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Estudiante: Mauricio Suárez Mail: suarezmauricioanibal@gmail.

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Seminario: Teoría del Estado. Corrientes principales y debates actuales (2022)
Docentes: Tomás Wieczorek y Gabriela Rodríguez Rial.
Título: Estado, formaciones de alteridad y producción de soberanía. Algunas reflexiones
a escala nacional y provincial.
Introducción
En este escrito reflexionamos sobre el rol del Estado en el proceso de construcción de
alteridades en Argentina. Específicamente apuntamos a pensar cruces entre tres procesos:
la producción de soberanía, la construcción de ciudadanía y la formación de alteridades.
Para ello nos valdremos, por un lado, de los aportes de diferentes autores de la teoría
política que pensaron la génesis conceptual, naturaleza y elementos jurídicos del Estado,
y por otro, de autores propios de la antropología y la sociología que nos ayudan a pensar
la agencia subjetivante del mismo. Partimos de entender que los modos en que el Estado
produjo y reprodujo su soberanía variaron desde su proceso de consolidación hasta el
presente, dejando entrever diferentes procesos de incorporación económica, política y
cívica de poblaciones rurales subalternizadas. Dicho fenómeno tuvo un impacto y
desarrollo diferente en cada provincia, por lo cual nos interesa resaltar algunas
experiencias específicas de Santiago del Estero. Concluimos que, en esta provincia, la
alteridad histórica condensada en la figura del campesinado responde a incorporaciones
y desincorporaciones en diferentes momentos históricos de este sujeto rural, al igual que
se presenta como resultado de los dispositivos discursivos del mestizaje, diferentes a las
narrativas de extinción que promulgaba el Estado nacional para sustentar el mito de la
Argentina blanca.
El argumento del escrito se esquematiza en dos apartados. En el primero, presentamos las
principales categorías conceptuales que propiciaron de coordenadas teóricas. Optamos
por no ahondar en los aportes de un solo pensador, sino en hacer dialogar varios autores
y a partir de allí nutrir un debate ya existente sobre las formaciones de alteridad y la
producción de soberanía estatal. Esto nos permitió en el segundo apartado, exponer tres
momentos que van desde fines del siglo XIX a fines del siglo XX: la Conquista del Chaco,
el primer y segundo peronismo y la consolidación del Estado Burocrático Autoritario. La
prosa netamente histórica de este apartado pretendió describir pendularmente cada
momento a nivel nacional y provincial, a la luz de las categorías presentadas al igual que
con otras que fueron emergiendo. Finalmente presentamos una recapitulación de lo
expuesto en cada apartado y algunas reflexiones más preliminares que conclusivas.
Por último, recomendamos a los lectores prestar atención a las notas al pie, en especial en
el segundo apartado. Allí derivamos información útil para comprender la historia de
Santiago del Estero, que de encontrarse en el cuerpo del texto entorpecería el hilo
argumentativo.
Alteridad, soberanía estatal y ciudadanía
La mayoría de las corrientes vinculadas a la teoría de la identidad concuerdan en entender
al Estado como un agente determinante en los procesos identitarios de los sujetos sociales.
La bibliografía sobre el tema giró alrededor de las formas en que el mismo construye e
implanta identidades hegemónicas y subalternas en ciertos marcos específicamente
nacionales (Balibar, 1991; Briones, 2005; Segato, 2007; Escolar, 2007; Hall, 2019).
Delimitando fronteras simbólicas y materiales se construyen otros internos con una carga
histórica única y diferente al de otras naciones. Dicho proceso es denominado por Briones
(2005) y Segato (2007) como formaciones nacionales de alteridad. Asimismo, Briones
afirma que hacia el interior de las naciones existen diferentes fronteras jurídicas y
políticas que propician, en el caso de Argentina, alteridades provinciales. En sus términos:
A pesar del peso e incidencia uniformante de las políticas del estado federal y de
las construcciones de alteridad hegemónicas en arenas nacionales, distintos
estados provinciales parecían ir “copiando con diferencias” esos lineamientos,
desde formas históricamente específicas de inscribir no sólo la relación
provincia/nación, sino también la relación provincia/alteridades internas (Briones,
2005: 6, énfasis nuestro).
A nuestro entender fue Diego Escolar, quien, a partir de las propuestas de Guattari, Deluze
y Foucault, pensó la construcción de alteridades, específicamente indígenas, en
vinculación con un aspecto concreto del Estado: la soberanía. La tesis de Escolar parte de
entender que la producción de soberanía del Estado Nacional llevó adelante procesos de
incorporación/desincorporación de poblaciones subalternas rurales, que repercutieron
fuertemente en los procesos de formación identitaria de éstas últimas. Su área de estudio
fue la zona de Cuyo, Argentina, donde habita el Pueblo Huarpe, considerado extinto desde
el Siglo XIX, pero que en 1990 comenzó un proceso de lo que el autor denomina
etnogénesis, es decir, una veloz formación de autoconciencia étnica. A su entender, esta
emergencia étnica se debe a que el Estado Nación argentino cambió su papel incorporador
y protector, propio del Estado del Bienestar, por otro papel ausente y represor enmarcado
en los procesos de neoliberalización. En otras palabras, el Estado nacional cambió el
modo de producir su soberanía.
Desde la teoría política y la teoría del derecho, la soberanía fue ampliamente
problematizada en tanto facultad inherente del Estado. Como afirma Koselleck (2021),
en el caso germánico, “estado y soberanía son conceptos que se remiten uno a otro en su
surgimiento histórico y en el lugar que ocupan en el derecho […]. Existe una conexión
tan estrecha que ambos se condicionan de manera recíproca” (p: 129). El autor destaca
que fue en la tradición política latina donde estos conceptos tuvieron un desarrollo
temprano, para después trasladarse a otras regiones de Europa. En Francia e Italia estos
términos ya para el siglo XV tenían una acepción autónoma y un uso relativamente
generalizado, mientras que en Alemania esto no sucede sino hasta los siglos XVIII y XIX.
Soberanía, ya para la época de Luis XIV denotaba “la última instancia de decisión dentro
de un Estado y la absoluta independencia de ese Estado hacia el exterior” (p: 130)
mientras que en la tradición germana indicaba solamente un concepto futuro, en tanto
meta a cumplir. En cuanto al concepto de Estado, recién en el siglo XVIII logra instalarse
como nuevo singular colectivo: “se convierte en el sujeto de acción con voluntad propia,
en la gran personalidad establecida realmente, en el organismo, incluso en la organización
donde la sociedad nace como pueblo constituido por el Estado […]. Se convierte en el
Estado en y para sí” (p: 132, énfasis nuestro).1
Por su lado, Quentin Skinner (2003) también estuvo interesado en el devenir de la
concepción moderna del estado.2 Después de recorrer por diversas corrientes y períodos
históricos concluye que, fue Hobbes “el primer filósofo que enunció una teoría
enteramente sistemática y autoconsciente sobre el estado soberano" (p: 66). Destaca que
en la tradición republicana y monarcómana, la concepción de soberanía estaba asociada
a la figura del sujeto (príncipe, rey) y en especial a la demostración de autoridad en
diferentes rituales públicos. Contrariamente, Hobbes, desde un entendimiento impersonal
del Estado, construye una analogía biológica y cristiana del Estado, en tanto “hombre
artificial, aunque de mayor estatura y robuste que el natural para cuya protección y
defensa fue instituido; y en el cual la soberanía es un alma artificial que da vida y
movimiento al cuerpo entero” (Hobbes, 2005 [1651] :3, énfasis propio).
Skinner concluye que Hobbes instaura, con la figura del Leviatán, la concepción moderna
del Estado “como un agente independiente y como la sede de la soberanía” (p: 37),
argumentando “la idea de un poder efectivo [capaz] de absorber cualquier otro elemento
tradicionalmente asociado con las nociones honor y dignidad públicas” (p: 80). Pues:
Tener dignidad, es simplemente tener un cargo de mando; ser honorable no es
más que un argumento y signo de poder. Aquí, como en todas partes, es Hobbes
quien habla por primera vez, de manera sistemática y no apologética, en el tono
abstracto y uniforme del teórico moderno del estado soberano (p: 80, énfasis
nuestro).
Sin embargo, como advertimos con Koselleck, la concepción del estado como sede de la
soberanía tuvo desarrollos diversos en Inglaterra, Alemania y Francia. Siguiendo a Carré

1
En su “Diccionario histórico de conceptos políticos-sociales básicos en lengua alemana” (1972-1997)
Koselleck afirma que el concepto de Estado es uno de lo más controversiales en ciencia política cuando se
trata de historizar su devenir. Destacan que el termino Estado deviene en concepto cuando atraviesa por
tres procesos comprendidos en el período bisagra (Sattelzeite), en tanto hipótesis cuádruple: “se
temporaliza, en cuanto que siempre postula determinaciones a cumplirse en el futuro […]; es susceptible a
ser ideologizado en cuanto cada concepto de Estado alternativo no excluye cualquier otro parcial o
totalmente y así […] cae bajo sospechas de ideología. Es politizado en cuanto los presupuestos sociales que
se incorporan en él son absorbidos de manera creciente en favor de un Estado que rige genuinamente, que
se convierte en un fin en sí mismo. Por último, el Estado es democratizado en cuanto el concepto se despoja
de forma creciente de su función de dominio personal proveniente del campo semántico estamental en favor
de un poder del Estado que se deriva de la soberanía del pueblo” (p: 133)
2
El autor analiza el devenir del concepto del Estado desde el nacimiento de las ciudades repúblicas italianas
en el siglo XIII. Dichas formaciones políticas se caracterizaban por un poder fragmentado y por un reclamo
de su libertad, a lo que Skinner apunta a indagar cómo ellas se autogobiernan. Para ello, por un lado, indaga
fuentes primarias, específicamente las resoluciones de conflictos legales llamados digestos (compilaciones
de leyes o manuales de leyes de los gobernantes). Por otro lado, se remite a fuentes secundarias, analizando
la producción teórica de tres tradiciones, a raíz de la pregunta referida a dónde residía para cada una la
autoridad legítima del Estado. En primer lugar, se avoca al análisis de la corriente Republicana del Siglo
XVI, la cual afirma que la autoridad reside en las leyes e instituciones, las cuales preceden a la comunidad.
En segundo lugar, a la corriente Monarcómana del Siglo XVI y XVII, que distingue entre gobernante como
persona y gobernante como persona jurídica; donde la primera encarna a la segunda. Por último, a la
corriente Absolutista, que criticó “la imagen del pueblo como persona capaz de negociar los términos del
contrato, ya que sólo como resultado de su sometimiento al gobierno es que el agregado de individuos pudo
convertirse de multitud en un cuerpo unificado” (Gobbi, 2004: ).
de Malberg (2013 [1922]), en Francia encontramos tres acepciones distintas de la
categoría soberanía:
En su sentido originario designa el carácter supremo de una potestad plenamente
independiente, y en particular de la potestad estatal. En una segunda acepción
significa el conjunto de los poderes comprendidos en la potestad de Estado,
siendo por lo tanto sinónimo de esta última. Finalmente, sirve para caracterizar la
posición que dentro del Estado ocupa el titular supremo de la potestad estatal, y
aquí la soberanía se identifica con la potestad del órgano (p: 88, énfasis nuestro).
Carré de Malberg, destaca que a diferencia del caso francés y del caso inglés, en la
tradición alemana se observan tres conceptos que por separado distinguen las tres
concepciones que mencionamos. Souveranität corresponde a la soberanía en el primer
sentido, es decir, el carácter supremo del estado tanto en el plano internacional como en
el doméstico. Staatsgewalt es el poder del estado en el segundo sentido. Y Herrschaft es
el poder de dominación de un órgano.
No obstante, en nuestro caso más que destacar a la soberanía como una potestad del
Estado para asumirse totalmente independiente frente a otros entes externos, nos interesa
problematizar lo que Troper (2012), desde una perspectiva del derecho constitucional
contemporáneo, denominó soberanía interna, en tanto “poder absoluto de tomar
decisiones sobre todos los aspectos de la vida humana” (Troper, 2012: 4). Esto nos invita
a traer a la discusión dos términos clásicos de la teoría política: dominium e imperium.
Jellinek (2017 [1911]), al describir los elementos del Estado, afirma que lo que el Estado
ejerce sobre el territorio no es un dominio directo, en tanto cosa o propiedad, sino un
control indirecto, mediante lo que desde el derecho público se denomina imperium. Se
refiere a un “poder de mando, mas este poder solo es referible a los hombres; de aquí que
una cosa sólo pueda estar sometida al imperium, en tanto que el poder del Estado ordene
a los hombres a obrar de cierta manera con respecto a ella” (p: 132). Es decir, al estar la
población sometida al poder de mando del Estado no solo habita cierto espacio
geográfico, sino que lo territorializa de acuerdo con los fines estatales.
En ese sentido, Jellinek describe a la población en un sentido subjetivo a la vez que
objetivo, es decir como sujeto parte del Estado, pero también como sujeto que es objeto
de la actividad estatal. Las personas deben ser citoyen (ciudadanos con derechos) a la vez
que sujet (individuos con obligaciones), de lo contrario, sentencia Jellinek, no hay estado
posible. En efecto, partiendo de esta necesaria doble concepción jurídica de la población,
Jellinek comenta que al igual que “las razas originarias de África, los indios nómadas de
la América del Norte están sometidos a la dominación de los poderes estatistas que sobre
ellos ejercen su soberanía, pero no son miembros del Estado” (p: 392). Lo mismo observó
Duguit en 1913 cuando ponía en tela de juicio la concepción de soberanía nacional, al
argumentar que “todos los indígenas de las colonias son súbditos de un Estado
metropolitano sin ser miembros de la nación [es decir] sin ser ciudadanos” (Duguit, 1975
[1913]: 19 y 20).
Encontramos aquí otro elemento que nos ayuda a pensar la construcción de alteridades en
el marco de procesos de producción de soberanía: la ciudadanía. Para muchos sociólogos
y antropólogos esta categoría es útil para plasmar cómo el Estado moldea a través de
discursos e imaginarios formas aceptadas y legítimas de ser y no ser, en este caso, un
ciudadano tipo argentino. Nuestro país presenta características interesantes cuando se
trata de resaltar aspectos culturales que dan cuenta de la argentinidad. La vasta literatura
remarca y critica la construcción de una imagen de la Argentina como un país blanco y
europeizado, en la cual, más allá de resaltar un “crisol de razas”, la raza más importante
en todos los sentidos fue la que vino en los barcos de ultramar.3 Esta imagen
decimonónica, más que vigente en la actualidad, estuvo sustentada por lo que Etienne
Balibar denominó etnicidad fictiva, en tanto comunidad fabricada por el Estado nacional.
En sus palabras:
Ninguna nación posee naturalmente una base étnica, pero a medida que las
formaciones sociales se nacionalizan, las poblaciones que incluyen, que se
reparten o que dominan quedan ´etnificadas´, es decir quedan representadas en el
pasado o en el futuro como si formaran una comunidad natural, que posee por sí
misma una identidad de origen, de cultura, de intereses, que trasciende a los
individuos y las condiciones sociales (Balibar, 1991: 149).
Balibar aclara que el término ficción no debe ser tomado en tanto ilusión, sino en sentido
jurídico e institucional de fabricación de una persona ficta. Al otorgar un origen común
a un pueblo, el Estado “inscribe por adelantado sus exigencias de ´pertenencia´ en el doble
sentido de la palabra: lo que hace que uno se pertenezca a uno mismo y que pertenezca a
otros semejantes” (p: 50). A estas mismas conclusiones arribó Benedict Anderson cuando
afirma que la nación es una comunidad imaginada, porque, aunque los miembros incluso
de la nación más pequeña no se conociesen jamás entre sí, “en la mente de cada uno vive
la imagen de su comunión” (Anderson, 1993: 23).
La construcción de ciudadanía del Estado argentino en formación bajo estos presupuestos
racistas, respondieron a todo un marco global en el que reinaban el evolucionismo y el
positivismo al igual que los lemas decimonónicos de orden y progreso. A su vez, de ello
derivó un proceso que Biset y Soria (2014) siguiendo la propuesta de Koselleck en su
versión de la Escuela de Padova, denominan nacionalización y etnoculturización de la
ciudadanía, en tanto construcción de un sujeto unitario homogéneo. Los autores aclaran
que “si bien existe una diferencia conceptual importante entre ciudadanía y nacionalidad,
al acercarse como pertenencia a una comunidad política prejurídica presuntamente
homogénea, consolida un proceso de exclusión y normalización de los sujetos políticos”
(p: 43), proceso en el cual, en el caso de Argentina, lo indígena quedó sangrientamente
borrado.
En síntesis, en primer lugar, partimos de entender a la soberanía como un aspecto
jurídicamente dado al Estado, pero en términos empíricos, la soberanía es necesariamente
producida y reproducida por este para afirmar su existencia (Jellinek, [1911] 2004). En
segundo lugar, asumimos que la concepción y construcción de ciudadanía, en tanto
formación de un sujeto y objeto político capaz de obedecer el poder de mando es
imprescindible para el buen funcionamiento del Estado soberano. En tercer lugar,
hacemos énfasis en el hecho de que estos procesos deben pensarse en el marco de la

3
No hace mucho el actual presidente de Argentina resaltó en una conferencia que “los mexicanos vienen
de los indios, los brasileros de la selva y nosotros, los argentinos, de los barcos”. Declaraciones que trajo
aparejadas críticas no solo de una parte de la comunidad académica sino también de los respectivos
presidentes de los países.
formación del Estado argentino que construyó y fundamentó su dominio territorial y
jurídico bajo presupuestos de blanquitud y mirando a Europa como ejemplo y meta. Esto
implicó que los diferentes procesos de incorporación y desincorporación de las
poblaciones indígenas signifique a su vez inminentes procesos de borramiento y auto
borramiento de lo indígena o, en otras palabras, de negacionismo. Por último, partimos
de asumir que los diferentes momentos en los que el Estado argentino mostró un cambió
en su forma de producir soberanía interna, como veremos, impactaron de forma diversa
en cada provincia de acuerdo al devenir histórico, económico y político de cada una.
La Nación y las provincias: Estado y procesos de incorporación
Como advertimos al inicio del anterior apartado, la noción de formaciones nacionales de
alteridad resulta ineludible para problematizar la construcción de otros internos en la
Argentina, pero no es suficiente para poder dar cuenta de la diversidad de procesos de
alterización que se produjeron en su vasto territorio. Por ello, Briones (2005) destaca que
es necesario analizar “cómo las provincias […] recrean otros internos «heredados» de la
geografía simbólica hegemónica de nación desde estilos provinciales de «ser argentino»
históricamente gestados”; lo cual implica “reconstruir diferentes estilos de provincialidad
para ver cómo cada cual matiza procesos generales de alterización según formas
igualmente matizadas de anclar la pertenencia nacional” (p: 6).
Una respuesta a esta propuesta, para el caso de Santiago del Estero, es la hecha por Grosso
(2008), quien afirma que en la expresión “los indios están muertos y los negros son
invisibles” (p: 35) se observa cómo la episteme nacional subsume y envuelve a la
episteme santiagueña, e inversamente cómo la argentinidad devenida de dicha episteme
se santiagueñiza. Esta contundente afirmación realizada por Grosso (2008) refleja los
imaginarios colectivos provinciales que, como advertimos en la introducción, propiciaron
la construcción del campesinado como la alteridad histórica de Santiago del Estero.4
Rastrear la génesis y devenir de estos imaginarios implica retrotraernos inevitablemente
a procesos previos a la formación de propio Estado nacional argentino. 5 Algo que excede
ampliamente los objetivos de este escrito. Sin embargo, es necesario destacar que los más
de 200.000 nativos que habitaron la región del Tucumán en la época prehispánica (región
sobre la cual Santiago del Estero ejercía su control durante la colonia) atravesaron por
diferentes procesos de sometimiento, primero por la corona española y después por el
Estado nacional. Más allá de que la empresa colonial significó un atroz proceso de
genocidio indígena (mediante la matanza por la resistencia, al igual que por la explotación

4
Fue Rita Segato quién, al problematizar cómo los procesos locales y globales repercuten en las dinámicas
identitarias, diferenció, por un lado, las identidades políticas, entendidas como aquellas autopercepciones
construidas y derivadas del proceso de globalización, las cuales son importadas y endosadas por los estados
nacionales y adoptadas por los otros internos. Por otro lado, destaca la existencia de alteridades históricas,
como las autopercepciones de aquellos “grupos sociales cuya manera de ser otros en el contexto de la
sociedad nacional se deriva de esa historia y hace parte de esa formación específica” (Segato, 2007: 47).
5
El ordenamiento jurídico de la actual provincia de Santiago del Estero estuvo dado por la Corona española
en tiempos de Felipe II. Fundada en 1553 la ciudad de Santiago del Estero fue designada diez años después
como la capital la Gobernación del Tucumán (perteneciente al Virreinato del Perú) que tenía bajo su
jurisdicción a las actuales provincias del NOA (Tenti, 2000).
en encomiendas y pueblos de indios6), aquí nos interesa resaltar cómo, una vez concretado
el proceso independentista y conformado el Estado argentino, se procedió a la producción
de soberanía estatal mediante diferentes procesos de incorporación económica y política
de los sectores rurales; pues entendemos que “la soberanía no reina más que sobre aquello
que es capaz de interiorizar” (Deleuze, 1980: 445, citado en Agamben, 1998: 30).
Específicamente destacaremos tres momentos de la etapa republicana comprendidos entre
fines del siglo XIX y fines del siglo XX que nos sirven para reflejar a escala nacional y
provincial modos de construir soberanía interna.
En primer lugar, la Conquista del Chaco representa sin dudas la primera incorporación
territorial en la actual provincia de Santiago del Estero por parte del Estado argentino.
Iniciada oficialmente en 1870 y concretada hasta ya avanzado el siglo XX, esta campaña
militar junto a la Conquista del “Desierto” terminaron de dar forma al actual territorio
nacional. Con Julio Argentino Roca como presidente, en Santiago del Estero la política
atravesaba por un proceso de consolidación del estado provincial, el cual se caracterizaba,
al igual que otros casos, por una debilidad endémica del control de sus territorios y
poblaciones (Guerra, 1992).
La adquisición de grandes extensiones de tierra y la disponibilidad de mano de obra barata
propiciaron un sistema de explotación del bosque nativo denominado obraje. Dicho
sistema tenía bajo control a más de 100.000 obreros vinculados con los contratistas y
obrajeros (dueños de los obrajes) mediante un régimen de patronazgo de semi esclavitud
(Dargoltz, 1991). Esto significó el ingreso de la provincia al mercado mundial, en pleno
auge del sistema agroexportador, lo cual se dio a costa de no solo la depredación del
bosque nativo y la concentración estrepitosa de tierras, sino también a costa de un proceso
de proletarización rural. El desarrollo del obraje no fue posible sin la activa agencia del
Estado, que para ese entonces asumía una postura en sentido weberiano como aquel que
detenta el monopolio de la violencia física legítima para concretar su dominación
territorial. Pero también nos encontramos ante un estado con características propias de
aquel descripto por Hobbes, pues, así como la soberanía constituye el alma del estado, “la
riqueza y la abundancia de todos los miembros particulares constituyen su potencia” y los
negocios su salvación (Hobbes, 2005 [1651]: 3). Alma, potencia y salvación del Estado
encontraron asidero en la Conquista del Chaco y en sus consecuencias económicas
esperadas y planificadas. En suma, la soberanía para ese entonces se construyó bajo los
lemas del sometimiento, la violencia y el horror, puesto que estos sujetos en tanto objetos
de la actividad estatal estaban incompletos, pues solamente eran considerados mano de
obra (sujet) y no citoyen con derechos. Las condiciones sociales y políticas al igual que
6
La encomienda fue el sistema de explotación más común, el cual consistía en el otorgamiento de porciones
de tierra y grupos de indígenas a particulares por parte de la Corona, como pago de sus servicios prestados
a la empresa colonial. El fin era la explotación de los recursos naturales y humanos, pero también la
educación y evangelización. En el Siglo XVII, con el fracaso de este sistema a causa de los miles de decesos
y disminución demográfica indígena, se dio paso a una nueva organización mediante los llamados Pueblos
de indios o reducciones, en el cual las poblaciones que sobrevivieron a las encomiendas de particulares
fueron reubicadas y puestas nuevamente a disposición directa de la corona. Una consecuencia clave de este
nuevo sistema, ineludible para entender los procesos de etnogénesis actuales, es que se intensificó
brutalmente la “desnaturalización”, es decir, se provocó una desarticulación social, lingüística y étnica de
las comunidades. A diferencia de otras jurisdicciones coloniales, en Santiago del Estero, este sistema tuvo
un funcionamiento relativamente exitoso hasta las guerras de independencia, destacando que a fines del
siglo XVIII esta provincia aún contaba con once pueblos con una población relativamente constante desde
la implantación del sistema (Farberman, 2008).
la voluntad política (decisión en términos de schmittianos) para la incorporación cívica
de estas poblaciones no estaban dadas.
Ya a mediados del siglo XX, la Argentina atravesaba por fuertes transformaciones
políticas y expectativas sociales que derivaron en conflictivas experiencias de
incorporación política y ciudadana de los sectores populares. Este marco inaugura un
nuevo modo de producción de soberanía, basado ya no en la coerción sino en lo que
Escolar (2007) llamó “seducción estatal” (p: 181). Estas incorporaciones llevadas a cabo
por Juan Domingo Perón en sus dos primeros mandatos (1946-1951 y 1952-1956) se
enmarcaron en las políticas propias del Estado del bienestar. Este último entendido como
la “principal fórmula pacificadora de las democracias capitalistas avanzadas” aplicada en
el contexto de la segunda posguerra. Esta postura que toma el Estado parte de asumir la
obligación propia de “suministrar asistencia y apoyo a los ciudadanos que sufren
necesidades y riesgos específicos” (Offe, 1994: 135).
Concretamente, dos hechos marcan el cambio en el modo de producción de soberanía en
vinculación con la cuestión indígena, al menos en sentido formal. En primer lugar, la
reforma de la constitución en 1949, en la cual se modificó el inciso 15 del artículo 67 que
en su versión original estipulaba "proveer la seguridad de las fronteras; conservar el trato
pacífico con los indios y promover la conversión de ellos al catolicismo", y del que solo
se conservó la expresión "proveer la seguridad de las fronteras". Al suprimir la última
parte, tácitamente se dejaba de ver al indio como un sujeto jurídicamente externo a las
fronteras de la nación. Más allá de que, como destacamos, gran parte de las poblaciones
indígenas habían sido sometidas y “desnaturalizadas” en la etapa republicana, la intención
de considerarlas como ciudadanos era un proyecto incompleto que incluso con esta
reforma constitucional no se concretaba aún.
En segundo lugar, podemos afirmar que recién a través del Segundo Plan Quinquenal
(1953) se plasmaba de forma más clara esta intención. En el Capítulo I sobre La
organización del pueblo se destaca que “la población indígena será protegida por la
acción directa del Estado mediante la incorporación progresiva de la misma al ritmo y
nivel de vida general de la Nación” (énfasis nuestro). Sin embargo, algunos autores
sostienen que el peronismo no concretó su proyecto incorporacionista (Marcilese, 2009),
dado que las poblaciones indígenas (al menos aquellas que se encontraban relativamente
aisladas) permanecieron en el cuarto mundo (Briones, 1998) bajo condiciones de
inseguridad alimentaria e inseguridad legal sobre sus territorios, solo por nombrar algunas
de sus problemáticas. Esto se torna aún más controversial cuando se tiene en cuenta que
en 1947 se produjo la masacre de Rincón Bomba con Perón como presidente.7 No
obstante, fueron las políticas dirigidas al genérico “pobres, descamisados y cabecitas
negras” (derechos de humanos de segunda generación) y no aquellas enunciaciones
formales y jurídicas explícitamente indigenistas las que mayor impacto tuvieron sobre
gran parte de las comunidades indígenas; que, para ese entonces, como mencionamos, en

7
Fue un ataque y matanza planificada iniciada el 10 de octubre de 1947 a comunidades del pueblo pilagá,
en el paraje La Bomba, cerca de la población de Las Lomitas, en el entonces Territorio Nacional de
Formosa. La masacre quedó impune y fue silenciada durante décadas. En 2005 la Federación del Pueblo
Pilagá demandó al Estado argentino, obteniendo en 2019 y 2020, el reconocimiento judicial del hecho como
genocidio, así como la obligación del Estado de conmemorar el crimen y resarcir moral y materialmente al
pueblo pilagá.
su mayoría ya habían atravesado diversos procesos de mestizaje e incorporación
económica.
Antes de la llegada del peronismo Santiago del Estero presentaba índices alarmantes en
educación, salud y vivienda. Para 1947 contaba con 538.385 habitantes, 75% de los cuales
era población rural, y aclarando que en esa cifra no se contabilizaba a la población flotante
(10% más). Esta última fue consecuencia del decaimiento del obraje la cual produjo una
masa de reserva que migraba temporalmente a la zafra en Tucumán y posteriormente a la
incipiente industria en Buenos Aires. El gobierno peronista a través de los planes
quinquenales destinó cuantiosos recursos en la construcción de escuelas, hospitales,
barrios obreros en todo el territorio provincial. Incentivó la industria algodonera,
construyó la mayoría de los edificios de los poderes del Estado y pavimentó las
principales localidades de la provincia al igual que las principales rutas y caminos. Más
allá que no se revirtió los problemas estructurales de empobrecimiento y emigración, gran
parte de la población vio asegurada su educación (equiparada con alimentación en la
mayoría de los hogares mediante los comedores escolares) y salud (destacando que en ese
entonces el Secretario de Salud Pública de Perón era el médico santiagueño Ramón
Carrillo). Esto redujo abruptamente los índices de desnutrición y mortalidad infantil, al
igual que aumentó la taza de escolaridad (Tenti, 1998). Como advertimos, aunque estas
políticas estaban dirigidas a los “sectores populares” en general y no a las comunidades
indígenas y campesinas, coincidimos con Escolar (2007) cuando afirma que para ese
entonces “la vida de la gente amanecía y anochecía con el sol del Estado” (p: 207).
El peronismo en Santiago del Estero, al igual que en otras provincias del norte, asumió
desde su génesis una forma conservadora y caudillezca que llevó adelante prácticas
autoritarias de gestionar lo político y lo social. No es de sorprender que todas estas
políticas fueron enmarcadas en prácticas clientelares que aseguraban la reproducción del
campo político local. En este contexto emerge la figura de Carlos Juárez, el segundo
gobernador peronista de la provincia, que marcó desde su ingreso al campo político y
estatal el devenir de la historia santiagueña hasta el presente.
Esto nos invita a plasmar el tercer momento en el que observamos nuevamente un viraje
de la producción de soberanía del Estado. Más precisamente se observa un retorno a
prácticas autoritarias y violentas enmarcadas en lo que O´Donnell (1996) denominó el
advenimiento del Estado Burocrático Autoritario. La retirada del Estado produjo a nivel
nacional un vaciamiento material y simbólico que propició nuevamente la invisibilización
y desamparo de los sectores populares (Escolar, 2007). Sin embargo, paradójicamente a
este contexto, a causa de la propia militancia indígena en diferentes regiones del país y
por un clima global propicio para las políticas de identidad (Segato, 2007), en 1994 se
reforma la constitución nacional. La convención acuerda incorporar el inciso 17 al
artículo 75, donde se reconoce la preexistencia de las comunidades indígenas y pone al
Estado como un garante del acceso a la posesión territorial comunitaria. Un hecho sin
precedentes que aportó, junto a otros factores estructurales tanto locales como globales,
la intensificación de la emergencia indígena que se venía observando desde 1980.
Asimismo, las últimas décadas del siglo XX ven emerger un modelo productivo vigente
en la actualidad y uno de los principales proveedores de divisas de la Argentina: el
agronegocio. Las tierras de Santiago del Estero desmontadas y abandonadas por las
empresas obrajeras en 1940, fueron pobladas y labradas por los hacheros y sus familias.
Para la década de 1970, estas tierras comienzan a ser codiciadas nuevamente por el capital
para la siembra de oleaginosas, por lo cual las poblaciones rurales comienzan a sufrir
centenares de desalojos silenciosos, que no serían visibilizados sino hasta el retorno de la
democracia en 1983. Con un fuerte acompañamiento de una parte de la iglesia católica,
ese sujeto identificado socialmente ya como campesino comienza a atravesar un proceso
de politización en el marco de violentos conflictos territoriales. El estado provincial,
como en épocas anteriores, pero ahora personificado en la figura de Carlos Juárez, apoyó
al empresariado y desamparó al campesinado.
A fines de 1980 y principios de 1990, en el marco de fuertes políticas neoliberales a nivel
global y nacional y ante un colapso del gobierno y estado provincial, es cuando emerge
la figura del campesinado como un sujeto político. Ese sujeto rural convertido en hachero
al incorporarse al obraje, condenado a la migración al ser desincorporado laboralmente,
y retornado a su provincia por el fracaso del proceso industrial sustitutivo, en 1990 se
organiza políticamente y conforma el Movimiento Campesino de Santiago del Estero
(MOCASE) desde donde canalizará la acción colectiva en pos de la defensa sus
territorios.
Algunas reflexiones preliminares
A lo largo de este texto ensayamos algunas reflexiones sobre los clivajes entre la
producción de soberanía, la concepción de ciudadanía y la construcción de alteridades en
Argentina. El proceso de escritura del mismo fue arduo por diferentes motivos, en
especial por dos de ellos. En primer lugar, porque implicó sumergirme en lecturas de
autores poco conocidos o en algunos casos desconocidos para mi persona. Las lecturas
previas sobre el Estado provenían de autores propios de la antropología y la sociología
que en la mayoría de los casos tomaban la categoría en términos laxos mientras que otros
la obviaban, y algunos pocos criticaban la concepción institucionalista del Estado desde
perspectivas marxistas y weberianas. En segundo lugar, por la escasez de literatura
histórica y socio-antropológica de la agencia estatal en las etapas trabajadas a nivel
provincial. Los escritos sobre historia santiagueña son de variada calidad y en su mayoría
ingresan dentro lo que se denomina historia política y económica, donde se observa una
desatención y desinterés por los procesos de alterización del estado provincial. Sin
embargo, en las diferentes etapas que abordamos intentamos enmarcar a la provincia en
los diferentes procesos económicos y políticos induciendo e hipotetizando vinculaciones
con la formación de alteridades provinciales.
Mis lecturas y diálogos entre los autores de la teoría política y la antropología social
fueron presentados en el primer apartado. Las diferentes categorías al igual que algunas
anticipaciones de sentido de los autores nos sirvieron de coordenadas durante el todo el
desarrollo. Fue el concepto de formaciones nacionales de alteridad, aportado por Briones
(2005) y Segato (2007), el que propició de marco para entender que los estados nacionales
construyen fronteras dentro de las cuales se producen identidades subalternizadas con
cargas simbólicas únicas. Por su lado, fue Escolar (2007) quien nos permitió destacar que
estas formas de producir alteridades varían de acuerdo con el modo en que cada Estado
produce su soberanía, en tanto “dominio” territorial y jurídico excluyente.
Con Kosellek (2021) advertimos que el devenir de los conceptos Estado y soberanía están
entrelazadas y que las mismas tienen causes y desarrollos diversos en las tradiciones
germanas, anglosajonas y latinas. Tempranamente surgen en Francia e Italia, para después
trasladarse a Alemania. En el caso de Inglaterra, siguiendo a Skinner (2003) es Hobbes,
con la figura del Leviatán, quien plantea una teoría clara del concepto del estado en tanto
ente impersonal dotado de soberanía. Para indagar precisamente esta última categoría nos
apoyamos en Carré de Malberg quién destacó que la soberanía tiene tres acepciones
distintas: como potestad independiente, como conjunto de poderes del estado y como
posición del titular de la soberanía. No obstante, optamos por entender a la soberanía
como aquella facultad del estado de controlar y dominar todos los aspectos de la vida
humana en cierto territorio. Troper (2012), siguiendo Carré de Malberg, fue el que
diferenció entre esta acepción de soberanía (interna/doméstica) y otra soberanía externa
vinculada a la noción de un ente independiente.
Con Jellinek ([1911] 2004) pudimos destacar la concepción del territorio y la población
(como elementos jurídicos del estado) a partir de la distinción de dos conceptos clásicos
de la teoría política que hacen al ejercicio de la soberanía. Por un lado, el dominium,
ejercido sobre las cosas en tanto propiedad, y por otro el imperium ejercido sobre las
personas. Al no ser el territorio una propiedad en términos privados el control de este por
parte del Estado es realizado mediante el imperium de los sujetos. Destacando que, para
Jellinek, estos sujetos son entendidos en una concepción doble, como ciudadanos con
derechos (citoyen) y como individuos con obligaciones (sujet). Ello nos llevó a insertar
la categoría ciudadanía, que a partir de la propuesta de Etienne Balibar (1991), y
dirigiendo la mirada específicamente al caso argentino, pudimos destacar que los Estados
nacionales fabrican estereotípicamente una ciudadanía con basamento lo que él denomina
una etnicidad fictiva. Es decir, una representación construida de la población nacional
como una comunidad natural (étnica o racial) la cual tiene un origen, un pasado y una
identidad común. Así el proceso de construcción de ciudadanía implica necesariamente
exclusiones y normalizaciones justificadas a partir de los intereses simbólicos y
materiales del Estado nacional.
Posteriormente, en el segundo apartado plasmamos tres momentos de la historia argentina
que muestran virajes en los modos de producción de soberanía estatal. Desde una prosa
más histórica, procuramos plasmar tanto la escala nacional como la escala provincial de
los procesos de (des)incorporación. El primer momento fue la Conquista del Chaco donde
observamos un estado tal como lo entendieron Hobbes y Weber en tanto aquel ente que
asegura para sí la riqueza, la abundancia y los negocios mediante un monopolio de la
violencia legítima. La Conquista del Chaco trajo como consecuencia la emergencia del
obraje como sistema productivo que insertó a la provincia al mercado mundial a costa de
la concentración de tierras, depredación del bosque y explotación de mano de obra semi
esclavizada.
En el segundo momento mostramos cómo las políticas aplicadas desde el Estado del
Bienestar del peronismo marcaron un cambio y un paréntesis en el modo de producción
de soberanía. Para ese entonces la incorporación no era solamente económica sino
también ciudadana y política, al igual que no era coercitiva sino mediante lo que Escolar
llamó “seducción estatal”. Aunque esta última afirmación sobre la ausencia de violencia
física para con las comunidades indígenas se ponga en duda, es innegable el impacto que
la política social (Offe, 1990) tuvo en gran parte de los sectores bajos y medios de la
sociedad en general. Así, más allá de que las disposiciones formales referidas a las
comunidades indígenas estuvieron más en el orden del deber ser y menos en orden del
ser, “los sectores pobres” incluyendo la población santiagueña vio en las políticas del
peronismo asegurada su alimentación, educación y salud. Para ese entonces la provincia
atravesaba por el decaimiento del obraje, desempleo, desnutrición, mortalidad infantil y
migraciones. El estado provincial mediante los recursos de la nación mejoró las
condiciones materiales básicas de la provincia que mostraron a la población subalterna,
por primera vez, que el Estado (Perón y Juárez), estaba presente y la contemplaba como
parte de él.
Sin embargo, las prácticas clientelares propiciaron la reproducción de un campo político
local peronista que desde su origen fue conservador. Esto se enmarca ya en el
advenimiento del Estado Burocrático Autoritario que propició para el último cuarto del
Siglo XX un proceso de desregulación económica y represión política y social. El
incipiente modelo del agronegocio promovido por el estado nacional y provincial
comenzó a impactar negativamente en las comunidades rurales. Centenares de desalojos
obligaron al sector a organizarse y llevar adelante repertorios de lucha para defender sus
territorios. El colapso del gobierno provincial por disputas internas y malos manejos
administrativos, sumado a un proceso organizativo intenso de los sectores rurales
propiciaron la emergencia del MOCASE. El movimiento social de la provincia que
reivindicó políticamente y por primera vez la identidad campesina como la alteridad
histórica de Santiago del Estero, una provincia mestiza de un país blanco.
Por último, creemos que indagar la génesis y el devenir de las formaciones provinciales
y nacionales de alteridad invitan inevitablemente a un cruce no solo entre la historia y la
antropología -encuentro desde donde surge la etnohistoria- sino también entre las dos
primeras y la sociología y la política. Es conocida la tendencia a la apropiación de ciertas
temáticas mediante una regionalización conceptual, pero también a una fuerte tendencia
a la endogamia de las disciplinas (algunas más que otras). El cruce conceptual y
epistemológico podría echar luz sobre procesos socio históricos que asumen una
complejidad tal que exceden a las capacidades explicativas de una solo disciplina. Aunque
muchos elementos teóricos e históricos quedaron plasmados laxamente, procuramos
continuar reflexionando sobre posibles puentes entre la teoría política y la antropología
social, que penosamente parecieran estar en dos universos distintos.
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