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http://criminet.ugr.es/recpc/11/recpc11-r2.pdf
CONCLUSIONES
La relación entre violencia y enfermedad mental (psicosis) puede plantearse con dos
interrogantes: ¿Hay una relación entre la enfermedad mental y la violencia? Si esta
relación existe, ¿puede predecirse quiénes de entre estos enfermos llegarán a
comportarse violentamente? Las respuestas a estas preguntas aparecen en la primera
parte de este capítulo: en efecto, hay una relación entre ambos fenómenos; la
enfermedad mental aumenta el riesgo de ser violento. Y la psicosis esquizofrénica, pero
particularmente los síntomas positivos de la esquizofrenia (delirios de amenaza,
persecución, control), parece que son los mejores índices predictivos del surgimiento de
respuestas violentas. Por otro parte, el abuso de sustancias y el alcohol (patología dual)
incrementa más la violencia de los enfermos mentales.
Sin embargo, la violencia resulta más probable si el sujeto tiene un trastorno de
personalidad antisocial o una psicopatía que una psicosis. Y, desde luego, la presencia de
la patología dual, es decir, el hecho de que estos sujetos abusen del alcohol o las drogas,
hace las cosas más difíciles, porque los pacientes duales con un trastorno antisocial de
personalidad tienen muchas más limitaciones a la hora de llevar una vida socialmente
competente. Esto incluye tener un trabajo estable, una relación familiar armoniosa y una
vida alejada del sistema de justicia penal.
En este capítulo hemos visto cómo, invariablemente, el diagnóstico de este trastorno
complicaba las cosas.
Además, tenemos muchas razones para pensar que la personalidad antisocial puede ser
un constructo que refleje un ‘rasgo genético latente’ donde tendrían asiento muchos
diferentes problemas de integración social, entre los que se incluirían la delincuencia y la
violencia, la irresponsabilidad social y el consumo abusivo desustancias.
Las investigaciones apuntan a que en el ‘núcleo duro’ de la personalidad antisocial se
encontrarían dos dimensiones principales. En primer lugar la desinhibición conductual o
impulsividad, ya que la ausencia de autocontrol aparece como un elemento clave en
multitud de comportamientos irresponsables y antisociales. En segundo lugar, la ausencia
de sensibilidad emocional o de sentimientos de culpa, lo que se refleja en una pobre
vinculación emocional con los otros y en una capacidad importante para desconectarse
moralmente de las repercusiones de los actos que uno comete.
Estos dos componentes constituyen los pilares sobre los que se erige el diagnóstico de
la personalidad psicopática. Los psicópatas pueden tener también un diagnóstico de
trastorno antisocial de la personalidad, pero muchos de los que tienen tal diagnóstico no
son psicópatas, ya que les faltan los rasgos de dureza emocional y manipulación narcisista
típicos de aquéllos. De esto se deduce que es importante que prestemos atención a la
aparición de la psicopatía en sujetos diagnosticados de TAP, porque se derivan
importantes implicaciones en el campo del tratamiento.
En efecto, sabemos que los adictos que además tienen un TAP tienen un peor
pronóstico de rehabilitación: vuelven a consumir drogas en mayor proporción y se
implican en más actos antisociales y delictivos. Pues bien, creemos que sería muy útil
prestar atención a la presencia de rasgos psicopáticos, por cuanto que habríamos de tener
en cuenta su capacidad para el engaño y la manipulación, y el efecto que eso pueda tener
en el tipo de instrucciones y recomendaciones terapéuticas que les proporcionamos.
Esto es igualmente cierto cuando trabajamos con jóvenes adictos, donde la presencia
de los rasgos de la psicopatía añaden una información muy valiosa que no está presente
en la mera constatación de que el joven tiene un trastorno disocial. Los jóvenes con
características psicopáticas suelen formar parte del grupo de los delincuentes con carreras
delictivas crónicas y violentas. La evaluación del tratamiento con esta población también
resulta crítica, dado que representan el extremo del comportamiento delictivo en
adolescentes. ¿Cómo puede servirnos el diagnóstico de personalidad antisocial y en
particular el de psicopatía para programar el tratamiento? Loving (2002), por ejemplo,
entiende que la psicopatía, tal y como es evaluada mediante la PCL-R permite ya ser de
utilidad para el tratamiento de los delincuentes, y afirma: “Si introducimos a la PCL dentro
de un protocolo de evaluación, nos puede ayudar a la horade realizar tareas de selección,
implementación de programas de intervención y en la toma de decisiones a través de todo
el curso del tratamiento” (281).
Loving en particular destaca la importancia de saber definir programas de tratamiento
que descansen en estrategias que busquen como meta que el delincuente descubra
aquello “que puede obtener de beneficio” si participa en el programa, al tiempo que le
ayude a no meterse en problemas. Esta aproximación a sido denominada por Young et al.
(2000) “egoísmo ilustrado” (enlightened self interest). La idea de una filosofía de
tratamiento basada en este razonamiento sería la siguiente: en lugar de intentar modificar
los aspectos interpersonales y afectivos que predisponen al psicópata a actuar de modo
antisocial y ventajista, como la empatía o el sentimiento de culpa —cuya modificación
hasta la fecha no se ha revelado posible— deberíamos emplear un modelo de regulación
de la conducta que destacara la contención de las conductas disruptivas y la promoción de
conductas positivas que le resulten atractivas, esto es, que incidan en el desarrollo de una
autoestima no relacionada con la ejecución de actos dañinos.
Por otra parte, la planificación del tratamiento puede verse beneficiada no solo por la
consideración de la puntuación total, sino atendiendo también a las puntuaciones
derivadas de los factores, así como por el estudio individualizado de los items. Por
ejemplo, un joven que obtenga una puntuación de 2 en impulsividad y un 0 en
manipulación es evidente que no presenta las mismas necesidades de intervención que
alguien que obtiene justo lo contrario. Por otra parte, un chico que obtenga una
puntuación moderadamente alta pero que destaque en el factor 2 (estilo de vida asocial)
tiene un perfil diferente al que presenta un factor 1 (ámbito de personalidad) elevado
pero un bajo factor 2.
Es evidente que el consumo de drogas amplifica muchos de los rasgos de
irresponsabilidad y de desconexión emocional que presentan los sujetos con una
personalidad antisocial. Sin embargo, por ello mismo resulta crucial que los programas de
tratamiento atiendan de modo especial a la capacidad que tienen estos sujetos de fingir y
adulterar la realidad en la presentación de los hechos que hacen a los clínicos y a los
familiares. Esto es incluso más importante si el paciente está cumpliendo una condena por
haber delinquido, ya que su falta de recuperación puede tener nefastas consecuencias
para sus futuras víctimas.
Finalmente, en el caso de los incendios provocados, aunque la patología mental y el
abuso de sustancias también están involucrados, la baja tasa de arrestos y condenas
obliga a poner el énfasis en la prevención situacional del delito: mejores mecanismos de
prevención y de respuesta rápida ante el inicio de un fuego parecen ser las mejores
estrategias a aplicarse.
CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Crees que en la actualidad los enfermos mentales están bien atendidos en nuestra
sociedad?
2. ¿Por qué la esquizofrenia paranoide parecer ser la enfermedad mental que más se
relaciona con la violencia?
3. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de una “vulnerabilidad latente” ante la
violencia?
4. ¿Qué hipótesis existen que relacionen los trastornos mentales con la violencia?5. ¿Qué
es la patología dual?
6. ¿Por qué la psicopatía no es lo mismo que un diagnóstico de TAP?
7. ¿Cuántos tipos hay de incendiarios?
8. ¿Qué es un pirómano?