptos que sustituyan los vigentes hasta ese momento. El responsable de las
transformaciones que nosotros llamamos crisis. El sujeto histórico, entonces, para Ortega son
las generaciones. No dice que las generaciones sean, en última instancia o siempre, las
causantes de las crisis, porque no toda época es de crisis. Si se da una crisis, que es una época
histórica, las variaciones ideológicas (conjunto de ideas) decisivas obedecen a las generaciones,
lo que les hace ser el sujeto histórico.
¿Qué es una generación? Las variaciones de la sensibilidad vital que definen una época
histórica se deben a las generaciones. Una generación no es un puñado de hombres egregios, ni
simplemente una masa, no es una mayoría ni una minoría. Es un cuerpo íntegro. Es el concepto
más importante de la historia. Una generación es una variedad humana. Siempre dentro del
conjunto existe, bajo la forma del conflicto, un cierto equilibrio, más o menos exacerbado, entre
la mayoría y la minoría. Lo importante es que los momentos de crisis son momentos en que el
antagonismo alcanza la cota más alta del conflicto. Dentro de la generación puede haber una
gran variedad de individuos que chocan entre sí. Una generación es un marco general que define
el contexto histórico. Lo importante es la distancia permanente entre la masa, el vulgo, y los
individuos selectos. Habla de una distancia permanente y de una irremediable distinción entre la
mayoría y la minoría.
¿En qué sentido las generaciones son el motor o el sujeto de la historia? Las
generaciones nacen unas de otras, por lo que las nuevas ya vienen con las ideas de las
generaciones anteriores. Cada generación tiene 2 tareas: recibir lo vivido por las antecedentes y
dejar fluir su propia espontaneidad, de manera que la actitud de cada generación no será la
misma. A cada generación le corresponde, posee, un espíritu (que podemos conocer sólo en
cierta medida) que resultaría de una especie de ecuación entre lo recibido y lo propuesto. Se
vive en épocas acumulativas, esto significa que, cuando no hay crisis, estamos en épocas
“normales”, en las que la misión de la generación actual consiste en acumular, asumir, aceptar,
las ideas de las generaciones anteriores. Otras veces hay absoluta heterogeneidad, generando
épocas polémicas, de combate, eliminatorias, que es la época en la que Ortega vive, como
también fue la época de la Modernidad.
Las épocas polémicas son épocas dispuestas a la negación de las vigencias del pasado,
que pueden ser revolucionarias. Cada generación tiene su propia misión histórica, que puede ser
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acumulativa (recibir la tradición constituida por las generaciones precedentes) o polémica
(destrucción, eliminación de estas vigencias). Ortega propone una retracción de la política.
Considera que tanto el fascismo como el comunismo son anacrónicos, son un error, pero no
propone nada nuevo.
Existe una íntima afinidad entre los sistemas científicos y las generaciones. Por qué
según Ortega es importante conocer bien los nuevos sistemas científicos: señala que es preciso
forjar un nuevo paradigma de racionalidad, pues la alternativa racionalista/vitalista es
insuficiente. Propone un nuevo concepto: la razón vital. El revolucionismo será lo propio del
racionalismo y, puesto que ya no lo podemos considerar una opción válida, tampoco podemos
considerar así el revolucionismo político, pues están íntimamente vinculados.
Entiende que el racionalismo se niega a lo histórico, el valor del conocimiento de la
historia. La Historia sería el estudio de los errores humanos. El racionalismo vincularía la
historia a la vida, que supone un estorbo al claro o correcto pensamiento racional. El
cartesianismo habría impuesto la idea de que el verdadero mundo es cuantitativo, geométrico,
que puede ser materializado, con el que quedarían desechados todos los caracteres cualitativos
del mundo. “no es revolucionaria una época si no es racionalista”.
La propuesta de Ortega, entonces, es una integración de los dos términos, que han
estado en conflicto durante toda la Modernidad: razón y vida, el raciovitalismo.
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a ser importantes en Alemania en la primera mitad del siglo XX. Su estudio del neokantismo le
lleva a entender que lo absolutamente necesario es insertarse, intervenir en la vida pública de su
país, esta es la verdadera tarea del filósofo. La filosofía cumple su naturaleza poniéndose al
servicio de la vida pública en la que el filósofo tiene que vivir.
Ortega se suma, al principio de su carrera, al socialismo, canalizando esta intención a
través del neokantismo. Pero al final se da cuenta de que no tiene sentido convertirse en un
erudito de Kant, sino que lo verdaderamente filosófico consiste en la aplicación de sus
conocimientos a mejorar la vida cotidiana en la que uno vive sumergido, quiera o no. El
intelectual es alguien que no puede deshacerse de ninguna manera de sus circunstancias
sociopolíticas, de su contexto. La tarea del filósofo es ayudar al contexto en que vive a ser lo
mejor que promete ser. Una de las primeras formas en que esta idea se manifiesta es diciendo
que hay que insertar la cultura filosófica alemana en la cultura española. Apuesta por atender a
esta cultura filosófica alemana, en detrimento de la francesa que se ha insertado de manera
preferencial en España.
Ortega considera que donde debe publicar es la prensa, porque es la forma más directa
que tiene de influir en la vida pública, en la política. Pretende hacer una labor pedagógica en
España. En 1910 escribe un artículo muy importante y que es el germen de Vieja y nueva
política, que es La pedagogía social, pero además hay otros que hablan de ello, La revolución
de los intelectuales y Democracia morbosa. En la prensa, en la intervención pública, acaba
incorporando filósofos/científicos alemanes en la cultura española, dándole el justo espacio a la
francesa.
Es uno de los promotores de la Segunda República (junto a Gregorio Marañón), pero
rápidamente se desencanta de ella, y hace lo que llama una “segunda navegación”: se aparta de
la vida pública y trabaja con mayor intensidad en su obra filosófica.
Parte del amor a las circunstancias nace de una labor editorial. Funda la Revista de
Occidente, de muy alto nivel intelectual, con la que se traducen y difunden textos de otros
idiomas (particularmente alemanes, pero también holandeses o ingleses). Esto produce un
acelerón, pone realmente la cultura española a la altura de los tiempos. España, a pesar de no
haber estado a la altura, ha sido capaz de dar el salto, de manera que se note que los tiempos han
cambiado. España está por fin en condiciones como para pensar en una salida a la crisis de la
Modernidad. Aunque con la Guerra Civil habrá un retroceso muy grande, una pérdida de este
avance.
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Ortega, al contrario, no mirará al pasado, sino que se proyecta al futuro. Por ejemplo, en
Entorno a Galileo. Establece una especie de analogía para comprender su actualidad con
momentos previos históricamente que hayan sido de crisis absoluta. Se centra en los dos siglos
que preparan el advenimiento de la crisis moderna (siglos XV y XVI, el Renacimiento). Afirma
que el Renacimiento es una época muy similar a la coetánea de Ortega, en el sentido de que hay
una quiebra total, lo que ha supuesto una convulsión. Ortega hace un análisis de esos siglos para
tratar de comprender su estructura y entender así su propio momento histórico. Nuestro tiempo,
por tanto, sería un tipo de crisis igual al de la racionalidad moderna.
En el primer capítulo dice que la actualidad, nuestro tiempo (el de Ortega) sería una
suerte de nueva Modernidad en el sentido de que, como la primera (s. XVII), es una época que
considera absolutamente urgente reformar radicalmente el pensamiento del pasado. La tarea
más urgente consiste en una reforma desde la raíz del pensamiento vigente del pasado
inmediato. Estamos en una época de filosofía beligerante, que se posiciona como crítica de la
filosofía inmediatamente anterior, frente a otras épocas que serían de filosofía pacífica.
Estaríamos en una época en la que colectividad intelectual viviría escindida, en la que habría
una especie de masa mayoritaria que trata de perpetuar la ideología establecida frente a una
vanguardia que vive condenada, por definición, por naturaleza, a no ser bien entendida porque
se adentra en un territorio conceptual que no es el vigente. Para entender bien algo, ese algo
debe encajar bien en los conceptos de la ideología de la masa mayoritaria, la ideología
establecida. Todo tiempo de crisis es un tiempo de violencia, de beligerancia teórica en el que
surge una escisión entre vanguardia (proyectada al futuro) y retaguardia (mirada en el pasado).
Lo que cabría hacer a partir de aquí es un análisis de esta mayoría/minoría.
Lo que se debe determinar con claridad para pensar con certeza es encontrar un sujeto
histórico que explique el hecho de las crisis, esto es, por qué entran en crisis las ideas. Ortega
dirá que no es cuestión de individuos, el sujeto histórico no es nunca un individuo, porque este
no tiene capacidad para determinar estas oscilaciones ideológicas, no tiene capacidad para
influir en la masa. De alguna manera, los individuos tienen que conformar una masa, una
especie de individuo colectivo. Se abandona la idea Romántica del genio aislado capaz de
encontrar una categoría de conceptos que sustituyan a los vigentes hasta su momento. El
responsable de las transformaciones que nosotros llamamos crisis, el sujeto histórico, son las
generaciones. No dice que éstas sean, en última instancia o siempre, las causantes de crisis,
porque no todas las épocas son de crisis. Si se da una crisis que es una época histórica, las
variaciones ideológicas (conjunto de ideas) decisivas obedecen a las de las generaciones, lo que
las convierte en el sujeto histórico.
¿Qué es una generación? Las variaciones de la sensibilidad vital que definen una época
histórica, que se debe a las generaciones. Una generación no es un puñado de hombres egregios,
ni simplemente una masa (ni minoría ni mayoría), es un cuerpo íntegro. Es el concepto más
importante de la Historia. Una generación es una variedad humana. Siempre, dentro del
conjunto, existe la forma del conflicto, en la que el equilibrio entre minoría y mayoría puede ser
mayor o menor. Lo importante es que los momentos de crisis son momentos en que el
antagonismo alcanza la cota más alta del conflicto. Dentro de la generación puede haber una
gran variedad de individuos que chocan entre sí, pues una generación no deja de ser el marco
general que define un contexto histórico. Lo importante es la distancia permanente entre la
masa, el vulgo, y los individuos selectos, la élite. Habla de una distancia permanente, una
irremediable distinción entre la mayoría y la minoría.
¿En qué sentido las generaciones son el sujeto/motor de la Historia? Las generaciones
nacen unas de otras, por lo que las nuevas ya vienen con las ideas de las generaciones
anteriores. Cada generación tiene dos tareas: recibir lo vivido por las antecedentes y dejar fluir
su propia espontaneidad, de manera que la actitud de cada generación será diferente. A cada
generación le corresponde o posee un espíritu que resultaría de una especie de ecuación entre lo
recibido y lo propuesto. Se vive en épocas acumulativas cuando no hay crisis, son épocas
“normales”, en las que la misión de la generación actual consiste en acumular, asumir, aceptar
las generaciones anteriores, en las que se encuentra cómoda. Otras veces hay absoluta
heterogeneidad, generando épocas polémicas, de combate, eliminatorias, que es la época en que
Ortega vive, como lo fue la época de la primera Modernidad.
Las épocas polémicas son épocas dispuestas a la negación de las vigencias del pasado,
que pueden ser revolucionarias. Cada generación tiene su propia misión histórica, que puede ser
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cumulativa (completar, recibir la tradición construída por generaciones precedentes) o polémica
(destruir, eliminar esas vigencias).
Existe una íntima afinidad entre los sistemas científicos y las generaciones. ¿Por qué
según Ortega es importante conocer bien los nuevos sistemas científicos? Señala que es preciso
forjar un nuevo paradigma de racionalidad, pues la alternativa racionalista/vitalista es
insuficiente, tanto el fascismo (vitalista) como el comunismo (racionalista) son anacrónicos, un
error. Propone un nuevo concepto: la razón vital. El revolucionarismo será lo propio del
racionalismo y, puesto éste que ya no lo podemos considerar una opción válida, tampoco
podemos considerar así el revolucionarismo político, pues están íntimamente vinculados. “No es
revolucionaria una época si no es racionalista”.
Ortega entiende el racionalismo como una corriente en la que se niega lo histórico, el
valor de la Historia, que sería el estudio de los errores humanos. El racionalismo vincularía la
Historia a la vida, que supone un estorbo al correcto y claro pensamiento racional. El
cartesianismo habría impuesto la idea de que el verdadero mundo es cuantitativo, geométrico,
que puede ser matematizado, con el que quedarían desechados todos los caracteres cualitativos
del mundo.
El filósofo español, entonces, propone una integración de los dos términos que han
estado en conflicto durante toda la Modernidad: razón y vida. Propone el raciovitalismo.
La posición de Ortega debe entenderse desde parámetros estrictamente filosóficos,
distinguiendo dos axiomas: la Modernidad está en crisis y el racionalismo es, por definición,
revolucionarismo. La conclusión a la que llega es que las revoluciones en sentido político son
atemporales, extemporáneas, no son respuestas adecuadas al presente, a sus tiempos, que exigen
pensar la realidad de otra manera. Una actuación política revolucionaria es inadecuada a sus
tiempos.
El presente es el tiempo en el que se pueden modificar los modelos de racionalidad que
nos permiten ponernos a la altura de nuestros tiempos. Si el racionalismo está en crisis, el
revolucionarismo también debe estarlo, porque están inevitablemente unidos. Habrá un
programa de modificación de la racionalidad, no de la revolución.
Ortega propugna una razón vital como contraposición a la razón pura. Desde este
sistema filosófico no cabe la actitud del racionalismo, que desestima la Historia, el valor del
pasado y del presente. No irá de suyo, no habla de la necesidad de hacer revoluciones políticas.
Ni racionalismo ni vitalismo, sino una síntesis de ambos. Ortega critica/impugna la
impertinencia de estas corrientes tanto como a sus respectivas vertientes políticas (comunismo-
fascismo). El dilema racionalismo- relativismo es inauténtico, porque es un dilema que no se
adecúa al presente, sino que es propio de otra época. Las revoluciones son la toma en posición
de uno de estos dos términos del dilema, por lo que al decir que son propios de otra época,
estamos diciendo que las revoluciones también lo son.
En el capítulo cuarto, Cultura y vida, Ortega insiste en la idea de que toda época está
atravesada por el antagonismo. Entiende por cultura aquellas funciones vitales que se amoldan a
regímenes cuyos resultados tienen una consistencia transvital, y cuyo contenido es: razón,
ciencia, arte, religión, derecho, ética, filosofía… Dan la impresión de ser algo trascendente a la
vida misma, pues son objetivos. La cultura es la manera en la que damos respuesta a la vida
misma.
Se da un antagonismo en la cultura misma entre la racionalidad y el relativismo, en cada
una de las esferas se replica esta contraposición. De manera que estamos en posición de adoptar
la Modernidad. Vivir consiste en la disposición al combate, en ser conscientes de este conflicto.
El vivir bajo banderas es lo que define la autenticidad de la vida. Lo que es inauténtico es que
batallemos en una lucha que se ha resuelto en otra época, es una forma de inactualidad, volcada
en vertientes o corrientes de épocas pasadas. La contraposición racionalismo-relativismo ya no
es el tema de nuestro tiempo.
El pensamiento es una función vital, por lo que no puede desentenderse de la vida. Es
un órgano para la vida y que esta gobierna. La razón como algo abstraído de la existencia, de la
vida, es una sustantivación puramente ficticia. Lo espiritual no es ni más ni menos vida que lo
no espiritual. Aquí es donde Ortega empieza a desmarcarse de los pensamientos
contemporáneos. Propone una especie de modificación de la teoría de Unamuno sobre el
sentimiento trágico de la vida (sin mencionarlo).
En el capítulo quinto, Ortega define lo que entiende por razón. La nota esencial de la
nueva sensibilidad es no olvidar que la razón se somete a funciones vitales, no olvidar que la
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cultura siempre se genera como respuesta a los problemas a los que se enfrenta el hombre en su
existencia. Nos gobiernan dos imperativos contrapuestos. El problema está en cuando uno de
estos imperativos prevalece sobre el otro.
El problema principal de la época inmediatamente anterior a la suya (s. XX, final de la
Modernidad), es el culturalismo. Es la fase última, la más esplendorosa del racionalismo
Moderno, la objetivación absoluta de la cultura. Es la raíz de la crisis actual de la cultura
Moderna. La cultura con sentido sólo pervive mientras le sigue llegando el flujo de la vida. El
culturalismo es cultura muerta. Fomentando la vitalidad, la lealtad, se creará una cultura a la
altura de los tiempos.
En el capítulo seis se va matizando la posición acerca del revolucionarismo. La
revolución acarrearía una especie de artificiosidad en la cultura. Ortega determina las razones
por las que sólo en Europa se han dado las condiciones para que se haya dado la cultura en este
sentido (filosofía-ciencia). No dice que fuera de Europa no se haya dado cultura, sino que se ha
dado de forma diferente. El punto decisivo está en por qué no ha habido un determinado tipo de
cultura siempre. Sólo en Europa se ha dado tal punto de disociación que se ha antagonizado la
filosofía a la ciencia.
Establece una diferenciación entre tradición y cultura, contraponiéndolas. Fuera de
Europa se ha dado una objetivación, se ha tradicionalizado. El tradicionalismo no es más que
una forma de la espontaneidad. Frente al pasado como sustento de los logros culturales, la
cultura como proceso de objetivación que ha prescindido de la tradición, es decir, cultura como
contraria a la autoridad.
Ortega hace otra especie de genealogía. Nuestro tiempo es el punto final de la crisis,
porque ha hecho un descubrimiento contrapuesto al de Sócrates o Platón, que descubrieron el
continente de la razón pura, trazando una línea que termina con nuestro tiempo, pues hemos
hallado los límites de la racionalidad, hemos comprendido que hay algo más que la razón. La
razón es una adquisición eterna, pero hay que corregir el misticismo racional-culturalista,
socrático, que ignora los límites del racionalismo. La cultura es un dispositivo para satisfacer
necesidades vitales. Se sitúa a la razón frente a la cultura, donde la colocó la Modernidad. El
tema de nuestro tiempo es colocar a la cultura en una posición de razón vital (?).
La Modernidad que se ha legitimado como proceso de secularización, en realidad ha
entrado en crisis porque se ha dotado de todos los elementos para incumplir todo su itinerario.
Lo que ha hecho ha sido sustituir la idea de Dios por la de Cultura, de forma que la Modernidad
ha consistido en una divinización de la cultura, es decir, de la razón Moderna. Por eso, la tarea
de nuestro tiempo es llevar a cabo rigurosamente este proceso de secularización, esto es,
corregir el programa fallido de la Modernidad. Por eso, parte fundamental del programa
orteguiano es la integración del racionalismo.
Los centros de gravitación espiritual de la Modernidad han sido el vivir para la teología,
para la ciencia, para el moralismo humanitario, para la economía… Ha habido épocas en las que
el principio ha sido uno de estos, pero no se ha ensayado el vivir para la propia vida (racional)
como principio. Es en esto en lo que ha fallado la Modernidad, es lo que explica que el estertor
final de la Modernidad haya sido el culturalismo. En el fondo, esta progresión ha sido una
extensión de lo teológico a lo largo del tiempo.
El extracto más importante del texto es el que reza: “Los siglos modernos han sido una
cruzada para el cristianismo [...]”.
El análisis le lleva a decir que la secularización ha sido una beificación sin Dios (dar
atributos de Dios a lo que no es Dios) de la cultura. Se trata de llevar el programa Moderno a su
tiempo.
Establece un paralelismo entre la cultura y el cristianismo. El culturalismo es siempre
progresismo, pero nunca cumplido. Seguimos en el núcleo del cristianismo, en la renuncia
constante del presente en favor de un futuro que siempre está por venir, que nunca se cumple.
Todas las teorías que sustentan esta idea son en realidad un único -ismo. En nombre del futuro
que va a traer la revolución se puede hacer cualquier cosa, pues se nos pide que renunciemos al
presente, que se presenta siempre como menos valioso que lo que está por llegar (bajo la idea de
salvación). Se trata, entonces, de finalmente entender este programa y llevarlo a cabo YA.
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Introducción al programa práctico de Ortega: Donoso Cortés.
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Vieja y nueva política.
Se presenta la idea de vertebración: Hace falta vertebrar a España, que pase por una
educación política.
Sostiene varias ideas:
El concepto de lo político no es exactamente lo estatal, lo político es más que el Estado.
El sujeto de lo político será lo que Ortega llama “raza”, que podría ser entendida como
“nación” (gente nativa de un espacio).
La política oficial, que se identifica con lo estatal, está desgastada, moribunda. El signo
de esto es que las nuevas generaciones están absolutamente alejadas de la política.
El problema que todo esto supone es que la situación de partida ante la que nos
encontramos es que lo absolutamente prioritario es una operación de revitalización sobre el
verdadero sujeto de la política, pues es un sujeto que Ortega describe como “con solo unos
hilillos de vitalidad histórica”.
Azorín hablará de esto también, diciendo que este sujeto histórico que está casi
exánime, es un sujeto histórico cuya voluntad está aniquilada, es absolutamente necesario un
tónico que la revitalice. Este es el objetivo de la nueva política.
Ortega sostiene que no interesa pensar la política como un gobierno o como estrategias
para llegar o mantenerse en él, esta es la vieja política. Hace falta una nueva política que
reanime la voluntad de la raza. El problema político no es vivir con orden, sino vivir primero,
revivir la vitalidad histórica. La forma de gobierno, sea cual sea, no tiene sustancialidad o valor
absoluto. Hacer política atendiendo a la deseabilidad de unas u otras formas de gobierno es
hacer vieja política. El verdadero fin de la política es la justicia y la plenitud vital de la
sociedad.
Esta idea le llevará a desmarcarse de los partidos políticos tradicionales, que debaten
sobre las distintas formas de gobierno, de la batalla “republicanos vs monárquicos”. Ortega se
desmarca radicalmente de este planteamiento. La nueva política es una discusión sobre cómo
reactivar la vitalidad histórica del sujeto de la política, que es la nación, la raza, no la discusión
sobre las formas de gobierno.
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España invertebrada.
La nación, según Renan, es el deseo de vivir juntos, la posesión de una herencia común,
la aceptación de esta herencia. Lo que dirá ortega es que lo que vertebraría la nación es una
minoría rectora, pero sobre todo la aceptación por parte de la masa de que es una minoría la que
debe ordenar la nación, esto es, de que es masa. Primero se formaría una minoría selecta y luego
se debería hacer una aceptación de la masa de que lo es.
En todas las capas sociales hay una masa y una élite, por lo que esta no se debe formar
en función de estas capas, sino atendiendo a otros caracteres. La aristocracia es la que está
llamada a desempeñar esta función ejemplarizante y, por tanto, vertebradora.
Es un texto que está unido a El tema de nuestro tiempo, son dos caras de una misma
moneda.
Es uno de los pilares de la nueva filosofía social y política del s. XX, que anuncia
problemas que se tratarán casi desde que se publica. Se inicia una reflexión política de los años
20, es la matriz del pensamiento sobre los cambios en la forma de vida de estos tiempos. Sin las
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aportaciones de Ortega no se pueden pensar otras corrientes posteriores, como el
estructuralismo, el reaccionarismo francés, la izquierda consumista americana… entre otros.
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Tener ideas es tener motivos, una justificación sobre aquello de lo que hablamos.
Cuando hablamos sin saber, emitimos opiniones. Las normas son las que rigen la convivencia,
por eso son importantes para poder convertirnos en hombres excelentes. Para poder construir
una sociedad con estas normas rectoras, son necesarias las ideas.
Primitivismo y técnica.
Ortega cree que debemos corregir la noción de progreso. En el momento en que vive,
hay una amenaza fuerte de involución. El crecimiento de posibilidades de la vida es capaz de
anularse a sí misma. Al hombre no le importan los orígenes ni quiere ni pretende mostrar
gratitud, este es el primer retroceso histórico.
La técnica es, al final, ciencia, y esta es imposible que siga existiendo si no despierta
interés por sí misma, interés que depende de la cultura. Al hombre masa ya no le importan estas
cosas, no atiende a razones. Ortega diagnostica una desproporción entre los beneficios de los
avances y el interés por el origen de estos.
Primitivismo e historia.
Los individuos no siguen el ritmo al que la época avanza. Se empieza a perder la cultura
histórica desde el s. XIX. Quien aspira a una nueva realidad debe hacer un análisis de la
historia. El primitivismo es propio del hombre masa, y es por esto que, al ser una gran parte de
la sociedad, triunfa. Una evolución debe venir de una conciencia histórica para evitar los errores
cometidos y no erigirse como una época anacrónica.
Hace una comparación con lo familiar: hasta el comportamiento más deleznable se deja
pasar. El hombre masa actúa igual ante la sociedad, es un “señorito mimado”. Al entender los
derechos naturales como algo dado, nos olvidamos del esfuerzo que supone vivir. El hombre
europeo tiene que ser liberal: el destino no es hacer lo que tenemos ganas de hacer, sino hacerlas
aunque no tengamos ganas, negar el destino es ser parásito.
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