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Los ejércitos organizados tienen sus primeros orígenes con el advenimiento de las
bandas de cazadores y las partidas de salteadores, peleando por territorio, mujeres o co-
mida. A medida que se fueron haciendo más comunes otros impulsos tales como la ur-
gencia por dominar a otros o defender las casas y las villas de merodeadores o buscar la
independencia de la tiranía, surgió la necesidad de organizar grupos combatientes cada
vez más grandes y con ellos la necesidad de un sistema de abastecimientos. A medida
que las armas se volvían más sofisticadas y las flechas y jabalinas reemplazaron a los
palos y piedras, en la misma medida las armaduras de metal reemplazaron al escudo de
mimbre y apareció la necesidad de un artesano para forjar y reparar no solo las armas
sino los nuevos medios de hacer la guerra - carros y posteriormente máquinas de ase-
dio. El hoy universal caballo, las mulas y bueyes usados para tirar el transporte, necesita-
ban forraje - el que últimamente se ha convertido en combustible con el advenimiento de
los vehículos mecánicos. Los hombres y las bestias requirieron un rango cada vez mayor
de equipo de guerra y abastecimientos y un sistema, al que hoy llamamos logística, me-
diante el cual estos elementos esenciales podían ser provistos y administrados.
Los Asirios
Alrededor del 700 AC, los asirios tuvieron el primer ejército permanente que se co-
nozca en la historia. Estaba equipado con carros, armas y armaduras de hierro que
reemplazaron al equipamiento de bronce de los soldados primitivos. Más o menos por la
misma época, el arte de las fortificaciones de las ciudades más grandes en lo que ahora
llamamos el Cercano Oriente, se había desarrollado en un grado tal que su asalto se ha-
bía transformado en una empresa considerable, incluyendo trenes de arietes, torres de
madera y una amplia provisión de flechas y otros misiles para llevar a cabo operaciones
de asedio. El ejército asirio tenía un alto grado de organización y habilidad para pelear
con éxito en cualquier clase de terreno. Se debe haber aproximado a los 50.000 hom-
bres y una formación de ese tamaño debe haber requerido un gran organismo de abas-
tecimiento, para las operaciones en el desierto o la montaña. También debe de haber es-
tado familiarizado con el problema de todos los ejércitos hasta la era del ferrocarril y aún
más allá, que expresado con crudeza, era: "para vivir, manténte en movimiento". Si un
ejército se detenía aún en un área populosa, rápidamente se consumían los víveres dis-
ponibles; salvo que su comandante hubiera previsto hacer los arreglos para llevar los ali-
mentos con él o que se los hicieran llegar. Si un ejército se detenía en cualquier época
del año desde al fin de la primavera hasta la cosecha, había poca comida disponible, ya
que hasta los lugareños estaban en el nivel mínimo de subsistencia. El mejor momento,
para el ejército, era llegar justo después de la cosecha, si bien no lo era para la población
local; de esa forma la totalidad de la cosecha estaba disponible para ser requisada. Los
consumidores más voraces de los granos eran los animales, en número creciente, princi-
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La Savia de la Guerra
palmente los caballos y las mulas, pero a veces también los novillos, elefantes y came-
llos que acompañaban a los ejércitos, a medida que crecían en tamaño y sofisticación.
En el verano, estos animales rápidamente agotaban el área inmediata del ejército, crean-
do la necesidad de enviar las patrullas de forraje cada vez más lejos. En invierno el grano
debe ser tomado de los recursos locales o traídos al lugar. En una de las últimas guerras
en que los animales jugaron un rol principal, la Primera Guerra Mundial, mientras los bri-
tánicos despacharon a Francia 5.253.538 toneladas de munición, incluyendo más de
170.000.000 de granadas, el mayor efecto unitario despachado consistió de 5.438.602
toneladas de avena y heno. A este respecto, la Primera Guerra Mundial no fue diferente
de las guerras de la antigüedad, si bien difiere grandemente en otro aspecto logístico, un
enorme incremento en el abastecimiento de munición y de ese modo anunciando una
nueva era de la guerra.
También hizo un uso extensivo de los buques para transportar el pienso, dado que
un buque mercante grande podía cargar unas 400 toneladas,7 mientras que un caballo
de carga llevando solo 90 Kg, comería 9 Kg de forraje diariamente y por lo tanto consu-
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Desde los Asirios 700 AC hasta el Armisticio 1918 DC
mir su propia carga en diez días. En realidad, Engels concluye que Alejandro nunca pasó
un invierno, ni siquiera unas pocas semanas, con la totalidad de su ejército en una región
alejada de un puerto de mar o de un río navegable. Además fue lo suficientemente astu-
to como para sacar ventaja de la debilidad logística de los buques de guerra de sus ene-
migos. Tal como lo puntualiza Robin Lane Fox en su estudio sobre Alejandro:
"Al igual que todos los buques de guerra del mundo antiguo, los buques de com-
bate persas tenían tan poco espacio bordo para acumular provisiones, que se
veían forzados a estar en contacto diario con una base terrestre. No se podía co-
cinar en navegación y el agua dulce tenía que ser obtenida entrando a la desem-
bocadura del río más próximo. Astuto como siempre, Alejandro se les anticipó y
envió varias unidades por tierra para batirlos. Frustradas y sedientas las
tripulaciones persas zarparon hacia la isla de Samos, donde se aprovisionaron de
efectos, probablemente con la ayuda de los residentes atenienses. A su regreso
a Mileto no lo pasaron mejor a causa del agua y abandonaron la lucha en el inte-
rés de sus estómagos y zarparon hacia el sur."
Habiendo usado estas tácticas en el Egeo, las usaría nuevamente para forzar a ren-
dirse y unírsele a los buques Chipriotas y Fenicios. Alejandro comprendió que el alcance
de la logística no estaba limitado solamente a asuntos de abastecimientos, sino que
abarcaba la moral y los refuerzos, tal como lo muestra Lane Fox.
"Antes de avanzar (hacia la costa de Licia y Panfilia, para asegurar el flanco marí-
timo y hacerla inútil al enemigo), dio órdenes en el sentido de que todos los ma-
cedonios que se hubieran casado "poco antes de su campaña asiática" serían
enviados de vuelta a Macedonia para pasar el próximo invierno con sus esposas.
"De todas sus acciones, ésta le ganó popularidad a Alejandro entre sus macedo-
nios", además de ayudar a la tasa de natalidad de la madre patria y estimulando
más a los refuerzos."
En ninguna parte resulta más evidente el uso, por parte de Alejandro, de su flota
mercante para proveer apoyo logístico a su ejército, que al finalizar su campaña en la In-
dia. Planificó marchar desde la boca del Indus en Pattala (190 kilómetros al nordeste de
donde hoy se encuentra Karachi) a lo largo de la costa hasta Pasni en la costa del Mak-
ran en Baluchistan. Engels nos dice que Alejandro había acopiado cuatro meses de pro-
visiones para su ejército, totalizando unas 52.600 toneladas. Debe de haber llevado poca
agua porque los ríos que fluyen hacia la costa estarían llenos en la época del monzón,
que estaba casi por comenzar y se podrían cavar pozos en la costa. No podía llevar por
tierra las 52.000 toneladas de abastecimientos, porque luego de nueve días lo animales
las hubieran consumido en su totalidad y los 13,5 Kg. llevados por un hombre también
hubieran sido consumidas.8 Por ello, la masa de sus provisiones debe haber sido trans-
portada por la flota, la que debió haber navegado a lo largo de la costa siguiendo el ritmo
del ejército el que, a cambio, debe de haber provisto de agua a la flota. Alejandro partió a
mediados de julio, pero la flota nunca llegó a la costa. Sin saberlo Alejandro, los monzo-
nes que proveían el agua habían impedido zarpar a los buques y los inmovilizaría hasta
octubre. Alejandro no podía quedarse donde estaba con la esperanza de que los buques
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La Savia de la Guerra
se presentaran. El área y estaba desbastada y hasta donde se sabía, la flota destruida
por los hindúes. No podía regresar a Pattala, un viaje de un 415Km.m por un territorio
que había sido asolado y no aportaría nada a un ejército de 87.000 infantes, 18.000
hombres de caballería y 52.000 seguidores. Marchó a través del interior deshabitado, por
las regiones donde estaba disponible algún forraje, pero perdió las tres cuartas partes de
su ejército en los desiertos de la depresión de Kolwa entre las cordilleras central y coste-
ra de Makran. Finalmente llegó al Tugar donde los restos de su ejército pudieron recoger
suficientes abastecimientos para la marcha a la costa en Pasni. De aquí marchó a Gw-
dar, cubriendo 189 Km en siete días. Ahora, por fin, se pudieron reaprovisionar.
Logística la clave
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? Este avance da un promedio de 5,4 Km por día
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Desde los Asirios 700 AC hasta el Armisticio 1918 DC
que los ejércitos movidos por caballos y por lo tanto, pese a la necesidad de estaciones
carboneras, logísticamente eran más independientes que los ejércitos. La conversión de
las calderas a fuel oil aumentó la autonomía en un 40 por ciento debido a su mayor efi-
ciencia como fuente de energía. El advenimiento del Tren de Flota y las técnicas de rea-
provisionamiento en el mar de petroleros y buques depósito, en la Segunda Guerra Mun-
dial, dotó a las marinas de una gran autonomía. Algo similar que en los tiempos de Nel-
son; excepto que estos buques podían estar en el mar durante años, con largos interva-
los entre mantenimiento en los astilleros. El reaprovisionamiento en el mar de líquidos y
sólidos, provee casi todos los efectos requeridos por una unidad de combate, combusti-
ble para el buque y sus aeronaves, misiles, víveres, repuestos, desde el chip de siliconas
más pequeño para un sistema de control tiro hasta el equipo completo de una turbina de
gas para el sistema de propulsión del buque. El reabastecimiento en el mar y la posibi-
lidad de destilar agua para beber y otros usos, le permite, aún a un complejo buque de
guerra, permanecer en el mar durante meses, siendo limitada su autonomía solo por la
de su tripulación y por la de aquellas partes de su maquinaria y casco que no pueden ser
reparadas salvo en los astilleros.10 Desde el Siglo XVI, las marinas han sido considera-
blemente más fáciles de mantener y son logísticamente más flexibles que los ejércitos.
Es por eso que este libro se concentra en la logística de los ejércitos de tierra, porque es
más difícil y para explicar el por qué, es que la narración ha saltado 2.000 años. Es el
momento de volver a él.
La Era de Carlomagno
El Imperio Bizantino
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La Savia de la Guerra
En Europa Oriental, los bizantinos, herederos del Imperio Romano, debieron su su-
pervivencia al hecho de que su ejército era el cuerpo más eficiente de mundo en aquella
época. El Imperio Bizantino mantenía un ejército regular de entre 120.000 a 150.000
hombres, aproximadamente el cincuenta por ciento de caballería y el resto de infantería.
Excepto en el siglo nueve, cuando una serie de emperadores soldados condujeron un
contraataque contra los musulmanes, los búlgaros y los eslavos, la estrategia bizantina
fue principalmente defensiva. Las conquistas lejanas eran caras en vidas y tesoros. Re-
conocieron que su riqueza era una atracción constante para las tribus bárbaras que los
rodeaban, por lo que adoptaron una política de disuasión, evitando la guerra si era posi-
ble, pero repeliendo a los invasores en forma enérgica seguido del castigo y hostiga-
miento de sus agresores con un mínimo gasto de recursos y hombres, más o menos lo
que hacen los israelíes hoy en día. Su fuerza de choque consistía en caballería fuerte-
mente armada con armaduras de escamas, altamente disciplinada y bien adiestrada.
Por lo tanto se vieron forzados a recurrir a mercenarios de Europa Occidental, Rusia, Es-
candinavia y las tribus de sus fronteras norte. Sin embargo, la destreza profesional de
ese ejército iba a asegurar la supervivencia de Bizancio por lo menos por otros cuatro-
cientos años.
Las Cruzadas
La súplica, en 1095, por parte del Emperador Alexius al Papa para que lo asistiera en
limpiar Anatolia de turcos, probablemente con la esperanza a atraer unos miles de mer-
cenarios, iba a poner en marcha una serie de expediciones de Europa Occidental hacia
el Mediterráneo Oriental; las Cruzadas. Si bien hubo otras campañas peleadas bajo el tí-
tulo de cruzadas, contra los eslavos y los moros, nos referiremos solo a las campañas en
Asia Menor y Palestina. No fue poca cosa, entre las muchas destrezas que los europeos
occidentales adquirieron en el Oriente, el significativo salto dado en las variadas ramas
del arte militar.
La Primera Cruzada
La Primera Cruzada, de 1096 a 1099, que finalizó con la captura de Jerusalén, co-
menzó en forma poco auspiciosa. Los contingentes principales de Normandía, Inglaterra,
Francia, Flandes, Alemania y la Sicilia Normanda, agrupados bajo no menos de diez líde-
res, constituían un ejército indisciplinado de unos 50.000, que al mismo tiempo no era
mejor que una chusma. Su organización o mejor dicho, su falta de tal, era un reflejo del
estado del arte militar en Europa Occidental en aquella época. Si bien el fervor religioso y
el deseo de liberar la "Tierra Santa" del gobierno de los musulmanes, motivaron a mu-
chos de los cruzados, también es probable que la posibilidad de lograr nuevos feudos no
estaba muy lejos de las aspiraciones de un gran número de aquello que marchaban bajo
los estandartes de Cristo.
Desde el principio hubo fricción dentro del ejército y desconfianza de los bizantinos,
lo que era retribuido. Los cruzados no tenían ningún interés en ser usados para recupe-
rar los territorios bizantinos perdidos y a su vez, el emperador no tenía interés en volver a
capturar Jerusalén. Los mutuos puntos de vista divergentes habrían de tener efectos ad-
versos en esta y muchas de las cruzadas posteriores. La Primera Cruzada estuvo cerca
de terminar dolorosamente en dos oportunidades debido a la falta de un sistema de
abastecimientos. Mientras sitiaban Antioquía, los cruzados casi mueren de hambre, sien-
do solo salvados por el arribo inesperado de pequeñas flotas de Inglaterra y de Pisa, las
que capturaron dos puertos y les llevaron provisiones. A su vez, después de capturar la
ciudad, los cruzados fueron sitiados y cortada la línea con sus puertos y casi mueren de
hambre por segunda vez. Sin embargo, inspirados por el descubrimiento de una reliquia
sagrada, salieron y derrotaron al ejército sitiador.
Al año siguiente, un ejército mucho más reducido avanzó hacia el sur a lo largo de la
costa hasta Jaifa. Parece que habían aprendido las lecciones logísticas de las campañas
de los años precedentes. Hubo mucha más cooperación entre los contingentes naciona-
les. Esta vez tenían el beneficio de la flota de Pisa que navegaba paralela a su ruta para
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La Savia de la Guerra
brindar apoyo logístico bien a la mano. Esto se dio hasta que se internaron dentro del te-
rritorio en dirección a Jerusalén. Allí eran muy pocos en número como para sitiar comple-
tamente la ciudad, de tal forma que los defensores, que eran numerosos, no podían ser
llevados a la rendición por el hambre. Además el gobernador de Jerusalén había tomado
la precaución de llevar al interior de la ciudad, desde el campo, los rebaños de cabras y
ovejas y los rodeos de ganado, así como también acumular grandes cantidades de víve-
res. Mandó un mensaje urgente pidiendo ayuda al Califa de Egipto. En ese momento,
los Cruzados estaban desesperadamente escasos de agua, debido a que el gobernador
había envenenado la mayoría de los pozos que estaban fuera de la cuidad. No había po-
sibilidad de conseguir comida en los alrededores y su línea de abastecimiento hasta Jai-
fa, a 42 Km en línea recta, era demasiado larga como para controlarla constantemente.
Por razones logísticas y tácticas, el tiempo no estaba del lado de los cruzados. No está
claro si fueron estas imperiosas razones o la urgencia de un anciano ermitaño cristiano,
que vivía cerca del Monte de los Olivos, lo que persuadió a los Cruzados para montar un
ataque lo antes posible, sin disponer de armas de asalto. Tal vez creyeron en el pronun-
ciamiento del ermitaño de que, armados con la fe en Dios, lograrían la victoria, lo que fue
suficiente para convencerlos que no tenían nada que perder, haciendo el intento. Des-
graciadamente solo la fe no es un sustituto del equipo correcto y si bien el precipitado
ataque de los cruzados rebasó rápidamente las defensas exteriores, no fueron capaces
de escalar las murallas interiores. Carecían de suficientes escaleras como para colocar la
cantidad necesaria de hombres para superar a los defensores y tenían una cantidad in-
suficiente de poder de fuego, en la forma de lanzadores de misiles, como para mantener
a los defensores con la cabeza baja. Después de aguantar tres horas bajo una granizada
de flechas y piedras, los Cruzados se retiraron.
Su tristeza por este revés se vio aligerada por la llegada de las flotas inglesa y geno-
vesa, a Jaifa, cargadas con víveres y material de guerra. Pero trasladar todo eso hasta
Jerusalén, era una operación consumidora de tiempo, cara en fuerza humana y animales
y los acopios solo alcanzaban para un corto tiempo. Más serio resultaba el problema de
encontrar cantidades suficientes de madera fuerte para construir torres de asalto para
escalar las murallas. Finalmente la madera apta más cercana fue encontrada en las coli-
nas boscosas cerca de Nablus, a setenta kilómetros al norte de Jerusalén. Transportarla
hasta la escena de las operaciones fue, todavía, otro drenaje de fuerza de trabajo y ani-
males. La dolorosa y lenta procesión de prisioneros musulmanes y animales de carga,
arrastrando los enormes troncos por el quebrado terreno, deben de haber sido un blanco
tentador para una emboscada. Alimentar los prisioneros, los animales de carga, los ca-
ballos de la caballería y los soldados, durante los ciento cuarenta kilómetros del viaje re-
dondo, debe de haber agregado otro problema logístico a ser resuelto. Durante los dos
meses siguientes se construyeron tres torres de escalamiento y una cantidad de escale-
ras. Para entonces ya era la mitad del verano y soplaba el Khamsin, viento caliente y
quemante, levantando polvo que todo lo cubría. Los Cruzados tenían que mandar parti-
das, en busca de agua, tan lejos como hasta el Río Jordán pero muy raramente traían de
vuelta la cantidad suficiente como para satisfacer todas las necesidades. Los animales
comenzaron a morir y todos sufrían de sed.
La Segunda Cruzada
La segunda Cruzada fue montada para recobrar Edessa de los musulmanes y estu-
vo constituida por un ejército alemán comandando por el Emperador Conrado III de Ale-
mania y un ejército francés bajo las ordenes del Rey Luis VII de Francia. Fue un desastre
logístico. Al principio todo fue bien, hasta que el ejército de Conrado, el primero en llegar
a territorio de Bizancio, conmocionó a los habitantes de la zona, por el pillaje. El ejército
de Luis, que siguió la misma ruta, se comportó mejor y tuvo pocos problemas, excepto
que los alemanes habían consumido la mayoría de los víveres y el forraje y amedrentado
de tal manera a los campesinos, que éstos escondieron la poca comida que les queda-
ba. Las relaciones entre los dos ejércitos no mejoraron cuando los franceses llegaron a
Constantinopla y se encontraron con que los alemanes se rehusaban a venderles nada
de los víveres que habían recolectado. En el único aspecto en que coincidían era en su
desagrado y desconfianza a los bizantinos. La hostilidad que existía entre los dos ejérci-
tos llevó a que Conrado tomara la desastrosa decisión de marchar a través de Anatolia,
por una ruta diferente a la de Luis. El hecho de dividir las fuerzas ya era muy grave pero
Conrado aumentó el error dividiendo su propio ejército en dos, planeando llevar un grupo
a través de Anatolia Central y ordenándole al otro marchar a lo largo del camino costero.
Al momento que el grupo de Conrado alcanzó Dorylaeum, ya habían consumido todos
sus víveres. Allí encontraron un fuerte ejército turco que los esperaba. El ejército alemán,
exhausto y muerto de hambre, fue destruido: solo Conrado y unos pocos seguidores pu-
dieron escapar. El otro grupo alemán progresó bien, hasta que giraron tierra adentro
para acortar su viaje y fueron derrotados por los turcos en Laodicea, la mayoría de los
sobrevivientes murió de hambre en su camino al sur hacia la costa.
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La Savia de la Guerra
La primera parte de la marcha de Luis a lo largo de la costa fue sin incidentes. Sin
embargo, él también giró tierra adentro y como los alemanes, sufrió grandes bajas en
Laodicea. Desesperadamente corto de víveres, Luis y sus caballeros marcharon al sur,
hacia la costa, a través de terreno montañoso y con un amargo tiempo invernal. Al llegar
a Attalia, en la costa, descubrieron, para su consternación, que los habitantes también
estaban escasos de alimentos y tomaban muy a mal la presencia de los Cruzados, una
situación que rápidamente atrajo a los turcos, quienes pusieron sito a la ciudad. Luis se
vio forzado a salir. El y su caballería viajaron por mar en dos traslados exitosos, dejando
que su infantería hiciera su propia marcha, por tierra, hasta Antioquía. Unos pocos solda-
dos de a pie, sumamente amargados, sobrevivieron a este pésimo ejemplo de liderazgo
y administración y finalmente llegaron a Antioquía, habiendo escapado a los estragos
tanto de los turcos, como del hambre. La última fase de esta Cruzada no fue una excep-
ción con respecto a la ineptitud táctica y logística que se había demostrado antes. Luis,
Conrado, que se le había unido y Baldwin de Jerusalén decidieron, contra los consejos,
sitiar Damasco. No solo ubicaron sus líneas de asedio opuestas a la parte más fuerte de
las defensas de la cuidad, sino que ubicaron su campamento en un área donde no había
agua cerca. No resulta una sorpresa que el sitio fracasó.
La Tercera Cruzada
Un año más tarde, después de haber pasado el invierno riñendo en Sicilia, primero
Felipe y luego Ricardo, llegaron a Acre, que había estado bajo el sitio de los ejércitos
cristianos por cerca de dos años. En veinticuatro horas, Ricardo había puesto un nuevo
corazón al ejército cristiano, habiendo asumido, a su llegada, el comando de toda la fuer-
za. Sin embargo cayó enfermo apenas arribado y se vio forzado a comandar desde su
tienda, era tal el poder de su personalidad que las operaciones de sitio fueron conduci-
das con una energía mucho más considerable que bajo su predecesor, Felipe. Los inten-
tos de Saladino por levantar el sitio fueron derrotados y finalmente la ciudad se rindió.
Felipe regresó a Francia dejando a Ricardo como único encargado de las operaciones
subsiguientes. Inmediatamente comenzó el avance hacia Jerusalén, marchando a lo lar-
go de la costa, manteniendo contacto con su flota que le protegía el flanco derecho. Su
planeamiento y logística fueron muy superiores a los preparativos fortuitos que eran algo
común a muchos de los ejércitos occidentales de la época. Mantuvo sus marchas cortas
para conservar las fuerzas de sus soldados, en el cegador calor de agosto. Además or-
ganizó un sistema de lavaderos, para mantener la ropa limpia. Después de derrotar a
Saladino en Arsuf, perdiendo 700 hombres frente a los 7.000 de Saladino, por un tiempo
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Desde los Asirios 700 AC hasta el Armisticio 1918 DC
hizo un alto en Jaifa, antes de presionar en dirección a Jerusalén, durante las lluvias de
invierno. Sus hombres sufrieron miserablemente y tan pronto reconoció su error, retroce-
dió hacia la costa en Ascalon.
2
. Engels Alexander the Great and The Logistics of the Macedonian Army.pgs. 23
y 119. Mario redujo el número de animales haciendo que los soldados transpor-
taran sus propios utensilios de cocina y las provisiones y por ello se los
llamó Las Mulas de Mario. Los dos, Mario y Felipe introdujeron estas reformas
por las mismas razones; para aumentar la velocidad y movilidad de sus ejérci-
tos y para reducir el número de animales en regiones donde eran difíciles de
adquirir y darles combustible. (Edición del autor)
3
.Josephus, The Jewish War p. 196. En su relato de la Guerra Judía del 66 al
73 DC, habiendo descrito las armas con que el soldado de infantería romano es-
taba equipado: "junto con la sierra y el canasto, hacha y piqueta, así como
una correa, una hoz, cadena ración para tres días, de tal forma que no hay mu-
cha diferencia entre un soldado a pie y una ¡mula de carga!" Como Mario había
llevado a cabo estas reformas (Nota 2 arriba), unos cien años antes que Jose-
phus escribiera, ¡es improbable que esta comparación fuera original!
4
.Engels, p. 24, Nota 39. Si los macedonios llevaban sus armas y armaduras en
animales de carga y el peso promedio de la panoplia de cada soldado era de 14
Kg. y había 50.000 hombres en el ejército, las panoplias combinadas deberían
pesar 680.000 kg. Esto hubiera requerido 6.000 animales para llevarlo y 240
animales adicionales para llevar las raciones de grano para un día. Alejandro
no requirió todos estos animales. dicionales o su equivalente en carretas.
5
.Engels, p. 24, Nota 40. De acuerdo con Xenofonte, las carretas requerirían
no solo conductores, sino también un cantidad de maderos para reemplazar par-
tes, carpinteros hábiles y herramientas para repararlas y una pala y un pico
por carreta, probablemente para construir un camino. Solo una limitada canti-
dad de ellas deben de haber sido necesarias para las fuerzas de Alejandro.
6
.Lane Fox, Alexandre the Great, p. 280. Antes de dejar Meshed en su marcha
hacia Afganistán y el Hindu Kush, Alejandro dio un ejemplo de la reducción de
la carga de bagaje: "todo exceso de bagaje fue amontonado en las carretas y
apilado en el centro del campamento; entonces Alejandro le puso fuego, su pro-
pia carreta primero, después las otras, cuando su ejemplo había sido observa-
do. De ahora en más, los animales de carga servirían como transporte en los
caminos no aptos para los vehículos a ruedas. El ejército se conformó con la
repentina pérdida de su equipaje, sabiendo que Alejandro sufría también; por
lo menos habían sido autorizados a conservar sus concubinas nativas". Comenta-
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La Savia de la Guerra
un hecho que se estaba volviendo imperioso debido a las traidoras negociaciones de su
hermano Juan con el Rey de Francia. Antes de retirarse de Beit-Nuba, Ricardo mejoró su
situación logística mediante la captura, luego de una patrulla de reconocimiento nocturna
que comandó personalmente, de una gran caravana de reaprovisionamiento. Al retirarse
hacia Acre, supo que Saladino había montado un ataque relámpago a Jaifa, tomando la
ciudad por sorpresa. Ricardo reaccionó con una velocidad digna de un comandante ale-
mán de una división de Granaderos acorazados de la Segunda Guerra Mundial. Habien-
do despachado la mayor parte de su ejército por tierra, llevó una pequeña fuerza por mar
hacia Acre. A la vista de los buques, los cristianos de la ciudad tomaron sus armas y ata-
caron a los hombres de Saladino. En ese momento, un sacerdote se lanzó desde las mu-
rio del Autor Parece que muchos ejércitos de la antigüedad han tenido una
aproximación de sentido común con respecto a las necesidades de los soldados,
teniendo en cuenta que es perfectamente normal que hombres jóvenes y no tan
jóvenes y sanos, requieren relaciones sexuales regulares con mujeres, no solo
por la variedad sexual sino por la especial camaradería que provee una mujer,
que enriquece y satisface. A este respecto, los ejércitos antiguos estaban me-
nos cargados por el bagaje de valores hipócritas que han sido y son cargados
por ejércitos posteriores.
7
. Engels, p. 26, Nota 3
8
.Engels, p. 19, tiene excelentes tablas que muestran la correlación entre el
número de animales y la autonomía de los ejércitos de la antigüedad. Concluye
que entre nueve y diez días es lo máximo que un ejército puede resistir sin
reabastecimientos y antes que los hombres comiencen a morir de hambre. Debe-
ría, por ejemplo, llevarse 40.350 animales para transportar raciones para 15
días y 107.600 para 20 días. Es dudoso que tal cantidad de animales disponi-
bles existiera en toda Grecia. Un día de abastecimiento de grano para 40.350
caballos pesaría más de 200 toneladas y salvo que pudieran ser transportadas
por agua, hay pocas posibilidades que hubieran alcanzado a los animales en
tierra, debido a que deberían ser transportadas por otros animales de carga,
que consumirían los abastecimientos que llevaban.
9
.Keegan, J. The Price of Admiralty, pp. 46-47. "El HMS Victory estaba diseña-
do para estibar suficientes bizcochos, carne y cerveza para 850 hombres duran-
te cuatro meses y la suficiente pólvora y balas para el consumo estimado de
una comisión de tres años. Un buena parte del mantenimiento necesario - repa-
ración de las velas y ajuste del aparejo - se realizaba diariamente en el mar,
como una rutina. Keegan continúa ilustrando lo rápidos, potentes y logística-
mente sustentables que eran los buques de guerra en comparación con los
ejércitos contemporáneos:
"El Ejército del Norte, de Napoleón, en 1815, destinado a dar la batalla
de Waterloo, en el terreno tenía 366 cañones de 6 a 12 libras. La fuerza
de artilleros necesaria para operar este parque de cañones llegaba a
9.000 y el tren de caballos para moverla, sus cureñas de munición y los
carros de abastecimientos a seis caballos hacían unos 5.000. El forraje
de estos, a 10 kg. por caballo por día, llegaba a 50 toneladas cortas
(toneladas de 907,2 kg. en lugar de la tonelada de 1.016 kg. - Nota del
autor), un abastecimiento que también debía ser recolectado y trans-
portado a costa de un pesado trabajo adicional, humano y animal. En
contraste con la fuerza de Napoleón, la Flota de Trafalgar, de veinti-
siete buques, montaba 2.232 cañones, de lo cuales el más liviano era de
un calibre de 12 lbs. y el más pesado de 68 lbs. La cantidad de hombres
necesaria para operar este parque de cañones, a doce [hombres] cada dos
cañones (dado que solo se disparaba de a una banda por vez), era de unos
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Desde los Asirios 700 AC hasta el Armisticio 1918 DC
rallas de la ciudad y nadó hasta el buque de Ricardo, que estaba pintado de rojo con la
cabeza de un dragón en la proa, por lo que era fácilmente reconocible. Le dijo al rey que
pronto Saladino aplastaría nuevamente a los cristianos. Aún cuando disponía de unos
pocos caballeros y algunos cientos de infantes con él, Ricardo ordenó a sus marineros
varar sus buques y saltando a tierra al frente de sus hombres asaltó la ciudad. Los hom-
bres de Saladino fueron derrotados.
La conducta de Ricardo en su última batalla en Palestina, fue típica de este gran sol-
dado. Saladino, esperando apresar a Ricardo antes de la llegada de su cuerpo principal y
con solo una pequeña fuerza de cincuenta y cuatro caballeros y dos mil infantes, planeó
un ataque sorpresa sobre Jaifa con las primeras luces, luego de una aproximación noc-
turna. Afortunadamente su fuerza fue avistada por un soldado, que dio la alarma. Ricardo
guió su también pequeña fuerza detrás del equivalente medieval de una alambrada baja
construida con clavijas de las tiendas. Ordenó a sus combatientes que formaran un escu-
do con una pared, intercalando arqueros y clavando lanzas en el suelo como estacas
punji. Como un cuadro en Waterloo, los hombres de Ricardo rechazaron repetidas car-
gas de la caballería de Saladino. Por la tarde, Saladino y sus hombres habían recibido lo
suficiente y se retiraron, convencidos que Ricardo era invencible.
Las Lecciones
Las Cruzadas, que brindaron ejemplos de lo mejor y peor del arte militar de Europa
Occidental, fueron importantes para la educación de los soldados Occidentales. Se
aprendieron varias lecciones sobre táctica y construcciones, pero el espacio impide el
14.000, su alimento diario a 3 lbs. por hombre (los líquidos, que deben
ser llevados en el mar pero no en la tierra, agregaban otras 8 lbs),
mientras que la energía para mover esa fuerza artillera y su tripulacio-
nes (si bien no lo costos concomitantes), era gratis. Resumiendo, el po-
der de fuego de Nelson en Trafalgar superaba al de Napoleón en Waterloo
en seis veces y si hubiese tenido que ser transportada por tierra - a
una velocidad seis veces menor - hubiese requerido 50.000 artilleros y
30.000 caballos, así como también un abastecimiento diario de unas 300
toneladas cortas de forraje y 75 toneladas de víveres; el consumo compa-
rativo de sólidos y líquidos a bordo de la flota de Nelson era de 70 to-
neladas. Es decir, la flota de Nelson podía transportar diariamente seis
veces más cañones, de mucho mayor calibre que el ejército de Napoleón, a
un quinto del costo logístico y a una velocidad cinco veces mayor.
10
.Esta capacidad puede ser útil aún en tiempo de paz; por ejemplo, solo de la
experiencia del autor, en 1967/68, después que los británicos se retiraran de
Aden, una fuerza de tareas de no menos un portaaviones de batalla con su dota-
ción completa de aviones, un LPH (portaaviones convertido para llevar 700-800
infantes de marina, cañones, vehículos y helicópteros) y escoltas, fue mante-
nido en el mar en las cercanías de Saudi Arabia en dos oportunidades diferen-
tes, cada una de dos meses. Todo el reabastecimiento se efectuó con el Grupo
de Reabastecimiento en el Mar. En la segunda oportunidad el grupo de tareas
estuvo fuera de la vista de costa, en el regreso dejó claro el Estrecho de Ma-
laca. En las Malvinas, los buques de guerra estuvieron en el mar un tiempo
considerablemente mayor.
21
La Savia de la Guerra
tratamiento de todas ellas en este texto.
Una de las más perdurables fue la importancia de la logística, un arte que casi había
desaparecido en el Oeste, con la caída de Roma. Por centurias, los ejércitos de Europa
Occidental habían vivido del terreno y una vez consumido todo, se dispersaban o morían
de hambre. Generalmente las campañas eran cortas debido a que la duración del servi-
cio feudal estaba limitado por la cantidad de tiempo que los barones y sus siervos podían
o querían estar fuera de sus dominios. Los sitios ocasionalmente eran prolongados y en
algunos casos las campañas eran llevadas a cabo por pequeños ejércitos de merce-
narios, cuyo reducido número facilitaba el problema de mantenerlos. Al enfrentarse a las
tácticas turcas de tierra quemada, la mayoría de los ejércitos occidentales, con descono-
cimiento del terreno y del clima, indisciplinados, sin un tren de carretas adecuado, se de-
sintegraban. En las prolongadas campañas en Asia Occidental, en el estéril desierto o
montañas, los generales tuvieron que reaprender las lecciones logísticas que Alejandro
había aprendido de su padre, catorce siglos antes de las Cruzadas; "planifica bien o
muere". En la primera y segunda cruzadas, más hombres y animales murieron de ham-
bre que por cualquier otra causa. Ricardo demostró que un buen planeamiento logístico
puede cambiar completamente el panorama. Estableció una base logística en Chipre y lí-
neas de comunicaciones marítimas de las que se aprovechó en su marcha desde Acre a
Ascalon. Su negativa a embarcarse en un largo sitio a Jerusalén, a pesar de los deseos
de los influyentes equivalentes medievales de los "G Snobs", además de los más anti-
guos e influyentes de sus seguidores, es la característica de un general que comprendía
el problema logístico. Fue un corajudo combatiente, un brillante táctico y un astuto logísti-
co.
* * *
A medida que pasaron los siglos las características de la logística permanecieron sin
cambios frente a las modificaciones estratégicas y tácticas, el advenimiento de la pólvora
y la llegada de los ferrocarriles. El principal problema a que se enfrentaba un ejército en
la mayor parte de cualquier campaña seguía siendo no como combatir al enemigo, sino
como vivir en el terreno. Fue para resolver este problema que se inventó el estado mayor
y el trabajo de estado mayor. 11 En los tiempos de Federico el Grande, según lo conside-
raba Tempelhoff, un ejército de 100.000 hombres estaría acompañado de 48.000 caba-
llos. El forraje seco era tan voluminoso que solamente podría ser transportado por agua.
Normalmente las campañas no comenzaban hasta que hubiera crecido el pasto verde.
Había largos intervalos en las campañas sin que sucediera nada. La mayor parte de las
instrucciones de Federico a sus generales se referían, no a las batallas o los altos alcan-
ces de la estrategia, sino a la rutina de alimentar, mover y acampar el ejército. Si bien
Napoleón fue capaz de sacar ventaja del mejor sistema de caminos que comenzaba a
ser construido en Europa a fines del siglo dieciocho y a un aumento de la tasa de natali-
dad y por ello a una mayor capacidad para apoyar los ejércitos, continuó acopiando
abastecimientos y forrajes. Clausewitz nos cuenta que los ejércitos abandonaron las car-
pas durante las guerras de la Revolución Francesa, para disminuir el número de anima-
les para el transporte del bagaje, pero como estos fueron reemplazados por caballería o
11
. Van Creveld Command in War, p.27
22
Desde los Asirios 700 AC hasta el Armisticio 1918 DC
12
.Clausewitz, De la Guerra "De hecho, el bagaje muy raramente ha tenido in-
fluencia en los movimientos;. ...así, la Guerra de los Siete Años produjo mar-
chas que aún no han sido superadas; por ejemplo, Lascy en 1760 en apoyo de la
diversión rusa hacia Berlín. Cubrió 350 km. en diez días - un promedio de 35,2
km. por día, que resulta sorprendente aún hoy en día para un cuerpo de 15.000
hombres.
23
La Savia de la Guerra
mero fue el contexto. Dos adversarios decididos, con espacio para maniobrar, generales
razonablemente competentes, grandes poblaciones que permitían reclutar ejércitos y los
medios para equiparlos, todos ellos creando las condiciones para una guerra larga. Las
batallas pueden ser perdidas por un bando o el otro, pero la guerra terminará solo cuan-
do un lado perciba que ha perdido su capacidad para hacer la guerra en términos tanto
del material o de la voluntad de sus soldados y población y en algunos casos, de ambos.
La falta de preparación logística tanto de la Unión como de los Confederados, contribuyó
a la duración de la guerra. Mientras se armaban, ambos estaban en condiciones de cam-
biar espacio por tiempo. Si al estallar la guerra, uno de los bandos hubiera estado en
condiciones de equipar un gran ejército y de mantenerlo, la ventaja así ganada probable-
mente le hubiera permitido, a ese bando, ganar la guerra más rápidamente.
El segundo punto, que surge del primero, es que después de la revolución industrial,
la lucha entre ejércitos de masas reclutados de grandes poblaciones, aún armados con
las armas relativamente toscas de mediados del siglo diecinueve, derivarían en grandes
bajas de personal y pérdidas de caballos y equipos. Si los arreglos para recolectar, eva-
cuar y cuidar a los heridos, incluyendo la provisión de drogas y a los equipos médicos y
de enfermería, no tenían en cuenta lo anterior, los servicios de sanidad se verían abru-
mados y produciendo un efecto adverso en la moral. Fue el momento de establecer sis-
temas para reemplazar todas estas bajas. Sin un planeamiento logístico anterior a la
guerra para hacer llegar los reemplazos al frente se verán demorados hasta que se pon-
gan en marcha los organismos necesarios. En los días de la Guerra Civil, esto hubiera
incluido un determinado número de medidas, por ejemplo: adiestramiento, equipamiento
y movimiento de los hombres frescos, un procedimiento de remonta, provisión de nuevos
caballos y mulas y de los arneses necesarios; la manufactura del amplio espectro de los
materiales de guerra, desde los grandes cañones al repuesto más pequeño y los medios
para hacerlos llegar a las manos de los soldados. Ahora, como entonces, las demoras
aumentarán mucho si la industria de los armamentos y equipos es lenta para adecuarse
al cumplimiento de las crecientes demandas; aún será peor si esa industria no existe y
debe ser creada desde la nada.
Lo que nos lleva al cuarto punto, en ésta, la primera guerra importante en la cual los
ferrocarriles jugaron un papel preponderante, los comandantes de los dos lados descu-
brieron que si bien el uso del ferrocarril aumentaba la velocidad del movimiento de las
tropas y abastecimientos, no siempre las líneas corrían en la dirección en la que los co-
mandantes lo hubieran querido. Los soldados no pueden pelear desde los vagones y una
vez desembarcados del tren su velocidad de movimiento era al ritmo de marcha a pie.
De la misma manera, los abastecimientos tenían que ser transportados desde la punta
de rieles hasta el consumidor. La cantidad que podía ser transportada hacia el frente y la
demora desde la terminal hasta el soldado, dependía de un número de factores, inclu-
yendo la distancia a ser cubierta, el sistema de caminos o la falta de ellos y de la canti-
dad y capacidad de carga de las carretas y disponibilidad de los transportadores prima-
rios, los caballos. El Ejército del Potomac de McClellan en la campaña de la Península de
Richmond en 1862 intentó usar el Ferrocarril Richmond y York River como la línea de co-
municaciones para el avance sobre Richmond. Los abastecimientos eran embarcados en
White House en el York River y llevados por vía férrea hasta el punto donde eran transfe-
ridos a las carretas, para abastecer el ejército. Al principio las operaciones del ejército
aproximadamente seguían las líneas del ferrocarril, de tal forma que la punta de rieles se
encontraba cerca y detrás de él. Cuando los Confederados reaccionaron, especialmente
después que Lee asumiera el comando y llamó a Jackson con sus tropas del Valle She-
nandoah, McClellan se encontró operando a un lado de su eje seleccionado, a caballo
del ferrocarril. En algunos momentos sus tropas estaban a un poco más de ocho ki-
lómetros de la punta de rieles, una distancia modesta. El Ejército del Potomac llegaba a
105.000 hombres y 25.000 animales. Había que adelantar desde White House al frente,
en forma diaria, seiscientas toneladas de munición, víveres, forraje, medicamentos y
otros abastecimientos. Después de un corto viaje en ferrocarril, se desembarcaban los
abastecimientos, sin los beneficios de equipos mecánicos para el manipuleo, a las carre-
tas para su traslado hacia el frente. Los caminos eran pocos, casi senderos, muchas ve-
ces haciendo de canales para el drenaje del agua de los pantanosos bosques que cu-
25
La Savia de la Guerra
brían Virginia en 1862. Cuando McClellan se dio cuenta que lejos de capturar Richmond,
estaba siendo sobrepasado por Lee y Jackson y que especialmente su base logística en
White House estaba siendo amenazada, decidió cambiar su base a Harrison Landing en
el Río James. Se enfrentó con el problema de mover algo del orden de los cincuenta a
sesenta días de raciones, unas 25.000 toneladas, a la nueva ubicación. Para su mérito,
tuvo éxito pero solo porque la Marina de la Unión tenía el control completo del mar y los
abastecimientos pudieron ser transportados por mar.
13
.La Guerra de la Rebelión, Vol.XIX, Parte 1, pp.10-11 y 13-14. En ambos
ejércitos del nivel regimiento/batería para arriba, se han conservado excelen-
tes registros, una combinación de lo que hoy en día llamaríamos diarios de
guerra e informe post operaciones. Los Archivos Oficiales Confederados fueron
capturados al finalizar la guerra y con sus equivalentes de la Unión, compila-
dos en 70 volúmenes forman lo que debe ser el informe más claro de cualquier
guerra en la historia, en una sola publicación, tal como fue vista por los co-
mandantes de ambos bandos, de nivel ejército para abajo.
14
.La Guerra de la Rebelión, Vol XIX, Parte 1,pp.97-98. Un informe en la pági-
na 96 en el mismo volumen, del Brigadier General Rufus Ingalls, el Cuartel Ma-
estre General del Ejército del Potomac, habla acerca de los problemas para
abastecer a grandes distancias de las puntas de rieles o ríos:
"Nuestros trenes (trenes de carretas), en ese momento, no podían trans-
portar abastecimientos o provisiones y forraje seco para el
ejército, junto con los armamentos necesarios, efectos para los
hospitales, equipos para acampar, etc. para más de seis o siete
días. Una carreta arrastrada por seis mulas, sobre un buen camino,
puede transportar 1.200 raciones secas (pan, azúcar, café, sal y
jabón) y seis días de grano para las mulas. En caminos quebrados o
barrosos, la carga se verá reducida en forma correspondiente. Por
eso se verá fácilmente hasta qué distancia se podrá abastecer un
ejército desde sus depósitos, mediante carretas. Cuando se agoten
los abastecimientos transportados por trenes de carretas, como ru-
tina, un ejército debe estar en o cerca de otra fuente de abaste-
cimientos."
26
Desde los Asirios 700 AC hasta el Armisticio 1918 DC
hacer marchar sus cuerpos por rutas separadas, concentrándolas cuando fuera necesa-
rio. Los EEUU anteriores a 1861 ocupaban un área del tamaño de Europa con una po-
blación equivalente a la de Inglaterra de mediados del siglo diecinueve. Los caminos
eran pocos, generalmente huellas y aún en Virginia del Norte, eran pocas las probabilida-
des de encontrar un determinado número de rutas que corrieran paralelas y en la direc-
ción deseada.
En circunstancias diferentes, a principios del año, Jackson (tal como Alejandro y Ma-
rio siglos antes) fue capaz de acelerar su avance cuando se movió para destruir el depó-
sito de abastecimientos de la Unión en Manassas, dejando detrás los bagajes y carretas
de abastecimientos. Solo acompañaron a su cuerpo las municiones y las carretas ambu-
lancia. Sus hombres llevaban consigo tres días de raciones precocidas, de tal forma de
no tener que encender fuegos y de correr el riesgo de delatar su presencia y evitar la
pérdida de tiempo y esfuerzos procurando combustible. Marchó 86 Km en dos días; no
por nada sus hombres se auto proclamaron "la caballería a pié de Jackson". 15 Hooker,
comandando el ejército del Potomac, en abril de 1863, logró una marcha muy rápida
para los cánones de la época en su marcha a Chancellorsville para ubicarse en la re-
taguardia de Lee, en un intento de encerrarlo en Fredericksburg. En tres días, tres cuer-
pos totalizando 70.000 hombres marcharon a un promedio de 64 Km por malos caminos,
vadearon dos ríos profundos y encajonados y construyeron cuatro puentes de pontones.
Solo llevó consigo un pequeño número de carretas. Sus hombres acarrearon sesenta
proyectiles y raciones para ocho días.16 Algo de la munición para armas pequeñas fue
llevada en mulas de carga. Sin embargo, este movimiento y otros durante esta guerra,
con pocas o ninguna carretas y en algunos casos con las líneas de comunicaciones cor-
tadas, hubieran sido un fracaso si el consumo de munición hubiera sido mayor. Aún así,
algo de la infantería de Hooker se quedó sin munición.
Si todos los que observaron la guerra, tanto de primera mano o estudiando los infor-
mes, artículos y libros, leen estos hechos correctamente, ese es otro asunto. Hay eviden-
cias de que los europeos y los alemanes en particular, no asimilaron toda la experiencia.
El historiador norteamericano Jay Luvaas, en dos trabajos, brinda algunas explicaciones.
27
La Savia de la Guerra
De acuerdo con el Capitán Scheibert, un observador del ejército prusiano, los soldados
europeos, mal impresionados por la confusión de la primera batalla de Bull Run, muy
temprano perdieron interés por esa guerra, sin duda imaginando que no tenían nada que
aprender de lo que ellos percibían una indisciplinada turba armada, la que en ese mo-
mento, debido al poco adiestramiento, lo era. Sin embargo, Scheibert, un oficial inteligen-
te y enérgico, no perdió interés y publicó, a su regreso a Prusia, un número de informes.
Estaba particularmente impresionado por el apoyo brindado al ejército de la Unión por
parte de la Armada de la Unión, no solo en el aspecto táctico mediante fuego de apoyo,
sino también logístico, de esa forma permitiendo al ejército de la Unión resolver formida-
bles problemas de abastecimiento. Su informe y la forma en que los batallones de repa-
raciones ferroviarias del ejército de la Unión (una innovación norteamericana) mantuvie-
ron los ferrocarriles funcionando en forma tan eficiente, inspiraron a los prusianos a crear
sus similares Secciones Terrestres de Ferrocarriles, en 1866. Probablemente vio más lu-
cha que el resto de los observadores extranjeros y sus estudios son muy amplios y no li-
mitados a lo que había sido enviado a observar a los EEUU, el efecto de la artillería so-
bre la mampostería y el hierro.
Reacciones Europeas
En Alemania
15
.¡Uno de sus soldados destacaba, años después de la guerra que mientras que
a Moisés le demandó cuarenta años llevar a los israelitas a través del desier-
to, "el Viejo Jack" lo hubiera pasado en tres días y a media ración!
16
.La Guerra de la Rebelión, Vol. XXV, Parte I:
ral con sus puntos de vista, sus superiores quedaron particularmente impresionados con
la importancia de la industria del norte, el rol del poder naval y la nueva tecnología.
Sin embargo, en ese momento, los alemanes habían estado envueltos en dos gran-
des guerras, las dos, desde su punto de vista, altamente exitosas; la Guerra Austro-Pru-
siana de 1886 y la Guerra Franco-Prusiana de 1870. Ambas fueron cortas, la primera du-
ró cinco semanas y la última siete meses y medio. Una preparación considerable había
precedido ambas campañas, tan diferentes con respecto a la experiencia norteamerica-
na. Scheibert fracasó al no poder destacar ninguna lección de la Guerra Civil que pudiera
beneficiar al Ejército Alemán, el que a su vez llegó a la conclusión que no necesitaba re-
trotraerse más allá de 1866, cuando, tal como ellos lo veían, el fusil de aguja y la estrate-
gia de Molke, habían revolucionado el arte de la guerra.17 Más aún, el problema que ob-
sesionaba en forma creciente al Estado Mayor General Alemán, era como solucionar una
guerra en dos frentes, muy probable en el futuro debido a la manera en que las grandes
potencias europeas estaban formando sus alianzas. Percibían que la receta del éxito ra-
dicaba en la preparación, rápida movilización para derrotar al enemigo rápidamente y
una prosecución incansable de la campaña para quebrar la voluntad del enemigo en una
serie de batallas decisivas. Esto lo habían hecho, después de todo, dos veces en un pe-
ríodo de cinco años. Veían poco para aprender de una guerra que había comenzado sin
preparación y se había arrastrado durante cuatro años con una docena de enfrentamien-
tos sangrientos pero indecisos. Para 1880, la Guerra Civil ya no se estudiaba en la Es-
cuela de Guerra Alemana. Las energías de la Sección Historia del Estado Mayor General
estaban dedicadas en producir una historia de varios volúmenes sobre las campañas de
Federico el Grande. Este y Napoleón y por supuesto Molke, eran profundamente estudia-
dos por los oficiales alemanes. Los campos de batallas estaban cercanos y accesibles
para giras del estado mayor, el que era un ingrediente importante en la formación de
cualquier oficial alemán que aspirara a los altos rangos.
En Bélgica
Los alemanes no eran los únicos que ignoraron la experiencia norteamericana, un in-
geniero y general belga hizo referencia al poder defensivo de las trincheras durante la
Guerra Civil Norteamericana, en su libro sobre las fortificaciones, dedicó la mayor parte
de su contenido al análisis de las campañas de Condé, Turenne y Federico el Grande.
En un capítulo, "El Caso de los Campos Fortificados en la Batalla", no menciona ni una
de la Guerra Civil. Sus ejemplos están tomados de las campañas de Napoleón o anterio-
res. Su sistema recomendado de defensa se apoya en una distribución generosa de
fuertes a lo largo del territorio. Fue el creador de los fuertes belgas de Amberes, Lieja y
Namur, los que cayeron rápidamente en los primeros días de la guerra de 1914. Los sis-
temas de trincheras, que aparecieron rápidamente en el frente occidental y en muchos
otros lugares, probaron ser mucho más difíciles de superar.
17
.Aunque el mosquete austríaco era muy inferior al fusil de aguja prusiano.
Este último, en realidad, era inferior al rifle francés Chassepot.
29
La Savia de la Guerra
En Gran Bretaña
Los británicos, junto con muchos otros, quedaron deslumbrados con la victoria de
Prusia sobre Francia y el estudio de la Guerra Civil Norteamericana fue sacado del pro-
grama de la Escuela de Guerra. Solo volvió el interés con la llegada a la escena del Co-
ronel Henderson, a fines del siglo. Para comenzar, el empuje de los escritos de Hender-
son trazaba similitudes entre la Guerra Civil Norteamericana, peleada principalmente por
voluntarios no profesionales, con una leva de profesionales y la probable experiencia in-
glesa en una guerra futura. Pretendía, con su trabajo, brindar una experiencia práctica
sobre táctica para los voluntarios, los precursores del Ejército Territorial, de tal forma que
en caso de guerra, pudieran, por lo menos, estar mentalmente preparados para enfrentar
un ejército de conscriptos del continente, mejor entrenados. Su libro más conocido, Sto-
newall Jackson, continúa con este tema, si bien de un alcance mucho mayor y abarcan-
do las condiciones del general, estrategia, historia de las campañas, un tratado del arte
de la guerra, además de ser una biografía de Jackson. Continúa siendo, hasta nuestros
días, uno de los mejores libros sobre la Guerra Civil. Fue ampliamente estudiado en el
ejército británico, lo que produjo el resurgimiento del interés por la Guerra Civil, las que
ésta y las que las cases de Henderson engendraron, habrían de tener una influencia per-
ceptible en el pensamiento militar en Gran Bretaña. Había un problema, los escritos de
Henderson se concentraron en la guerra en Virginia, con exclusión de las campañas en
el Oeste y en el período hasta la muerte de Jackson en mayo de 1863. Grant y Sherman
solo fueron mencionados de pasada, aún cuando el último, si bien General en Jefe de los
Ejércitos de la Unión en todos los teatros de guerra, acompañó el Ejército del Potomac
de Meade y dirigió sus esfuerzos durante un año, en el mismo teatro en que se sitúa el li-
bro de Henderson. Sin embargo, Henderson recomienda a los oficiales de todas las je-
rarquías que estudien las campañas de Grant en Wilderness ya que ellas brindan una
idea sobre los combates del futuro, especialmente como una lección sobre como la habi-
lidad para maniobrar, había dejado de lado las trincheras de Lee, el ejército británico
brindó más atención a la primera mitad de la guerra, el período anterior al cual los ejérci-
tos comenzaron a atrincherarse para contrarrestar el creciente poder de fuego de las ar-
mas contemporáneas; el período anterior al año de las demoledoras batallas de cerco
que llevaron a la rendición de Lee. De cualquier forma, la doctrina de la ofensiva tradicio-
nal, que no hacía caso del empleo de las trincheras, tan brillantemente demostrada por
los prusianos, recibió la aprobación de los teóricos militares de la época y los británicos
no fueron una excepción. La guerra corta, peleada con gran intensidad, era la guerra del
futuro.
* * *
Antes de ir a la guerra que habría de dar por tierra con tantas de las teorías sosteni-
das por la mayoría de los ejércitos antes de 1914, vale la pena echar una mirada a las
dos guerras que tanto hechizaron a los pensadores militares, casi hasta excluir la mucho
más prolongada Guerra Civil Norteamericana, la que precedió a la última solo seis años;
las guerras Austro-Prusiana y la Franco-Prusiana, para ver si contienen algunos indica-
dores logísticos para el futuro. Los aspectos logísticos ya han sido cubiertos en el magní-
fico libro de van Creveld, Supplyng War y si bien no es la intención tratar todos los aspec-
30
Desde los Asirios 700 AC hasta el Armisticio 1918 DC
tos similares, será provechoso destacar dos puntos en particular, el efecto de los ferro-
carriles en las campañas y los niveles de consumo de munición.
Ambas y en particular la guerra Franco-Prusiana, han sido llamadas las "Guerras del
Ferrocarril", lo que configura un cuadro mental de los ejércitos, con sus abastecimientos
recorriendo suavemente el camino hacia las batallas, peleando y desplazándose nueva-
mente. Pero tal como ya lo hemos visto en los EEUU, los ferrocarriles tienen un número
de inconvenientes. Los soldados no pueden pelear desde el tren, una vez que desem-
barcan, su movimiento es a la velocidad del paso. Las líneas, que demandan mucho
tiempo para construir, puede ser que no corran en la dirección que le gustaría al general.
Una vez que los abastecimientos alcanzan las puntas de rieles, lo que puede ser a kiló-
metros del área de operaciones, éstos tienen que ser transferidos a carretas, en aquellos
días tiradas por caballos o mulas, los que consumen forraje y le puede demandar días al-
canzar al ejército, especialmente si está avanzando en alejamiento de la punta de riel. Lo
que los ferrocarriles estaban en condiciones de brindar, era una rápida movilización. A
Napoleón le demandó cuatro meses levantar y equipar un ejército en el sur de Francia y
desplazarlo a Italia. En 1866, contra los austríacos, los prusianos movilizaron 280.000
hombres y los destacaron al área de la frontera en menos de seis semanas. No había
suficientes líneas, las que tampoco corrían a los destinos necesarios para cumplir con el
plan de Molke, pero debido a que aún era más rápido mover los hombres por tren, él co-
rrió el riesgo, lo que terminó con el ejército prusiano repartido entre la punta de riel más
al oeste en Zeitz y la más al este en Neisse, una distancia de 400 kilómetros. A-
fortunadamente los austríacos no sacaron ventaja de esto y a través de su estrategia pa-
siva y mala conducción, más que por la brillantez de Molke, perdieron la guerra. En 1870
los alemanes destacaron 400.000 hombres en 11 días. Por entonces había nueve líneas
disponibles para que los alemanes movieran sus tropas hacia la frontera francesa, com-
paradas con las tres y media disponibles contra Austria. Debido a que las redes ferrovia-
rias, dentro de Alemania después de 1866, fueron construidas con un ojo puesto en su
utilidad para la guerra y los franceses eran los enemigos potenciales, las líneas corrían
hacia donde los comandantes querían ir, dentro de Alemania. Sin embargo, en Francia,
el asunto era diferente. Los ferrocarriles franceses no siempre corrían en la dirección de-
seada por los prusianos, algunas veces lo hacían y otras no. Esto tuvo un efecto consi-
derable en las capacidades de abastecimiento y refuerzo prusianas. Los ferrocarriles
franceses eran eficientes (de acuerdo con van Creveld, eran mejores que los prusianos),
pero su plan de movilización no lo era. El letargo de los comandantes franceses comple-
tó su caída. La conducción general de Molke era mejor, cometió muy pocos errores. Tác-
ticamente los alemanes no eran mejores que los franceses, excepto quizá en el uso bien
adelantado de su móvil artillería de retrocarga de tiro rápido para neutralizar la superiori-
dad del rifle Chassepot. Así, aunque los ferrocarriles aceleraron la movilización y los mo-
vimientos iniciales de los ejércitos, una vez que las operaciones habían comenzado, la
velocidad con que las tropas se desplazaban y sus métodos de abastecimiento desde las
puntas de rieles, no eran diferentes a los de los ejércitos del pasado.
La guerra de 1870 fue similar a las anteriores en otro aspecto. Pese a la gran sofisti-
cación del armamento, aún era más fácil abastecer las tropas con munición, que mante-
nerlas alimentadas. La munición era menos del 1 por ciento de todos los abastecimien-
31
La Savia de la Guerra
tos. Los regimientos de infantería prusianos llevaban 200 tiros de munición por rifle, divi-
didos entre los hombres y los trenes de carretas que acompañaban al regimiento (en len-
guaje moderno, transporte de primera línea). En seis meses solo se gastaron cincuenta y
seis tiros por rifle, un poco más de la mitad de lo que llevaba cada hombre. En la Batalla
de Sedán, la artillería prusiana desplegó 606 cañones, disparando un total de 33.134 ti-
ros, un promedio de un poco más de cincuenta y cuatro tiros por cañón. Para poner esto
en perspectiva, en una de las batallas nocturnas de la campaña de las Malvinas en 1982,
30 cañones ingleses dispararon un promedio de 450 tiros por cañón (similar al consumo
diario en barreras de artillería en la Primera Guerra Mundial), un total de 13.500 tiros mu-
cho más de un tercio del número disparado por todo el ejército prusiano en el mismo pe-
ríodo de tiempo.
La próxima guerra en Europa sería muy diferente. Los planificadores alemanes con-
sideraron que, como siempre, el abastecimiento de munición no sería nada comparado
con el de los víveres y el forraje. Este punto de vista también era sustentado por los ru-
sos cuyo pronóstico pesimista era el de que para mover el forraje para las cincuenta divi-
siones de caballería, totalizando cerca de un millón de caballos, pensando en una región
con tan pocos caminos, crearía un congestionamiento tal en el sistema ferroviario como
para inhibir el movimiento de las reservas, demorando cualquier ofensiva y llevaría a la
interrupción del sistema ferroviario. Para comenzar, parecería que tenían razón, pero si
bien al finalizar la guerra el forraje figuraba primero en la lista de los abastecimientos lo-
gísticos, el reabastecimiento de munición rápidamente se volvió más crítico.
mó más en un obstáculo que en una ayuda. Los planificadores alemanes habían aposta-
do mucho. Solo el hecho de que la guerra había comenzado después de la cosecha,
algo que posiblemente no podían prever, los salvó de un desastre logístico.
Si bien no había excusas para unos preparativos improvisados con respecto a los ví-
veres y el forraje, después de todo el problema era tan antiguo como la guerra misma, no
había precedente para el aún mayor con respecto al abastecimiento de munición. Los
alemanes, como todos los demás, habían subestimado el ritmo con que se consumiría la
munición y menospreciado el problema de reaprovisionar munición a un ejército que se
movía rápidamente, usando una mezcla de transporte movido por caballos y por primera
vez en una guerra, camiones movidos por motores de combustión interna. Antes de la
guerra, habían calculado que el consumo de munición de las armas pequeñas sería doce
veces que el de 1870, mientras que la munición de artillería sería disparada a un ritmo
solo cuatro veces mayor. Basados en esto, asumieron que las reservas transportadas
por cada cuerpo tendrían que ser reaprovisionadas solo una vez durante la campaña. A
medida que las tropas avanzaban, aumentaban las distancias con respecto a las puntas
de rieles y si bien se abrieron otras puntas de rieles en la estela del avance, la munición
ya había sido acumulada en depósitos situados muy atrás. Para la batalla del Marne, du-
rante la cual la munición se consumió más rápido que durante el avance, los ejércitos a-
lemanes estaban en el punto más lejano con respecto a sus puntas de rieles y en reali-
dad más allá del punto con respecto al cual era posible apoyar un gran consumo, no solo
de munición, sino también de repuestos para los cañones y otros equipos. Si bien no hay
evidencias de que la batalla fuera perdida por los alemanes debido a fallas logísticas, si
hubieran ganado en el Marne, se hubiera comprobado que era imposible abastecer sus
ejércitos y el avance hubiera llegado a un alto.
Todos los combatientes encontraron que consumían sus acopios de munición unas
diez veces más rápido que las estimaciones de pre guerra; en especial la munición de ar-
tillería. La producción en la retaguardia tenía que ser aumentada para cumplirla. En el
ejército británico, la escasez de munición llevó al escándalo de las granadas de 1915. La
culpa fue echada al gobierno en el poder, si bien era, por supuesto, el resultado de un
planeamiento defectuoso muy anterior a la guerra lo que llevó a que los británicos toma-
ran parte en la campaña del centro de Europa, para la cual no estaban logísticamente
preparados.
A medida que la guerra en el oeste se volvió de trincheras, por falta de medios para
superar el punto muerto, los ejércitos seguían dependiendo del caballo para la mayor
parte de su transporte, con lo que rápidamente consumieron todo el forraje local y tuvie-
ron que recurrir a traerlo desde grandes distancias, en el caso del ejército británico, a tra-
vés del Canal de la Mancha desde Gran Bretaña, si bien hay que destacar que los ingle-
ses marcaron la ruta en el empleo del transporte mecánico y que, a medida que progre-
saba la guerra, disminuyó el uso de la carreta tirada por caballos. Agregado a esto había
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La Savia de la Guerra
efectos de ingenieros, tales como alambre de púas, postes para colocar los alambrados,
bolsas de arena, obstáculos, kilómetros de cable telefónico y maderas y vigas para re-
vestir y techar trincheras y pozos. Había que perforar pozos para brindar agua a millones
de hombres y animales y bombearla a los puntos de distribución. Un abastecimiento dis-
puesto para proveer repuestos y partes completas de cañones, armas menores, la cre-
ciente flota de vehículos y aviones y para 1916, tanques y eran esenciales equipos de
todo tipo. Ya no era posible hacer uso de armas o equipo capturado como había sido el
caso cincuenta años antes cuando el Ejército Confederado pudo suplementar su propia
inadecuada industria de armamentos, a costa del Ejército de la Unión. 18 En el siglo vein-
te, la munición y los repuestos usados por un bando, muy raramente servirán para las ar-
mas y equipos del otro. A medida que las armas se volvieron más complicadas, deman-
dó más tiempo adiestrar al hombre en su empleo. Por ejemplo, los sistemas de puntería
y espoletas de las piezas de artillería, no pueden ser rápidamente asimiladas por los arti-
lleros del bando opuesto como para detener la infantería que asalta la posición.
Pero por lejos, el efecto más importante era la munición, especialmente las grana-
das. El mortero y las preparaciones artilleras que preparan el camino para el asalto de la
infantería, la apoyan en su objetivo y golpea los asaltos enemigos y las áreas de la artille-
ría, consumen bombas y granadas en forma voraz. Aún después de la llegada del tan-
que, el fuego de la artillería y morteros era, por lejos, la mejor forma de dominar el te-
rreno, especialmente si el terreno o las distancias eran tales que no se podían empeñar
armas de tiro directo. A pesar de los mitos asociados con la ametralladora, la artillería y
los morteros causaron, por mucho, el mayor número de bajas militares en la Primera
Guerra Mundial y desde entonces, en muchas de las guerras. 19 Demandaba semanas y
a veces meses, efectuar los acopios para una gran ofensiva. Las grandes pilas de pro-
yectiles y granadas eran difíciles de ocultar y podían ser vistas mediante la fotografía aé-
rea, poniendo de manifiesto al enemigo, la intención del comandante. Una vez que se
habían establecido los depósitos de munición, el esfuerzo requerido para moverlos era
también prodigioso. El cambiar un sector en el cual se realizaría un empuje importante,
significaba una postergación debido al movimiento y a su vez, ese movimiento podía ser
detectado por el reconocimiento enemigo.
Una vez que había comenzado el asalto y si se penetraban las defensas enemigas
una distancia apreciable, las tropas a la cabeza quedarían fuera del alcance de la artille-
18
.Aún entonces, los Confederados fueron incapaces de usar las carabinas de
repetición Spencer capturadas una vez que se había consumido la munición cap-
turada, debido a que carecían de los cartuchos especiales y no tenían metal
para su manufactura.
19
.Lachhman, Singh, Indian Sword Strikes in East Pakistan, p.166. En la guerra
de 1971 en Pakistán Oriental, el Mayor General Singh comandaba la 20ª División
de Montaña, que experimentó unas de las luchas más encarnizadas. Destacó: "Es
interesante saber que las heridas por granadas, comparadas con las heridas de
bala, fueron altas y la mayoría de esas heridas eran el resultado de la explo-
sión en el aire". En una oportunidad, cuando su división tenía 634 heridos,
316 eran debidas a granadas y 262 a balas. El Ejército Pakistaní, en Pakistán
Oriental, no estaba no estaba provisto de artillería en forma abundante.
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Desde los Asirios 700 AC hasta el Armisticio 1918 DC
ría propia. Esta, con su munición, debía ser adelantada sobre un terreno salpicado por
hoyos de granadas y cubierto por un barro resbaladizo. Sin transportadores a oruga, los
que aparecieron únicamente en el ejército inglés y solo en los últimos meses de la gue-
rra, el redespliegue dependía de los caballos y mulas de carga, arrastrando cañones, cu-
reñas, tropezando en los pantanos. Por esta razón los ataques eran lentos y pesados,
con grandes pausas entre las fases a fin de arrastrar los abastecimientos. Cuando el ata-
que perdía el ímpetu, el enemigo quedaba más cerca de sus depósitos logísticos y su
sistema de abastecimiento, operando sobre caminos y ferrocarriles intactos pudiendo
reaccionar y atacar las salientes, generalmente haciendo retroceder al atacante.
La entrada de los Estados Unidos en la guerra creó un problema especial a los alia-
dos ya que muy pronto resultó obvio de que ellos no solo carecían de un adecuado siste-
ma de abastecimientos sino que también carecían de cañones, tanques y vehículos, que
eran una parte ineludible de la guerra en el frente occidental. Los franceses e ingleses
solucionaron estas deficiencias a un costo considerable para ellos mismos. Los nortea-
mericanos ni siquiera habían llevado caballos de tiro para la artillería que les fue provista
y los equipos de artillería británicos en Francia fueron reducidos de seis caballos a cuatro
para ayudarlos a solucionar sus requerimientos. Pero era lo inadecuado del sistema lo-
gístico norteamericano lo que crearía las mayores dificultades a la Fuerza Expedicionaria
Norteamericana. En algunas unidades en Argonne, antes que se pusieran las cosas en
su lugar, las tropas estuvieron próximas al punto de inanición. Fue en gran parte debido
a los esfuerzos hercúleos del Brigadier General Jorge Marshall (quien después adquiriría
gran fama en su condición de Jefe del Estado Mayor Conjunto en la Segunda Guerra
Mundial) que finalmente la FEN fue puesta en un adecuado estado logístico. El lector se
puede preguntar ¿cómo fue posible que se produjera esta falta casi increíble de previsión
logística? Muy sencillo, la respuesta radica en un intercambio político entre el Primer Mi-
nistro Británico y el Presidente de los EEUU. Lloyd George, alarmado por las pérdidas de
la infantería en el frente occidental, descabelladamente le requirió al Presidente infante-
ría, en la mayor cantidad que le pudiera proveer. Gracias a la falta de un adecuado siste-
ma de enlace entre los dos ejércitos, la FEN estaba compuesta, en su mayoría, por in-
fantería. En esos días de complejo planeamiento de estado mayor y alto nivel de coope-
ración entre las naciones en todos los aspectos de los asuntos militares, resulta más allá
de todo entendimiento que se pudiera haber creado esa pesadilla logística, pero así fue,
se habían ignorado los principios logísticos de previsión y cooperación y se tenía que pa-
gar el precio.
35
La Savia de la Guerra
Mucho se ha dicho, por parte de algunos autores, acerca de la ofensiva alemana de
marzo de 1918, especialmente sobre los arreglos de comando y control y sobre las tácti-
cas. Se la ha mostrado como un modelo, en contraste con la aceptada inflexibilidad del
sistema británico en 1916; ignorando los factores que obligaron a los ingleses a pelear
de esa manera en ese período de la guerra. Sin embargo, en la primavera de 1918, los
aliados provistos, conservaron los nervios, cosa que hicieron, particularmente Haig, la
ofensiva fue condenada al fracaso antes que las tropas de asalto alemanas cruzaran la
línea de partida. Tenían pocos tanques, la mayoría de esos pocos habían sido captura-
dos a los ingleses y por los tanto, sin repuestos. Al igual que sus oponentes, no tenían
radios y por eso estaban acosados por todos los problemas del comando que habían re-
sultado ser como una peste en cada ofensiva en el frente occidental que se había tradu-
cido en: la dificultad para pasar información al comandante; la incapacidad de dar órde-
nes frescas para hacer frente a cambios en la situación, para reforzar el éxito y para con-
centrar fuerzas de reserva para la embestida decisiva. Los alemanes se enfrentaron
exactamente con los mismos cuellos de botella logísticos que todos los otros atacantes
en este teatro de operaciones, con la complicación adicional de que ellos estaban avan-
zando primero sobre terreno que ellos habían devastado implementando la política de
"tierra arrasada", durante su retirada deliberada hacia la línea Hindenburg y luego sobre
los antiguos campos de batalla del Somme. Sin transporte a oruga capaz de operar fuera
de las rutas devastadas, carecían de los medios para reabastecer sus ejércitos en el rit-
mo requerido para mantener el ímpetu. Los hombres podían y de hecho lo hicieron, vivir
de los depósitos británicos. Pero los repuestos, cañones y munición solamente podían
ser provistos de sus propias fuentes, que cada vez quedaban más y más atrás. Los britá-
nicos, retrocediendo sobre sus propios abastecimientos, se hacían más fuertes cada día
y después del shock inicial, a medida que la defensa se afirmaba, para los alemanes se
hacía necesario un fuerte asalto coordinado de sus tres ejércitos actuando al unísono
para golpear a través y ganar ímpetu. Si bien no hay evidencias documentadas de que la
logística fuera el factor predominante en la decisión de Ludendorff de detener la ofensiva,
luego de un avance de unos 65 Km en su punto más lejano, está claro que pese a las
nuevas tácticas flexibles, los alemanes eran incapaces, técnicamente, de apoyar un pro-
greso tan rápido.
Había quedado para los británicos el demostrar como se debe ejecutar una ofensiva.
En las batallas de Los Cien Días, que comenzaron en agosto y terminaron en noviembre
de 1918, incluyendo la penetración de la formidable línea Hindenburg, los ejércitos britá-
nicos avanzaron entre 95 y 130 Km, capturando más prisioneros que los ejércitos francés
y norteamericano en conjunto. Aprendiendo las lecciones de los últimos cuatro años, los
tanques anticuados arrastraban trineos cargados con abastecimientos, tanques especial-
mente diseñados llevaban abastecimientos dentro de su casco y los tanques artilleros
movían piezas de artillería; todos ellos jugaron un papel vital en el mantenimiento del ím-
petu del avance de Haig. Aún así, si los alemanes no hubieran solicitado un armisticio, se
hubiera hecho necesaria una pausa, los ejércitos británicos estaban sobrepasando su lo-
gística.20 Sin embargo la idea había sido lanzada, por lo menos en el ejército británico. El
brillantemente imaginativo programa de tanques de Fuller, para 1919, pedía 7.700 tan-
ques de combate y 3.282 administrativos.
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* * *
Al final, con el advenimiento del vehículo propulsado por el motor de combustión in-
terna, los ejércitos adquirieron la capacidad de abastecerse a sí mismos, estando bien
alejados de los puertos y puntas de rieles.21 Antes de analizar la forma en que los ejérci-
tos hicieron uso de esta nueva flexibilidad, en una guerra de un espectro ampliamente
superior que la de 1918-19, es bueno echar una ojeada a un hecho ocurrido en un rincón
remoto, donde las condiciones favorecían las operaciones móviles y donde la percepción
logística de un oficial moderno iba a tener un efecto fuera de toda proporción con respec-
to al tamaño y adiestramiento de las fuerzas a su disposición; el lugar, Arabia, entonces
formando parte del Imperio Otomano y la fuerza, los árabes, quienes se habían revelado
contra sus amos coloniales. Los turcos guarnecían Medina, hoy en Arabia Saudita, en el
extremo del ferrocarril Hejaz, a 965 Km de Amman. Frente a la posibilidad de un infruc-
tuoso asalto sobre la ciudad fuertemente defendida, el Coronel británico T. E. Lawrence,
aconsejó al Emir Faisal, quien lideraba las fuerzas árabes reveladas contra los turcos,
volcar su atención hacia la línea de supervivencia tuerca y destruir el ferrocarril. Esta tác-
tica fue tan exitosa, que 25.000 hombres de las tropas turcas fueron clavados en puntos
fuertes y observatorios a lo largo de la vía férrea y la guarnición de Medina totalmente
neutralizada. Habría de haber más operaciones de este tipo y aún mayores durante la
Segunda Guerra Mundial y en otras que la siguieron.
Conclusión
La Primera Guerra Mundial fue una vertiente en la logística militar. Nunca más fue
posible sostener que el abastecimiento era más fácil mientras los ejércitos se movieran,
porque cuando se paraban rápidamente agotaban la comida y el forraje, que eran el
combustible para los que permitían el movimiento y para las máquinas de guerra, los ani-
males y el hombre. Desde 1914 es de aplicación lo inverso, la razón, el tremendo consu-
mo de munición y la consecuente expansión del transporte para hacerla llegar adelante,
a los consumidores; siendo el más voraz, la artillería. Un ejército en movimiento, aún con
la llegada del vehículo a motor, es ahora mucho más difícil de abastecer. Los recursos
de las naciones industrializadas pueden manufacturar las cantidades masivas de mate-
20
.The Story of the Fourth Army in the Battle of the Hundred Days,p.IX, discu-
tiendo lo aconsejable de la aceptación de un armisticio antes que los alemanes
retrocedieran sobre sus propias fronteras, endureciendo su resistencia y pro-
longando la guerra; "era una imposibilidad física, por lo menos para los ejér-
citos británicos, continuar rápidamente y en fuerza su avance e inmediatamen-
te explotar su éxito. Si lo hubieran hecho, hubieran muerto de hambre."
21
.Es difícil expresar esto, mejor de lo que lo ha hecho van Creveld, Command
in War, p.190, "Estratégicamente, la llegada de los vehículos propulsados con
gasolina, significó que los ejércitos se vieron ahora relevados de la tiranía
ejercida sobre ellos, por los ferrocarriles, desde los días de Mole y Gran. El
resultado fue una ganancia tremenda, no tanto en lo que hace a la velocidad
lineal o en el número de ton/km. transportadas (con respecto a las cuales los
ferrocarriles, mientras se encuentren libres de la interdicción aérea, aún
mantienen la superioridad hasta nuestros días), sino por la flexibilidad que
brindan.
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rial requerido para la guerra moderna, en un tiempo sorprendentemente corto. El mayor
problema es el de mantener el flujo de abastecimientos hacia el frente y esto se ve gran-
demente dificultado cuando los clientes avanzan.
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