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Universidad Autónoma de Bucaramanga

Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes


Programa de Literatura
Tarea: Texto argumentativo sobre los cuentos de Tomas Vargas Osorio
Estudiante: Dharma Maité Martínez Vargas
Docente: Claudia Mantilla
Curso: Autor Moderno

La soledad de la mujer en los cuentos de Tomás Vargas Osorio

Los cuentos del libro “Cuento: Tomás Vargas Osorio” fueron escritos en la

primera mitad del siglo XX. Aun así, suceden en lugares que se parecen a los pueblos de

la actualidad de nuestro país y las historias seguramente ocurren con similaridades

fantasmales. Al respecto, se puede argumentar sobre las inconsistencias de los procesos

de modernización en Colombia, con la intención de adjetivar estos escenarios como

ejemplo de atraso y hasta de miseria. Sin embargo, este ensayo no parte de esa mirada

política, se centra sobre todo en el aspecto estético literario de las narraciones. En este

sentido, se parte de que la asincronía de los espacios de las historias no depende del

afuera: la realidad política, social y económica del país; si no, del adentro, la voz

narrativa que nos cuenta el paisaje y lo que allí ocurre, una voz solitaria que observa con

profundidad.

El narrador desde una actitud contemplativa no participa del movimiento en el

hecho, lo mira trascendiendo los objetos y los sujetos, no juzga aquellas ocurrencias en

la mayoría de las historias. Así, la vida de las personas y las cosas pasa ante sus ojos y

su pasividad en el caos de la acción propicia la creación de las imágenes, que son

fotografías limpias con poquísimos objetos y personas, en las que todo resalta. Cuatro

de ellas arman un cuento, como las partes estudiadas de una obra de teatro. De esta

forma, de particularidad en particularidad capturada, la descripción del paisaje se hace

infinita. Por lo tanto, las personas que lo habitan aparecen como los objetos, únicas en

medio de la inmensidad, separadas de los otros, como si cada una fuese un mundo y

solamente el ritmo de la narración—ese vaivén de frases—consiguiera la totalidad. En

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ese orden, el narrador construye su discurso desde la soledad y muchos de los

personajes observados son solitarios, desde dos experiencias distintas de la soledad: la

del hombre y la de la mujer.

La soledad se manifiesta de varias maneras en los cuentos. Es el sustrato de la

voz narrativa, puesto que quien narra vive en una ruptura con los sucesos, él no pasa con

el tiempo que atraviesa las cosas y a las personas, su dimensión circunstancial carece

del externo: de los otros y como lo ven. Es la voz de un dios o de un fantasma. Por eso,

su mirada narrada transmite unidad, porque es capaz de ver la escena completa y de ella

escoge qué objetos van a ser parte de la escena. Además, la soledad es el mayor

elemento constituyente del sentido de la existencia de los distintos personajes en cada

fragmento temporal: el desprestigio, el aislamiento, la cualidad de migrante, el mutismo

que los encierra, el silencio triste que los protege, la desgracia que los acorrala lejos de

todo.

Dentro de este marco, partiendo de que “la soledad precipita la experiencia de la

escisión, de la ruptura y de la conciencia de ruptura del hombre con los otros y consigo

mismo” (Palencia, M, 2008, p.3), su presencia fundamental en los cuentos hace que el

ambiente material y social de los mismos sea fragmentado, puesto que, los personajes se

aíslan o son marginados por los otros; como los son los objetos por el narrador. Las

cosas que parecen estar cubiertas de una cúpula de cristal independiente están

destinadas a ser parte de una misma historia y punto a punto, nota a nota, el narrador

nos hace comprender que nada puede ser de otra manera, que su voz habla con el ritmo

del destino. Consecuentemente, este no existe sin la presencia latente de la muerte, el

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¿cuándo? que nos une a todos en el temor que le tenemos y en la esperanza de salvación

que lo aminora con eufemismos. Por lo tanto, el ritmo narrativo se manifiesta como la

consciencia de la muerte que se refleja en todos los personajes del cuento, una noción

que nace sin timidez de los instantes solitarios.

Ahora bien, dado que la experiencia de la soledad de los personajes de los

cuentos se expresa como una ruptura de lugar, tiempo y espacio, de ellos con la otredad

y en muchas ocasiones consigo mismos. Al preguntarse sobre la existencia de la

diferencia entre la experiencia de la mujer solitaria y del hombre solitario en los cuentos

del libro, es necesario analizar aquella grieta entre el individuo y lo colectivo en

relación con el género. Siguiendo esta línea, teniendo en cuenta que a uno y otro lado de

la ruptura está la presencia de la muerte como destino y origen, como parámetro de

comprensión del tiempo interno frente al externo; además de que, “la experiencia de

soledad viene enraizada con la experiencia del tiempo” (Palencia, 2008, p.3). También,

se debe estudiar la forma que tiene la muerte para los personajes femeninos y para los

personajes masculinos en las historias; y como esta se vincula a la experiencia de la

soledad.

En primer lugar, la posición de la mujer en el mundo de referencia, ósea, en el

contexto socio temporal en el que fueron escritos, era solitaria en muchos sentidos que

se derivan de la opresión y del mutismo al que era relegada. Esto es revelado en las

narraciones del libro, inevitablemente, porque tienen un corte realista y costumbrista.

De este modo, las mujeres que hacen parte de la historia están enmarcadas en una

cultura que las excluye de ciertas actividades y que les impide hablar o expresarse en

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ciertos ámbitos. Así, la mujer de por sí tiene una ruptura con el mundo de los hombres,

el mundo oficial, el mundo de la voz narrativa. Pero, la mujer solitaria partiendo del

concepto de soledad analizado anteriormente, sería la que tiene una segunda escisión

con la otredad. En ese caso, las mujeres de los cuentos “Tempestad” y “Hombres” que

son marginadas por causas distintas y en ambas circunstancias, difusas; representan la

experiencia de la soledad desde el peso del rechazo de la sociedad. Por otro lado, la

mujer del cuento “Encrucijada”, es también un personaje único, que resalta separado de

su contexto, una migrante que llega sola a un lugar en el que al parecer nadie la conoce.

En el cuento “Encrucijada” y en el cuento “Hombres”, las mujeres se suicidan tirándose

al río: en la primera historia el narrador no nos cuenta por qué, en la segunda lo hace

huyendo de un hombre apodado “Cuba”. En cambio, en el cuento “Tempestad”, la

mujer sobrevive al desprestigio peligroso del pueblo gracias a que un hombre la acepta

en su viaje de lancha luego de que ella amenazó con lanzarse al río.

De las tres mujeres sin nombre, la única de la cual se identifica una actitud

contemplativa desde la voz del narrador, es de la que sobrevive a la tempestad. Ella es

quien “miraba fijamente al río que chapoteaba con un gruñido sordo entre las canoas

vacilantes y contra el barranco negruzco y deleznable de la orilla” (Vargas Osorio,

2008) y que luego, “observó entonces que no tendría más de treinta años, aunque la

barba le obscurecía un poco el rostro, haciéndolo parecer más viejo” (Vargas Osorio,

2008). Aparte, de ella es de la única de quien sabemos con certeza cómo se sentía frente

a la soledad, por su rechazo al silencio del pasajero que la acepta en su viaje, porque

percibe el silencio como un abismo parecido a la muerte. Le teme al destino fatal que le

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presagiaba el aislamiento, aún en la lancha “seguía sintiendo miedo. Ahora era la

soledad, esas grandes playas de arena, la selva, el crepúsculo”. No obstante, al mismo

tiempo, el trayecto en la lancha, en anochecer invasivo en el río que devora todas las

formas hasta que “todo era obscuro, impenetrable, sin límites”; la oscuridad silenciosa

que hizo que la mujer perdiera la noción del tiempo, es la poesía de la experiencia de la

soledad que se describe en los personajes masculinos de otros cuentos: “el solitario

huye, se margina, con la plena conciencia y el conocimiento adquirido por la

contemplación, el silencio, el diálogo con las cosas y las almas, hacia ... los rincones

desolados” (Palencia, M, 2008, p.6). Sin embargo, ella no puede entablar un diálogo con

las cosas y las almas, ya que, “hubiera querido decir algo, pero no pudo. Además, ¿para

qué? ¿Quién iba a escuchar sus palabras?” (Vargas Osorio, 2008). Pues, se autocensura

desde su posición de mujer marginada. Por esta razón, el presentimiento de muerte la

acongoja, el recorrido por río es similar al viaje de afuera hacia el adentro profundo,

pero su doble ruptura con lo externo hace que los parajes de su alma estén más velados

por nieblas y oscuridades. De manera que, su sentir no pueda dirigirse “hacia la claridad

y la muerte; lugar de retorno, de la alegría del solitario” (Palencia, M, 2008, p.3). Si no,

que la ruptura en el trasegar de la vida de la mujer solitaria significa la desolación del

poema con ese título de la poetisa Gabriela Mistral:

“La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde

me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.

La tierra a la que vine no tiene primavera:

tiene su noche larga que cual madre me esconde.

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El viento hace a mi casa su ronda de sollozos

y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.

Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,

miro morir intensos ocasos dolorosos.

¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido

si más lejos que ella sólo fueron los muertos?

¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto

crecer entre sus brazos y los brazos queridos!

Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto

vienen de tierras donde no están los que no son míos;

sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos

y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos.

Y la interrogación que sube a mi garganta

al mirarlos pasar, me desciende, vencida:

hablan extrañas lenguas y no la conmovida

lengua que en tierras de oro mi pobre madre canta.

Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;

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miro crecer la niebla como el agonizante,

y por no enloquecer no encuentro los instantes,

porque la noche larga ahora tan solo empieza.

Miro el llano extasiado y recojo su duelo,

que viene para ver los paisajes mortales.

La nieve es el semblante que asoma a mis cristales:

¡siempre será su albura bajando de los cielos!

Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada

de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa;

siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,

descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.”

(Mistral, G, 1922)

Particularmente, aunque muchos de los personajes masculinos si tienen un

nombre en los cuentos, en aquellos en los que aparecen las mujeres sin nombre propio,

existe un personaje que el narrador denomina “El”. Este sujeto es descrito como alguien

que tiene un aire de grandeza, en el cuento “encrucijada” es de la única persona a quien

el señor Tchen— adivinador solitario por excelencia— no pudo descubrir el destino. De

modo parecido, en la historia de “Tempestad”, el patrón del lanchero es un hombre

grande, musculoso, tremendamente silencioso, que transmite invulnerabilidad ante los

peligros de la tempestad. También, en el cuento “Hombres”, existe un “El” de quien

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nadie conoce el pasado, que se queda solo hasta al amanecer cuando todos los otros

hombres ya se han ido, no habla mucho y es precisamente el hombre a quien la mujer

pide ayuda, cuando descubre que su destino fue decidido por “Cuba” y “El antioqueño”,

justo antes de lanzarse al río.

Sumado a esto, en todas las narraciones los personajes masculinos desconocidos

son principales en la trama del destino de la mujer: en el primero, Tchen cree que “ella”

trae la muerte para “el”; en el segundo, “ella” se salva porque “el” la lleva en la lancha;

mientras en el tercero, “el” decide no influir en el destino mortal de “ella” al no

ayudarla. Con lo anterior, vemos que alrededor de la ausencia de un nombre propio se

configura un significado vinculado con la presencia de la mujer y su respectivo destino.

De forma que, el binomio soledad-muerte femenina está intrincado con la participación

del personaje masculino que vive aparte de los demás, tanto, que ellos ni siquiera

pueden llamarlo por su nombre. Ella vive cuando Él decide abandonar su soledad,

sacrificarla para unir su tiempo con ella, para salvarla de la muerte. Por otra parte, algo

que es interesante de la forma como se conceptualiza el destino femenino de los

cuentos, es que la única manera en la que la mujer aparentemente es dueña de su destino

es mediante el suicidio. Porque, puede que lo escrito en los libros del universo sea que

ella debe morir, a cargo de las decisiones mundo que la margina, de los hombres que la

lastiman; pero, al tomar su vida con las manos y soltarla al vacío, ella decide cuándo y

cómo, desde ella y por ella, por ser libre.

Por otra parte, en los tres cuentos que hemos tratado, el personaje solitario

masculino es igualmente una constante. Tchen el solitario oráculo en el cuento

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“Encrucijada”, Matías el solitario errante en el cuento “Hombres” y en el cuento

“Tempestad”, el solitario sin nombre propio que vivía silencios como abismos de

muerte. De manera que, solo aquel que decide ser parte del devenir de la vida de la

mujer, es solitario y no nombrado al mismo tiempo. Quizás porque al ser parte de la

historia de otra persona abandona la condición que define su propósito en el mundo,

“como el intérprete y comunicador de la experiencia del “silencioso” lenguaje del

hacerse del mundo (Palencia, M, 2008, p.3). Consecuentemente, el personaje en

cuestión habla más que todo el relato al final de este, cuando se acerca a la mujer y la

muerte queda atrás.

A pesar de que, en los cuentos distintos de los tres citados anteriormente, el

personaje solitario no se define con relación a las figuras femeninas, si lo hace respecto

a los otros hombres y a los objetos que lo rodean. En el cuento “Lluvia en el campo” el

narrador es el protagonista, sin embargo, no lo es de su propia historia. Es decir, él narra

la historia del pueblo en el que está, en donde es foráneo, a donde llega por

recomendación de su doctor, para recuperarse; no obstante, el hilo principal del cuento

no es la fábula: el hombre se recupera en el pueblo, si no: el pueblo recupera el buen

tiempo. Por eso, las cosas que ocurren están lejos de él, quien aparece en el cuadro,

pero se aísla para fundirse en una posición de observador. Por ejemplo, la manera como

analiza el comportamiento de los habitantes del lugar y en general, todo lo que sucede

afuera es la finitud intangible de la vida y como tal, sigue el ritmo del tiempo

arquetípico. En cambio, él vive a su tiempo, porque lo exige su soledad. En ese sentido,

la muerte, interpretada como el fin de nosotros pasando con el tiempo, dicho de otro

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modo, el tiempo pasando sin nosotros, es percibida de forma distinta, e incluso, actúa de

diferente sobre los que viven a un ritmo o al otro, en un tiempo o en otro. En contraste,

en el resto de los cuentos no mencionados anteriormente, la voz narrativa es

omnisciente.

Además, este cuento es el que permite entender la relación tejida entre la figura

del solitario, el paso del tiempo y la muerte. Cuya comprensión evoca la imagen del

hombre frente a la muerte. Como se dijo antes, el narrador llegó enfermo a la finca, allí

conoce a las familias cercanas gracias a Manuel, el joven que lo atiende en su estancia.

Está la casa de Manuel, con su madre Feliciana y su padre Pedro, a quien un día le

llevan su futuro ataúd a la casa. El hogar conflictuado de José y Andrea, él que estuvo

en la cárcel por haber acuchillado a un hombre; ella a quien el padre le dijo que no era

pecado devolverle los golpes a su esposo. Mientras, el narrador no entiende cómo la

gente de ese lugar se resigna, “¿Por qué no habían de vivir de otro modo?” (Vargas

Osorio, 2008).

Luego, llega el mal tiempo, a los campesinos les aprietan las deudas y las

cosechas no les da lo suficiente; el cielo llueve llorando por los que no pueden llorar. El

narrador contempla la tierra que cambia, las personas y los temas de sus conversaciones;

percibe que la muerte está cerca, pues todo parece ir mal. En ese momento, siente que se

queda solo con sus reflexiones sobre el tiempo: dice que con la edad la noción temporal

cambia, creamos “conciencia de nuestra transitoriedad inevitable. No conciencia de

vivir si no de morir” (Vargas Osorio, 2008). Es aquella conciencia la del solitario que se

ha entregado a sus pensamientos lejos de lo heredado, de la narración del infierno y el

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cielo, de los mandamientos y el perdón divino. Así, lo que recibe el narrador del afuera

“es una sensación próxima a la desolación” (Vargas Osorio, 2008), como la experiencia

solitaria femenina. No obstante, su mundo interior sigue florido, genera abundantes y

bellas imágenes, porque el vivir en otro tiempo, consciente de que la muerte está

rondando, significa libertad, le otorga una sensación de verdadera libertad de existencia.

En la misma línea, los otros dos cuentos que faltan en este análisis tienen una

estructura filosófica que se basa en el hombre solitario, la conciencia del morir y la

libertad. El cuento “La aldea negra” tiene un narrador omnisciente que observa el actuar

de Ramos, un pescador que vivencia la llegada de la muerte a su pueblo con el nombre

del paludismo. Similarmente, en el cuento “Enganche”, el paludismo se llama “los

fríos” y se bate a guerra con el enganche de trabajadores petroleros. En este cuento, el

narrador es muy parecido al del anterior, cuenta el encuentro entre Antonio, un

trabajador veterano que ha sobrevivido al paso de la muerte muchas veces, y Juan

Vergara, un joven que llega en el nuevo enganche. Antonio aparece aislado de las

dinámicas en el grupo, Juan Vergara se involucra un poco más. Pero lo más interesante

es que Antonio le dice a Juan que ellos son de los que llegan al río, es decir, quienes

sortean la muerte y pueden ver un rayo de libertad después del túnel de la miseria

petrolera.

Finalmente, tenemos dos grandes categorías mediante las cuales entender esta

compilación de cuentos: Los cuentos en los que aparecen mujeres sin nombre, hombres

sin nombre y hombres nombrados solitarios; y, aquellos en los que no aparecen mujeres

anónimas, ni hombres anónimos. Del primer grupo, entendimos que la soledad para la

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mujer significa la muerte, porque ella vive una doble ruptura con el externo y esto no le

permite entablar una conversación libre consigo misma, con las almas y los objetos. Por

eso, para la mujer la soledad es desolación y la desolación, como nos contaron en el

primer cuento (“Lluvia en el campo”) es agonía. Mientras que, del segundo conjunto,

comprendimos que el solitario vive en un tiempo distinto al de las cosas que pasan, que

el ritmo de su vida viene de dentro suyo y esa es la manera como observa el suceder de

las acciones de los otros. Lo que, le permite situarse a sí mismo frente a la muerte,

siendo consciente de la intangible finitud de la vida, pero sin temer por eso al fin de

todo: “esto es el final de todo— me decía” (Vargas Osorio, 2008). De esta manera,

vemos que la mujer experimenta la soledad de forma distinta al hombre en los cuentos

de Tomas Vargas Osorio y que esta diferencia se evidencia notablemente en la relación

que tiene cada género con la muerte.

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Bibliografía

Mistral, G. (1922). Desolacion. New York: Instituto de las Españas.

Palencia, M. (2008). La idea de la soledad en la obra de Tomás Vargas Osorio. Lección

inaugural, Tercer cuatrimestre, pp.1-10.

Vargas Osorio, T. (2008). Cuento. Bucaramanga, Colombia: Universidad Industrial de

Santander.

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