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Antigua Roma

Bandera de la Antigua Roma

Ubicación:

Se formó en el siglo VIII a. C. a partir de la agrupación de varios pueblos de


la Italia central. Roma se expandió más allá de la península itálica y, desde el
siglo I hasta el siglo V, dominó el mundo mediterráneo y la Europa
Occidental mediante la conquista y la asimilación de las élites locales.

El Imperio romano en el año 117, cuando alcanzó su máxima extensión, bajo el


gobierno de Trajano.
Fundación según la leyenda:

Según la leyenda, la fundación de Roma en el año 753 a. C. se debió a los


hermanos Rómulo y Remo, quienes habían sido amamantados por la
loba Luperca.

Según la tradición romana, Rómulo (c. 771 a. C.-c. 716 a. C.) y su hermano
gemelo Remo (c. 771 a. C.-c. 753 a. C.) fueron los fundadores de Roma y
del Senado romano. Parte sustancial de la investigación sigue siendo escéptica
frente a esta tradición, fijando el origen de la ciudad a finales del siglo VIII a. C.2
Las posibles bases históricas para la narración mitológica en su conjunto
permanecen confusas y a debate.
Numitor era el rey de una ciudad de Lacio llamada Alba Longa. Fue destronado
por su hermano Amulio, quien lo expulsó de la ciudad y procedió a matar a
todos sus hijos varones excepto a su única hija Rea Silvia. Como no quería que
Rea Silvia tuviera hijos, la obligó a dedicarse al culto de Vesta, asegurándose de
esta forma de que iba a permanecer virgen.
Rea Silvia se encontraba durmiendo a la orilla de un río y el dios Marte se
quedó prendado de ella, la poseyó y la dejó embarazada. Como resultado tuvo
dos gemelos a los que llamó Rómulo y Remo. Antes de que el rey Amulio se
enterara del suceso, colocó a sus hijos en una cesta en el río Tíber para que no
sufrieran el mismo destino que sus tíos. La cesta embarrancó y los pequeños
fueron amamantados por una loba, Luperca, y más tarde recogidos por el
pastor Fáustulo y cuidados por su mujer, Aca Larentia. Se decía que habían sido
educados en Gabio, localidad del Lacio; más tarde estos decidieron fundar
Roma.
La fundación según la historiografía:
La ciudad de Roma surgió de los asentamientos de
tribus latinas, sabinas y etruscas, situándose los primeros habitantes de Roma
en las siete colinas (Celio, Campidoglio, Esquilino, Viminale, Quirinale, Palatina y
Aventina) en la confluencia entre el río Tíber y la Vía Salaria, a 28 km del mar
Tirreno. En este lugar el Tíber tiene una isla donde el río puede ser atravesado.
Debido a la proximidad del río y del vado, Roma estaba en una encrucijada de
tráfico y comercio. Los historiadores romanos dataron la fundación en
753 a. C., y desde esa fecha contaron su edad o calendario particular. Sin
embargo, también existe una teoría crítica de la fundación de Roma aparte de
la teoría legendaria. La teoría crítica, sostenida por muchos autores viene a
decir que Roma surge a partir del forum romanum
Monarquía electiva (753-509 a. C.):

Mapa de la Roma monárquica

La Monarquía romana fue el periodo más antiguo de la historia de la Antigua


Roma durante el cual el Estado romano estuvo gobernado por reyes.
Tradicionalmente comenzó con la propia fundación de la ciudad de
Roma por Rómulo el 21 de abril del año 753 a. C. y terminó con la expulsión del
último rey en el año 509 a. C. que dio paso a la instauración de la República
romana. La historiografía moderna ha puesto en duda muchas veces estas
fechas aportando pruebas arqueológicas o aduciendo razones históricas y
lingüísticas.
Problemática histórica de la monarquía romana
Las crónicas tradicionales de la historia romana, que han llegado hasta la
actualidad a través de autores clásicos como Tito
Livio, Plutarco, Virgilio, Dionisio de Halicarnaso y otros, cuentan que en los
primeros siglos de la vida de Roma hubo una sucesión de siete reyes. La
cronología tradicional, narrada por Varrón, arroja la cifra de 243 años de
duración total para estos reinados, es decir, un promedio de 35 años por
reinado (mucho mayor que el de cualquier dinastía documentada), aunque ha
sido desestimada actualmente, desde los trabajos de Barthold Georg Niebuhr.
Los galos, liderados por Breno, saquearon Roma tras su victoria en la batalla de
Alia en el 390 a. C. (Polibio da la fecha del 387 a. C.), de forma que todos los
registros históricos de la ciudad resultaron destruidos, incluyendo aquellos de
las fases más antiguas, por lo que las fuentes posteriores han de tomarse con
cautela. Las crónicas tradicionales analizan las evidencias arqueológicas de los
inicios de Roma, que, no obstante, coinciden en señalar su poblamiento a
mediados del siglo VIII a. C.
En algún momento desconocido de la etapa monárquica de su historia, Roma
cayó bajo el control de los reyes etruscos. Los reinados de los primeros
monarcas son bastante sospechosos, debido a la larga duración media de los
mismos y al hecho añadido de que algunos parecen estar redondeados en torno
a los 40 años de duración. Este curioso dato, que incluso destaca más
comparado con los reinados de la actualidad en que la esperanza de vida es
mayor, quedaba explicado en las tradiciones romanas debido a que la mayoría
de los reyes habían sido cuñados de su predecesor.
Antes de su etapa republicana, Roma fue una monarquía gobernada por reyes
(en latín, rex, pl. reges). Todos los reyes, excepto Rómulo (por haber sido el
fundador de la ciudad), fueron elegidos por la gente de Roma para gobernar de
forma vitalicia, y ninguno de ellos usó la fuerza militar para acceder al trono.
Aunque no hay referencias sobre su línea hereditaria sobre los primeros cuatro
reyes, a partir del quinto rey, Tarquinio Prisco, la línea de sucesión fluía a
través de las mujeres de la realeza. En consecuencia, los historiadores antiguos
afirman que el rey era elegido por sus virtudes y no por su ascendencia.
Los historiadores clásicos de Roma hacen difícil la determinación de los poderes
del rey, ya que refieren que el monarca posee los mismos poderes de
los cónsules. Algunos escritores modernos creen que el poder supremo de
Roma residía en las manos del pueblo, y el rey solo era la cabeza ejecutiva
del Senado romano, aunque otros creen que el rey poseía los poderes de
soberanía y el Senado tenía correcciones menores sobre sus poderes.
Lo que se conoce con certeza es que solo el rey poseía el derecho
de auspicium, la capacidad para interpretar los designios de los dioses en
nombre de Roma como el jefe de augures, de forma que ningún negocio
público podía realizarse sin la voluntad de los dioses, dada a conocer mediante
los auspicios. El rey era por tanto reconocido por el pueblo como la cabeza de
la religión nacional, el jefe ejecutivo religioso y el mediador ante los dioses, por
lo cual era reverenciado con temor religioso. Tenía el poder de controlar
el calendario romano, dirigir las ceremonias y designar a los cargos religiosos
menores. Fue Rómulo quien instituyó el cuerpo de augures, siendo él mismo
reconocido como el más destacado de entre todos ellos, de la misma forma
que Numa Pompilio instituyó los pontífices, atribuyéndosele la creación
del dogma religioso de Roma.
Más allá de su autoridad religiosa, el rey era investido con la autoridad militar y
judicial suprema mediante el uso del imperium. El imperium del rey era vitalicio
y siempre lo protegía de ser llevado a juicio por sus acciones. Al ser el único
dueño del imperium de Roma en esta época, el rey poseía autoridad militar
indiscutible como comandante en jefe de todas las legiones romanas. De la
misma forma, las leyes que salvaguardaban a los ciudadanos de los abusos
cometidos por los magistrados con imperium aún no existían durante la etapa
monárquica.
El imperium del rey le otorgaba tanto poderes militares como la capacidad de
emitir juicios legales en todos los casos, al ser el jefe judicial de Roma. Aunque
podía designar pontífices para que actuasen como jueces menores en algunos
casos, solo él tenía la autoridad suprema en todos los casos expuestos ante él,
tanto civiles como criminales, tanto en tiempo de guerra como de paz. Un
consejo asistía al rey durante todos los juicios, aunque sin poder efectivo para
controlar las decisiones del monarca. Mientras algunos autores sostienen que
no había apelación posible a las decisiones del rey, otros opinan que cualquier
propuesta de apelación podía ser llevada ante el rey por un patricio, mediante
la reunión de la Asamblea de la Curia.
Otro de los poderes del rey era la capacidad para designar o nombrar cargos u
oficios, entre ellos el de tribunus celerum que ejercía tanto de tribuno de
los Ramnes (romanos), como de comandante de la guardia personal del rey, un
cargo equiparable al de prefecto del pretorio existente durante el Imperio
romano. Este cargo era el segundo al mando tras el propio monarca, y poseía la
potestad de convocar la Asamblea de la Curia y dictar leyes sobre ella.
El tribunus celerum debía abandonar su mandato a la muerte del monarca.
Otro cargo designado por el rey era el prefecto urbano, que actuaba como el
guardián de la ciudad. Cuando el rey se hallaba ausente de Roma, este cargo
recibía todos los poderes y capacidades del rey, hasta el punto de acaparar
el imperium mientras se hallase dentro de la ciudad. Otro privilegio exclusivo
del rey era el de designar a los patricios para que actuasen como senadores en
el Senado.
Bajo el gobierno de los reyes, el Senado y la Asamblea de la Curia tenían en
verdad poco poder y autoridad. No eran instituciones independientes, en el
sentido de que solo podían reunirse, y de forma conjunta, por orden del rey, y
solo podían discutir los asuntos de estado que el rey había expuesto
previamente. Mientras que la Asamblea curiada tenía al menos el poder de
aprobar leyes cuando el rey así lo concedía, el Senado era el consejo de honor
del rey y podía aconsejar al rey sobre sus actos, pero no imponerle sus
opiniones. La única ocasión en que el rey debía contar expresamente con la
aprobación del Senado era en caso de declarar la guerra a una nación
extranjera.
La elección del rey
Una vez que el rey fallecía, Roma entraba en un periodo de interregnum. El
Senado podía congregar y designar un interrex durante un corto periodo
(normalmente, menos de un año) para poder mantener los auspicia sagrados
mientras el trono estuviera vacante; en vez de nombrar un solo interrex, el
Senado nombraba varios que se sucedían en el tiempo, por lo general 5 días,
hasta que se nombraba a un nuevo monarca. Cuando el interrex designaba a
un candidato para ostentar la diadema real, presentaba al mismo ante el
Senado, el cual examinaba al candidato y, si aprobaba su candidatura, esto era
la creatio, el interregno debía congregar a la Asamblea curiada y servir como su
presidente durante la elección del rey.
Una vez propuesto a la Asamblea curiada, el pueblo romano podía aceptar o
rechazar al candidato. Si aceptaba, el rey electo aún no podía asumir el trono
de forma inmediata, sino que debían sucederse otros dos pasos más antes de
ser investido con la autoridad y el poder reales. En primer lugar, debía obtener
la aquiescencia divina, siendo convocados los dioses mediante los auspicios, ya
que el rey había de ser el sumo sacerdote de Roma. Esta ceremonia era dirigida
por un augur, quien conducía al rey electo hasta la ciudadela, donde el augur
sentaba al rey en un sitial de piedra, mientras el pueblo esperaba a sus pies. Si
era encontrado digno para el reinado, el augur anunciaba que los dioses habían
mostrado señales favorables, confirmando de esta forma el carácter sagrado
del rey.
El segundo paso que debía llevarse a cabo era la concesión del imperium al
nuevo rey. El anterior voto de la Asamblea curiada solo había determinado
quién podía ser rey, y no era válido para otorgar los poderes precisos del rey
sobre el candidato electo. Por tanto, el mismo rey proponía a la Asamblea
curiada una ley (lex curiata de imperio) por la cual obtenía el imperium, que era
concedido al monarca mediante el voto favorable de la misma. La razón para
este doble voto de la Asamblea curiada no está muy clara. El imperium solo
podía ser conferido a la persona que los dioses habían hallado favorable, siendo
por tanto necesario determinar primero quién había de ser la persona que era
capaz de obtener el imperium, y cuando los dioses se mostrasen favorables al
candidato, habría de concedérsele el imperium mediante un voto espe

Reyes de Roma
Rómulo

Rómulo y Remo bajo la Loba Capitolina

Rómulo no solo fue el primer rey romano, sino también su fundador, junto a su
gemelo Remo. En el año 753 a. C., ambos comenzaron a construir la ciudad
junto al Monte Palatino, cuando, según la leyenda, Rómulo mató a Remo por
haber atravesado sacrílegamente el pomerium. Tras la fundación de la urbe,
Rómulo invitó a criminales, esclavos huidos y exiliados para darles asilo en la
nueva ciudad, llegando así a poblar cinco de las siete colinas de Roma. Para
conseguir esposas a sus ciudadanos, Rómulo invitó a los sabinos a un festival,
donde raptó a las mujeres sabinas y las llevó a Roma. Luego de la consiguiente
guerra con los sabinos, Rómulo unió a los sabinos y a los romanos bajo el
gobierno de una diarquía junto con el líder sabino Tito Tacio.
Rómulo dividió a la población de Roma entre hombres fuertes y aquellos no
aptos para combatir. Los combatientes constituyeron las primeras legiones
romanas, mientras que el resto se convirtieron en los plebeyos de Roma, y de
todos ellos, Rómulo seleccionó a 100 de los hombres de más alto linaje como
senadores. Estos hombres fueron llamados Patres, y sus descendientes serían
los patricios, la nobleza romana. Tras la unión entre romanos y sabinos, Rómulo
agregó otros 100 hombres al Senado.
También, bajo el reinado de Rómulo, se estableció la institución de los augures
como parte de la religión romana, así como la Comitia Curiata. Rómulo dividió a
la gente de Roma en tres tribus: romanos (ramnes), sabinos (titios) y el resto
(luceres). Cada tribu elegía a diez coviriae (curias, comunidad de varones),
aportando además 100 caballeros y 10 centurias de infantes cada una,
conformando así la primera legión de 300 jinetes y 3000 infantes.
Ocasionalmente podía convocarse una segunda legión en caso de urgencia.
Después de 37 años de reinado, Rómulo había librado numerosas guerras,
extendiendo la influencia de Roma por todo el Lacio y otras áreas circundantes.
Pronto sería recordado como el primer gran conquistador, así como uno de los
hombres más devotos, de la historia de Roma. Tras su muerte a los 54 años de
edad, fue divinizado como el dios de la guerra Quirino, honrado no solo como
uno de los tres dioses principales de Roma, sino también como la propia ciudad
de Roma divinizada.
Numa Pompilio
Tras la muerte de Rómulo, el reinado de la ciudad recayó sobre el sabino Numa
Pompilio. Si bien en un principio no deseaba aceptar la dignidad real, su padre
lo convenció para que aceptara el cargo, para servir así a los dioses. Recordado
por su sabiduría, su reinado estuvo marcado por la paz y la prosperidad.
Numa reformó el calendario romano, ajustándolo para el año solar y lunar,
añadiendo además los meses de enero y febrero hasta completar los doce
meses del nuevo calendario. Instituyó numerosos rituales religiosos romanos,
como el de los salii, designando además un flamen maioris como sacerdote
supremo de Quirino, el flamen Quirinalis. Organizó el territorio circundante de
Roma en distritos, para una mejor administración, y repartió las tierras
conquistadas por Rómulo entre los ciudadanos, a la vez que se le atribuye la
primera organización de la ciudad en gremios u oficios.
Numa fue recordado como el más religioso de todos los reyes, por encima
incluso del propio Rómulo. Bajo su reinado se erigieron templos a Vesta y Jano,
se consagró un altar en el Capitolio al dios de las fronteras Terminus, y se
organizaron los flamines, las vírgenes vestales de Roma y los pontífices, así
como el Collegium Pontificum. La tradición cuenta que durante el gobierno de
Numa un escudo de Júpiter cayó desde el cielo, con el destino de Roma escrito
en él. El rey ordenó hacer once copias del mismo, que fueron reverenciadas
como sagradas por los romanos.
Como hombre bondadoso y amante de la paz, Numa sembró ideas de piedad y
de justicia en la mentalidad romana. Durante su reinado, las puertas del templo
de Jano estuvieron siempre cerradas, como muestra de que no había
emprendido ninguna guerra a lo largo de su mandato. Tras 43 años de reinado,
la muerte de Numa ocurrió de forma pacífica y natural.
Tulo Hostilio
Hijo de Hersilia (que llegó a ser esposa de Rómulo) y Hostio Hostilio, Tulo
Hostilio fue muy parecido a Rómulo en cuanto a su carácter guerrero,24 y
completamente opuesto a Numa debido a su falta de atención hacia los dioses.
Tulio fomentó varias guerras contra Alba Longa, Fidenas y Veyes, de forma que
Roma obtuvo así nuevos territorios y mayor poder. Fue durante el reinado de
Tulio cuando Alba Longa fue completamente destruida, siendo toda su
población esclavizada y enviada a Roma. De esta forma, Roma se impuso a su
ciudad materna como el poder hegemónico del Lacio.25
Tanto deseaba Tulio nuevas guerras que incluso fomentó otro conflicto contra
los sabinos, de forma que puede decirse que fue durante su reinado cuando el
pueblo romano adquirió los deseos de nuevas conquistas a costa de la paz. El
rey sostuvo tantas guerras que descuidó la atención a las divinidades, por lo
cual, según sostiene la leyenda, una plaga se abatió sobre Roma, hallándose el
propio rey entre los afectados. Cuando Tulio solicitó la ayuda de Júpiter, el dios
respondió con un rayo que redujo a cenizas tanto al monarca como a su
residencia.
A pesar de su naturaleza beligerante, Tulio Hostilio seleccionó a un tercer grupo
de individuos que llegaron a pertenecer a la clase patricial de Roma, elegidos
de entre todos aquellos que habían llegado a Roma buscando asilo y una nueva
vida. También erigió un nuevo edificio para albergar al Senado, la Curia, que
existió durante cinco siglos tras la muerte del rey, cuyo reinado llegó a su fin
tras 32 años de duración.
Anco Marcio

Crecimiento de la antigua Roma

Tras la misteriosa muerte de Tulo, los romanos eligieron al sabino Anco Marcio,
un personaje pacífico y religioso, para que los gobernase como nuevo rey. Era
nieto de Numa Pompilio y, como su abuelo, apenas extendió los límites de
Roma, luchando tan solo en defensa de los territorios romanos cuando fue
preciso. Fue quien construyó la primera prisión romana en la colina del
Capitolio.
Durante su reinado se fortificó el Janículo, en la ribera occidental del Tíber, para
así brindar mayor protección a la ciudad por ese flanco, construyéndose
asimismo el primer puente sobre el río. Otras de las obras del rey fue la
construcción del puerto romano de Ostia en la costa del Tirreno, así como las
primeras factorías de salazón, aprovechando la ruta tradicional del comercio de
sal (la Vía Salaria) que abastecía a los ganaderos sabinos. El tamaño de la
ciudad se incrementó gracias a la diplomacia ejercida por Anco, que permitió la
unión pacífica de varias aldeas menores en alianza con Roma. Gracias a este
método, consiguió el control de los latinos, realojándolos en el Aventino, y
consolidando así la clase plebeya de Roma.
Tras 24 años de reinado murió posiblemente de muerte natural, como su
abuelo antes que él, siendo recordado como uno de los grandes pontífices de
Roma. Fue el último de los reyes latino-sabinos de Roma.
Tarquinio Prisco
Tarquinio Prisco fue el quinto rey de Roma, y el primero de origen etrusco,
presumiblemente de ascendencia corintia. Tras emigrar a Roma, obtuvo el favor
de Anco, quien lo adoptó como su hijo. Al ascender al trono, libró varias
guerras victoriosas contra sabinos y etruscos, doblando así el tamaño de Roma
y obteniendo grandes tesoros para la ciudad.
Una de sus primeras reformas fue añadir 100 nuevos miembros
al Senado procedentes de las tribus etruscas conquistadas, por lo que el
número de senadores ascendió a un total de 300. También amplió el ejército,
duplicando el número de efectivos hasta 6000 infantes y 600 jinetes. Utilizó el
gran botín obtenido en sus campañas militares para construir grandes
monumentos en Roma. Entre estas obras destaca el gran sistema
de alcantarillado de la ciudad, la Cloaca Máxima, cuyo fin fue drenar las aguas
de un pequeño arroyo del Tíber que solían estancarse en los valles situados
entre las colinas de Roma. En el lugar de las antiguas marismas, Prisco inició la
construcción del Foro Romano. Otra de las innovaciones del rey fue la creación
de los Juegos Romanos.
El más célebre de sus proyectos de construcción fue el Circo Máximo, un gran
estadio que albergaba carreras de caballos, que es hasta la fecha el mayor de
todos los erigidos en el mundo. Prisco continuó el Circo Máximo con la
construcción de un templo-fortaleza sobre la colina del Capitolio, consagrado al
dios Júpiter. Desgraciadamente, fue asesinado tras 38 años de reinado por los
hijos de su predecesor, Anco Marcio, antes incluso de que el templo estuviera
acabado. Su reinado es recordado además por haber introducido los símbolos
militares romanos y los cargos civiles, así como por la celebración del
primer triunfo.
Servio Tulio

Las cuatro regiones de Roma establecidas por Servio Tulio

Tras la muerte de Prisco, su yerno Servio Tulio le sucedió en el trono, siendo el


segundo rey de origen etrusco que gobernaba Roma. Como su suegro
anteriormente, Servio libró varias guerras victoriosas contra los etruscos. Utilizó
el botín obtenido en sus campañas para erigir las primeras murallas que
cercaran las siete colinas romanas sobre el pomerium, las llamadas murallas
servianas. También realizó cambios en la organización del ejército romano.
Alcanzó renombre por desarrollar una nueva constitución para los romanos, con
mayor atención a las clases ciudadanas. Instituyó el primer censo de la historia,
dividiendo a las gentes de Roma en cinco clases económicas, creando además
la Asamblea centuriada. Utilizó asimismo el censo para dividir la ciudad en
cuatro tribus urbanas, basadas en su ubicación espacial dentro de la ciudad,
estableciendo la Asamblea tribal. Su reinado también destacó por la edificación
del templo de Diana en la colina del Aventino.
Las reformas de Servio supusieron un gran cambio en la vida romana: el
derecho a voto fue establecido con base en la riqueza económica, por lo cual
gran parte del poder político quedó reservado a las élites romanas. Sin
embargo, con el tiempo Servio favoreció gradualmente a las clases más
desfavorecidas, para obtener de esta forma un mayor apoyo de entre los
plebeyos, por lo cual su legislación puede definirse como insatisfactoria para la
clase patricial. El largo reinado de 44 años de Servio Tulio finalizó con su
asesinato en una conspiración urdida por su propia hija Tulia y su marido
Tarquinio, su sucesor en el trono.
Tarquinio el Soberbio
El séptimo y último rey de Roma fue Tarquinio el Soberbio. Hijo de Prisco y
yerno de Servio, Tarquinio también era de origen etrusco. Fue durante su
reinado cuando los etruscos alcanzaron la cúspide de su poder. Tarquinio usó la
violencia, el asesinato y el terror para mantener el control sobre Roma como
ningún rey anterior los había utilizado, derogando incluso muchas reformas
constitucionales que habían establecido sus predecesores. Su mejor obra para
Roma fue la finalización del templo a Júpiter, iniciado por su padre Prisco.
Tarquinio abolió y destruyó todos los santuarios y altares sabinos de la Roca
Tarpeya, enfureciendo de esta forma al pueblo romano. El punto crucial de su
tiránico reinado sucedió cuando permitió la violación de Lucrecia, una patricia
romana, por parte de su propio hijo Sexto. Un pariente de Lucrecia y sobrino
del rey, Lucio Junio Bruto (antepasado de Marco Junio Bruto), convocó al
Senado, que decidió la expulsión de Tarquinio en el año 510 a. C. Tarquinio
pudo haber recibido entonces la ayuda de Lars Porsena, quien no obstante
ocupó Roma para su propio beneficio. Tarquinio huyó entonces a la ciudad
de Túsculo y posteriormente a Cumas, donde moriría en el año 495 a. C. Esta
expulsión supuso el fin de la influencia etrusca tanto en Roma como en el Lacio,
y el establecimiento de una constitución republicana.
Tras la expulsión de Tarquinio, que había reinado 25 años, el Senado decidió
abolir la monarquía, convirtiendo a Roma en una república en el año 509 a. C..
Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquinio Colatino, sobrino de Tarquinio y viudo de
Lucrecia, se convirtieron en los primeros cónsules del nuevo gobierno de Roma,
el que a la larga lograría la conquista de casi todo el mundo mediterráneo, y
que perduró durante casi quinientos años hasta la ascensión de Julio
César y César Augusto.

Roma republicana (509-27 a. C.):


La República romana (En latín: Rēs pūblica Populī Rōmānī, Rōma o Senātus
Populusque Rōmānus) fue un periodo de la historia de Roma caracterizado por
el régimen republicano como forma de estado, que se extiende desde
el 509 a. C., cuando se puso fin a la Monarquía romana con la expulsión del
último rey, Lucio Tarquinio el Soberbio, hasta el 27 a. C., fecha en que tuvo su
inicio el Imperio romano con la designación
de Octaviano como princeps y Augusto.
La República romana consolidó su poder en el centro de Italia durante el siglo
V a. C. y, entre los siglos IV y III a. C., se impuso como potencia dominante de
la península itálica, sometiendo y unificando a los demás pueblos itálicos.34 y
enfrentándose a las polis griegas del sur de la península.5 En la segunda mitad
del siglo III a. C. proyectó su poder fuera de Italia, lo que la llevó a una serie de
enfrentamientos con las otras grandes potencias del Mediterráneo, en los que
derrotó a Cartago y Macedonia, anexionándose sus territorios.
En los años siguientes, siendo ya la mayor potencia del Mediterráneo, se
expandió su poder sobre las polis griegas; el reino de Pérgamo fue incorporado
a la República y en el siglo I a. C. conquistó las costas de Oriente Próximo,
entonces en poder del Imperio seléucida y de los piratas cilicios. Durante el
periodo que abarca el final del siglo II a. C. y el siglo I a. C., Roma experimentó
grandes cambios políticos, provocados por una crisis consecuencia de un
sistema acostumbrado a dirigir solo a los romanos y no adecuado para
controlar un gran imperio. En este tiempo se intensificó la competencia por
las magistraturas entre la aristocracia romana, creando irreconciliables
fracturas políticas que sacudirían a la República con tres grandes guerras
civiles; estas guerras terminarían destruyendo la República, y desembocando
en una nueva etapa de la historia de Roma: el Imperio romano.
Primeras campañas italianas (509-396 a. C.)

Ubicación de los pueblos y las ciudades en las cercanías de Roma.

Los Dioscuros luchando en la batalla del lago Regilo, ilustración de J.R.


Weguelin para el libro Lays of Ancient Rome, de Thomas Macaulay.

Las primeras guerras de la República romana fueron de expansión y defensa,


en el sentido de defenderla de las ciudades y naciones vecinas y establecer su
territorio en la región Inicialmente, los vecinos inmediatos de Roma eran
ciudades y pueblos latinos, o incluso tribus sabinas en las colinas de
los Apeninos y más allá. Según un tratado entre Roma y Cartago fechado en
509 a. C. y conservado por el historiador griego Polibio, en los primeros años de
la república, los romanos no solo mantuvieron varias posesiones en Lacio, sino
que también intercedieron por los latinos. Todo indica que tal tratado
representa un intento del nuevo régimen romano de lograr el reconocimiento y,
al mismo tiempo, reafirmar la hegemonía romana en Lacio. Sin embargo, los
latinos, aprovechando la fragilidad temporal de Roma, se unieron en torno a
una Liga latina renovada, en la que los romanos fueron excluidos. Esto pronto
los conduciría a un conflicto que culminó en la batalla del lago Regilo en
499 a. C. o 496 a. C., en el que los latinos fueron derrotados. Esta victoria
resultó en el tratado de Casio —Foedus Cassianum— de 494/493 a. C., escrito
por el cónsul Espurio Casio.
En el siglo V a. C., Lacio se convirtió en el blanco de incursiones de
sabinos, ecuos y volscos, en el contexto de la expansión de las poblaciones de
los Apeninos centrales y meridionales. Los sabinos, que fueron documentados
esporádicamente a mediados del siglo V a. C., no fueron considerados una
amenaza potencial, a diferencia de los ecuos y los volscos que incluso
amenazarían a Roma como revela la historia romántica de Cayo Marcio
Coriolano. Tales incursiones llevarían a los romanos a realizar, en el 486 a. C.,
una alianza tripartita con latinos y hérnicos. Además, se enfrentaron a los
invasores en la batalla del Monte Álgido en el 458 a. C., donde lograron una
victoria decisiva contra los ecuos, y en la batalla de Corbión en el 446 a. C.,
donde derrotaron a los volscos y a los ecuos; ese mismo año, también
derrotaron, en la batalla de Aricia, una invasión de los auruncos.
El siglo V a. C. también vio el antagonismo entre los romanos y la ciudad-estado
etrusca de Veyes. Esta se encontraba a c. 15 kilómetros de Roma, en una
meseta rocosa, desde la que controlaba una zona que se extendía por la
margen derecha del Tíber hasta la costa. Todo indica que el conflicto se generó
por el interés de ambas potencias regionales por el control de los arroyos
salados de la desembocadura del río y de las rutas comerciales que se
internaban en el interior del valle del Tíber. A lo largo del siglo se reportaron
varios conflictos, entre ellos los más importantes son la batalla del Crémera del
477 a. C., en el que fueron derrotados los romanos, la captura de Fidenas en
435 a. C., un almacén de Veyes, y el sitio de Veyes a partir del 396 a. C., que
terminaría con la conquista y destrucción de la ciudad.
Invasión celta de Italia (390–387 a. C.)

Breno y su parte del botín, por Paul Jamin.


Hacia el 390 a. C., varias tribus galas comenzaron a invadir Italia desde el norte
a medida que la cultura celta se extendía por Europa. Los romanos fueron
advertidos de esto cuando la tribu particularmente belicosa de
los senones invadió la ciudad etrusca de Clusium. Clusium no estaba lejos de la
esfera de influencia romana y pidió ayuda, los romanos respondieron a la
llamada y los ejércitos se encontraron en la batalla del Alia c. 390-387 a. C., el
18 de julio. Los galos, bajo su jefe Breno, derrotaron al ejército romano, que se
componía de c. 15 000 soldados y comenzaron a perseguir a los supervivientes
hacia Roma, saqueándola antes de ser expulsados o comprados.
Expansión romana en Italia (343-282 a. C.)
Tras recuperarse del saqueo de Roma, los romanos organizaron, en el
378 a. C., la construcción de una gran muralla, de la que aún quedan vestigios.
Continuaron los ataques contra los volscos y los ecuos, se estableció las
colonias Sutri y Nepi —en algún momento después de la salida de los galos—
(385 a. C.), y Sezze (382 a. C.), se otorgó la ciudadanía a Tusculum en
381 a. C., y renovaron su tratado con los latinos y hernicos en 358 a. C. En el
354 a. C., los romanos firmaron un nuevo tratado con los samnitas y en
348 a. C., con Cartago.
Para el 343 a. C., el tratado entre romanos y samnitas se rompió y estalló
la primera guerra samnita. Disputada entre 343-341 a. C., habría sido causada
por invasiones samnitas en territorio romano, habiendo sido relativamente
breve: los romanos derrotaron a los samnitas en las batallas de Monte
Gauro, Satículo y Suessula en 343 a. C., pero se vieron obligados a retirarse de
la guerra cuando se concretó un levantamiento en varias ciudades latinas. Con
el final de la guerra, los romanos restablecieron su acuerdo con los samnitas.
En 340 a. C., ambos participaron en la segunda guerra latina contra los
rebeldes y sus aliados campanios, sidicinos, volscos y auruncos. Los romanos
los vencieron en la batalla del Vesubio y nuevamente en la batalla de Trifanum,
tras la cual las ciudades latinas fueron sometidas. El tratado de paz del
338 a. C. resultó en la desintegración de la Liga Latina, la sumisión de los
latinos como aliados independientes y la incorporación de los demás pueblos
directamente involucrados en el estado como comunidades semi-
independientes —municipium—

Territorio romano en 338 a. C.

La segunda guerra samnita, que ocurrió entre 327-304 a. C., fue motivada por
la fundación de la colonia romana de Fregellae en 328 a. C. Los romanos
tuvieron un éxito inicial en el 326 a. C., cuando el gobernante de Nápoles les
pidió ayuda para repeler a los samnitas que habían capturado la ciudad.
Después de una lucha inconclusa, los romanos se vieron obligados a rendirse
en la batalla de las Horcas Caudinas en el 321 a. C. Se firmó una tregua en la
que se concedió Fregelas y se interrumpieron las hostilidades hasta el 316 a. C.
En el 316 a. C., el conflicto se reanudó con una invasión samnita a Lacio, y los
romanos fueron derrotados en la batalla de Lautulae en 315 a. C. El año
siguiente, después de saquear el territorio latino de Ardea, los samnitas fueron
derrotados y recuperaron Fregelas en 313 a. C. En 305 a. C., los samnitas
fueron derrotados en la batalla de Boviano, lo que provocó el fin del conflicto.
Durante la segunda guerra samnita, los romanos se vieron obligados a librar la
guerra en dos frentes. En el 311 a. C., una invasión liderada por las ciudades
de Etruria y Umbría fue repelida, con una expedición punitiva en marcha. En el
306 a. C., se reprimió una revuelta de parte de los hérnicos y su
capital, Anagni, fue incorporada como ciudad sin sufragio. Posteriormente, los
romanos lograron someter a los marrucinos, frentanos, marsos y vestinos, que
se convirtieron en aliados.
En el 304 a. C. se realizó un asedio en los territorios de los ecuos, que fueron
conquistados y dejaron de existir como pueblo independiente. En el 302 a. C.
se llevó a cabo una campaña en territorio etrusco. En 298 a. C., los samnitas se
levantaron de nuevo y derrotaron a los romanos en la batalla de Camerino,
iniciando la tercera guerra samnita. En 295 a. C., se envió un ejército samnita
al norte donde unieron fuerzas con los etruscos, Umbría y las tropas galas y se
enfrentaron a los romanos en la batalla de Sentino, sin embargo, la coalición
fue definitivamente derrotada. Como resultado de la derrota, los romanos
invadieron Samnio y lograron la paz en 290 a. C. Los samnitas fueron
sometidos como aliados y perdieron su independencia. Ese mismo año, el
cónsul Manio Curio Dentato subyugó a los latinos, que se hicieron ciudadanos
sin sufragio. Durante la siguiente década, los romanos lograron victorias contra
los galos y sometieron a etruscos y umbros como aliados.
Guerra pírrica (280-275 a. C.)

Esquema de los movimientos de Pirro y su ejército

Hacia el 280 a. C., con su posición asegurada en el centro de Italia, Roma se


involucró en los asuntos de las ciudades-estado griegas de la Magna Grecia,
primero ayudando a Turios contra un ataque de los lucanos y luego
protegiendo a Locros, Regio y Crotona. A medida que la presencia romana se
hacía más intensa, Tarento decidió actuar, enfrentándolos en la batalla de
Turios, del 280 a. C., que terminó con una victoria romana. Como consecuencia
del enfrentamiento, Taranto buscó la ayuda del rey Pirro de Epiro, que
desembarcó en Italia en el mismo año con 25 000 hombres y 20 elefantes de
guerra. En el primer conflicto, la batalla de Heraclea del 280 a. C., los epirotas
lograron una victoria. Más tarde, Pirro marchó hacia Roma, sin embargo, en las
cercanías de Anagni, prefirió retirarse hacia Ásculo, donde una nueva
batalla tomó forma y los romanos fueron derrotados.
A pesar de que había vencido a los romanos dos veces, las bajas de Pirro eran
elevadas y, para dejar su posición inestable, no recibió ayuda de otras
ciudades-estado griegas. En 278 a. C., el ejército epiroto invadió Sicilia, donde
los griegos pidieron ayuda a Pirro contra Cartago. Después de algunas
ganancias, regresó a Italia en 275 a. C., donde se enfrentó nuevamente a los
romanos en la batalla de Benevento, donde sufrió una derrota que lo llevó a
abandonar la península. Con la salida de Pirro, los romanos atacaron a la
Magna Grecia. Tarento fue sitiada y tomada en 272 a. C.
Guerras púnicas (264-146 a. C.)

Primera y segunda guerras púnicas.

La expansión fuera del territorio de la península italiana comenzó con


las guerras púnicas contra Cartago, una ciudad-estado fenicia ubicada en
el norte de África, que en el siglo III a. C. dominaba el comercio mediterráneo.
A partir de este momento comienza la etapa verdaderamente histórica de
Roma, cuyos hechos son documentados por el historiador griego Polibio, que
convivió con los protagonistas romanos del conflicto. La primera guerra
púnica comenzó en 264 a. C., cuando los asentamientos en Sicilia comenzaron
a apelar a las dos potencias, Roma y Cartago, para resolver los conflictos
internos. La guerra comenzó con batallas campales en Sicilia, pero el escenario
cambió a batallas navales alrededor de Sicilia y el norte de África. Antes de la
primera guerra púnica, los romanos no tenían armada. La nueva guerra en
Sicilia contra Cartago, una gran potencia naval, obligó a Roma a construir
rápidamente una flota y entrenar marineros.
Las primeras batallas navales fueron desastres catastróficos para Roma. Sin
embargo, después de entrenar a más marineros e invertir en mecanismos de
abordaje, una flota cartaginesa fue derrotada y siguieron más victorias. Los
cartagineses entonces contrataron a Jantipo, un general mercenario espartano,
para reorganizar y dirigir su ejército. Logró separar al ejército romano de su
base y restaurar la supremacía naval cartaginesa. Con sus capacidades navales
recién descubiertas, los romanos se enfrentaron a los cartagineses en una
nueva batalla, la batalla de las islas Egadas de 241 a. C., quienes fueron
derrotados. Privada de su armada y sin fondos para crear otra, Cartago pidió la
paz. Con la derrota cartaginesa, Roma se convirtió en la dueña de Sicilia. Poco
después, en la fragilidad, Cartago entraría en guerra contra sus mercenarios,
que se rebelaron. Aprovechando esta inestabilidad, los romanos
invadieron Córcega y Cerdeña y conquistaron ambas. Tras consolidar su
posición en las posesiones mediterráneas recién conquistadas, los romanos
marcharon hacia el norte de Italia, donde los galos volvieron a traer problemas.
En los años siguientes, expandieron sus dominios hacia el valle del Po,
alcanzando, en 222 a. C., Milán, y se inició la integración de la Galia Cisalpina a
la Italia romana.
«Por tanto, creo que Cartago debe ser destruida», frase atribuida a Catón el
Viejo.

La continua desconfianza entre Roma y Cartago condujo a nuevas hostilidades


en la segunda guerra púnica, cuando Aníbal, un miembro de la familia
noble cartaginesa, atacó Sagunto, una ciudad con vínculos diplomáticos con
Roma. Aníbal preparó entonces un ejército en Iberia y, en el 218 a. C., cruzó
los Alpes italianos con elefantes de guerra para invadir Italia. Asistido por las
tropas galas, logró derrotar a los romanos en dos batallas en el mismo año y
avanzar por la península. Continuando su marcha, se enfrentó a los romanos en
años posteriores, uno de ellos en Cannas, una de las mayores derrotas de la
historia romana. Después de Cannas, Aníbal obtuvo nuevas victorias y adquirió
territorios en el sur de Italia, además de ganarse la lealtad de varios pueblos
de Capua y Apulia. Además, logró forjar alianzas con antiguos aliados romanos,
incluido Tarento, hacia el 212 a. C., así como con el rey de Siracusa y Filipo V
de Macedonia. A pesar de haber firmado varias alianzas con las potencias
italianas, la situación de Aníbal comenzó a desmoronarse en los años
siguientes, especialmente por el cambio de táctica romana, que favoreció, más
que batallas abiertas, la lucha en una guerra de desgaste. Como resultado, los
romanos no solo retomaron gradualmente los territorios perdidos, sino que
incluso saquearon Siracusa en 211 a. C., aplastaron una revuelta general en
Sicilia e impidieron el avance cartaginés en Iberia mediante una serie de
expediciones. Además, lograron destruir por completo al ejército cartaginés que
había invadido Italia a través de los Alpes bajo Asdrúbal. Hacia el 204 a. C.
debido a que aún no pudieron expulsar a Aníbal de Italia, los romanos lanzaron
una expedición en África, con la intención de atacar Cartago. Tras derrotar a un
ejército cartaginés, Aníbal se vio obligado a regresar a África donde se enfrentó
a ellos en la batalla de Zama del 203 a. C., que terminó con una decisiva
victoria romana. Esto llevó a Cartago a pedir la paz.
Cartago nunca se recuperó después de la segunda guerra púnica y la tercera
guerra púnica que siguió fue en realidad una simple misión punitiva para acabar
con Cartago. Cartago estaba casi indefensa y cuando fue asediada ofreció la
rendición inmediata, cumpliendo con una serie de demandas romanas. Los
romanos se negaron a rendirse, exigiendo como condiciones complementarias
entregar la destrucción total de la ciudad y, viendo poco que perder, los
cartagineses se dispusieron a luchar. En la batalla de Cartago de 146 a. C., la
ciudad fue invadida después de un breve asedio y completamente destruida.
Macedonia, polis griegas e Iliria (229-146 a. C.)

Grecia c. 200 a. C.

En el 229 a. C., debido a la piratería practicada por los ilirios en el Adriático, los
romanos lanzaron una expedición a Iliria contra la reina Teuta. A esto le
siguieron dos guerras, la primera guerra ilírica entre 229-228 a. C. y
la segunda entre 220-219 a. C., que resultaron en la humillación de los ilirios y
la conquista romana de varias ciudades griegas en la costa. Estos hechos
afectaron a Filipo V de Macedonia, quien en el 215 a. C. se alió con Aníbal. En
respuesta, los romanos se aliaron con la Liga Etolia y comenzaron la primera
guerra macedónica (215-205 a. C.). Debido a que todavía estaban ocupados
con Aníbal en Italia, hicieron poco en este conflicto, que estuvo marcado por
operaciones limitadas, esencialmente dirigidas por los griegos. Temiendo ser
derrotados por el reducido número de tropas disponibles, optaron por la paz en
el 205 a. C.
Macedonia comenzó a invadir el territorio reclamado por las ciudades-estado
griegas en el 200 a. C. y estas pidieron ayuda a Roma. Le dio a Filipo un
ultimátum para que presentara varias partes de la Gran Macedonia y
abandonara sus proyectos en Grecia. Él se negó y los romanos declararon la
guerra, comenzando la segunda guerra macedónica. Finalmente, en 197 a. C.,
Filipo fue derrotado decisivamente en la batalla de Cinoscéfalas y se vio
obligado a aceptar un tratado favorable. En los años siguientes, los romanos
irían a la guerra contra Esparta, la Liga Etolia, los istrios, los iliros y la Liga
Aquea. Roma luego centró su atención en uno de los reinos griegos, el Imperio
seléucida, en Oriente. Una fuerza romana derrotó a los seléucidas en la batalla
de las Termópilas y los obligó a evacuar Grecia. Los romanos luego los
persiguieron más allá de Grecia, derrotándolos decisivamente en la batalla de
Magnesia.
En 179 a. C., Filipo murió y su hijo, Perseo, tomó el trono y mostró un
renovado interés por Grecia, por lo que Roma volvió a declarar la guerra a
Macedonia, iniciando la tercera guerra macedónica. Perseo inicialmente tuvo
algunos éxitos, sin embargo, los romanos respondieron enviando otro ejército
más fuerte. El segundo ejército consular derrotó decisivamente a los
macedonios en la batalla de Pidna en 168 a. C., haciéndolos capitular, lo que
puso fin a la guerra. El Reino de Macedonia se dividió en cuatro repúblicas
clientelistas. La cuarta guerra macedónica, librada entre 150-148 a. C., tuvo
como justificación la lucha contra el pretendiente al trono macedonio y el
intento de restaurar el antiguo reino. Los macedonios fueron rápidamente
derrotados en la segunda batalla de Pidna. La Liga Aquea eligió este momento
para rebelarse contra el dominio romano, pero fue derrotada. Corinto fue
sitiada y destruida en 146 a. C., el mismo año que la destrucción de Cartago, lo
que llevó a la rendición de la liga.
Expansión en Galia e Hispania (204-133 a. C.)

Representación simplificada de la conquista de Hispania.

Tras la derrota de los cartagineses durante la segunda guerra púnica, los


romanos pudieron reanudar su expansión por la Galia Cisalpina. Hacia el
203 a. C., conquistaron sistemáticamente la región, dominando las tribus
locales, fortaleciendo sus antiguas posesiones y estableciendo colonias latinas.
En el 187 a. C. construyeron la Vía Emilia, que acabó dando nombre a la región.
Hacia 178-177 a. C., lanzaron una expedición contra Istria y en 175 a. C.
marcharon contra las tribus de Liguria y los Apeninos del norte.
Paralelamente a la expansión de la Galia, los romanos emprendieron la
conquista gradual de Hispania. Con base en las provincias de Hispania
Citerior e Hispania Ulterior, ambas creadas en los antiguos territorios
cartagineses, se lanzaron expediciones hacia el interior. En 197 a. C., estalló
una revuelta en Hispania Ulterior y que pronto se extendió al territorio de las
tribus del interior. Estalló una guerra que no concluiría hasta el 179 a. C.,
cuando Tiberio Sempronio Graco pacificó la provincia y llegó a un acuerdo con
los celtíberos. Más tarde, entre el 154-138 a. C., los romanos entraron en
la guerra lusitana contra Viriato y las tribus lusitanas, que terminó con el
asesinato de este por 3 de sus compañeros; Paralelamente a la guerra con
Viriato, Roma enfrentó otra guerra, entre 153-151 a. C., contra los celtíberos.
En 143 a. C., estalló una rebelión liderada por los celtíberos, por lo que
ocasionaron una nueva guerra. Esta, concluida en 133 a. C., tuvo como
momento decisivo la destrucción romana de la ciudad de Numancia.
Disturbios internos (135-71 a. C.)
Entre 135-71 a. C., hubo tres revueltas contra el estado romano, conocidas
como las guerras serviles, la última de las cuales involucró entre 120 000 y
150 000 esclavos.151152 Además, en 91 a. C., estalló la guerra Social entre Roma
y sus antiguos aliados en Italia, conocidos colectivamente como socios (en
latín: socii), bajo la denuncia de que compartían los riesgos de las campañas
militares, pero no sus recompensas. A pesar de algunas derrotas como la de
la batalla del Lago Fucino, las tropas romanas derrotaron a las milicias itálicas
en un combate decisivo, entre las que destaca la batalla de Ásculo. Aunque
perdieron militarmente, los socios lograron sus objetivos con las proclamaciones
de la Ley Julia y la Ley Plaucia Papiria, que garantizaba la ciudadanía romana a
más de 500 000 itálicos. Los disturbios internos alcanzaron su etapa más grave
en las dos guerras civiles o marchas sobre Roma encabezadas por el
cónsul Sila a principios del 82 a. C. En la batalla de la Porta Collina, a las
puertas de Roma, un ejército comandado por Sila venció a un ejército
del senado romano y a sus aliados samnitas.
Amenaza celta (121 a. C.) y germánica (113-101 a. C.)

Ruta de los invasores cimbros y teutones.

Hacia el 125 a. C., los romanos iniciaron la conquista de la posterior provincia


de Galia Narbonense. En el proceso, entraron en contacto con dos tribus galas,
los alóbroges y los arvernos que los amenazaron en el 121 a. C. Después de
dos batallas exitosas, los galos fueron derrotados. Más tarde, en el 113 a. C.,
con la consolidación de la provincia recién adquirida, los romanos tuvieron que
hacer frente a una invasión de cimbros y teutones. A lo largo de los años de
conflicto, los romanos fueron derrotados un par de veces por los invasores,
notablemente en las batallas de Noreya del 112 a. C. y Arausio del 105 a. C.,
pero prevalecieron, especialmente con las victorias en las batallas de Aquae
Sextiae (102 a. C.) y Vercelas (101 a. C.).
Guerra de Jugurta (112-105 a. C.)
Roma había adquirido, al comienzo de las guerras púnicas, grandes extensiones
de territorio en África, que se consolidaron en los siglos siguientes. Muchos de
estos territorios fueron otorgados al Reino de Numidia, un estado en la costa
del norte de África aproximadamente en la Argelia moderna, a cambio de la
asistencia militar proporcionada en el pasado. La guerra de Jugurta de 111-
104 a. C. se libró entre Roma y Jugurta de Numidia y constituyó la última
pacificación romana del norte de África, después de lo cual Roma dejó de
expandirse en el continente tras alcanzar las barreras naturales del desierto y
las montañas. En respuesta a la usurpación del trono de Numidia por Jugurta,
un aliado romano desde las guerras púnicas, Roma intervino, aunque Jugurta
sobornó descaradamente a los romanos para que aceptaran su usurpación, y se
le concedió la mitad del reino. Después de más agresiones y nuevos intentos de
soborno, los romanos enviaron un ejército para deponerlo. Los romanos fueron
derrotados en la batalla de Suthul, pero ganaron en la batalla de Mutul, y
finalmente derrotaron a Jugurta en las batallas de Tala, Mulucha y Cirta.
Jugurta fue capturado no en batalla sino por traición, que puso fin a la guerra.
Conflictos con Mitridates (89-63 a. C.) y los piratas de Cilicia (67 a. C.)

Busto de Mitrídates VI.

Mitrídates VI fue el gobernante del Reino del Ponto, un gran estado en Asia
Menor, entre 120-63 a. C. Este antagonizó a Roma en la búsqueda de la
expansión de su reino, y los romanos parecían igualmente ansiosos por la
guerra y el botín y el prestigio que podían traer. Después de conquistar
Anatolia occidental, según fuentes romanas, Mitrídates ordenó la ejecución
de c. 80 000 romanos que vivían en su reino. La masacre habría sido la razón
oficial aducida para el inicio de las hostilidades en la primera guerra mitridática.
Hacia el 86 a. C., el general romano Sila obligó a Mitrídates a dejar Grecia tras
una victoria en Queronea. Como resultado de los disturbios políticos en Italia y
la necesidad de dejar el frente, Sila entró en negociaciones y logró la paz en el
85 a. C. La segunda guerra mitridática comenzó cuando Roma intentó anexar
el Reino de Bitinia como provincia. En la tercera guerra mitridática,
primero Lucio Licinio Lúculo y luego Pompeyo fueron enviados contra
Mitrídates. Finalmente fue derrotado por Pompeyo en la batalla del río Lico, y
después de derrotarlo, Pompeyo conquistó la mayor parte de Anatolia y toda
Siria, tomó Jerusalén e invadió el Cáucaso, sometiendo al Reino de Iberia y
estableciendo el control romano sobre Cólquida. Además, rodeó el territorio de
las provincias recién conquistadas con estados vasallos, entre ellos el Reino de
Capadocia.
El Mediterráneo había caído en este momento en manos de piratas,
principalmente de Cilicia. Los piratas no solo estrangularon las rutas marítimas,
sino que también saquearon muchas ciudades de la costa de Grecia y Asia.186
Pompeyo fue nombrado comandante de una fuerza naval para hacer campaña
contra ellos y en tres meses logró acabar con los piratas.
Las primeras campañas de César (59-50 a. C.)

Campañas de César en la Galia.

Durante su mandato como pretor en Hispania, Julio César derrotó a


los galos y lusitanos en diversas batallas. Después de un período consular, fue
nombrado gobernador proconsular de la Galia
Transalpina e Iliria (costa dálmata) por un período de cinco años. En esta
posición, buscó formas de convencer a los romanos de que aceptaran una
invasión de la Galia, recordandoles el saqueo galo de Roma y las invasiones de
los cimbros y teutones. Cuando los helvecios y los tigurinos comenzaron a
emigrar hacia las áreas cercanas a la Galia Transalpina, César tuvo su excusa
para comenzar sus guerras contra los galos, libradas entre el 58 y el 51 a. C.
Después de masacrar a los helvecios, César continuó una campaña larga,
ardua y costosa contra otras tribus a lo largo de la cordillera de las Galias,
muchas de las cuales habían luchado junto a Roma contra los helvéticos, y
anexó sus territorios para los de Roma. Plutarco dice que la campaña costó un
millón de vidas galas. Aunque feroces y capaces, los galos se vieron
obstaculizados por la desunión interna y cayeron en una serie de batallas
durante la década.
César derrotó a los helvecios en el 58 a. C. en las batallas de Arar y
de Bibracte, a los belgas en la batalla de Áxona, a los nervios en el 57 a. C. en
la batalla de Sabis, a los aquitanos, tréveros, téncteros, heduos y eburones en
batallas desconocidas, y a los vénetos en 56 a. C. En el 55-54 a. C., realizó dos
expediciones a Britania. En 52 a. C., después del asedio de Avárico y una serie
de batallas inconclusas, César derrotó en la batalla de Alesia a una unión de
galos liderada por Vercingétorix, completando la conquista romana de la Galia
Transalpina, y hacia el 50 a. C., toda la Galia cayó en manos romanas. César
registró sus propios relatos de estas campañas en los Comentarios sobre la
guerra de las Galias.
Triunviratos y el ascenso de Augusto (59-30 a. C.)

La batalla de Accio (1672), por Lorenzo A. Castro, Museo Marítimo Nacional.

La muerte de Cleopatra (1658), por Guido Cagnacci.


Hacia el 59 a. C., se formó una alianza política informal conocida como
el Primer Triunvirato entre Julio César, Craso y Cneo Pompeyo Magno para
compartir poder e influencia. En el 53 a. C., Craso lanzó una invasión romana
sobre el Imperio parto donde comenzó con algunos éxitos iniciales, después,
llevó a su ejército a las profundidades del desierto donde fue emboscado y
derrotado en la batalla de Carras, la mayor derrota romana desde Aníbal, en la
que el propio Craso falleció. Después de la muerte de Craso, las relaciones
entre Pompeyo y César se deterioraron gradualmente hasta el punto de que
ambos entraron en conflicto. En el 51 a. C., algunos senadores romanos
exigieron que César devolviera el control de sus legiones al Estado a cambio de
su cargo de cónsul. Sin seguir la orden, invadió Italia, obligando a Pompeyo,
que se había comprometido a derrotarlo en batalla, y al senado a huir a Grecia.
Antes de dirigirse a Grecia, César envió parte de su ejército a luchar contra los
partidarios de Pompeyo en Hispania y Galia. Tras conseguir victorias
en Ilerda y Massilia, marchó contra Pompeyo. El primer choque, la batalla de
Dirraquio del 48 a. C., terminó con una victoria pompeana pero a esto le siguió
una abrumadora victoria por cesariana en la batalla de Farsalia, que obligó a
Pompeyo a huir, esta vez a Egipto, donde fue asesinado. A finales del 47 a. C.
se libró una nueva batalla en Tapso, donde los partidarios de Pompeyo
establecieron su base después de derrotar al lugarteniente de César en el
49 a. C. Fueron derrotados y los supervivientes, incluidos Sexto
Pompeyo y Pompeyo el Joven, hijos de Pompeyo, huyeron a Hispania. Allí, en el
46 a. C., se libró una nueva batalla, la de Munda, y volvieron a ganar las tropas
cesarianas, lo que puso fin temporal a la guerra.
Tras el asesinato de César en el 44 a. C., surgieron nuevas disputas por el
poder, esta vez entre los liberatores, un grupo de senadores implicados en el
asesinato y los cesariamos. Marco Antonio, uno de los principales partidarios de
César, al condenar el asesinato, fue considerado como enemigo público de la
república y fue derrotado en dos batallas —Foro de los Galos y Mutina—. Luego
de tales hechos, Octavio, un joven adoptado por César y luego su heredero,
Marco Antonio y Lépido, con la intención de unirse contra el Senado y
los liberatores, formaron el Segundo Triunvirato. Esta alianza conllevo en una
purga llevada a cabo entre senadores y caballeros y hacia el 42 a. C., Octavio y
Marco Antonio persiguieron a Marco Bruto y Cayo Casio por el este y los
derrotaron en la batalla de Filipos.
Con el fin de las disputas con los liberatores y la posterior división de los
dominios romanos entre los miembros del triunvirato, estallaron los conflictos
entre los triunviros. La primera se debió a una disputa entre Octavio y Lucio
Antonio, hermano de Marco Antonio, y terminó con el asedio de
Lucio en Perusia hacia el 40 a. C. y un casi enfrentamiento entre los triunviros.
Durante la década siguiente, cesaron los conflictos internos y entraron en juego
otros temas: Marco Antonio realizó una campaña contra los partos, pero
terminó siendo derrotado en el 36 a. C. y saqueó el territorio armenio en el
34 a. C. Octavio luchó contra Sexto Pompeyo, que se había establecido
en Sicilia, en el 36 a. C., y realizó una campaña en Iliria (35-33 a. C.). A partir
de entonces, sin embargo, Octavio centró su atención en la consolidación de su
posición en Italia y con ese fin inició una guerra propagandista contra Marco
Antonio, alegando que su relación con Cleopatra podría traer daños a la
república. Hacia el 32 a. C., las ciudades de Italia juraron lealtad a Octavio y
solicitaron una campaña contra Marco Antonio. Esta campaña, que comenzó
poco después, culminaría con una victoria total de Octavio en la batalla de
Accio en el 31 a. C. Marco Antonio y su amada Cleopatra huyeron a Alejandría y
se suicidaron.
Imperio romano:
El Imperio romano (latín: IMPERIVM ROMANVM, Imperium Rōmānum ) fue el
periodo de la civilización romana posterior a la República y caracterizado por
una forma de gobierno autocrática. En su apogeo controló un territorio que
abarcaba desde el océano Atlántico al oeste hasta las orillas del mar
Caspio y Rojo al este, y desde el desierto del Sahara al sur hasta las orillas de
los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia al norte. Debido a su
extensión y duración, las instituciones y la cultura romana tuvieron una
influencia profunda y duradera en el desarrollo del lenguaje, la religión, la
arquitectura, la literatura y las leyes en el territorio que gobernaba.
Augusto y la transición de la República al Imperio:

Augusto, el primer emperador romano, en la estatua de Prima Porta. El


emperador era la máxima autoridad política y religiosa del Imperio.

Desde finales del siglo II a. C., Roma sufrió una serie de conflictos sociales,
conspiraciones y guerras civiles, al mismo tiempo que consolidaba su influencia
más allá de la península itálica. El siglo I a. C. estuvo marcado por un periodo
de inestabilidad formado por una serie de revueltas tanto militares como
políticas que abrieron camino a la implementación de un régimen imperial. En el
año 44 a. C., Julio César fue proclamado dictador perpetuo antes de
ser asesinado. Un año después, Octavio, sobrino-nieto e hijo adoptivo de
César, y uno de los generales republicanos más destacados, se convirtió en uno
de los miembros del Segundo Triunvirato —una alianza política junto
a Lépido y Marco Antonio—.Después de la batalla de Filipos en 42 a. C., la
relación entre Octavio y Marco Antonio empezó a deteriorarse, lo que condujo a
la disolución del triunvirato y a una guerra entre ambos. Esta finalizó con
la batalla de Accio, en la que Marco Antonio y su amada Cleopatra resultaron
derrotados. El posterior enfrentamiento en Alejandría en 30 a. C. supuso la
anexión del Egipto Ptolemaico por parte de Octavio.
Principado
En el 27 a. C, el Senado y el pueblo romano proclamaron a
Octavio princeps (primer ciudadano) y le otorgaron el poder
de imperium proconsular y el título de Augusto. Este evento inició el periodo
conocido como Principado, la primera época del periodo imperial, que duró
entre el 27 a. C. y el 284. El gobierno de Augusto puso fin a un siglo repleto de
guerras civiles y dio inicio a una época de estabilidad social y económica
denominada como la Pax Romana (paz romana), que se promulgó durante los
dos siglos siguientes. Las revueltas en las provincias eran poco frecuentes y
eran cesadas rápidamente. Al ser el único gobernante de Roma, Augusto pudo
llevar a cabo una serie de reformas militares, políticas y económicas en gran
escala. El Senado le atribuyó la facultad de nombrar a sus propios senadores y
la autoridad sobre los gobernadores provinciales, creando de facto el cargo que
más tarde sería denominado como emperador.
Augusto implementó los principios de la sucesión dinástica, por lo que fue
sucedido en la dinastía Julio-Claudia por Tiberio (r. 14-37), Calígula (r. 37-
41), Claudio (r. 41-54) y Nerón (r. 54-68). El suicidio de este último llevó a un
breve periodo de guerra civil conocido como el año de los cuatro emperadores,
que concluyó con la victoria de Vespasiano (r. 69-79) y la fundación de la
efímera dinastía Flavia, recordada por ser la responsable de la construcción
del Coliseo de Roma. Esta fue sucedida por la dinastía Antonina, en la que
figuraron los emperadores Nerva (r. 96-98), Trajano (r. 98-117), Adriano (r.
117-138), Antonino Pío (r. 138-161) y Marco Aurelio (r. 161-180), los llamados
«cinco buenos emperadores». En el 212, mediante el Edicto de
Caracalla promulgado por el emperador homónimo (r. 211-217), fue concedida
la ciudadanía romana a todos los ciudadanos libres del Imperio. Sin embargo, y
a pesar de este gesto universal, la dinastía Severa estuvo marcada por varias
revueltas y desastres a lo largo de la crisis del siglo III, una época de
invasiones, desestabilidad social, dificultades económicas y peste. En
la periodización, esta crisis es generalmente considerada el momento de la
transición de la Antigüedad clásica a la Antigüedad tardía.
Dominado

Maqueta de Roma durante el reinado de Constantino (306-337).

División del imperio después de la muerte de Teodosio en 395, superpuesta a


las fronteras modernas. Imperio romano de Occidente Imperio romano
de Oriente (bizantino)
Diocleciano (r. 284-305) renunció al cargo de princeps y adoptó el título
de dominus (maestro o señor), lo que marcó la transición
del Principado al Dominado —un estado de monarquía absoluta que se
prolongó desde el 284 hasta la caída del Imperio romano de Occidente en el
476—.Diocleciano impidió el colapso del imperio, aunque su reinado estuvo
marcado por la persecución del cristianismo. Durante su mandato, se estableció
una tetrarquía y el imperio se dividió en cuatro regiones, cada una gobernada
por un emperador distinto. En el 313, la tetrarquía entró en colapso y, después
de una serie de guerras civiles, Constantino I (r. 306-337) emergió como único
emperador. Este fue el primer emperador en convertirse al cristianismo y
estableció Constantinopla como la capital del Imperio de Oriente. A lo largo de
las dinastías constantiniana y valentiniana, el imperio se dividió en una mitad
occidental y otra oriental y el poder fue compartido entre Roma y
Constantinopla. La sucesión de emperadores cristianos fue brevemente
interrumpida por Juliano (r. 361-363) al intentar restaurar la religión tradicional
a su manera. Teodosio (r. 378-395) fue el último emperador en gobernar el
imperio en su conjunto, murió en el 395, después de que el cristianismo se
declarara religión oficial del imperio.
Fragmentación y declive
A partir del siglo V, el Imperio romano comenzó a fragmentarse a raíz de
las migraciones, que superaban en número a la capacidad del imperio para
asimilar a los migrantes. Aunque el ejército romano pudo repeler a los
invasores, de los cuales el más notable fue Atila el Huno (r. 434-453; que
estaba romanizado), se había asimilado a tantos pueblos de lealtad dudosa que
el Imperio empezó a desmembrarse. La mayor parte de los historiadores datan
la caída del Imperio romano de Occidente en el 476, año en que el
usurpador Rómulo Augústulo (r. 475-476) fue derrocado por Flavio Odoacro (r.
476-493). Sin embargo, en lugar de asumir el título de emperador, Odoacro
restituyó a Julio Nepote y juró lealtad a Flavio Zenón, recompensándole el título
de dux Italiae (duque de Italia) y patricio. Durante el siglo siguiente, el imperio
oriental, conocido hoy como Imperio bizantino, perdió paulatinamente el control
de la parte occidental. El Imperio bizantino cesó en 1453 con la muerte
de Constantino XI (r. 1449-1453) y la conquista de Constantinopla por parte
del Imperio otomano.

Geografía y demografía
El Imperio romano fue uno de los más grandes de la historia. Dominó una
extensión territorial continua a lo largo de Europa, África del Norte y Oriente
Próximo, desde el Muro de Adriano en la lluviosa Inglaterra hasta las soleadas
costas del río Éufrates en Siria, desde las fértiles planicies de Europa Central
hasta los exuberantes márgenes del valle del Nilo en Egipto. La noción
de imperium sine fine (imperio sin fin) manifestaba la ideología romana de que
su imperio no estaba limitado en el espacio y el tiempo. La mayor parte de la
expansión romana se llevó a cabo durante la república, aunque algunos
territorios del norte y centro de Europa no fueron conquistados hasta el
siglo I d. C., periodo que correspondió a la consolidación del poder romano en
las provincias. Res gestae, un relato en primera persona del emperador
Augusto que narra su vida y, sobre todo, sus obras, destaca el número de
pueblos de las regiones del imperio. La administración imperial
realizaba censos con frecuencia y mantenía registros geográficos meticulosos.33

El Muro de Adriano en el norte de Inglaterra, dividió al Imperio romano de la


constante amenaza de los bárbaros, es el principal testigo superviviente de la
frontera del territorio y la política de consolidación.

El imperio alcanzó su mayor extensión territorial durante el reinado


de Trajano (r. 98-117), correspondiente a una área de aproximadamente cinco
millones de kilómetros cuadrados y actualmente dividida por cuarenta países.
Tradicionalmente, se estimó que la población durante este periodo llegó a ser
entre cincuenta y cinco y sesenta millones de habitantes, lo que vendría siendo
entre la sexta y cuarta parte de la población mundial y el mayor número de
habitantes de cualquier unidad política de Occidente hasta mediados del
siglo XIX. Sin embargo, estudios más recientes estimaron que la población pudo
alcanzar entre los setenta y cien millones de habitantes. Cada una de las tres
ciudades más grandes del imperio —Roma, Alejandría y Antioquía— tenía el
doble del tamaño de cualquier ciudad europea hasta principios del siglo XVII.40
Adriano, sucedor de Trajano, abandonó la política expansionista y optó por una
de consolidación del territorio, así que defendió, fortificó y patrulló las regiones
fronterizas.

Idioma

Inscripción bilingüe en latín y en púnico en el teatro Leptis Magna situado en


la provincia de África. Si bien el latín es la lengua franca de los negocios y
aquella en la que se redactaron los documentos oficiales del imperio, convivió
con una gran diversidad de lenguas locales como el galo, el arameo y el copto.
Los idiomas de los romanos eran el latín, que Virgilio destacó como fuente de
unidad y tradición romana. Aunque el latín fuera el idioma principal en los
tribunales y la administración pública del Imperio Occidental y del ejército de
todo el imperio, no se impuso oficialmente a los pueblos bajo el dominio
romano. Al conquistar nuevos territorios, los romanos conservaron las
tradiciones y los idiomas locales e introdujeron gradualmente el latín a través
de la administración pública y los documentos oficiales. Esta política contrasta
con la de Alejandro Magno, quien impuso el griego helenístico como idioma
oficial de su imperio. Esto hizo que el griego antiguo se convirtiera en la lengua
franca de la mitad oriental del Imperio romano, en todo el Mediterráneo
oriental y Asia Menor. En Occidente, el latín vulgar reemplazó gradualmente a
las lenguas celta e itálica, ambas con las mismas raíces indoeuropeas, lo que
facilitó su adopción.
Aunque los emperadores julio-claudios alentaron el uso del latín en la
realización de asuntos oficiales en todo el imperio, el griego siguió siendo
el idioma literario entre la élite cultural romana y la mayoría de los gobernantes
lo hablaban con fluidez. Claudio intentó limitar el uso del griego, incluso
revocando la ciudadanía a quienes no sabían latín, aunque en el propio Senado
había embajadores nativos griegos. En el Imperio de Oriente, las leyes y los
documentos oficiales se tradujeron regularmente del latín al griego. El uso
simultáneo de ambos idiomas se puede ver en inscripciones bilingües
compuestas por los dos idiomas. En 212, cuando se otorgó la ciudadanía a
todos los hombres libres del imperio, se esperaba que los ciudadanos que no
sabían latín adquirieran algunas nociones básicas del idioma. A principios del
siglo V, Justiniano I se esforzó por promover el latín como lengua de derecho en
Oriente, aunque perdió gradualmente su influencia y existencia como lengua
viva.
La referencia constante a los intérpretes en la literatura y los documentos
oficiales indica la vulgaridad y prevalencia en el Imperio romano de un gran
número de idiomas locales. Los propios juristas romanos estaban preocupados
por garantizar que las leyes y los juramentos se tradujeran y entendieran
correctamente en los idiomas locales, como el púnico, el galo, el arameo o
incluso el copto, predominante en Egipto, o los idiomas germánicos, influyentes
en las regiones del Rin y el Danubio. En algunas regiones, como en la provincia
de África, el púnico se utilizó en monedas e inscripciones en edificios públicos,
algunos bilingües junto al latín. Sin embargo, la hegemonía de este último entre
las élites y como idioma oficial de los documentos escritos comprometió la
continuidad de varios idiomas locales, ya que todas las culturas dentro del
imperio eran predominantemente de tradición oral.
Ejercito romano:
El mando supremo del ejército correspondía al Emperador. Fuera de Italia, en
los territorios provinciales, el mando correspondía al gobernador provincial
(pero este a su vez estaba supeditado al Emperador que podía apartarlo
cuando quisiera), pudiendo también asumirlo temporalmente el Emperador. El
número de legiones osciló en toda la época imperial, con un número máximo
cercano a la treintena.
Las clases altas de caballeros y senadores fueron desapareciendo del ejército,
de modo que las legiones debían reclutarse entre los ciudadanos, primero en
Italia y después progresivamente en las provincias donde estaban acantonadas
(destacaron los mauros, los tracios y sobre todo los ilirios), de modo que desde
Adriano el reclutamiento se hizo casi exclusivamente en las provincias donde
servía la legión, y por fin se recurrió a mercenarios extranjeros (sobre todo
germanos). Con la entrada de los proletarios el ejército se profesionalizó, si
bien estos soldados tenían más facilidad para el motín y el saqueo. Los
ascensos se ganaban por méritos, por favores o por dinero. El tiempo de
servicio fue aumentado progresivamente y no eran excepcionales servicios de
treinta o más años, tras lo cual se conseguía un estipendio económico, la
ciudadanía y privilegios como el acceso a algunos cargos municipales.
La legión disponía de arsenales (armamentos) y de talleres de fabricación y
reparación. Los soldados recibían un sueldo, donativos imperiales en ocasión
del acceso al trono, las fiestas o los motines, regalos (stillaturae) y el botín de
guerra. La ración de alimentos diaria fue creciendo y se le proporcionaba trigo,
sal, vino, vinagre, carne fresca y carne salada.
Economía:
La economía del Imperio se basaba en una red de economías regionales, en las
que el Estado intervenía y regulaba el comercio para asegurarse sus propios
ingresos. La expansión territorial permitió que se reorganizara el uso de la
tierra, lo que condujo a la producción de excedentes agrícolas y una
progresiva división del trabajo, particularmente en el norte de África. Algunas
ciudades se definían a sí mismas como los principales centros regionales de una
determinada industria o actividad comercial. La escala de los edificios en las
áreas urbanas indicaba una industria de la construcción completamente
desarrollada. Documentos en papiro demuestran métodos
de contabilidad complejos que sugieren elementos de racionalismo económico
en una economía altamente monetizada.
Mujeres:

La mujer romana era bastante independiente en comparación con otras culturas


de la antigüedad, teniendo derecho a poseer y administrar propiedades sin
subordinación legal a su marido.
Durante la República y el Imperio, las mujeres romanas libres eran
consideradas ciudadanas y, si bien no existía el sufragio femenino, estas
lograron ocupar cargos políticos e incluso servir en el ejército. La mujer
romana mantenía el apellido de soltera durante toda su vida. La mayoría de las
veces, los niños optaron por recibir el apellido del padre, aunque en la época
imperial también pudieron mantener el de la madre. Las mujeres romanas
podían poseer propiedades, celebrar contratos y hacer negocios, incluida la
fabricación, el transporte y los préstamos bancarios. Era común que las mujeres
financiaran obras públicas, lo que indica que muchas de ellas poseían o
administraban fortunas considerables. Las mujeres tenían los mismos derechos
que los hombres con respecto a la herencia sin testamento del padre. El
derecho a poseer y administrar propiedades, incluidos los términos de su propia
voluntad, proporcionó a las mujeres romanas una enorme influencia sobre sus
hijos, incluso en la edad adulta.
La religión romana:

Fresco de Venus y Marte en Pompeya. Los romanos prestaban culto a un gran


número de divinidades, asimilando también los cultos de los territorios
conquistados

La religión en Roma Antigua engloba no solo las prácticas y creencias que los
romanos veían como suyas, pero también los diversos cultos importados para
Roma y los cultos practicados en las provincias. Los romanos se veían a sí
mismos como profundamente religiosos, atribuyendo su prosperidad económica
y militar a la buena relación con los dioses (pax deorum). La religión arcaica
que se cree haber sido instituida por los primeros reyes de Roma ofertó los
fundamentos del me los maiorum, o «tradición», el código social basilar en la
identidad romana. No existía la separación Iglesia-Estado, por lo que los
puestos religiones en el Estado eran llenados por las mismas personas que
ocupaban lugares en la administración pública. Durante el periodo imperial,
el pontífice máximo era el propio emperador.
La religión romana era práctica y contractual, basada en el principio del do ut
des («te doy aquello que puedas ofertar»). La religión tenía como principios el
conocimiento y la práctica correcta de la oración, de los rituales y del sacrificio,
y no la de la fe o el dogma. Para el ciudadano común, la religión era parte del
cotidiano. La mayoría de las residencias poseía un altar doméstico en el cual se
realizaba la oración y la libación. Las ciudades eran decoradas por altares de
barrio y locales considerados sagrados, como manantiales de agua y cuevas, y
era común que la gente hiciera un voto u ofreciera alguna fruta cuando
pasaban por un lugar de culto. El calendario romano era organizado en función
de las conmemoraciones religiosas. Durante el periodo imperial, había 135 días
del año dedicados la festividades religiosas y juegos (ludi).
Una de las principales características de la religión romana fue el gran número
de divinidades adoradasy la reverencia paralela de las deidades romanas con
las deidades locales. La política de conquista romana consistió en la asimilación
de divinidades y cultos de los pueblos conquistados, y no en su erradicación.
Roma promovió la estabilidad entre diferentes pueblos apoyando diferentes
herencias religiosas, construyendo templos para deidades locales que
enmarcaban las prácticas indígenas en la jerarquía de la religión romana. En el
apogeo del imperio, las deidades internacionales eran adoradas en Roma, cuyo
culto se había extendido a las provincias más remotas, entre
ellas Cibeles, Isis, Epona y los dioses del monismo solar, como Mitra y Sol
invicto.
Las religiones mistéricas, que ofrecían a los iniciados la salvación después de la
muerte, se practicaban de manera complementaria a los rituales familiares y la
participación en la religión pública. Sin embargo, los misterios involucraban el
secreto y los juramentos exclusivos, que los conservadores romanos veían con
sospecha y como elementos característicos de la magia, la conspiración y la
actividad subversiva. Se hicieron varios intentos para reprimir sectas que
parecían amenazar la unidad y la moral tradicionales, algunas de ellas de
manera violenta.
Cristianización:

Esta estela funeraria del siglo III se encuentra entre las inscripciones cristianas
más antiguas, escritas simultáneamente en griego y latín. La abreviatura «DM»
en la parte superior se refiere a los Di Manes, los tradicionales espíritus
romanos de la muerte, pero va también acompañada del símbolo cristiano.
El rigor monoteísta del judaísmo planteó dificultades a la política de tolerancia
religiosa romana. Cuando los conflictos políticos y religiosos se volvieron
irreconciliables, surgieron varias revueltas entre judíos y romanos. El sitio de
Jerusalén en el año 70 fue la causa del saqueo del templo de la ciudad y de
la dispersión del poder político judío. El cristianismo surgió en la provincia de
Judea en el siglo II como una secta religiosa judía, con el papa Lino en el año
76 jugando un papel importante en ese período. La religión se expandió
gradualmente a Jerusalén, inicialmente estableciendo importantes centros
en Antioquía y Alejandría, y desde allí por todo el imperio. Las persecuciones
oficiales fueron escasas y esporádicas y la mayoría de los martirios se
produjeron por iniciativa de las autoridades locales.
A principios del siglo IV, Constantino I con el edicto de Milán legalizó el
cristianismo, bautizándose poco antes de morir, convirtiéndose en el primer
emperador cristiano, marcando el comienzo de una era de hegemonía cristiana.
El emperador Juliano hizo un breve intento de revivir la religión tradicional a su
manera, pero esto fue efímero. En el año 391, Teodosio I el Grande convirtió al
cristianismo en la religión estatal del Imperio romano, excluyendo
permanentemente a todas las demás. A partir del siglo II en adelante,
los Padres de la Iglesia comenzaron a condenar las prácticas religiosas
restantes, llamándolas colectivamente «paganas».

Cultura:
La red de ciudades a lo largo del territorio imperial (colonias, municipios,
o polis) fue un elemento de cohesión que fomentó la Pax Romana. Los romanos
del Imperio temprano fueron alentados por la propaganda imperial a respetar y
disfrutar de los valores del tiempo de paz. Incluso el
polemista Tertuliano declaró que el sigloII fue más ordenado y culto que en
épocas anteriores: «En todas partes hay casas, en todas partes hay gente, en
todas partes hay res publica, causa del pueblo, hay vida en todas
partes».Muchas de las características asociadas a la cultura imperial, como el
culto público, los juegos y festividades, los concursos de artistas, oradores y
deportistas, así como la gran mayoría de obras de arte y edificios públicos,
fueron financiados por particulares, cuyos gastos del beneficio de la comunidad
ayudó a justificar su poder económico y privilegios legales y provinciales. El
declive de las ciudades y la vida cívica en el siglo IV, cuando las clases
pudientes ya no podían financiar la obra pública, fue uno de los signos de la
inminente disolución del imperio.
Educación:

Una maestra con dos alumnos y un tercero, de pie, sosteniendo una flor de
loto, una maleta en la que se guardaban los bolígrafos, un tintero y una
esponja para corregir errores.

La educación romana tradicional era moral y práctica. Las historias enfocadas


en grandes personalidades tenían la intención de inculcar en los jóvenes los
valores romanos (mores maiorum). Se esperaba que los padres y la familia
actuaran como modelo de comportamiento y que los padres con una profesión
transmitieran este conocimiento a sus hijos, que luego podrían convertirse en
aprendices. Las élites urbanas de todo el imperio compartían una cultura
literaria imbuida de los ideales educativos griegos (paideia). Muchas ciudades
griegas financiaron escuelas superiores y, además de alfabetización y
aritmética, el plan de estudios también incluía música y deportes. Atenas,
donde yacían las escuelas de retórica y filosofía más renombradas del imperio,
fue el destino de muchos jóvenes romanos. Por regla general, todas las hijas de
miembros de órdenes ecuestres y senatoriales recibían instrucción. El nivel de
calificación variaba, desde aristócratas educados hasta mujeres capacitadas
para ser calígrafas o escribas. La poesía augustiniana alaba el ideal de la mujer
culta, culta, independiente y versada en el arte, y una mujer con altas
calificaciones representaba un activo para cualquier familia que tuviera
ambiciones sociales.
La vida en las ciudades:

Las ciudades estaban equipadas con diversas infraestructuras,


como acueductos, baños públicos (letrinas, en la imagen) y redes de
alcantarillado.

En las ciudades, la mayoría de la población vivía en insulas (insulae), edificios


de apartamentos de varios pisos. En las calles concurridas, la planta baja podría
tener tiendas frente a la calle (en la imagen: insulas en Ostia).

En la antigüedad clásica, las ciudades se consideraban territorios que


fomentaban la civilización si estaban debidamente diseñadas, ordenadas y
adornadas. La planificación de las ciudades romanas y el estilo de vida urbano
fueron influenciados por la civilización griega de períodos anteriores. En la parte
oriental del imperio, el dominio romano aceleró el desarrollo de ciudades que ya
tenían un marcado carácter helenístico. Algunas ciudades,
como Atenas, Afrodisias, Éfeso y Gerasa, modificaron algunos aspectos de la
arquitectura y la planificación urbana de acuerdo con los cánones imperiales, al
tiempo que expresaron su identidad individual y prominencia regional. En las
partes más occidentales del imperio, habitadas por personas de lenguas celtas,
Roma fomentó el desarrollo de centros urbanos planificados, equipados con
templos, foros, fuentes monumentales y anfiteatros. Estas nuevas ciudades a
menudo se diseñaron en las cercanías o en el sitio de asentamientos
amurallados (opidos) preexistentes. La urbanización en el norte de África ha
expandido las ciudades griegas y púnicas a lo largo de la costa.
Legado:
El Imperio romano y sus nociones de autocracia, derecho y ciudadanía dejaron
un profundo impacto en la historia de Europa. El sentimiento de compartir una
cultura e identidad común, en lugar de un único idioma o literatura, se debió a
la propia naturaleza del Imperio.
Tras la caída del Imperio romano de Occidente, varios estados afirmaron ser
sus sucesores, un concepto conocido como el translatio imperii («traslado del
dominio»). Este fue el caso del Sacro Imperio Romano Germánico, entidad
establecida tras la coronación de Carlomagno, rey de los francos, por el papa
León III en la Navidad del año 800. Carlomagno fue coronado como
«emperador romano» (Imperator Romanorum), aunque dicho evento no fundó
un nuevo Estado inmediatamente. El translatio imperii pasó de los francos
al pueblo alemán tras la coronación de Otón I en el 962, dando inicio a una
serie de «emperadores romanos» que continuaron titulándose como tal hasta el
fin del Imperio en 1806, durante las Guerras napoleónicas. En el Este, el legado
romano continuó a través del Imperio bizantino. Los griegos
bizantinos continuaron denominándose a sí mismos como «romanos»
(Romanioi) y a su Estado como el «Imperio romano» (Basileía Rhōmaíōn) hasta
la Caída de Constantinopla en 1453, aunque nunca fueron reconocidos en
Occidente. Mehmed II el Conquistador hizo de Constantinopla la nueva capital
del Imperio turco otomano y se proclamó a sí mismo como «César de Roma»
(Kayser-i Rum), asumiendo así el translatio imperii. Paralelamente, el Principado
de Moscú, significativamente influenciado por la Iglesia ortodoxa bizantina y la
tradición grecorromana, se declaró también heredero del Imperio romano. Iván
III el Grande proclamó a su ciudad como la «Tercera Roma» (siendo
Constantinopla la segunda), idea que sería posteriormente reforzada con la
adopción de los títulos de Autocrátor, Zar (por César) y, desde Pedro el
Grande, Imperator y Pater Patriae.
Otro de los principales legados de Roma fue la religión cristiana. La Pax
Romana creó una enorme región de estabilidad y unión política que permitió la
expansión de la Iglesia católica, que es en esencia una monarquía absoluta
basada en el modelo romano. Los papas asumen el título del sumo sacerdote
romano, el pontífice máximo (Pontifex Maximus), y se proclaman herederos de
César. Los siete siglos de dominación romana en Italia también dejaron un
fuerte legado cultural que influyó significantemente en el nacionalismo
italiano y el «risorgimento» de 1861, sirviendo también como base
fundamental del fascismo italiano durante la época de Benito Mussolini. En el
ámbito artístico, el arte romano influyó en la arquitectura renacentista y
la arquitectura románica en el sur de Europa, al igual que en los territorios
ortodoxos del Este. Muchos de los elementos clásicos romanos formaron las
bases estéticas del Renacimiento y el Neoclasicismo.
En las regiones romanizadas del imperio occidental, las lenguas prelatinas se
extinguieron progresivamente y el latín se convirtió en la lengua materna de la
mayoría de los habitantes.471De esta forma el latín se desarrolló en varias
ramas que evolucionarían hacia las lenguas romances modernas, como
el español, el portugués, el francés, el italiano o el rumano, además de tener
una enorme influencia en el idioma inglés. A pesar de su fragmentación, el latín
siguió siendo la lengua internacional por excelencia en la enseñanza, la
literatura, la diplomacia y la vida intelectual hasta el siglo XVII, estando todavía
presente en obras legales y eclesiásticas de la Iglesia romana. Este no fue el
caso en el Imperio oriental, donde la mayoría de los hablantes griegos se
concentraron en los alrededores de Grecia y las regiones costeras. Varias
lenguas afroasiáticas, principalmente copto en Egipto y arameo en Siria y
Mesopotamia, nunca lograron ser completamente reemplazadas por el griego.
El Imperio Bizantino/
El Imperio Romano de Oriente

Bandera del imperio bizantino


Se denomina como Imperio bizantino (o simplemente Bizancio) a la mitad
oriental del Imperio romano desde el 395, que pervivió durante toda la Edad
Media y el comienzo del Renacimiento. Su capital se encontraba
en Constantinopla (griego: Κωνσταντινούπολις, actual Estambul), construida
sobre la antigua Bizancio, importante ciudad colonial de la Tracia griega
fundada hacia el 667 a. C. El Imperio bizantino es también conocido como
el Imperio romano de Oriente, especialmente para hacer referencia a sus
primeros siglos de existencia, durante la Antigüedad tardía, época en que
el Imperio romano de Occidente todavía existía. Debido a su posterior
carácter helenístico —al punto de reemplazar al latín por el griego como lengua
oficial— algunos historiadores han optado por referirse a este Estado como un
imperio esencialmente griego.
Formación:
La partición demográfica y geográfica del Imperio oriental tiene mucho que ver
con la fisonomía que había adquirido la herencia que dejaron las conquistas
de Alejandro Magno (356-323 a. C.). Tras su muerte, el imperio
helenístico quedó fraccionado en Grecia, Anatolia, Media, y Egipto. Los
herederos (diádocos), mantuvieron enfrentamientos por más de 100 años. Las
pujas constantes terminaron debilitando a todos los reinos en cuestión,
acudiendo a Roma como mediador entre sendas partes, fueron ocupadas
paulatinamente y luego invadidas, entre los siglos I y II a. C. Lo que a Alejandro
Magno le llevó doce años, Roma lo hizo en 150 años: pasaron a ser
todas provincias romanas (a excepción de Persia y Media oriental). Los rasgos
característicos de todas las regiones eran su origen multiétnico, la pluralidad
religiosa (predominaba el politeísmo de cada región), y la gran diversidad de
idiomas. Se destacaba principalmente la ciudad que el macedonio fundó,
Alejandría, centro de proliferación del saber y la ciencia. En sí, Roma optó en
dejar «todo tal como estaba», pero importando recursos económicos,
ingenieros, cientistas y pensadores trabajando para su imperio.
Para asegurar el control del Imperio romano y hacer más eficiente su
administración, el emperador Diocleciano, a finales del siglo III, instituyó el
régimen de gobierno conocido como tetrarquía, consistente en la división del
Imperio en dos partes, gobernadas por dos emperadores augustos, cada uno
de los cuales llevaba asociado un «vice-emperador» y futuro heredero césar.
Tras la abdicación pacífica de Diocleciano, el primer tetrarca, el sistema perdió
su vigencia y se abrió un período de guerras civiles que no concluyó hasta el
año 324, cuando Constantino I el Grande unificó ambas partes del Imperio.
Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio como nueva capital en 330. La
llamó Nueva Roma, pero se la conoció popularmente como Constantinopla
o Constantinópolis ('La Ciudad de Constantino'). La nueva administración tuvo
su centro en la ciudad, que gozaba de una envidiable situación estratégica y
estaba situada en el nudo de las más importantes rutas comerciales del
Mediterráneo oriental.
Cambios religiosos:
Constantino fue también el primer emperador en adoptar el cristianismo,
religión que fue decretada como oficial y obligatoria (bajo pena de muerte caso
contrario) por el emperador Teodosio I, en el año 380 d. C. tras promulgar
el Edicto de Tesalónica, lo que llevó a una fuerte resistencia y una larga serie
de enfrentamientos de carácter religioso. Las regiones subordinadas por tantos
siglos bajo un régimen imperial que permitía la libertad religiosa y las prácticas
culturales propias de cada etnia, estaba ahora bajo una larga lista de nuevas
prohibiciones.
Historia temprana:
En tanto que el Imperio de Occidente se hundía de forma definitiva, los
sucesores de Teodosio fueron capaces de conjurar las sucesivas invasiones de
pueblos bárbaros que amenazaron el Imperio de Oriente. Los visigodos fueron
desviados hacia Occidente por el emperador Arcadio (395-408). Su
sucesor, Teodosio II (408-450) reforzó las murallas de Constantinopla,
haciendo de ella una ciudad inexpugnable (de hecho, no sería conquistada por
tropas extranjeras hasta 1204), y logró evitar la invasión de los hunos mediante
el pago de tributos hasta que se disgregaron y acabaron de representar un
peligro tras la muerte de Atila, en 453. Por su parte, Zenón (474-491) evitó la
invasión del rey ostrogodo Teodorico el Grande, dirigiéndolo hacia Italia, contra
el reino establecido por Odoacro.
La unidad religiosa fue amenazada por las herejías que proliferaron en la mitad
oriental del Imperio, y que pusieron de relieve la división en materia doctrinal
entre las cuatro principales sedes orientales:
Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría. Ya en 325, el Concilio de
Nicea había condenado el arrianismo que negaba la divinidad de Cristo. En 431,
el Concilio de Éfeso declaró herético el nestorianismo. La crisis más duradera,
sin embargo, fue la causada por la herejía monofisista que afirmaba que Cristo
solo tenía una naturaleza, la divina. Aunque fue también condenada por
el Concilio de Calcedonia, en 451, había ganado numerosos adeptos, sobre todo
en Egipto y Siria, y todos los emperadores fracasaron en sus intentos de
restablecer la unidad religiosa. En este período se inicia también la estrecha
asociación entre la Iglesia y el Imperio: León I (457-474) fue el primer
emperador coronado por el patriarca de Constantinopla.
A finales del siglo V, durante el reinado del emperador Anastasio I, el peligro
que suponían las invasiones bárbaras parecía definitivamente conjurado. Los
pueblos germánicos, ya asentados en el desaparecido Imperio de Occidente,
estaban demasiado ocupados consolidando sus respectivas monarquías como
para interesarse por Bizancio.
La época de Justiniano:

Mapa del Imperio bizantino en el año 550, bajo el reinado de Justiniano.

Durante el reinado de Justiniano I (527-565), el Imperio llegó al apogeo de su


poder. El emperador se propuso restaurar las fronteras del antiguo Imperio
romano, para lo que, una vez restaurada la seguridad de la frontera oriental
tras la victoria del general Belisario frente al expansionismo persa de Cosroes
I en la batalla de Dara (530), emprendió una serie de guerras de conquista en
Occidente:
Entre 533 y 534, tras sendas victorias en Ad Decimum y Tricamarum, un
Ejército al mando de Belisario conquistó el reino vándalo, ubicado en la antigua
provincia romana de África y las islas del Mediterráneo Occidental
(Cerdeña, Córcega y las Baleares). El territorio, una vez pacificado, fue
gobernado por un funcionario denominado magister militum. En
535 Mundus ocupó Dalmacia. Ese mismo año Belisario avanzó hacia Italia,
llegando en 536 hasta Roma tras ocupar el sur de Italia. Tras una breve
recuperación de los ostrogodos (541-551), un nuevo ejército bizantino,
capitaneado esta vez por Narsés, anexionó nuevamente Italia, creándose
el exarcado de Rávena. En 552 los bizantinos intervinieron en disputas internas
de la Hispania visigoda y anexionaron al Imperio extensos territorios del sur de
la península ibérica, llamándola Provincia de Spania. La presencia bizantina en
Hispania se prolongó hasta el año 620.
Justiniano en los mosaicos de la iglesia de San Vital en Rávena.

La época de Justiniano no solo destaca por sus éxitos militares. Bajo su


reinado, Bizancio vivió una época de esplendor cultural, a pesar de la clausura
de la Academia de Atenas, destacando, entre otras muchas, las figuras de los
poetas Nono de Panópolis y Pablo Silenciario, el historiador Procopio, y el
filósofo Juan Filopón. Entre 528 y 533, una comisión nombrada por el
emperador codificó el Derecho romano en el Corpus Iuris Civilis, permitiendo así
la transmisión a la posteridad de uno de los más importantes legados del
mundo antiguo. Otra recopilación legislativa: el Digesto, dirigido por Triboniano,
fue publicado en 533. El esplendor de la época de Justiniano encuentra su
mejor ejemplo en una de las obras arquitectónicas más célebres de la historia
del Arte, la iglesia de Santa Sofía, construida durante su reinado por los
arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto.
Dentro de la capital se quebrantó el poder de los partidos del circo, donde las
carreras de cuadrigas se habían convertido en una diversión popular que
levantaba pasiones. De hecho, eran usadas políticamente, expresando el color
de cada equipo divergencias religiosas (un precoz ejemplo de movilizaciones
populares usando colores políticos). La Iglesia reconoció al señor de
Constantinopla como rey-sacerdote y restauró la relación con Roma. Surgió una
nueva Iglesia de la Divina Sabiduría (Hagia Sophia) como signo y símbolo de un
esplendor magnífico y majestuoso.
Las campañas de Justiniano en Occidente y el coste de estos actos de
esplendor imperial dejaron exhausta la hacienda imperial y precipitaron al
Imperio en una situación de crisis, que llegaría a su punto culminante a
comienzos del siglo VII. La necesidad de más financiación permitió que su
odiado ministro de hacienda, Juan de Capadocia, impusiera mayores y nuevos
impuestos a los ciudadanos de Bizancio. La revuelta de Niká (532) estuvo a
punto de provocar la huida del emperador, que evitó la emperatriz Teodora con
su famosa frase «la púrpura es un sudario glorioso». O bello sudario, o buen
sudario. Procopio, en su Historia secreta reproduce así las palabras de Teodora:
“... quien ha recibido el poder soberano no debe vivir si se lo deja quitar. Tú
César, si quieres huir, nada es más fácil... en cuanto a mí, Dios no permita que
abandone la púrpura y aparezca en público sin ser saludada como Emperatriz.
Aprecio mucho esta antigua sentencia: «La púrpura es un glorioso sudario».”
Así mismo, un desastre se cernió sobre el Imperio en el año 543 d. C. Se
trataba de la Peste de Justiniano. Se cree que provocada por el bacilo Yersinia
pestis, también conocida como "la peste negra". Sin duda fue un elemento
clave que contribuyó a agudizar la grave crisis económica que ya sufría el
Imperio. Se estima que un tercio de la población de Constantinopla pereció por
su causa.
El repliegue de Bizancio:
Los siglos VII y VIII constituyen en la historia de Bizancio una especie de «Edad
Oscura» acerca de la cual se tiene muy escasa información. Es un período de
crisis, con tremendas dificultades externas (el hostigamiento del islam que
conquistó las regiones más ricas, los continuos ataques
de búlgaros y eslavos desde el norte y el reanudamiento de la lucha contra los
persas en el este) e internas (las luchas entre iconoclastas e iconódulos,
símbolo de los enfrentamientos internos entre poder temporal y religioso). A
pesar de ello, el Imperio salió de este periodo transformado y reforzado.
Justino II trató de seguir los pasos de su tío y su misma mente sucumbió bajo
el intolerable peso de administrar un Imperio amenazado desde varios frentes.
Su sucesor, Tiberio II abandonó la política militar de Justiniano y permitió que
Italia cayera bajo el poder de los lombardos y los bárbaros ocuparan el Tíber, y
se replegó a África. Mauricio llegó a hacer un tratado favorable con Persia
(590), volvió una vez más a la defensa de las fronteras del norte, pero el
Ejército se negó a soportar las inclemencias de la campaña y Mauricio perdió
con el trono la vida. Con Focas, las invasiones de los persas, de los bárbaros y
las luchas internas estuvieron a punto de destruir al Imperio. Sin embargo, la
revolución de algunas provincias logró salvarlo.
Amenazas exteriores:
Desde África, donde era más fuerte el elemento latino, zarpó Heraclio para
rescatar a los últimos restos del Imperio romano. Este viaje era a sus ojos una
empresa religiosa y durante todo su reinado ese interés fue capital. El
siglo VII comienza con la crisis provocada por la espectacular ofensiva del
monarca persa Cosroes II que, con sus conquistas en Egipto, Siria y Asia
Menor, llegó a amenazar la existencia misma del Imperio. Esta situación fue
aprovechada por otros enemigos de Bizancio, como los ávaros y eslavos, que
pusieron sitio a Constantinopla en 626. El emperador Heraclio fue capaz, tras
una guerra larga y agotadora, de conjurar este peligro, repeliendo el asalto de
ávaros y eslavos, y derrotando definitivamente a los persas en 628. En su
guerra contra los persas, Heraclio fue capaz de replegarlos hasta el corazón de
su patria y debilitarlos al punto que no fueron capaces de sobrevivir el ataque
árabe sucesivo. En su misión de salvar el Imperio y consolidarlo tuvo un gran
respaldo por parte de la Iglesia.
Sin embargo, apenas unos años después, entre 633 y 645, la rápida expansión
musulmana arrebataba para siempre al Imperio, exhausto por la guerra contra
Persia, las provincias de Siria, Palestina y Egipto. Pero el Imperio de Heraclio
sobrevivió a los ataques árabes (aunque perdiendo casi toda su romanidad y
tomando características completamente helenísticas en el área balcánico-
anatólica), mientras que los Persas fueron conquistados totalmente por los
Árabes.
A mediados del siglo VII, las fronteras se estabilizaron. Los árabes continuaron
presionando, llegando incluso a amenazar la capital, pero la superioridad naval
bizantina, reforzada por sus magníficas fortificaciones navales y su monopolio
del «fuego griego» (un producto químico capaz de arder en el agua) salvó al
Imperio bizantino de la destrucción.
En la frontera occidental, el Imperio se ve obligado a aceptar desde la época
de Constantino IV (668-685) la creación dentro de sus fronteras, en la provincia
de Moesia, del reino independiente de Bulgaria (véase Primer Imperio búlgaro).
Además, pueblos eslavos fueron instalándose en los Balcanes, llegando incluso
hasta el Peloponeso. En Occidente, la invasión de los lombardos hizo mucho
más precario el dominio bizantino sobre Italia.
Transformaciones:
La recuperación de la autoridad imperial y la mayor estabilidad de los siglos
siguientes trajo consigo también un proceso de helenización, es decir, de
recuperación de la identidad griega frente a la oficial entidad romana de las
instituciones, cosa más posible entonces, dada la limitación y homogeneización
geográfica producida por la pérdida de las provincias, y que permitía una
organización territorial militarizada y más fácilmente gestionable:
los temas (themata) con la adscripción a la tierra de los militares en ellos
establecidos, lo que produjo formas similares al feudalismo occidental. A
principios del siglo IX, el Imperio había sufrido varias transformaciones
importantes:

 Uniformización cultural y religiosa: la pérdida frente al islam de las


provincias de Siria, Palestina y Egipto trajo como consecuencia una mayor
uniformidad. Los territorios que el Imperio conservaba a mediados del
siglo VII eran de cultura fundamentalmente griega. El latín fue
definitivamente abandonado en favor del griego. Ya en 629, durante el
reinado de Heraclio, está documentado el uso del término
griego basileus en lugar del latín augustus. En el aspecto religioso, la
incorporación de estas provincias al islam dio por concluida la
crisis monofisita, y en 843 el triunfo de los iconódulos supuso por fin la
unidad religiosa.
 Reorganización territorial: en el siglo VII —probablemente en época
de Constante II (641-668) — el Imperio fue dotado de una nueva
organización territorial para hacer más eficaz su defensa. El territorio
bizantino se organizó en los themata, distritos militares que eran al mismo
tiempo circunscripciones administrativas, y cuyo gobernador y jefe militar,
el estrategos, gozaba de una amplia autonomía.
 Ruralización: la pérdida de las provincias del Sur, donde más desarrollo
habían alcanzado la artesanía y el comercio, implicó que la economía
bizantina pasara a ser esencialmente agraria. La irrupción del islam en el
Mediterráneo a partir del siglo VIII dificultó las rutas comerciales. Decreció la
población y la importancia de las ciudades en el conjunto del Imperio, en
tanto que empezaba a desarrollarse una nueva clase social, la aristocracia
latifundista, especialmente en Asia Menor.
La mayoría de estas transformaciones se dio como consecuencia de la pérdida
de las provincias de Egipto, Siria y Palestina, que pasaron a dominio musulmán.
Renacimiento macedónico (867):
El final de las luchas iconoclastas supone una importante recuperación del
Imperio, visible desde el reinado de Miguel III (842-867), último emperador de
la dinastía Amoriana, y, sobre todo, durante los casi dos siglos (867-1056) en
que Bizancio fue regido por la Dinastía Macedónica. Este período es conocido
por los historiadores como «renacimiento macedónico».
Política exterior:
Durante estos años, la crisis en que se ve sumido el Califato Abasí, principal
enemigo del Imperio en Oriente, debilita considerablemente la ofensiva
islámica. Sin embargo, los nuevos Estados musulmanes que surgieron como
resultado de la disolución del califato (principalmente los aglabíes del Norte de
África y los fatimíes de Egipto), lucharon duramente contra los bizantinos por la
supremacía en el Mediterráneo oriental. A lo largo del siglo IX, los musulmanes
arrebataron definitivamente Sicilia al Imperio. Creta ya había sido conquistada
por los árabes en 827. El siglo X fue una época de importantes ofensivas contra
el islam, que permitieron recuperar territorios perdidos muchos siglos
antes: Nicéforo II Focas (963-969) reconquistó el norte de Siria,
incluyendo Antioquía (969), así como Creta (961) y Chipre (965).
El gran enemigo occidental del Imperio durante esta etapa fue el Estado
búlgaro. Convertido al cristianismo a mediados del siglo IX, Bulgaria alcanzó su
apogeo en tiempos del zar Simeón I (893-927), educado en Constantinopla.
Desde 896 el Imperio estuvo obligado a pagar un tributo a Bulgaria, y, en 913,
Simeón estuvo a punto de atacar la capital. A la muerte de este monarca, en
927, su reino comprendía buena parte de Macedonia y Tracia, junto
con Serbia y Albania. El poder de Bulgaria fue, sin embargo, declinando durante
el siglo X, y, a principios del siglo siguiente, Basilio II (976-1025),
llamado Bulgaróctonos ('Matador de búlgaros') invadió Bulgaria y la anexionó al
Imperio, dividiéndola en 4 temas.

Mapa del Imperio durante el reinado de Basilio II.


Uno de los hechos más decisivos, y de efectos más duraderos, de esta época
fue la incorporación de los pueblos eslavos a la órbita cultural y religiosa de
Bizancio. En la segunda mitad del siglo IX, los monjes de Tesalónica Cirilo y
Metodio fueron enviados a evangelizar Moravia a petición de su
monarca, Ratislav I. Para llevar a cabo su tarea crearon, partiendo del dialecto
eslavo hablado en Tesalónica, una lengua literaria, el antiguo eslavo
eclesiástico o litúrgico, así como un nuevo alfabeto para ponerla por escrito,
el alfabeto glagolítico (luego sustituido por el alfabeto cirílico). Aunque la misión
en Moravia fracasó, a mediados del siglo X se produjo la conversión de la Rus
de Kiev, quedando así bajo la influencia bizantina un Estado más amplio y
extenso que el propio Imperio.
Las relaciones con Occidente fueron tensas desde la coronación
de Carlomagno (800) y las pretensiones de sus sucesores al título de
emperadores romanos y al dominio sobre Italia. Durante toda esta etapa, a
pesar de la pérdida de Sicilia, el Imperio siguió teniendo una enorme influencia
en el sur de Italia. Las tensiones con Otón I, quien pretendía expulsar a los
bizantinos de Italia, se resolvieron mediante el matrimonio de la princesa
bizantina Teófano, sobrina del emperador bizantino Juan I Tzimiscés, con Otón
II.
Separación de la iglesia cristiana oriental y occidental (1054):
Tras la resolución del conflicto iconoclasta, se restauró la unidad religiosa del
Imperio. No obstante, hubo de hacerse frente a la herejía de los paulicianos,
que en el siglo IX llegó a tener una gran difusión en Asia Menor, así como a su
rebrote en Bulgaria, la doctrina bogomilita.
Durante esta época fueron evangelizados los búlgaros. Esta expansión
del cristianismo oriental provocó los recelos de Roma, y a mediados del
siglo IX estalló una grave crisis entre el patriarca de Constantinopla, Focio y el
papa Nicolás I, quienes se excomulgaron mutuamente, produciéndose la
separación definitiva de las iglesias oriental y occidental. Además de la rivalidad
por la primacía entre las sedes de Roma y Constantinopla, existían algunos
desacuerdos doctrinales. El Cisma de Focio fue, sin embargo, breve, y hacia
877 las relaciones entre Oriente y Occidente volvieron a la normalidad.
La ruptura definitiva con Roma se consumó en 1054, conocido como Cisma de
Oriente y Occidente, con motivo de una nueva disputa sobre el texto del Credo,
en el que los teólogos latinos habían incluido la cláusula Filioque, significando
así, en contra de la tradición de las iglesias orientales, que el Espíritu
Santo procedía no solo del Padre, sino también del Hijo. Existía también
desacuerdo en otros muchos temas menores, y subyacía, sobre todo, el
enfrentamiento por la primacía entre las dos antiguas capitales del Imperio.
Declive del Imperio (1056-1204):

Emperador Manuel I Comneno (1143-1180).

Tras el período de esplendor que supuso el Renacimiento Macedónico, en la


segunda mitad del siglo XI comenzó un período de crisis, marcado por su
debilidad ante la aparición de dos poderosos nuevos enemigos: los turcos
selyúcidas y los reinos cristianos de Europa occidental; y por la
creciente feudalización del Imperio, acentuada al verse forzados los
emperadores Comneno a realizar cesiones territoriales (denominadas pronoia) a
la aristocracia y a miembros de su propia familia.
En la frontera oriental, los turcos selyúcidas, que hasta el momento habían
centrado su interés en derrotar al Egipto fatimí, empezaron a hacer incursiones
en Asia Menor, de donde procedía la mayor parte de los soldados bizantinos.
Con la inesperada y aplastante derrota en la batalla de Manzikert (1071)
de Romano IV a manos del sultán Alp Arslan, la hegemonía bizantina en Asia
Menor llegó a su fin. Posteriores emperadores de la dinastía Conmena lograrían
reconquistar parte de los territorios perdidos, pero tras 1204 esto fue imposible.
Más aún, un siglo después, Manuel I Comneno sufriría otra humillante derrota
frente a los selyúcidas en Miriocéfalo en 1176.
En Occidente, los normandos expulsaron de Italia a los bizantinos en unos
pocos años (entre 1060 y 1076), y conquistaron Dirraquio, en Iliria, desde
donde pretendían abrirse camino hasta Constantinopla. La muerte de Roberto
Guiscardo en 1085 evitó que estos planes se llevasen a efecto. Aprovechando la
ausencia normanda y la pacificación temporal de los pechenegos en Bulgaria, el
emperador Alejo I Comneno buscó la ayuda del papa Urbano II para reclutar un
ejército que le ayudara a reconquistar Anatolia. Esto tuvo como resultado el
inicio de las Cruzadas, que, irónicamente, terminarían causando el declive final
del Imperio.
La intervención cruzada terminó generando problemas al Imperio. A pesar de
haberse comprometido a ponerse bajo la autoridad bizantina, los cruzados
terminaron por establecer varios Estados independientes
en Antioquía, Edesa, Trípoli y Jerusalén. Los alemanes del Sacro Imperio y los
normandos de Sicilia y el sur de Italia siguieron atacando el Imperio durante el
siglo XII. Las ciudades-estado y repúblicas italianas como Venecia y Génova, a
las cuales Alejo I había concedido derechos comerciales en Constantinopla, se
convirtieron en los objetivos de sentimientos antioccidentales. Los europeos en
conjunto eran denominados despectivamente como "francos", pueblo recordado
por conquistar los antiguos territorios del Imperio occidental durante la época
de Carlomagno. A los venecianos en especial les importunaron sobremanera
dichas manifestaciones del pueblo bizantino, teniendo en cuenta que su flota de
barcos era la base de la marina bizantina.
Cuarta cruzada y consecuencias (1204-1261):

La situación en la primera mitad del siglo XIII.

Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio, intentó conquistar sin éxito
el Imperio durante la Tercera cruzada, pero fue la cuarta la que tuvo el efecto
más devastador sobre el Imperio bizantino. La intención expresa de la Cruzada
era conquistar Egipto, aunque los cruzados terminaron haciendo de
mercenarios para la República de Venecia, que les prometió riquezas a cambio
de tomar Zara (Hungría). La ciudad fue sitiada y cayó en 1202. Fue entonces
que intervino Alejo IV Ángelo, quien estaba involucrado en una guerra civil en
contra del incompetente Alejo III Ángelo. Sin tomar en cuenta el precario
estado del tesoro imperial, Alejo IV prometió soldados y dinero a cambio de
instaurarlo en el trono, y así lo hicieron. Cruzados y venecianos tomaron la
ciudad sin muchas dificultades, puesto que el emperador había huido y los
ciudadanos habían liberado al ex-emperador Isaac II, restaurado junto a su
hijo Alejo IV. Sin embargo, estos fueron incapaces de pagarle a los cruzados,
quienes en respuesta volvieron a atacar la ciudad.
Constantinopla cayó a los cruzados en 1204. Le siguieron tres días de pillaje y
destrucción de importantes obras de arte; por primera vez desde su fundación
por Constantino I, más de ochocientos años antes, la ciudad había sido tomada
por un ejército extranjero. Los cruzados y venecianos firmaron el Partitio
terrarum imperii Romaniae ("Partición del Imperio romano"), con el cual
Imperio dejó de existir para dar lugar a una serie de estados cruzados. El más
importante de estos fue el Imperio latino (1204-1261).
El Imperio hacia el año 1265, terminó siendo casi una representación
geográfica de la Grecia Clásica del siglo V a. C.

El poder bizantino pasó a estar permanentemente debilitado. En este tiempo,


Serbia, bajo Esteban Dushan, de la dinastía Nemanjić, se fortaleció
aprovechando el desmoronamiento imperial e inició un proceso que culminaría
con el establecimiento del Imperio serbio en 1346. Sin embargo, existieron tres
remanentes griegos herederos del Imperio bizantino fuera de la órbita latina:
el Imperio de Nicea, el Imperio de Trebisonda, y el Despotado de Epiro. El
primero, gobernado por la dinastía Paleólogo, reconquistó Constantinopla en
1261 y derrotó al Epiro, revitalizando el Imperio, pero prestando demasiada
atención a Europa cuando la creciente penetración de los turcos en Asia Menor
constituía el principal problema.
Decadencia final y sitio turco (1261-1453):
La historia del Imperio bizantino tras la reconquista de la capital por Miguel VIII
Paleólogo es la de una prolongada decadencia. En el lado oriental el avance
turco redujo casi a la nada los dominios asiáticos del Imperio, convertido en
algunas etapas en vasallo de los otomanos, mientras en los Balcanes debió
competir con los Estados griegos y latinos que habían surgido a raíz de
la conquista de Constantinopla en 1204. En el Mediterráneo, la superioridad
naval veneciana dejaba muy pocas opciones a Constantinopla. Además, durante
el siglo XIV el Imperio, reducido a ser uno más de los numerosos Estados
balcánicos, debió afrontar la terrible revuelta de los almogávares de la Corona
de Aragón y dos devastadoras guerras civiles.
Durante un tiempo el Imperio sobrevivió simplemente porque
selyúcidas, mongoles y persas safávidas estaban demasiado divididos para
poder atacarlo, pero finalmente los turcos otomanos invadieron todo lo que
quedaba de las posesiones bizantinas, a excepción de unas cuantas ciudades
portuarias. Los otomanos —núcleo originario del futuro Imperio otomano—
procedían de uno de los sultanatos escindidos del Estado selyúcida encabezado
por un jefe llamado Osmán I, que daría el nombre a la dinastía otomana
u osmanlí.
El Imperio bizantino hacia 1400 ya no era un imperio: terminó reducido
a Laconia, Salónica y Constantinopla, aisladas entre sí.

El Imperio solicitó el socorro de Occidente, pero los diferentes Estados pusieron


como condición la reunificación de la Iglesia católica y la ortodoxa. Los
mandatarios bizantinos estudiaron la unión de las Iglesias y ocasionalmente
incluso llegaron a imponerla por decreto, pero los ortodoxos no la aceptaron.
Algunos combatientes occidentales llegaron en auxilio de Bizancio, pero muchos
prefirieron dejar al Imperio sucumbir, y no hicieron nada cuando los otomanos
conquistaron los territorios restantes.
Constantinopla parecía en principio inexpugnable debido a sus poderosas
defensas, pero, con el advenimiento de los cañones, las murallas —que habían
sido impenetrables excepto para los integrantes de la Cuarta Cruzada durante
más de mil años— ya no ofrecían la protección adecuada frente a los otomanos.
La caída de Constantinopla se produjo finalmente el 29 de mayo de 1453,
después de un sitio de dos meses llevado a cabo por Mehmet II. El último
emperador bizantino, Constantino XI Paleólogo, fue visto por última vez cuando
entraba en combate con las tropas de jenízaros de los sitiadores otomanos, que
superaban de manera aplastante a los bizantinos. Los últimos remanentes
bizantinos independientes, Morea y Trebisonda, fueron también conquistados
por Mehmet en 1460 y 1461 respectivamente.
Economía:
Como en el resto del mundo en la Edad Media, la principal actividad económica
era la agricultura que estaba organizada en latifundios, en manos de la nobleza
y el clero. Cultivaban los cereales, frutos, las hortalizas y otros alimentos. La
principal industria era la textil, basada en talleres de seda estatales, que
empleaban a grandes cantidades de operarios. El Imperio dependía por
completo del comercio con Oriente para el abastecimiento de seda, hasta que a
mediados del siglo VI unos monjes desconocidos —quizá nestorianos— lograron
llevar capullos de gusanos de seda a Justiniano. El Imperio comenzó a producir
su propia seda —principalmente en Siria—, y su fabricación fue un secreto
celosamente guardado y desconocido en el resto de Europa hasta al menos el
siglo XII.
Hay que destacar la gran importancia del comercio. Por su situación geográfica,
el Imperio bizantino fue un intermediario necesario entre Oriente y el
Mediterráneo, al menos hasta el siglo VII, cuando el islam se apoderó de las
provincias meridionales del Imperio. Era especialmente importante la posición
de la capital, que controlaba el paso de Europa a Asia, y al dominar el estrecho
del Bósforo, los intercambios entre el Mediterráneo (desde donde se accedía a
Europa occidental) y el mar Negro (que enlazaba con el Norte de Europa y
Rusia).
Existían tres rutas principales que enlazaban el Mediterráneo con el Extremo
Oriente:

1. El camino más corto atravesaba Persia, y luego Asia


Central (Samarcanda, Bujará). Se conoce como Ruta de la Seda.
2. Una segunda ruta, mucho más difícil, evitaba Persia, e iba del mar
Negro, a través de los puertos de Crimea, al Caspio, y de ahí a Asia
Central. Esta ruta fue abierta en época de Justino II.
3. Por mar, desde la costa de Egipto, a través del mar Rojo y del océano
Índico, aprovechando los monzones, hasta Sri Lanka. Esta ruta marítima
posibilitaba no solo el comercio con la India, sino también con el reino
de Aksum, en la actual Eritrea. Una pormenorizada relación de las
vicisitudes de esta ruta se encuentra en la obra del viajero Cosmas
Indicopleustes. El comercio bizantino por esta ruta desapareció cuando
en el siglo VII se perdieron las provincias meridionales del Imperio.
El comercio bizantino entró en decadencia durante los siglos XI y XII, a causa de
las ruinosas concesiones que se hicieron a Venecia, y, en menor medida,
a Génova y a Pisa.
Un importante elemento en la economía del Imperio fue su moneda, el sólido
bizantino y el besante, de extendido prestigio en el comercio mundial de la
época.
Religión:
Uno de los rasgos más característicos de la civilización bizantina es la
importancia de la religión y del estamento eclesiástico en su ideología oficial,
Iglesia y Estado, emperador y patriarca, se identificaron progresivamente, hasta
el punto de que el apego a la verdadera fe (la «ortodoxia») fue un importante
factor de cohesión política y social en el Imperio bizantino, lo que no impidió
que surgieran numerosas corrientes heréticas.
El cristianismo primitivo tuvo un desarrollo mucho más rápido en Oriente que
en Occidente. Es muy significativo el hecho de que el Concilio de
Calcedonia reconociera en 451 cinco grandes patriarcados, de los cuales solo
uno (Roma) era occidental; los otros cuatro
(Constantinopla, Jerusalén, Alejandría y Antioquía) pertenecían al Imperio de
Oriente. De todos ellos, el principal fue el Patriarcado de Constantinopla, cuya
sede estaba en la capital del Imperio. Las otras tres sedes fueron separándose
paulatinamente de Constantinopla, primero a causa de la herejía monofisita,
duramente perseguida por varios emperadores; luego, con motivo de la
invasión del islam en el siglo VII, las sedes de Alejandría, Antioquía y Jerusalén
quedaron definitivamente bajo dominio musulmán.
Durante el siglo VII, hubo algunos intentos de la Iglesia ortodoxa por atraerse a
los monofisitas, mediante posturas religiosas intermedias, como
el monotelismo, defendido por Heraclio I y su nieto Constante II. Sin embargo,
en los años 680 y 681, en el III Concilio de Constantinopla se retornó
definitivamente a la ortodoxia.
La Iglesia ortodoxa sufrió otra crisis importante con el movimiento iconoclasta,
primero entre los años 730 y 787, y luego entre 815 y 843. Se enfrentaron dos
grupos religiosos: los iconoclastas, partidarios de la prohibición del culto a las
imágenes o iconos, y los iconódulos, que defendían esta práctica. Los iconos
fueron prohibidos por León III, que ordenó la destrucción de todas las
representaciones de Jesús, la Virgen María y de todos los santos, comenzando
así las más agrias disputas. Esto no se resolvió hasta que la
emperatriz Irene convocó el II Concilio de Nicea en 787 que reafirmó los
iconos. Esta emperatriz consideró una alianza matrimonial con Carlomagno que
hubiera unido ambas mitades de la cristiandad, pero que fue desestimada.
El movimiento iconoclasta resurgió en el siglo IX, siendo derrotado
definitivamente en 843. Todos estos conflictos internos no ayudaron a resolver
el cisma que se estaba produciendo entre Occidente y Oriente.
En el siglo IX destaca la figura del patriarca Focio, que por primera vez rechazó
el primado de Roma, abriendo una historia de desencuentros que culminaría en
1054, con el llamado Cisma de Oriente y Occidente. Focio se esforzó también
en equiparar el poder del patriarca al del emperador, postulando una especie
de diarquía o gobierno compartido.
El cisma contribuyó, sin embargo, a la transformación de la Iglesia ortodoxa en
una Iglesia nacional. Esto se reforzó más aún con la humillación sufrida en
1204 por la invasión de los cruzados y el traslado temporal de la sede patriarcal
a Nicea.
Durante el siglo XIV se desarrolló una importante corriente religiosa, conocida
como hesicasmo (del griego hesychía, que puede traducirse como 'quietud' o
'tranquilidad'). El hesicasmo defendía el recogimiento interior, el silencio y la
contemplación como medios de acercamiento a Dios, y se difundió sobre todo
por las comunidades monásticas. Su máximo representante fue Gregorio
Palamás, monje de Athos que llegaría a ser arzobispo de Tesalónica.
Desde finales del siglo XIII hubo varios intentos de volver a la unidad religiosa
con Roma: en 1274, en 1369 y en 1438, para conseguir la ayuda occidental
frente a los turcos. Sin embargo, ninguno de estos intentos llegó a prosperar.
Lengua y literatura:
En los orígenes del Imperio bizantino existió una situación de diglosia entre el
latín y el griego. El primero era la lengua de la administración estatal, en tanto
que el griego era la lengua hablada y el principal vehículo de expresión literaria.
La Iglesia y la educación utilizaban también el griego. A esto debe añadirse que
algunas regiones del Imperio empleaban otras lenguas, como el arameo y su
variante, el siríaco, en Siria y Palestina y el copto en Egipto.
Con el tiempo, el latín fue definitivamente desplazado por el griego, que, en la
primera mitad del siglo VII, se convirtió también en la lengua de la
administración imperial. Es significativo que ya en época de Heraclio el título
de Augustus, en latín, haya sido sustituido por el de basiléus, en griego. El latín,
sin embargo, continuó apareciendo en inscripciones y en monedas hasta el
siglo XI.
La invasión del islam y la pérdida de las provincias orientales propiciaron una
mayor helenización del Imperio. El griego hablado en el Imperio era el
resultado de la evolución del griego helenístico, y suele denominarse griego
medieval o griego bizantino. Existían grandes diferencias entre el lenguaje
literario, deliberadamente arcaico, y el lenguaje hablado, la koiné popular, muy
rara vez utilizada en la literatura.
La literatura, como en general la cultura bizantina en todos sus aspectos, se
caracteriza por tres elementos: helenismo, cristianismo e influjo oriental.
Helenismo porque continúa la tradición de la Grecia clásica pese a los intentos
romanizadores de Justiniano, de lengua materna latina, y su sobrino Justino II,
que solo alcanzaron al derecho. Cristianismo porque esa fue
desde Constantino la religión del Imperio, a pesar de la oposición intelectual
hasta bien entrado el siglo VI; influjo oriental por la estrecha relación con
pueblos asiáticos y africanos.
La literatura bizantina cuenta con un poema épico en griego popular, el
de Digenis Akritas, y con líricos de primer orden como Teodoro Pródromo.
Posee unos géneros característicos, como los bestiarios, volucrarios, lapidarios y
las novelas bizantinas (Estacio Macrembolita: Los amores de Isinia e Ismino;
Teodoro Pródromo, Los amores de Rodante y Dosicles; Nicetas Eugeniano, Las
aventuras de Drusilla y Caricles y Constantino Manasés, Aventuras de
Aristandro y Calitea). Fue especialmente fecunda en escritores teológicos
(como, por ejemplo, Eneas de Gaza), cristológicos y hagiográficos. Repercutió
en particular en la literatura occidental la historia de Barlaam y Josafat,
divulgada por todo Occidente, en la cual se encuentran alusiones a la vida
de Buda.
La historia tuvo representantes eminentes, como Procopio de Cesarea,
secretario que fue del célebre general Belisario durante el reinado
de Justiniano y a la vez panegirista del emperador en los seis libros de
sus Historias y su detractor en la llamada Historia secreta. En la lírica destaca el
género del epigrama con figuras como Pablo Silenciario y Agatías, este último
antologista e historiador del periodo que siguió a Justiniano. Jorge de
Pisidia compuso poesía épica y epigramas. Existe un interesante libro de viajes
de Cosmas Indicopleustes. Del siglo VII destaca un historiador, Simocata, que
no llegó a la importancia de Procopio; en este siglo se hizo famoso el
poeta Romano el Mélodo, autor de himnos religiosos. Entre el siglo VIII y el XI se
compila la ya mencionada epopeya nacional Digenis Acritas, compuesta en una
lengua semiculta; también se elaboran epopeyas sobre las hazañas
de Alejandro Magno y se componen enciclopedias como la Suda, de no siempre
acendrada veracidad. Se recopiló en esta época el más importante corpus de
epigramática griega que se conserva, la Antología Palatina. El cristianismo entra
en el género tradicional pagano con la obra del monje Teodoro Estudita y de la
monja poetisa Casia. Algunos emperadores se dedicaron a las letras,
como León VI el Sabio, que fue poeta, así como su hijo, Constantino
VII Porfirogéneta. San Juan Damasceno compuso tratados teológicos y
polémicos en oscuro estilo; el citado Teodoro escribe también sobre la cuestión
iconoclasta, así como obras ascéticas y de exégesis.
En el último periodo, desde finales del XI, existe una gran cantidad de literatura
polémica religiosa, pero también escriben Focio y Miguel Psellos sobre temas
más variados y se propicia un renacimiento de las letras griegas, renacimiento
que pasó a Europa con la dispersión de los eruditos bizantinos por la península
itálica tras la conquista de Constantinopla por los otomanos. En Italia renacerá
el estudio del griego y el Humanismo y de ahí pasará al resto del
mundo. Tzetzes escribe poemas didácticos y eruditos. El epigrama alcanza
cumbres en Cristóbal de Mitilene o Juan Mauropo. Se escriben novelas en
Grecia y proliferan los bestiarios y lapidarios, y crónicas como la célebre Crónica
de Morea, que mandó traducir al aragonés el gran maestre de la Orden de San
Juan de Jerusalén Juan Fernández de Heredia. El inquieto e inconformista
poeta Teodoro Pródromo escribe cuatro poemas satíricos en la lengua popular y
escribe su Catomiomaquia, o Lucha de los Gatos contra los Ratones a modo
de parodia épica. Hay excelentes historiadores que dejan testimonio de
las Cruzadas, como los hermanos Miguel y sobre todo Nicetas
Acominato, Paquimeras, Nicéforo Brienio o su mujer Ana Comneno, princesa
imperial autora de La Alexiada, historia de su padre Alejo I Comneno. Durante
la época de los Paleólogos la literatura entra en decadencia, pero después
surge con fuerza la filología.

Legado:
El Imperio bizantino fue un Imperio multicultural, que nació como cristiano y
heredero de la tradición romana, comprendiendo la zona de Oriente y que
desapareció en 1453 como un reino griego ortodoxo. El escritor británico Robert
Byron lo describió como el resultado de una triple fusión: un cuerpo romano,
una mente griega y un alma oriental.
Bizancio fue la única potencia estable en la Edad Media. Su influencia sirvió de
factor estabilizador en Europa, sirviendo de barrera contra la presión de las
conquistas de los ejércitos musulmanes y actuando como enlace hacia el
pasado clásico y su antigua legitimidad.
La caída del Imperio fue traumática, tanto que durante mucho tiempo se
consideró 1453 como la división entre la Edad Media y la Edad Moderna. El
conquistador otomano, Mehmet II, y sus sucesores se consideraron a sí mismos
herederos legítimos de los emperadores bizantinos hasta el derrumbamiento del
Imperio otomano, a principios del siglo XX. Sin embargo, el papel del emperador
bizantino como cabeza de la ortodoxia oriental fue reclamado por los grandes
duques de Moscú empezando por Iván III. Su nieto Iván IV el Terrible se
convertiría en el primer zar de Rusia (el título de zar proviene del latín caesar,
'césar'). Sus sucesores apoyaron la idea que Moscú era la heredera legítima de
Roma y Constantinopla, la Tercera Roma —una idea mantenida por el Imperio
ruso hasta su propio fin a principios del siglo XX—.
Desde el punto de vista comercial, Bizancio era el punto de partida de la Ruta
de la Seda, el eje económico que unía Europa con Oriente, importando materias
de lujo como seda y especias. La interrupción de esta ruta con motivo de la
desaparición del Imperio bizantino provocó la búsqueda de nuevas rutas
comerciales, llegando españoles y portugueses a América y África en busca de
rutas alternativas. Los portugueses, que acabaron la Reconquista antes y
dispusieron de los recursos necesarios con antelación crearon un Imperio
atlántico que permitía alcanzar la India al circunnavegar África. Los españoles,
posteriormente, patrocinarían a Cristóbal Colón y a los conquistadores, que
supondrían la creación de un imperio que transformaría a España en la primera
potencia mundial.
Bizancio desempeñó un papel inestimable para la conservación de los textos
clásicos, tanto en el mundo islámico como en la Europa occidental, donde sería
clave para el Renacimiento. Su tradición historiográfica fue una fuente de
información sobre los logros del mundo clásico. Hasta tal punto fue así, que se
cree que el resurgir cultural, económico y científico del siglo XV no hubiera sido
posible sin las bases establecidas en la Grecia bizantina.
La influencia de Bizancio en asuntos como la teología sería vital para
pensadores europeos como Santo Tomás de Aquino. Asimismo se ha de
mencionar que el Imperio fue clave en la extensión del cristianismo, que
definiría Europa durante siglos. De los cuatro mayores focos de esta religión,
tres (Jerusalén, Antioquía y Constantinopla) se hallaban en su territorio y hasta
que no aconteció el cisma de Oriente fue su mayor foco espiritual. También fue
responsable de la evangelización de los pueblos eslavos, gracias a misioneros
tan célebres como Cirilo y Metodio, que evangelizaron a los pueblos eslavos y
desarrollaron un sistema de escritura que aún hoy en día se sigue utilizando en
muchos países, el alfabeto cirílico. Por último es notable su influencia en las
Iglesias copta, etíope, y la de armenia.

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