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A la memoria de Pepe.
Palabras claves: Los animales como sujetos de derechos, la dignidad como sustento de
los derechos, la teoría del florecimiento y las capacidades, derecho hereje y profano.
Introducción.
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Abogado de la Universidad del Cauca, con especialización en contratación estatal y maestría en
derecho público de la Universidad Externado, máster en derecho constitucional del Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales de Madrid, Doctorando en Estado de Derecho y Gobernanza
Global de la Universidad de Salamanca. Profesor de la Universidad del Cauca en cátedras de
derecho público en pregrado, especializaciones y maestrías.
transformación filosófica del Derecho al reconocer a los animales, ríos, selvas y otros
como sujetos autónomos de derechos. No obstante, este nuevo hito jurídico ha provocado
la crítica de gran parte de la doctrina jurídica y filosófica occidental, así como de ciertos
operadores judiciales y grupos políticos que niegan la posibilidad de extender los
derechos subjetivos más allá del ámbito humano. La principal barrera que exponen los
contradictores a esta nueva cosmovisión del derecho se basa en la petición de principio
que sostiene, que la dignidad humana es el único sustento y razón de reconocimiento de
los derechos y por antonomasia los seres carentes de la misma no pueden gozar y ser
titulares de estos. En medio de esta controversia, el presente trabajo busca plantear
premisas para la reflexión y análisis de este paradigma y para tal fin abordaremos los
interrogantes, a saber: ¿Los animales son objeto o sujeto de derechos? ¿Cómo han
abordado este debate las Cortes colombianas?
La naturaleza y el derecho.
El Derecho se construyó conforme a las necesidades del hombre en cada tiempo, es por
ello por lo que se ha partido históricamente de la base que el derecho tiene como destinario
exclusivo al ser humano. Máximas como omne ius hominumcausa constitutum est-todo el
derecho se ha creado por razón de los hombres- son los argumentos más reiterados para
negar algún protagonismo de los no humanos en la construcción del derecho de nuestra
época.
Kelsen (2009) plantea en el primer capítulo de la Teoría Pura del Derecho, denominado
Derecho y Naturaleza, que la disciplina jurídica se fundamenta en el principio de
imputación. Bajo esta premisa el derecho se distingue de las ciencias naturales en que no
sigue la lógica de la causalidad, sino que cualquier contenido puede ser considerado
derecho, en tanto cumpla con los postulados formales que el procedimiento normativo
exige.
Bajo este nuevo influjo liberal y racionalista del Estado, se erige como un autor
determinante para los lineamientos sociales y político el filósofo Emmanuel Kant quien
sostuvo que “fuera del contrato quedaban, de hecho, los animales, pues era inconcebible
que celebrasen un acuerdo en el sentido tradicional que concediese el poder al soberano.
Por ende, Kant, como la expresión más alta de la tesis contractualista, limitó la ética y el
derecho a las relaciones entre humanos” (Zaffaroni, 2011, p. 39).
Con premisas como la anterior, se instituye y solidifica el Derecho europeo que se adopta
en gran parte del mundo occidental mediante los procesos coloniales, situación que se
asentó sin reparo alguno, incluso después de los procesos republicanos. Tan solo a
comienzos del presente siglo mediante movimientos político-constitucionales como en
Ecuador -2008- y Bolivia -2009- es que se empezó a otorgar un rol protagónico a las
cosmovisiones minoritarias, aunque, nativas de estas tierras en la construcción del
derecho. Situación similar pasa en otros países como Colombia en donde el juez se
constituyó en un actor protagónico en la transformación del derecho y a golpe de
sentencia mediante un despliegue hermenéutico comenzó a incluir sustentos filosóficos y
jurídicos atípicos para nuestra cultura del derecho. Presenciamos de esta forma en
palabras de Carlos Gaviria (2002) unas sentencias herejes que comienzan a romper los
dogmas de nuestro derecho europeo continental.
Lo primero que llama la atención es que pese a pertenecer al género animal los seres
humanos hemos demarcado una diferencia con el resto de las especies del planeta, a tal
punto que la expresión animal se nos hace ajena a nosotros. De esta manera, nuestras
instituciones sociales se han sustentado en el antropocentrismo moral; según el cual los
únicos sujetos del derecho somos los seres humanos por su mera pertenencia a la especie
Homo sapiens recibiendo de esta forma un trato comparativamente favorable a quienes
pertenecen a la especie humana mientras se interioriza una discriminación de los animales
por considerarlos especies inferiores (Padilla, 2019, p. 390).
Según Nussbaum (Op. Cit.) se entiende el florecimiento como una teoría que:
El primer caso objeto de nuestro análisis fue resuelto por la Corte Constitucional (en
adelante C.C.) mediante la sentencia C-1192 de 2005. En esta oportunidad se resolvió
una demanda de inconstitucionalidad de la Ley 916 de 2004, mediante la cual se permitía
las corridas de toros en Colombia. En este litigio se presentaba una tensión entre los
derechos de los animales y el derecho a la identidad cultural. Frente al asunto la C.C.,
manifestó lo siguiente:
El arte de lidiar toros ha sido reconocida a lo largo de la historia como una expresión
artística y cultural de los pueblos iberoamericanos. Hoy en día a pesar de que la
actividad taurina es reprobada por un sector de la población, y en especial, por las
asociaciones defensoras de animales, no puede desconocerse que la misma
históricamente ha sido reconocida como una expresión artística que manifiesta la
diversidad cultural de un pueblo. De otro lado, la tauromaquia también ha sido
categorizada como un espectáculo, aunado a lo anterior, es claro que ambas
manifestaciones de la tauromaquia como arte y espectáculo pertenecen
inescindiblemente al concepto de cultura y, por lo mismo, pueden reconocerse por
el legislador como expresiones artísticas y culturales del Estado y de quienes las
practican.
A juicio de dicha Corporación, esta colisión de derechos se resolvió a favor de las corridas
de toros como manifestación de un derecho cultural y, en general, el pronunciamiento no
ahondó en el reconocimiento de los derechos de los animales. Bajo el mismo hilo temático
en la Sentencia C -666 de 2010 a la C.C. le correspondió revisar la constitucionalidad de
la ley 84 de 1989 que en su artículo 7º estipulaba como excepción al maltrato animal las
corridas de toros. En dicha oportunidad el alto tribunal dijo que:
En dicha oportunidad la Corte estipuló que pueden existir diversas fuentes de justificación
para exceptuar el deber constitucional de protección animal y declaró constitucional las
corridas de toros. Si bien en dicha oportunidad se reconoció por la entidad a los animales
como seres sintientes y se limitó estos espectáculos solo a sitios y fechas en donde
formarán parte de la identidad cultural de la región.
“El humano es un animal que pare, nace, respira y muere como tal, es una realidad
natural. El nuevo análisis de nuestra racionalidad y autoconciencia y del desarrollo
humano, debe partir entonces, de no ignorar nuestra condición de seres vivos y
animales.
El Código Civil patrio (antes de la reforma introducida por la Ley 1774 de 2016),
en el libro segundo capítulo I en sus preceptos 655, 658 y 659 clasificaba a los
animales como bienes muebles, inmuebles por destinación o muebles por
anticipación; no obstante, es del caso precisar que fue sancionado el 26 de mayo de
1873; es decir, hace más de cien años y cuatro décadas, situación que representa
cierto grado de antigüedad y de petrificación en lo en lo relativo a la concepción del
derecho y a los cambios sociales que últimamente se han suscitado sobre este tema.
La anterior providencia sin duda se erige como un hito hermenéutico frente al tema, no
solo por su amplio desarrollo, sino también por la forma sistemática cómo abordó cada
interrogante. Pese a lo anterior, el caso del habeas corpus del oso denominado Chucho
que ya había resuelto la C.S.J.S.C., llego a sede de revisión a la C.C., la cual revocó el
fallo y negó el derecho al animal no humano mediante lo resuelto en la sentencia SU-016
del 2020, expresando lo siguiente:
Conforme a este recorrido jurisprudencial queda claro que en Colombia aún no existe un
consenso sobre el tema y esto se evidencia a las posiciones eclécticas que se han tomado
por las diferentes Cortes a través del tiempo. Sin embargo, se avizora como cada vez más
los jueces son más cercanos a la teorías del constitucionalismo transformador y ecológico,
haciendo prever que nos acercamos a una revolución silenciosa que se consolidara a golpe
de martillo y llevará al florecimiento de las capacidades de las especies que habitamos el
planeta.
CONCLUSIONES.
Lo que en principio suena como una descabellada teoría del derecho aplicada a los
animales conlleva un amplio espectro teórico y filosófico que no se puede descartar
automáticamente, si bien no implica que se deba recepcionar de la misma manera por
parte de la comunidad jurídica. Estamos, pues, ante un gran debate que puede llevarnos a
una reestructuración del derecho, modificando los pilares más antiguos y aparentemente
sólidos del derecho occidental.
Los virulentos vientos de cambio que estremecen al mundo en esta época pueden generar
que se acelere este tránsito que hasta hace unos meses parecía muy lejano y que nos
implique un gran cambio en nuestro estilo de vida. Calzan cada vez más las palabras del
poeta Víctor Hugo quien nos recuerda que “primero fue necesario civilizar al humano en
su relación con el humano; ahora es necesario civilizar al humano en su relación con la
naturaleza y los animales. Produce una inmensa -tristeza pensar que la naturaleza habla
mientras el género humano no escucha”. Bajo la misma tónica podríamos citar al filósofo
Aristóteles que de manera general sostiene que“es bien raro pensar en una persona feliz
como una persona solitaria, pues el ser humano es una criatura social y está naturalmente
dispuesta a vivir junto a otros” (Aristóteles, 2009). A esto último le agregaría que nuestra
necesidad de interacción para lograr la felicidad no es exclusiva con lo seres de nuestra
especie.
Parece ser que el camino de la justicia se puede construir inicialmente a la sombra de los
conceptos jurídicos, ya que esta teoría que de manera muy general e intentado exponer se
sustenta en postulados que estremecen a algunos reputados estudiosos del derecho, tal y
como sostiene Santamaría (2010) “los profanadores del derecho son los que no son
reconocidos como expertos del derecho, pero no obstante resuelven conflictos con
elementos propios del derecho” (p. 25). Espero, de esta manera, que esta teoría profana y
llena de herejías jurídicas logre florecer con el fin de potencializar las capacidades para
el desarrollo que nos permita lograr el poder de hacer la diferencia para reducir la
injusticia en el mundo (Sen, 2010 p.301).
REFERENCIAS.