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Una calidad de vida regida por la verdad, vv.

4–6

Juan dice: Me alegré mucho al hallar de entre tus hijos quienes andan
en la verdad… En algún momento del tiempo pasado y hasta el
momento en que escribe esta carta ha sido motivo de regocijo el
cerciorarse de que de entre tus hijos hay quienes andan según la
verdad, es decir, su estatus de vida es concordante con la verdad. Se
presume del texto que estos creyentes se encontraban en otro lugar,
distinto del lugar donde se encontraba la iglesia a la que pertenecían,
y allí tuvieron el privilegio del encuentro con el Apóstol.

Cabe preguntarse si había miembros de la iglesia que no se


conducían según la verdad. En 1 Juan 2:18, 19 se habla de la
separación de algunos miembros de la iglesia que decidieron seguir la
doctrina de los falsos maestros. Por esta razón es entendible el me
alegré mucho de Juan.

Algunos eruditos concuerdan en decir que la composición de la iglesia


tenía una membrecía cuya mayoría estaba inclinada hacia los
postulados heréticos que consistían principalmente en una
interpretación errónea de la cristología (véase “La ocasión que origina
la epístola” en la Introducción).

Joya bíblica

Y este es el amor: que andemos según sus mandamientos. Este es el


mandamiento en que habéis de andar, como habéis oído desde el
principio (v. 6).

Ahora bien, andar en la verdad es andar conforme al mandamiento


que hemos recibido del Padre. Esto, según el pensamiento de Juan,
es vivir la verdadera vida, vida comprometida con la verdad de Dios
revelada en la persona de Jesucristo y que se expresa en obediencia
a esa misma verdad.

Juan ya ha dicho que la verdad permanece en nosotros (v. 2), ahora


expresa su gran alegría de saber que hay quienes viven según la
verdad. Se hace necesario destacar que la idea principal del verbo
“andar” (peripateo4043) denota la actitud total del individuo de
comportarse, conducirse, conformarse, seguir y vivir según la verdad.
Juan describe una actitud que es habitual en estos creyentes, entre los
que se incluye conforme al mandamiento que hemos recibido del
Padre.

El mandamiento recibido del Padre va más allá de simplemente el


amarse unos a otros.

Juan escribe: “Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre


de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, como él nos ha
mandado” (1 Jn 3:23).

En el pensamiento de Juan el amar al prójimo es resultante directo del


amor que se tiene al Padre, y amar al Padre implica creer en el
nombre de su Hijo Jesucristo. Una vez más Juan reitera la estrecha
unidad entre la verdad (verdad revelada en Jesús y que debe ser
creída) y el amor (amor que Dios inspira y manda que practiquemos).
Ambos, la verdad y el amor, son evidencias en la conducta del
creyente fiel y son características de su estilo de vida.

El hecho de que el mandamiento recibido sea atribuido al Padre


responde única y exclusivamente a que el Padre es la última fuente
del mensaje entregado por Jesús. Jesús dijo: “Mi doctrina no es mía,
sino de aquel que me envió. Si alguien quiere hacer su voluntad,
conocerá si mi doctrina proviene de Dios o si yo hablo por mi propia
cuenta” (Juan 7:16, 17).

Quiero compartir

Llegado cierto tiempo, tuvimos que renovar algunos muebles y


electrodomésticos en nuestra casa. El día en que traíamos cada nueva
adquisición, yo oraba al Señor agradeciéndole y diciéndole que no me
permitiera tener nada más si yo no estaba dispuesta a compartirlo. Y
así fue bendecido el televisor, y la estufa, y un terreno, y muchas
cosas más. Mi oración era: “Señor, no me permitas tener aquello que
no voy a desear compartir”. El Señor nos fue prosperando de tal
manera que hasta los árboles que plantábamos daban frutos en
exceso. Un día mi esposo recogió una buena cantidad de acerolas
(fruta pequeña y agridulce) y me las dio para hacer jugo. Llegó la visita
y él regaló “mis acerolas”. Sentí que me invadía calor de enojo, pero
me controlé al recordar mi oración.

Volví a sentir calor, pero esta vez fue de vergüenza delante de Dios
por haber sido mezquina. Pedí perdón a Dios, y renové mi compromiso
de compartir todo lo que Dios me dé. No es fácil compartir sin que el
Señor Nuestro Dios nos dé el gozo de hacerlo.

Gozo es lo lógico sentir como resultado de ver el carácter ético


producido en la vida de quienes voluntariamente se han comprometido
con la verdad del Padre expresada en la enseñanza del Señor Jesús
primero y luego en la enseñanza de los apóstoles.

La solicitud apostólica no se deja esperar y Juan la hace manifiesta


diciendo: Y ahora te ruego, señora,… que nos amemos unos a otros.
Con esto indica su intención de llegar al corazón mismo de su tema.
Lo que está solicitando por medio de la epístola no es nada nuevo ya
que este mandamiento había sido enseñado por Jesús a sus
discípulos (Juan 13:34; 15:12, 17).

Sin embargo, su solicitud tiene las características de una apelación


personal y urgente simplemente porque él ha sido testigo del
crecimiento del movimiento herético y de la influencia y daño que ha
producido, especialmente en la comunión de los santos.

El que nos amemos unos a otros se desprende del mandamiento dado


por Jesús y que está dirigido a todos los creyentes. El amor, según
Juan, puede ser ordenado como mandato toda vez que este es la
respuesta obediente de un creyente, el cual pertenece a la esfera de
las acciones despojadas de egoísmo y autosuficiencia. Por lo tanto, no
se trata de un mandamiento nuevo sino de un mandamiento que
desde los mismos orígenes del cristiano estuvo a la vanguardia en lo
que se requería de quienes serían los súbditos del reino de los cielos.

Pero, ¿en qué consiste el amor? Y este es el amor: que andemos


según sus mandamientos. Este es el mandamiento en que habéis de
andar, como habéis oído desde el principio (v. 6). Amar es vivir según
los mandamientos de Dios (comp. v. 4); este es el mandamiento según
el cual los creyentes han de vivir. No es nuevo leer en Juan que el
amor debe ser expresado en obediencia (Juan 14:15, 21; 15:10; 1 Jn.
2:3–5; 3:10–18, 23; 5:2, 3). Juan define el amor en términos de
obediencia a Dios. El verbo usado—andar—es el mismo del v. 4
(peripateo4043) denotando que la totalidad de la vida ha de ser
regulada por la obediencia al mandamiento del amor. Un cristiano
quien busca lo mejor de Dios para sus hermanos en Cristo tan solo
puede lograrlo vía obediencia a lo que Dios le ha ordenado observar.
Una creencia que está fundada en la verdad implica una conducta
apropiada.

Si la verdad es el mandamiento de Dios, entonces la conducta ha de


ser el amor en el que se debe andar.

La separación de hermanos de la comunión de los santos, producto de


la vehemencia de los maestros heréticos y sus enseñanzas, revela
dos cosas importantes, a saber, una ignorancia de la verdad de Dios y
una actitud arrogante carente de amor. Es aquí donde Juan se mueve
del gozo que le produce el ver creyentes que se conducen según la
verdad de Dios al triste momento de advertir la presencia de los falsos
maestros que, con su falsa enseñanza, han ejercido una influencia
perniciosa.

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