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Child there is light somewhere

Under a star,
Sometime it will be for you

Una oruga en su capullo con las alas enrolladas alrededor de su cuerpo en un invierno que
nunca se había tornado primavera. Colores que nunca vería, ni conocería, de ese par de alas de
un tamaño incierto. Quizás pequeñas como la uña de su dedo meñique, tal vez grandes y
bulliciosas como las de una monarca.

Todo un cúmulo de palabras suspendidas en una gota de tinta que nunca acariciaba la hoja,
que no llegaba a hacerse letra. Una poesía pensada, rimada, silabeada pero nunca escrita.
Muchas sinefalas de érase suspendidas en oraciones que estaban estáticas en una situación
que nunca cambiaba, por mucho que su propia vida cambiara.

¿Alguna vez se enamoraría de nuevo? ¿Alguna vez podría sentir tanto amor? Algo así como
premoniciones siniestras llegaban algunas noches cuando recordaba las primeras veces que lo
había visto, y la primera vez que había escuchado directamente su voz. Profunda, como un mar
del cual solo conocía la orilla, en el que apenas remojaba sus pies, al que acariciaba a veces,
por fortuna, con la punta de sus dedos, pero que nunca le había permitido sumergirse por
completo.

De ese mar no conocía apenas y la superficie, algunas noches terriblemente turbulenta y


oscura, algunos atardeceres más dorada que el sol, y cada año con más temporadas de calma,
de paz, donde como en un espejo podía reflejar su propia y frágil humanidad, y recibía de
vuelta una imagen de consuelo y amor.

Pero era desde ese mar desde donde cantaban todas las sirenas que lo llamaban hasta la
desbordante sensación de locura. A veces no era más que un chico desesperado. Si tan solo no
fuera solo él quien desesperara…estando allí, en tempestad o naufragio, ni la pena de Argos
podría convencerlo del retorno.

Tenía demasiada suerte en la vida, y era un chico feliz. Si solo pudiera extender un poco más la
cuerda de la buena fortuna con su fuerza para que quedara la victoria de su lado… pero ese
codicioso amor no era para nada como un juego donde sirviera ser impetuoso. Parado frente a
la arrobadora enormidad del mar, no quedaba más que consentir, al menos para él, no había
otra fortuna. Pararse en frente e intentar paladear el sabor a sal cuando corría la brisa, o
arriesgarse a ser expulsado de la vera por las olas. Estaba claro cuál era su sitio.

Había leído una predicción entre poemas que decía que su suerte estaría bajo una estrella, a
pesar de que nada de eso había sido para él escrito. Pero le gustaba creerlo mientras probaba
las luces artificiales que dibujaban cientos de ellas sobre las paredes, en su cama, en su puerta,
llenando todo de color. Él ya había conocido el momento brillante, el momento feroz donde la
belleza aparece ante los ojos con todo su contraste y su esplendor, y aunque no sería un
cobarde, claro que no lo sería, todavía le faltaba comprender que pudiera ser tan simple como
el deleite de un niño habitado por la soledad.

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