El mexicano siempre se ha visto acomplejado debido a que se le ha enseñado a
añorar un pasado glorioso que fue destruido por los conquistadores españoles, y tal pareciera que la caída de Tenochtitlan le hubiese valido entrar en una serie de penurias y batallas que al final siempre termina perdiendo, impidiendo que alcance su máximo potencial y convirtiéndolo en un pueblo decadente, siempre al servicio de un amo. Nuestra historia podría resumirse en cuatro megamitos que se nos han enseñado: El pasado indígena, la conquista, la independencia y la revolución. El primero, el pasado indígena, nos convence de ser el mismo pueblo indígena despojado de sus tierras en 1521, incluso hoy en día, cuando en realidad, el pueblo mesoamericano fue arrasado por las enfermedades. Esto nos ha servido para justificar las carencias con las que vivimos. La realidad es que los mexicanos nacimos con la llegada de los españoles, aún hoy no aceptamos que necesariamente somos producto del mestizaje, que el mexicano sólo fue mexicano hasta después de la conquista. El segundo, la conquista, otra excusa para justificar nuestras desgracias y falta de progreso. Siempre es más fácil culpar al otro y quedar como las víctimas que no pueden defenderse. Este mito incluye la imagen de un rey tiránico (que en realidad no era más que un adolescente durante el suceso) y una mujer traicionera, que en realidad no era más que una esclava. El tercero, la independencia, nos dice que el mismo pueblo conquistado fue liberado, cuando en realidad fue el nuevo pueblo, nacido de españoles, el que fue partícipe en este conflicto. Se crearon héroes nacionales, que lucharon en conjunto contra los “Gachupines”, cuando en realidad había varios bandos peleando entre sí. Nos pintan al Cura Hidalgo como el padre de la patria, cuando en realidad, la figura principal debería ser Agustín de Iturbide, que logró unificar el territorio como una nación con nombre, bandera, patria y libertad. El cuarto mito, la revolución, plantea que el pueblo se liberó de la tiranía de Porfirio Díaz y entró en la época democrática de 70 años gobernados por el PRI, gracias a los héroes nacionales, que, al igual que en la independencia, en realidad perseguían objetivos distintos y terminaron matándose entre ellos. El segundo capítulo nos narra con más detalle la conquista, nos introduce a Hernán Cortés como el que lo inició todo, la época Virreinal como la base de nuestra cultura como mexicano y el inicio de nuestra raza. Nos lo deja ver como un humano y no como el monstruo que siempre se ha narrado en los libros de Historia, que quería a la Iglesia fuera del Nuevo Mundo y se lamentaba por la codicia de su rey, Carlos V, que en realidad fue el personaje avaricioso que saqueó y explotó a los indígenas. Se nos pinta a un cortés a favor del mestizaje y que procuraba pactos con los pueblos mesoamericanos. Otro punto que se aborda es el de la creencia de un pueblo indígena unificado, cuando en realidad, los distintos pueblos que habitaban el territorio tenían guerras entre sí, poseían lenguas, religiones y creencias distintas. Otro problema del mexicano es D.D.M GRUPO 06 VAZQUEZ MUÑOZ LAURA NAYELI
renegar de su dualidad como híbrido entre español e indígena, odiando al español
y no queriendo ser indio. Es por esto que durante la revolución se le cambia el nombre a campesino. La revolución sirve para crearle una “identidad” al mexicano, con una añoranza por el pasado que no le permite avanzar al futuro. Es importante destacar que gran parte de los elementos que nos definen como mexicanos, en realidad son producto de la hispanidad del virreinato, y no proviene directamente de los rituales prehispánicos: el tequila, la danza folclórica, la gastronomía y muchos otros elementos no serían posibles de no haber mestizaje, incluida nuestra genética, que contiene ADN de todos los rincones del mundo. En el capítulo tres, se reta a la imagen intocable del mexicano, la Virgen de Guadalupe. Imagen creada para consolar a los indios derrotados, a la que le somos agradables si somos humildes y no prosperamos. Y es el punto de este capítulo, la idea del mexicano humilde, el pobre mexicano que no prospera porque hay virtud en la decadencia, el mexicano que agacha la cabeza ante los demás. También, derivado de la imagen virginal, se presenta la imagen de la esposa, de la “madre de mis hijos” a la que “se le respeta” y por ello se busca saciar el deseo carnal con “las otras mujeres”, que caigan ante el juego de seducción del hombre, el macho que debe ser educado por la mujer abnegada, porque de otra forma no puede mantener su imagen de “virilidad”. En el capítulo cuatro, se plantea que el enemigo de un mexicano siempre será otro mexicano, pero sólo en la cabeza del primero. Que si no se cambia la mentalidad paranoica, el país nunca avanzará, que debemos dejar de ver al otro como nuestro enemigo. En la Nueva España hubo mestizaje en un inicio, pero fue el mismo Felipe II el que empezó a implementar medidas anti mestizaje, dando como resultado la separación de castas que hoy en día sigue vigente de forma latente en nuestra sociedad, los indios quedaron abajo, en medio el mestizo odiado por todos y odiándose a sí mismo, y encima los criollos. Esto es la base del síndrome de masiosare, donde el enemigo está en todos lados, pero también somos incapaces de vencer al mismo y siempre acabamos sometidos. Finalmente, en el capítulo cinco, vemos un México inmerso y atrapado en el pasado, sin poder avanzar, lleno de contradicciones y siempre buscando una excusa para sus deficiencias, sumamente idólatra y narcisista. D.D.M GRUPO 06 VAZQUEZ MUÑOZ LAURA NAYELI
Crítica
Este libro me recuerda mucho al Laberinto de la Soledad, de Octavio Paz. Donde
se van enumerando los mismos acontecimientos históricos y se argumenta que el mexicano carece de identidad. Esta lectura nos permite recapitular y cuestionarnos sobre nuestra postura de mexicano, sobre nuestros dogmas y conductas que han derivado de nuestro complejo de inferioridad programado desde temprana edad. Nos permite ver los diversos acontecimientos históricos desde otra perspectiva, en la que se nos pide que dejemos de lado las disonancias cognitivas para reflexionar realmente sobre el por qué el mexicano se comporta de la forma en que lo hace, y poder corregir estas conductas e idiosincrasias que nos limita en lo individual y en lo colectivo. Es interesante ver los sucesos históricos que nos sabemos “de memoria” desde una nueva perspectiva, y cuestionar realmente la historia que se nos cuenta e ir encontrando las diversas inconsistencias y contradicciones. Es triste darnos cuenta que toda nuestra vida pasamos negando nuestra verdadera naturaleza, no queriendo ser español, pero tampoco queriendo ser indio. El estilo de narrativa, como si fuera una entrevista de sesión psicológica le da cierto matiz jocoso e interactivo. La nación tiene pensamientos, capacidad de hablar y expresarse para contar la historia como se la han enseñado, y es ahí donde el autor puede rebatir con él, sobre las contradicciones de sus creencias y recuerdos, tal como lo hace un Psicólogo o Psiquiatra con sus pacientes. Y es así como termina el libro, el autor hablando con México, cuando en realidad puede hablar con cualquiera de nosotros, como paciente con psicólogo, finalmente, el único que puede ayudarnos a quitar tantas idiosincrasias y dogmas dañinos y absurdos, somos nosotros mismos.