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Créditos

Moderadoras: Agus901

Traductoras Correctoras
Agus901 Nanis
Livic15 Karen´s
Mimi Pochita
Erianthe Dennars
Gigi Kath
Axcia Maria_clio88
Brisamar58 Cereziito24
olivera
Valalele
Karen´s
Nelly Vanessa
Mona
Nelshia
Kyda
Cjuli2516zj
Kath
Cassandra92
Valen drtner

Revisión final:
Nanis

Diseño:
Mae
Sinopsis
EL PLAN:
*Contrabandear diamantes de Liberia a Marruecos.
*Hacer el viaje en tres días.
*Que no nos atrapen.
*No matarnos.
*No tener sexo.
*No enamorarnos.
* Cumplir el plan

Esta es la historia de lo que pasa cuando se forma un vínculo entre enemigos,


causando que las tensiones crezcan y que la química arda hasta amenazarlos con
quemarlos. Juntos, aprenderán que a veces, incluso los mejores planes pueden
fallar.

Si esta NOVELA fuera una PELÍCULA, sería apta para mayores de dieciocho
años, según la asociación de cine. Contiene: Imágenes espeluznantes, lenguaje
fuerte, desnudos, y contenido sexual gráfico.
LILY
Seis días. Seis días. Solo seis días más.
Lilianna Brewster descargó su Glock 22. Movió la corredora y quitó la bala de
la cámara. Desarmó el arma. Respiró profundamente. Volvió a armarla otra vez,
tan rápido como fuera posible.
Seis días más y nunca tendré que hacer esto otra vez.
Seis días más. Seis días más.
MARC
Tres días. Tres días. Solo tres días más.
Marcelle De Sant saltó de un pie a otro, golpeando la bolsa más fuerte. Tan
fuerte como podía.
Tres días más y podría irme a la mierda de este país.
Tres días más. Tres días más.
(1)
DÍA CERO

M
arc sonrió para sí mismo mientras ataba una rodillera en su pierna
derecha. Siempre la podía oler antes de verla. Durante casi un mes, ese
aroma le había estado tentando. Atormentándole. Era tenue, la esencia
podía haberse quedado de algún momento anterior del día, pero no creía que fuera
así. Pensó que ella estaba en algún lugar cercano, aproximándose.
Efectivamente, un momento después alguien entró en la habitación.
―¡Oye! No sabía que estabas aquí.
Lily. Divertido, porque no olía tal y como decía su nombre, olía a lavanda. Sin
embargo, no a perfume. ¿Quizás loción? Era relajante y hacía que ella destacase.
Estaban en un lugar infernal, una de las peores ciudades del mundo, y aquí estaba
una diosa pelirroja con piel rosada que olía a lavanda.
Al menos ella iluminaba el escenario.
―Sí ―respondió Marc, levantándose y poniéndose su chaleco antibalas―.
Sólo estaba vistiéndome.
―Oh, es verdad, hoy es la noche ―replicó. Se movió a uno de sus lados,
apretando las tiras del chaleco por él.
―La noche. ¿Y te vas mañana? ―preguntó él, a pesar de que no era necesario.
Sabía perfectamente que se iba por la mañana. Habían pasado el suficiente tiempo
juntos durante el último mes para saber los roles que cada uno tenía en el pequeño
esquema que la Stankovski Bratva1 rusa llevaba a cabo. Aun así, preguntó, sólo para
escucharla hablar. Marc, normalmente era un solitario, pero durante las últimas
semanas, había empezado a disfrutar de su compañía. Odiaba admitirlo, pero la
echaría de menos.
―Síp. Temprano por la mañana. Sin mí molestándote, la vida será bastante
aburrida ―le provocó, como leyendo su mente.
―La vida va a ser dulce. Para esta hora mañana, estaré de vacaciones en la
costa de Grecia, durmiendo con las mujeres de Santorini. ―Suspiró
dramáticamente. Ella tiró fuerte de una tira y él se asfixió.

1 Stankovski Bratva: Nombre designado a la mafia rusa.


―Bueno, intenta no dejar que la sífilis te coma demasiado el cerebro. Lo que
queda de él, claro.
Con su chaleco en su sitio, ella se giró para enfrentarle y le miró mientras se
ponía el resto de su equipo. Pistolera en la pierna, pistolera en el hombro, pistolera
en el tobillo; casi en cualquier lugar donde podía colgar una pistola, había una
pistolera. Cuando él la miró, ella había elevado sus cejas por la sorpresa.
―¿Qué? ―Miró por encima de su hombro, para ver si se había olvidado algo.
―Eso es mucho equipo ―comentó.
―Nunca se puede ser demasiado precavido. No tengo ganas de morir esta
noche.
―¿Por qué te estás preparando aquí, de todas formas? ¿No tienes una casa?
―señaló. Él resopló.
―Cariño, el trabajo empieza y acaba aquí. No quiero que nadie me siga a mi
casa, ni siquiera estos imbéciles. No dejo que nadie vea dónde duermo ―enfatizó
Marc. Ella hizo una mueca con sus labios.
―Una pena.
―¿Por qué?
Se acercó a él, poniéndose de puntillas para que su boca estuviera cerca de su
oreja.
―Porque amaría ver dónde duermes.
Antes de que Marc pudiera responder, incluso antes de que pudiera procesar
lo que ella había dicho, hubo un golpe en la puerta, y ambos se giraron hacia ella.
Un hombre grande con una chaqueta negra y un jersey de cuello alto negro entró
en la habitación.
―Es tiempo ―fue todo lo que dijo, su acento ruso muy fuerte. Marc se giró
hacia Lily y guiñó el ojo.
―Me tengo que ir. Tómalo con calma ahí fuera, no rompas demasiados
corazones ―le advirtió. Ella rodó los ojos.
―Haré lo que pueda. Que no te disparen ahí fuera.
―Haré lo que pueda.
Marc ya estaba medio fuera de la habitación cuando se paró. Miró atrás a la
habitación. Lily se había inclinado, levantando algunas de las cosas que él había
dejado en el suelo. No la conocía, no realmente, Marc había sido contratado por un
grupo de la mafia rusa, o Bratva, para ejecutar un robo. Un robo muy peculiar, no
una de sus misiones habituales, pero le gustaban los retos.
Normalmente trabajaba en la Unión Europea, en el este de Europa, y Rusia,
así que el hecho de que le llamasen de Moscú no había sido inusual. Reunirse con
el pakhan, o “padrino” por así decirlo, tampoco era inusual, se había encontrado
con el hombre varias veces durante el curso de sus años trabajando con ese grupo
en particular. No, era el pedido en sí mismo lo que era inusual.
Robar diamantes de Liberia.
El negocio de los diamantes de sangre estaba creciendo en África, y todo el
mundo quería su parte. Pero África era un sitio peligroso, particularmente los
lugares de donde los diamantes salían; que la Bratva tuviese casas seguras
haciendo trabajos sucios en Liberia, ya era empujar los límites. ¿Robar de una
pandilla liberiana? Eso sería invitar a la guerra. Cada ruso en Liberia debería temer
por su vida.
Ahí es dónde Marc entraba en acción. Robar los diamantes. Asegurarse de
que fuera imposible seguir al ladrón de vuelta a la casa de seguridad o a la Bratva.
Darle los diamantes al brigadier, el hombre que trabajaba bajo las órdenes directas
del gran jefe de Moscú. Obtener la paga. Salir como la mierda de África.
Simple.
Pero mientras veía a Lily moverse, Marc supo que no era tan simple. Había
una posibilidad muy real de que muriese más tarde esa noche, y Lily también
podía morir al día siguiente.
Había aparecido en Liberia un par de días después de que Marc llegase. Él
había estado caminando por el gran jardín trasero justo cuando ella llegó, y había
sido como ver el sol después de que estuviera lloviendo durante demasiado
tiempo. Americana, no había hablado con otro americano desde hacía mucho
tiempo. Una mujer bella e inteligente, probablemente hacía todavía más tiempo
desde que no hablaba con una de esas. ¿Quién era? Se había imaginado que quizás
era una acompañante de lujo, o una agente infiltrada de la CIA.
Al final, no era ni una cosa ni la otra. Era una transportista, y los diamantes
que él iba a robar, ella los iba a sacar de contrabando de África. Marc no tenía ni
idea de cómo una hermosa pelirroja de Cleveland se había convertido en una
transportista de una Bratva, en Monrovia, Liberia de todos los lugares. Y ella nunca
lo explicó. Para haber llegado allí, debía ser buena en su trabajo, así que nunca
preguntó.
Dos americanos, trabajando en una Bratva en Monrovia, estaban destinados a
encontrarse. Él era inteligente y divertido, ella era inteligente y divertida, se
llevaban bien. Ella era guapa, él también, así que coqueteaban. Nunca se habían
visto ni una vez fuera de la casa de seguridad, y nunca compartieron ninguna
información explicita sobre sus trabajos.
Pero hablaban, coqueteaban y bailaban el uno alrededor del otro. Se hicieron
amigos. A él le gustaba ella, suponía. A él no le gustaba mucha gente.
“… amaría ver dónde duermes”.
Marc regresó a la habitación. Lily se levantó y le sonrió, incluso comenzó a
decir algo. Pero él no le dio la oportunidad. La cogió por la parte de atrás de su
cabeza y la acercó para darle un beso.
Lily era una verdadera fuerza, medio esperaba que le golpeara en las pelotas.
Uno de los guardias de la casa había cometido el error de tocar su trasero justo
después de que ella llegara allí. Le había roto la muñeca y tres de sus dedos.
Por suerte, no le hizo eso a Marc. Se sostuvo de las tiras de su chaleco y le
acercó todavía más, deslizando su lengua en su boca antes de que él pudiera hacer
ese movimiento primero. Se tambalearon hacia atrás, cayendo contra una pared.
Ella gimió y él sintió sus dientes contra su labio inferior, y casi le hizo quitarse todo
el equipo.
―¡Esperas hasta ahora para hacer un movimiento! ―Jadeó cuando él se alejó.
―Me gusta dejar a la gente queriendo más. Cuídate ―replicó, acariciando su
pulgar contra sus labios. Ella fue a responder, pero él se giró y se alejó de nuevo,
estaba vez de verdad.
No tenía sentido apegarse más de lo que ya estaba; después de esa noche,
probablemente no la vería de nuevo.
(2)
DÍA CERO

L
ily se sentó en un tipo de antesala, mordiendo el borde de la uña de su
pulgar. Nunca había estado en la casa de seguridad hasta tan tarde en la
noche; normalmente después del anochecer, le gustaba estar segura en su
habitación de hotel, detrás de puertas seguras y afinadas cerradas con llaves y
múltiples cerrojos.
No le gustaba estar en la casa de la Bratva, punto, pero especialmente no de
noche. Algunos de los hombres no parecían entender que no todas las mujeres eran
prostitutas, quienes estaban allí sólo por su placer y entretenimiento. Podía
manejar a uno o dos por sí misma, pero no a toda una casa, no ella sola, y no
confiaba en el brigadier, Oleg Ivanov no era conocido por ser exactamente un tipo
cálido y suave.
¿¡Por qué demonios estoy aquí!?
Hubo una conmoción fuera de la habitación, y se giró hacia una puerta a su
izquierda. Llevaba a un pasillo. La puerta a su derecha llevaba a la oficina de
Ivanov. Sólo había estado allí una vez en su primer día. No esperaba tener que
volver.
La conmoción se hizo más fuerte, y de repente la puerta se abrió. Saltó en su
sitio, y se sorprendió al ver un desfile de hombros entrando violentamente en la
habitación. Ivanov lideraba el camino, andando hacia sus puertas, llaves en su
mano. Varios byki pasaron a través de la puerta. Guardias. Más tontos que rocas,
pero leales hasta el final. Morirían antes de dejar que nada le hiciera daño a Ivanov.
Entre los byki de Ivanov estaba Marc. Lily se sorprendió. Realmente no había
esperado verle de nuevo, tampoco. Cuando la besó cinco horas antes, se imaginó
que era un adiós.
Pero ahí estaba. Todo empapado, y lleno de barro. Había sangre en el lado de
su brazo derecho, que caía desde debajo de la manga de su camiseta negra. La
mayoría de las pistoleras estaban vacías. Estaba respirando con dificultad, y se veía
enfadado, nunca le había visto así antes. Nunca le había visto trabajando.
Normalmente era coqueto y todo sonrisas con ella, pero no se veía para nada como
ese hombre ahora. La miró una vez, sus ojos conectando por un segundo, pero no
dijo nada. Sólo siguió a Ivanov a través de la puerta de la oficina. Los byki les
siguieron, y pronto, Lily estuvo sola de nuevo.
¿Qué había pasado? ¿Consiguió los diamantes? ¿Esto es todo? ¿Por qué estoy aquí?
¿¡Qué demonios está pasando!?
DÍA CERO
Marc pasó los dedos por su cabello, sacudiendo la humedad. Cuando
pensaba en África, pensaba en el desierto. Liberia estaba en la sabana. Sentía como
si estuviera viviendo en un sauna.
―¿Alguien te siguió?
―Por favor. Soy como un fantasma. Vamos a apresurar esto ―le espetó Marc
a Ivanov.
―De Sant, siempre tan impaciente. ―Se rió el otro hombre.
Marc en realidad no era un miembro de esa Bratva, ni de ninguna Bratva, de
ninguna manera, pero el pakhan le había contratado para muchos trabajos, así que
se había acostumbrado a trabajar con su organización. Pero nunca había trabajado
con Ivanov antes, y después de este trabajo, nunca lo haría de nuevo.
No se preocupaba por el tramposo hombrecillo.
―Llegaste tarde. ―Ivanov estaba moviendo su dedo, pero sonriendo, como
un padre orgulloso al que le gustara bromear. Marc frunció el ceño.
―Sí, eran un poco más tenaces de lo que pensaba que serían, tuve que usar
algunas maniobras de evasión interesantes ―explicó Marc.
―¿Tenaces? ¿Te siguieron? De Sant, si te siguieron… ―Ivanov comenzó a
ponerse rojo.
―Nadie me siguió ―enfatizó Marc.
―Bien, bien, bien, muy bien. Eso es muy bueno. ¡Déjame ver, déjame ver!
―urgió Ivanov, moviendo su mano, indicándole a Marc que se acercara.
Le tomó unos pocos minutos el quitarse su mochila con las cosas de su
espalda, y después sacar la gran bolsa de terciopelo del fondo, pero finalmente, un
mar de piedras brillantes se esparció por una gran mesa de madera. Mientras
Ivanov inspeccionaba la mercancía, Marc dejó que sus ojos vagaran por la
habitación, viendo el papel tapiz desvanecido y la pintura del techo que se estaba
despegando. Parecía haber mapas por todo el lugar, y gatos descansando encima
de ellos.
―Está todo aquí. No he abierto el paquete ―le aseguró Marc, manteniendo
su voz los suficientemente fuerte como para que los otros hombres de la habitación
le escucharan. Ivanov asintió, pero sus ojos no dejaron los diamantes.
―Sí, sí. Impresionante. ¡Absolutamente impresionante! ¡La claridad! ¿Estás
seguro que nadie te siguió?
¿Está hablando en serio este tipo?
―Estoy comenzando a sentirme insultado. Nunca me han seguido y
ciertamente no me han seguido esta vez. Ahora dame el resto de mis honorarios
para que me pueda ir de este jodido agujero infernal ―espetó Marc.
―Por supuesto, por supuesto. ¡Lev! ―Ivanov chasqueó los dedos. Un hombre
grande se arrastró fuera del grupo que estaba en la parte trasera de la habitación,
sosteniendo una pequeña bolsa de lona. Marc la cogió, y se sorprendió un poco por
su peso.
―¿Qué es esto? ―preguntó. Ivanov todavía no había apartado la mirada de
los diamantes.
―Un extra. Haces un trabajo tan bueno, De Sant. Nadie podría haber hecho
esto tan bien como tú. Tan silenciosamente como tú. Un trabajo perfecto. Un gran
extra para ti. Por favor, disfruta. ¡Tómate unas vacaciones! Definitivamente te las
has ganado ―explicó Ivanov.
Marc se puso en alerta instintivamente. En todos sus años de trabajo como
mercenario, nunca le habían dado un extra que no hubiera sido discutido con
anterioridad. Los criminales normalmente no solían compartir su dinero, a veces el
pago en sí mismo debía ser pedido a la fuerza. Ciertamente nunca le habían dado
dinero extra.
Hasta ese momento.
Seguro, era el robo más grande de diamantes de la vil carrera de Marc, y
probablemente de la historia de esa Bratva, pero, aun así. Los criminales eran
criminales.
Algo está muy, muy mal.
―Nunca hablamos sobre un extra. No hice nada de más para ganarlo. Sólo lo
estándar del protocolo ―dijo Marc. Ivanov agitó su mano.
―Conseguiste los diamantes. No les condujiste de vuelta a nosotros. Es razón
suficiente. Ve, ve, continúa, disfruta, Marcelle. Por una vez en tu miserable vida,
¡disfruta algo!
Marc paró un segundo más, pero toda la situación le ponía malditamente
incómodo. Sólo quería salir de allí. Le dirigió una sonrisa seca, asintió hacia
Ivanov, después comenzó a dar codazos entre los guardias para salir.
Sólo quería alejarse. Quería ir a casa y contar su dinero. Ducharse. Relajarse.
Y alejarse de Liberia tanto como pudiera. Tan rápido como pudiera.
Pero cuando salió de la habitación, se encontró a Lily sentada en la antesala.
Se había olvidado de ella. Las últimas cinco horas habían sido un viaje lleno de
adrenalina en una montaña rusa en el infierno. Le habían disparado, le habían
perseguido, había corrido no menos de un kilómetro y medio, estaba cansado. Más
que cansado. Estaba sucio, estaba enfadado, y confundido por el “extra” de Ivanov.
Y ahora la diosa pelirroja le estaba mirando con sus grandes ojos verdes, todos
abiertos y confundidos.
Joder, es hermosa.
―¿Qué estás haciendo aquí?
Ambos hablaron a la vez.
―Ivanov me pidió que me reuniera con él, pero parece habérsele olvidado.
Tu entrada fue un poco… dramática ―respondió Lily primero.
―¿Eso crees? Es bueno que no estuvieras en el piso de abajo, entonces
―replicó.
―¿Por qué?
―Porque forcé una de las entradas de la parte trasera y cuando uno de esos
idiotas trató de pararme, le golpeé con mi pistola hasta dejarlo inconsciente.
Ella ni siquiera parpadeó.
Debería casarme con esta chica.
―Genial. Estás sangrando ―señaló.
―Lo sé. Sólo un raspón.
¿Estaba comenzando a hacer calor en la antesala? Se sentía caliente.
―Podría necesitar puntos.
―No los necesita.
―¿Una venda?
―Probablemente.
―Podría vendarlo por ti.
Y energía. Era como si hubiera una increíble cantidad de energía en la
habitación. Chispeando. Causando tensión. Una explosión inevitable.
Quiero devorarla.
―¿Aún te vas mañana? ―soltó, acercándose a ella. Se levantó y asintió.
―Por lo que sé,
―Vete tan rápido como puedas. La mierda que he visto esta noche… he visto
algunas cosas jodidas en mi vida, pero… joder. La banda liberiana no está para
juegos, hacen que estos tipos se vean como pequeños gatitos adiestrados. ―Marc
señaló a la casa.
―Eso he escuchado. Me voy a las seis y media. No miraré atrás ―le aseguró.
―Bien. Después de que acabes aquí, encuéntrate conmigo en el bar de debajo
de la calle ―le dijo.
Por primera vez, ella se veía con la guardia baja frente a él.
―¿Perdona?
―El bar. De la calle de abajo. Con el rótulo de neón. Ven allí dentro de una
hora ―le ordenó.
―¿Por qué?
―Porque yo voy a estar allí.
Vio que un rubor cubría sus mejillas. Era tan pálida. Demasiado pura como
para estar en un lugar como Monrovia, Libera.
―¿Crees que eso es…? ―comenzó a discutirle. Él cubrió el resto de la
distancia que les separaba, presionando su pecho contra el de ella.
―No era una pregunta ―gruñó. Ella lamió sus labios y asintió, sus dedos
elevándose para jugar con las tiras de su chaleco.
―Está bien, está bien, Marc. Estaré allí. En una hora. ―Jadeó.
No pudo resistirse. Era demasiado sexy. Él estaba demasiado exaltado. Bajó
su boca para besarla de nuevo, pero la puerta detrás de él se abrió de repente.
―Oh cielos. ¿Estoy interrumpiendo?
Marc giró la cabeza a un al lado, gruñendo un poco. Ivanov estaba en la
puerta mirándoles. Les miraba con cuidado.
―Una hora ―le dijo Marc a Lily. Ella asintió.
―No sabía que eran tan buenos amigos ―comentó Ivanov con voz maliciosa.
Marc no dijo ni una palabra. El contrato había acabado, no le debía nada más
a la Bratva, no le debía respeto a ese hombre. Le fulminó con la mirada una vez
más, después se fue de la habitación.
Qué noche tan jodida.
(3)
DÍA CERO

M
ientras Marc salía de la habitación, Lily se volvió hacia Ivanov.
―¿Querías hablar conmigo? ―preguntó. Se sentía falta de
aliento. Marc nunca había tenido ese efecto en ella antes, pero desde
que la había besado más temprano, sentía que no había sido capaz de
recuperar el aliento.
Concéntrate, Liliana. Mantén los ojos en el premio. El hecho de no hayas tenido sexo
en casi un año, no significa nada. Solo porque que el chico más sexy que nunca has conocido
claramente quiere follarte por completo no significa nada.
―Tú y Marcelle son buenos amigos, ¿verdad? ―preguntó Ivanov. Lily se
encogió de hombros.
―No realmente.
―Hace un momento parecían muy buenos amigos.
―Parecíamos dos personas que quieren tener sexo entre sí, eso es todo ―dijo
sin rodeos―. ¿Qué quieres? ―Ivanov soltó una carcajada.
―¡Me encanta tu boca, Liliana! Voy a extrañarte ―Suspiró.
―Mira, me voy. Vuelvo por la mañana ―espetó Lily y empezó a salir.
―¡Liliana!
Se volvió de nuevo.
―No vas a venir aquí mañana ―le informó. Ella arqueó las cejas con
sorpresa―. Iremos a ti con artículos y suministros. Permanece en tu hotel. No
abras la puerta a nadie. A nadie excepto a mí. ¿Lo entiendes?
Estaba conmocionada. Por lo que sabía, Ivanov nunca salía de la casa de
seguridad. Pero no lo cuestionó. Era un trabajo demasiado grande y que lo había
estado planeando durante demasiado tiempo para estropear nada.
―Entiendo. Nadie.
―Bien. Estaré en tu puerta a las 0600 horas ―le recordó.
―0600.
―Gracias.
Lily se apresuró a salir de la antesala, luego echó a correr a través de la casa.
Su charla con Ivanov no había durado mucho tiempo y la casa era grande, Marc
todavía podría estar por ahí. Corrió por los pasillos, paso a través de una ruidosa
multitud de prostitutas. Cuando por fin consiguió salir, lo podía ver, pero estaba
bastante lejos. Una pequeña figura al final de la calle, con una bolsa de lona
balanceándose a su costado.
Se mordió el labio. Era una estupidez. Tenía una misión, algo que tenía que
hacer. Algo que necesitaba hacer. Algo que había estado planeando durante cinco
años. No podía arriesgarse a arruinarlo todo por perseguir a un chico. No podía…
―¡Oye! ¡Abre el puente! ―empezó a gritar, dirigiéndose hacia el camino
puenteado que estaba al lado de la casa de seguridad.
Algo tenía él que llamó su atención. Durante cinco años, se había centrado
sólo en su meta. Los hombres ni siquiera entraban en escena, ni siquiera los
miraba, en absoluto. El sexo era un arma, para ser utilizado con la misma rapidez y
facilidad que utilizaría un arma de fuego. Una mujer de América no llegaba a ser
transportadora de Oleg Ivanov de la noche a la mañana. Había tenido que trepar,
arrastrarse y usar sus garras en el camino a esa posición. Había tenido que hacer
algunas cosas de las cuales no estaba exactamente orgullosa.
Tal vez era el momento de premiarse a sí misma.
Se sentó al volante y encendió el motor. El coche que le habían dado, el que
había estado conduciendo por Liberia durante un mes, era un Mercedes 1977.
Estaba un poco abollado, con bordes irregulares, estaba claro que había tenido una
vida dura. Pero hacía su trabajo, y realmente, si peor se veía, mejor para ella. No
necesitaba llamar la atención, teniendo en cuenta lo que estaría moviendo en un
par de horas.
Para el tiempo en que Lily salió a la calle, él no estaba a la vista. Llegó a
donde lo había divisado por última vez, y resultó ser un cruce de calles. Una vez
más, se podía distinguir su silueta en la distancia. Se estaba dirigiendo a la
izquierda, y ella lo siguió, pero antes de que llegara a mitad de camino, él tomó
otra vez la izquierda. Cuando ella llegó a esa calle, él había desaparecido.
¿Tal vez pensó que yo era uno de los miembros de la banda que lo estaba siguiendo?
Había una casa de huéspedes de algún tipo, al final de la manzana, y Lily
pensó que era su mejor opción. Se sorprendió que se quedase tan cerca de la casa
de seguridad, pero, de nuevo, tal vez esa había sido la idea. Cualquier persona en
busca de él y adivinando que estaba trabajando con la Bratva, nunca pensaría en
mirar tan cerca. Estacionó el coche y se apresuró mientras ingresaba en el edificio
grande.
―¿Hola? ―llamó en un camino de entrada. Parecía la casa de alguien. Había
una multitud de personas descansando en la sala de estar, todos viendo un viejo
televisor en blanco y negro. Sin apartar la vista de la pantalla, una anciana se
levantó y se dirigió hacia Lily.
―¿Habitación? ―preguntó, todavía mirando la televisión.
―No. Estoy buscando a mi amigo, él… ―comenzó Lily.
―Tercer piso, tercera habitación a la derecha. Si te quedas por más de dos
horas, te cobro extra ―le advirtió la mujer.
―Por mí está bien.
Lily empezó lentamente a recorrer el camino hasta la habitación. No quería
lucir demasiado ansiosa. Habían estado jugando al gato y el ratón durante un mes,
bajo el supuesto de que no quedarían atrapados. Ahora que ya era hora de comer,
no estaba lista para ser el ratón.
La puerta de la tercera habitación de la derecha no estaba cerrada con llave.
Fue precavida al abrir la puerta, pero lo primero que vio fue la bolsa de lona negra
que él había llevado consigo, seguido de la ropa que había estado usando. Entró en
la habitación y cerró la puerta detrás de ella.
Podía oír el agua que corría en el baño, por lo que se tomó su tiempo,
mirando el espacio en donde él había estado viviendo el último mes. Era simple.
Un cuarto. Una cama que era poco más que un catre. Una mesa pequeña. Una
pequeña silla. Había electricidad en la planta baja, pero no parecía haberla en la
habitación. Tres velas gruesas disparejas, ardían sobre la mesa, y eran la única
fuente de luz.
El sonido del agua disminuyó a sólo un gorgoteo de drenaje, por lo que
empezó a caminar hacia el baño. En el instante que agarró el pomo, sintió que
giraba desde el otro lado y la puerta comenzó a abrirse. Ella sonrió.
Estamos sincronizados.
Perdió su sonrisa al mismo tiempo que una mano se envolvía alrededor de su
cuello. Dejó escapar un grito cuando tiraron violentamente de ella y la golpearon
contra una pared. La mano fue sustituida por un antebrazo, una parte del cuerpo
mucho más eficaz para asfixiar a alguien. Ella apretó los dientes, dando palmadas
en el brazo que la estaba sujetando.
―¡Soy yo! ¡Soy yo!
Marc lucía sorprendido. Y enojado. Retrocedió un poco y ella aspiró aire en
jadeos. Su antebrazo se trasladó a la clavícula de ella, todavía sosteniéndola contra
la pared. Ella lo miró de regreso, resistiendo la necesidad de clavarle la rodilla en
los testículos.
―¿¡Qué diablos haces aquí!? ¿¡Cómo me has encontrado!? ―exigió saber,
luego sus ojos se movieron alrededor de la habitación, como si pensara que había
venido acompañada.
―No eres exactamente difícil de seguir, idiota. Llegaste caminando aquí
―gruñó ella.
―Pensé que estabas hablando con Ivanov.
―Y lo estaba. No fue una conversación muy larga.
―Te dije que no dejo que nadie sepa dónde duermo ―le recordó en voz baja.
―Bueno, no he venido aquí con intenciones de dormir, así que no hay
problema.
Esto le hizo comprender que ella no era una amenaza y finalmente le sonrió.
La presión de su brazo amainó, pero apoyó más su cuerpo contra el de ella,
alineándolos de las caderas hacia abajo.
―Te dije que nos encontráramos en un bar ―señaló, bajando la cabeza para
rozar su mejilla contra la de ella, luego se agachó más para restregarse contra su
cuello. Ella oyó una inhalación áspera, como si la estuviera oliendo.
―A veces no soy muy buena prestando atención.
―Tengo que estar fuera de aquí en un par de horas.
―Sólo necesito un par de horas.
―¿Eso es todo? Tenía altas expectativas de ti.
Ella resopló y movió las manos a la cintura de él, tirando lejos la toalla.
―Y yo tenía grandes esperanzas de que tu boca sería buena para algo más
que hablar. Hasta este momento, estoy decepcionada.
Sus labios se encontraron con los de Lily de una manera que hizo parecer su
primer beso como un saludo en la iglesia. Su lengua estaba presente y contundente
en su boca, sus manos se movían presionando con fuerza sus senos. Ella gimió,
disfrutando de la sensación de ser acariciada. De hecho, deseando ser tocada.
Ella pasó sus uñas a lo largo de las caderas de él y bajó para sumergirse entre
ellas, pero él fue más rápido y la agarró por las muñecas, empujando sus brazos
contra la pared por encima de su cabeza. Ella abrió la boca y automáticamente
trató de resistirse, pero él apretó con más fuerza, empujó con más fuerza. El juego
del gato y el ratón había terminado, se habían establecido los papeles. Si él no
quería que se moviera, entonces ella no iba a ser capaz de moverse.
¿Eso quiere decir que estoy dentro de la trampa para ratones?
La soltó, pero sólo para que poder agarrar su culo, levantándola del suelo.
Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura, sacándose de una patada los
zapatos mientras él la llevaba a la cama. Ella iba a sacarse la camisa, pero él la
agarró por las caderas y, literalmente, la arrojó sobre el colchón. Ella se recuperó
un poco, y antes de que pudiera orientarse, Marc estaba de rodillas sobre ella.
―Dios, ¿tienes idea de cuántas veces he pensado en esto? ―se quejó. Él tiró
de la parte inferior de su camiseta sin mangas, alejándola de su cuerpo, y luego la
rasgó limpiamente por el centro. Ella se sentó, ayudándole a empujar el material
lejos de sus hombros.
―¿Oh sí? ¿Cuántas veces? ―susurró ella, acercándose y chupando el lóbulo
de su oreja.
―Todo el tiempo.
―¿En esta cama?
―Sí.
―Mmmm, ¿te imaginaste esto?
―Sí.
―¿Alguna vez…?
―Deja de hablar.
Él no rasgó sus pantalones como lo hizo con su camiseta, pero no perdió
tiempo tampoco cuando los jaló para liberar su cuerpo. Luego lamió y mordisqueó
todo el camino hasta el interior de sus muslos. Cuando alcanzó sus bragas, no se
molestó con ellas en absoluto, simplemente presionó la lengua contra su centro, lo
más fuerte que pudo.
―Ooohhh, vaya ―dijo sin aliento, peinando con sus dedos el cabello de él
mientras ponía sus ojos en blanco.
La realidad era demasiado real. O no lo suficiente real. Nunca podía estar
segura nunca más. Viviendo una mentira durante cinco años, todo se volvió
confuso. La vida era una mierda. Esto se sentía como el cielo. No le importaba que
mañana significase la guerra. En este momento, ella estaba en un pequeño pedazo
de olvido. Eso es todo lo que necesitaba.
La fricción del encaje contra su humedad era casi demasiado. Su lengua
apenas había hecho nada y ella estaba jadeando fuertemente, salían pequeños
chillidos de la parte posterior de su garganta, casi gruñendo. Sus dedos en el
cabello de él se volvieron a agarrar. Luego haló. Sus muslos se apretaron alrededor
de su cabeza.
¿Cuánto tiempo desde tu último orgasmo? ¿Desde la última vez que tuviste sexo con
alguien con quién querías tener sexo? Esto podría detener tu corazón…
―Hablando de estrés, cariño ―se burlaba Marc mientras se separaba en un
momento crítico. Ella lanzó un grito de molestia y trató de empujarlo hacia abajo.
―¿¡Qué se supone que significa!? ―espetó ella mientras él eludía su mano,
besando su camino hasta su estómago
―Esto significa que si todas las mujeres se vinieran con tanta facilidad como
tú estabas a punto de hacerlo, la vida sería mucho más fácil.
―No es culpa nuestra si no eres normalmente muy bueno en esto.
La mano de él se deslizó bajo su sujetador y apretó su pecho, sus dedos
pellizcando el duro pezón. Ella gritó, todo su cuerpo estremeciéndose.
―Nadie te ha enseñado nunca cómo comportarte bien, ¿verdad?
Su sujetador fue apartado del camino, y mientras ella luchaba por quitárselo,
él se trasladó nuevamente a su ropa interior. Agarró el material entre sus dos
puños, luego un tirón, y no quedó nada. Estaba arrodillado entre sus piernas y ella
se incorporó rápidamente, agarrando su cintura mientras besaba su piel. Ella
trabajó su camino a través de su pecho. Las manos de él fueron al cabello de ella,
tirando hacia abajo su cola de caballo. Mantuvo en su puño los bucles rojizos,
tirando solo lo suficiente para hacerle saber que él todavía estaba a cargo.
Si no había un mañana, entonces Lily quería llegar a conocer tanto del Marc
del ahora–mismo como pudiese, quiso tomarse su tiempo, pero él tenía otros planes.
Le soltó el cabello y la agarró por los hombros, empujando su espalda sobre el
colchón. Una de sus manos se apoderó de su muslo mientras la otra trabajaba en
medio de ellos. Él se portaba de forma atrevida, manteniendo el contacto visual
mientras empujaba dentro de ella. Ella quería ser su igual, quería ser mejor, quería
mirarlo hacia abajo. Pero mientras pasaba centímetro tras centímetro, no podía
manejarlo. Nadie podría igualar esa misma intensidad, esa gran longitud, tanto de
él. Los ojos de ella se cerraron, con las manos corriendo por su cuerpo, sus uñas
arañando sus muslos.
―¿Por qué no hicimos esto hace un mes? ―Suspiró Lily, cuando él
finalmente estuvo dentro de ella tanto como jamás estaría.
―Entonces, ahora no sería una delicia para ti. ¿Ves? Ser agradable conmigo
vale la pena.
―Ya veremos.
Cuando una persona conoce a Marc por primera vez, la única palabra que se
le viene a la mente es "rudo". Luce como un tipo rudo. Tiene un tipo interesante de
belleza. No convencional. Una nariz que claramente se había roto en un punto, una
pequeña cicatriz a un lado de la barbilla. También era alto, pero no
abrumadoramente. Tal vez uno ochenta y dos. Tenía el cabello castaño y un
bronceado profundo, como si lo hubieran dejado fuera bajo el sol durante días. Lo
que hacía que resalten sus ojos de color azul suave. Además de todo eso, tenía
brazos gruesos, una constitución sólida, y una inclinación por decir palabrotas y
enojarse, "rudo" más o menos lo describía con precisión.
Así que no fue una sorpresa que el sexo con él resultara ser rudo, también.
A medida que sus caderas golpeaban las suyas, ella no tenía tiempo para
pensar en lo duro que se portaba con ella. Él estaba golpeando su sentido común y
habilidades básicas de razonamiento. Tenía una manera de enganchar sus caderas,
un movimiento fluido en el que se apartaba de tal manera que casi se deslizaba
hacia fuera, después clavaba todos sus centímetros de regreso, pero rápido. Tan
rápido.
Su espalda comenzó a arquearse, todo su cuerpo tratando de alcanzar el cielo.
Alcanzar el éxtasis. Ella tomó sus pechos, sosteniéndolos mientras eran empujados
más y más alto. Entonces sintió la mano de él en el medio de su pecho y la empujó
hacia abajo bruscamente, obligándola a permanecer en posición plana. La mano de
él se quedó en su lugar, presionando tan fuerte que ni siquiera podía moverse por
debajo de ella.
―¿A dónde estás tratando de ir, cariño? Eres mía por toda la noche ―gruñó
él, inclinándose más mientras sus caderas tomaban velocidad.
―Sí. Toda la noche. Por favor, toda la noche ―repitió ella. La mano de él se
retiró finalmente de su pecho, y la agarró por la mandíbula, sus dedos clavándose
en sus mejillas mientras la obligaba a mirarlo al rostro.
―¿Crees que puedes soportar una noche entera de esto?
―Creo que me gustaría intentarlo.
Él dejó de moverse, dejándola completamente sorprendida. Era como si le
hubiese quitado el oxígeno. Todavía estaba buscando aire cuando él la tomó por la
pierna, moviéndola de un lado al otro de su cuerpo, obligándola a permanecer de
lado. Creyendo saber lo que él quería, ella subió su pierna hacia arriba, lista para
pasar a sus rodillas, pero él no le hizo caso. Sus dos manos se aferraron a su cadera
y él fue capaz de bombear en ella con una fuerza aún mayor. Ella chilló, se agarró
del borde del colchón, sosteniéndose con toda la fuerza.
―Maldita sea, Lily. Mierda. Mierda ―gruñó.
Ella sentía como si hubiera perdido por completo cualquier tipo de control,
empalada en una enorme polla de tamaño imposible, follada como si estuviera
siendo castigado por algo. Era la mejor sensación del mundo. Apoyó la mejilla
contra el colchón, alzando sus caderas un poco más alto. No tenía ninguna ventaja,
no había mucho que pudiera hacer en agradecimiento, solamente podía darle cada
centímetro suyo. Tratar de prolongar el placer de él tanto como fuera posible.
Durante toda la noche, dijo él.
Entonces sintió que él se inclinaba de nuevo, deslizando su mano sobre la
cadera de ella, siguiendo la curva de la parte delantera de su cuerpo. El pecho de él
se puso en contacto con su espalda al mismo tiempo sus dedos se ponían en
contacto con la humedad de Lily. El brazo libre cruzó sus omóplatos, su mano se
sostenía sobre su hombro, y la utilizaba como un ancla. Utilizando el cuerpo de
ella para permitirse taladrar sus caderas contra su culo, mientras sus dedos le
enseñaban exactamente quién tenía el control.
Cuando ella se vino, fue como una explosión. Había pasado tanto tiempo
desde que había tenido un orgasmo, y maldita sea, él la había follado tan bien.
Gritó, sus dedos abriéndose y cerrándose, cada músculo agitándose, todo su
cuerpo se sacudía por debajo de él. Y, aun así, Marc no dejó de moverse.
Disminuyó la velocidad, casi masajeándola con su pene, pero no se detuvo. Ni
siquiera cuando ella estaba débil y sin aire, con un brazo colgando fuera de la
cama.
―Eso fue… todo ―se las arregló para susurrar Lily. Él se rió y la besó detrás
de la oreja, y luego besó un sendero bajando por un costado de su cuello.
―Cariño, eso no fue nada.
Él la puso en cuatro patas y le hizo poner sus manos contra la pared mientras
le recogía su cabello con fuerza, golpeando su culo mientras la follaba por detrás.
Entonces ella quedó boca abajo, con el culo hacia arriba, la posición favorita de
todos los hombres. Cuando se movieron de nuevo y él se puso sobre su espalda,
ella lo tomó por sorpresa y fue hacia abajo sobre él. Un pene que podía hacerle sentir
tan bien merecía su boca, pensó ella, y empezó a ordeñarlo poniendo en práctica
todas sus habilidades. Pero antes de que pudiera terminar el trabajo, fue tomada
por el cabello de nuevo. Era obvio que Marc no sabía el significado de "toque
delicado"; el dolor era agudo y real, obligándola a alejarse. La arrastró hacia arriba
por su cuerpo, besándola descuidadamente mientras le ayudaba a colocarse a su
alrededor, ayudando a meterlo dentro de ella.
Ella se balanceaba encima de él. Él se apoyó en un brazo y se inclinó hacia
delante para chupar sus pezones. Su otra mano se aferró a su culo, ayudando a
establecer una velocidad casi imposible. Era demasiado profundo, era demasiado.
Él estaba golpeando su punto G, aparentemente.
―Marc… vas a hacer que me corra de nuevo ―le advirtió, los temblores
empezaron de nuevo.
―Bien, bien ―gruñó él.
Él le ganó la partida, dejando escapar un grito mientras se venía,
sorprendiéndola. Sus brazos alrededor de ella, con las manos agarrando sus
hombros y tirando de ella hacia abajo de manera que quedó a ras de su pelvis. Ella
gritó, viniéndose al mismo tiempo.
Bien. Esto ha avanzado rápido.
Por supuesto, cuando ella había hablado con él en la antesala, había sabido
que iban a tener sexo. No era tímida sobre el acto o su cuerpo, sólo que no era algo
que hiciera a menudo. Marc había parecido una buena pareja para ayudarla a
volver al ritmo de las cosas.
Hubo un malentendido.
Él la ayudó a moverse fuera de él. Mientras ella se derrumbaba en una masa
sudorosa sobre el colchón, demasiado agotada incluso para mantener los ojos
abiertos, él caminó de regreso al cuarto de baño. Ella podía oír el agua dando
vueltas, y luego escuchó que él regresaba a la habitación, pero ella todavía no abría
los ojos. Después de hacer un sonido de crujido, se reunió con ella en la cama,
estirándose a su lado.
―Por lo general guardo esto para cuando estoy fuera del país ―dijo él, y ella
abrió los ojos. Tenía un porro entre los labios y estaba en el proceso de encenderlo.
―¿Te drogas en otros países? ―trató de aclarar. Él sacudió la cabeza.
―No. Cuando termino un trabajo. Mi recompensa por salir de algún país
miserable. Ahora estoy fumando uno de estos. ¿Quieres? ―preguntó,
sosteniéndolo hacia ella. Ella lo apretó entre los dedos y dio una calada.
―¿Entonces por qué estás fumando ahora? ―preguntó ella con curiosidad,
con voz ronca mientras sostenía el humo en los pulmones. Él tomó el porro de
regreso.
―Definitivamente necesitaba fumar algo después de lo que acabamos de
hacer.
Ella se echó a reír, tosiendo con el humo.
―Buen punto.
Charlaron durante un rato, holgazaneando en la cama. Ella siempre se había
sentido tan cómoda con Marc. En la casa de seguridad, o incluso en su propio
hotel, siempre estaba con los nervios de punta. En guardia. Lista para defenderse.
Sin embargo, con él sentía que no necesitaba esa agudeza. No tenía necesidad de
defenderse a sí misma.
Era agradable.
―Entonces, ¿de qué se trató toda la conmoción? ―recordó ella su entrada de
más temprano en la noche.
―¿Qué quieres decir?
―Todo el mundo estaba volviéndose loco, tú estabas sangrando, se te veía
molesto. Como si fueras a pisotear la cabeza de alguien ―explicó.
―Probablemente porque acababa de hacerlo.
―Intenso.
―No tienes idea.
―Dame los detalles. Ha sido un mes aburrido ―exigió ella.
Él gimió y rodó sobre su espalda, frotándose sus ojos con las manos. Ella se
obligó a no mirar hacia abajo, Marc tampoco era tímido sobre su cuerpo, y ella no
estaba lista para ponerse en marcha de nuevo. En su lugar, se centró en el brazo, en
donde le habían disparado. Al parecer, su idea de "vendar su brazo" era de enrollar
cinta gris alrededor de su bíceps varias veces.
―Me contrataron para robar esos diamantes. Eso es lo que he estado
haciendo durante todo el mes, rastreando los movimientos de la banda,
consiguiendo la disposición de sus instalaciones. Honestamente pensé que sería
fácil. La mitad de esos tipos están enganchados a drogas que nunca he oído
mencionar, y la otra mitad tienen más miedo que otra cosa. Ellos tienen un montón
de motos de mierda y un montón de armas de mierda. Debería haber sido un
trabajo de entrar y salir. Me habría marchado antes de que supieran que estaba allí.
»Pero todo estaba jodido. La mierda que vi allí, maldita sea. Me arrastré por
debajo de una valla, terminé en un garaje de alguna clase. Había visto que
remolcaban coches dentro y fuera, pensé que los desmontaban allí, y me imaginé
que eso es todo lo que hacían, sólo un garaje. Incorrecto. Tenían cuerpos allí.
Personas a las que estaban torturando. Personas a las que estaban matando. Puedo
manejar eso. He torturado personas, He matado personas. Pero Dios, las estaban
masacrando. Quiero decir, literalmente, masacrando, como a vacas. Preparando esa
mierda para comer. ―La voz de Marc se apagó. Lily tragó saliva.
―Sí, había leído que algunas bandas hacen eso por aquí. La comida no es
exactamente abundante ―dijo.
―Nunca voy a ser capaz de olvidar esa mierda. Salí de ese lugar tan rápido
como fue malditamente posible. Hice explotar un bidón de aceite, y cuando todos
fueron a investigar, hice estallar un dispositivo de EMP2. Se apagaron sus
vehículos, sus focos, todo. Todo el mundo estaba combatiendo como hormigas, así
pude pasar desapercibido y conseguí los diamantes.
―Se oye como una operación perfecta.
―¿Verdad? Solamente que mientras estaba pasando bajo la cerca, todo el
puto infierno se desató. Fue como si todo el mundo me viera a la vez. Por lo
general, en un trabajo de robo, puedo escapar sin disparar un tiro. Perdí dos
pistolas y cuatro cargadores en este trabajo. Corrí de una puta vez a través de la
casa de un par de viejos, tuve que saltar de un tejado, casi me rompí la pierna. Me
dispararon. Maldita sea, odio ser disparado, porque eso significa que mi sangre
está en una bala en alguna parte ―gruñó Marc. Lily se tragó la risa.
―Bueno, no creo que hay un “CSI: West Point, Monrovia”, por lo que creo que
estás a salvo.
Si Monrovia, Liberia era una de las peores ciudades del planeta, entonces el
área de West Point era el epicentro de la degradación. Se consideraba a sí misma
un hueso duro de roer, pero incluso Lily no iba por allí. Desafiar las instalaciones
de una banda de Liberia, que estaba dentro de West Point, hacía que Marc fuera la
persona más valiente que había conocido, o la más estúpida.
―Simplemente no podía jodidamente creerlo. No podía volver a la casa de
seguridad hasta que tuviera la certeza de que los había perdido, y me tomó una
eternidad estar seguro. Corrí por todo el puto lugar. Me acosté bajo un contenedor
de basura durante media hora. ¿Tienes alguna idea de cuántas personas maté esta
noche? Demente. Me llevó horas volver. Y sabía que cuanto más tiempo me
tardase, más enojado estaría Ivanov ―agregó Marc. Lily asintió en acuerdo. El
brigadier no era conocido por su paciencia y consideración.
―Suena horrible.
―No tienes idea. No puedo dejar de ver todo en mi mente.
―¿Es por eso que estabas tan distraído?
―¿Qué quieres decir? ¿Cuándo? ―preguntó él, finalmente mirándola.
―No soy exactamente un detective, fue muy fácil seguirte hasta aquí
―señaló. Él gimió y asintió.

2
EMP Device: Dispositivo de pulso electromagnético.
―Lo sé. Estoy un poco avergonzado por ello; el trabajo ya estaba hecho, tenía
mi dinero, sólo quería largarme de allí. Por el estado de ánimo en que me hallaba,
casi estaba deseando que alguien me siguiera y se metiera conmigo. Lo
lamentarían. ―Su voz bajó a casi un gruñido, sonaba maligna y amenazante. Lily
tragó con dificultad y rápidamente decidió que nunca querría ver a Marc
verdaderamente enojado.
―Qué noche, Marcelle De Sant. Pandillas, caníbales, diamantes, asesinatos,
correr por tu vida. Me sorprende que todavía tengas energía para mí ―bromeó
ella, decidida a aligerar el ambiente. Ambos vivían en la oscuridad la mayor parte
del tiempo. Ella quería utilizar su tiempo juntos para que las cosas se vean
brillantes.
―Cariño, si hay un coño involucrado, siempre voy a encontrar más energía.
―Ojalá lo hubiera sabido hace un mes.
―Yo también. Dios, mírame ―se quejó, mirando a lo largo de su pecho. Lily
lo miró también, dándose cuenta de la capa de sudor que lo cubría―. ¿Quieres
tomar una ducha?
―Vi tu ducha.
―¿Y…?
―No es una ducha. Es un cubo con agujeros en la parte inferior en el que
tienes que ir reponiendo el agua ―señaló―. La señora tiene que traerte el agua y
Dios sabe de dónde la saca. No gracias, voy a esperar hasta llegar a mi hotel, donde
hay agua corriente. Caliente agua corriente.
Marc se inclinó y le mordió el hombro, lo que la hizo chillar.
―Yo quería hacer esto en tu hotel, por eso te dije “espérame en el bar” ―le
recordó él.
―Tan seguro de ti mismo.
―No, simplemente no soy estúpido.
―Descarado.
Sus dientes siguieron moviéndose, tomando medidas drásticas contra el labio
inferior de ella con fuerza suficiente para hacerle daño. Ella gritó y se apartó de él,
pero él movió su mano a su cuello, sosteniéndola en su lugar. Mientras sus dedos
presionaban hacia abajo alrededor de su tráquea, ella levantó las rodillas, frotando
sus muslos juntos.
―¿Lista para jugar duro, princesa? ―susurró contra sus labios. Ella sonrió.
―Pensé que nunca lo preguntarías.
(4)
DÍA CERO

M
arc tenía el sueño ligero y escuchó movimiento en el borde de su cama.
Incluso antes que abriera los ojos, movió su mano rápidamente,
atrapando a la persona escabulléndose a su alrededor.
―¿Vas a algún lado? ―se las arregló para decir con voz ronca. Hubo una risa
suave, haciéndolo pensar en cosas mágicas, como el cielo y pechos, y luego el
aroma a lavanda lo estaba rodeando de nuevo.
―Tengo que irme, chico amoroso ―susurró Lily, dándole un suave beso. Él
sonrió y abrió sus ojos, observando mientras ella se ponía de pie.
―No me di cuenta que me había quedado dormido, lo siento ―bostezó,
rascando su cabeza mientras se sentaba.
―No te preocupes. Yo solo seguí adelante ―bromeó.
―Lindo. ¿No deberías al menos haber esperado a que volviera a despertar?
―Probablemente. Pero te gustó.
―Quizás. ¿Por qué la prisa? Tengo otra hora, y más trucos que mostrarte
―ofreció Marc, mirando su reloj.
―Estoy segura que sí, pero son cuarenta minutos hasta mi hotel y se supone
que me encontraré con Ivanov en menos de una hora ―explicó Lily. Él asintió,
tomando un cenicero de la ventana. El cigarrillo a medio fumar aún estaba allí
dentro y lo encendió.
―Vaya, ¿estuvimos haciéndolo tanto tiempo? ―Estaba sorprendido. Perdió
la noción del tiempo, vagando por sus líneas y curvas.
―Dios, no suenes tan sorprendido, ―Rió ella mientras se arrastraba sobre
sus piernas estiradas. Sostuvo el cigarrillo hacia sus labios mientras ella daba una
calada.
―No estoy sorprendido. Me apena que terminara, eres una buena liberadora
de tensión. ¿Entonces te irás pronto?
Sopló el humo sobre su cabeza.
―Seis treinta ―le recordó, luego tomó otra calada rápida―. Ivanov se
encontrará conmigo a las seis, así podremos discutir las cosas, hacer el intercambio.
―Ah, es cierto. Bueno entonces… ―Se quedó en silencio. No estaba seguro
de que decir.
Gracias por el sexo fantástico, y por tener tetas con las que soñaré durante años.
Perfecto. Suena como poesía.
―Marcelle De Sant ―dijo su nombre completo mientras se movía para montar
su regazo―. Creo, que solo tal vez, me extrañaras.
Movió sus manos a su culo, apretándolo y forzándola a levantarse,
forzándola más cerca, forzando el pecho de ella contra el suyo. Tenía curvas en
todos los lugares correctos, carne maleable, rogando por ser moldeada bajo sus
manos. Y era toda suave, como ahora sabía.
―Creo que extrañaré esto por mucho tiempo ―respondió susurrando,
apretando sus dedos. Ella se movió contra su agarre.
―Yo también. Gracias por hacer África soportable, Marc ―dijo. Su voz
estaba desprovista de cualquier burla, sonaba genuinamente agradecida, e incluso
un poco triste.
―¿A dónde vas a ir después de esto? ―se sorprendió a sí mismo
preguntando en voz alta. Nunca discutía “el después”, jamás. Con nadie. Ella
sonrió.
―¿A dónde irás tú después de esto? ―le devolvió la pregunta.
―No lo sé. Creta. Mykonos. Algún lugar agradable ―respondió con
honestidad.
―Ooohh, suena bien. Quizás cuando termine iré a buscarte, Señor De Sant
―ofreció.
―Empaca un bikini.
―Pero me gusta broncearme desnuda.
―Dios, eres increíble mujer.
Le dio un beso que lo dejó preguntándose si ella se iría con sus amígdalas,
luego se bajó de él. Traía puesto todo menos la camiseta, y luego recordó que se la
había arrancado. Ella tomó una camiseta del respaldo de una silla y la sostuvo para
que él la inspeccionara. Él se encogió de hombros y ella se la colocó, atando el
exceso de material en la base de su espalda.
―Eso fue divertido. Espero que volvamos a hacerlo en otra ocasión. ―dijo
junto a la puerta mientras se colocaba sus zapatos.
―Yo también.
―Cuídate, Marc.
―Tú también.
―Y… ―Su voz se desvaneció cuando abrió la puerta. Miró hacia atrás por
encima del hombro―. Y ten cuidado ahí fuera.
Él se conmovió ante su preocupación. No quedaba nadie para preocuparse
por él, o su bienestar. Era una experiencia nueva.
―Siempre cuidadoso, cariño. Tómatelo con calma ahí afuera, África no es
amable ―la advirtió. Ella se alejó de él.
―Tampoco lo soy yo.
Luego la puerta se cerró detrás de ella.
Qué mujer.
Marc se tomó su tiempo terminando el porro, luego, se movió al borde de la
cama. Pasando sus dedos por su cabello. Estaba drogado, y, si era completamente
honesto, un poco sorprendido. Había sido el mejor sexo que había tenido en mucho
tiempo. Su único arrepentimiento era que había empezado la noche ya cansado. Si
pensaba que eso había sido bueno, entonces podría morir si lo viera en su mejor
momento.
Finalmente se levantó, estirándose, de modo que se puso de puntillas. Luego
se puso unos calzoncillos y los pantalones, antes de dirigirse a su mesa. Cuando
había vuelto de la casa de seguridad, agarró un cubo de agua mientras se dirigía
arriba, con ganas de lavar la noche y los recuerdos de su piel. Simplemente se
desvistió y saltó en la bañera.
Ahora era el momento der ver exactamente cuán grande era su “bono” en
realidad. Se volvió hacia la bolsa de lona que le habían dado, y su sorpresa ante
incluso haber recibido un bono se volvió completa incredulidad.
Era más allá que un bono. Casi cuatro veces más de lo que había acordado
estaba en la bolsa. El dinero se derramó por el suelo, cubriendo el espacio entre la
cama y la desgastada mesa.
¿¡Qué MIERDA estaba pasando!?
Mientras recogía los billetes, sus oídos captaron un sonido afuera. Una
motocicleta estaba deteniéndose frente a la casa; una moto sucia, con un motor
ruidoso. Luego otra. Marc volvió la cabeza hacia su ventana, pero no se movió.
Varias más se detuvieron, todas motos sucias. Luego más. Incluso más. Perdió la
cuenta. Cuando la última vela en su habitación se apagó, todo quedó claro en su
mente.
Esa maldita perra…
(5)
DÍA UNO

L
ily respiró hondo y miró por el espejo retrovisor. Nadie la estaba
siguiendo. Estaba en las afueras de Monrovia. Muy pronto, estaría
completamente sola. No habría nadie alrededor, no por cientos de
kilómetros.
No puedo creer que estoy aquí. No puedo creer que lo hice. Todos esos años. Lo hice.
Salió de la carretera y se detuvo junto a una bomba de gasolina que lucía
antigua. Mientras se bajaba de su coche, un muchacho salió corriendo de una
choza deteriorada. No dijo una palabra, simplemente agarró un trapo de un cubo
lleno de agua que se veía sucia y comenzó a lavar su parabrisas.
―¿Inglés? ―preguntó Lily, colocando sus gafas de sol en la parte superior de
su cabeza.
―Sí, poco inglés ―respondió el muchacho. Alcanzó con sus dedos la parte
interior por arriba de su camiseta de tirantes, justo donde el escote rozaba la parte
superior de su sujetador. Sacó una propina de cincuenta dólares americanos.
―¿Sabes lo que es esto? ―sujetó el billete entre dos dedos, permitiéndole
verlo. Los ojos del niño se agrandaron y asintió.
―Sí, lo sé.
―Es tuyo, si prometes no tocar mi coche ―empezó a decir. Los ojos del
muchacho se ampliaron más si eso era posible, y asintió de nuevo―. Y si prometes
no dejar que otra persona toque mi coche.
―Sí, sí, nadie va a tocar su coche ―inmediatamente trató de alcanzar el
billete. Ella lo colocó fuera de su alcance.
―Uh uh, de ninguna manera. Después. Si alguien toca mi auto, incluso si solo
miran mi coche, gritas. Haces ruido. Toca la bocina. Incendia el edificio. Cualquier
cosa. ¿Entiendes?
―Sí. Nadie. Hacer ruido.
Lily se inclinó hacia él y lo miró directamente a los ojos.
―Si te pones a jugar alrededor o tomas cualquier cosa de mi coche, lo sabré, y
no te gustará lo que va a pasar ―bajó la voz hasta casi un gruñido. El niño tragó
ruidosamente.
―Prometo que no voy a tocarlo ―le aseguró. Ella dio una sonrisa de labios
apretados, pero mantuvo su mirada severa.
―Bien. Sin tocar significa un montón de dinero.
Se metió el dinero en su sostén mientras caminaba hacia la choza que servía
como una estación de servicio de algún tipo. La tela rasgada colocada a manera de
puerta en la entrada se descolgó de uno de sus goznes cuando la empujó.
El interior no estaba mucho mejor. Un hombre con un ojo nublado y sin
dientes estaba sentado en un taburete, mirando una televisión en blanco y negro
que tenía orejas de conejo. Lily miró a su alrededor. No era exactamente un Seven-
eleven, no había pasillos llenos de brillantes alimentos procesados.
―¿Agua? ―soltó Lily en voz alta. El hombre no la miró, pero levantó un
brazo delgado y señaló al otro lado de la tienda.
Un congelador grande, de aspecto apaleado se encontraba en la parte trasera
del edificio. Su motor era ruidoso, y un generador se encontraba junto a él, dándole
energía. Al principio, estaba dudosa, y segura de que lo encontraría lleno de
botellas de agua “recicladas” llenas de agua del grifo, o peor. Pero,
sorprendentemente había verdaderas botellas de marca en el refrigerador. No se
atrevió a dar un vistazo a las fechas, simplemente agarró todas los que pudo
sostener en sus manos y las llevó hasta la parte delantera de la tienda.
―¿O.N.U.? ―preguntó el hombre mientras se bajaba del taburete y se dirigía
hacia ella. Ella negó.
―No. Globa-Doc. ¿Comida?
La cubierta había funcionado mucho antes de que ella hubiese tomado el
trabajo para la Bratva. Hacerse pasar por un inspector de la O.N.U. había sido una
opción, pero la O.N.U. a veces estaba dentro de la zona y otras veces no, ellos no
quisieron correr el riesgo de que ella se llegase a tropezar con ellos. Globa-Doc era
un programa del tipo médicos sin fronteras, médicos y enfermeras de todo el
mundo, especializados en nutrición y que trabajaban en países del tercer mundo.
Recientemente habían iniciado una operación en Monrovia y la ciudad estaba llena
de médicos occidentales, enfermeras, coordinadores, gestores y transportistas. Lily
tenía toda la documentación e identificación que respaldaba el hecho de que era
una planificadora financiera de la organización Globa-Doc.
El hombre le ofreció el almuerzo. Logró explicar que su madre estaba
matando a un pollo en la parte de atrás. Lily dijo no, gracias, pero tomó los
paquetes de carne seca que él se las arregló para obtener. Sus etiquetas estaban en
coreano, pero sus fechas de caducidad eran válidas y sus paquetes estaban
sellados, y eso era realmente todo lo que importaba.
El hombre le dio el valor total de la compra y Lily dejó el dinero sobre el
mostrador, además de una pequeña propina. Mientras salía por la puerta principal,
el niño corrió hacia ella, tomando rápidamente las compras de sus brazos.
―¿Alguien…? ―empezó ella a hablar, pero él la interrumpió.
―Nadie tocó coche. Dinero ―respondió él, echando a correr hacia el coche y
lanzando el agua y la carne seca en el asiento trasero. Ella se aproximó lentamente
hacia él, mirándolo todo el tiempo.
―¿Lo prometes? ―preguntó, sacando el billete de cincuenta de nuevo.
―Lo prometo ―respondió él, con la mano extendida.
Apenas había empezado a bajar el billete cuando él saltó y se lo arrebató,
corriendo hacia el edificio, sin ni siquiera decir adiós. Se rió entre dientes,
mirándolo mientras corría fuera del alcance de su vista alrededor de la casucha.
Probablemente fue la mayor cantidad de dinero que había visto junto. Casi la hacía
sentirse mal.
Casi.
Se deslizó en el asiento delantero, pero no encendió el coche de inmediato. Se
sentó un momento, tratando de repasar todo mentalmente. Cinco largos años
estaban llegando a su culminación. Cinco años de planificación. Un mes de
preparación para este preciso viaje. Debería estar concentrada. Toda su atención
tenía que permanecer en la carretera por delante de ella. En sacar adelante todo
con precisión.
Pero siguió pensando en la noche anterior. Pensando en Marc. Pensando en
sus caricias, su lengua. Su sonrisa. La forma en que se movía. Se estremeció,
dejando que sus ojos se cerraran. No podía permitirse pensar en ello, o el viaje
sería muy incómodo. Él había estado increíble. Debería haber sido la manera de
aliviar toda la presión a la que había estado sometida.
Sin embargo, ahora parecía que toda la presión que había estado sintiendo, se
hubiese trasladado directamente al medio de sus piernas.
―Tres días más. ―Lily suspiró, haciendo sonar su cuello mientras se alejaba
de la estación de servicio. Ese sería su mantra. Las palabras mágicas para mantener
alejado a un mercenario de ojos azules de sus pensamientos. El buen sexo era sólo
eso, buen sexo, esta era su vida. Este era su objetivo. Esto era todo.
La carretera vacía se extendía delante de ella. No pasó mucho antes de que ni
siquiera pudiese ver la estación de servicio en su espejo retrovisor. Sintiéndose
paranoica, volteaba a ver en el espejo retrovisor para a comprobar una vez más que
nadie había salido de la estación de servicio detrás de ella. Mirando para
asegurarse de que no había nadie más en el camino. Miró de nuevo para…
―Si mueves un puto músculo, te vuelo la maldita tapa de los sesos.
En un momento, estaba mirando por la ventana de atrás. Al momento
siguiente, estaba mirando un par de enojados ojos azules. El cañón de la pistola fue
empujado contra su sien, presionando hacia abajo de tal manera que hizo que su
sangre latiera con fuerza detrás de su ojo derecho. Sus manos agarraron el volante
con tanta fuerza, que sus nudillos se pusieron blancos.
¡No! ¡No! ¡Sólo necesitaba tres días más!
―Ese pequeño puto mentiroso ―gruñó Lily con los dientes apretados.
―Cien dólares vencen a cincuenta, cariño. Détente, esta es tu parada.
Cariño.
―¿¡Marc!? ―dijo entre dientes, tan sorprendida que casi se salió de la
carretera.
―Dije detente.
―¿¡Qué demonios estás haciendo!? ¿Sabes lo que va a hacer Ivanov
cuando…?
Él amartilló la pistola y de repente las cosas se pusieron muy serias.
―Detente de una puta vez.
Algo estaba muy mal. Cuando lo había visto por última vez, un par de horas
antes, había estado actuando de forma coqueta y sexy. Con sueño y relajado luego
del sexo. Le había invitado a reunirse con él en Grecia. Ahora tenía una pistola
amartillada, y sin duda cargada, presionando su cabeza y hablaba con acento
homicida. Ella respiró hondo y soltó el aire lentamente, su mente volaba. Que
hacer, que hacer.
―Bueno. De acuerdo ―comenzó a decir, manteniendo su voz baja y
calmada―. Te escucho. ¿Me puedes decir qué sucede? ¿Qué pasó entre este
momento y la última vez que te vi?
―Creo jodidamente sabes.
―En serio, realmente no lo sé.
―Mentirosa de mierda ―gruñó. Ella empezó a enojarse.
―Nunca te he mentido. Tú eres el que está actuando como un loco. Así que,
¿por qué simplemente…?
Él golpeó la parte posterior de su cabeza con el cañón de la pistola, ella gritó
de dolor, encogiéndose lejos de él. Sintió los dedos de Marc en su cabello y la trajo
de vuelta, tirando con tanta fuerza que sus ojos se humedecieron. La pistola
regresó a su sien.
―No te pedí una puta conversación, te pedí que detengas el coche y que
salgas de una maldita vez.
Lily nunca había visto o escuchado a Marc verdaderamente enojado antes;
era escalofriante, y eso que había estado en un montón de situaciones alarmantes.
Dio un par de respiraciones profundas. Apelar a su relación estaba fuera de
cuestión. Marc, el maestro del sexo de la noche anterior había desaparecido.
Marcelle De Sant, el mercenario estaba en el coche, y a ella no le gustaba mucho.
―¿Vas a hacerme bajar aquí? ¿Sabes lo que les ocurre a las mujeres que son
abandonadas en las carreteras de Liberia? ―Optó por una táctica diferente,
mirándolo por el espejo. Él estaba abrazando el respaldo de su asiento tan
estrechamente que no podía conseguir un buen vistazo de su rostro. Sólo sus ojos
azules asomaban por encima del borde de su asiento.
―Me importa una mierda lo que les ocurre a las mujeres en Liberia. Detén el
coche.
Sin importar cuán ruda una persona dice ser, pon un arma cargada, amartilla
su cabeza y van a hacer casi cualquier cosa que se les pide. Lily no era realmente
diferente, excepto por el hecho de que nunca dejó de pensar. Había tenido todo un
mes para entrenar para este viaje en específico. Un mes para planificar todos los
aspectos del mismo. Para contemplar todos los escenarios posibles. Así que, por
supuesto que había pensado acerca de lo que haría en caso de que tratarán de
robarle el coche. Por supuesto, nunca se había imaginado que el asaltante sería un
hombre con el que acababa de follar, pero pensó que en realidad eso no tenía
importancia, de todos modos.
No puedo creer que quiera robar a Ivanov. Robarme a mí. Se acostó conmigo, me
hizo bajar la guardia. ¿¡Cómo me encontró!? Debe de haberme seguido. Estúpida, Lily.
Estúpida. Nunca más.
Detuvo el coche a un lado de la carretera. Marc le ordenó permanecer quieta
mientras él salía de la parte de atrás, apuntándola con su pistola todo el tiempo.
Ella tenía una fracción de segundo, y apenas podía moverse, pero en ese segundo
fue capaz de presionar un botón en el lado de la puerta. Él no se dio cuenta. Le
ordenó bajar la ventana de su lado, para que pusiera las manos donde él pudiera
verlas, y abrir la puerta con la manilla exterior.
Lily hizo todo lo que se le dijo, saliendo lentamente de su asiento,
manteniendo sus manos encima de su cabeza mientras se levantaba. Le ordenó
mantenerse de espaldas a él mientras él pasaba a su alrededor, deslizándose entre
ella y el coche. Luego él se dejó caer en el asiento. Ella tomó una respiración
profunda y cerró los ojos.
Puedes hacerlo. Entrenaste para ello. Él no es nada para ti. Sexo es sólo sexo. Él no es
nada. Sólo un ladrón de coches. Un pedazo de mierda en tu camino. Sácalo de tu camino.
―Hay un interruptor de apagado ―soltó. Hubo silencio detrás de ella por un
momento, entonces lo oyó moverse.
―¿Por qué me lo dices? ―exigió saber.
―Estoy sólo a dieciséis kilómetros de la gasolinera. Probablemente podría
llegar sin problemas. Quiero que te vayas. Es sólo un trabajo ―respondió ella,
manteniendo la voz firme.
Por favor, por favor, por favor, que muerda el anzuelo.
―¿Cómo lo desactivo?
Gracias.
―Debajo del volante, casi por los pedales. Un interruptor. Aprietas tres veces.
Arriba, abajo, arriba. ―Se inventó completamente el procedimiento mientras lo
decía. Al mismo tiempo, observaba la parte trasera del coche, usando su mirada
periférica. Estimando la cantidad de pasos que necesitaría para alcanzar la cajuela.
Lo oyó moverse un poco más. Podía imaginarse lo que estaba haciendo. Inclinado
hacia delante, el rostro apretado contra el volante, una mano palpando abajo por
los pies. ¿Dónde estaba el arma? ¿En su regazo? ¿En su mano izquierda?
¿Apuntando a su columna vertebral?
―No siento una mierda. ¿Qué pedal? ―preguntó, gruñendo un poco.
Te tengo.
―¡Embrague! ―espetó ella.
En el momento en que le oyó tratando de alcanzar el embrague, se dio la
vuelta y corrió. No pensó en la pistola. No pensó en Marc. Se movió tan rápido
como pudo a la parte trasera del coche. Sabía que no tenía mucho tiempo.
El botón que había presionado en la puerta había hecho que se abriera la
cajuela. Cuando llegó al final del coche, la abrió de golpe e inmediatamente saltó
dentro. Retiró el doble fondo, revelando un teclado con una pantalla digital. El
corazón latía en sus oídos, pero no dudó. A pesar de que los pasos corrían hacia
ella, no vaciló. Comenzó a golpear los botones y logró digitar el último antes de ser
derribada a un costado.
―¡Detente! ―rugió Marc mientras sus brazos rodeaban la cintura de Lily. Él
saltó sobre ella con todo su peso y volaron a tierra, la cadera de Lily fue la más
afectada por la caída. Ella gruñó mientras él bajaba encima de ella. Lucharon por
un minuto, una bola de brazos y piernas, antes de detenerse en el pavimento
caliente. Ella estaba de espaldas en el suelo y él se cernió sobre ella.
―No tienes idea de lo que has hecho. La Bratva va a destriparte. Van a hacer
que la banda de Liberia tenga el aspecto de un campamento de verano ―lo
amenazó.
―¿¡Qué demonios acabas de hacer!? ―exigió saber él, evidentemente sin
sentirse amenazado en lo absoluto.
―Tú, maldito idiota. Vas a hacer que los dos terminemos muertos. Si no
entrego este coche en un lugar determinado, y en un momento determinado, ellos
van a…
Él la golpeó con la mano. Eso la sorprendió más que hacerle daño. Lily había
estado tomando clases de defensa personal durante cinco años. Las clases se
especializaban en entrenamiento de combate, así como en combate mano a mano.
Pero estaba segura de que ni una sola vez en su vida había recibido un golpe de
revés, y ciertamente nunca de parte de una persona que una vez había considerado
un amigo.
―Te hice una pregunta, perra estúpida. ¿Qué hiciste en el maletero?
―preguntó. Ella movió la mandíbula atrás y adelante. El golpe y la doble
personalidad de Marc la tenían cavilando en su cabeza, no lo entendía. Era
literalmente un giro de ciento ochenta grados. Sentía como si nunca hubiera
conocido a este hombre, era tan diferente del Marc que había tratado.
―¿Estoy soñando? ―preguntó en voz alta.
De repente se bajó de ella. Ella se incorporó lentamente, frotándose la mejilla.
Marc se inclinó sobre la cajuela, su cabeza quedó fuera de vista. Hubo un golpe
sordo y se puso a gritar.
―¡No! ¡Maldita sea! ¿¡Qué carajos hiciste!?
No le dio tiempo de responder. Lily todavía estaba tratando de sentir si todos
sus dientes estaban en su lugar cuando él se irguió furioso frente a ella. Trató de
apartarse de él, pero la agarró del brazo y la puso de pie con rudeza. La arrastró de
nuevo al coche. Ella luchó al principio, pero cuando él movió su mano a la parte
posterior de su cabeza y agarró un puñado de cabello, dificultó sus movimientos.
―Me estás haciendo daño ―dijo entre dientes, con sus manos volando hacia
la que él tenía sobre su cabello. Le clavó las uñas en la piel, pero solo consiguió que
jalara más duro.
―Esto. ¿¡Qué diablos es esto!? ―preguntó él, tocando con el cañón de la
pistola el teclado.
―Eso es una caja fuerte.
―Ábrela.
―No.
―Ábrela, maldita sea.
―No.
Esta vez, apretó el cañón debajo de la barbilla de Lily.
―Ábrela, maldita sea, o te disparo en este momento ―le informó. Ella se rió.
En realidad, riéndose de él.
Muy bien, Marc, vamos a jugar duro.
―Hazlo.
―¿Que acabas de decir?
―Hazlo. Mátame. Nunca podrás abrirla. Soy la única que conoce el código.
La pistola se alejó de su barbilla, y sin previo aviso, él disparó, justo en el
teclado. Lily gritó y trató de agacharse cuando la bala rebotó. Marc no movió un
músculo, su mano apretaba firmemente su cabello.
―¿¡Joder, estás loco!? ¡El teclado es a prueba de balas, imbécil! ―gritó Lily. Él
frunció el ceño mirando el maletero.
―Seguro que puedo abrir esta caja fuerte.
―No importa.
―O puedo llevarlo a un deshuesadero. Con una sierra pasaría justo a través
de él.
―Inténtalo.
Él tiró de su cabello, forzando su cabeza hacia atrás. Ella tomó aire
rápidamente a través de su nariz.
―¿Por qué? ¿¡Qué pasará!? ―preguntó, halando todavía más. Ella se puso de
puntillas.
―¡Explosivos! ¡La caja fuerte está forrada con explosivos! Te pones a jugar con
ella, explota. Tratas de romperla, explota. Intentas sacarla del coche, explota. Le
haces cualquier cosa, y todo el mundo a menos de tres metros de distancia tendrá un
puto día de mierda, ahora ¡quita tu mano de mierda de mí! ―Lily empezó a perder el
control, clavando sus uñas sobre la muñeca de Marc mientras trataba de liberarse
de su agarre. Una mano que había sido tan suave la noche anterior, ahora a la luz
del día era tan áspera.
Él estampó su rostro contra la cajuela. La nariz de Lily quedó a un centímetro
del teclado, con la mano él la empujaba hacia abajo contra la áspera tapicería. Ella
apretó los dientes y apoyó las palmas de las manos, empujando hacia atrás contra
él, tratando de ganar un poco de espacio.
―Escúchame. Necesito lo que está dentro de esa caja fuerte, necesito esos
diamantes. Los necesito. Tienes que abrirla. Ahora ―insistió. Ella no podía verlo,
pero entrecerró los ojos.
―¿Para qué los necesitas?
Mantenlo hablando. Distráelo.
―No es de tu maldita incumbencia.
―Ladrón de mierda. Robas los diamantes de los liberianos. Los robas de los
rusos. Me robas a mí. ¿Vas a tratar de pasarlos a otra persona, y luego robarlos de
nuevo? Qué gran movida, Marc ―lo desafío. Él la levantó y la empujó hacia abajo
de nuevo. Ella cerró los ojos al sentir dolor.
―Tú no me vas hablar de esa puta manera. No después de lo sucedido,
maldita perra de dos caras. Abre la puta caja fuerte.
―Tú no me resultas exactamente adorable. De hecho, creo que no voy a hacer
ni una mierda para ti. Sigue adelante y trata de abrirla. Está haciendo demasiado
calor aquí afuera para esta mierda ―escupió hacia él. Escuchó que él dejó escapar
un suspiro.
―Voy a obtener los diamantes de una manera u otra, Lily. ―Su voz se
suavizó, lo que en realidad casi daba más miedo que cuando gritaba. Ella trató de
mantener la calma.
¿Es mi mano izquierda lo suficientemente hábil? Debería haber entrenado más con
ella. Tal vez pueda pasarla a mi mano derecha lo suficientemente rápido. Mierda. ¿Qué tan
rápido es él? ¡Mierda! ¿¡Él vio mi movimiento!?
―¿Cómo? ¿Eres un experto en bombas, también? ¿Eres un ladrón que
apuñala por la espalda y un desactivador de bombas? ―preguntó, casi jadeante.
Deslizó su mano izquierda aún más cerca del costado de la cajuela.
―Continúa provocándome, cariño, tengo quince balas aquí que tienen ganas
de cumplir con su propósito en la vida. Tal vez voy a empezar poniéndote una en
el pie derecho, a continuación, subiré a tu rodilla izquierda. Tal vez cuando llegue
a tu…
¡Ahora!
En casi un solo movimiento fluido, alcanzó con su mano la pistola que se
ocultaba por debajo de una solapa de tela, mientras que al mismo tiempo retorció
su cuerpo y lanzó su codo derecho hacia arriba. Le dio un golpe seco en el lado del
rostro. La mano de él soltó su cabeza y ella rodó a un lado, lanzando su pistola a su
mano derecha mientras se ponía rápidamente en posición vertical. Él dio la vuelta
al mismo tiempo, empujando su brazo extendido y apuntando con su arma al
rostro de ella. Mientras que el arma de Lily apuntaba directamente a la garganta de
él.
Joder, ¿y ahora qué?
Se miraron el uno al otro por un momento.
―Tienes dos segundos para alejarte de esta situación ―dijo ella respirando
despacio, dando un paso atrás desde el parachoques, sin bajar la pistola. Marc
mantuvo su entrenado cañón en la frente de ella mientras la seguía paso a paso.
―No va a suceder, princesa. Tal vez tú deberías alejarte, estás metida en
camisa de once varas ―le advirtió en tono sarcástico. Ella le sonrió y se mantuvo
en movimiento, tratando de poner un poco de distancia entre ellos y el coche.
―¿En serio? Esta “princesa” ha sido más lista que tú, en dos ocasiones, en
menos de cinco minutos. Creo que tú estás en camisa de once varas, así que vete a la
mierda ―gruñó con los dientes apretados.
―La gatita tiene garras, me gusta. ¿Pero podrá apretar el gatillo? ―El tono de
Marc estaba cuestionándola mientras agachaba la cabeza hacia un lado.
Eso la enfureció más que cualquier otra cosa. Más que su engaño. Más que su
traición. Más que su violencia. La falta de respeto. Él siempre la había tratado
como a un igual antes, ahora la miraba y le hablaba como si fuera una cucaracha.
―Ponme a prueba ―espetó Lily.
Él la miró durante un segundo más, luego hizo lo siguiente, bajo su arma y
caminó hacia delante, empujándola mientras caminaba de regreso hacia el
vehículo. Ella quedó sorprendida.
―¡Voy a tomar este coche! ―gritó. Ella se dio la vuelta, manteniendo su arma
levantada.
―¡No, no lo harás! ¡Alto ahí! ―exigió. Él levantó su dedo medio.
―Adelante y deten…
Lily disparó su arma derecha sobre la cabeza de él. Marc se congeló a mitad
de un paso, y luego volvió la cabeza hacia un lado para poder verla.
―Te lo advierto ―advirtió. Él se rió, pero permaneció en su lugar.
―No tienes las bolas para dispararme.
Bajó la pistola un par de centímetros y disparó de nuevo, directamente entre
sus piernas. La bala rebotó en la arena de la orilla de la carretera, justo enfrente de
él. Cuando ella volvió a fijarse en él, decididamente lucía menos confiado.
―En dos minutos, tú tampoco tendrás bolas.
Lily no quería dispararle, realmente no quería. Nunca había matado a nadie
antes, y no quería empezar con Marc. Estaba guardando ese acto condenable para
alguien muy específico. No quería condenar su alma al infierno por algún traidor
de mierda. Algún estafador. Algún mentiroso.
―Mira. ―La voz de él era baja, con los dientes apretados―. Necesito lo que
hay en ese maletero. Cualquier acuerdo que tengas con Ivanov, yo puedo
mejorarlo. Tengo que tomar esos diamantes, o estoy muerto.
―Y si dejo que los tomes, yo estoy muerta. No me convencerás ―respondió
ella.
―No, tú puedes simplemente desaparecer. Empieza una nueva vida,
encuentra el avión más cercano para que regreses a Los Ángeles, o a cualquier sitio
de donde provengas. Algún lugar seguro ―sugirió.
―No soy de Los Ángeles, y tienes un minuto más antes de que te vuele las
nueces.
―¿Cómo fue posible que una cosa dulce como tú quedara atrapada con
Ivanov?
―Esta “cosa dulce” acaba de amenazar con dispararte en los testículos. Treinta
segundos.
―¡Está bien! Está bien, solo tómalo con calma. Tal vez podamos llegar a un
acuerdo. Voy a dividirlos contigo, mitad y mitad. Sólo sácalos y vamos a
dividirlos.
―¿De verdad crees que soy tan estúpida como para caer en eso?
―Valía la pena intentarlo.
―Diez, nueve, ocho, siete, seis…
Lily comenzó la cuenta atrás, con la esperanza de que se asustaría y se
movería. Funcionó, pero no en la forma en ella había esperado. Él se lanzó
bruscamente hacia un lado. Ella apretó el gatillo, pero fue demasiado tarde. La bala
golpeó el suelo donde había estado parado un momento antes, y Marc ahora estaba
tirado al lado del coche.
Lily saltó hacia delante, dispuesta a correr tras él, cuando se efectuaron
disparos hacia atrás. Ella maldijo y saltó dentro del maletero del coche,
encogiéndose lo más posible. Hubo un estallido y un silbido y sintió que el coche
se inclinaba hacia un costado. Él había disparado a los neumáticos. Más disparos
explotaron y se escuchaban las balas rebotando bajo el chasis. Ella gritó y golpeó la
parte inferior de la cajuela.
―¡Explosivos! Por favor, ¡deja de disparar contra los malditos explosivos! ―le
gritó.
Todo quedó en silencio. Lily esperó un segundo y luego se estiró. Salió poco a
poco de la cajuela, teniendo cuidado con lo que la rodeaba, su arma por delante.
Marc estaba de nuevo en pie y respirando con dificultad, con los brazos colgando a
los costados, su propia pistola apuntando hacia abajo.
―¿Allí? ¿Feliz? ―preguntó él, haciendo un gesto hacia el coche.
Lily caminó por todo el costado del coche, evaluando los daños. Él había
disparado a los dos neumáticos en el lado del conductor y al parecer también
disparó al tanque de gasolina y al radiador, el agua y la gasolina se escapaban por
debajo del vehículo. Ella gimió.
―Eso fue tan… estúpido… ―dijo respirando hondo.
La caja fuerte ocupaba todo el espacio interior de la cajuela. No había
neumáticos de repuesto, e incluso si hubiera habido, ciertamente no había un
radiador de repuesto. Estaban a dieciséis kilómetros o más de cualquier tipo de
civilización.
―Este coche no va a ninguna parte. Yo no voy a ir a ninguna parte. No tienes
elección. Abre la caja fuerte ―dijo Marc.
Lily sintió que su mente comenzó a desmoronarse.
Tres días. Tres días más, y que hubiera estado acabado. Tres días más. Y ¿qué fue lo
que sucedió? Tuve que follar con el tipo equivocado.
―¿¡Tienes idea de lo que has hecho!? ―gritó, sorprendiéndolo―. ¿¡Alguna
idea!? ¡Cinco años! ¡Cinco años de mierda, se fueron por el maldito desagüe! ¡Di
cinco putos años de vida, sólo para este día, y ahora una escoria de mierda lo ha
echado todo a perder!
―Me importa una mierda lo que hayas hecho, necesito…
―¡CÁLLATE! ¡CIERRA LA MALDITA BOCA!
―Deja de gritar de una puta vez, Yo…
―¡Cinco años! ¿¡Crees que quiero estar aquí!? ¿Crees que me gusta trabajar
para esos pedazos de mierda? ¡Todos esos días, meses, años! Tenía que…
―Jesús, mierda, cállate, necesito que…
―… esos cerdos asquerosos de mierda, ¿sabes lo que es ser una mujer
alrededor de ellos? ¿El tipo de mierda que tenía que hacer para ganar su respeto?
¿¡Lo sabes!? No, tú sólo te presentaste de una maldita vez para coquetear, mentir,
robar, apuñalar por la espalda y…
―Si no te detienes, voy a…
―… ¡y ahora todo eso para nada! ¡Nada! ¡Has hecho que todo eso no
signifique nada! ¡Debería matarte! ¡Debería ponerte una puta bala en tu cabeza!
Debería…
Lily era vagamente consciente de que estaba divagando, pero no podía
detenerse. En ese momento se sentía como si no le quedara nada para dar. Él le
había quitado lo último que tenía, y lo había arruinado. Ahora sólo tenía malos
recuerdos y peores decisiones.
Estaba tan concentrada en el desarrollo de la cadena de sus ideas que no
estaba prestando atención. En medio de su diatriba, de repente él le dio un golpe
rápido con su mano. En un minuto, Lily estaba de pie en el calor de África, y al
siguiente, todo estaba negro.
Lo cual era una gran mejora a la manera en que iba su día, de todos modos.
(6)
DÍA DOS

M
arc se incorporó con los pies separados, los brazos cruzados delante de
su pecho, mirando fijamente la fogata que había construido cuando el
sol se había puesto.
Mierda. Maldita perra. Joder.
Nunca cagaba donde dormía. Nunca mezclaba negocios con placer. Una vez.
Una vez, y mira lo que sucedió. Ella era increíblemente buena en su trabajo, debió
haber sido contratada especialmente para él.
Llamar su atención. Coquetear con él. Follarlo. Conseguir que baje la guardia
y sus inhibiciones.
Y también llevar un grupo de putos caníbales liberianos a su puerta.
“… no he venido aquí con intenciones de dormir…”.
Inteligente hija de puta, había venido aquí con la intención de tenderle una
trampa. Lily, guiándolos hasta él. Ivanov, con su “bono” tan grande que parecía
que Marc había vendido los diamantes.
Jesús, ¿¡que es lo que pasaba con el en honor entre ladrones!?
La Bratva no quería ningún problema con los liberianos, su presencia en
África occidental ya no era apreciada. Si saliera a la luz que el robo de diamantes
tan valiosos había sido orquestado por la Bratva, una guerra entre las dos
organizaciones criminales se desataría. Pero si los rusos, por ejemplo, se
contactaban con los liberianos y les decían que un hombre norteamericano se había
presentado e intentado venderles algunos diamantes, sería una muestra de buena
voluntad. Por supuesto que ellos no los compraron, y eso inspiraría más confianza.
Y si incluso iban tan lejos como para indicarles a los liberianos la dirección del
ladrón, aún mejor. Eso es lo que Marc pensaba.
Los liberianos querían matarme porque los rusos dijeron que robé y luego vendí sus
diamantes. Escapé. Los liberianos le dirán a la Bratva. Ahora ambos estarán tras de mí,
ambos me querrán muerto, primero para vengarse y segundo para mantener su secreto a
salvo. ¿¡Cómo se volvió esto tan complicado!? Oh sí. Una pelirroja con buenas tetas.
Jódeme.
Maldición. Qué hacer. Qué hacer. Había calculado que su mejor opción sería la
de convencer a los liberianos de que nunca había intentado vender sus diamantes,
que había sido contratado por la Bratva, y la mismo Bratva les había tendido una
trampa a todos. Volverlos uno contra el otro. ¿Y cómo hacer todo esto?
Recuperando los diamantes. ¿Y dónde estaban los diamantes?
No estaba seguro de qué lo desencadenó. Marc era un hombre inteligente,
por lo general muy intuitivo. Era parte del porqué era bueno en su trabajo. Trató
de pensar. ¿Qué planeaban hacer los rusos con los diamantes? Obviamente, tenían
que sacarlos de Liberia, eso era un hecho, que es donde entraba Lily; a menos que
todo hubiera sido un engaño y que sólo fuera una prostituta contratada para
engañarlo. Pero no lo creía, había visto la forma en la que interactuaba con Ivanov,
había visto el auto que le dieron. Creía que ella en verdad iba a sacar esos
diamantes de Liberia.
No era como si una persona pudiera simplemente cruzar fronteras con un
bolsillo lleno de diamantes. Contrabandear diamantes de sangre era un negocio a
tiempo completo. Una persona no podía simplemente subirse a un avión y volar
con ellos. Conducir era una de las mejores opciones. Lily tenía una buena
oportunidad porque parecía una bibliotecaria traviesa, nadie sospecharía de ella
intentando contrabandear algo. Pero, aun así, no querrían arriesgar más de lo
necesario. Ella necesitaría una ruta especial para salir de Liberia. Sin carreteras
principales, así que definitivamente sin conducir a lo largo de la costa. ¿Iría hacia el
norte? ¿Al sur? ¿A qué país, de qué manera?
Piensa, piensa, piensa, piensa.
De regreso en la casa de seguridad, cuando Ivanov había estado investigando
las piedras, Marc había dejado que sus ojos vagaran por la habitación. Había
habido una gran cantidad de mapas. Toneladas de mapas topográficos detallados
de Liberia, Guinea, Malí, Mauritania, Argelia y Marruecos. ¿Por qué? ¿Por qué
necesitan tanto detalle? ¿Por qué no necesitarían solo una hoja de ruta?
Tal vez quieren caminos donde solo estuvieran ellos…
Era una locura siquiera imaginarlo. El cerebro de Marc encajó los mapas en su
mente, como un rompecabezas. Norte. Ella se dirigía al noreste, ya sea Marruecos o
Argelia. A algún lugar con una costa y fácil acceso a los barcos. Fácil acceso a la
costa sur de Europa.
La Bratva iba a contrabandear diamantes de sangre en un coche y enviarlos a
través de las selvas de África, un lugar sin ley, implacable, con terreno y clima
inclemente. Era una locura. Antes de ese día, Marc no habría sido capaz de
imaginar qué clase de persona tomaría tal riego. Ahora podía imaginar a la
persona con claridad. Una pelirroja luchadora con un mal temperamento y peor
lenguaje sería la indicada para el trabajo.
La había escuchado en la estación de servicio; había estado agachado debajo
de la ventana, dispuesto a matarla. “Globa-Doc” había dicho, refiriéndose al grupo
de auxilio. Fue perfecto. Eso le dio licencia para moverse por el país, sólo un
trabajador médico para ayudar a las personas.
Todo su plan podría haber salido mal. Había varias carreteras fuera de la
ciudad de Monrovia, y Marc no había tenido mucho tiempo para tomar su
decisión. El camino en el que la había detenido había parecido la mejor opción, lo
llevó a un viejo camino del ejército sin usar que eventualmente lo conduciría
directamente a Guinea. Fue una buena suposición, pero seguía siendo una
suposición. Ella podría haber tomado otra dirección completamente diferente.
Pero no lo había hecho, y la calma que había caído sobre él cuando vio el viejo
Mercedes detenerse en la gasolinera había hecho maravillas para su sistema
nervioso sobrecargado. La había clavado en una cama la noche anterior; iba a
clavarla en el maldito techo de su auto ahora. Estaba acabada. Sería como robarle
un dulce a un bebé.
Incorrecto.
Resultó que Lily era tan fiera en la cama como fuera de ella, y más que capaz
de defender cualquier cosa que quisiera. Era más rápida que él, podía admitir eso,
y tenía buena puntería, aunque probablemente no tan buena como él. Pero
ciertamente no era tan fuerte como él, y era por eso que yacía en la parte trasera de
su auto, encadenada e inconsciente.
No quiero tener que hacerle daño, pero lo haré. No quiero tener que matarla, pero lo
haré. ¿Ves lo que sucede cuando juegas con fuego, Lily? Quemé tu maldita casa de
mentiras
Ser un mercenario nunca se volvía fácil.
(7)
DÍA DOS

L
ily se despertó de forma abrupta. Sin una lenta llegada a la conciencia,
simplemente bum, despierta y con los ojos abiertos. No pude entender
dónde se hallaba por un momento. Miraba un techo tapizado. Auto. Estaba
en la parte trasera de un auto. Su auto. Movió sus ojos hacia la ventana del lado del
conductor, pero la funda de la pistola que se encontraba por encima estaba
completamente vacía. ¿Qué pasaba?
Los diamantes.
Se levantó rápidamente y se dio cuenta que tenía una cadena de peso ligero
envuelta alrededor de su cintura. No muy apretada, pero lo suficiente para que no
se cayera por sus caderas ni pudiera pasarlo por encima de sus pechos. Siguió la
longitud de la cadena con los ojos y se dio cuenta que colgaba hasta la puerta
abierta a sus pies, por lo que miró a la parte delantera del auto.
Marc dormía en el asiento del conductor, y el otro extremo de la cadena
estaba envuelto con fuerza alrededor de su muñeca derecha.
¡Mierda! Mierda, mierda, mierda. MIERDA.
Todo le regresó a la memoria. Él estaba en el asiento trasero. Había armas. Le
disparó. Él le disparó a su auto. Ella gritó. Él la golpeó.
Imbécil.
Todavía no podía creerlo. Pasar de una noche de unión y sexo alucinante, a él
tratando de robarle el auto. Eso le pasaba por confiar en un hombre. Nunca confiar
en hombres, sabía la regla. Prácticamente la inventó. ¿¡En qué estaba pensando!?
Tenía que soltarse, conseguir los diamantes y escapar.
Lily se puso sobre sus rodillas con cuidado y se inclinó sobre el asiento frente
a ella. Su cabeza estaba echada hacia atrás y a un lado, con la boca abierta. Tenía
los brazos cruzados, y justo por debajo de ellos vio la culata de una pistola
asomándose por la parte superior de sus pantalones.
Gracias a Dios.
Lily se deslizó sobre el asiento trasero y abrió aún más la puerta. Levantó un
pie a la vez, moviéndose a un ritmo muy lento. Marc dejó una gran cantidad de
longitud a la cadena, por suerte, y ésta colgaba a través de las puertas abiertas, por
lo que la desenredó mientras se movía a la parte delantera del auto. Dejó un par de
centímetros de la cadena en el suelo antes de comenzar a moverse de nuevo.
Marc seguía dormido, así que se arrodilló en el asiento a su lado. Muy
lentamente, se inclinó más hacia él. Con cuidado puso una mano contra el costado
de su asiento. Observó sus párpados para detectar cualquier signo de que estuviera
despierto. Comprobó su respiración. Luego se inclinó más hacia adelante, su
cabeza casi delante de la suya.
Probablemente era el mejor vistazo que le había dado desde que dejó su
habitación la otra noche. Había sangre seca a un costado de su cabeza, desde la
parte superior de la sien hasta justo por debajo de la oreja; fue golpeado en algún
momento. Necesitaba afeitarse. Se veía sucio. Sus uñas estaban repugnantes. Todo
sobre él era tan diferente.
¿Diferente de qué? No es como si realmente lo conocieras. Siempre fue esta persona
repugnante que está frente a ti ahora, sólo que fue realmente bueno en ocultarlo.
Lily trató de despejar su cabeza, trató de mantener la ira a raya. Todo era
estúpido, su traición era definitivamente irrelevante. Sólo había sido sexo. Tenía
que llevar a cabo un plan. Si tan sólo pudiera llegar a Marruecos. Incluso si llegaba
tarde, todavía podría llevarlo a cabo. Tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo. Un sexy
sicario-barra-ladrón-de-diamantes-barra-traidor no iba a desviarla.
Mordiendo sus labios, estiró oh tan lentamente su mano derecha hacia
adelante. Flotaba por encima de su regazo. La movió otro centímetro y estuvo por
encima de su pantalón. Sólo un centímetro más y tendría la pistola.
Justo cuando estaba a punto de cubrir ese último centímetro, sin embargo,
levantó la vista y se encontró con un par de ojos azules mirándola. En un instante,
la agarró por la muñeca y el pulgar, girando con tanta fuerza a la derecha que dejó
escapar un chillido, casi perdiendo su agarre del asiento.
―¿Crees que soy estúpido? ―preguntó Marc, con la voz ronca.
―Sí ―logró decir entre dientes antes de cerrarlos con dolor. Retorció su
brazo más fuerte y no tuvo más opción que girar con el movimiento. Parecía que
iba a romper su muñeca. Cayó hacia el lado, aterrizando en su regazo. Él se las
arregló para sostener sus muñecas con una sola mano y sujetarlas contra su pecho.
Su otra mano se envolvió alrededor de su garganta, apretando con fuerza
suficiente para hacerle saber que hablaba en serio.
―Podría haberte matado ayer. Pude matarte mientras dormías anoche. Me lo
debes. Esperaba que hoy fueras más cooperativa ―le dijo. Ella se retorció bajo su
agarre.
―Eso probablemente no va a pasar. ―Su voz era un susurro entrecortado.
―Me importa una mierda si tienes algún fetiche enfermo de jugar a la casita
con la Bratva, pero voy a tomar esos diamantes, Lily. Necesito esos diamantes
―habló en un tono que no dejaba lugar a las tonterías.
―No sabes ni una mierda de lo que estoy haciendo, no me importa nada de
ellos. Yo necesito poner esos diamantes en el barco a Marruecos ―respondió.
―No me importa. Abre esa caja fuerte o te destriparé como a un jodido pez.
Esto no funcionaba. El día de ayer se puso en repetición. Necesitaba cambiar
el canal. Recordó su noche juntos y la forma en que reaccionó a ella. Incluso si todo
fue una trampa para acercársele, no había fingido su erección. No fingió follarla
como si necesitara hacerlo para respirar. A él le gustaba su cuerpo, le gustaba su
cara. La forma en que se movía. Tal vez podría utilizar eso a su ventaja. Dejó de
luchar contra su agarre, permitiéndose relajarse. Frotó los hombros hacia atrás y
hacia adelante contra su regazo.
―Mira. Estoy segura de que podríamos llegar a algo. Puedo hacer
que realmente valga la pena si tan sólo me sueltas ―le dijo. Trató de mantener su
voz suave, trató de no fulminarlo con la mirada.
―¿En serio? ―cuestionó él, levantando las cejas con sorpresa.
―Nos divertimos, Marc. ¿Por qué no divertirnos aún más?
―Mmmm, eso suena bien. ¿Te desnudarías para mí?
―Oh, sí.
―¿Hasta quedar completamente desnuda?
―Completamente.
―¿Me dejarías follar tu boca?
―Lo que quieras.
―¿Qué hay de tu culo? ¿Alguna vez te han follado por ahí?
―No, pero podría dejar que seas el primero.
De repente, su mano le apretó el cuello aún más fuerte y tiró hacia arriba. Ella
abrió la boca, y por un segundo, pensó que iba a besarla. Pero no lo hizo. La obligó
a levantarse hasta que casi estuvieron nariz con nariz.
―Si quiero tu culo, lo tomaré. Si quiero otra cosa, todo lo que tengo que hacer
es tomarlo. Así que no sé por qué te me estás “ofreciendo”, en lo que a ti respecta,
eres de mi maldita propiedad ahora, lo que significa que si tengo ganas de follarte,
sucederá. Crees que esto es un maldito juego, Lily, y no lo es. Ahora cierra la puta
boca y abre esa maldita caja fuerte ―gruñó.
Contuvo la respiración durante un minuto mientras el rojo inundaba su
visión. ¿¡Propiedad!? Iba a matarlo, decidió. Tal vez no justo en ese momento. Tal
vez no ese día. Pero al final de esta odisea, iba a estar de pie sobre él y pondría una
bala en su cráneo.
Inhala. Exhala. Paciencia. Esperaste cinco años para llegar hasta aquí. Puedes esperar
un par de días para deshacerte de él.
―Mira. Nos guste o no, nos necesitamos. Tú quieres los diamantes. Yo quiero
los diamantes. Soy la única que puede conseguirlos; tú eres el único que puede
sacarnos de aquí. Tienes que ceder en algo o nunca abriré la caja fuerte ―habló sin
rodeos.
―Podría hacer que alguien la fuerce ―señaló.
―Explosivos.
―No creo que realmente haya explosivos.
―Entonces adelante, fuérzala. Sólo, por favor, déjame ir primero para que
pueda poner al menos un par de kilómetros entre nosotros.
Los explosivos no eran un engaño. La mayor parte de la caja fuerte se
encontraba rodeada por una interesante variedad de materiales altamente
inflamables que sólo se activaban cuando la caja fuerte era forzada.
―¿Por qué necesitas llegar a Marruecos? ―preguntó Marc. Ella respiró
hondo.
―Hay un ferry desde Tánger, en Marruecos, a Barcelona, España. Una vez en
Barcelona, me subiré a un avión hasta Moscú, donde se supone que debo entregar
los diamantes a Anatoly Stankovski, el líder de la Bratva. No puedo subir a ese
ferry sin mostrar los diamantes. Necesito llegar a Moscú ―enfatizó. Su mirada se
hizo más seria.
―Por qué necesitas…
―¡Ya compartí! ¡Ahora es tu turno! ―gritó. Hubo una larga pausa, y pensó
que no lo haría, pero luego abrió la boca.
―¿Por qué lo hiciste?
Era una simple pregunta que no entendía, pero su voz la hizo detenerse.
Desde que la detuvo el día anterior, su tono de voz había sido duro. Brusco.
Aterrador. Este era más suave. Como si estuviera tratando muy duro de entender
algo.
―¿Hacer qué? ―respondió, manteniendo su voz nivelada también.
―Sabes lo que hiciste.
―No tengo idea de lo que estás hablando.
―Estoy siendo amable, Lily. Puedo volver a ser malo.
―Puedes ser malo, agradable, estar feliz, triste, y cualquier otra emoción que
puedas imaginar, aun así no sé de lo que estás hablando.
La mano en su garganta se movió para ahuecar su mandíbula, y mientras
luchaba contra él, su otra mano le soltó las muñecas, para moverse a la parte
posterior de su cabeza. Entrelazó los dedos en su cabello para conseguir un buen
agarre.
―Podría partirte el cuello. ¿Estás escuchando, Liliana? No soy uno de esos
mercenarios que no matan mujeres ni niños. Si estás parada en mi camino, voy a
deshacerme de ti, así de simple, y en este momento, eres un maldito gran obstáculo
que me ha enojado más de lo que se debería permitir. Dime lo que quiero saber.
Cuéntame el plan de Ivanov para mí. Cuéntamelo todo.
Se detuvo de nuevo, mirándolo fijamente a los ojos. Él hablaba muy en serio.
Por la forma en que sostenía su cabeza, podía sentirlo. Un tirón rápido y todo
habría terminado. Pero aun así no sabía lo que le preguntaba, qué era lo que
pensaba que ella sabía.
―Muy bien, Marcelle. Bien. Por favor, escúchame. ―Su voz era casi un
susurro―. Honestamente no sé de lo que estás hablando. No sé lo que está
pasando. Lo último que oí decir a Ivanov sobre ti fue lo que dijo en esa antesala,
cuando tú estabas allí. La última vez que te vi o pensé en ti fue la otra noche,
cuando salí de tu habitación. Eso es todo. No sé de qué “plan” estás hablando, y si
hay un “plan”, no sé nada al respecto.
Dios, él lucía aterrador cuando estaba enojado. Sintió que sus dedos se
apretaban y pensó: “este es el final”. Había oído rumores acerca de él en la casa de
seguridad. Que por el precio correcto podía robar cualquier cosa. Matar a
cualquier persona. Contuvo el aliento y le devolvió la mirada, negándose a cerrar
los ojos. Si iba a matarla, entonces tendría que vivir con el recuerdo de su mirada.
No es como si algo así le importara a un asesino despiadado.
―No te creo ―susurró él. Dejó escapar el aliento que estuvo conteniendo.
―No importa lo que crees, esa es la verdad ―respondió, y luego decidió ir
por todo―. De hecho, creo que no hay ningún plan de Ivanov, y creo que lo sabes.
Creo que este es tu plan. Quieres recuperar esos diamantes y culparme. Te escapas,
y yo me quedo atascada con la culpa. Jugar con mi mente es tu patético intento de
conseguir que abra esa caja fuerte.
La sorprendió al estallar en carcajadas.
―¿¡Crees que estoy jugando contigo así puedo volver a robar los diamantes!?
¡Trataste de matarme! Ya robé los diamantes una vez, ¿por qué querría volver a
hacerlo? ―reclamó.
Traté de… ¿¡qué!? ¿¡De qué demonios está hablando!?
―¡Tú dímelo, Marc! Tal vez esperabas que pareciera que yo los robé, o
querías que creyeran que estábamos juntos en esto, ¡puede haber muchas razones!
¡Tú eres el estafador! ―le gritó.
Más sorprendente que él riéndose fue él dejándola ir. Sus manos la soltaron y
no lo dudó, se levantó y deslizó tan lejos de él como el asiento delantero del auto le
permitía.
―Tú crees que estoy tratando de robar los diamantes ―volvió a repetir.
―Es obvio.
―Y yo creo que tú los ayudaste a tratar de matarme.
―Yo… espera, ¿qué? ¿Quién? ¿De qué estás hablando?
Marc cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Lily lo miró por un segundo,
luego estiró la mano en busca del arma. Sin mirarla, él apartó su brazo y tuvo su
mano de regreso alrededor de su cuello.
―¿Por qué viniste a mi habitación anoche? ―preguntó, finalmente
mirándola. Tiró de su muñeca, tratando de liberarse.
―Pensé que estaba invitada ―gruñó.
―Nunca te invité a mi cuarto.
―Para follarte. Estoy bastante segura de que la invitación para sexo era clara.
Fui allí para follarte, ¿¡está bien!? ―espetó, enterrando las uñas en la piel alrededor
de sus dedos.
―¿Ivanov no te envió?
―No. Él ni siquiera sabe que fui allí, me dijo que me fuera directamente a mi
hotel ―explicó. La presión sobre su cuello se alivió un poco, aunque no la soltó.
―¿Él te dijo eso?
―Sí. Es por eso que me dejó allí después de ti. Para cambiar el plan. Decidió
que el intercambio no sucedería en la casa segura, sino en mi hotel, en su lugar.
Seguía diciéndome que fuera allí y no abriera la puerta a nadie salvo él ―narró la
conversación que había tenido con Ivanov.
―No quería que sucediera cerca de la casa segura ―murmuró Marc, mirando
por el parabrisas.
―¿Ves? No hay una gran conspiración para matarte. Pero… ¿cómo siquiera
supiste que iba a estar en la gasolinera, eh? ¿Cuánto tiempo has planeado
robarme? ¡¿Antes o después de que te acostaras conmigo?! ―exigió Lily. Él le echó
un vistazo.
―No planeé una mierda. Mientras me escondía en una mezquita pensé sobre
esos mapas en la oficina de Ivanov. Miré mi propio mapa. Parecía que era la mejor
ruta para que tomaras. Esa gasolinera era el último lugar donde ibas a conseguir
agua. Si no te hubieras detenido, hubiera robado un auto he ido tras de ti. Si no
hubieras usado ese camino, habría estado jodido. Tuve suerte ―dijo.
―Yo no tanto.
―Nop.
Hubo una pausa incómoda.
―Quita tu mano de mí. ―Al fin ella rompió el silencio.
―¿Vas a alcanzar a pistola?
―En algún punto, sí. ―Fue honesta.
Él apretó con fuerza una vez más, pero luego la soltó.
―No te creo ―dijo simplemente. Ella frotó su piel.
―Tampoco te creo ―se hizo eco de su declaración.
―Entonces, estamos en un punto muerto.
―Sí.
―Necesito recuperar esos diamantes ―empezó Marx con voz cautelosa y sus
manos moviéndose para sujetar el volante―. Quiero devolvérselos a los
liberianos… creen que robé los diamantes y los vendí a una banda diferente. Eso es
lo que Ivanov les dijo, es lo que pareció cuando irrumpieron en mi habitación y
vieron todo el puto dinero que Ivanov me dio. Quiero explicarles que la Bratva nos
tendió una trampa a todos. Sacarme del panorama y empezar una nueva guerra de
bandas entre ellos y sus rivales, lo cual hará el robo de los rusos pasar
desapercibido.
―Quieres que los liberianos vayan tras la Bratva. ―Ella vio a dónde iba con
su plan.
―Sí.
―¿Por qué? Estás vivo, estás fuera de peligro. Nos encontramos a tres
kilómetros de Guinea. Sólo vete. No vuelvas nunca. Nadie siquiera lo sabrá
―sugirió. Parecía obvio. Él negó.
―Porque una traición es todavía una traición. Eso no se hace, no a mí, no en
mi mundo. ¿Joder con mi reputación? Quiero que todos paguen. Quiero arreglar
esto y exponer a Ivanov. Necesito que los liberianos terminen esto, que sepan qué
está pasando ―declaró Marc.
―No puedo ayudarte ―dijo ella con sinceridad―. ¿Tienes alguna idea de
cuánto tiempo me llevó llegar aquí? ¿Una mujer mensajera, transportando
diamantes para una Bratva? ¿Piensas que fui su primera elección? No tienes ni idea
de las cosas que tuve que hacer para llegar a este punto. No me permitirán ir en el
ferry sin esos diamantes, así que esas piedras se vienen conmigo.
De nuevo, otra larga pausa. Ella podía verlo luchar con una decisión. Él miró
por el parabrisas, con su ceño fruncido y sus dedos apretando incluso más el
volante. El cuero crujió y se movió.
―No eras parte del plan para matarme ―verificó. Ella negó.
―No.
―Tienes que subir los diamantes al barco ―declaró. Ella asintió.
―Sí.
―¿Los necesitas para subir al avión?
Ella parpadeó. No había pensado en eso.
―No… no lo sé. Creo que no. Es un avión comercial, Air Swiss.
―Entonces, técnicamente, puedes llegar a Moscú sin ellos. Sólo necesitas
mostrárselos para salir de África.
―Sí, creo que eso es cierto. El tipo en el muelle se supone que los revise,
entonces lo confirmará con Stankovski, quien luego se asegurará que hay un billete
de avión esperándome en Barcelona.
―Podemos hacer un trato ―empezó Marc, y sus dedos soltaron el volante―.
No confío en ti. Aunque no ayudaras a Ivanov intencionadamente, te usó para
llegar a mí, estoy seguro. Aún eres su peón. Pero te ayudaré a llegar a Marruecos.
Sin este auto, vas a necesitarme. Enseñas los diamantes, subes a tu ferry, llegas a
Barcelona. Me llevo los diamantes, vuelvo, pongo a los liberianos contra la Bratva.
Ambos tenemos lo que necesitamos.
Lily lo miró con fijeza. Podría funcionar. Podría realmente funcionar. Estaban
en un punto muerto… él no iba a dejarla ir y ella era la única que podía llegar a los
diamantes. Él tenía razón, sin un auto, la ruta sería dura. Probablemente tendría
que robar uno, lo cual sería mucho más fácil con su ayuda. Y tener a un hombre
para ayudar, un hombre que claramente estaba muy bien versado en disparar y
robar, haría todo el viaje más fácil.
―¿Por qué debería confiar en que en realidad me vas a ayudar? ―Hizo la
pregunta del millón de dólares. Ninguno de ellos tenía una razón para confiar en el
otro. Una vez que la caja de seguridad estuviera abierta, nada lo detendría de hacer
lo que quisiera. Estaba armado. Era más grande. Ella estaba encadenada a él por su
muñeca. No tenía nada, su única moneda de cambio era la caja de seguridad.
―No deberías. Pero cuando hago una promesa, la mantengo. Eso es lo mejor
que puedo hacer ―replicó.
―Quiero una pistola.
Su mano fue a su garganta.
―He dicho que mantengo mis promesas, no que sea jodidamente estúpido.
Ahora ve a abrir la maldita caja de seguridad.
La empujó hacia atrás, impulsándola fuera del auto. Cayó sobre su espalda y
rodó sobre sus rodillas, tosiendo y escupiendo. Lo oyó moverse detrás de ella,
luego sus pies estaban contra su espalda, empujándola de nuevo. Ella gruñó y
gateó hacia delante, apresurándose a ponerse de pie.
Él enrolló la cadena en su brazo mientras caminaba, recogiendo lo suelto. La
guio alrededor del auto, hasta el maletero. Lo había abierto antes de salir del auto y
fue fácil abrirlo. El brillante teclado numérico destelló hacia ellos. Lily se lamió los
labios. Una vez que lo abriera, no habría vuelta atrás. Los explosivos serían
permanentemente desactivados. Los diamantes estarían fuera, ella se encontraría
completamente a su merced. Se giró para mirarlo.
―Marc ―exhaló, y pareció tener efecto en él. Frunció el ceño y no encontró
sus ojos, sólo mirando a la caja de seguridad―. Estoy confiando en ti. Necesito
llegar a Moscú. Necesito subir a ese ferry. No puedes posiblemente entender…
tengo que llegar allí.
Él simplemente asintió e hizo un gesto a la caja de seguridad. Ella respiró
profundamente. El peor escenario, que él tomara los diamantes y la dejara allí.
¿Qué podría hacer entonces? Volver caminando a Monrovia, rezar para que no la
mataran por el camino y advertir a la Bratva de sus planes. Era la única opción. No
podía sentarse ahí jugando juegos mentales con él más tiempo.
―Ábrela ―gruñó él cuando dudó por demasiado tiempo.
―Aléjate primero ―ordenó. Finalmente la miró de nuevo―. Aléjate. Tanto
como permita la cadena. Voy a tomar estas piedras. Mantén la distancia.
Marc pareció querer discutir, desesperadamente, pero obedeció. Lentamente
se alejó de ella, desenrollando la cadena y dejándola caer al suelo. Cuando llegó
tan lejos como los eslabones permitían, hizo un gran gesto al apoyar su mano en la
culata de su pistola. Ella lo fulminó con la mirada y se volvió hacia el maletero.
Había varias secuencias de números para recordar y meter, pero después de
un par de momentos, la caja de seguridad se abrió. Hizo una mueca cuando
sucedió. Era como el fin de su plan. No había vuelta atrás al plan original ahora.
Era todo “improvisación” de ahora en adelante. Miró al maletero, intentando
mantener a raya el ataque de pánico. Nunca había improvisado nada en su vida.
―¡¿Qué te está tomando tanto tiempo?! ―gritó Marc con voz enojada. Metió
la mano en la caja de seguridad.
―¡Este es el soborno! ¡Para la gente del muelle! ―gritó, alzando fajos de
dinero enrollados apretadamente. Empezó a meterlos en los varios bolsillos de sus
pantalones de camuflaje.
Después de que el resto del dinero estuviera guardado, pudo verlo. Debajo de
un teléfono satélite y envuelto en un chal, una bolsa Ziplock de una galón.
Duradera. A prueba de agua. Hermética. Metió la mano en la caja de seguridad,
empezó a apartar el pañuelo. Las piedras aparecieron a la vista. Montones de ellas,
de varios tamaños, un par tan grandes como tres o cuatro quilates, sin embargo, la
mayoría eran pequeñas. Todos tenían la absoluta mejor claridad que jamás había
visto.
Sus manos empezaron a temblar y la sensación de pánico volvió. Esto era
todo. Los diamantes estaban fuera. Él podía arrebatárselos. Llevárselos. Tomar lo
que sea que quisiera. Era un hombre, después de todo, y todos los hombres eran
horribles. Los hombres eran lo peor. Los hombres podían hacer lo que quisieran.
Los hombres no eran de confianza.
La idea apenas se había formado en la mente de Lily cuando actuó. Echó un
vistazo a Marc mientras abría la bolsa. Estaba silencioso fuera y el sonido se
transmitió. Lo ignoró y empezó a meter sus dedos en las piedras.
―¡Oye! ¡OYE! ¡¿Qué estás haciendo?! ―Marc empezó a correr hacia ella―.
¡Teníamos un trato! ¡Teníamos un trato!
Lily recogió varias de las piedras más grandes que pudo encontrar y se puso
de pie, metiéndolas en su boca al mismo tiempo. Cuando los diamantes cayeron en
su lengua, los tragó. Entonces rápidamente se encorvó, moviéndose rápido para
meter la bolsa en el frente de sus pantalones, dentro de su ropa interior. Marc la
alcanzó justo cuando su mano quedó libre y él la agarró por los hombros,
sacudiéndola con fuerza.
―¡Para! ―gritó ella, tambaleándose, aferrándose a su camiseta.
―¡¿Por qué hiciste eso?! ¡Dame el resto! ―exigió.
―¡Que te jodan!
Dejó de zarandearla y, por un momento, estuvo contenta, pero entonces su
mano se hundió en la parte delantera de sus pantalones y la alegría se fue. Ella
gritó y agarró su muñeca, retirando sus caderas de él. Se movieron alrededor,
zigzagueando de un lado a otro. Sus dedos se aferraron a la parte delantera de su
ropa interior, tirando, la bolsa casi a su alcance. Ella pisó su empeine, esperando
hacerlo retroceder. No funcionó. Él gruñó y la siguiente cosa que supo ella, fue que
estaba volando por el aire. La derribó al suelo, sacándole el aire. Mientras intentaba
recuperar la respiración, él se arrodilló sobre ella y continuó su búsqueda en sus
bragas. Finalmente sacó la bolsa y la examinó a la luz del sol.
―Estúpida perra. Maldita estúpida perra. ¡¿Por qué?! ¡Pensaba que teníamos
un puto trato! ―le gritó.
―Que se joda tu trato. ―Jadeó. Él le dio un revés, luego sujetó su barbilla,
forzándola a mirarlo. Con su mano libre, sacó un cuchillo de la pernera de su
pantalón y lo presionó contra su garganta.
―Jódeme otra vez y el trato se acaba. Sacaré esas putas piedras de tu
estómago a cortes, pequeña niña ―siseó. Ella le escupió al rostro.
Parecía la respuesta apropiada.
Un revés más y él pareció en paz con lo que había pasado. Se apartó de ella y
se alejó a tropezones, inspeccionando los diamantes restantes. Lily gimió y frotó su
mandíbula por un momento. No la había golpeado con toda su fuerza, estaba
segura, pero fue suficiente fuerza para hacerlo sentir como si su mandíbula
quisiera salirse de sus goznes. Finalmente se puso de pie, manteniéndose a
distancia de él.
―No puedes traicionarme. Saben el peso de esa bolsa, puedes estar seguro.
Saben que había varios de tres y cuatro quilates, notarán que se han perdido.
Ahora me necesitas ―farfulló ella, quitando el polvo de sus pantalones. Él la
fulminó con la mirada antes de volver al auto y meterse en el asiento de atrás.
―¡Sólo por un día más! ―gritó. Cuando se enderezó, tenía algún tipo de
bolsa en su mano. Metió los diamantes en ella primero, luego empezó a cargarla
con botellas de agua y cecina que ella había comprado el día anterior en la
gasolinera. Su estómago gruñó audiblemente.
―¿Qué sucede en un día? ―preguntó. Él se puso la bolsa sobre sus hombros.
Una gruesa tira pasaba en diagonal por su pecho y la cerró, asegurando el paquete
firmemente en el lugar. Tiró de las ataduras, poniéndola más apretada, así que
estaba totalmente a ras de su espalda.
―Tienes que ir al baño en algún punto, cariño, y si tarda más, iré y los sacará
yo mismo. Ahora muévete.
―¿Dónde estamos? ―Eligió ignorarlo. Estaban en una zona llana con
arbustos y matorrales, y podía ver árboles a su alrededor. Parecía que estaban en
medio de ninguna parte.
―Nos encontramos a unos trescientos metros de la carretera ―respondió, y
ella asumió que era la verdad.
―¿Trescientos metros? ―inquirió por aclaración.
―De donde detuviste el auto.
―¿Cómo llegamos aquí?
―Empujé el auto aquí. Estabas en el asiento trasero.
―Vaya.
―Esto no es las veinte preguntas, te dije que te movieras ―le recordó Marc, y
su mano se apoyó en su pistola. Ella siguió el movimiento, luego miró la pistola. Su
pistola. La que él usaba era su pistola, su Glock 22. La que había comprado hace
cinco años, la que había viajado alrededor de todo el mundo con ella.
La que tenía un destino muy específico.
―¿Dónde conseguiste eso? ―preguntó Lily, asintiendo hacia su cintura. Él
miró abajo y cuando alzó la mirada de nuevo, estaba sonriendo.
―Sabía que el arma tenía que ser especial para ti. Había muchas armas en el
auto. Algunas escondidas, algunas en un sitio llano, pero esta era la única con llave
en un estuche de arma. ¿La razón? Debe ser muy importante para ti. ―Marc había
acomodado las piezas.
―Es sólo un arma, como cualquier otra ―intentó disimular.
―Es un arma que estabas guardando para una ocasión especial.
―Bueno, supongo que ya no importa de todos modos.
―Tienes razón, ya no. Ahora, muévete.
Luego él tiro la cadena con fuerza suficiente para ponerla de rodillas.
Idiota.
Se dirigieron de nuevo a la carretera. Lily se mantuvo alejada de él al
principio, manteniéndose lo más lejos como la cadena se lo permitiera. No le
gustaba estar cerca de él. Le traía recuerdos que prefería olvidar, especialmente
considerando sus nuevas circunstancias. Pero, a él no le gustaba que ella estuviera
tan lejos por su espalda, así que, se detuvo y jaló con más fuerza la cadena
alrededor de su cintura, haciéndolo así ella no podía estar a más de un metro de
distancia.
Gran idiota.
Una vez en la carretera, empezaron a caminar, más lejos de Monrovia. Él
puso un ritmo rápido y sobre la marcha, Lily comenzó a sentir todas sus heridas.
Le dolía la cadera, la cabeza le latía y estaba tan sedienta que apenas podía ver
bien. No quería decirle nada, pero su cuerpo no era tan fuerte. Tropezó un par de
veces y logró seguir adelante, pero cuando cayó de rodillas fue una historia
diferente. No podía volver a ponerse de pie.
―¿A qué juegas ahora? ―espetó él. Ella negó, tratando de aclarar su visión
doble.
―Agua ―jadeó. Él tiró la cadena, casi haciendo que se colapse.
―¿¡Qué fue eso!?
―¡Agua! Necesito… agua. Ha pasado un día y medio desde que he bebido
algo y hemos estado caminado una eternidad ―gritó en respuesta. Hubo un
murmullo, y no esperaba que él cumpliera, pero luego, ahí estaba, en cuclillas
frente a ella y sosteniendo una botella de agua. Ella la tomó.
―Estúpida, estúpida, estúpida. Deberías haber dicho algo. Este calor puede
matarte ―gruñó él. Ella se mantuvo de rodillas, una mano contra el suelo y la otra
inclinando la botella en sus labios. Mientras tragaba el líquido, estaba sorprendida
de sentir algo fresco en su cuello. Abrió los ojos y se dio cuenta que él estaba
rociando agua por su espalda.
―¿Por qué estás siendo amable conmigo? ―preguntó, limpiando su boca.
―Porque no quiero llevar un cuerpo muerto con este calor. Sigue caminando.
Caminaron por dos horas sin mirar nada. Marc se detuvo regularmente por
ella, sin siquiera preguntar. Repartió agua para los dos. Ella se sentía como la
mierda, pero ya no se sentía como si estuviera por colapsar. Y el bastardo aún no
había intentado matarla aún, así que, eso era una ventaja.
Aún…
Apenas en su tercera hora caminando, sucedió. Un auto en el horizonte.
Estaban en un tramo de una carretera recta con enorme árboles y vegetación a
ambos lados. Era húmedo y caliente, y por un segundo, Lily pensó que era un
espejismo. Olas de calor. Pero no, un auto, definitivamente se dirigía hacia ellos.
―Sólo sigue caminando ―instruyó Marc, jalando la cadena cuando ella se
detuvo para mirar.
―¿Qué va a suceder? ―preguntó.
Era la primera vez que por voluntad propia inició una conversación con él
desde que dejaron el auto. Estaba nerviosa. Liberia era un lugar peligroso, y
Monrovia aún más, así que, el auto que se dirigía a ellos no era necesariamente
algo bueno. No quería pasar de estar encadenada por un mercenario, a estar
encadenada en una base de delincuentes.
―Nada, sólo sigue caminando. No hagas nada a menos que lo diga.
El auto era un viejo y destartalado Volvo, y no tenía una puerta trasera, sólo
una lona cubriéndola. Se acercaba, y Lily tenía grandes esperanzas que pasaría de
largo, pero no tuvo suerte. El conductor frenó de golpe, los neumáticos chillando y
dejando goma sobre el asfalto. Marc dejó de caminar, así que, Lily también,
escondiéndose un poco rápidamente detrás de él.
―Marc, ¿qué si ellos…? ―empezó a susurrar.
―Ni una palabra. Haz lo que sea que te diga ―siseó.
Lily observaba cuando dos hombres bajaron del auto. Podrían haber tenido
entre dieciocho y treinta años. La vida no había sido amable con ellos. Eran
demacrados, delgados, ya sea por desnutrición o drogas, no podría decirlo. Ambos
tenían rifles grandes y totalmente automáticos. Ambos estaban hablando tan fuerte
hacia Marc haciendo señas hacia ella.
―¡Ah! ―Marc estaba sonriendo, y, en realidad, era más terrorífico que la
mirada que tenía casi todo el día―. ¿Les gusta? ¿Les gusta lo que ven? ―preguntó,
haciendo señas en su dirección.
Ella casi se atraganta. Algo pasaba; los hombres hablaban entre ellos,
hablando en una mezcolanza de inglés, pidgin y francés. Un montón de
observaciones, señas y miradas eran dirigidas a ella. Uno de los extraños dio un
paso más cerca de ella, acercándose para tocar su cabello.
―Me gusta el rojo ―digo con una voz barítona. Ella se apartó de él.
―¿¡Qué sucede!? ―demandó ella. Ellos empezaron a hablar más fuerte y
Marc la colocó frente a él.
―¡Esta es peligrosa, mis amigos! Tiene garras, rasguña, como un gato. ―Rió,
envolviendo un brazo alrededor de su cintura y manteniéndola cerca. Era la
primera vez que la tocaba de una manera íntima desde esa noche juntos en su
habitación.
―¿¡De qué mierda hablas!? ―exclamó ella, tratando de girar la cabeza para
mirarlo. Los dos hombres rieron, uno de ellos extendió un brazo, señalando a su
pecho.
―¡Sí! Su mejor característica, estoy de acuerdo. Incluso mejor desnuda, se los
garantizo. ¿Quieren probar? ―ofreció Marc, y Lily estaba increíblemente
sorprendida cuando sus manos acunaron sus pechos.
―¡Aparta tus jodidas manos de mí! ―espetó, revolviéndose en su agarre. Los
hombres sólo rieron más.
―¿Cuánto? ¿Cuánto? ―empezaron a preguntar, buscando en sus pantalones.
La furia de Lily se convirtió en pánico.
―¡No puedes venderme! ¡La gente sabe que estoy aquí! ¡No puedes hacerme
esto! ―gritó, miedo a flor de piel. Las manos de Marc se movieron a su cintura y le
agarró, apretando sus dedos. Ella gritó de dolor.
―Cállate y confía en mí. ―Su voz era baja y cerca de su oreja.
―¡No! ¡No! ¡Jodido mentiroso! ¿¡Jodidamente vas a venderme!? ¡Jodido
mentiroso! ―gritó tratando de alejarse.
―¡El auto! ―gritó Marc sobre ella―. Denme las llaves, ¡les entrego la chica!
Los hombres negaron y empezaron a discutir. Lily gruñó y gritó, tratando de
liberarse de Marc. Finalmente, le dio un golpe en la cabeza con la culta del arma. El
golpe resonó en su cráneo y se retorció de dolor, con las manos en la parte
posterior de la cabeza.
―¡No trato! ¡No trato! ¡Tú tomar dinero, o nosotros tomar la chica! ―gritó
uno de los hombre y bajó el arma al nivel de la cabeza de Marc.
―¡Denme el auto, les daré la chica! ―instó Marc.
―¡No!
Alguien tomó la mano de Lily y la jalaron hacia delante. Gritó e
inmediatamente intentó alejarse. Un brazo fue alrededor de su cintura, y estaba
muy segura que era Marc, y un juego de tira y afloja comenzó. Fue levantada del
suelo, uno de los extraños pasando un brazo alrededor de sus hombros. Dio
patadas con sus piernas y se las arregló para envolverlas alrededor de la cintura de
Marc y se quedó fija, aferrándose por su vida.
―¡Lily! ¡Cálmate! ―La voz de Marc pasó a través del caos.
―¿¡HABLAS JODIDAMENTE EN SERIO!? ¡ESTOY SIENDO
SECUESTRADA! ―gritó ella.
A pesar de la conmoción, los gritos y bramidos, los chillidos agudos
femeninos de Lily, el sonido de un arma siendo recargada era inconfundible y pasó
a través de la discordancia. Todos se congelaron, y cuando levantó la cabeza, fue
para ver a Mac apuntando con su Glock en línea recta. Tragó con fuerza y mantuvo
su agarre en su cintura.
―Cómo puedes ver, a mi amiga le gusta hacer las cosas difíciles. Sólo
necesitamos tu auto ―explicó Marc en voz baja.
Lily echó un vistazo detrás de ella. Durante la lucha, ambos hombres habían
soltado sus armas. Marc las había arrojado, lo que posiblemente había sido su plan
todo el tiempo. Todos se mantenían completamente inmóviles, ojos moviéndose
entre ellos.
―Nosotros la soltamos ―ofreció un hombre, su voz tranquila.
―¡No! No se muevan. Lily, libera mi cintura ―instruyó Marc.
―No, me van a llevar.
―Sólo confía en mí.
No confiaba en él, en absoluto. Pero bajo sus pies al suelo.
Apenas hizo contacto visual con el asfalto cuando todo el infierno se desató.
Los dos hombres soltaron su torso mientras iban a buscar sus armas. Marc gritó,
luego se oyeron disparos. Lily gritó, cubriéndose el rostro con las manos.
No sabía cuánto tiempo duró; se sintió como una eternidad, pero también
como que todo sucedió en un parpadeo. Se hizo un ovillo, y cuando sintió una
mano en su pierna, gritó y empezó a dar patadas.
―¡Soy yo! ¡Soy yo, idiota! ―gritó Marc, agarrando su tobillo y jalándola lo
suficientemente fuerte para arrastrarla un par de centímetros hacia él. Abrió los
ojos y él se movió para pararse sobre ella.
―¿Dónde fueron? ―preguntó, enderezándose.
―Tú hiciste esto ―espetó―. Quiero que recuerdes eso. Si tan sólo cerraras la
puta boca de vez en cuando, escucharas lo que digo… mierda ―estaba
murmurando, casi hablando más para sí mismo. Ella se levantó y se volteó hacia él,
y luego se quedó sin aliento al ver frente a ella.
Los dos hombres estaban muertos. Uno de ellos boca abajo, gracias a Dios. El
otro, Lily no tuvo tanta suerte. Él había disparado tres veces a su pecho y una
cuarta bala había rozado su cabeza, tomando un pedazo de su cráneo. Puso una
mano sobre su boca.
―Voy a enfermarme ―gruñó, tratando de no vomitar. Una cosa era planear
la muerte de un hombre por más de cinco años, y otra muy diferente ver la muerte
y destrucción frente a ella.
―Cállate y ven a ayudar ―dijo Marc, tirando su cadena. Ella se tambaleó
hacia delante.
―No voy a tocarlos ―respondió, desafiante.
―Oh, sí, lo harás. Contribuiste en este desastre, así que, seguro como la
mierda vas a limpiar esto ―declaró.
―¿¡Yo hice qué!? ¡No te atrevas culparme a mí por sus muertes! ―gritó―.
¡No dijiste nada! ¡Ibas a venderme! ¿Cómo pensabas que iba a reaccionar? ―Él se
aproximó a ella y se puso al nivel de su rostro, frente a frente.
―Te dije que callaras. Te dije que no hicieras nada. No iba a venderte. Estaba
distrayéndolos, así podíamos robar el auto. Sí sólo hubieras escuchado lo que dije y
prestar atención, ¡estos hombres estarían vivos ahora!
Lily no podía creerlo. La había golpeado. La había encadenado a él. La había
hecho caminar por kilómetros. Había arruinado su plan de cinco años. Y ahora, la
estaba culpando por las muertes de los dos hombres.
A. La. Mierda.
A pesar de descontrolarse como la mierda hace unos momentos, Lily no era
ninguna flor marchita. Tenía una amplía formación en combate cuerpo a cuerpo.
Dejó escapar un grito, y luego, le dio un cabezazo a Marc lo más fuerte que
posiblemente pudo.
El movimiento lo atrapó con la guardia baja, y Lily tomó su aturdimiento y lo
usó a su ventaja, levantando su pierna y pateando fuerte sus rodillas. Luego,
agarró un puñado de su cabello y golpeó su frente contra su propia pierna,
causando que cayera hacia atrás.
Se apresuró hacia él, pateando sus costillas. Una vez, dos, tres, y cuatro veces,
pero luego, cuando iba por la quinta vez, él se las arregló para agarrar su pie. Lo
giró y ella se desequilibró completamente, cayendo al suelo.
Ambos rodaron por un minuto, Marc intentando controlar sus extremidades
moviéndose, Lily retorciéndose así podía ganar la ventaja. No funcionó, y pronto
estuvo con su rostro en el suelo, la cadena envuelta alrededor de su cuello. Él la
jaló hacia atrás tan fuerte que su espalda estaba arqueada, levantando su pecho del
pavimento. Se atragantó y tosió, los dedos agarrando las cadenas.
―¿Jodidamente me escupiste, me golpeaste, y me diste un puto cabezazo?
¿¡De dónde mierda vino eso!? ―le gritaba mientras la ahogaba.
Haz algo o quedarás fuera de juego.
Estaba de rodillas sobre sus caderas, lo que lo ponía muy cerca. Golpeó su
codo contra su plexo solar. Dio un par de arcadas y cayó hacia delante, encima de
ella. Lily fue con eso, cayendo con su peso y dejándolo rodar sobre ella. Se puso de
rodillas, y mientras lo hacía, lo vio. Su arma. Se había caído de sus pantalones y
estaba en el pavimento.
Ella se puso de pie, levantándola. Pero ni siquiera tuvo el tiempo suficiente
para recargarla antes de que Marc estuviera sobre ella, pateando una de sus
piernas por debajo de ella. Cayó sobre una rodilla y se vengó con algunos de los
movimientos que ella había usado antes; un codazo directamente al pecho. Ella
abrió la boca, presionando una mano al esternón. La mano de él tomó un puñado
de su cabello, arqueando su cabeza. Manteniendo su palma firme, levantó la mano,
llevándola hacia su nariz. Él gruñó y la dejó ir.
Nuevamente se puso de pie y comenzó a correr, pero se olvidó de la estúpida
cadena. Apenas se había alejado un metro y medio cuando la jalaron
violentamente hacia atrás. Mientras se dio la vuelta, él le dio una bofetada, lo que
la hizo caer a un lado del auto. Se movió rápidamente, deslizando el cargador y
moviendo el arma frente a ella, pero él tomó su muñeca, manteniendo el cañón
apuntando lejos de él cuando disparó dos veces. Él llevo su otro puño
directamente a su rostro, así que se hizo a un lado, causando que él golpeara la
ventanilla del pasajero. Luego le dio un rodillazo en las pelotas. Esperaba que eso
lo dejara fuera de juego, pero, sorprendentemente, no lo hizo. Él hizo un sonido
raro en la parte posterior de la garganta y se le doblaron las rodillas, pero no cayó.
Su mano estaba a través del vidrio, atrapado entre los fragmentos rotos. Su
otra mano se envuelta alrededor de sus dos muñecas, manteniendo el arma lejos.
Cuando sus rodillas se debilitaron, las había presionado contra sus piernas,
inmovilizándola con eficacia en su lugar.
Otro enfrentamiento.
―Realmente ibas a dispararme. ―Él estaba respirando con dificultad. Ella
estaba contenta de ver que le sangraba la nariz.
―Sólo en la rodilla, no seas marica ―jadeó.
―¿Qué fue lo que dije que haría si me molestabas de nuevo? ―preguntó, con
los ojos vagando por su cuerpo. Lily trago con fuerza.
―No lo harías ―susurró ella, recordando su amenaza de sacarle los
diamantes.
―Me probaste. Tal vez es hora que ves con el tipo de hombre con el que estás
lidiando.
Lily dejó caer todo su peso contra su brazo extendido, cortando su antebrazo
contra el vidrio roto. Él gruñó y el agarre que tenía en sus muñecas se aligeró lo
suficiente para que ella pudiera liberarse. Pero no quedó lo suficientemente
aturdido para dejarla ir, y fue jalada al suelo una vez más. La pistola salió volando.
Fueron garras, arañazos, tirones de cabello después de eso, ambos
arrastrándose hacia el arma. Ella se subió a su espalda en un momento dado,
mordió su hombro con tanta fuerza que el sabor cobre de su sangre tiñó su lengua.
Él se dio la vuelta por ese golpe, pero esto estuvo bien para ella, ya que significaba
que podía sacar las piernas debajo de él. Él puso todo su peso mientras ella
intentaba colocarse encima.
Ella se sentó en su pecho, las rodillas a cada lado de su cabeza, los pies
sujetando sus brazos a los lados. Luego le dio el mejor gancho de derecha que
tenía, directamente a través de su mandíbula. Con el segundo golpe, lo hizo
sangrar y con el tercero, estaba segura que le había aflojado algunos dientes. Sin
embargo, no tuvo una cuarta oportunidad; él liberó sus brazos y la agarró por las
caderas, rodando y colocándola debajo de él.
Aterrizaron sobre la pistola. Se clavó dolorosamente en su columna vertebral.
Rodaron de un lado a otro, ambos tratando de alcanzar debajo de ella para llegar al
arma. Se resistió y se movió, tratando de quitárselo de encima, pero él no se movió.
Incluso fue capaz de inmovilizar sus rodillas firmemente contra sus caderas,
arreglándoselas para mantenerla en su lugar. Ella gritó cuando sintió que él
agarraba la culata de la pistola. Su última esperanza era darle un cabezazo de
nuevo, pero para su horror, justo cuando estaba levantando su frente, él estaba
apuntando el cañón directamente hacia ella. Luego se movió unos centímetros y
apretó el gatillo dos veces, disparos rápidos, a ambos lados de su cabeza antes de
apuntar el cañón directamente a su pecho, tan cerca, que podía sentir el calor del
cañón.
―No. Te. Muevas.
No era una petición, y no había nada suave en su voz. No se movió, aunque
no podía dejar de jadear. También había un zumbido agudo en ambos oídos. Se
quedó mirando la pistola, y luego su rostro. Él la estaba lacerando con la mirada.
Parecía que siempre lo hacía.
―Hazlo ―susurró―. Has arruinado todo, de todos modos. Aprieta el gatillo.
No es como si matarme te importara, ¿verdad? Hazlo.
El arma estaba cargada, no tenía seguro y ya estaba amartillada. Ella se
preparó para el final.
Pero no fue así.
―De aquí en adelante, harás lo que yo digo. Ahora vamos a largarnos de aquí.
(8)
DÍA DOS

C
ondujeron durante horas. No hablaron en absoluto, excepto cuando Lily
le dio instrucciones. Ella le mostró dónde girar por un camino de tierra, el
cual les llevo eventualmente a una vieja carretera del ejército sin usar.
Solo conseguir salir de Liberia tomó un par de horas, pero no se detuvieron en
Guinea. Marc estaba determinado a hacer el viaje lo más rápido posible y no quería
dejar de moverse, no quería correr el riesgo de llamar ninguna atención. Robó
gasolina y alimentos a lo largo del camino siempre que podía. Había encadenado a
Lily a su asiento, no confiaba en ella más lejos de lo que él podía derribarla. Ella se
quedó en silencio, una mirada de resignación pintada en su cara.
Podía admitirlo, la chica era buena. No era tanto el cabezazo en sí, sino el
gran choque que ella había intentado en un movimiento como ese, era lo que le
había sorprendido. Su rodilla, el estómago; ella sabía dónde aterrizar sus golpes.
Después de que se habían levantado y desempolvado, había tenido que escupir un
diente, de los golpes sueltos que ella había tirado. La chica podía golpear.
Probablemente hubiera perdido esa pelea si ella se hubiera molestado alguna vez,
en aprender a controlar su temperamento.
Miró a través del coche en ella. Por fin se había quedado dormida. Casi se
veía dulce en su sueño. Nunca la había visto en reposo antes; en la casa de
seguridad siempre había estado haciendo algo, en su camino de entrada o salida, o
coqueteando con él, hablando con él. En su habitación había sido sexo incesante,
con él siendo el único para conciliar el sueño. Ella siempre estaba en movimiento,
siempre en marcha. Se preguntó qué le había sucedido a Lily en su vida. ¿Qué
había transformado al pastel de fresas en una máquina de combate que hizo el
trabajo sucio por una Bratva rusa?
¿Y por qué quiere llegar a Moscú tanto?
Cualquiera que sea la razón, debe haber sido una extraordinaria. La había
golpeado. La había capturado. La había amenazado. Y aun así, había tragado un
montón de diamantes como si fueran M & Ms y luego hizo todo lo posible por
patear su culo.
Estaba impresionado.
Pasaron a través de Guinea sin incidentes, bordeando las ciudades, y
cruzaron la frontera hacia Malí. Fuera estaba oscuro, y no podía mantener los ojos
abiertos, pero verdaderamente como la mierda no iba a dejarla conducir. Es
probable que bloquee el pedal del acelerador en su lugar, entonces conduzca su
culo justo en un lago.
Estaban en las afueras de Bamako, la ciudad más grande en Mali. Marc no
quería ir especialmente a través de la ciudad, la Bratva y la banda liberiana habrían
llamado a los aliados, pidiéndoles buscarle. Incluso posiblemente ellos, en ese
punto. Había un teléfono en la caja fuerte de su coche, sin duda Lily lo había
estado destinando para verificar. Además de eso, el coche tenía probablemente un
dispositivo de rastreo. Podía imaginar a Ivanov perdiendo su cabeza,
preguntándose por qué el coche estaba sentado en un solo lugar por tanto tiempo.
Antes de que pudieran entrar propiamente en Bamako, Marc tomó un
desvío, conduciendo el coche por una oscura, fangosa carretera. Él estaba
buscando algo muy específico, y le tomó cerca de una hora de búsqueda antes de
encontrarlo.
Una casa de huéspedes.
De mala fama, fuera de la ruta marcada de los “hoteles”, las pensiones
tendían a ser muy tranquilas. Básicamente sólo casas normales, donde los
propietarios alquilaban sus dormitorios de repuesto por un poco de dinero extra.
Los propietarios a menudo hacían la vista gorda ante sus huéspedes. Marc
probablemente podría caminar dentro llevando un cadáver, siempre y cuando
pagase, no habría ninguna pregunta.
No era lo ideal. Una pensión “de mala fama” probablemente era lo que
hicieran otros criminales, también. Justo lo que buscaba evitar. Sin embargo, un
hotel adecuado en una buena parte de la ciudad no era una buena idea, tampoco.
Lily podía, y probablemente quería, crear una escena, y sin mencionar el hecho de
que ambos estaban golpeados y sangrando.
Así que pensión era.
Marc mantuvo a Lily cerca de su lado mientras hablaba con el propietario.
Sólo había una habitación libre, y la tomó. Todo lo que quería era una ducha de
verdad, lo que el doblemente y triplemente, comprobó que tenían; el agua
corriente era un lujo en muchos lugares de África occidental.
―No voy a dormir contigo.
Eran las primeras palabras que Lily había hablado con él desde que habían
despegado, de vuelta en Liberia.
―No te hagas ilusiones. ―Rió entre dientes, encabezándose dentro de su
habitación.
―Sólo hay una cama ―señaló.
―Espero que te guste el suelo.
―Honestamente, realmente te odio.
―Puedo vivir con eso. ―Incluso se rió mientras veía los muebles. La cama
tenía un viejo marco de latón pasado de moda y se acercó, empujando el débil
colchón fuera. Desenrolló su correa de su brazo, luego la ató alrededor de los rieles
de la junta de los pies, varias veces, antes de cerrarlo con candado en su lugar.
―¿De verdad? ¿Estás tan asustado de mí? ―le espetó. Él asintió mientras se
quitaba la mochila y la arrojaba en el cuarto de baño.
―Aterrorizado ―respondió. Ella lo fulmino. Era una mirada que ella usaba a
menudo y se preguntó si tenía alguna idea de que no era asustadiza en absoluto.
De hecho, era una especie de adorable. La forma en que arrugó la nariz, se parecía
a un gatito enojado.
―¿Qué pasa si tengo que hacer pis? ¿O tomar una ducha? ―preguntó.
―Estoy a punto de tomar una ducha, no dudes en unirte a mí ―respondió,
quitándose la camiseta. Cuando la saco de su cabeza, ella estaba mirando lejos de
él, un rubor tiñendo sus mejillas. Mientras los recuerdos de su noche juntos
regresaron hacia él, sabía exactamente lo que ella estaba pensando. La puede haber
odiado, pero ducharse juntos de repente no sonaba tan mal.
―Prefiero apestar.
―Bien para mí.
Entró en el cuarto de baño contiguo, pero no cerró la puerta. Quería ser
capaz de oír cualquier cosa de lo que ella podría hacer; oír si se escapaba y decidía
matarlo. Cuando se había desnudado, echó un vistazo por encima del hombro. Ella
estaba acostada en la cama, de espaldas a él, hecha un ovillo.
Bueno, estaba cansada. No voy a tener que luchar con ella toda la noche.
Dejó que el agua cayese sobre su cuerpo. No era climatizada, pero se sentía
bien. Apoyó los antebrazos en la pared y el agua se derramo por su espalda. Se
frotó el dolor en los músculos y los huesos heridos. Limpiando la sangre de la cara
y el cabello. Una gran cantidad de agua de color rojo oxidado se arremolinaba por
el desagüe.
Todos los trabajos que he tenido durante todos los años, y Big Red se acerca más que
cualquier persona que he conocido.
Pasó una sólida media hora en la ducha, disfrutando de la sensación de estar
limpio. Entonces agarró la camiseta que había estado usando durante todo el día,
lavándola lo mejor que podía usando una pastilla de jabón y frotándola contra los
azulejos de la pared. Sólo tenía otra camiseta en su bolsa, sus opciones de ropa
eran limitadas, y quería hacerse cargo de ellas. Un millón de diferentes
enfermedades y bacterias flotaban alrededor de África, la limpieza era una
necesidad.
Estaba sintiéndose incluso bastante bien cuando salió de la ducha, así que fue
una decepción aún mayor cuando entró en la habitación principal y vio lo que ella
había estado haciendo. No estaba seguro de cómo lo había hecho sin que la oyera,
pero se las había arreglado para conseguir separar el bastidor del extremo de la
parte principal de la cama. El colchón estaba descansando en un ángulo
descendente.
Lily no estaba cerca de la cama. Estaba sentada en una silla junto a la
ventana, la longitud de la cadena apilada en su regazo. Marc estaba muy
agradecido de haber tenido la precaución de poner su mochila en el baño con él,
tenía el arma y los diamantes en ella.
―Me quedé ―afirmó con voz fuerte.
―Me di cuenta.
―Hice esto para probar un punto. Podría haberte dejado. Era un lugar
bastante estúpido para encadenarme. Sabía en el momento en que lo hiciste que
podía escapar. Pero no lo hice. Me quedé. Quiero esta cosa fuera de encima, ahora
―exigió Lily, tirando de las cadenas alrededor de su cintura.
―No ―negó con la cabeza.
―También podría haberme colado detrás de ti en la ducha y apuñalarte con
uno de estos accesorios de latón. Romperte la crisma con una de esas lámparas. O
lo más fácil de todo, simplemente arrojar la radio en el agua contigo. Pero no lo hice.
Elegí sentarme y esperar, todo para demostrar que puedes confiar. Quita la cadena
―instó. Marc se acercó a ella, una ceja levantada hacia arriba.
―La última vez que hicimos un trato me jodiste ―le recordó.
―Entonces, te debo una. Quítame la cadena.
―No quiero morir en mi sueño.
―Yo tampoco. Y no quiero matarte. Solo quiero matar a un hombre. ―Su voz
cayó a un susurro.
Algo había cambiado. Marc no podía poner su dedo en ello, pero en el
tiempo que le tomo ducharse, algo en ella había cambiado.
―¿Qué hombre? ―preguntó Marc.
―Stankovski.
―¿¡Por qué!?
―No tengo que decirte nada. Sólo que no se trata de ti. Y no se trata de mí.
Durante cinco años he estado planeando la muerte de ese hombre. Cinco años de
mi vida, sólo para llegar tan cerca de él. ¿Y dónde estoy ahora? En una casa de
huéspedes de mierda en el medio de la nada, de Mali. Por favor. Sólo déjame hacer
esto y te daré los diamantes ―instó.
Marc se quedó mirándola durante un tiempo. Tenía moretones alrededor de
todo su cuello desde donde la había estrangulado con la cadena. Hematomas por
el lado de la mandíbula donde la había golpeado. Un liviano hematoma situado
sobre su ceja desde donde lo había cabeceado. Sabía que debía haber más debajo
de la ropa. Todos los moretones que había puesto en ella, todas las marcas que
había dejado.
Qué extraño, pasar de una noche de caricias suaves, a la siguiente llena de
golpes y codazos.
―Dime por qué necesitas llegar a Moscú ―contestó. Ella suspiró.
―Si te lo digo, ¿Me vas a quitar las cadenas?
―Probablemente no, pero conseguirás un paso más cerca de ello.
―Está bien. Pero primero, dame algo de comer.

Podría sorprender a la mayoría de personas saberlo, pero Marc de hecho


podía ser encantador cuando quería. Era la mitad de la noche, pero convenció a la
esposa del dueño de dejarlo merodear por su cocina. Agarraba cualquiera cosa
comestible y lo llevaba de nuevo a la habitación. Lily había armado de nuevo la
cama y se sentó en medio del colchón, esperando por él. La había encadenado al
radiador antes de irse. No podía desarmar eso.
―Te encontré comida. Escupe ―ofreció, dejando un plato de fruta frente a
ella.
Se zambulló en el plato, gimiendo mientras llevaba la comida a sus labios.
Marc había comido en la cocina, pero al verla comer la comida como si fuera lo
mejor que había comido alguna vez, viéndola lamer los jugos de sus dedos, lo puso
a pensar en otra cosa aparte de su pasado. Se aclaró la garganta, mirándola más
fijamente esta vez.
―Necesito llegar a Moscú ―comenzó a hablar alrededor de la comida en su
boca―, porque necesito matar a Anatoly Stankovski.
―Sabes quién es ¿verdad? ―se aseguró.
―Síp. ―Asintió.
―Entonces sabes que es imposible. Stankovski es un hombre muy poderoso,
y no sólo en su Bratva; muchas otras hermandades lo respetan, muchos círculos
criminales de todo el mundo. No sólo alguien puede caminar hasta su casa y tocar
su puerta ―le advirtió Marc. Le había tomado mucho trabajo a Marc antes de
conocer al gran hombre.
―¿Crees que no lo sé? ¿Por qué crees que estoy aquí? ¿Porque creí que
Monrovia sería un gran lugar para broncearme? ―preguntó en un sarcástico tono.
―No te hagas la astuta.
―Cinco años, Marcelle. Trabajaba en un banco en Cleveland, así que me
transferí a una rama en Nueva York. Se esparció el rumor de que podía lavar
dinero. Cuando el pez correcto picó el anzuelo, estuve dentro, filtrando dinero
para una pandilla en Brighton Beach. Llegué a conocer personas, comencé a
insinuarme en ciertas situaciones y eventos. Mientras tanto, tomé cada clase de
armas y defensa que pude encontrar. Eventualmente, llegué hasta Moscú, pensé
que jamás se me permitiría estar ni a un kilómetro de Stankovski. Este trabajo iba a
ser mi entrada, mi forma de probar mi lealtad y mi valía. Cinco años, un último
trabajo. Conseguirle los diamantes. Luego asesinarlo de un disparo. Hecho.
―Muy bien, entonces has “entrenado”. ¿Por qué Stankovski? ―investigó más
Marc. Si iba a confiar en ella para sostener su parte del trato, entonces tenía que
saber todo.
―Mi hermana Kaylee ―respondió llanamente―. Fue secuestrada durante un
viaje a Rumania. El FBI y las autoridades locales fueron capaces de rastrear su
desaparición a una operación de trata de blancas que era controlada por la Bratva
de Stankovski. La rastreamos hasta Moscú, pero cuando llegamos allí… bueno…
una autopsia mostró que había sufrido un gran trauma en la cabeza. Alguien la
había golpeado con un objeto contundente de algún tipo. Aparte de eso, tenía
grandes cantidades de heroína en su sistema. Nos dijeron que probablemente
habría muerto en cuestión de días, de todos modos ―terminó Lily su historia.
A Marc le hubiera gustado decir que su corazón lo sentía por ella. Pero no
tenía demasiado corazón. Había hecho cosas demasiado crueles en su vida. Nunca
había vendido a nadie, o golpeado a una mujer hasta la muerte, pero había matado
personas, había secuestrado por rescate, y había robado a la gente, y nunca se
había sentido mal por eso.
―Entonces tu hermana fue asesinada. Comenzaste a hacerte la idea de
conseguir una venganza. ¿Por qué Stankovski? Mucha gente opera bajo él
―señaló. Sacudió su cabeza.
―Fotos. Testigos. Conservó a Kaylee para él. La única razón por la que
golpeó fue porque intentó escapar. Durmió en su cuarto, y sólo en su cuarto. La
compró, la obligó a alimentarse de drogas, la violó, y la golpeó hasta la muerte.
Quiero acabarlo. ―La voz de Lily se puso más áspera―. ¿Ese estuche especial en mi
auto? ¿El arma que tomaste, mi Glock? Compré esa arma hace cinco años, y tomé
la decisión de que no me detendría hasta usarla para acabar con él. Esa Glock ha
estado en cada trabajo conmigo, ha ido a cada país conmigo, sólo en caso de
encontrarme en presencia de ese imbécil. Esa Glock representa todo por lo que he
trabajado durante años. Así que me gustaría tenerla de vuelta, y me gustaría
terminar lo que empecé.
Marc la miró por un segundo. Estaba mortalmente seria. Ella había dedicado
cinco años de su vida a matar a un hombre, y Marc casi había arruinado ese plan.
Podía entender su frustración un poco mejor ahora. Era rápida con un arma, y
mortal con su cuerpo, pero aun así. Había algo mal. La pequeña Lily no tenía ni
idea en qué se estaba metiendo, de hecho no.
―Eso es todo, eh. Listo. ¿De verdad crees que funciona así? ―preguntó,
tomando un pedazo de fruta de su plato y comiéndolo.
―Sí, así es. A menos que un idiota aparezca en la parte de atrás de mi auto y
me robe el auto y me haga caminar un millón… oh sí, eso ya pasó ―espetó.
―Matar a nadie nunca es fácil. ¿Crees que puedes dispararle a la cara y sólo
irte? ―preguntó para asegurarse. No hubo dudas en su respuesta.
―Sí.
―E incluso entonces, te vas a… ¿qué? Regresas a Cleveland, ¿a trabajar en un
banco?
La pregunta pareció confundirla. Se echó hacia atrás mientras sus cejas se
levantaban. Claramente, nunca había pensado en “después”, sólo se había enfocado
en su ira.
―Yo… no lo sé. Ir a casa, hacer algo ―tartamudeó.
―¿Puedes pasar de la vida de crimen y peligro por lo últimos cinco años, de
patear el trasero de mercenarios y matar a jefes de la mafia, a la vida de estilo del
campo y una casa con una cerca blanca, y dos gatos en el patio? ―Siguió
presionando.
―Mercenario, eh ―replicó―. ¿Es tu forma educada de decir “sucio y maldito
ladrón de poca monta?” ―Él le sonrió, sin caer en la trampa.
―Más como mi forma de decir que hago de todo. Por el precio correcto,
puedo hacer casi cualquier cosa que sea necesaria.
―Así que en teoría, podría contratarte para matar a este tipo. ―Parecía estar
pensando en voz alta.
―No, no tomaría este trabajo, ni por dos veces mi pago usual. Pero podría
encontrar alguien que sí.
―No, gracias. Quiero que mi cara sea lo último que él vea.
―Estás cometiendo un error. ―Suspiró, apartando el plato ahora vacío de
ella―. Estoy siendo honesto contigo; no hagas esto. Te arruinará. Jamás has
matado a nadie, ¿verdad?
―No. pero confía en mí, quiero hacerlo.
―Estoy seguro que sí, pero eso no quiere decir que vaya a ser fácil, o que
terminara el umbral de su puerta. Va a quedarse contigo para siempre. No quieres
eso, Lily. No hagas esto. Dame los diamantes, y vete. Matarlo no la traerá de
regreso. Alguien más simplemente tomará su lugar. No lo hagas ―insistió Marc,
mientras se levantaba de la cama y colocaba el plato fuera de la puerta. Cuando
miró hacia atrás, Lily se negaba a mirarlo a los ojos.
―No me conoces, no sabes lo que quiero.
―Te conozco. Éramos casi amigos ―le recordó. Finalmente lo miró de nuevo.
―Sólo viste las partes de mí que te permití ver. No sabes nada. Ahora
desátame ―exigió, tirando con fuerza de las cadenas. Sacudió su cabeza.
―De ninguna forma.
―¡Marc! Te conté mi historia, no te maté en la ducha, ¿qué más tengo que
hacer? ―preguntó, casi gritando.
―Déjame subirte en un avión de regreso a los Estados Unidos ―respondió.
―Vete al diablo.
―Está bien por mí.
―Me das asco ―espetó.
―Eso no fue lo que dijiste anoche.
―Dejemos algo claro ―empezó, moviéndose para quedar de rodillas―. Eso
jamás sucederá de nuevo, ¿bien? No sólo resultaste ser el idiota más grande que
jamás he conocido, sino que el sexo manda todo a la mierda, claramente. Sin sexo.
Nada entre nosotros. Jamás.
―De acuerdo. Definitivamente es una mala idea. Probablemente me
apuñalarías en medio de un orgasmo ―sugirió.
―Jamás dejaría que llegue tan lejos.
―Sin sexo.
―Nada ―repitió para sí misma mientras se bajaba de la cama―. Ahora, al
menos desátame para ir al baño.
―Bien. Pero seriamente dudo que quieras presenciar esto.
Tomó un segundo para que los engranes se alinearan en su cabeza. Ella debía
usar el baño. Era la mitad de la noche. Se había tragado los diamantes más
temprano esa mañana. Mmmm. Trató de no reírse mientras ella seguía mirando
malhumorada mientras le quitaba las cadenas. Mientras entraba al baño, él sacó
algunas bolsas de plástico de su mochila.
―Toma. Puede que la necesites ―ofreció, sin ser capaz de contener la risa
mientras ofrecía las bolsas. Ella las tomó, luego le cerró la puerta en la cara.
No había ventana en el baño, así que no podía escapar. Se sentó en el suelo
frente a la puerta, en caso de que intentara salir corriendo. Terminó el resto de la
comida que había traído de la cocina y esperó a que terminara.
Estuvo dentro por largo tiempo, casi media hora. El agua estuvo corriendo en
el lavabo todo el tiempo. Cuando finalmente salió, pudo sentir la humedad en el
aire sólo por la cantidad de agua que había dejado correr. Se había lavado el rostro
y los brazos, y su cabello había sido recogido en una coleta sencilla. Dejó caer una
de las bolsas de plástico en el suelo a sus pies.
―No. Digas. Ni. Una. Palabra ―le advirtió antes de subirse a la cama. Él se
agachó y levantó la bolsa, sintiendo el fondo de esta. Había cuatro diamantes de
tamaño considerable dentro de esta. Se desternilló de la risa mientras se
enderezaba.
―¿Tragárselos parece una buena idea ahora? ―Se rió de ella. Estaba acostada
dándole la espalda y no se dio vuelta, sólo levantó su brazo, enseñándole el dedo
medio.
Pensó que le pondría pelea cuando se acercó, pero no dijo nada, así que
consiguió poner la cadena de nuevo alrededor de su cintura. Luego ató el otro
extremo alrededor de su muñeca recostándose a su lado.
No estaba seguro de cuánto tiempo descansaron ahí. Había apagado las luces
del cuarto. Una luz desde el patio proyectaba una luz naranja brillante en el
espacio, pero eso era todo. Miró hacia el techo, tratando de no pensar en todo lo
que había pasado. Tratando de no pensar en la mujer recostada a su lado.
Nada de sexo. Nada de sexo. Es una arpía del infierno que intentó dispararte y te
pateó en las bolas. ¡¿Por qué querrías tener sexo con eso?! Bueno, de verdad tiene buenas
tetas, y la forma en que… NADA DE SEXO.
―Marc ―de repente dijo, sorprendiéndolo un poco. Pensó que se había
quedado dormida.
―¿Qué? ―preguntó, su voz era fuerte en el pequeño cuarto.
―Sólo tenemos dos días. ¿De verdad crees que lo logremos? ―preguntó.
Se dio cuenta que era la primera vez que su voz no estaba a la ofensiva desde
que la hizo detener su auto.
―Posiblemente. Si no hay ningún traspié ―respondió.
―¿Y si hay un traspié?
―Entonces nos encargaremos de este. Además, no puede haber sólo un ferri
a Barcelona.
―Esto tiene que funcionar, Marc. Tú lo arruinaste. Ahora tú debes hacer que
suceda ―susurró. Él tomó aire profundamente.
―No tengo que hacer nada. Sólo quiero esos diamantes.
(9)
DÍA TRES

L
ily despertó lentamente, por un momento no estuvo segura de dónde
estaba. Hacía calor y humedad, pero África siempre le había parecido
caliente y húmeda. Estiró las piernas y tocó algo. Se quedó helada y abrió
los ojos.
Estaba completamente pegada al costado de Marc que dormía boca arriba con
las manos encima del pecho. Ella estaba de lado, con la frente tocando su bíceps.
Debió darse la vuelta mientras dormía, porque recordaba haberse acostado de
espaldas a él, dejando todo el espacio que pudo.
Se sentó. Parpadeó varias veces y miró alrededor de la habitación. No sabía
qué la había despertado, pero había sido algo. Una luz suave entraba por la
ventana así que estaba empezando a amanecer.
Frunció el entrecejo y miró a su dormido captor. Lo zarandeó para que se
despertara.
―Marc, estás… ―empezó, pero él le tomó las manos y las puso en su pecho.
―Calla ―dijo entre dientes.
―¿Escuchaste algo tú también? ―susurró, ignorando su orden.
―Sí.
Las balas volaron a través de la habitación y cayeron justo sobre la cama. Lily
se agachó sobre el colchón y los brazos de Marc la rodearon mientras los dos
rodaban fuera de la cama. Aterrizaron en el suelo con Lily sobre él. Se tapó los
oídos mientras Marc le cubría la cabeza, aguantándola contra él.
―¿¡Qué cojones está pasando!? ―gritó Lily.
―¡Alguien nos encontró! ¿¡Hiciste algo mientras yo dormía!? ―gritó Marc en
respuesta.
―¿Estás de coña? ¡Estoy encadenada a ti, idiota! ¿¡Qué pude haber hecho,
salir un rato para hacer una llamada rápida!?
Lily estaba gritando. Las balas pararon y Marc la empujó inmediatamente al
otro lado.
Él empezó a gatear rápidamente como una araña, manteniéndose abajo lo
más posible sin tener que arrastrarse. La cadena se tensó y fue arrastrada de un
tirón detrás de él.
―Están atrás ―explicó Marc en voz baja cuando ella llegó a su lado―, pero
no se quedarán ahí. Probablemente algunos ya están dentro de la casa. Vamos a
tener que pelear para salir de aquí. Mantente pegada a mí y quédate detrás. Y no
hables. Si te metes por el medio, te pego un tiro. Si me ralentizas, te pego un tiro.
―¡Suéltame y dame una pistola! ―exigió Lily, dándole un tirón a la cadena
para enfatizar.
Marc sacó dos pistolas de su bolsa, pero ninguna llegó a ella. Una acabó en la
parte trasera de sus pantalones y dejó la otra en el suelo a sus pies. Luego sacó la
Glock de Lily y la guardó junto a la otra en la parte trasera de los pantalones, solo
las culatas sobresalían por el cinturón. Cogió cargadores extra y los guardó en los
bolsillos. Le dio dos cargadores y ella dejó escapar un suspiro de alivio esperando
que le siguiera una pistola. Pero no pasó. Sacó un juego de llaves y cerró la
cremallera de su mochila.
―Recuerda, quédate a mi espalda ―le ordenó soltando el candado de su
muñeca. La cadena cayó suelta.
―¿¡Qué!? ¡Pistola! ¡Necesito una pistola! ¡No puedo salir sin un arma! ¡Ellos
tienen una jodida metralleta anti-aérea! ―estaba hablando a gritos.
―Aguántate. No te voy a dar ningún arma.
Y eso fue todo. Tomó la pistola que estaba en el suelo y se movió hacia la
puerta mientras se colocaba la mochila en la espalda.
―¡Oye! ¡Oye! ¡La cadena! ―dijo Lily de forma escueta.
Se giró lo suficiente para lanzarle las llaves, pero al mismo tiempo la
metralleta que había afuera empezó a disparar de nuevo. Sobresaltándose, falló en
cachar las llaves que golpeaban su palma. Rebotaron en el suelo. Vio consternada
que se escurrían a través de un hueco que había entre los paneles del suelo.
Maldijo y golpeó la madera con el puño, escuchando que los disparos disminuían.
―Ni hablar, cariño. ¡Aguanta!
Pistola en mano, Marc se había puesto de pie contra la pared. Abrió la puerta
de un tirón, esperó un momento y salió con la pistola por delante. Lily se quedó
plana contra el suelo, esperando a que alguien disparara. Cuando no pasó nada, se
levantó y corrió tras él, encorvándose y siguiéndolo paso a paso mientras recorrían
el pasillo.
―¿A dónde vamos? ―susurró ella.
―Entrada principal.
―¿Es una buena idea?
―¿¡Tienes una mejor!? ¡Cállate y sigue moviéndote!
Se oyeron gritos al final del pasillo y Marc se pegó a la pared más cercana.
Lily lo siguió, intentando enroscar el exceso de cadena alrededor de su brazo.
Quienesquiera que estuviera gritando, hablaba en un idioma que no entendía,
como si fuera una mezcla de francés.
Marc se quedó quieto con la cabeza inclinada hacia la voz.
―¿Puedes entender lo que están diciendo? ―le preguntó.
―¿¡Qué maldita parte de cállate la jodida boca no entiendes!? ―gruñó sin
mirarla―. Sí. Él está diciendo que sabe que estamos aquí y que sabe lo que hice.
Dice que quiere los diamantes. Hazme otra pregunta y te disparo en la pierna.
Lily cerró la boca.
Mientras se acercaban a la voz, su respiración se aceleró. Había practicado
docenas y docenas de veces pero nada comparado con la acción en la vida real. Se
estaban dirigiendo hacia una muerte potencial. Estas habían sido balas reales
atravesando el edificio. Estaban rodeados por gente muy enojada y con armas de
verdad. Podría morir. Había una alta probabilidad de que muriera.
No. Todavía no. Recuerda todo lo que te enseñaron. Tienes que conseguirlo. Tienes
que hacerlo. Confía en él para salir de esta. Tienes que hacerlo.
Marc tenía la pistola frente a él. Habían llegado al final del pasillo.
Los que estaban gritando se encontraban justo al otro lado. Lily cerró los ojos
con fuerza, apretado la frente contra el omoplato de Marc. Mataría por tener una
pistola, pero las dos que no estaba usando estaban tapadas por la mochila que
llevaba a la espalda. Tomó una respiración profunda y se puso recta. Él la miró y
ella asintió, mirando al frente.
Bien. Fue una buena vida, en su mayor parte. Por lo menos tuve sexo fantástico una
última vez antes de morir.
Marc alzó la pistola, al principio a la misma altura que su cabeza y luego un
par de centímetros más arriba. La movió de lado a lado un poco y luego la
mantuvo quieta. Al principio no podía imaginar lo que estaba haciendo, luego lo
entendió. En dos latidos Marc sacó la pistola por la esquina de la pared.
Todo estaba silencioso. Marc salió lentamente del pasillo, sin mover el brazo
para nada. Lily siguió sus pasos. El cañón de su arma estaba presionado justo en
medio de la frente de un hombre alto. El hombre estaba bizco mirando hacia
adelante. Marc se aclaró la garganta y su atacante los miró finalmente.
―Tienes dos segundos para tirar el arma ―le avisó Marc en voz baja.
El hombre lo miró ferozmente.
―Que te jodan, De Sant. Sabemos quién eres y quién es la puta que tienes
contigo, y los vamos a…
BANG.
Lily había oído disparos antes, por supuesto. Había disparado pistolas un
montón de veces en campos de tiro. En África. Específicamente a Marc. Pero de
todas formas sonó diferente cuando él apretó el gatillo.
Quizás porque nunca había oído cuando disparaban un arma contra el cráneo
de alguien. El disparo sonó fuerte, pero no dijo ni pío. Ni siquiera cuando el cuerpo
del hombre golpeó el suelo.
―Vámonos. Los otros tienen que haber oído esto y no tardarán en llegar ―le
dijo Marc.
Lily se puso en movimiento.
Bajaron las escaleras agazapados con la pistola por delante. No había nadie
en el piso de abajo pero Lily podía oír movimiento en las habitaciones traseras.
Intentó recordar la distribución. Había una habitación grande en la entrada donde
estaban ellos ahora mismo. Más allá había visto un gran comedor, lo que
significaba que tenía que haber una cocina, y ambos estaban separados de la sala
por un estrecho pasillo que posiblemente llevara a más habitaciones. Todas las
habitaciones de inquilinos estaban en los pisos superiores.
―¿Cuántos crees que son? ―susurró Lily, encogiéndose detrás de él cuando
se agachó en la entrada del comedor.
―No muchos. Un grupo pequeño, quizás tres o cuatro. Por eso es por lo que
solo había uno en las escaleras. Están intentando asustarnos, tratando de
retenernos aquí hasta que lleguen los refuerzos. Jodidos idiotas, apuesto a que
tenían órdenes de no hacer nada, probablemente solo tenían que vigilar la casa,
pero fue mucha tentación pescar algo tan gordo. Que se jodan. Los voy a matar a
todos, robaremos el auto en el que llegaron y dejaremos esa chatarra que robamos
ayer ―le informó.
―¿Así que solo quedan tres matones? ―preguntó.
―Si estamos de suerte. Pero va a empeorar. Dos de ellos están aquí abajo,
ellos no se lo pensarán como el amigo de arriba. Quédate detrás de mí. Tírate al
suelo si hay un tiroteo ―la instruyó.
―¡O me podrías dar una pistola y podría ayudar!
―No. Nunca tendrás una pistola mientras estés en mi espalda. Ahora cállate,
y…
No llegó a terminar su perorata. Las balas acribillaron el marco de la puerta
donde estaban agachados. Lily se agarró con fuerza a la mochila de Marc, rezando
para que terminara. Nunca hubiera imaginado que el ruido de un tiroteo sería tan
alto, tan grande. Parecía que toda la casa temblaba.
―¡Dar diamantes! ¡Nadie salir herido!
Marc se agachó rodeando el marco y disparó cinco tiros rápidos, luego
rápidamente se echó hacia atrás junto a ella. Más tiros llegaron desde el comedor.
Él parecía aguantar la respiración esperando a que salieran.
―Uno está en la cocina, disparando desde la barra del desayuno ―susurró él
cuándo los disparos cesaron.
―¿No hay otros?
―No que yo viera.
Como si eso hubiera sido una señal hablada, la puerta de adelante se abrió de
golpe. Un hombre entró a la carrera dando gritos con dos pistolas en las manos.
Lily ni siquiera necesitó instrucciones, empezó a recular mientras las balas pasaban
volando. Marc hizo lo mismo moviéndose el doble de rápido, metiéndose entre sus
piernas mientras caían por el pasillo que había entre la cocina y el salón grande.
Marc se echó encima de ella obligándola a quedarse a ras de piso, mientras sacaba
otra pistola y empezaba a disparar hacia el salón.
―¡Corre! ¡Ahora! ¡Busca una salida! ―le gritó.
Salió de un tirón de debajo de él justo cuando el asaltante del comedor salía
corriendo. Dos balas en el pecho lo abatieron pero Lily no pensó en ello. Apretó la
espalda contra la pared y se deslizó por el pasillo, justo como Marc había hecho
antes.
Dos. Ya van dos muertos. Si tiene razón quedan dos más. Un hombre en el salón y un
tipo con pistola en la parte de atrás. Solo dos. Podemos conseguirlo. Vamos a conseguirlo.
La metralleta del salón empezó a disparar otra vez, pero ella no miro atrás.
Había tres puertas. Una a su lado, una en la pared opuesta un poco más
adelante y una al final del pasillo. Dos de ellas estaban cerradas y la que llevaba a
la cocina estaba abierta. Agarró el pomo de la que estaba a su lado, pero se dio
cuenta que tenía miedo de abrirla. ¿Qué pasaría si alguien saltaba afuera?
La cadena estaba enrollada en su brazo izquierdo y dejo que cayera suelta.
Recogió dos metros dejando colgar el resto y la dobló para que fuera más
gruesa. Echó un vistazo hacia Marc. Estaba apretado contra la misma pared que
ella recargando la pistola. La miró y se fijó en la cadena, luego asintió. Casi pudo
oír su voz dentro de la cabeza.
Ahora o nunca, cariño.
Giró el pomo y empujó la puerta. Nadie salió corriendo, así que caminó a
gatas y echó un vistazo a la habitación. Un par de cabezas la miraban asomadas
sobre un gran mostrador de metal. La familia propietaria de la casa, quizás algunos
inquilinos. Uno de ellos se puso de pie, un hombre viejo, agarrando una pistola
que se veía incluso más vieja que él. Lily alzó una mano en señal de paz. Hubo
duda, luego el hombre alzó la suya también y se volvió a meter detrás del
mostrador. Ella reculó, se alzó un poco y alcanzó la puerta. Mientras la cerraba, los
disparos empezaron de nuevo a sus espaldas.
―Dije que buscaras una salida, cariño, ¡no que hicieras jodidos amigos!
¡Mueve tu gran culo! ―empezó a gritar Marc.
¿¡Gran culo!?
El éxito con la primera puerta la había envalentonado, así que Lily se lanzó
hacia la puerta del final del pasillo y repitió su acción. Cuarto de las escobas. Eso
solo dejaba la cocina. Se puso nerviosa porque la cocina tenía acceso directo al
comedor, lo que significaba la sala de estar. También la puerta trasera estaba en la
cocina, y estaba abierta por lo que vio. Y solo tenía dos metros de cadena.
Jodido mercenario imbécil.
No había nadie en la cocina, pero en el momento en el que puso un pie
adentro la metralleta de afuera empezó a disparar. Se tiró al suelo dejando caer la
cadena y tapándose los oídos. Joder, sonaba como si estuviera dentro de la cocina
con ella. Las balas atravesaron todo haciéndolo pedazos, los electrodomésticos
volaron, los armarios se descolgaron, y uno de ellos cayó en la puerta con tanta
fuerza que la cerró de golpe dándole de lleno en la pierna.
―¡Basta! ―gritó sin darse cuenta de lo que estaba haciendo―. ¡Basta, basta,
basta!
No supo si fue a causa de sus suplicas o no, pero la ráfaga de disparos cesó.
Dio un suspiro de alivio.
Pero los disparos comenzaron de nuevo desde la sala de estar. Esta vez
mucho más cerca. Hubo pasos acercándose desde el final del pasillo y Lily se
apresuró a salir del camino en cuclillas por delante de los estantes, tratando de
permanecer abajo. La puerta se abrió de golpe y contuvo la respiración.
―¿¡Lily!? ―gritó Marc avanzando más allá de ella.
Agarró la parte de abajo de sus pantalones y los jaló hacia el suelo justo
cuando el hombre armado abrió fuego de nuevo. Marc se deslizó hacia abajo y se
recargó contra los estantes junto a ella. Levantó el arma.
―Estoy seco. ―Fue todo lo que dijo.
Ella palmeó sus piernas y sacó uno de los cargadores. Marc estrelló la pistola
para soltar el cargador vacío y luego la golpeó contra su palma para asegurar el
nuevo en su sitio. Los disparos en el exterior se detuvieron.
―¿Hombre en la sala de estar? ―preguntó Lily con voz entrecortada.
―Ya no. ¿Qué había en la habitación al otro lado del pasillo?
―Una oficina y la familia dueña del lugar. No hay salida.
―Buen trabajo. Ahora a derribar a este lunático ―gimió Marc sacando la
segunda pistola de la espalda. Su Glock cayó del pantalón y golpeó el suelo. Lily se
lanzó para agarrarla.
―¡Idiota! Está vacía ―dijo entre dientes comprobando el cargador. Se metió
el arma inútil en la parte de atrás de sus propios pantalones.
―Es toda tuya, supongo.
Empezó a gatear hacia la puerta de atrás.
Lily empezó a moverse detrás de él, pero solo consiguió llegar a la mitad del
camino cuando se vio obligada a detenerse. Miró hacia atrás y vio que la cadena
estaba atrapada debajo de la puerta. Se arrastró de nuevo hacia ella y comenzó a
tirar, pero no se liberaba. Estaba atorada bajo la puerta de tal manera que no se
movería, y la puerta no cedería.
―¡Estoy atascada! ―dijo entre dientes con el pánico arañando el pecho. Si no
se podía mover sería un blanco fácil. Se recargó en los talones y trató de soltar la
cadena amarrada alrededor de su cintura.
―¡Voy a volver por ti! ―le susurró Marc.
―¡No! ¡No me dejes! ¡No tienes idea de cuántos tipos son en realidad!
Jodidos susurros. Ahora prácticamente gritaba.
―¡Cierra la maldita boca! ―siseó, tratando de mirar por la puerta sin ser
visto.
Estaba a punto de responder con algo ingenioso y afilado, pero fue
interrumpida por un lunático que pasó corriendo y dando gritos a la cocina. Lily
gritó y se deslizó contra los mismos estantes de antes.
Observó que el tipo apuntaba a Marc con una escopeta de cañón recortado y
ni siquiera lo pensó. Agarró lo que tenía más a mano, se acercó y lo bateó contra la
cabeza del tirador.
Una sartén de hierro fundido.
El hombre aulló de dolor. Se dio la vuelta y le dio un culatazo en un lado del
rostro. Suficiente para aturdirla y enviarla al suelo. Sonaron más disparos mientras
su cerebro temblaba dentro de la cabeza.
Me pregunto si tuve una conmoción cerebral cuando Marc me golpeó ese primer día,
y todo esto ha sido el sueño de un coma.
Había una rara tranquilidad silenciosa.
Dejó de escuchar los gritos de Marc y vio que el nuevo amigo dejaba caer el
arma con estrépito y caía al suelo. Pero era todo muy surrealista. Borroso. La
sangre surgió de la cabeza del miembro de la banda muerta y se esparció por el
piso.
Miró de nuevo hacia la puerta, su capacidad de oír estaba regresando. Pudo
escuchar pasos corriendo hacia ellos. Otra persona. Se sentó y, haciendo caso
omiso del vértigo, tomó su cadena y la estiró tan firme como le fue posible. Se giró
en ángulo para levantarla varios centímetros por encima del suelo.
Cuando el hombre salió corriendo por la puerta su pie se atoró en la cadena y
se desparramó contra el suelo. La fuerza con la que se tropezó tiró de ella hacia
adelante, hacia él. El hombre gritó con rabia en otro idioma y entonces vio la
cadena. La agarró y comenzó a atraerla hacia él.
No dejes que te atrape. Haz algo, ¡Lily! ¡Haz algo!
La escopeta estaba cerca de ella y la agarró para balancearla en un gran arco.
Con el cañón le pegó al hombre en la nariz causando que gritara de dolor y dejara
caer el enorme machete que había estado agitando. Pero entonces él agarró el
extremo del arma tratando de quitársela. El tira y afloja comenzó, y se vio una vez
más jalada hacia él.
Así que hizo la única otra cosa que se le ocurrió: apretó el gatillo.
La mano del hombre se convirtió en confeti y la sangre llovió por todas
partes. La falta de tensión en el arma la hizo caer para atrás.
El hombre herido cayó a su lado gritando de dolor, mirando donde su mano
solía estar.
―¡Maldita perra! ¡Te voy a matar! ¡Te voy a matar, puta de mierda! ―gritaba
confundiendo palabras en inglés y en su propio idioma mientras con la mano que
le quedaba buscaba a tientas el machete.
Lily no le dio la oportunidad. Estando todavía en el suelo, niveló la escopeta
apoyándola contra su pecho y le apuntó directamente al rostro. Entonces volvió la
cabeza y apretó el gatillo.
Justo así. Sin vuelta atrás.
Dejó caer la escopeta y se recostó inmóvil por un momento. Luego abrió los
ojos. Había gritos afuera, pero no los escuchó. Se puso de pie, aun negándose a
mirar hacia abajo. Se acercó a la puerta de la cocina y trató de moverla. Nada. Le
dio una patada salvaje. Se abrió y se quedó balanceándose.
Mientras estaba recogiendo la cadena, Marc llegó corriendo a la cocina.
Ni siquiera sabía que se había ido.
―El francotirador de afuera está muerto. Pero, ¿¡qué coño ha pasado aquí!?
―sonó sorprendido, mirando el desastre en el piso mientras caminaba hacia ella.
―Dijiste cuatro hombres. Cuatro hombres. Estos son seis, según mis cuentas
―dijo en voz baja mirándolo.
―Te dije que estaba adivinando. ¿De verdad le disparaste a ese tipo?
―preguntó, llegando a su lado.
―Sí. Ahora desencadéname ―gruñó sacudiendo la cadena en su rostro.
―Lo retiro todo, princesa, tal vez estás hecha para esto. ―Se rió entre dientes.
Se sorprendió cuando la acercó de un tirón y la dobló para besarla duro y
profundo.
Estaba horrorizada, enojada y tan cansada. Le dio palmadas en los brazos,
pero no tenía la energía para empujarlo de forma efectiva. Marc puso mucha
fuerza en ello, besándola como si fuera el último beso que tendría nunca en su
vida.
―¡No hagas eso! ―le reclamó cuando finalmente la dejó ir.
―¿¡Por qué no!? ¿¡No estás contenta de estar viva!? ¡Joder! ¡Lo logramos!
En realidad sonaba excitado.
―No me importa si acabas de ganar la lotería. Maldición, no me toques ―le
advirtió mientras daba zancadas al otro lado de la cocina.
―Bebé, no sé si lo has olvidado, pero mi lengua ha estado en muchos más
lugares que solo tu boca ―le recordó.
―Lo había olvidado. Deberías haber hecho un mejor trabajo cuando tuviste la
oportunidad. Ahora quítame esta cadena de mierda.
Marc se rió entre dientes pero no respondió.
Salieron. Había una gran ametralladora montada en la parte superior de un
camión. Un hombre colgaba justo encima de ella con una pequeña pala de jardín
sobresaliendo por un costado de su cuello.
Lily se estremeció y apartó la mirada.
Encontraron unas tenazas en la parte trasera del camión y Marc la liberó.
Puso la cadena en su bolsa, amenazando con encadenarla de nuevo si le daba
cualquier motivo.
Había un radio en el camión y escucharon la charla por unos minutos
tratando de recoger alguna información. Lo que sonaba como un pequeño ejército
se dirigía hacia ellos. La banda de Liberia había pedido un favor a un grupo en
Mali. Habían enviado un pequeño grupo inmediatamente para encontrar a Marc y
a Lily, el grupo que ahora estaba ensangrentado y regado por toda la pensión. Se
suponía que iban a mantener a Marc y a Lily en este lugar hasta que el grupo más
grande llegara, justo como Marc había imaginado.
Misión fallida.
Sería estúpido tomar el camión, la ametralladora estaba atornillada a la parte
superior. Marc quería encontrar la manera de quitársela, pero Lily no podía
soportar esperar más. Tenía que salir de allí, ahora. Estaba lista para huir
arrastrándose. Cortó camino a través de unos arbustos y, por supuesto, otro auto
estaba estacionado detrás del camión.
Era una camioneta todo terreno, una International Scout II y, en realidad,
estaba en muy buenas condiciones. Lindos neumáticos grandes que serían
perfectos para la carretera. Y lo mejor de todo: las llaves estaban en el contacto. Se
subió detrás del volante y encendió el vehículo acelerando el motor. Marc salió de
los arbustos con el arma levantada. Lily aceleró de nuevo levantando las manos en
señal de impaciencia.
―¡De ninguna jodida manera! ¡Sal! ¡Yo voy a conducir! ―gritó Marc.
Lily dio marcha atrás y empezó a retroceder.
Marc se quejó durante dos kilómetros pero Lily no lo escuchó. Tenía que
mantenerse en movimiento, tenía que seguir adelante. No se podía detener. No
podía mirar hacia atrás. Solo ir hacia adelante.
Marruecos. Tienes que llegar a Marruecos. No pienses en la sangre.
Marc sacó un mapa en un momento dado y le dijo en dónde girar y qué
dirección tomar. Estaban fuera de la sabana y de cara al verdadero desierto.
Debería ser aterrador. Si la camioneta se averiaba, si se perdían, si cualquier cosa
sucedía, sería todo. ¿El desierto africano en verano? No sería lindo. Lo mejor sería
parar por suministros. Detenerse a reevaluar su plan.
No pienses en la sangre. Mucha, sangre. Estaba en todas partes. Por toda la cocina.
Toda sobre ti. Su sangre está en ti. Sangre. En ti. Sangre. En tu rostro. Sangre. En ti.
Lily salió de la carretera provocando que Marc gritara sorprendido. Ni
siquiera apagó el motor, apenas puso el freno de mano antes de abrir la puerta y
caer al suelo. Se las arregló para arrastrarse un par de metros y empezó a vomitar.
No había querido matar a nadie. Solo a Stankovski. Había sido estúpida al
pensar que podía atravesar los cinco años sin hacer daño a nadie más. Se dio
cuenta de eso ahora. Incluso sin Marc jodiéndolo todo, probablemente se hubiera
topado con complicaciones. Estaba transportando una maldita tonelada robada de
lo que llamaban diamantes de sangre o diamantes de guerra. Estaba dando vueltas
por África sola. Era una mujer soltera. En realidad, las cosas podrían haber sido
mucho peor.
Y aun así.
No quería hacerle daño a nadie.
―No es tan fácil, ¿verdad, cariño?
La voz de Marc era suave cuando llegó por detrás de ella.
―¡Dios, solo retrocede! ―le gritó.
Luego vomitó un poco más. Marc se puso a su lado, se agachó en cuclillas y
se sorprendió cuando sintió su mano frotándole la espalda.
―Está bien. Es normal. ¿Lo viste cuando sucedió? ―preguntó.
Lily sacudió la cabeza limpiándose la boca con el dorso de la muñeca. Marc le
entregó una botella de agua y se echó un poco en el rostro tratando de limpiar la
sangre.
―No. Pero aun así.
―Sí. Lo entiendo.
―No, no entiendes. Eres insoportable.
―Lo soy. Pero aun así lo entiendo.
Entonces lloró. Y ella odiaba llorar. Había llorado en el funeral de su
hermana. Y lloró cuando fue oficialmente contratada por la Bratva de Stankovski.
Esas fueron las únicas veces en cinco años.
Y ahora aquí estaba, tirada en la arena a un lado del camino, en África, con la
cabeza pegada al suelo y sollozando.
No quería hacerle daño a nadie.
Esperaba que Marc fuera cruel. Que se burlara. Tal vez que la dejara en la
orilla del camino.
Pero no hizo nada de eso.
La levantó. Caminó con ella en brazos y rodeó la camioneta. La depositó en el
asiento trasero y, dando la vuelta, se puso al volante. Se sentó allí por un momento
mientras Lily intentaba dejar de temblar.
―Se hace más fácil con el tiempo.
Fue todo lo que dijo.
Y comenzó a conducir.
(10)
DÍA TRES

L
ily estaba sorprendida de que Marc la dejara en paz tantas horas. Sin
comentarios listillos ni amenazas de violencia ni insultos. Siguió tumbada
en el asiento trasero y se subió la camiseta sin mangas sobre los ojos para
bloquear el sol.
Finalmente el calor la abrumó. No había comido nada y no había bebido agua
en todo el día. Sacó una botella de su bolsa y gateó entre los asientos para unirse a
él adelante. Sabía que la estaba mirando, pero se negó a devolverle la mirada.
Simplemente miró por la ventana mientras se bebía el agua.
―¿Mejor? ―Fue todo lo que preguntó.
Asintió.
―Solo necesitaba un minuto.
―… o un par de horas.
―Cállate. ¡¿Siempre eres tan molesto?!
―Probablemente. Mi buen aspecto te cegó.
Ella en realidad se rió. La primera risa verdadera desde que la había
secuestrado.
―Probablemente. ¿Dónde estamos? ―preguntó sacando el mapa en el que se
había sentado.
―Cerca de Mopti, todavía en Mali. Tenemos que tomar una decisión ―le
informó.
Se quedó sorprendida.
―¿Me estás dejando dar mi opinión? ―preguntó para confirmar.
―La ilusión de una. Podemos dirigirnos al norte hasta Argelia. Más desierto,
más tiempo, pero más seguro. O podemos dirigirnos al oeste hacia Mauritania, de
camino a la costa. Menos tiempo, llegamos a Tánger más rápido, pero más
peligroso. Esperarán que tomemos ese camino ―le explicó.
Lily frunció el ceño.
―¿Cuánto tiempo extra es “más tiempo”? ―preguntó.
―Argelia son unas quince horas más, así que estaremos contemplando unos
dos días completos. Deberíamos haber conducido de noche ―dijo.
Lily puso los ojos en blanco.
―Tú te detuviste.
―Necesitabas descansar.
―Estaba bien.
―Se acabó ―exclamó Marc―. Ahora no tiene ningún jodido caso lloriquear
por eso.
Ella lo fulminó con la mirada por un momento.
―Dos días, Marc. ¿Cómo se supone que vamos a hacer esto?
―El mismo plan de antes. Vamos allí. Explicas que te encontraste con
enemigos hostiles y tuviste que escapar de un mercenario psicótico ―dijo en tono
burlón.
Pero Lily realmente sabía que era su única opción.
―Está bien. De acuerdo, tendremos que hacerlo. No tenemos elección. Así
que vamos a planear nuestro próximo paso ―le contestó.
―¿Qué quieres decir?
―Necesito un plan. No puedo hacer esto sin información. Necesito saber lo
que estamos haciendo, a dónde vamos. Necesito el plan ―enfatizó.
―Depende de la dirección en la que quieras ir.
Puso los ojos en blanco.
―Al norte. Ya nos dirigimos en esa dirección, así que sigamos.
―Está bien. Hemos estado en la carretera desde las siete de la mañana. Son
casi… las dos. Eso nos da unas cuatro horas más de luz ―le dijo.
―¿Deberíamos conducir de noche? ¿Sería mejor? ―preguntó ella.
―No, pareceríamos aún más sospechosos. Seguiremos lo más que podamos.
¿Qué hay a seis horas de nosotros? ―preguntó mirando el mapa.
Lily lo desdobló más, siguiendo diferentes carreteras con el dedo.
―Gossi está a unas seis horas ―le dijo.
―Perfecto. Nos detendremos allí por la noche. La pensión fue un fracaso.
Nos quedaremos en un hotel de cinco estrellas, si tienen. Algo cerrado ―comentó.
Ella resopló.
―¿Cómo se supone que lo paguemos? ¿Has traído tu tarjeta American
Express?
―No. Pero tienes mucho dinero.
―En dírhams marroquíes. Tengo algunos francos de África del oeste, pero no
lo suficiente para cubrir un hotel de cinco estrellas ―explicó.
―Cambiaremos un fajo de esos dírhams. Debería funcionar. Hacernos con
algunos dinares también para Argelia ―sugirió.
―Necesito este dinero para…
―No estaba preguntando, Lily. ¿Cuánto tienes? ―reclamó.
―No lo sé, no pregunté cuánto era el soborno.
―Sácalo y cuéntalo.
Gruñó, pero decidió hacerlo.
Sacó un rollo de dinero de un bolsillo lateral y lo contó… diez mil dírhams.
Había cinco fajos en total y pensó que todos serían la misma cantidad, pero de
todos modos tomó el siguiente fajo para que no la molestara. Quitó la banda de
goma y desenrolló los billetes. Se quedó sorprendida cuando algo cayó del rollo.
―¿Qué es esto? ―preguntó recogiendo el pequeño objeto electrónico que
tenía una luz roja parpadeante.
Marc pisó los frenos y ella gritó, apoyándose contra tablero. El extremo de
atrás del vehículo derrapó cambiando de dirección cuando se detuvieron, justo en
medio de la carretera.
―¡¿Estás jodidamente bromeando?! Realmente eres una estúpida ―gruñó
arrebatándole el objeto y examinándolo. Ella jadeó.
―¡Que te jodan! ¡Tampoco tú sabías que estaba ahí! ―le gritó.
Marc la fulminó con la mirada pero no dijo nada.
―Te estaban rastreando con el dinero.
―Y… ¿qué significa eso para nosotros ahora?
―Significa que ahora saben que nos dirigimos al norte.
―¿Y?
―Y ahora nos vamos al oeste ―gruñó Marc.
Y aceleró cuando empezaron a moverse de nuevo.
En realidad continuaron hacia el norte, a una pequeña ciudad llamada Tonka.
Una vez allí, Marc dejó el aparato en un pequeño hotel.
Después se dirigieron al oeste, directo al desierto.
En su bolsa, Marc tenía un desvencijado mapa de la zona, mucho más viejo
que el que había tomado del auto de Lily. En el mapa había un viejo camino de
terracería, o tal vez un viejo camino de rastreador, no podía decirlo. Solo una línea
de puntos que avanzaba por la arena. Estaba nerviosa, pero confió en él mientras
manejaba en la noche.
Continuaron durante horas, solo con los faros delanteros en la arena. Ella se
quitó las botas y puso los pies desnudos en el tablero, hundiéndose en su asiento.
Se mordió el costado de la uña del pulgar, pero se detuvo, preguntándose cuánto
tiempo había pasado desde que se lavó las manos. Desde que se había dado una
ducha apropiada.
Había tanta sangre. ¿Cómo saber que la cabeza de un humano podía contener
tantísima sangre?
―¿Cuántos años tenías? ―habló ella de repente. Su voz era áspera, después
de tantas horas de silencio.
―¿Eh? ―preguntó mirándola como si hubiera olvidado que estaba allí.
―¿Cuántos años tenías cuando asesinaste por primera vez? ―preguntó
volviéndose para mirarlo. Estaba oscuro en el auto, pero las luces del tablero
arrojaron un brillo en su rostro y ella lo vio apretar la mandíbula por un momento.
―Quince.
―Vaya, muy joven.
―No era un trabajo ―explicó―. No era… no era como soy ahora.
―Entonces, ¿qué eras?
―Joven y estúpido.
Ella suspiró.
―Cuéntame tu historia, Marc.
―¿Por qué?
―Porque tenemos un montón de tiempo que matar y tal vez me hará odiarte
menos ―explicó.
Se ganó una pequeña sonrisa.
―Nací en Haití ―empezó.
Lily se sorprendió.
―¿En serio? ¡Nunca lo habría supuesto!
―Mis padres eran americanos. Vivían en una comuna con un puñado de
otros americanos del tipo hippies hacedores de buenas obras. Enseñaban inglés a
los niños del lugar, enseñaban a la gente a cultivar la tierra, a crear sistemas de
riego y mierda como esa. Pasábamos cuatro meses en Key West cada verano, no
éramos exactamente “nativos” de Haití ―explicó.
―Tus padres eran del tipo “hippies hacedores de buenas obras” y tú eres un
mercenario. ¿Cómo pasa algo así? ―preguntó.
―¿Cómo se convierte una agente de crédito en una transportadora de la
Bratva rusa? ―contraatacó.
―Touché. Y no era una agente de crédito. Llevaba las cuentas de algunas
empresas.
―Hubo un huracán, uno grande. Vivíamos en la costa y nos golpeó con
fuerza. Mis padres murieron junto con la mayoría de la comuna. Yo estaba muy
mal herido. Era, o más bien soy técnicamente americano, así que debió recogerme
la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, o la Cruz Roja o alguna mierda.
Pero fui transportado en estado inconsciente junto con un montón de niños nativos
a un hospital, y estuve así casi dos semanas. Me llevó aún más tiempo recuperar la
memoria después de despertar. Para entonces toda la ayuda se había ido. No sabía
qué hacer. Tenía ocho años, no conocía a nadie en los Estados Unidos, no tenía
ninguna familia allí. Mi familia estaba muerta. Fui enviado a una especie de
orfanato. Un niño extraño que no podía hablar francés no estaba en los primeros
lugares de la lista de gente a la cual ayudar.
―Pero te he oído hablar francés ―señaló ella.
―Oui3. Aprendí. Huí del orfanato cuando tenía doce años. Me uní a una
banda callejera e hice algunos negocios de drogas. Cuando tenía quince años fui
asaltado mientras hacía el negocio. Le clavé un cuchillo en la yugular. Ni siquiera
lo pensé. Él tenía una pistola y yo un cuchillo. Solo pensé que tendría que valer la
pena. Eso hizo que me diera cuenta que era mejor que traficar con drogas. Había
matado a alguien. De repente ya no era un niñito asustado. Era alguien que no
temía a la muerte. Robé las ganancias de las drogas y salí como la mierda de Haití.
Viaje de polizón en un barco hacia Jamaica y ahí compré una identidad, luego salté
a Puerto Rico en otro barco. Volé a Miami y empecé a hacerme camino en el círculo
del crimen. Se podría decir que perfeccioné mi oficio ―terminó de explicar.
―¿Cómo a un chico de Miami lo llaman para la Bratva rusa?
Marc se encogió de hombros.
―Soy realmente bueno en lo que hago. Saqué adelante un par de grandes
trabajos y me hice camino hacia la costa este. Mientras estaba en Jersey, la

3 Oui: Sí, en francés.


Pshenichnikov Bratva se puso en contacto conmigo. Me contrató para un golpe. Les
gustó mi trabajo y la noticia se expandió por las otras Bratvas. Me mudé a Europa y
mi reputación me siguió. Hice montones de trabajos en Armenia, Siria, Ucrania. La
zona del este me llevó a Rusia.
―¿Cuántos años tenías cuando te involucraste por primera vez con una
Bratva?
Estaba fascinada. Para ella, cinco años se habían sentido como una vida, y
aquí estaba un hombre que había pasado literalmente toda su vida en el crimen.
―Cuando Pshenichnikov, yo tenía… ¿veintidós? o ¿veintitrés? ―reflexionó
frotándose la mandíbula.
―¿Cuántos años tienes ahora?
―Treinta.
―Vaya.
―¿Qué?
―Pareces más grande.
―Perra.
Ella sonrió de todos modos.
―No demasiado. ¿Pero te gusta? ¿Te gusta ser lo que eres? ―continuó con
las preguntas.
―Obviamente. Hago una jodida tonelada de dinero, veo mundo y
literalmente hago lo que quiero cuando quiero. Sí, jodidamente me gusta.
Se rió. Ella se quedó en silencio unos minutos reflexionando sus palabras.
―No estás haciendo lo que quieres justo ahora ―señaló con voz suave.
Se volvió a mirar por el parabrisas.
―Sí, bueno, cada trabajo tiene sus momentos.
Ella no respondió. Estaba mirando con atención por el parabrisas.
―¿Qué es eso? ―preguntó finalmente inclinándose hacia adelante para
intentar ver mejor en la distancia. Algo estaba parpadeando. Él se inclinó también,
luego soltó una carcajada.
―Eso es una ciudad. Estamos casi en casa, cariño.
Llamarlo ciudad era generoso… Néma era más una aldea. Todo rocas, arena
y burros. Un par de autos y un par de camellos, también. La gente miraba el
vehículo mientras pasaban.
Marc frunció el ceño y continuó. Apenas tomó un momento dejar atrás la
aldea.
―¿Sin paradas? ―preguntó Lily poniéndose las botas.
―No ahí. Si la mierda se viene abajo, no quiero un montón de personas
asesinadas a balazos. Continuaremos. Mantente alerta ―instruyó.
Tenían que avanzar despacio a través del desierto, así que Lily estuvo feliz de
pisar una carretera de nuevo. Pero después de cuarenta minutos Marc localizó otro
camino de tierra y de inmediato se metió en él.
―¿Cómo sabes a dónde lleva? ―preguntó Lily, intentando desdoblar el
mapa para ver por dónde demonios iban.
―No lo sé, pero sé que hay un lago. Y si hay un lago, apuesto a que hay casas
―respondió apagando los faros. La luna estaba a la mitad, iluminándolos lo
suficiente para ver por dónde iban. Lily luchó por leer mientras avanzaban.
―Sí, de acuerdo, hay un lago.
―Mira a tu derecha.
Lily echó un vistazo por la ventana y, por supuesto, una superficie de agua
había aparecido a su lado. La luz de la luna brillaba sobre ella.
―¿Qué es eso? Parece un círculo en el mapa, como un agujero de agua o algo.
Mahmouda ―pronunció el nombre mientras lo leía en el mapa.
―No importa. Hay una carretera y un cuerpo de agua. Estamos en el
desierto. Alguien vive aquí.
Marc sonó convencido.
Y no estaba equivocado. Finalmente llegaron a una casa de tamaño decente y,
por suerte, había un generador junto a ella. Marc la pasó, siguió unos cuatrocientos
metros y luego le ordenó esperar en el auto mientras revisaba la casa.
―Quiero una pistola.
Lily se giró para mirarlo cuando él abrió la puerta. Marc la miró. Ella se
mantuvo en su sitio. Se había ganado la pistola, pensó ella. Le había cubierto la
espalda en esa cocina.
Pudo quedarse sin hacer nada, sin darle el sartenazo. Podría no haberle
puesto la zancadilla al segundo tipo. Podría tener la conciencia limpia, podría
haber vivido sabiendo que no había hecho nada, que no había apretado el gatillo ni
había acabado con la vida de nadie.
Pero había hecho todas esas cosas. Para salvarlo. Para salvarse.
Estaba lista para vomitarle todo eso, pero de pronto Marc capituló. Sacó una
pistola, le llenó la cámara, le puso el seguro y se la dio. Lily fue a cogerla, pero
Marc la retiró muy rápido.
―Estoy confiando en ti ―dijo con voz suave.
Lily asintió.
―Lo sé.
Marc desapareció corriendo hacia la noche.
Lily salió. Se estiró para subirse al capó de la camioneta y se arrodilló para
apoyarse contra el parabrisas. Estiró los brazos sobre el techo de la camioneta y
esperó. Si Marc tuviera algún problema cuando volviera, podría ayudarlo.
Después de media hora una persona apareció en lo alto de la colina. Se quedó
inmóvil, pero cuando se acercó reconoció la silueta de Marc. Tenía una forma
característica de caminar, casi un contoneo, como si siempre fuera cargando peso.
Probablemente por tantos años de llevar chaleco anti-balas y herramientas y un
billón de armas a cualquier sitio al que fuera.
―¿Qué has encontrado? ―susurró quitándose la capucha mientras Marc
llegaba corriendo hasta ella.
―Exactamente lo que pensaba.
―¿Y es…?
―No hay gente.
Lily estaba sorprendida y se apresuró a regresar a su asiento.
―¿Cómo sabías que no habría gente? ―preguntó mientras Marc daba
marcha atrás para dar vuelta.
―Porque mañana se celebra Eid al-Fitr ―dijo él, como si eso lo explicara todo.
―¿Y eso qué significa? ―probó ella.
―Es una fiesta musulmana, en su mayor parte de Mauritania, el país en el
que estamos ahora. Eid al-Fitr es el festival que marca el fin del Ramadán. Grandes
celebraciones donde la gente rompe el ayuno que dura un mes. Esta casa está
aislada, me imagino que los propietarios probablemente viajaron a algún sitio para
celebrar con sus amigos o familia, como a Mali o a Argelia ―explicó Marc mientras
se dirigía hacia la casa. Él había abierto la verja durante su pequeña excursión y
condujo directamente dentro de la propiedad.
―¿Cómo sabes que no regresarán? ―preguntó Lily.
―No lo sé, pero la fiesta es mañana, así que dudo que regresen ahora. Por lo
menos hasta mañana ―supuso.
Le dio la vuelta a la camioneta y la puso mirando hacia la valla, luego echó
marcha atrás acercándola a la puerta principal tanto como pudo.
Salieron y Lily vio que corría de vuelta a la verja y la empujaba para cerrarla.
Ella se recostó contra el asiento de atrás para agarrar su mochila. Cuando se dio la
vuelta, él estaba justo frente a ella, y le quitó la bolsa de la mano.
―Demasiado para confiar ―bufó ella.
―No creo que me dispares, pero no dudo que en un segundo escapes con
esos diamantes si te doy la más mínima oportunidad.
Lily no lo negó.
Lo siguió hacia la entrada de la casa. Marc había forzado la cerradura antes y
había dejado la puerta abierta, así que entraron directamente.
Estaba nerviosa, pero Marc le aseguró que había barrido toda la casa. No había
nadie.
―¿Funciona esa cosa de allá afuera? ―preguntó.
Pocos minutos después Marc echó a andar el generador, aunque recomendó
no encender ninguna luz en la parte delantera de la casa.
―¿Quieres saber la mejor parte? ―Su voz sonaba burlona mientras la guiaba
por el pasillo.
―¿Qué? ―preguntó dudando del Marc-agradable. Se había acostumbrado al
Marc-arisco.
―Hay dos habitaciones. No tienes que mancharte con mi presencia ―le
informó mientras empujaba una puerta y encendía la luz.
Lily se quedó callada mientras rondaba por la habitación. Era bonita y estaba
limpia. De hecho había una cama, y estaba hecha. Había una ventana que daba al
desierto detrás de la casa. Y era toda para ella, aparentemente.
Ayer a estas horas, habría matado por tener una habitación para ella sola.
Diez minutos separada de él. Pero ahora… la idea de estar sola se sentía como un
peso. Como algo para temer. No quería estar sola y cerró los ojos.
Todo lo que veo es sangre.
―Bonita ―consiguió decir, cruzando los brazos sobre el pecho.
―Joder, cariño, si no lo supiera mejor, pensaría que te entristece la idea de
separarte de mí ―dijo. Y esta vez su voz era definitivamente burlona. Ella se giró
hacia él y puso los ojos en blanco.
―¿Qué pasa con la comida?
Encendieron velas y registraron toda la cocina. Todo lo que no era perecedero
se lo robaron, llevándolo hasta la camioneta. Habían guardado todas las botellas
de agua vacías y ahora las rellenaron, poniéndolas en la camioneta también. Nadie
lo dijo en voz alta, pero sabía que estaban preparando el vehículo en caso de que
tuvieran que salir con prisas.
Ella no reconoció mucha de la comida, pero hizo algo con lo que pudo
encontrar y juntó comida de todo tipo. Se sentaron en la mesa, una vela entre ellos,
y comieron juntos.
―Nos iremos mañana al amanecer ―le informó Marc. Ella asintió.
―¿Adónde?
―Boujdour está a unos cuantos días en carretera. Está en la costa del Sahara
Occidental. Imagino que si conducimos por turnos, podemos hacerlo de una tirada.
Luego descansamos una noche. Y otros cuantos días más sin parar nos llevarán a
Tánger.
Ella asintió.
―¿Qué vamos a hacer en Tánger? ―le preguntó.
―¿No tenías un plan? ―le contestó.
―Bueno, sí, pero en mi plan yo estaría llegando allí mañana por la mañana.
Las cosas son un poco diferentes ahora ―remarcó.
―Mismo plan, solo dos días más tarde. Tú me dejarás en algún otro sitio, y
yo te encontraré en el barco. Haz todo lo demás igual.
―¿No crees que se verá un poco extraño? ¿Me presento de la nada con dos
días de retraso y actuando como si todo fuera normal? ―cuestionó su plan.
―Sí. Llamarás a Ivanov cuando lleguemos a Tánger y le explicarás que
tuviste que abatirme. Dile que me disparaste y tiraste mi cuerpo en el desierto. Lo
que sea. Cualquier cosa. Tú estarás allí y tu hombre del ferri puede confirmar que
tienes los diamantes. Eso es todo lo que le preocupará a él ―le aseguró Marc.
Ella asintió.
―¿Y qué pasa contigo? ―preguntó Lily.
No podía dejar de hacer preguntas, no podía dejar que la conversación se
apagara. No podía dejar que el silencio cayera sobre ella.
―¿Qué pasa conmigo? ―preguntó él con la boca llena mientras engullía su
último bocado.
―Te doy los diamantes y, ¿luego qué? ¿Puff? ¿Desapareces en la oscura
África? ―lo cuestionó.
Marc asintió.
―Algo así.
―¿Cuál es tu plan?
―Jesús, ¿es un concurso de preguntas? ―estalló mirándola.
Lo miró por un segundo. La forma en que la vela hacía brillar el fondo de sus
ojos.
―Solo quería conversar ―contestó finalmente.
―¿Así es como mantienes una conversación? Maldición, sí que eres
entrometida. ―Suspiró haciendo a un lado su plato.
―Bueno, ¿cómo tienes una conversación? ¿Gruñendo y protestando? ―le
dijo con firmeza mientras se echaba hacia atrás en su asiento.
Marc finalmente sonrió.
―Algunas veces. No lo sé. Solo hablo. Sobre mierda. Cualquier cosa.
¿Cuántos años tienes? ―preguntó, limpiándose la boca con una servilleta para
luego arrojarla sobre la mesa.
―Veintisiete.
―Ah, pensé que eras más joven.
―¿Gracias?
―Entonces, ¿qué hacías antes de todo esto?
―Te lo dije. Trabajé en un banco.
―Me refiero a tu vida, Lily. ¿Siempre era así de aburrida? ―preguntó.
Ella le lanzó el tenedor.
―¡No! No lo sé, tal vez. Fui a la universidad, pero la dejé porque el dinero del
banco era muy bueno. Me gradué de secundaria. Era animadora, fui elegida
finalista para ser la reina del baile de bienvenida. Me gustan las películas antiguas
y música reggae. Me gusta la playa, pero también me gusta esquiar. ¿Algo más?
―terminó la perorata.
―Playas, mmm. ¿Cuál es tu lugar favorito para ir de vacaciones? ―preguntó.
Lily lo pensó por un segundo.
―No lo sé, realmente no he tenido muchas vacaciones. En realidad, me gusta
mucho la costa de Oregón. No increíblemente llena, kilómetros de arena y océano
salvaje. Quizás Cannon Beach. ―Estaba pensado en voz alta más que
respondiendo, recordado las vacaciones de cuando era pequeña. Vacaciones con su
familia.
―Cannon Beach, he estado ahí. Buena elección. Hay una pequeña isla frente
a la costa de Tanzania, llamada Isla Pemba. Amo ese lugar. ―Suspiró Marc.
Lily sonrió.
―Nunca oí de eso. ¿Es lindo?
―Hermoso. Si te gustan las playas, te encantará. Arena blanca. Pacífico.
―Suena bien.
―Tal vez ―dijo Marc pasando los dedos por el plato para atrapar las migajas
restantes―, tal vez si salimos vivos de esto, podemos ir allí.
Lily levantó las cejas.
―¿Nosotros? ―cuestionó su referencia al pronombre.
Marc se encogió de hombros, pasándose el dedo con migajas por la lengua.
―Sí, por qué no. Este ha sido un trabajo de mierda para ambos. Creo que
merecemos vacaciones ―le dijo.
Lily sonrió.
―El otro día amenazaste con… ¿qué dijiste? “Te destriparé como a un
pescado”, creo que esas fueron tus palabras. ¿Ahora quieres irte de vacaciones
conmigo? ―Rió.
―Qué puedo decir, hicimos un buen equipo hoy. Y no me siento mal a
menudo, pero me siento mal por toda esta jodida situación. Una semana en la
playa de Pemba, me apunto.
Lily asintió.
―Muy bien, Marcelle. Si puedes mantenerme con vida, y tú sobrevives a tu
batalla personal con los Bratva y los liberianos, me encontraré contigo en la Isla
Pemba, tú pagas ―le aseguró.
―Solo si prometes nunca más llamarme Marcelle ―gruñó.
Ella se puso de pie y tomó los platos para llevarlos al fregadero.
―¿Por qué? ¿No es tu nombre verdadero?
―Sí, es mi nombre verdadero. Pero no me gusta ―explicó poniéndose de pie
también.
―¿De verdad? Creo que es bonito.
―Exactamente. ¿Luzco como un tipo “bonito”? ―preguntó.
Lily se volteó y se apoyó contra el mostrador para que sus ojos vagaran sobre
Marc. Estaba sucio, no habían tenido una oportunidad para lavarse desde la batalla
en Bamako. El brazo había empezado a sangrar de nuevo donde se había cortado
con la ventana durante la pelea en Liberia. Realmente debería coserlo. También
tenía tres cicatrices profundas, como si lo hubieran golpeado con una metralla,
justo por encima de la ceja derecha. También había sido malo con ella, la amenazó,
la encadenó y casi causa que la maten en varias ocasiones.
Pero Lily solo pensaba en la historia que le contó en el auto, la del chico de
Haití. Y hombre de Mali, cargándola en la orilla de la carretera y diciéndole que
todo sería más fácil. El hombre de Liberia, haciendo que cada célula de su cuerpo
volviera a la vida después de cinco años de inactividad.
―No ―estuvo de acuerdo con voz suave―. Bonito no es la palabra que
usaría para describirte.
Marc forzó una sonrisa.
―Estoy exhausto. ¿Quieres ducharte? ―preguntó inclinándose para apagar
la vela.
―Sí. Probablemente debería, pues no lo he hecho desde Liberia ―respondió
envolviéndose la cintura y mirando por la ventana. Ahora la oscuridad la ponía
nerviosa.
―Está bien. Revisé el tanque de agua y está lleno, aunque dudo que tengas
agua caliente. Entraré cuando termines. Si te despiertas antes que yo en la mañana,
despiértame, ¿de acuerdo? No pasees afuera. Si escuchas algo, quédate en tu
habitación y asegura la puerta. Iré por ti ―le instruyó.
―Entiendo.
―Te veo por la mañana.
Y con eso, salió de la habitación dejándola sola.
Lily corrió a la parte trasera de la casa. Marc había cerrado su puerta. No se
molestó en entrar a su habitación, fue directo al cuarto de baño y abrió el grifo. La
habitación estaba en la parte trasera también, así que entró y encendió las luces. Ya
no quería estar en la oscuridad más de lo necesario.
Estabas planeando matar a alguien de todas maneras. ¿Qué importa si mataste a otra
persona? Alguien que iba a matarte, en primer lugar. No se hicieron preguntas. No fue
nada. No significó nada.
Lily lavó su cuerpo primero, haciendo una mueca por cada corte y hematoma
que encontró. Luego, usó el jabón para lavar su cabello lo mejor que pudo, sacando
el resto de sangre de cada centímetro de su ser.
No significó nada. No significó nada. Dos días más. Resiste dos días más. Luego
llorarás todo lo que quieras. Dos días más.
La ducha básicamente no tenía puerta, fue construida con ladrillos de
cemento. Se sentó en el piso y presionó la espalda contra la pared, abrazando las
rodillas al pecho. Puso la frente contra las rodillas, rezando por dormir. Orando
por desmayarse.
Pero nada de eso sucedió. En su lugar, sucedió lo que más odiaba.
Lloró.
Falsa. Falsa. Todos estos años te has convencido de que eras algo diferente. Marcelle
De Sant lo es de verdad, ni siquiera parpadeó. Pero tú eres débil. Llorando en el piso de la
ducha. ¿Cómo pudiste pensar que podrías hacer esto? Qué débil.
No estaba segura de cuánto tiempo estuvo en el piso. Fue un buen rato. Lo
suficiente para dejar de llorar, pero no tanto para que las imágenes de sangre
desaparecieran de su mente. Quería que se fueran. Que no existieran más.
―¿Cuánto tiempo has estado así?
Levantó la cabeza, sorprendida de encontrar a Marc de cuclillas cerca de ella.
Se quedó inclinada sobre las rodillas y levantó las manos para apartar el cabello del
rostro.
―Um, no lo sé. Creo que me quedé dormida, lo siento. Voy a salir para que
puedas entrar ―dijo alejándose de él y poniéndose de pie para quedar bajo el
chorro.
―Lily, no eres…
―¡No puedo escucharte! ¿Puedes esperar dos minutos afuera? Gracias ―lo
interrumpió frotándose el cabello con los dedos.
Silencio. Se imaginó que la había dejado sola, pero escuchó un crujido y lo
sintió moverse detrás de ella. La agarró por los hombros y la obligó a darse vuelta
para enfrentarlo. Estaba parado completamente vestido en la ducha con ella.
―Detente ―dijo simplemente. Y cruzó los brazos sobre el pecho.
―¡Marc! ¡Lárgate! ―le reclamó.
Marc se rio.
―Nena, odio recordártelo, pero ya lo he visto ―bromeó.
Lily lo empujó por el pecho.
―¡No me importa! ¡Este es mi espacio, mi tiempo! Me tuviste encadenada a ti
todo un día de mierda, ¡solo dame un poco de maldito espacio! ―le gritó.
―No creo que quieras eso.
Su voz era suave. Le quitó el cabello de los hombros.
―Sí quiero. Quiero estar sola ―le dijo soltando el aliento.
Dejó caer las manos y recargó la cabeza contra su pecho.
―¿Qué voy a hacer contigo, cariño? ―se quejó Marc envolviéndola en sus
brazos.
―Ya has hecho mucho. Darme un respiro sería una maldita buena idea ―dijo
en un murmullo.
Marc resopló.
―Listilla.
―No quería matarlo ―susurró Lily.
Los dedos de Marc le recorrían la espalda de arriba a abajo.
―Lo sé.
―Solo quería matar a una persona. Y no era a él.
―Lo sé.
―Él iba a matarme. Te iba a matar.
―Lo sé.
―Pero aun así… no quería matarlo.
―Lo sé.
Le agarró la camiseta en los puños.
―Dilo de nuevo. Dime que se vuelve más fácil ―rogó.
Lo sintió asentir.
―Se hace más fácil. Aprendes a superarlo. A que no te importe. A reconocer
quién lo merece y quién no ―le aseguró.
―¿Eso es lo que tú haces? ¿Solo matas a aquellos que lo merecen?
―preguntó.
―Quien yo creo que lo merece, sí ―le dijo.
Lily se estremeció.
―Tú dijiste que me matarías.
―Estaba engañándote.
Cuando levantó la cabeza para ver si estaba bromeando, la besó.
Estaba absolutamente muda. Se había imaginado que su noche juntos había
sido algo así como un engaño. Una manera de conocerla, de aprender más sobre su
trabajo y robarle los diamantes. Entonces, cuando era obvio que no estaba
mintiendo, que él realmente se iba a quedar, las cosas fueron demasiado lejos.
Todo estaba jodido. El sexo estaba fuera de los límites. Haría todo incluso peor.
Esto era una mala idea. Una enorme y monumental mala idea. Bromear sobre
ir de vacaciones juntos era una cosa. En realidad, acostarse con el hombre que el
día anterior la había amenazado con daño corporal y que de hecho la había
golpeado varias veces, era una mala, mala, mala idea. No era el tipo de hombre que
podía llevar a su casa para conocer a sus padres.
Puedes pasar los próximos dos días sintiéndote sola y aterrorizada o tal vez solo esta
noche, puedes sentir ese momento en el cielo de nuevo. Tu decisión. Realidad u olvido.
Lily gimió y metió las manos debajo de su camiseta mojada, tratando de
arrancarla. Él se separó el tiempo suficiente para quitársela por encima de la
cabeza, entonces su boca estaba sobre la de ella de nuevo y esta vez no fue gentil.
Le tomó la cabeza entre las manos y empujó su espalda contra la pared. Su
lengua se sumergió en su boca.
―Sabes ―suspiró mientras su boca se movía hacia abajo para tomar su pecho
y besar la punta―, los moretones realmente se ven sexys.
Lily bajó la cabeza para mirar mientras sus labios recorrieron un moretón en
el medio del esternón.
―Cállate. Tú pusiste ahí la mayoría ―señaló.
―Me hiciste poner la mayoría. Y estoy seguro de que yo tengo bastantes más
―replicó.
―Te los mereces.
―Cállate.
Mientras él tomaba sus pechos y mordisqueaba sus pezones, ella aflojó su
cinturón. Ni siquiera se molestó con la bragueta, simplemente metió la mano
dentro de los pantalones. Ambos gimieron cuando tomó su dureza, su mano
húmeda resbalaba por su piel deslizándose atrás y adelante.
―Sabes que esta es una mala idea, ¿verdad? ―manifestó. Su voz era apenas
un susurro mientras su mano bombeaba más rápido.
―Todo lo que sé es que si te detienes, de verdad te mataré ―amenazó,
apoyando su frente contra su clavícula.
―Esto es solo sexo ―dijo, como si estuviera recordándoselo a sí misma, más
que diciéndoselo a él.
―Esto es solo grandioso sexo ―la corrigió.
Antes de que pudiera decir nada más, su boca estaba de nuevo en la de ella y
estaba presionando el cuerpo contra el suyo, forzándola contra la pared. Ya no
podía mover las manos, pero no importaba, porque le agarró la muñeca y la sacó
de los pantalones. Luego sus manos fueron a sus caderas para guiarla fuera de la
bañera.
Se movieron por el suelo húmedo y se deslizaron por el pasillo. La envolvió
por la cintura y la levantó para llevarla a la habitación con las piernas colgando.
Luego la puso en su cama antes de empezar a sacarse los pantalones.
―¿Qué pasa si alguien llega a la casa? ―preguntó, inclinándose para
ayudarlo a salir de la tela mojada.
―Les dispararé ―gruñó, luchando por liberar el pie.
―Pensé que solo matabas a las personas que se lo merecían.
―Si alguien interrumpe esto, se lo merece.
La empujó, haciéndola caer hacia atrás contra el colchón. Sacó la otra pierna y
pateó los pantalones al otro lado de la habitación, entonces bajó la cabeza para
mirarla.
―¿Qué? ―preguntó, apoyándose en los codos.
―Eres tan jodidamente hermosa.
Su voz era suave y simple. No era poesía precisamente, pero la manera en
que lo había dicho, tan sincero, causó una punzada en su pecho. Como si no
estuviera acostumbrado a ver cosas hermosas.
Como si Lily fuera un regalo.
―Ven aquí.
Prácticamente cayó sobre ella, su lengua estuvo en su boca antes de que las
rodillas tocaran el colchón. Puso una mano en su nuca para mantenerla quieta y
ella sintió que le estaba robando el aire de los pulmones.
Rodaron. Lily lo inmovilizó para besarle el pecho mientras bajaba la mano
para abarcar su erección. Marc gimió. Puso su mano sobre la de ella, mostrándole
cómo tocarlo. Qué tan rápido moverse.
Luego la apartó para ponerla de espaldas y devolverle el favor. Mientras la
lengua aprendía los contornos de su mandíbula, la mano bajó por su cuerpo.
Se deslizó sobre el estómago. Y a través de su humedad. Movía los dedos
tocándola como una guitarra y Lily se quedó sin aliento, sus caderas se levantaron.
Marc escuchó las demandas de su cuerpo y empujó dos dedos dentro de ella,
bombeándolos de inmediato.
―Es la segunda vez que te he tenido húmeda y necesitada debajo de mí ―le
susurró en su oído.
―Cuenta tus bendiciones, puede que no vuelva a suceder ―respondió ella.
Se alejó, la beso en la clavícula y luego en la punta de los pechos. Suaves y
delicados besos por todo el estómago. Sacó los dedos y Lily gimió por la pérdida, y
luego gimió de placer mientras le besaba el hueso de la cadera. A continuación, la
parte superior de la línea del bikini. La obligó a abrir las piernas y contuvo el
aliento mientras la besaba en la parte superior del muslo. Pero entonces se movió
más al sur, besando y lamiendo todo el camino a su rodilla. Comenzó a jadear y
sus manos fueron al cabello de él, tratando de llevarlo de nuevo más arriba.
―¿Qué estás tratando de decirme? ―Sopló, moviéndose a su otra rodilla y
chupando la piel sensible detrás de ella. Ella se apartó.
―Por favor, por favor, te necesito ―jadeó.
Marc le levantó la pierna de manera que apuntara hacia arriba y se puso de
rodillas arrastrado los dientes por la pantorrilla.
―¿Me necesitas para qué?
Bajó esa pierna.
―Por favor, Marc.
―Dime.
Repitió lo mismo con la otra pierna y ahora estaba completamente abierta
para él.
―Por favor.
―No estás diciendo nada.
Lily no podía soportarlo. Se sentía como si fuera a estallar. Movió los dedos al
calor de su núcleo, tratando de aliviar la presión.
―Cualquier cosa. Voy a decir cualquier cosa. Por favor.
―Aún espero las palabras mágicas.
Lily tenía dos dedos dentro de sí misma. Su otra mano estaba tomando un
seno. Podía sentir las manos de Marc en sus tobillos, apretando por un momento,
luego marcando un camino hacia arriba, a sus rodillas. Luego de nuevo abajo. Sus
muslos empezaron a temblar.
―Dios, Marc, por favor, por favor, solo fóllame.
Al parecer, esas eran las palabras mágicas.
La agarró por los tobillos y tiró con fuerza, arrastrándola hacia debajo de la
cama. Se quedó sin aliento por la sorpresa y, antes de que pudiera recuperar el
aliento, Marc estaba golpeando en su interior. Sin necesitar una pausa.
Lily gritó, arrastrando las uñas por la espalda con fuerza suficiente para
romper la piel. Marc siseó y apretó los dientes donde el cuello se encontraba con su
hombro.
Ambos estaban empapados, Lily en más de un sentido, y sus pieles se
deslizaron sin esfuerzo una contra la otra. Ella presionó sus manos contra cada
lado de su rostro, besándolo de la misma manera que él la besó, como si fuera un
tanque de oxígeno.
―Joder, gracias. Qué manera de terminar un fin de semana de mierda
―gimió Marc presionando su frente contra la de ella.
―Es tu culpa que fuera de mierda ―resopló lamiendo sus labios.
Él gruñó y agarró sus rodillas, tirando hacia arriba de manera que las piernas
estuvieran presionadas contra su pecho.
―Cállate ―reclamó girando las caderas, su pelvis abofeteando su culo. Ella
se movía a la par de sus embestidas, girando la cabeza lejos de él.
―Marc… Marc… No puedo… Voy a… por favor. ―Las frases completas
estaban fuera de su alcance.
―Dios, sí, por favor. Necesito sentir esto de nuevo. Tu coño es mágico ―juró,
levantando la cabeza para mirar entre sus cuerpos.
Sus palabras fueron demasiado. Saber que sus ojos estaban en la parte más
íntima de ellos era demasiado. Solo imaginarlo entrando y saliendo de ella era
demasiado. Dejo escapar un sollozo y tuvo un orgasmo tan fuerte que estaba
segura que su corazón se había detenido. Todos sus músculos se tensaron al
mismo tiempo en una convulsión. Su cuerpo se retorció intentando alejarse de la
sobre estimulación mientras él continuaba moviendo su polla dentro y fuera.
―Por favor, por favor ―gimió las palabras una y otra vez, a pesar de no estar
segura del porqué.
―¿Ves? Pura magia. ―Suspiró besando su sien.
Se movió fuera de ella pero estaba demasiado relajada para que le importara.
Lentamente la movió sobre su estómago y tampoco eso le preocupó. Pero cuando
sus dedos se clavaron en su espalda, masajeando los moretones y doloridos
músculos gimió, estirándose debajo de él. Bajó la mano a su trasero, masajeándolo
también, entonces se inclinó hacia abajo, mordiendo la suave carne. Ella rió y luego
contuvo el aliento cuando le subió la pierna a un lado. Se mantuvo quieta hasta
que la penetró desde atrás.
Marc se tomaba las cosas con calma y Lily se lo agradeció.
Poco a poco, sus células volvieron a la vida. Comenzó a gemir y a moverse,
levantando el trasero contra sus caderas. Él entendió las señales sutiles y comenzó
a presionar más fuerte, más rápido. Cuando levantó la cabeza para mirar por
encima de su hombro, él extendió la mano y agarró un puñado de su cabello,
jalando suavemente.
―Se siente muy bien ―gimió mirándolo a los ojos.
―Bien ―gruñó.
―Quiero que también tú lo disfrutes ―le dijo.
Marc gimió y tiró con más fuerza de su cabello, golpeando más fuerte.
Se volvió loca, comenzado a sacar todo tipo de cosas sucias, cosas que nunca
había dicho antes. Rogándole que le hiciera cosas que nadie más le había hecho.
En poco tiempo, ambos estaban completamente empapados en sudor. La
había subido a sus rodillas a pesar de mantenerlas separadas. Puso las manos
sobre sus hombros, forzándola a poner la parte superior de su cuerpo plana contra
el colchón, luego demandó que se tocara a sí misma. Obedeció, moviendo sus
dedos sobre ella y sobre él al mismo tiempo. Una de las manos de Marc se movió
para agarrar su culo y sus dedos se clavaron en la carne de una manera que sabía
que iban a dejar marca. Su otra mano se aferró a su hombro, y la folló con tanta
fuerza, que se preguntó si sería capaz de caminar mañana. Lily gritó su nombre
cuando el orgasmo vino de ninguna parte, sorprendiéndola con su fuerza. Su
vagina se cerró, inmovilizándolo por completo. Marc también gritó y se movió
hacia adelante mientras se corría, tan fuerte que Lily sintió cada ráfaga.
―Joder. Lo siento, Lily, pero… joder. ―Jadeó Marc.
―No lo sientas ―dijo soltando el aliento mientras Marc caía de lleno sobre su
espalda.
―No pude detenerme ―continuó.
―No quería que lo hicieras.
―Eres demasiado para mí.
―Igualmente.
Se quedaron así por un tiempo, y la misma calma que había caído sobre ella
la primera vez que tuvieron sexo volvió. Era igual que correr una larga carrera y
luego tenderse en el césped. Cada músculo relajado bajo su piel.
Había estado cansada y funcionando irregularmente los últimos dos días, así
que el sexo loco no debiera ser una buena idea. Sin embargo, en ese momento se
sentía como la mejor idea.
Eventualmente, Marc se separó. Lily gimió y se deslizó de la cama,
arrastrando los pies para ir de vuelta a la ducha. Todavía estaba abierta, así que se
paró debajo del chorro para enjuagarse. Pero un minuto después Marc se le unió,
diciendo que podía ayudarla a lavarse la espalda.
¡Debería estar muerta de cansancio! ¿Cómo hace que lo deseé tanto?
A pesar de caerse en la ducha dos veces, se las arreglaron para tener varios
orgasmos antes de llegar a una tregua. Parecían estar sacando sus demonios
buceando en la piel del otro. Para ella estaba bien, parecía funcionar. Pero también
necesitaba descansar y volver a sentir las piernas.
―¡¿De dónde sacas toda tu energía?! ―le preguntó poniéndose una de las
camisetas de él antes de colapsar en la cama. Marc entró a la habitación con un
cuenco en una mano mientras se ponía unos pantalones con la otra. Los dejo sin
abrochar y se sentó en la cama junto a ella.
―Simplemente soy así de afortunado ―dijo con un suspiro extendiendo el
bol hacia ella. Estaba lleno de dátiles. Lily tomó uno.
―Podría dormir durante días.
―Qué mal. Tienes seis horas.
―Negrero.
―Te encanta.
Ella se aclaró la garganta, jugueteando con su dátil.
―Y ahora, ¿qué significa esto? ―preguntó.
―¿Qué quieres decir?
―Ayer estábamos listos para matarnos el uno al otro. Esta noche tuvimos
sexo durante dos horas consecutivas. ¿Qué pasará mañana? ¿Vamos a amanecer
con pistolas? ―bromeó.
―De ninguna manera ―declaró riendo―. Te he visto con una pistola,
ganarías.
―Probablemente.
―No significa nada, Lily. Es solo sexo. Me gusta follar. Eres asombrosa.
Ambos nos sentíamos como la mierda… Esto hizo que nos sintiéramos mejor.
Como dije antes, somos un buen equipo. Somos particularmente excelentes en ese
departamento ―le informó él.
No podía negarlo.
―De acuerdo. Siempre y cuando eso sea todo… No podemos hacer esto de
nuevo ―declaró.
―Será todo. Si tú lo dices.
―Sí. Lo contrario empeoraría las cosas. Tengo un plan ―afirmó
recordándoselo―. Tengo que llegar allí. Tengo que matar…
―¿De verdad piensas que puedes llevarlo a cabo? ―preguntó Marc,
mirándola.
Estaba en la parte baja de la cama, su cabeza cerca del muslo de ella.
―Sí.
―Antes no lo manejaste muy bien ―señaló.
Ella le dio un golpe en el hombro.
―Lo manejé bien, fue el después lo que no sobrellevé bien. Y el durante es
todo lo que importa. Siempre y cuando pueda superarlo, lo cual ya probé que
puedo, entonces estoy bien ―balbuceó, intentando convencerse más que a nadie.
Estuvieron en silencio un par de minutos.
Marc comía con placer los dátiles mientras Lily miraba el techo jugando con
el dobladillo de la camiseta.
―Tienes que cambiar tu manera de pensar. ―Su áspera voz rompió el
silencio.
―¿Qué quieres decir?
―Te sientes mal por matar a ese tipo. ―Era una declaración. Lily asintió.
―Sí.
―Porque crees que no lo merecía. Porque simplemente estaba haciendo un
trabajo. Porque estaba actuando por órdenes. Porque es una vida humana y es
sagrada ―completó Marc.
Lily se sorprendió de que hubiera interpretado sus pensamientos con tanta
precisión.
―Sí, todo eso ―aceptó, concordando con Marc.
―Y todo eso es verdad, pero si lo piensas así, te llevará a la locura.
―Lo comprendo, pero no deja de ser verdad.
―No, pero piénsalo de otra manera. ¿Cuánta gente había matado ese
hombre? ¿Cuántas mujeres había violado? ¿Cuántas drogas había vendido?
¿Cuántas vidas había ayudado a arruinar? ―parloteó Marc.
―No tienes la certeza de que algo de eso sea verdad ―señaló Lily.
Marc estalló en carcajadas.
―Realmente eres malditamente estúpida. ¿Sabes cómo son las pandillas por
aquí? ¿No escuchabas cuando te conté lo que presencié en Liberia? Aquí no hay
ley, cariño. Si está en una pandilla, hace mierda muy mala. ¿De dónde crees que
provienen tus diamantes? ―preguntó, levantando la mirada hacia ella de nuevo.
―Mis… ¿qué? ―Fue atrapada con la guardia baja.
―Esos diamantes. Tu precioso pasaporte a Moscú. Para intentar vengar el
injusto asesinato de tu hermana ―dijo Marc imitando de forma cómica una voz
seria―. ¿Cuánta gente crees que murió por esas piedras? Son los diamantes más
limpios que alguna vez han salido de Costa de Marfil, ¿crees que fueron tomados
voluntariamente? No. Fueron tomados de otra organización, quienes los
consiguieron de alguna otra parte llevándolos de regreso a la mía. ¿Quién piensas
que trabaja en la mía? ¿Pequeños elfos felices silbando a lo lejos? Prueba con niños.
Gente enferma. Esclavos no remunerados. Y no es exactamente un trabajo
divertido ―le explicó.
Lily frunció el ceño.
―Esa no es mi batalla. Vine por una razón, no para salvar al mundo ―dijo
con seriedad.
Marc se rió y arrojó un dátil en el aire atrapándolo con la boca.
―Ahora estás hablando como una mercenaria.
Lily no sabía si eso la hacía feliz o triste.
―Esa es la meta, supongo.
―Entonces, ahora que estás en camino hacia un inhumano acto de violencia,
¿piensas que vas a poder volver a tu antigua vida? ―repitió su pregunta del otro
día.
Lily suspiró y se frotó el rostro con las manos.
―No lo sé. Pensé que podría. Después de hoy… no lo sé. No puedo ignorar
todo esto. ¿Cómo se supone que vuelva a trabajar en un banco? ―preguntó,
pasando las manos por el cabello.
Se movió y Lily oyó el bol repiquetear en el suelo.
―No lo harás ―dijo como si fuera tan simple.
―Entonces, ¿qué hago?
―Esto.
―¿Qué?
―Esto.
Le tomó un segundo entenderlo.
―¿Seguir haciendo lo que he estado haciendo? ―comprobó.
Marc movió el brazo y lo apoyó entre las piernas de Lily, agarrando el pie
derecho para masajear el arco.
―¿Por qué no? Eres buena para eso, obviamente. Estás cruzando el infierno
y, cuando salgas del otro lado, serás incluso mejor. Puedes cobrar un montón de
dinero por las cosas que serás capaz de hacer ―explicó
―¿Pero quiero hacer esas cosas? ―susurró.
―No tienes que matar. Puedes seguir trasportando. Seguir lavando. Seguir
moviéndote ―sugirió.
―Hmmm. ―Fue todo lo que dijo.
Marc carraspeó, apretando su pie.
―¿Cuánto hace que nos conocemos? ―preguntó.
Lily se quedó sorprendida un momento y tuvo que pensar.
―No sé, ¿cinco semanas? ―Intentó pensar.
―¿Tanto? Jesús, piensa en todo el tiempo que nos hemos perdido de estar
desnudos. Debería haberte follando el primer día.
―Debería, podría, haría.
―¿Sabes qué fue la primera cosa que pensé cuando te vi? ―dijo cambiando
de tema de nuevo.
―Casi me asusta preguntar.
―Pensé que eras una acompañante.
Le dio un golpe en el hombro de nuevo.
―Cállate.
―No, en serio. Eras tan limpia y tan hermosa. ¿Qué mierda hacía alguien
como tú, de todos los lugares, en una casa segura de la Bratva en África? Toda esa
piel cremosa, ese cabello rojo oscuro. Una traviesa contable fue mi otro
pensamiento.
―Casi. Traviesa banquera ―corrigió riendo.
―Lo que intento decir es que “perra ruda que dispara primero y pregunta
después” no viene a la mente cuando alguien te mira. Eso es bueno. Tienes un bajo
perfil. Puedes ir a un montón de lugares que un chico como yo no puede ―explicó.
Ella asintió.
―No lo había pensado de esa manera. Tú sí te ves como un matón rudo que
dispara primero ―aceptó.
Sus dedos se hundieron en la planta del pie y Lily chilló y se apartó. Ambos
rieron y él frotó el lugar adolorido.
―Exactamente. Piensa en el daño que podríamos hacer juntos.
Lily se quedó completamente quieta, asimilando sus palabras.
―¿Qué estás diciendo? ―preguntó en voz baja.
―Dije… que hacemos un gran equipo ―repitió.
Lily se sentó y lo miró.
―¿Lo dices en serio? ¿Me estás pidiendo que sea tu compañera de crimen o
algo así?
Estaba atónita. Él se encogió de hombros.
―Algo así. Puedo ayudarte, puedo hacer que seas mejor. Puedes tomar
trabajos. Si necesito tu ayuda en algo, puedo llamarte. Si necesitas mi ayuda,
puedes llamarme ―reflexionó Marc.
Lily estaba más allá de sorprendida. Se tumbó de nuevo, intentando
enfocarse en el techo.
Cinco años. Después de que Stankovski estuviera muerto, el plan había sido
volver a casa. Ver a sus padres por primera vez en dos años. Ver a sus amigos, si
todavía tenía alguno. Intentar volver a alguna forma de normalidad.
Pero ahora, cuando realmente intentaba imaginarlo, no podía.
¿Qué? ¿Iba a volarle la cabeza a un hombre y luego sentarse en la cena de
Acción de Gracias? ¿Trabajar de nueve a cinco en un banco, después de años de
viajar por el mundo? De ir a donde quisiera, cuando quisiera, porque sabía que
tenía el peso de algo más grande que ella para respaldarla.
¿Qué había dicho Marc antes? Sin ley. Es donde estaba ahora. ¿Podría volver
a vivir dentro de la ley? Era como pedirle a un lobo que volviera y viviera como un
perro doméstico. Se había dejado llevar demasiado tiempo. Tal vez ya no estaba
hecha para vivir en sociedad.
―No sé, Marc ―susurró―. Ya no sé qué quiero.
Marc se movió sobre el colchón, entonces gateó sobre ella. Levantó su
camiseta pasando la lengua a lo largo del esternón. Ella le permitió subir la tela y
quitarla por la cabeza.
―No es que tengas que tomar una decisión ahora, Lily. Llega a Marruecos de
nuevo, sube a ese ferry. Si puedes hacerlo, si puedes matarlo, entonces tal vez
sabrás lo que quieres ―sugirió apoyando todo su peso sobre ella y besando un
lado de su cuello. Ella suspiró y envolvió los brazos alrededor de sus hombros.
―Si puedo, ¿eh? Tienes un montón de fe en mí.
Él se quedó quieto por un momento, entonces sus labios se movieron a su
hombro.
―No tienes que hacerlo ―susurró.
―¿Qué?
―No tienes que hacer esto ―repitió―. No tienes que hacer nada de esto.
―Espera. ―Estaba más sorprendida que cuando le había ofrecido una
asociación. Lo empujó por los hombros, obligándolo a apartarse de ella―. ¡¿Qué
estás diciendo?!
―Estoy diciendo que no tienes que hacer esto. ¿Recuerdas lo que me dijiste
en la pensión? Que podía simplemente alejarme ―explicó trenzando círculos con
los dedos en uno de sus pezones. Ella le agarró la mano.
―¿Alejarte?
―Esos diamantes, Lily, ¿tienes una idea de cuánto valen? ―preguntó.
Ella negó.
―No. Es decir, sí, obviamente entiendo eso, pero no la cantidad ―explicó.
―Millones. Tantos millones de dólares. Podríamos convertirnos en algo más.
Nadie jamás lo sabría. Lily y Marc ya no existirían ―le dijo él.
―Espera. Espera, espera, espera. Estás sugiriendo que… ¿escapemos juntos?
¿Que nos quedemos los diamantes, que los vendamos nosotros? ―comprobó.
―Básicamente.
―¿Tú quieres huir conmigo?
Oficialmente estaba más allá de atónita.
―Jesús, no te estoy pidiendo matrimonio. Podríamos irnos, repartir los
diamantes y nunca hablar de nuevo. O podríamos marcharnos y follar por los
próximos tres años. Solo intento decir que no necesitamos seguir siendo las mismas
personas ―enfatizó.
Lily finalmente lo miró directamente y Marc la estaba mirando. No podía
creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo habían llegado a este punto?
Marc le había descrito la primera vez que la había visto. Intentó recordar la
primera vez que lo vio. Había sido en su segundo día en África, y había estado
dando un recorrido por la casa segura. El recinto tenía un enorme patio trasero que
rodeaba un lado de la casa, que era donde su auto estaba guardado. Mientras
caminaba hacia él, lo había visto.
Por supuesto que capturó su atención. Era una presencia imponente, incluso
cuando no se estaba moviendo o diciendo nada. Pero cuando se movía, cuando
estaba en acción, era imposible no notarlo. Había estado cargando una enorme
bolsa por el patio, riendo en voz alta con uno de los guardias. Le había echado un
vistazo a Lily y sus ojos se habían encontrado por un momento. Solo un momento.
Marc no había sido capaz de averiguar cuál era el trabajo de ella, pero ella había
sabido de inmediato el propósito de él en la Bratva.
Es tan fuerte. Podrá hacerlo. Podría dejar todo atrás. Incluso llevarme con él. Tomarlo
todo.
―No puedo ―dijo con voz ahogada. Se aclaró la garganta―. No puedo.
Cinco años. Comprometí mi ayer. No puedo empezar a vender mi mañana.
Marc asintió y alejó la mirada, observó la pared por un segundo. Luego sobre
su cabeza y alrededor de la habitación. Entonces asintió de nuevo y la miró otra
vez.
―De acuerdo entonces. Te llevaremos a Moscú ―dijo con voz fuerte y clara.
Lily dejó escapar el aliento que no se había dado cuenta que estaba
reteniendo.
―Gracias, Marc.
―Y técnicamente, como ya hemos tenido sexo esta noche y todavía es esta
noche ―su voz bajó a un gruñido y se tumbó de nuevo sobre ella con los dientes
sobre su clavícula―, entonces la cosa del “no sexo” no empieza hasta mañana.
Ella se rió y le arañó los omóplatos.
―Solo porque lo dijiste de forma muy agradable.
(11)
DÍA CUATRO

L
ily se sentó en la cama, abrazando la manta contra su pecho. Se apartó el
cabello de la cara y miró a su alrededor. La habitación estaba vacía.
Fue a llamar a Marc, pero luego lo pensó mejor y se levantó,
arrastrando los pies por la habitación. Habían lavado la ropa anoche, frotándola en
la ducha. Marc había subrayado la importancia de mantener la ropa lo más limpia
posible, ninguno de los dos tenía nada más que usar y no podían permitirse el lujo
de contraer infecciones en alguna de las múltiples heridas que ambos habían
conseguido a través de sus cuerpos.
Se maldijo por no haberle pedido a Marc un arma anoche; Todo lo que tenía
era su Glock, que estaba vacía. La metió en su cinturón de todos modos,
imaginándose que cargada o no cargada, al menos daría miedo.
Se metió en el pasillo, quedándose en silencio y escuchando la casa. No había
ruido, así que siguió moviéndose. Pasó por todas las habitaciones con su arma
fuera, pero estaba sola en el edificio. Se paró en el cuarto de baño, con las manos en
las caderas, preguntándose dónde diablos había ido.
Él no…
Volvió corriendo a su habitación, empujando la puerta. Estaba vacía, la cama
tendida. Por supuesto, no había dormido en ella. Había pasado toda la noche con
ella. Pero no había nada más en la habitación. No había armas, ni ropa, ni su
estúpida mochila.
¡No lo hizo!
Corrió a través de la casa, sin siquiera preocuparse si alguien estaba afuera.
En alguna parte en el fondo de su mente, ya sabía lo que estaba esperando ahí
fuera.
No pudo hacerlo.
Lily irrumpió en el patio delantero, patinando sobre los guijarros y rocas
sueltas. Se inclinó hacia delante, con las manos en los muslos, respirando con
dificultad. Su arma cayó al suelo. Luego siguió su ejemplo, cayendo de rodillas. Se
metió las manos en el cabello, tirando de las raíces.
―Lo hizo― suspiró, mirando fijamente la entrada vacía.
Sin auto.
Sin Marc.
Sin nada.

Lily suspiró, tomando un sorbo en el café que se había hecho. Colocó la taza
detrás de su pie, luego ajustó la sábana blanca que había puesto sobre ella. Estaba
ayudando a mantener el sol a raya.
Estaba sentada en el tejado de la casa. Era el mejor punto de vista, pensó. La
casa estaba en la cima de una pequeña colina. Podía ver a kilómetros en todas
direcciones, por lo que sabría un auto venía antes de que supieran que estaba en la
casa.
Los propietarios tenían que llegar en algún momento. Y si no lo hacían, tal
vez tendría suerte y otro auto pasaría. El camino de tierra en el que se encontraban
parecía dar vueltas alrededor de la carretera principal y, más abajo, vio otra casa.
Alguien tenía que pasar en algún momento.
Quería estar enojada con Marc, pero no lo estaba. Estaba enfadada consigo
misma. Había vuelto a caer. Un buen cuerpo y un buen pene, y buen Dios, Lily.
Esperaba algo mejor de sí misma. Él la había empujado de regreso a esa sensación
segura, todos esos toques, todas esas palabras.
“… ya no necesitamos ser esa gente…”.
El hombre era bueno. Se había enamorado completamente de él. Le había
creído, cada palabra. Un día tan horrible. Una noche tan maravillosa. Su alma
había estado suplicando que alguien le hablara de esa manera.
¿Qué habría hecho si lo hubiera aceptado?
Él se había ido. Había tomado el auto y los diamantes. Todas las armas.
Todo. Probablemente estaba en un país totalmente diferente, probablemente en
Malí. Mientras tanto, ella estaba sola en una casa en un país extraño, sin medios de
comunicación. Sin manera de defenderse. Casi sin comida, tampoco.
Cuando regresaran los propietarios, tendría que robar su auto. Tendría que
rezar para que su vacía Glock fuera suficiente para asustarlos. Se sentía mal,
dejándolos desamparados, pero tenía que salir de allí. Tenía que ir a otro sitio,
todavía tenía todo el dinero en sus pantalones, y luego haría un plan. Averiguaría
qué podría hacer entonces. Qué opciones le quedaban.
Tomó otro sorbo de café, luego casi dejó caer la taza. Había un sendero de
polvo lejos en la distancia, y se dirigía en su dirección. Había estado allí dos horas
y nada en el desierto se había movido. Sólo podía ser una cosa.
Lily corrió al fondo del tejado, luego maldijo. Había encontrado una escalera
de madera al lado de la casa y la había usado para subir a su percha. Había sido
golpeada de alguna manera y ahora estaba en el suelo.
Tiró primero de la sábana y luego se sentó, con las piernas colgando por el
costado de la casa. Rezando para que todas esas horas en el gimnasio le sirvieran
realmente, agarró el borde del tejado y lo torció lentamente, con cuidado mientras
se bajaba.
Sus brazos la hicieron sentirse orgullosa y pudo bajarse hasta quedar
colgando. Era sólo un piso, por lo que cayó al suelo. Siguió maldiciendo en voz
baja, preguntándose cuánto tiempo había tomado aquella pequeña excursión.
Luego subió por la ventana a su dormitorio, luchando con las cortinas.
Justo cuando se liberó de la tela, oyó abrirse la puerta principal. Maldijo.
Vaya “dura” estaba resultando ser; era inútil sin Marc. Su plan se estaba yendo a la
mierda. Manteniendo sus pasos ligeros, corrió a través de la habitación,
presionándose contra la pared junto a la puerta. Sostuvo la Glock junto a su cabeza
y trató de recuperar el aliento. Trató de frenar el latido de su corazón.
Puedes hacerlo. Puedes hacerlo. Ayer mataste a un pandillero. Puedes tomar un
rehén familiar. Tienes esto.
Pesadas pisadas se movieron a través de la casa. Lentamente, casi como si la
persona estuviera buscando algo. Tal vez no era el propietario. Tal vez era un
miembro de la Bratva, alguien que la había encontrado.
No importaba. Amplió su postura, lista para girar hacia adelante, con todo su
peso en su pierna derecha. Cerró los brazos en su lugar, lista para sacar la pistola.
No caería sin pelear. No se dejaría llevar.
Las pisadas estaban en el pasillo, fuera del otro dormitorio. Pausa. Luego se
movieron, acercándose. Se detuvieron frente a su puerta. Lily contuvo el aliento,
miró el techo por un segundo. Dijo una pequeña oración. Entonces lo oyó.
La perilla empezó a girar.
Ella se giró cuando la puerta se abrió y empujó su arma hacia adelante,
sosteniéndola en ángulo. La subió debajo de su barbilla e hizo un gran espectáculo
de deslizarla a su lado. Todo se congeló.
―Si no lo supiera mejor, diría que me extrañaste, cariño.
Marc estaba sonriendo, pero Lily mantuvo el arma en su lugar.
―Me dejaste ―siseó.
―Esa pistola no está cargada.
Cinco años de entrenamiento con esa pistola específica no habían
desaparecido. Casi más rápido de lo que alguno de ellos pudiera parpadear, ella
sacó la pistola, quitó el seguro, y la puso al lado de su cuello. Apoyó su mano libre
detrás de ella, su palma plana contra la parte posterior del arma. Un fuerte
empujón y un espray arterial decoraría las paredes de la habitación.
―Todavía es un arma. ¿Dónde diablos fuiste? ―preguntó. Él parpadeó,
quedándose completamente quieto.
―Estabas roncando como un jodido cerdo, decidí ir a hacer un
reconocimiento ―explicó. Ella lo fulminó con la mirada.
―No ronco. ¿Por qué no me despertaste?
―Princesa, yo…
Ella sacudió el arma, haciendo que se ahogara con sus palabras.
―¡Mi maldito nombre es Lily!
―De acuerdo, Lily, fui a buscar en las otras casas para ver si podía encontrar
un teléfono. Volví a Néma para ver si podía conseguir algunas municiones, más
pistolas ―explicó él, su voz suave al tiempo que alzaba las manos, sosteniéndolas
como si estuviera bajo arresto.
―¿Por qué no me llevaste contigo? ―preguntó.
―Estabas durmiendo.
―Maldito mentiroso.
―Es la verdad.
―Deberías haberme despertado ―le dijo. Él le sonrió.
―Ahora me doy cuenta de eso.
Ella vaciló. Nunca debía dudar. Pero no estaba segura de si debía creerle o
no. Su historia sonaba legítima, después de todo regresaría. Y en ese momento de
intentar decidir, vio su vacilación, y actuó.
Y por eso que es mejor que tú.
La tomó de la muñeca, apartando el arma de su garganta. Ella se vio
obligada a mover el brazo, y en otro instante estuvo doblada frente a él, con las
muñecas sujetas a la espalda.
―¡Jesús, estoy impresionado, cariño! Hablar de conseguir llegar a mí. Pensé
que esto iba a convertirse en una parte permanente de mi anatomía. ―Se rió entre
dientes, y ella vio que el bastidor del arma era lanzada sobre la cama.
―Obviamente no fui lo suficientemente bueno ―replicó ella, luchando
contra su agarre. Él tiró más fuerte sus brazos, forzando su cabeza aún más abajo.
No podía mantener el equilibrio, estaba casi completamente doblada por la mitad.
Si la soltaba, caería sobre su rostro.
―No lo sé. Esto está funcionando muy bien para mí ―dijo, y sintió su mano
moverse a través de su trasero. Ella trató de apartarse.
―¡Córtalo!
Finalmente la soltó y la ayudó a ponerse de pie. Se apartó de él, hizo un
espectáculo de enderezarse la ropa.
―Hablé en serio ―dijo, volviendo a la sala de estar. Lily lo siguió y observó
mientras él recogía una bolsa grande―. Eso fue bueno, usar el arma fue bueno. Si
fuera un extraño, me habrías asustado como la mierda.
―Todavía no entiendo por qué no me despertaste ―gruñó, de pie junto a él
cuando dejó caer la bolsa sobre una mesa.
―Porque te ves adorable cuando duermes.
―Vete a la mierda.
Él abrió la bolsa, y los ojos de Lily saltaron al contemplar la colección de
armas y munición que había dentro. Le arrojó una caja y ella la tomó, mirándola.
Balas que quedarían en su Glock.
―También traje unas jarras, podemos llenarlas de agua y gas, vi algunos
tambores atrás. Empezaré con eso mientras ordenas esta mierda ―le dijo Marc.
Era un gesto enorme. Acababa de confiar en ella una pistola cargada anoche,
ahora la estaba dejando con una bolsa llena de armas. Se dirigió hacia la puerta
principal y Lily agarró su camisa, deteniéndolo antes de que pudiera pasar junto a
ella.
―Pensé que me habías dejado ―dijo simplemente, pero esperaba que su voz
expresara lo disgustada que estaba realmente. Sus cejas se fruncieron.
―Sólo fui… ―empezó, pero ella negó.
―Te llevaste todo. El auto. Las pistolas. Los diamantes. Todo. Pensé que habías
mentido, y pensé que me habías dejado. No lo vuelvas a hacer ―le ordenó.
Él la miró por un segundo.
―No te dejaría, Lily. No ahora. ―Mantuvo su voz suave.
Ella asintió y soltó su camiseta.
―Bien.
Ella le dio la espalda y él la golpeó en el trasero, luego agarró su cinturón,
tirando de ella de regreso a él.
―No ahora que sé lo complaciente que puedes ser ―gruñó en su oído, pero
su tono era burlón y envolvió un brazo alrededor de su cintura, abrazándola.
―Quítate de mí, nada más de eso ―le espetó, empujando sus manos.
Lily tomó inventario de las armas mientras Marc cargaba las jarras. Ella se
sentó en la puerta, las armas extendidas en el suelo delante de ella. Miraba de vez
en cuando, observando a Marc moverse por el patio. El calor era sofocante, y se
quitó su camiseta en un momento, envolviéndola alrededor de su cabeza. Ella trató
de no mirar fijamente.
¿¡Que estabas pensando!? La última vez que te acostaste con él, todo se arruinó.
¿Qué pasará esta vez? Nunca más, Liliana. Nunca más.
Pero al ver cómo se alzaba en la parte superior del gran auto, observó los
diferentes grupos de músculos estirarse y contraerse, y pudo sentir que su boca
empezaba a hacerse agua y su resolución empezaba a deslizarse.
―Deja de desnudarme con tus ojos, ¡salgamos de aquí!
Se burló de su armamento, descartando dos armas que no funcionaban,
resultó que había comprado la bolsa como una especie de paquete-para-llevar.
Mientras cargaba la Glock, explicó que había tomado parte del dinero del soborno
de sus pantalones para pagar todo.
―¿Tú qué? ―exclamó, subiendo al asiento del acompañante de la Scout.
―Lo necesitábamos ―dijo él simplemente, tirando las armas de la bolsa
detrás de su asiento antes de caminar y ponerse detrás del volante.
―Necesito ese dinero, Marc, tiene un propósito específico.
―Lo necesitábamos para esto, también.
Él giró el encendido, pero ella se acercó y agarró su brazo antes de que el
auto pudiera moverse.
―Quiero ver los diamantes.
Permanecieron en silencio por un segundo, mirándose uno al otro. La
fulminó con la mirada.
―¿En serio? ¿Después de anoche? ―preguntó.
Ella tragó y asintió.
―Sí. Me dejaste. No dijiste nada, solo me dejaste. Quiero ver los diamantes
―repitió su petición.
Él se quejó, pero cavó detrás de su asiento. Saco la mochila que nunca parecía
estar lejos de él y la dejó en su regazo. Luego encendió el motor y salieron por la
calzada.
Lily sacó la bolsa de galón. No había visto los diamantes desde Liberia, e
incluso entonces, no había conseguido mirarlos muy bien. No en su totalidad. Giró
la bolsa en su mano, observando que la luz rebotaba en todas las pequeñas piedras.
―¡Feliz! ―dijo él bruscamente.
―Tanto problema, por un montón de rocas. ―Suspiró ella, hundiendo los
dedos en los laterales de la bolsa.
―Un montón de piedras que valen mucho dinero ―añadió Marc, mirándola.
―Nunca me importó el dinero ―dijo, y luego comenzó a meter la bolsa de
nuevo en el fondo de su mochila.
―¿Cuánto te pagaron por este trabajo de transporte? ―preguntó él.
―¿Cuánto te pagaron por robar los diamantes? ―preguntó ella.
―¿Por qué todo es una puta batalla contigo? Siento que necesito estar
constantemente pateando tu trasero sólo para conseguir lo que quiero ―se quejó.
Ella sonrió.
―Técnicamente, todavía tienes que patear mi trasero ―lo corrigió.
―Um, te golpeé en tu trasero en Liberia.
―Un golpe bajo, ni siquiera estaba mirando. ¿¡Qué tipo de hombre golpea a
una chica!?
―A la mañana siguiente, cuando sacaste tu truco de tragar.
―Todavía no has visto mi “truco de tragar” y otra vez, me tomaste cuando no
estaba en guardia y cuando estaba encadenada contigo. Cobarde ―se burló de él.
―Cuando te asustaste y pensaste que te estaba vendiendo.
―¡Oh, vamos! ―exclamó ella―. Esa fue una pelea bastante parecida, y
puedes haber ganado, pero sólo por el arma. ¡Definitivamente te pateé el trasero
más fuerte!
―Yo no diría “más”.
―Escupiste un diente.
―Era una corona.
―Eso es casi peor.
―Ya estaba suelto.
―¡Jesús! Te pateé el trasero de siete maneras diferentes el domingo, y si no
puedes admitir que una chica te pateó el trasero, entonces está bien, pero eso no
hace que no sea cierto, porque definitivamente…
Estaba sentada sobre sus rodillas en su asiento, se volvió hacia él. Estaba
mordiéndose la uña, sin prestar atención, así que no estaba preparada en absoluto
cuando la agarró por la parte posterior del cuello y tiró de ella hacia adelante.
Chilló en el segundo antes de que sus labios cubrieran los suyos, su mano
moviéndose para cubrir su mandíbula. Una vez más, esa sensación de su aliento
siendo aspirado. Metido en el viento. Justo junto con sus cuidados.
―Estoy casi empezando a disfrutar de tu fabril entusiasmo. ―Suspiró él,
luego sus dedos buscaron sus mejillas―. Pero no lo jodas.
Ella apartó su mano.
―Extrañarás mi febril “entusiasmo” cuando me vaya, admítelo. ―Se rió,
cayendo en su asiento.
―No, no lo haré.
―¿Febril es una palabra?
―Lily, cállate.
―Sólo te estoy preguntando si…
Una explosión resonó en el aire, provocando que ambos brincaran y Lily
gritara. Marc se desvió un poco, tratando de mirar por el espejo retrovisor. Ella se
volvió para darse la vuelta en su asiento.
―¿Qué diablos eso? ―preguntó.
―Estoy revisando. ―Ya estaba subiendo entre los asientos mientras ella le
respondía.
Sabía que había un par de binoculares en la bolsa de Marc, así que los sacó
antes de inclinarse sobre el asiento trasero. Podía ver una nube negra subiendo
desde detrás de una colina que acababan de pasar, y se concentró en eso cuando
levantó los binoculares.
―¿Qué ves? ―preguntó Marc.
―Veo… una nube. Tal vez llamas. Algo explotó.
―No jodas. ¿Qué fue eso?
―No puedo estar segura, pero parece que vino en dirección de la casa ―dijo
lentamente.
―Mierda. ¿Estás segura?
Lily ajustó el enfoque, hizo cálculos en su cabeza. No podía estar del todo
segura, pero…
―Sí, estoy muy segura. Creo que alguien voló esa casa ―le dijo.
―Mierda.
―Se pone peor.
―¿¡Peor!?
―Viene un auto.
―Mierda.
Una camioneta subió la colina detrás de ellos. Estaba todavía a cierta
distancia, pero estaba realmente pisándoles los talones.
―¿Qué hiciste en tu pequeña excursión esta mañana? ―espetó Lily,
deslizándose al frente.
―¡Nada! ¡Busqué la otra maldita casa en ese camino, luego conduje de
regreso a esa zona desértica de pueblo, para encontrar para comprar armas!
―espetó en respuesta.
―Bueno, claramente, ¡fue una terrible maldita idea! ¡Alguien te vio! ―gritó.
Tomó aire profundamente.
―Tal vez ―estuvo de acuerdo, y ella se ahogó en el silencio―. Debieron
haberme perdido cuando me fui, luego encontraron ese camino.
―¡Maldito idiota! ―maldijo Lily, frotándose la frente.
―¡Oye! No hay ni una jodida razón para quejarse, así que enfrenta la maldita
situación, cariño, y colócate los pantalones de niña grande. Estamos a punto de
lidiar con mucho fuego y apreciaría no tener que escuchar tus quejas todo el
tiempo ―le informó.
―Tal vez no están tras nosotros. Tal vez es alguien completamente diferente
―murmuró Lily, mirando por el espejo lateral.
―Por favor no digas cosas estúpidas ahora. Cambia de asiento conmigo
―contestó
―¿Eh?
―Muévete.
Siempre parecía muy fácil en las películas, pero cambiar asientos mientras
van a ciento veinte kilómetros por horas no era una tarea fácil. Marc era un tipo
grande, Lily tuve que maniobrar sobre él, mientras ambos tenían que trabajar
alrededor de la palanca de cambios. Su velocidad cayó a la mitad, luego casi se
salieron del camino cuando golpeó el freno en lugar del embrague.
―¡Lo siento! Lo siento ―dijo rápidamente, antes de que pudiera gritarle. La
fulminó con la mirada por un segundo, luego metió la mano tras el asiento.
―¿Dónde están? ―preguntó mientras tomaba su bolsa del asiento. Miró de
reojo por el espejo retrovisor.
―Tal vez a unos ciento cincuenta metros y acercándose ―estimó
aproximadamente. Apoyó una escopeta de acción entre ellos, luego colocó el bolso
en el suelo bajo sus pies.
―Bien. Prepárate. Podría ser simple. Tal vez sólo están siguiéndonos.
Probablemente nos quieren con vida, en ese caso…
Se escuchó el sonido de un disparo y la ventana trasera explotó.
―¡¿Todavía crees que nos quieren con vida?! ―gritó Lily.
―¡No jodas, preocúpate por manejar! ―respondió.
Más disparos se escucharon, plagando la parte de atrás del auto con balas.
Lily se agachó hasta donde pudo, abrazando la puerta. El carro que estaban
conduciendo era un viejo modelo de camioneta, y aunque era un auto lo
suficientemente bueno, no estaba exactamente en perfectas condiciones. Era viejo.
Estaba gastado. Estaba presionándolo a máxima velocidad. Sus perseguidores
estaban conduciendo una Suburban negra, tan brillante que parecía fuera de lugar.
Fue capaz de acelerar y golpear con fuerza la parte de atrás del chasis. Lily maldijo,
y cuando Marc se inclinó sobre su asiento y empezó a disparar en respuesta, cubrió
su oído derecho con su mano.
―¡Uno abajo! ―gritó, inclinándose para agarrar otro cargador
completamente lleno.
―¡¿En serio?!
Lily estaba sorprendida, pero mientras miraba por el espejo retrovisor, pudo
ver la puerta del pasajero de la Suburbana abierta. Un momento después, un
cuerpo fue empujado hacia fuera al camino. Y el auto aceleró de nuevo, golpeando
su chasis una vez más.
―¡Creo que son seis! Bueno, cinco ahora. No dejes que se pongan al frente
―instruyó Marc.
―Haré mi mejor esfuerzo ―respondió.
―¿Tu mejor? Eres una jodida conductora, así que haz tu trabajo. ―Fue lo único
que dijo antes de volver a disparar.
Lily había hecho todo su entrenamiento en autos pequeños. Había tomado
varios cursos de conducción acrobática y autos de carrera, así que se sentía cómoda
detrás de cualquier volante. Pero la mayoría de su tiempo la había pasado
conduciendo BMW y Audi. Pequeños autos rápidos.
Con balas zumbando sobre su cabeza, Lily observó sus espejos como mejor
podía, dejando atrás lo grandes movimientos del auto. Él quería rodearla, así que
condujo por el carril central, tomando todo el camino lo mejor que podía. Era un
suicidio a su velocidad, pero la mantuvo al frente.
―¡Si pudieras darle al conductor, eso estaría genial! ―gritó sobre el viento
que estaba atravesando el auto.
―¡¿Quieres venir aquí e intentarlo, princesa?! ―gritó en respuesta, tomando
otra arma.
―¡Mierda!
Estaba rodeando una curva y al otro lado, un vehículo varado tomaba todo el
carril derecho del camino, con un grupo de persona paradas en la línea central.
Lily tiró del volante a la izquierda, haciendo que Marc cayera a su lado.
Condujeron con dos neumáticos levantados del pavimento, amenazando con
deslizarse por la pequeña pendiente. Miró a un lado y vio que la Suburban había
girado a la derecha, y ahora estaba saltando y cruzando sobre arbustos y matas.
No dejes que tomen la delantera. No dejes que tomen la delantera.
Luchó por mantener el auto en el camino y tiró con fuerza del volante hacia la
derecha. La Suburban hizo el mismo movimiento y chocaron entre sí. El metal
estaba golpeándose contra el metal, haciendo un sonido ensordecedor.
El asiento trasero de la Suburban estaba al nivel de sus asientos delanteros, y
cuando una ventanilla tintada comenzó a bajar, Marc agarró la escopeta. La sacó
por la abertura, y antes de que sus invitados pudieran volver a subir la ventanilla,
apretó el gatillo. El otro conductor debe haber presionado los frenos, porque la
camioneta más grande quedó atrás, la escopeta y los sonidos de gritos quedándose
con ellos.
―Creo que sólo quedan dos ahora ―dijo Marc, sentándose en su asiento y
rebuscando en las armas a sus pies―. Estamos moviéndonos demasiado, no puedo
conseguir un disparo limpio.
―Oh, lo siento, ¿quieres que estacione? ―preguntó Lily.
―Me gustaría que tuvieras menos de esa maldita actitud y tratarás de hacer
algo.
Lily pensó por un segundo, luego sintió una bombilla encenderse en su
cabeza.
―¡Quita la parte superior! ―gritó.
―¿Disculpa?
―¡La parte de arriba, atrás! Es removible. Quítala ―instruyó.
Estuvo sorprendida de que no le hiciera más preguntas. La mayoría de las
bisagras que sostenían la parte superior estaban rotas, así que aflojarla no era el
problema. Un par de giros, un par de golpes de su puño, y el viento hizo el resto,
arrancando la parte superior y dejándola tras ellos.
Tan pronto como sucedió, Lily redujo la marcha, tiró del volante, y presionó
el freno de mano. La parte trasera del auto dio un giro de ciento ochenta grados, y
antes de que pudiera detenerse del todo, movió la palanca de cambios a reversa y
presionó el acelerador a la vez que dejaba presionado los frenos. Con el humo
arremolinado alrededor de ellos mientras los neumáticos rechinaban y buscaban
adhesión al caliente pavimento.
―¡Gracias! ―gritó Marc, moviéndose hacia atrás para pararse en el asiento,
inclinándose contra la barra estabilizadora.
―Haz que valga la pena, no quiero recibir un disparo hoy ―contestó,
mirando tras ellos mientras se aferraba a su cinturón.
Mientras maniobraba lo mejor que podía, escuchó mientras sus balas
repicaban contra el metal. Penetrando a través de vidrio. Seguía esperando a que le
anunciara que todos estaban muerto, que una vez más había salvado el día, pero
no sucedió.
―¡Maldición el arma está atorada! ―gritó Marc.
―¡Resuélvelo, estoy por quemar la transmisión! ―gritó Lily en respuesta,
mirando los números en el tablero.
―¡Pásame otra cosa!
Gruñendo, Lily se inclinó lo mejor que pudo a un lado mientras mantenía un
ojo sobre el camino. Rebuscó en la bolsa, luego su mano se cruzó con algo. Se
sentía como un arma, solo que más grande. Casi caricaturesca. Le tomó un
segundo, luego lo supo. Jadeó, teniendo otra idea.
―¡Siéntate! ―ordenó, sacando el arma del bolso y maniobrándola hasta que
quedó apuntando a su ventana.
―¿Por qué? ¿Y estás desacelerando? ―Sonaba más que sorprendido.
―Confía en mí.
Marc se sentó mientras la Suburban estacionaba con ellos. Una ventana
lentamente bajó y el conductor le sonrió, varios dientes de oro destellaron con el
sol. Lily sonrió en respuesta, luego tiró del gatillo.
Una pistola de bengalas parecía una opción tonta, y cómo había terminado
mezclada con todas las otras armas, no lo sabía. Pero mientras la bengala se
disparaba contra el otro auto, estuvo feliz de que la hubieran encontrado.
La reacción fue instantánea. Hubieron alaridos y gritos, humo saliendo por
las ventanas. La camioneta se sacudió de un lado a otro, luego comenzó a girar a
otro lado. Lily dejó salir un suspiro de alivio al principio, pero entonces el otro
vehículo apareció, casi completamente cortando por la angosta carretera. Lily tuvo
tiempo de gritar una buena palabrota antes de que la Suburbana se estrellara en el
panel frontal de su auto.
No se volcaron, gracias a Dios, pero sí giraron en varios círculos. La parte
trasera perdió el control, haciendo los giros y eventualmente los arrastró a la zanja
que había a un lado de la carretera. Lily estaba usando cinturón de seguridad, pero
aun así golpeó su cabeza contra el volante. Ninguna bolsa de aire salió para ella,
aunque cerca de un minuto después del choque, una bolsa de los pasajeros salió.
Asombrosas características de seguridad. Estoy tan cansada de ser golpeada en la
cabeza.
―Mierda. Princesa ―gruñó Marc, y pudo escucharlo moverse alrededor.
Gimió, preguntándose qué eran los quejidos que parecían estarla rodeando.
Cuando sintió su mano deslizándose entre su pecho y el volante, se dio cuenta que
estaba inclinada contra el claxon.
―Sólo quiero desmayarme, sólo por un minuto ―susurró mientras él la
empujaba hacia atrás. Era gentil, apoyando la parte de atrás de su cabeza mientras
la movía. Se alzó sobre sus rodillas, inclinándose para inspeccionarla.
―Sólo un rasguño. Mírame ―ordenó, y fijó sus ojos en los de él―. Bien. No
creo que haya una contusión.
―¿Estás seguro? Esto de verdad duele ―se quejó, y eso lo hizo reír. Levantó el
borde de su camiseta y lo presionó contra el costado derecho de su frente. Cuando
la apartó, vio que había sangre en la tela.
―Lo hiciste bien. Voy a ver si esas escorias están vivas ―le dijo Marc, luego
él saltó fuera del auto.
Lily no estaba tan animada para ir detrás de sus atacantes. Con cautela bajó
del auto, luego gruñó cuando vio el daño. Una rueda trasera había sido
completamente destrozada y sacada del rin, el metal estaba completamente
cóncavo, fijando bien el neumático dentro de la rueda.
Ahí va otro auto. ¿Cuántos van hasta ahora?
―Mierda ―susurró, limpiando el sudor de su frente. Cuando se limpió la
mano en su blusa, un color rojo tierra manchó el frente de su camiseta. Frunció el
ceño. No era sudor, sino sangre. Todavía estaba sangrando. Probablemente no era
una buena señal.
Había gritos viniendo de algún lado, así que salió de la zanja e hizo una
mueca. La Suburban estaba parada en el camino, mirando en dirección contraria.
La esquina del lado del conductor había sido completamente aplastada, el
guardabarros colgaba en un extraño ángulo. El asiento del conductor parecía estar
en llamas y todas las ventanas tenían disparos, el parabrisas era una enorme
telaraña de rupturas.
Presionando la palma de su mano contra la herida de su cabeza, apoyó una
mano contra el aplastado capo y rodeó el vehículo. Había un tipo muerto en el
suelo; el conductor de dientes de oro que le había sonreído. Marc tenía a otro
hombre sujetado contra el lado del auto, con un arma presionada en la frente del
tipo.
―¿Cómo nos encontraron? ―exigió Marc.
El hombre escupió en su cara y Lily hizo una mueca. Eso no había salido muy
bien para ella, cuando se lo hizo a Marc. Él estrelló su arma contra la nariz del
hombre, luego volvió a apuntarle el cañón.
―No respondo a ti ―contestó el hombre, con un acento ruso muy evidente
en su voz.
―Tal vez no a mí, pero tengo nuevo balas aquí a las que creo que te mueres
por hablarles ―replicó Marc.
El hombre dijo algo en otro idioma, y no sonaba complacido. Se le dio otro
golpe en la nariz.
Lily no quería ver más. Se sentía mareada, y no podía importarle menos
quién los envió. Era Ivanov, o alguien por encima de él. Tal vez incluso el gran jefe
Stankovski. Lo único que le importaba era qué tanto se veía involucrada…
¿Stankovski sabía que ella y Marc estaban intentado robar los diamantes?
―Dios, ¿podemos simplemente largarnos de aquí? ―gritó.
–―No hasta que me diga…
Marc no llegó a terminar su declaración. Lily soltó un estrangulado grito
cuando un brazo se envolvió alrededor de su garganta. Fue a mover su brazo hacia
atrás hacia quien sea que la estaba sosteniendo, pero un arma estuvo de repente
presionada contra un costado de su cabeza. Se congeló, alzando sus manos.
―¡Muy bien! ¡Dennos los diamantes!
Lily se detuvo por un momento, un poco sorprendida… el hombre
sosteniéndola tenía un fuerte acento barriobajero.
―Esto no tiene que volverse un desastre ―declaró Marc en voz baja―. Déjala
ir. Lo dejaré ir.
―No me importa un carajo él, ¡o esta perra! Dime dónde están los malditos
diamantes, ¡o la última cosa que verás será como meto una bala en la cabeza de tu
novia!
Marc entrecerró los ojos.
―Déjala ir, o la última cosa que tú verás es a mí metiéndole una bala a la
cabeza de tu amigo ―contraatacó Marc.
El tipo sosteniéndola se movió a un lado, y por un segundo, Lily pensó que
estaba muerta. Pero el arma fue apartada de su cabeza y fue apuntada
directamente hacia el frente. Marc se movió hasta atrás y Lily gritó antes de
morder el brazo que estaba restringiéndola. Su asaltante dejó salir un grito, pero no
la soltó. En cambio, tiró del gatillo disparándole a su compañero en la parte de
atrás de la cabeza. Luego estrelló la parte de atrás de su arma contra el costado de
su cráneo. Su realidad dio vueltas en un círculo y dejó de morderlo, casi quedando
laxa en su agarre.
―¿Ya no es un problema, verdad? ¡Consígueme esas malditas piedras! ―Estaba
gritando tan fuerte que estaba escupiendo mientras hablaba, rociando el hombro
de Lily. No le importó. Estaba tomándole toda su energía concentrarse y sólo
quedarse de pie. Trató de mantener sus ojos sobre Marc, pero parecía que había
dos levantándose del suelo.
―Muy bien, muy bien. ―Suspiró, limpiándose el polvo―. Quieres las
piedras. Tendrás las piedras. Déjala ir, ella no es parte de esto. Sólo la he estado
manteniendo como rehén, no significa nada.
―¡¿Parezco un maldito estúpido?!
―¿Es una pregunta de verdad?
―Cambié de opinión, amigo. La última cosa que verás… después de que te
disparé en ambas rodillas; es a mí follando la cara de tu novia. Te gustaría eso,
¿verdad, cariño? ―Su nuevo amigo gruñó en su oído. Ella tomó aire
profundamente.
―Cualquier cosa que acabe con esto rápido, seguro ―se las arregló para
decir, aunque se sintió como si gastara toda su energía para decir las palabras.
―¡Oh! ¡Mi tipo de mujer! Ahora, antes de que tenga que cumplir mi palabra,
sé linda y dime dónde están esos diamantes ―preguntó. Lily asintió de nuevo, sus
ojos cayendo cerrados.
―¡Oye! ¡Princesa, mírame! ―espetó Marc. Sus parpados aletearon abiertos de
nuevo, le tomó un momento para que tres de él se convirtieran en uno―. Mantén
esos bonitos ojos verdes en mí, ¿bien?
―No puedo prometer nada ―murmuró.
―¡Esto no es una maldita disputa familiar! ¿Crees que viaje todo el camino
hasta África para tener una maldita charla? ¡Los diamantes, amigo! ¡Dame los
diamantes de Stankovski!
―¿Alguna vez te lo dije, Lily? ―preguntó Marc, parándose casualmente con
sus manos tras su espalda.
―¿Decirme qué? ―preguntó ella. Él brazo alrededor de su cuello se apretó, el
hombre detrás de ella se enfadó más, gritando unas palabrotas que no entendió. Lo
ignoró, sólo concentrada en Marc, como le había pedido.
―Que tienes los ojos más absolutamente preciosos que he visto jamás
―respondió Marc. Ella sonrió.
―¿En serio?
―En serio. ¿No dejes de mirar, bien?
―Bien.
Sucedió muy rápido. No parpadeó. No apartó la mirada. Mientras que el
molesto británico estaba escupiendo y maldiciendo, Marc sacó su brazo derecho
hacia el frente. En una fracción de segundo, tiró del gatillo. Una fracción de
centímetro, y le habría disparado a Lily. Una fracción de un latido, y el hombre tras
ella estaba muerto. Este cayó hacia atrás, el arma deslizándose de su mano, su
brazo alrededor de su cuello tironeándola. Casi cayó con él, pero trastabilló hacia
atrás y agarró el arruinado capo de la Suburban, logrando sacárselo de encima.
―¿Estás bien? ―Marc estaba de repente a su lado.
―¿Qué? Sí. Bien. Buen disparo ―murmuró, frotándose el costado de su
cabeza.
―Mierda, no había ninguna pista. Y no puedo creer que le disparara a su
amigo ―dijo Marc, acunando su rostro con sus manos e inclinándolo hacia él.
―Fue medio imbécil ―aceptó Lily, dejando que sus ojos rodaran para poder
mirar al cielo.
―Tal vez me equivoqué, tal vez sí tienes una contusión ―murmuró Marc,
poniendo sus pulgares bajo sus ojos y tirando de su piel. Finalmente lo miró.
―¿De verdad crees que tengo ojos preciosos? ―preguntó. Él le sonrió.
―Cariño, tienes ojos hermosos. Como esmeraldas.
―Siempre son joyas contigo.
―Qué puedo decir, princesa, siempre me gustaron más las esmeraldas que
los diamantes.
―Odio eso. ―Suspiró―. Mi nombre es Lily. ¿Por qué no puedes llamarme
Lily?
―Porque decir tu nombre se siente muy cómodo, cariño. Y soy la clase de
hombre que no puede permitirse estar demasiado cómodo ―explicó. Ella se rió.
―Has dicho mi nombre mucho. Creo que ya estás muy cómodo ―bromeó. Él
frunció el ceño.
―También lo creo.
Quiso examinar esa declaración. Deshacerla y entenderlo. Entender a un
hombre tan complicado y peligroso. Quería que estuviera cómodo. Quería que se
acurrucara en su alma y la hiciera entender sus propios peligros, sus propias
complicaciones. Quería que la cambiara. Que cambiara por ella. Que cambiara todo
... quiero que me atrape antes de que caiga al suelo…
Ese fue su último pensamiento antes de que sus ojos se pusieran en blanco y
se desmayara.
(12)
DÍA CUATRO

M
arc hizo una mueca, frotando una mano por su mandíbula. No se había
afeitado en cuatro días, no desde la mañana del asalto. Mataría por una
maquinilla de afeitar y algo de jabón.
Y simplemente un descanso. Un maldito puto descanso, durante cinco jodidos
minutos.
Hubo un ruido detrás de él y apartó la mirada de la carretera, fijándose en el
asiento trasero. Lily estaba extendida en el asiento, mayormente oculta bajo una
manta. Sólo su brazo estaba fuera y a la vista, estirado hacia la puerta. Sonrió y
volvió a mirar a la carretera.
Había estado inconsciente durante horas, desde que se había desmayado
después de su persecución de autos. Habían pasado once horas, había empezado a
preocuparse, pero no había una mierda que pudiera hacer… no era como si
hubiera un hospital cada par de kilómetros, e incluso si lo hubiera, detenerse no
era necesariamente de su mejor interés. Mauritania tenía una fuerte presencia
terrorista, particularmente en sus regiones fronterizas. Terroristas que disfrutaban
de secuestrar a occidentales. Marc tenía confianza en su habilidad para emitir una
vibra de “sólo intenta secuestrarme”, pero Lily era como un faro, simplemente
pidiendo ser capturada. Alta, pelirroja, piel blanca y casi tan americana como una
persona podía ser; todo lo que necesitaba para completar el aspecto era una tarta
de manzana en una mano.
No, detenerse para una TAC4 estaba fuera de cuestión.
―¿Dónde mierda estoy?
Marc se rió y miró hacia atrás de nuevo. Ella estaba luchando para apartar la
manta de su rostro mientras intentaba sentarse.
―Tranquila ahí, cariño. Te puse en el asiento trasero para que pudieras
estirarte ―explicó Marc. Ella apartó el enredo de su rostro, luego hizo una mueca.
Sus dedos debían haber frotado el corte en su frente. Estaba cerca de la línea de su
cabello, casi desapercibido con su cabello suelto.

4
TAC: Tomografía computarizada.
―¿Dónde estamos? ¿No tuvimos un accidente de auto? ―preguntó con voz
rasposa.
―Sí. Tomé el otro auto, pero no estoy seguro de cuánto tiempo va a durar.
Toma ―dijo, pasándole una botella de agua.
―Sí, gracias a Dios ―gimió, levantándola a sus labios. La tragó, el líquido
derramándose sobre su barbilla y en su parte delantera.
―Cuidado, no te pongas enferma ―le advirtió él. Le hizo un gesto con la
mano y terminó toda la botella.
―De acuerdo. Primero, necesito comida. Estoy muriéndome del hambre
―recalcó, arrojando la manta a un lado antes de gatear entre los asientos
delanteros y colocarse al lado de él.
―Imaginé que lo estarías ―replicó, sacando una bolsa de debajo de sus pies
y dejándola en el regazo de ella―. La mayoría son frutas deshidratadas, algo de
pan. Podemos encontrar algo más sustancial cuando tomemos otro auto. Estamos
justo fuera de Nuakchot.
La capital de todo el país se asentaba en el océano Atlántico y a unos pocos
kilómetros del sur del Sahara Occidental. Si Lily no se hubiera despertado, habría
ido a un hotel por la noche. Pero ella había dormido durante el día… estaría bien
para conducir de noche. Podrían hacer todo el camino hasta la frontera de
Marruecos sin parar, entonces sólo un día más hasta que pudieran llegar a Tánger.
Hasta que hubieran acabado y él pudiera tener sus diamantes. Limpiar su nombre.
Porque eso es lo importante todavía. Claro. ¿En realidad te lo crees?
―Vaya, ¿condujiste todo el camino? ¿En este pedazo de mierda? ―preguntó,
con sus ojos deambulando por el capó mientras sacaba la comida de la bolsa.
El Scout que habían estado conduciendo había quedado inútil. Marc había
cargado todo en el todoterreno, entonces condujo, esperando lo mejor. El
parabrisas había estado tan roto que simplemente se había deshecho de él. No
tenían ventanas, en absoluto. Hacía un horrible sonido de chillido y humo blanco
estaba constantemente saliendo de debajo del capó, y cuando llegó a los ochenta
kilómetros por hora, se sintió como si fuera a partirse. Pero siguió funcionando, y
eso era todo lo que importaba.
―Síp. ¿Cómo está tu cabeza? ¿Lo recuerdas todo? ―preguntó, acunando su
barbilla y moviendo su cabeza para que lo mirara.
―Eh, duele un poco. Recuerdo el choque. Recuerdo… salir del Scout. Te
recuerdo… a ti y a un tipo. ¿Disparos? Tú hablándome. Algo. ―Su voz se
desvaneció mientras buscaba en su memoria.
―Bastante cerca. ―Pensó que podría ser mejor si no recordaba todo.
Había sido un movimiento atrevido, disparar a un hombre que tenía una
pistola contra su cabeza. Arriesgado. Marc era buen tirador, pero tantas cosas
podrían haber ido mal. Simplemente una mala respiración y Lily habría sido
disparada. Por él, o por el pistolero contratado.
Nunca. Nunca permitiría que eso sucediera.
En algún momento entre dejar la pensión en Mali y su persecución de antes
ese día, las cosas habían cambiado. Al principio, Lily había sido un juguete. Algo
con lo que jugar, algo para confundir. Entonces había sido una adversaria. Una
enemiga. Una agente de traición, enviada para arruinar su carrera en el mejor de
los casos, y acabar con su vida en el peor. Más adelante, sin embargo, una molestia.
Tragándose los diamantes. Discutiendo con él. Golpeando su rostro. Intentando
dispararle.
Pero también había probado su valor. Inicialmente desarmada, había
detenido a dos asaltantes en esa pensión y matado uno. Nunca había estado
asustada de él, ni una vez. Y casi le había pateado el culo en varias ocasiones. Casi
la admiraba. Definitivamente le divertía.
Innegablemente le atraía.
Al verla impotente, sin embargo, había superado todos esos pensamientos. Lo
quisiera o no, ella se había convertido en más que sólo su compañera en su
pequeña aventura. Su cuerpo le había pertenecido en dos ocasiones distintas y, al
parecer, eso era más que suficiente para tomar completa posesión de este, en su
mente. Ver a otro hombre mirarla lascivamente, amenazarla con violación…
dispararle no era suficiente. Hizo que Marc deseara su juego de cuchillos. Había
querido destripar al otro hombre. Quitar sus intestinos mientras seguía vivo.
Hacerle lamentar incluso notar que Lily existía, por no hablar de amenazarla.
Tocarla.
Hijo de puta.
Mal, mal, mal. A Marc le encantaban las mujeres porque le gustaba follar…
eso era todo. Lily era una buena follada y un infierno de luchadora. Eso era todo lo
que jamás podría ser, nada más. Ella iba a Moscú para alguna estúpida misión
suicida para matar al pakhan de la Bratva. Marc iba regresar para probar su
inocencia y matar a Ivanov. Estaban destinados a dos diferentes caminos.
Tal vez no tan diferentes…
Negó. Una pelirroja con grandes ojos verdes no iba a descarrilar su vida.
Simplemente tenía que mantener su cabeza clara. No pensar más sobre ese cabello
rojo o esos ojos verdes. No más sexo. Llegar a Tánger. Conseguir los diamantes. Ir a
Liberia. Salir como la mierda de África. Volver al trabajo. Habría mucho tiempo
para sexo con montones de mujeres, si podía terminar este trabajo.
Pero ninguna de esas otras mujeres será como ella.
―Vamos a morir de envenenamiento por monóxido de carbono antes de
llegar a ninguna parte. ―La voz de Lily interrumpió sus pensamientos. Ella tosió y
movió su mano delante de su rostro.
―Estamos bien, tenemos suficiente ventilación.
―¿No has visto otros autos a lo largo del camino?
―Discúlpame si no he tenido tiempo para ir paseando alrededor de África
con tu peso muerto colgando de mi hombro, buscando por una limusina para ti
―espetó, su irá ante su atracción burbujeando hacia ella.
―¿Quieres que conduzca? ―preguntó de repente.
―¿Por qué?
―Porque te estás quejando como un niño enfadado de cinco años. Creo que
necesitas una siesta ―le informó, y él estalló en risas.
―Cállate. No sólo no quiero perder tiempo ya que este auto funciona, sino
que esta zona es súper jodida. Terroristas, bandas, minas. Realmente no me apetece
vagar por los caminos transitados ―explicó. Ella hizo una mueca.
―Dios, odio este lugar ―gruñó.
―Te ofreciste voluntaria para el trabajo ―le recordó él. Ella suspiró y asintió.
―Un medio para un fin. Siempre me recuerdo eso.
Condujeron en silencio por un tiempo. Cuanto más comía ella, más
mejoraban su color y su actitud. Casi parecía alegre. Probablemente también
ayudada que hubiera dormido más de lo que cualquiera de ellos habían logrado
desde Liberia, antes del asalto. Casi parecía la mujer que había conocido por
primera vez en la casa segura de la Bratva.
Hace cinco semanas.
Hace un millón de años.
Cuando entraron en el centro de la ciudad de Nuakchot, Marc se dirigió al
sur hasta que llegó al distrito de El Mina. Había estado allí antes, cuando era
mucho más joven. Él y un amigo, visitaron el distrito “secreto” de la luz roja de la
ciudad… El Mina era conocido por la prostitución. El vecindario era hostil,
peligroso, pero perfecto para lo que necesitaba hacer. Mauritania era un país
islámico y Nuakchot tenía muy estrictas normas y leyes pertenecientes a su
religión gobernante. Un extranjero robando un auto no iría bien. Estar en El Mina
era arriesgado, pero decidió que era menor que el riesgo que vendría de robar
donde los policías estarían probablemente para atraparlo.
―¿Crees que esta es una buena idea? ―preguntó Lily, mirando por su lado
del auto cuando se detuvieron. Estaba encorvada en su asiento, con la manta
envuelta alrededor de su cabeza y colocada por su parte delantera.
―No. Pero creo que es la mejor opción que tenemos ―respondió, recargando
su arma antes de meterla en la cintura de sus pantalones. Lo que daría por una de
sus fundas.
―Leí este artículo ―empezó Lily en apenas un susurro―, sobre que los robos
de autos son tal problema en Sudáfrica que la gente hace cosas locas para proteger
sus autos. Los arreglan para que si sus puertas son abiertas desde fuera, mierda
como lejía y gas pimienta o incluso explosiones exploten en el rostro del ladrón.
Marc resopló y se inclinó sobre el volante, mirando al tráfico delante de ellos.
Había algunas personas de un lado para el otro, pero eran todos hombres. Ni una
sola mujer. De vez en cuando, un destartalado auto pasaba, o una camioneta. Una
vez un burro tirando de una carreta.
―Es bueno que no estemos en Sudáfrica. Una vez que consiga el auto,
sígueme. Si ves que algo sucede, sólo conduce ―instruyó Marc mientras abría su
puerta y salía del auto.
―No voy a dejar…
―Conduce ―espetó él, cerrando de un portazo antes de inclinarse en la
ventana abierta―. Encuentra el hotel más agradable en la ciudad y espera allí. Te
encontraré.
―Esto es estúpido.
―Cállate, Lily, y sólo deséame buena suerte.
―Buena suerte.
Marc se alejó del auto, apresurándose al lateral de un edificio y apretándose a
la pared. Allí no parecía haber gente en ninguna parte cerca y asomó su cabeza
alrededor de la esquina, mirando a un lado y a otro de la calle. Un par de hombres
al final de la cuadra. Otro hombre joven sentado en una escalera al otro lado de la
calle.
Perfecto.
Marc sacó su pistola de sus pantalones y le quitó el seguro, poniendo su dedo
en el gatillo. No pensaba que tuviera que usarla, pero una persona nunca podía ser
demasiado cuidadosa. Esperaba que fuera algo rápido. Asustar al conductor,
sacarlo de su asiento, entonces tomar el auto. Dar la vuelta para que Lily pudiera
seguirlo. Muy fácil. Se apresuró a la carretera, apuntando la pistola al auto que
venía hacia él.
Un rifle Kalashnikov salió por la ventana y Marc se agachó cuando las balas
golpearon el suelo delante de él, un ritmo estacato en el aire de la noche.
Retrocedió, poniéndose detrás de un vehículo abandonado. Hubo un par de
disparos más, entonces el otro auto aceleró. Marc se quedó abajo, alzando su
pistola, listo para disparar.
Hubo un familiar sonido de chillido y de repente el todoterreno estacionó al
lado de donde se escondía. Fulminó con la mirada mientras corría alrededor y
entraba en el auto. Lily no dijo nada, simplemente aceleró por la calle.
―Ni una puta palabra ―maldijo él.
―Te lo dije.
―Que te jodan.
―¡¿Qué mierda pensabas que ocurriría?! ¡Estamos en el puto “barrio” de uno
de los países que están permanentemente colocado en la lista de las Naciones
Unidas de “jodidamente no vayan allí”! ¡¿Pensabas que realmente sólo iban a
entregar el auto?! ―espetó ella.
―¡Basta! ¡No oigo brillantes jodidas ideas salir de tu boca! ―le gritó. Ella lo
fulminó con la mirada por un momento, sus dedos sólo un destello de verde
mientras conducían bajo la luz de la solitaria calle.
―¿Sabes qué? Sí, tengo una idea.
Condujeron por casi veinte minutos, perdiéndose en cierto punto. Con el
tiempo, sin embargo, ella encontró el camino a una calle abarrotada que estaba
alineada con enormes edificios de aspecto importante. Él entrecerró los ojos
mientras miraba señal tras señal pasar.
―¿Es una broma? ―preguntó, volviéndose hacia ella.
―No.
―Lily. Tenemos el valor de millones de dólares en diamantes de guerra, por
no mencionar una tonelada de armas ilegales, sin pasaportes y sin visas. No creo
que conducir por una fila de embajadas sea una idea tan jodidamente inteligente
―gruñó.
―¡¿Qué tal si te callas y confías en mí por una vez?!
Encontró un bonito hotel cerca de la embajada francesa y estacionó en la calle.
Marc no podía entenderlo… ¿iba a buscar ayuda de los franceses? Pero no salió del
auto. Se movió al asiento trasero, quitándose la manta mientras lo hacía. Marc se
giró y miró mientras ella se quitaba sus botas.
―¿Qué estás haciendo? ―preguntó. Ella extendió su mano.
―Dame un cuchillo.
Él sacó uno de su bolsa de armas y se lo entregó, entonces observó con
sorpresa mientras lo usaba para desgarrar un agujero cerca de la parte de arriba de
los pantalones de una de sus piernas. Arrastró el cuchillo por la tela, levantando
sus caderas para poder llegar debajo de su muslo. Cuando casi había completado
el círculo, dejó caer el cuchillo y simplemente arrancó la pernera.
―¿Qué demonios estás haciendo? ―repitió la pregunta mientras ella hizo lo
mismo con la otra pierna del pantalón. Los sensatos pantalones cargo que había
usado durante todo su tiempo, eran ahora unos muy cortos. Le devolvió el cuchillo
a él.
―Armar un plan que realmente funcionará y conseguir que no muera nadie
―dijo, arrastrándose hasta el borde del asiento. Arrugó la parte inferior de su
camiseta sin mangas, luego, la reunió en su espalda, apretándola y anudándola,
creando una camiseta que dejaba el estómago al descubierto y terminaba justo por
debajo de sus pechos. Luego tiró del escote, jalándolo hasta que mostró, mucho
más allá de la parte superior de su sujetador.
―Si bien este es un espectáculo precioso, no tengo ni puta idea de lo que
estás haciendo ―dijo. Ella se trasladó al suelo del coche, permaneciendo sobre sus
rodillas mientras reorganizaba sus cabellos castaños, apilándolos en un moño
desordenado en la parte superior de su cabeza.
―¿Cómo me veo? ―preguntó, alcanzando la parte delantera del vehículo e
inclinando el espejo retrovisor para poder ver su reflejo.
―Sexy. Tus piernas se ven increíbles, pero no tan bien como tus tetas
―respondió honestamente. Ella se frotó su cuello, en las descoloridas marcas.
―¿Qué hay de los moretones? ¿Demasiado? ―murmuró mientras se ponía
sus botas de nuevo.
―¿Demasiado para qué? Te ves como si tuvieras un mal día, pero no uno
loco ―respondió él, con los ojos barriendo sobre su cuerpo. El hematoma en su
pecho estaba enterrado en su escote, su sujetador ayudaba en ocultarlo. La mayoría
de sus otras heridas estaban muy arriba en la caja torácica, todavía ocultas por su
camiseta. No había nada que pudiera hacer sobre su cuello, pero afortunadamente
sus piernas habían salido indemnes. Dejó que sus ojos se perdieran sobre cada
centímetro de piel cremosa.
¡Concéntrate!
―Oh bien. No importa ―murmuró, y luego abrió la puerta y saltó.
―¡Oye! ¿Qué estás haciendo? ―preguntó por tercera vez, comenzando a
molestarse mientras salía del coche justo detrás de ella. Ella pasó junto a él y se
inclinó sobre el asiento del pasajero. Se quedó mirando su culo, el que sus
pantalones cortos, no cubrían ya.
―Así que este es el plan ―comenzó ella, dándose la vuelta, sosteniendo su
mapa en sus manos―. No me dejes fuera de tu vista, pero no digas una maldita
palabra. Vamos a esperar aquí. Cuando el tipo más rico y más estúpido se detenga,
voy a seguirlo. Voy a hacerme “amiga” de él. Voy a conseguir que me lleve de
vuelta a su auto. Luego, puedes venir blandiendo-todas-las pistolas, ¿entendido?
Bueno. Vámonos.
Comenzó a alejarse, y Marc estaba casi lo bastante aturdido como para dejarla
ir. Pero extendió la mano y la agarró del brazo, jalándola con fuerza hacia él.
―Déjame ver si lo entiendo… ¿Vas a joder con un tipo para conseguirnos un
auto? ―Clarificó. No sabía lo que era más impactante; el plan que se le había
ocurrido, o lo enfadado que estaba con la idea de ella durmiendo con otra persona.
―¡No! ¿¡Estás bromeando!? Jesús, voy a fingir ser una puta, ¡no voy a follar
realmente con nadie! ―dijo entre dientes, palmeándole en el pecho.
―¿Crees que esto jodidamente va a funcionar? ―espetó. Ella lo miró y cruzo
sus brazos frente a su pecho.
―Escucha, Marcelle. Pasé un mes en Liberia planeando este viaje, calculando
planes de respaldo, investigando las diferentes ciudades que estaría atravesando.
¿Una cosa que aprendí? Si estás en África y quieres una prostituta de gama alta, si
quieres una occidental, si quieres pagar por follar a una mujer blanca, las encuentras en
caros hoteles elegantes, que se adaptan a los occidentales. Si tuviera un vestido
atractivo, me lo pondría. Pero esto es todo lo que tengo. Turista cachonda. Oremos
que funcione.
―No me gusta este plan ―declaró.
―No me importa. ¿Crees que quiero hacer esto? ¿Crees que me gusta este
aspecto? Como has dicho, no es una buena idea… es simplemente la mejor que
tenemos. Ahora vuelve al coche.
Marc se sentó en el asiento del copiloto, mirando por el espejo lateral. Lily se
apoyó en la parte trasera del coche, el mapa desplegado frente a ella. Parecía que se
había perdido. Sólo una chica americana tonta, en desesperada necesidad de
ayuda.
Un plan tan jodidamente malo.
Varios hombres llegaron y salieron del hotel, pero ella no se movió. No hasta
que un Ford Explorer verde oscuro se detuvo. El hotel estaba cerrado con un
soporte de seguridad en la parte delantera. La gente tenía que parar para dar su
nombre y número de habitación, antes de que pudieran ser admitidos en el
edificio. Había dos coches delante del Explorer. Lily corrió hasta la camioneta y
Marc se acercó a la ventana para poder escuchar.
―¡Perdone! ―Su voz era suave―. Lo siento mucho. ¡Estoy tan perdida! ¿Me
podría ayudar?
Ella se rió. Marc estaba bastante seguro que nunca había oído ese sonido salir
de ella antes… fue como descubrir que un lince puede reír. Extraño.
Se puso de puntillas, apoyándose en la ventana del hombre. Marc podía ver
su rostro, podía ver que el hombre dirigió todas sus respuestas al pecho de Lily.
Hubo algo más de charla, algunas risas más, y un poco de contacto ligero; el
desconocido pasó el dedo hacia arriba y abajo del brazo de Lily. Marc había estado
jugando con un lápiz durante toda la interacción, y ahora lo rompió por la mitad.
Estaba molesto, pero también reconocía que Lily estaba más o menos sobre el
hombre, por lo que Marc se inclinó hacia atrás y agarró el paquete que contenía los
diamantes y su equipo, atándolo a través de su espalda.
Un acuerdo parecía haber sido hecho, porque Lily saltó arriba y abajo un par
de veces, y luego comenzó a corretear apresuradamente alrededor del vehículo del
otro hombre. Marc no perdió el tiempo y saltó de la Suburban, con los ojos fijos en
el puesto de seguridad. Los guardias estaban ocupados, teniendo algunas
dificultades con un invitado en el primer coche. Marc corrió hasta el extremo
posterior de la Explorer y sin esfuerzo se arrastró por debajo de ella. Rodó sobre su
espalda y fue capaz de asegurarse sobre algunos de los accesorios entre los
neumáticos delanteros y se agarró con fuerza cuando el gran vehículo comenzó a
moverse.
Apretó los dientes mientras se dirigían a través de la seguridad, luego fue en
un círculo alrededor de lo que sólo podría ser una rotonda. El auto se detuvo, pero
el motor no murió, y vio que los pies de Lily cayeron al suelo y comenzó a caminar
hacia un par de puertas, escoltada por los pies de un hombre. A continuación, el
coche comenzó a moverse hacia adelante.
El valet.
Estaba oscuro y no podía ver ningún otro coche o personas, por lo que Marc
se arriesgó y se dejó caer al suelo, dejando que el vehículo pasase por encima de él.
Estaba junto a un seto e inmediatamente se rodó dentro de este, ocultándose antes
de escanear la zona.
Estaba en la parte delantera del hotel, justo delante de una entrada a un
garaje subterráneo. La entrada al hotel estaba unos tres metros de distancia. Varios
botones y el resto del personal del hotel se situaban enfrente, a la espera de más
huéspedes. Al otro lado de la entrada había una fuente circular, la cosa que deben
haber rodeado, y a al otro lado de esta había otro edificio, aunque para qué fin
servía, Mark no tenía ni idea. Todo lo que sabía era que tenía que conseguir alejar a
los chicos de la puerta.
El camino estaba recubierto completamente con piedras decorativas, y cogió
una. Observó una ventana de enfrente, a continuación, se puso de pie rápidamente
y lanzó la piedra. Se agachó hacia abajo cuando una ventana se hizo añicos.
Tuvo el efecto deseado. Todo el personal se volvió hacia el sonido, luego
eventualmente fueron a investigar. Mark salió de los setos y fue directo hacia las
puertas. No corrió; no quería verse sospechoso, pero no quería ser atrapado,
tampoco.
Entró sin incidentes y dejó escapar un profundo suspiro cuando vio el cabello
rojo de Lily. Estaba sentada en un sofá en una sala de estar, al otro lado del
mostrador de recepción. Chica inteligente, lo había esperado. Un hombre se sentaba
a su lado y ella se acurrucaba cerca de él, su pecho se apretaba contra su brazo
mientras ella se reía en su oído.
Jodidas risitas. Voy a vomitar.
Marc agarró un periódico de una mesa, y luego hizo todo un espectáculo al
sentarse en el sofá que estaba apoyado en el que Lily y su invitado ocupaban.
Agitó el papel y se aclaró la garganta. Un momento después sintió una afilada uña
rasgar a través de la parte posterior de su cuello. Su presencia era conocida.
―… no puedo creer que una chica como tú esté aquí, haciendo un trabajo de
este tipo. ―El hombre estaba diciendo con acento francés.
―¿Trabajo? Nunca llamaría a lo que hago “trabajo”, es demasiado divertido.
―Se rió Lily.
―Pienso que podríamos tener un montón de diversión juntos ―concordó su
presa.
―Mmmm, yo también. ―Todas las risas habían desaparecido de su voz,
sustituidas por un tono atractivo, ronco que Marc conocía muy bien. Los bordes
del papel se arrugaron en su agarre mientras apretaba los puños.
―Tengo una maravillosa habitación, con cama tamaño King. Pero si pago,
debes hacer lo que quiera ―le informó el hombre.
―Por supuesto.
―Tengo gustos muy específicos que se deben cumplir, o no voy a pagar.
―Entiendo completamente. Pero tengo un requerimiento ―comenzó a
advertirle.
―¿Una puta haciendo requerimientos?
―Me encanta tener sexo en los autos ―le dijo.
―¿¡Autos!?
―Mmmm. Tan picante. Sabiendo que alguien nos podría atrapar. Siendo tan
malos ―explicó.
―¿Quieres tener sexo conmigo en mi coche? ―comprobó el francés. Lily se
acercó y Marc podía sentir su calor contra la parte posterior de su cuello.
―Quiero que tú me folles en tu coche ―susurró en una sexy voz entrecortada,
que incluso Marc sintió un poco de calor.
No se necesitó más discusión después de eso, el hombre se levantó y ella se
apresuró al ascensor. No dio una mirada a Marc, sólo se rió y se empujó contra el
desconocido, sus pechos casi se derramaban fuera de la parte de arriba.
Les dio un minuto de ventaja, a continuación, Marc dobló el periódico y se
levantó del sofá. Se acercó al mismo ascensor que habían tomado y presionó el
botón de abajo, justo como ellos habían hecho. El hotel sólo tenía cuatro niveles;
planta baja, dos niveles de habitaciones y garaje. Por lo que abajo fue.
No era un gran garaje, el hotel no tenía cabida para muchas personas. Podía
oír las risitas estúpidas de Lily y las siguió. Los tortolitos estaban en el otro lado
del garaje, tropezando hacia el Explorer, el hombre manoseándola, agarrando su
culo, trabajando su mano por debajo de la pierna de los pantalones cortos. Ella se
rió más fuerte, envolviendo su brazo alrededor de sus hombros mientras caían
contra el vehículo. Marc se acercó, sorteando entre los autos, permaneciendo fuera
de vista.
―Por favor, vamos, quítatelo todo ―estaba rogando el chico. Marc se puso
detrás del maletero del auto junto a ellos y miró por encima de la parte superior.
―Pero quiero que lo enciendas―se quejaba Lily, agarrando las solapas y
apretando sus brazos juntos, forzando sus pechos más altos.
―¿Por qué quieres eso?
―Debido a que me excita, ese gran motor, bombeando ―suspiró. Marc puso
los ojos en blanco.
Buen Dios, ¿Él está cayendo realmente en esta mierda?
Cuando Lily se inclinó hacia adelante, colocando una lenta lamida por el lado
del cuello del hombre mientras se frotaba en la parte delantera de su entrepierna,
Marc se dio cuenta que su mierda definitivamente funcionaria. Podría empezar a
parlotear el abecedario y cualquier hombre haría casi cualquier cosa que quisiera.
El francés busco a tientas sus llaves y las dejó caer, pero cuando se inclinó
para agarrarlas, la tentación fue demasiado. Se lanzó de cabeza en su escote, casi
haciéndola perder el equilibrio. Ella cayó contra el coche, fijando la mirada en él.
Marc se puso de pie y la miró.
―Para esto ahora ―articuló, arrastrando su pulgar por el cuello en una señal
de muerte. Ella levantó los brazos en un gesto de “como sea”, y luego comenzó a
empujar al hombre que estaba maltratando sus pechos.
―No, no, no, bebé, querías un espectáculo, ¿verdad? Te voy a dar un
espectáculo ―dijo ella, logrando finalmente apartarlo.
―Sí, sí, un espectáculo. Me gusta un espectáculo. Quítatelo todo, lentamente.
Marc estaba completamente echado en el suelo cuando ella pareció obedecer.
Dio un paso atrás y se desabrochó sus pantalones cortos, y luego bajó la cremallera.
Poco a poco pasó el material sobre sus caderas curvilíneas, luego se giró y se dobló
por la cintura, su perfecto redondo culo apuntando directamente al desconocido.
Ella estaba casi completamente por la mitad, bajando sus pantalones cortos hasta
los tobillos y cuidadosamente saliendo de ellos.
Cuando el hombre le dio una palmada en el culo, Marc no pudo aguantar
más. Iba a matarlo, no le importaba. Pero cuando empezó a levantarse de nuevo,
vio lo que estaba haciendo. Mientras que el pervertido estaba masajeando su culo,
Lily estaba intentando hacer lo imposible por conseguir las llaves, que habían
caído detrás del neumático. Antes de que Marc pudiera dar un paso hacia
adelante, ella ya las tenía. Las enganchó en su mano, luego se puso de pie
inmediatamente, dándose vuelta.
―He cambiado de opinión ―afirmó en voz alta, dando un paso fuera del
alcance de la mano del hombre.
―¿Excusez-moi? ―El hombre estaba tan sorprendido, que no sabía qué
idioma hablar.
―Dije, que cambié de opinión. No voy a joderte. Pero voy a tomar tu auto, lo
siento mucho ―dijo simplemente.
El hombre era un hombre grande, corpulento. Tenía el cabello gris y estaba
calvo y llevaba un traje barato. Muy modesto. Así que Marc pensó que era seguro
decir que todos estaban un poco sorprendidos, cuando el hombre saltó hacia
adelante y envolvió sus manos alrededor del cuello de Lily, a la vez que gritaba
obscenidades en francés.
Ella gritó y Marc saltó a rescatarla, pero debería de haberlo sabido mejor.
Antes de que pudiera alcanzarla, había pateado al tipo en las bolas y después en el
rostro, dejándolo tendido. Para el momento en que Marc llegó a su lado, había
terminado. Ella estaba tosiendo y frotándose el cuello.
―No vi eso venir ―dijo aclarándose la garganta.
―Yo tampoco. Pero, ¿tenías que jodidamente medio desnudarte? ―preguntó,
señalando a sus pantis color durazno.
―¡Oye! ¡Me gustaría señalar que en mi plan nadie obtuvo un disparo y
nosotros conseguimos el auto! Ahora, ¡cállate la puta boca y conduce! ―espetó,
tomando sus shorts del piso y caminando a zancadas al auto.
―¡No te pongas jodidamente insolente conmigo! Él estaba a punto de
comerse una de tus tetas, ¡y lo habrías dejado! ¡Podrías solo haberlo noqueado y
agarrar sus llaves! ―apuntó Marc cuando ambos estaban en el auto. Ella le tiró las
llaves.
―¡La violencia no siempre es necesaria, señor Cavernícola!
―Juzgando por el hecho de que el pendejo esta inconsciente en el piso ahora,
diría que lo es. Te gustó, ¿no? ―la desafió Marc. Ella lanzó la cabeza hacia atrás y
rio.
―Por amor de Dios, ¡estás celoso! ¡De algún tipo gordo en poliéster barato!
Oh, sí, tienes toda la razón, me encantó. Si sólo no hubieras estado allí, felizmente
estaría jodiendo mi cerebro fuera ahora ―se burló Lily.
―Eres la mujer más molesta que he conocido nunca.
―¿Sí? Bueno, el sentimiento es enteramente mutuo.
Marc estaba a punto de responder, cuando se dio cuenta del hecho de que no
eran los únicos hablando. Parpadeó hacia ella por un segundo, entonces se giró,
mirando afuera de la puerta. El hombre francés estaba en el piso, gritando al
teléfono celular mientras se alejaba rápidamente de la parte trasera de la Explorer.
Marc gimió y cerró su puerta con un golpe.
―Nunca, nada es fácil contigo ―gruñó, forzando la llave en la ignición y
encendiendo el motor.
―Solo porque eres tú quien nos retrasa ―le lanzó ella de regreso.
Los neumáticos chirriaron mientras salía del garaje por la rampa. Varios
guardias estaban corriendo bajando la rampa, y se lanzaron fuera del camino. El
portón principal estaba abriéndose, permitiendo que varios guardias en autos
corrieran hacia el terreno del hotel. Marc fue alrededor de la fuente una vez,
entonces pasó volando por la puerta.
―Joder ―maldijo, mirando en los espejos mientras varios autos los seguían
por las calles, luces centellando.
―Este podría haber sido el plan perfecto ―se quejó Lily mientras se
arrodillaba, mirando a sus seguidores sobre el respaldo de su asiento. Él la miró,
hizo una toma doble de su casi desnudo culo, y regresó al camino.
―¿Puedes dejar de ser una perra por un momento y usar ese gran cerebro
tuyo para sacarnos de esta situación? Viendo que eres tan buena en eso ―le
recordó. Lo golpeó en el brazo.
―Cállate. Dejé el mapa en el hotel, no tengo idea de adónde ir. ¿Tienes algún
arma? ―preguntó.
―Una.
―Entonces, mejor que la hagamos contar. Dámela ―dijo y él se la tendió.
―No hagas nada loco. Si descomponemos este auto, puedes jodidamente
caminar a Marruecos.
―Como sea, solo desacelera.
Ella bajó su ventana mientras él reducía la velocidad. Se salió del auto, así
quedó sentada en la puerta y Marc automáticamente agarró su pierna, agarrándola
por detrás de la rodilla, en caso de que se cayera.
―¡Apunta a un neumático! ―gritó sobre el viento―. Estas calles son tan
angostas, si el auto se voltea, bloqueará el paso al resto.
―¡Lo tengo!
Hubo silencio. Sin disparos. Marc miró mientras los autos de seguridad se
acercaban más y más. Le echó un vistazo a ella, después a los espejos. Entonces, de
regreso a ella. De regreso a los espejos. El auto más cercano estaba justo detrás de
ellos, casi tocando su defensa. Perdió la paciencia.
―¿¡Que carajos estás esperando!?
BAM.
Un disparo, y observó mientras el auto detrás de ellos viraba dramáticamente
de un lado a otro antes de estamparse en un poste. Uno de los autos que iban
siguiéndolos, no tuvo tiempo de detenerse antes de estrellarse, volteándose de
lado, bloqueando el camino completamente. Dos autos más se añadieron al
desastre, y pronto fue obvio que ninguno de ellos los seguiría.
Admítelo, ella es buena. Más de lo que creíste posible.
Marc apretó el acelerador y maniobró el volante, tomando un giro cerrado
hacia una calle angosta. Lily se las arregló para deslizarse lentamente de regreso al
interior mientras él daba otros cuatro giros, intentando alejarse del hotel tan rápido
como fuera posible, pero sin desviar tanto que no supiera como regresar sin el
mapa.
―¡Eso fue asombroso! ―gritó Lily cuando quemaron llanta hasta detenerse
detrás de un contenedor, fuera de la vista del camino.
―¡No puedo creer que hayas hecho ese tiro! ―exclamó él, inclinándose para
descansar la cabeza en contra del volante.
―¡Yo tampoco! ¿¡Lo viste!? ―Sonaba maravillada, y se volvió a arrodillar,
viendo a la parte trasera del auto. Él se sentó otra vez.
―Por supuesto que jodidamente lo vi. Fue un disparo maravilloso ―estuvo
de acuerdo.
―¡Fue un plan maravilloso! Finalmente, hicimos algo como lo planeamos.
―Rió ella, girándose hacia él.
―Ya era el maldito tiempo ―acordó, sonriéndole de regreso.
Se miraron el uno al otro por un minuto, y entonces, fue como si alguien
golpeara una campana.
¡Ding! Primera ronda: Marc vs Lily
Se lanzaron el uno al otro, encontrando las bocas por poco. La lengua de ella
rozó a través del frente de los dientes de él mientras las manos de él se escabullían
dentro de su ropa interior, forzándola a acercarse. Ella intentó trepar sobre la
consola entre ellos, pero el asiento de él estaba demasiado cerca del volante y el
culo de ella presionó el claxon por un momento. Él envolvió los brazos alrededor
de su cintura y los dirigió a la parte trasera, forzándolos entre los asientos.
Se retorcieron, movieron y estiraron, cayendo en el asiento trasero, todo
mientras se sostenían el uno al otro. Él se las arregló para sentarse derecho, y ella
estuvo sobre él inmediatamente, sentándose a horcajadas en su regazo. Le quitó su
camiseta y mientras sus uñas arañaban su pecho, él hundió su mano dentro de su
ropa interior, encontrándola ardiendo y lista para él.
―Deberías disparar a neumáticos más seguido si eso te pone así de mojada
―le dijo mientras ella jadeaba en su oído.
―Buena idea. Quizás, también debería coquetear con otro hombre más
seguido, desde que eso parece haberte puesto tan caliente ―replicó ella. Él
empuñó su mano libre en el cabello de la parte trasera de su cabeza y tiró.
―No es putamente gracioso. No hay más planes como ese ―le informó.
―No más.
Entonces, la mano de ella estuvo dentro de sus pantalones, apretando la base
de su pene, y era un tipo diferente de batalla. Él tenía la ventaja; con su mano
debajo de ella, podía manipular múltiples dedos en múltiples maneras distintas.
Ella solo fue capaz de acariciarlo un par de veces antes de que no pudiera controlar
sus movimientos.
―Aún no ―susurró él, alejando su mano. Ella dejó salir un llanto frustrado,
pero se lo tragó con su boca, besándola duro mientras bajaba los pantalones por
sus caderas.
Ella sacó su top mientras él hacia la entrepierna de sus pantis a un lado. Ella
estaba trabajando en quitarse el sujetador, pero no podía esperar. Sostuvo su polla
con una mano, después envolvió su brazo alrededor de su cintura y la hizo
descender en su punta. Toda sobre él. Ella se estremeció y gimió, sus manos
cayendo a los hombros de él, uñas excavando en la piel.
―Dios, esto siempre se siente tan bien ―susurró ella. Él asintió, moviendo las
manos a su cintura.
―Tú siempre te sientes tan bien.
Ella movió sus caderas lentamente al principio, su cabeza cayendo hacia
atrás. Marc acunó su pecho en una mano, succionando su pezón a través del
material de su sostén. Entonces ella aceleró, usando las piernas para levantarse de
arriba abajo, todo mientras aún molía sus caderas para encontrar las de él con cada
embestida.
―Marc ―gritó su nombre, y le encantó la manera en que sonaba en sus
labios.
―Sí ―respondió sin importarle lo que estaba diciendo. Ella se alejó,
recargando una mano contra la parte trasera del asiento detrás de ella, lo que le
permitió empujar incluso más duro. Él gruñó y se estiró para sostenerse de su culo.
―Por favor ―jadeó ella, con la otra mano presionando contra su pecho―. Por
favor.
Él deslizó una mano hacia donde sus pelvis se unían. Retorció el pulgar en el
encaje de sus pantis, entonces utilizó la tela contra ella, usando la fricción contra su
sensibilidad. Chilló, casi saltando fuera de él, su cuerpo entero temblando por un
momento.
―Vaya ahora, no vas a ningún lugar, cariño ―gruñó él, tirándola de regreso
sobre él. Empalándola sobre él.
―Estoy… estoy… estoy… ―coreó, ambas manos moviéndose para
sostenerse detrás de su cuello.
―Te vas a correr. Por favor, por favor, por favor, córrete por mí, Lily
―suplicó, moviendo su pulgar más rápido, bombeando sus caderas más duro.
Pudo sentirlo empezar. No era un tipo pequeño, y ella era una chica apretada;
podía sentir cada músculo retorcerse y tener espasmos. Los gritos de ella se
hicieron más ruidosos, sus temblores más intensos, e incluso, en la luz intermitente
de la calle, podía ver su pecho pálido volviéndose de un rojo casi carmín. Sus
rebotes se hicieron erráticos y cerró los ojos, recargando la frente contra la de él.
El orgasmo de una mujer era una cosa tan extraña para él. Era como una
explosión, los gritos, los jadeos, los temblores. Aun todo constreñido al mismo
tiempo, sus brazos se envolvieron alrededor de él, los músculos de sus piernas se
congelaron, su coño encerrándolo en el lugar, casi haciéndolo correrse al mismo
tiempo que ella.
Que cosa tan maravillosa
―No puedo… no puedo siquiera ―respiró ella después de que un sólido
minuto había pasado. Él rió.
―Estaba empezando a preguntarme si aún estabas viva.
La recostó en el asiento, y trabajó sobre ella. Sin embestidas gentiles después
de tan grande orgasmo; inmediatamente aporreó dentro de ella, sacando más
gritos. Gruñó y llevó sus manos debajo de su sujetador, tensando los dedos
alrededor de su pecho. Quería todo de ella, cada centímetro, ahora mismo, hace
cinco minutos, ayer.
Él estaba muy al tanto de que estaban en una calle, en un auto, follando en
público, en una ciudad en donde las mujeres se suponían que ni siquiera salían
después de oscurecer. Pero no le importaba. En la única cosa que podía pensar era
en venirse hasta que ella estuviera rebosante.
Estaba siendo codicioso, lo sabía; solo pensando en su propio placer en ese
momento. Así que, cuando ella se vino por segunda vez, lo agarró fuera de guardia
completamente. Había deslizado su sujetador hacia arriba de su pecho y tenía su
pezón en la boca cuando ocurrió, y gruñó, mordiendo la orilla de la aureola. Eso
tuvo un obvio efecto en ella y gritó, su espalda arqueándose fuera del asiento
mientras su orgasmo se intensificaba. No pudo resistirlo y se corrió con un grito,
envolviendo sus brazos apretadamente alrededor de su cintura mientras sus
caderas seguían sacudiéndose involuntariamente, aunque no había más de él para
dar.
¡Ding ding! ¡Primera ronda terminada! Marc: Uno. Lily: Dos.
―Esa fue una mala decisión ―jadeó ella. Colapsó sobre ella, todo su peso
aplanándola en el asiento.
―Horrible. Terrible. Estoy avergonzado de mí mismo. Dame quince minutos
y tomaremos una decisión incluso peor ―replicó él.
―¿Quince minutos eh?
Él se rió, y después lo hizo ella. Ella pasó sus dedos por el cabello de él. Él tiró
del cabello de ella. Ella suspiró su nombre. Él mordió el labio inferior de ella. Ella
se las arregló para sacarse el sujetador. Él sacó sus pantis.
Quince minutos fue una sobreestimación; solo necesitó diez.
(13)
DÍA CINCO

P
asaron el resto de la noche, y la mayor parte de la mañana siguiente,
conduciendo a Dakhla una ciudad costera, cerca de un tercio del camino
hacia el Sáhara Occidental. Marc los condujo al otro lado de la frontera.
Aparentemente, su comentario sobre las minas terrestres no había sido una broma.
El área estaba plagada de ellas, y quería tomarlo lento y fácil.
Después de ponerse en el asiento trasero, se habían vestido y se dirigieron
hacia la embajada francesa. Mientras conducían, Lily arrojó su ropa interior
arruinada por una ventana, obteniendo una sonrisa de Marc. Volvió a ponerse los
pantalones cortos, lamentando no tener otra ropa. No obstante, desató su camiseta
y la devolvió a la normalidad.
Volvieron a buscar su equipo. Marc saltó fuera un par de calles abajo, con la
promesa de encontrarse con ella en las afueras de la ciudad. Lily se había
estacionado en el lugar de reunión designado, luego se sentó y se masticó las uñas,
agachándose en su asiento. Preocupada porque él no apareciese. Preocupada
porque alguien investigara su auto. Preocupada porque la policía apareciera y la
interrogara.
Ninguna de esas cosas pasó, y después de veinte minutos, Marc se detuvo en
la Suburban. Trasladaron todo al Explorer robado, luego salieron a la carretera,
conduciendo en la noche.
Cuando el sol empezó a levantarse, cambiaron de lugar, y cuando se
acercaban a Dakhla, Marc sugirió que se detuvieran y tomaran un respiro.
―¿Por cuánto tiempo? ―preguntó Lily, mirando a su alrededor, a ambos
lados del desierto. Sahara Occidental no era exactamente un lugar de vacaciones
ideal. Había tres países diferentes, y dentro de las facciones, estaban luchando
constantemente por la propiedad del pequeño país. La zona norte había sido
reclamada por Marruecos, y Lily quería llegar allí lo más rápido posible.
―Sólo por una noche. Estoy rendido, tú estás rendida, y no quiero que
ninguno de nosotros se salga de la carretera aquí. Ser volado probablemente no es
tan divertido como suena ―le dijo.
―Has dormido casi hasta la frontera ―dijo ella.
―Cállate. Te encantará aquí.
Al parecer, no era tanto una sugerencia como una declaración. Se detuvieron,
y eso fue todo.
Lily se sorprendió cuando finalmente se dirigieron a la pequeña ciudad.
Dakhla era realmente muy bonita. Las palmeras se alineaban en las calles
polvorientas, y a su izquierda, el agua azul verdosa bordeaba una extensa franja de
playa. Era realmente muy pintoresco.
Pero a veces las cosas desagradables pueden venir en paquetes bonitos. Lily
misma era la prueba de eso. Se aclaró la garganta mientras Marc buscaba un hotel.
―Cada vez que hemos parado ―comenzó ella, manteniendo su voz para así
no sonar tan malhumorada o condescendiente―, algo malo ha sucedido. La
pensión en Malí, el hogar en Mauritania. Parece que cuando nos detenemos para
recuperar el aliento, el problema nos alcanza. Creo que es una mala idea.
―Tal vez es así, y tal vez nos alcanzará, pero cariño, todavía tenemos que
recuperar el aliento. Este es un coche nuevo, por lo que no es posible que sea
intervenido. Nadie pensaría en buscarnos aquí, ya que teníamos que salir de la
carretera principal. Supondrán que condujimos directamente a la ciudad de
Laayoune, o incluso al propio Marruecos. Tenemos que parar, Lily. Necesito
respirar ―dijo simplemente.
A Lily le pareció que a Marc no le gustaba estar en el coche. No se le había
ocurrido antes, pero tenía sentido. Hacía la mayor parte de su trabajo a pie,
arrastrándose en las sombras. Era el movimiento personificado. Estar sentado
durante horas y horas debió haber sido duro para él.
―Bien. Pero tenemos que seguir adelante, a primera hora de la mañana
―subrayó.
―Sí, señora, lo que digas, señora.
―Me gusta eso. Sigue llamándome así.
Derrocharon un dineral y se detuvieron en lo que parecía ser el mejor hotel
en la pequeña ciudad. Se situaba en la playa, y tenía una pintoresca atmosfera que
tenía a Lily recordando las vacaciones en México. Una cualidad surrealista que la
hizo olvidar el aquí y ahora, el por qué y el qué de su situación.
―Espero que no te importe compartir una cama ―comentó Marc, apenas
sosteniendo la puerta abierta el tiempo suficiente para que ella entrara en la
habitación. Ella resopló.
―Supongo que puedo lidiar con eso, si lo haces valer la pena.
Negar su atracción mutua era estúpido y sin sentido. Evidentemente, no
podían mantener sus manos alejadas el uno del otro, así que decidieron actuar en
consecuencia. El sexo aliviaba la tensión y la tensión se había convertido en una
forma de vida.
―Podemos simplemente cenar aquí, tumbarnos ―dijo Marc mientras ella
paseaba por el espacio y entraba en el baño. Ella jadeó.
―¡Oh, Dios mío, una bañera! ―gimió, cayendo contra el marco de la puerta.
Hubo pisadas, entonces Marc estaba justo detrás de ella.
―Toma un baño ―sugirió―, y saldré a recoger más provisiones. Apenas
tenemos comida, y está a quince horas de viaje en coche Tánger.
Lily frunció el ceño. Tánger, Marruecos. Donde subiría a un ferry para ir a
Barcelona, España. Donde iba a terminar un capítulo muy feo en su vida. Donde
dejaría atrás a un oponente muy digno.
Un amigo muy digno.
Marc se marchó y Lily abrió el agua. Luego bloqueó la puerta principal de la
habitación. Si iba a tener algún tipo de descanso, tendría que sentirse segura y así
podría realmente relajarse. Así que atascó una silla debajo de la manija de la
puerta, e incluso empujó un aparador enorme delante de la entrada, también.
Dejó un rastro de ropa por el suelo mientras se arrastró de vuelta al baño. El
agua estaba casi hirviendo, pero ni siquiera le importaba. No podía recordar la
última vez que había sentido agua caliente en su cuerpo. Agua caliente. Gimió,
metiendo tanto de sí misma bajo el agua como pudo y remojando toda su cabeza.
Después de limpiar cada centímetro de su piel con una áspera esponja,
apoyó la cabeza contra una toalla y se relajó, dejando que su mente vagara.
¿Qué estás haciendo, Liliana?
Era una pregunta que se había estado haciendo desde su noche juntos en la
casa en la que habían entrado, aunque había estado en repetición sin parar desde la
noche anterior, desde su noche en el asiento trasero del Explorer.
Durante cinco años, no había podido ver más allá de su único objetivo. Más
allá de acercarse lo suficiente a Stankovski para matarlo. Había dormido con un
montón de chicos en ese período de tiempo. Chicos de los que se sentía atraída,
chicos que estaba usando para salir adelante en el inframundo. Ninguno de ellos
importaba, ninguno de ellos se adhirió. Cuando había tenido relaciones sexuales
con Marc en Liberia, había sido con la intención de que él simplemente sería otro
de tantos. Nada especial.
Lo cual era… ¿verdad?
Eran como imanes, luchando uno contra otro durante un minuto, y luego
unidos al siguiente. Fuera lo que fuera, era tangible, y poderoso, y muy real, y muy
presente. Él fue la primera persona que la hizo cuestionar su plan. Alguna vez la
hacía preguntarse si tal vez la venganza no era la respuesta.
“… ya no tenemos que ser esas personas…”.
¿Quién era ella?
Y lo que es más importante, quien quiera que fuera, ¿incluso quería ser esa
persona sin él? Tal vez sería más fácil ser alguien más con él. Tal vez, sólo tal vez,
la venganza no era la respuesta. Su plan de venganza casi los había matado a
ambos, varias veces. ¿Valió la pena? Y Marc tenía razón, matar a Stankovski no
traería a Kaylee de vuelta, su hermana todavía estaría muerta. Matarlo no
cambiaría nada, excepto la percepción de Lily de sí misma. ¿Y ella quería ser esa
persona?
¿Quién soy yo?

Lily se despertó, alejándose del sonido de algo que golpeaba el suelo. Se


sentó, salpicando agua en su rostro. Se había quedado dormida en la bañera. Se
frotó los ojos y parpadeó.
―Bloqueaste la puerta.
Ella levantó la vista y miro en Marc, de pie en el umbral del baño.
―Quería relajarme ―bostezó, recogiendo su cabello mojado en una mano y
retorciéndose los extremos.
―Tuve que forzar la cerradura de la entrada de vidrio deslizante. No
bloqueaste esa puerta ―señaló. Se encogió de hombros y abrió el grifo de agua
caliente.
―Estaba demasiado cansada para recordar. ¿Qué hora es?
―Como las dos o así. Te traje algunas cosas ―dijo, inclinándose para cavar
en la bolsa que había dejado caer a sus pies. Sacó algunas cosas para sí mismo,
luego dio una patada a la bolsa al lado de la bañera.
―¿Cómo qué? ―preguntó ella, escudriñando los objetos. Estaba feliz de ver
un par de pantalones y una camisa, y se sorprendió al encontrar un traje de baño.
―Esenciales. Tus pantalones cortos de puta son demasiado, nos dispararán si
sigues caminando con ellos ―le dijo.
―Esenciales, ¿eh? La ropa interior debería haberse incluido en la lista sobre
un bikini ―le contestó. Él estaba de pie frente al espejo, extendiendo una crema de
afeitar sobre su desaliñada barba.
―Pffft, tal vez en tu lista. Ropa interior ni siquiera llega a mi lista. Cuál es el
punto de ella, de todos modos. Sólo se meten en mi camino ―respondió. Ella rió y
se acomodó en el agua.
―No creo que haya mucho que se te interponga, Marcelle ―se burló.
―Ahí le has dado.
Estuvieron callados por un tiempo. Marc se afeitó mientras ella cerraba el
agua caliente e intentaba fingir que no estaba ridículamente feliz de verlo. Cada
vez que la abandonaba, tenía un pequeño temor de que no regresara. Que la
traición definitiva aún no había sucedido, y era sólo cuestión de tiempo antes de
que él robase los diamantes y la dejase en cualquier parte de África. Pero siempre
volvía por ella, y empezaba a pensar que tal vez lo haría siempre.
―Deslízate.
Levantó la cabeza para encontrarlo de pie junto a ella, quitándose la
camiseta. Ella se movió hacia adelante mientras él dejaba caer sus pantalones,
luego se subió al agua detrás de ella, estirando sus piernas a ambos lados de ella.
Tomó un poco de ajuste, pero al final se encontraron con ella estirada sobre sus
piernas, de espaldas a su pecho, sus brazos alrededor de su cintura.
―Esto es bonito ―susurró ella, apoyando su cabeza hacia atrás para que
descansara sobre su hombro.
―Dios. Creo que en realidad había olvidado lo que es el agua caliente
―gimió, haciendo eco de sus pensamientos desde el momento en que entró en el
baño. Ella giró su cabeza, mirando su cara.
―He olvidado lo que pareces sin mierda en toda la cara ―replicó, y él rió
mientras pasaba sus dedos por su mejilla.
―“Mierda por toda la cara”. Eres una poeta de las palabras, cariño. ―Suspiró.
―Ahí le has dado.
Conversaron durante un rato, sobre tonterías. Era casi como en los viejos
tiempos, como en la casa de seguridad de la Bratva. Sólo que más desnudos. Pero
entonces sus pausas se hicieron cada vez más largas, la voz de Marc se hizo más
pesada y pesada. Finalmente, no respondió a una pregunta, y Lily alzó la vista
para encontrar que se había quedado dormido.
Había olvidado lo que parecía sin toda esa peste. Olvidado que él es tan guapo.
Peste o no peste, Marc era sexy. Pero sin ella, parecía más nítido. Menos loco,
más astuto. Sus cejas estaban entrelazadas en su sueño, y su mandíbula estaba
apretada. Se preguntaba qué estaba soñando, qué lo estaba poniendo tan tenso,
incluso mientras dormía.
Se giró en la bañera, apoyándose contra él, presionando sus pechos contra su
abdomen. Lo abrazó más cerca, logrando deslizar sus manos alrededor de su
espalda.
―Dime qué hacer, Marc ―susurró contra su piel―. He estado tomando
decisiones por mucho tiempo. ¿Han estado todas equivocadas? Dime qué hacer.
Ridículamente, se sintió con los ojos llorosos. Tomó eso como una señal de
que habían estado en el agua demasiado tiempo, y salió, despertándole en el
proceso. Se puso el bikini y luego encontró un antiguo secador en un cajón inferior
del tocador. Un lujo. Seco su cabello, usando un peine para domar los bucles.
―Dios mío, te ves casi bien ―comentó Marc, mirando por encima de su
reflejo mientras caminaba detrás de ella. Ella le dio un codazo en el estómago.
―Cállate.
Mientras se vestía, salió de la habitación. Tenían una puerta de cristal que
conducía a un pequeño patio vallado. Lily se detuvo, echó un vistazo a su
alrededor, luego simplemente subió una pierna sobre la cerca de hierro forjado. Un
paso más, y estaba al lado de la piscina del hotel. Más allá de eso, una playa se
extendía frente a ella, desapareciendo en una neblina donde se encontraba con el
océano. Se dirigió a través de la arena.
No podía superarlo. Enfrente de ella estaba una de las vistas más hermosas
que había visto alguna vez. Detrás de ella estaba uno de los lugares más
aterradores que había visto. Todas las partes en que habían estado eran “los más
aterradores”; metiéndose en el trabajo, había sabido que el oeste de África era
peligroso. Pero una persona de verdad no podía entender la amplitud de algo así
hasta que estaba justo frente a ello. Y alrededor de ello.
Vaya, hablando de analogías para toda esta jodida situación…
―¿Qué demonios estás haciendo?
Escuchó a Marc gritando tras ella, y se dio vuelta, escudando sus ojos del sol.
Ella había ido directamente al agua y él se veía pequeño, de pie frente a su hotel.
―¡Ven conmigo! ―gritó en respuesta, haciéndole señas para que se acercara.
―¡Entra aquí, ahora!
―¡¿Qué?! ¡No, está precioso aquí afuera! ¡Sólo ven aquí!
―¡Idiota, no es seguro allá afuera! Entra aquí, ¡AHORA!
Cuando ella le enseñó el dedo medio, comenzó a ir tras ella. Le dio la espalda
y continuó mirando el agua mientras salpicaba a sus pies.
―Hemos estado moviéndonos, sin parar, por los últimos cuatro días, sólo
quiero… ―comenzó cuando lo escuchó justo tras ella.
―Lo sé, créeme. Pero no es seguro aquí afuera. Cualquiera podría vernos ―le
informó. ―No la rodeó hasta el frente, o ni siquiera a su lado. Se quedó
directamente tras ella.
―¿Qué quieres decir? ¿Como quién? ¿Un botones? ¿Un lugareño? Oh no,
¡Dios no permita que nos vean! ―Se rió.
―Hablo jodidamente en serio.
―También yo. Estoy tan pálida, bien podría dejar a alguien ciego si me miran
directamente ―bromeó, mirando la longitud de su cuerpo. Todavía pensó que
estaban bromeando, pero no había nada gracioso en la forma en que Marc la
agarró y le dio vuelta.
―¿Quieres recibir un jodido disparo? De pie aquí afuera, medio desnuda, con
ese maldito cabello rojo por todas partes. ¿Quieres un aviso que diga “dispárame”?
―exigió, con los dedos apretando su bíceps dolorosamente.
―¡Estás lastimándome! ―espetó. Le dio un último apretón fuerte, luego la
soltó.
―Bien. Hay gente aquí afuera que harían muchas cosas peores de lo que te he
hecho. Solo intento protegerte ―explicó.
―Bueno, muchas gracias, señor De Sant, pero creo que he demostrado que
soy muy capaz de encargarme de mí misma ―le recordó.
―No, tú crees que eres “muy capaz”, lo cual es peor que saber que no lo eres
―espetó.
La primera reacción de Lily fue enojarse, decirle que se fuera al diablo. Pero
se detuvo por un segundo y lo miró. Él estaba molesto, irracionalmente. Había sido
su idea detenerse y tomar un respiro, ¿qué era mejor para tomar un respiro que la
orilla del mar? Estaba en una playa, en un hotel al lado de la playa, en su vestido
de baño. Había otras personas alrededor de la playa, también en sus trajes de
baños. Había personas negras y blancas y bronceadas, de todas clases de colores.
No destacaba tanto así, él estaba exagerando por completo.
Y Marc no exageraba.
―¿Qué pasa? ―preguntó, ladeando su cabeza hacia un lado.
―¿Eh?
―Estás enloqueciendo. ¿Cuál es el gran problema? ¿Algo sucedió cuando
estabas fuera? ―preguntó.
La miró fijamente por un momento, luego suspiró y apartó la mirada,
escaneando el horizonte tras ella.
―No ―respondió―. Ha sido un largo fin de semana, cariño. He invertido
demasiada energía en esta misión. Sería una lástima si nos acercáramos tanto al
final, sólo que recibas un disparo o seas secuestrada.
¡¿Está preocupado por mí?!
―Eso es casi dulce, Marc, pero estoy bien aquí. Si esto está agotándote
demasiado, no tienes que seguir, sabes. Todavía podrías irte ―dijo, aunque una
vez que salió de su boca, estuvo nerviosa. No quería que se fuera.
―No te desharás de mí tan fácilmente, voy a conseguir esos diamantes,
teníamos un trato ―dijo rápidamente. Ella sonrió, aunque casi se sintió peor que
antes; no era exactamente una declaración de amor y devoción, un soneto dedicado
a la ardiente necesidad que sentía al estar en su presencia.
No es que quiera esas cosas de él…
―Muy bien, entonces. Prometo no recibir un disparo ni ser secuestrada, al
menos no pronto. Podemos conseguir algo de comer ahora, ¿o eso es muy
peligroso? ―preguntó, con tono burlón.
Él envolvió un brazo alrededor de su hombro y la guio de regreso al hotel. La
abrazó más cerca contra su costado, parloteando sobre una tienda en la que había
estado durante su excursión en la ciudad. Pero cuando ella lo miró, no estaba
mirándola. No estaba mirando hacia el frente. Sus ojos parecía escanear la parte
superior del hotel. Ella siguió su mirada, mirando las ventanas por cualquier señal
de movimiento.
―… tal vez podamos pedir que nos lleven el almuerzo al cuarto. ―Estaba
terminando Marc mientras caminaban por el borde de la piscina―. Marc.
―Empezó, antes de subir el camino hacia el área de su patio―. ¿Hay alguien
siguiéndote?
―¿Por qué me preguntas eso?
―Porque estás todo inquieto y estabas mirando el techo del edificio.
―No estaba mirando, y no estoy inquieto.
―Estás muy inquieto.
―Cállate, Lily.
―Mírate, estás todo nervioso, y…
Agarró su brazo de nuevo y la acercó, atrapándola fuera de guardia. Se
tropezó contra él y de inmediato la besó, haciéndola caminar hacia atrás por las
puertas de vidrio deslizantes. Ella gimió y presionó sus manos contra su rostro,
levantándose en las puntas de sus pies para responderle el beso.
―Hablas demasiado. ―Suspiró cuando finalmente se apartó, cerrando la
puerta de cristal y poniéndole seguro.
―Tienes las peores técnicas de cualquier hombre que haya conocido. Siempre
estás insultándome. Nunca debes de conseguir un culo por tu cuenta ―dijo. Él
envolvió un brazo alrededor de su cintura, jalándola hacia el baño.
―Te conseguí a ti.
―Falta de opciones. Eras el único hombre en Liberia que valía la pena follar.
―Tomo lo que pueda conseguir.
Una vez en el cuarto, la empujó contra la pared, empujó su lengua por su
garganta. Metiendo sus piernas entre las de ella, obligándola a montar a horcajadas
su muslo. Cada vez que se movía, provocaba que sus áreas sensibles se movieran,
frotaran y volvieran a la vida.
―¿Por qué me compraste un traje de baño si no me querías en la playa?
―Luchó por respirar mientras sus dientes pasaban por la línea de su clavícula.
―Ahí está ese problema del habla otra vez ―murmuró, desatando la tira del
bikini de atrás de su cuello.
―¿Sólo querías rentar un cuarto de hotel para hacer esto? ―preguntó.
Siempre había pensado que su petición de parar había sido extraña… ¿lo había
hecho por un polvo?
―Es mejor que la parte de atrás de un auto.
―Sí, pero al menos en el auto, no habríamos tenido que parar por todo un…
―En serio, Lily. Cierra la boca, o voy a encontrar algo más útil para que haga.
―Palabrerías.
Cuando agarró su cabello y la obligó a arrodillarse, no parecía como pura
palabrería ya.
Tal vez detenerse por la noche no fue una idea tan mala.

Lily rascó y frotó su nariz, todavía medio dormida. Estaba recostada sobre su
estómago, las sábanas apartadas de su cuerpo y retorcidas alrededor de sus
piernas. Bostezó y estiró su brazo izquierdo, tanteando alrededor por Marc. Pero la
cama a su lado estaba vacía. Giró su cabeza a un lado y abrió un parpado.
―¿Marc? ―dijo con voz ronca, luego se aclaró la garganta.
No se había quedado dormida, fue más como desmayarse. La energía de
Marc era inagotable, y tenía erecciones a juego. Se saltaron el almuerzo, tontearon
un poco en la ducha, luego la dobló sobre la cama y no la dejó levantarse hasta que
literalmente, le rogó que se detuviera. E incluso entonces, cuando estaba casi
dormida, sus dedos fueron entre sus muslos, y antes de que pudiera decir sí o no,
su cabeza reemplazó a sus dedos, y bien, una chica simplemente no podía decirle
que no a eso, no cuando un hombre era tan bueno con su lengua.
Lily rodó sobre su espalda y se levantó sobre sus codos, mirando alrededor
del cuarto. No estaba segura de cuánto tiempo había dormido. La última cosa que
recordaba era ir al baño y ponerse su camiseta y la parte inferior de su bikini de
nuevo, con la intención de quedarse despierta. Pero entonces se había recostado,
sólo por un segundo, y eso fue todo. Luces apagadas. Tendría que haber pasado
una hora desde eso, como mínimo.
El cuarto estaba oscuro, el sol se había puesto, y estaba muriéndose de
hambre; nunca habían ordenado nada para comer. Trato de mirar por los
ventanales del cuarto, para ver si estaba sentado en su terraza, y se preguntó por
qué no la había despertado. Luego miró por la ventana, la cual ofrecía una vista de
la piscina, y se preguntó por qué la había dejado dormir por tanto tiempo. Luego
giró su cabeza al otro lado del cuarto.
Oh, y definitivamente me pregunto por qué hay un hombre extraño en el cuarto
conmigo.
Inmediatamente comenzó a moverse a un lado de la cama, pero él era rápido,
saltando hacia adelante y agarrando su brazo. También era fuerte; un buen tirón, y
fue sacada del colchón, aterrizando sobre el suelo. Mientras él tiraba de sus pies,
ella movió su brazo libre, dirigiendo su codo hacia su cabeza, pero él logró
evitarlo, y agarró ese brazo también. Ambas muñecas fueron sujetadas detrás de su
espalda y su mano libre la agarró del hombro, apretándola con fuerza.
―¿No hagamos esto difícil, sí?
Quienquiera que fuera, tenía un acento británico muy marcado. Sonaba muy
educado, muy refinado. Ella gruñó y se sacudió, tratando de soltarse.
―Vete al diablo.
―Qué bonito, encantadora. Vámonos, cariño.
Presionó sus muñecas con fuerza en su espalda, obligándola a arquearse, y
sus dedos tiraron de su hombro, jalándola en un incómodo arqueo de espalda.
Tuvo que caminar de puntitas mientras era empujada alrededor de la cama.
―Espera, espera, espera ―dijo, negándose a moverse.
―Sin esperas.
―Por favor. No entiendes. Sé por qué estás aquí. ―Trató de comprar tiempo,
esperando que Marc apareciera. ¿O ya estaba Marc muerto?
¿O te dejó? Estaba actuando tan extraño. Tal vez vio esto venir. Tal vez te dejó y se
llevó los diamantes.
―No creo que sepas nada. Por favor, sigue caminando ―indicó el hombre.
―No estoy robando los diamantes. Todavía voy para Marruecos. Todavía
estoy haciendo el trabajo ―insistió.
―¿En serio? No parecía que estabas haciendo el trabajo esta tarde ―le dijo.
Ella frunció el ceño.
―Oh, un sicario y un mirón. Que versátil. ―No ocultó el desdén en su voz.
―Cuando un espectáculo es así de bueno, cariño, no se aparta la mirada.
Estuviste muy impresionante. Muy flexible. ―Su voz era casi burlona. Ella se
presionó contra él, sacando su trasero tanto como era posible en su posición,
empujándolo directamente contra su entrepierna.
―No tienes ni idea de lo flexible que puedo ser ―susurró.
―No caigas con eso, te joderá.
La voz de Marc la sorprendió e inmediatamente empezó a buscarlo. Su captor
le dio vuelta con ella, apuntándolos hacia las puertas de vidrio. Una de ellas estaba
abierta, y se giraron justo a tiempo para ver a Marc caer al suelo. Había estado
escondido en el enrejado que se extendía más allá de su pequeña área del patio.
Mientras avanzaba, ella vio luz desde el área de la piscina brillando desde el cañón
de un arma apuntada hacia ellos.
―Eso dices, pero ¿cómo sé que no te estás guardando las buenas para ti?
―comentó su intruso. Eso desconcertó a Lily. Había una familiaridad en la forma
en que le hablaba a Marc.
―Estoy haciéndolo, pero tampoco estoy mintiendo. La gata que estás
sosteniendo me ha pateado el trasero en varias ocasiones. Dirá cualquier cosa que
quieras escuchar y luego te entregara tus pelotas en la mano ―explicó.
―No se veía tan amenazadora antes… la manejaste muy bien.
―Tengo un toque mágico. La somete como nada más.
―¡Oigan! ―gritó finalmente―. ¡De hecho estoy en este cuarto! ¿Esto es un
secuestro o no?, porque si no lo es, ¡me encantaría si en verdad me pudieras sacar
las malditas manos de encima!
Hubo silencio por un segundo, luego fue abruptamente empujada hacia
adelante. Cayó de rodillas, sosteniéndose con sus manos. Cuando alzó la mirada, el
hombre había usado la distracción para sacar un arma. Marc ahora estaba del todo
en el cuarto y los dos hombres se miraron fijamente, con armas apuntadas y listas
para disparar.
―No puedo creerlo. ―Marc estaba gruñendo―. ¿Cuánto es la recompensa,
eh? Debe ser jodidamente grande para traerte hasta aquí.
―Eso duele. Cuando vi tu nombre llegar desde el extranjero, ni siquiera miré
el precio. ¿Una oportunidad para sacar al Marcelle De Sant? No pude resistirlo,
amigo ―comentó el hombre.
―Qué lástima que hayas desperdiciado la oportunidad. ¿Qué paso con lo de
amigos, eh? ―preguntó Marc.
―¿Qué pasó con el honor? Sé que eres un ladrón, De Sant, ¿pero robar de la
mano que te alimenta? Tsk tsk. ―El tipo chasqueó con su lengua. Marc lo fulminó.
―Es fácil de hacer cuando la mano que me estaba dando de comer se dio la
vuelta y trató de engañarme y hacerme matar, después de que terminara el trabajo
―replicó.
―¿Esa es la verdad?
―¿De verdad crees que mentiría acerca de esto?
Hubo una larga pausa. La manera en que se estaban mirando era intensa. Lily
se quedó quieta, sentada en el suelo frente al británico. Claramente se conocían. Un
precio había sido puesto en Marc, obviamente por la Bratva. El desconocido había
tomado el trabajo. Y él era amigo de Marc. ¿Un colega? Cualquier cosa.
Qué idiota.
Lily estaba sentada en un ángulo, sobre su cadera izquierda, sus piernas
dobladas a su lado. Los dos hombres se distrajeron mirándose, así que decidió
actuar rápido. Empujándose del suelo con sus manos, lanzó su pierna derecha
hacia afuera, golpeando su pie en la rodilla del otro hombre. Él dejó escapar un
grito de sorpresa, inclinándose hacia adelante, y ella pasó la pierna por detrás de
sus tobillos, enviándolo a su trasero.
Estaba sobre él en un segundo, agarrándolo por el cabello y golpeando su
cabeza contra el suelo. Él dejó caer su arma y sus manos fueron hacia sus caderas,
sujetándola contra su cintura. Todavía tenía su mano en el cabello cuando él se
lanzó hacia adelante, rodándolos de espalda. De repente, estaba en la parte
superior, con las piernas envueltas alrededor de su cintura.
―Cristo, ¿dónde encontraste a esta mujer? ―gritó. Ella tiró de su cabeza
hacia sí y mordió su oreja, ganándose un estrangulado grito.
―Te dije que ella patearía tu trasero ―gritó Marc desde arriba.
¿Por qué no estaba haciendo nada?
El intruso se apartó, su oreja sangrando. Lily clavó los dedos en la delicada
parte inferior de su brazo, tratando de pellizcar la piel a través del suéter, pero
antes de que pudiera tener un buen agarre, sus manos le rodearon el cuello. No
estaba jodiendo, su conducto de respiración parecía estar siendo apretado en dos.
―Tenías razón, De Sant. Una gata salvaje. Es prácticamente salvaje. Lo mejor
es dejarla en el suelo ―dijo el tipo con los dientes apretados, dedos aplastando más
fuerte.
No viví a través de los Bratva, pandillas liberianas, África oscura y Marcelle jodido
De Sant, sólo para ser estrangulada hasta la muerte en una habitación elegante de hotel.
Que embarazoso.
Se escuchó un sonido de un percutor siendo arrastrado y todo se congeló.
Lily y su atacante miraron al mismo tiempo. Marc estaba de pie sobre ellos, el
cañón del arma presionado contra la parte posterior de la cabeza del hombre.
―Quizás sea así, pero ya ves, esa es mi gata salvaje, y realmente apreciaría si
jodidamente te bajas de ella, ahora.
El hombre soltó su garganta y ella tosió, aspirando aire. Lentamente se bajó
de ella, sus manos levantadas en el aire. Ella rodó a su lado, tratando de recuperar
el aliento.
―Ahora, De Sant, sabes que podría haberla matado. No lo hice ―señaló el
hombre. Marc mantuvo el arma en su cabeza.
―¿Qué piensas, cariño? ¿Le disparo o no? ―gritó Marc. Se puso en sus
manos y rodillas, todavía tosiendo.
―Dispárale ―gruño ella.
―¿Desde cuándo recibes órdenes de una mujer? ―preguntó el asesino. Marc
bufó.
―No lo hago. Ella toma decisiones horribles ―respondió y dejo caer su arma.
Lily estaba sorprendida, pero lo estuvo aún más cuando el tipo británico se
dio la vuelta y extendió los brazos, abrazando a Marc. Los dos hombres rieron y
palmearon la espalda del otro.
Tal vez me ahogo hasta la inconsciencia y estoy alucinando.
―De verdad pensé que viniste aquí a matarme. ―Marc se reía mientras se
alejaba.
―Estoy insultado, De Sant. ¿Crees que mataría a un hermano? Cuando me
enteré que estaban buscando a alguien para eliminarte, decidí volar
inmediatamente aquí. Pensé que si podía llegar primero, tal vez tendrías la
oportunidad de lograr lo que sea que estás intentando hacer ―explicó el hombre,
dando algunos pasos atrás y quitándose los guantes negros que llevaba puestos.
―Lo estábamos logrando bien antes de que llegaras, gracias, pero la ayuda
siempre es apreciada ―le dijo Marc.
―Vamos, dime cuán contento estás de que esté aquí.
―Bueno, no me gusta mentir.
―¿Desde cuándo?
―¡Disculpen! ―interrumpió Lily, poniéndose de pie―. Pero cuando ustedes
caballeros hayan terminado de chupársela al otro, ¿podrían explicarme qué carajos
está pasando?
―Lily, este es un amigo mío, de cierto modo ―dijo Marc. El hombre se quitó
el chaleco negro antibalas que usaba y lo dejó caer al suelo antes de inclinarse hacia
ella, extendiendo la mano.
―Saludos, querida, un placer conocerte ―dijo. Ella se negó a estrecharle la
mano.
―Lo siento, no puedo decir lo mismo ―siseó.
―No te preocupes, aprenderás a amarme.
―Lo dudo.
―Todas las mujeres lo hacen.
―Creo que voy a vomitar. ¿Puedes llevártelo de aquí? ―le preguntó a Marc.
―No. Law es el tipo de persona que quieres de tu lado ―respondió
rápidamente.
―¿Disculpa? ¿Qué ley? ―Estaba confundida. El hombre finalmente tomó su
mano en la suya, llevándola a sus labios.
―Mi ley, cariño. Kingsley Law, a tu servicio ―se presentó. Ella apartó la
mano.
―Ahora definitivamente sé que voy a vomitar.
Lily no quería que le agradara Kingsley, realmente no. No le gustaban las
nuevas personas, en general. No le gustaba tener un nuevo dolor en su plan. No le
gustaba que alguien que la había visto tener sexo, irrumpió en su habitación de
hotel, trató de secuestrarla, la ahogo, luego demostró tener una relación más
cercana con Marc de la que nunca podría esperar tener. Quería odiarlo.
Pero él había estado diciendo la verdad, era imposible de no gustar.
Era encantador y divertido, pero aun más que eso, era ridículamente guapo.
También era todo lo que su voz había insinuado; culto, refinado, inteligente.
Marc era toda sensualidad áspera, sombra de barba y dientes apretados, su
presencia llenando una habitación como la explosión de una bomba.
Kingsley era la suavidad personificada, con gel en su cabello y un traje bajo
todo su equipo negro. Estaba bien arreglado y tenía ojos azules tempestuosos y
piel clara, mandíbula afilada y hombros anchos, complementado con perfectos
dientes y sonrisa como perlas. Su presencia era afilada, como un cuchillo.
Probablemente hacían un infierno de equipo.
―Es por eso que estabas asustado en la playa ―dijo Lily uniendo todo.
―Sabía que estaba siendo seguido en la ciudad ―explicó Marc―. Es lo
bastante bueno como para permanecer fuera de vista, pero no lo suficientemente
bueno para pasar desapercibido.
―Oye, mira. Quería ser notado ―interrumpió Kingsley.
―Seguro. Lo que digas.
―¿Por qué no me lo dijiste? ―exclamó Lily, golpeando a Marc en el brazo.
―Bueno, estábamos un poco ocupados. “Oye, podríamos tener a un asesino
siguiéndonos”, parece una cosa incómoda para decir cuando estoy dentro de ti. No
quería matar el ánimo.
Fueron a cenar y pasaron unas horas presentando a Lily y Kingsley,
explicando sus historias al otro, o tanto como estaban dispuestos a compartir, y
luego sobre los cinco días anteriores. Cenaron en el restaurante del hotel, sentados
afuera en un gran patio de cemento. Era lo más relajante que Lily había hecho
desde que había llegado a África. Probablemente en los últimos cinco años.
Comieron, bebieron, charlaron. Como un grupo normal de amigos, en unas
vacaciones normales.
―Tan divertido cómo es esto. ―Suspiró Kingsley, inclinándose hacia
adelante para servir más vino en su copa―. ¿Qué sobre mañana, amigos?
―El plan era pasar a Tánger, Lily tiene que subir al ferry allí ―explicó Marc,
bebiendo una cerveza.
―Eso es bueno. Lo mejor es seguir adelante. ¿Cómo van a manejar el
intercambio? ―presionó.
―Marc no estará allí para eso ―contestó Lily―. Va a conseguir un boleto y
subir al ferry antes que yo. Voy a llamar a Ivanov, el tipo que orquestó todo eso, la
noche anterior y arreglarlo. Debería ser capaz de mostrar los diamantes y seguir
adelante. Luego, entregarle los diamantes a Marc.
―Quien entonces sólo… ¿regresa? ―terminó Kingsley.
―Sí ―dijeron Lily y Marc al unísono.
―Correcto. ―Suspiró, luego sacó un paquete de cigarrillos de aspecto lujoso
del bolsillo interior de su chaqueta. Una pesadez cayó sobre la conversación,
―Bien. ―Lily se puso de pie de su asiento―. Los dejaré solos, pichones.
Kingsley, realmente fue un placer conocerte. Lo siento si traté de romper tu pierna y
morder tu oreja. ¿Te veré por la mañana?
―Querida, no soñaría con irme sin despedirme, y puedes mordisquear mi
oreja cuando quieras ―ofreció Kingsley, tomando su mano y acercándola. Lily rió
y Marc lo fulminó.
―No lo sé, veremos cómo va mañana ―bromeó, liberando su mano de la de
él.
―Si te ayuda a decidir, podría pasar la noche. Doy un maravilloso masaje de
cuerpo completo. Debes estar completamente desnuda, por supuesto, pero es para
propósitos médicos, solamente ―le aseguró
―Eso sería muy incómodo ya que planeo estar en esa cama desnudo también
―dijo Marc.
―Eso dificulta las cosas.
Un par de bromas más y Lily finalmente hizo su salida. Era casi medianoche,
ellos eran las únicas personas que quedaban en el restaurante. Aún quería salir
temprano en la mañana. Iba a ser un largo viaje en auto, todo un día y noche, y
quería asegurarse de llegar a Tánger durante el día.
Caminó a lo largo de la arena, bordeando la zona del camino de regreso a su
habitación. Su mente vagaba. El día anterior, había pretendido ser una prostituta,
ayudando a Marc a robar un auto. Ahora, se sentía como si estuviera de vacaciones
con dos magníficos amigos masculinos, con uno de los cuales se estaba acostando.
Uno de los cuales parecía más que un amigo.
“…ya no tenemos que ser esas personas…”.
Se preguntó qué había querido decir con eso, si había hablado en serio. ¿Se
escaparía con ella? Solo se conocían desde hacía poco más de un mes, y la semana
anterior había sido un poco extrema. Fuera de África, ¿cómo sería? Lily se estaba
preguntando si realmente estaba hecha para la vida del crimen, y tuvo la sensación
de que Marc no estaría dispuesto a esperar mientras lo descubría.
¿O lo haría?
Cuando entró en la habitación, se desnudó ―después de cerrar todas las
cortinas― y trepó entre las sábanas. Se quedó mirando al techo durante un rato,
tratando de aclarar su mente. Tratando de pensar en lo que quería en la vida, lo
que realmente quería.
Ya no lo sé.
(14)
DÍA CINCO

L
ily apenas había salido de la vista cuando Kingsley habló:
―Es malditamente hermosa. Salud ―comentó, brindando con su
copa de vino.
―Sí, es muy sexy ―aceptó Marc.
―¿Cuánto tiempo han estado juntos? ―preguntó su amigo, dando un
golpecito a un cigarro contra el suelo antes de encenderlo.
―Creo que han sido cinco días. El día después del asalto ―explicó Marc,
terminando lo último de su comida.
―No, me refería a juntos ―enfatizó Kingsley soplando una bocanada de
humo en la brisa. Marc negó.
―No entiendo a qué te refieres. Nunca estuvimos juntos antes de eso, nos
quedamos en lugares separados, sólo nos vimos en la casa segura.
―O evitas contestarme o eres increíblemente estúpido.
Marc suspiró.
―Nos acostamos después del asalto, la noche antes de que se fuera. No pensé
en nada, habíamos estado bailando alrededor del otro todo un mes, no se suponía
que nos viéramos de nuevo. La has visto, no pude alejarme sin una probada
―contestó honestamente.
―Ah. Entonces, todo este tiempo, has…
―No. Pensé que me había tendido una trampa, casi la maté. No estaba
bromeando en la habitación, esa mujer joderá tu mundo. Se ve como una pin-up,
folla como una estrella porno y lucha como Tyson ―la describió. Kingsley se rió y
frotó la oreja donde ella le mordió.
―Ciertamente tuve esa impresión, y no negaré el resto. Sin embargo, no la
mataste ―señaló.
―No. No me lo permitió, y realmente no había sabido nada sobre la trampa.
Y entonces estábamos en Mali, y se sostuvo en un tiroteo, podría incluso haberme
salvado una o dos veces. Se lo debo. Le dije que la ayudaría, así que lo hago
―terminó.
―No suena como el De Sant que conozco. ¿Estás seguro que sólo la estás
ayudando porque “se lo debes”? ―revisó Kingsley.
―¿Por qué más lo estaría?
―Parece muy obvio para mí que te gusta la chica.
―Me gusta la chica extremadamente, sobre todo cuando está desnuda.
―No creo que sea eso.
―Ilumíname.
―Mira, ¿por qué siquiera estás haciendo esto, de todos modos? ¿Por qué no
sólo vendes los diamantes y huyes? ―inquirió Kingsley.
―Intenté eso. Le dije que podíamos separarlos, podíamos venderlos juntos.
Tiene su propia razón para no dejarlos, tiene que ir a Moscú ―respondió Marc.
―¿Qué hay en Moscú?
―El gran jefe Stankovski. Ella tiene algún plan para poner una bala entre sus
ojos.
―Oh, Dios mío. Es una gata salvaje.
―No tienes ni idea.
―Entonces, ¿por qué no vas con ella?
―¡¿Por qué mierda iría con ella?!
―Stankovski la matará. Es buena, pero es bruta, Marc. Su temperamento va a
ser su muerte. Necesita tu ayuda ―acentuó Kingsley. Marc lo fulminó con la
mirada.
―Lo ha hecho bastante malditamente bien por su cuenta. Llegó a África, ¿no
es así?
―No es lo mismo.
―Nadie sostuvo nuestras manos, cuando tú y yo nos hicimos nuestros
nombres.
―No es lo mismo. Ella no está intentando hacerse un nombre. Está tratando de
encontrar un cierre y piensa que llegará con una pistola ―enfatizó Kingsley.
―Le he explicado todo esto. Tiene una dura cabeza y ese no es mi problema.
La llevo a Tánger, la subo a ese ferri. Ese es el trato. No estaba interesada en otros
planes y, francamente, yo tampoco ―declaró Marc.
―Esa es una maldita mentira si alguna vez he oído una ―gritó Kingsley.
Marc frunció el ceño.
―¿Qué sugieres que haga, Law? ¿Ser el señor Galán? ¿Lanzarla sobre mi
hombro y caminar hacia el atardecer? ―Era sarcástico.
―Sí. Te gusta. Claramente le gustas, aunque por mi vida que no puedo
imaginar por qué, especialmente ahora que te conoce. ―Su amigo le sonrió.
―Cállate.
―La química entre ustedes es tan abundante, me sorprende que la mesa no
ardiera. ¿Sería tan malo colgar tus pistolas y retirarte? De lo que te dije, esos
diamantes se venderían a buen precio ―apuntó Kingsley.
―¿Retirarme de un trabajo que amo, una vida que amo, por una mujer que
acabo de conocer, que apenas puedo soportar, que ha intentado matarme varias
veces, todo porque me gusta cómo folla? ―Marc repasó la estupidez de la
declaración de Kingsley.
―Si eso te ayuda a dormir por la noche, entonces cuéntate todo eso. Veremos
cómo te sientes cuando la despidas en ese ferri, viendo ese cabello rojo alejarse más
y más. ―Kingsley suspiró.
―¿Desde cuándo apareces de ninguna parte y repartes consejos sobre
relaciones? ¿Cómo mierda nos encontraste, de todos modos? ―exigió Marc.
―Pareces olvidarlo. Te conozco. Reconozco tu toque ―bromeó Kingsley.
―Responde la pregunta.
―Llegaron informes de Nuakchot. Alguien había robado un auto que
pertenecía al primo de un agregado del embajador francés. Un incidente
espectacular, al parecer el ladrón era una prostituta operando con un hosco
proxeneta, alejando al hombre del hotel. Hubo una persecución de autos y
supuestamente hubo disparos que causaron un enorme choque. Montones de
daños. Al momento en que oí la palabra “hosco”, supe que sólo podía ser una
persona la que causara todos esos problemas. ―Se rió.
―Que te jodan. ¿Cómo supiste que estábamos en Dakhla?
―Los he estado siguiendo desde Guerguerat, amigo. Justo dentro de la
frontera. En realidad me estaba dirigiendo a Nuakchot y nos cruzamos. ¿Puedes
creerlo? Lily estaba conduciendo. Me di la vuelta y cuando se detuvieron para
robar un poco de gasolina, planté un rastreador en tu parachoques ―explicó.
―Maldición. Me estoy volviendo negligente en mi vejez. ―Marc se rió,
aunque no lo sintió como risa.
―Diría que es más bien que estabas distraído ―sugirió Kingsley.
―Cállate.
―Comprensiblemente.
―Incluso más razón para tener que decirle adiós en Tánger.
―O podrías mejorar en tu trabajo.
―Soy bueno en mi trabajo, es por eso que tengo que dejarla.
―Estamos hablando en círculos. ―Kingsley suspiró―. Bien. Di adiós. Pero
creo que estás pasando una oportunidad de oro para entrenar a alguien que podría
convertirse en tu mano derecha. Y si no estás dispuesto a tomar ventaja de eso, yo
sí.
―No, tú no ―le informó Marc.
―¿Yo no?
―Si alguna vez haces un movimiento sobre ella, ahora o en el futuro,
empujaré tu cabeza tan profunda en tu culo que serás capaz de lamer el
recubrimiento de tu estómago ―amenazó Marc.
―Oh, ya veo cómo va… no la quieres, pero nadie más puede tenerla. Egoísta,
De Sant ―le regañó Kingsley.
―Puedo vivir con eso.
―Eres imposible.
El otro hombre se levantó abruptamente.
―¿A dónde vas? ―preguntó Marc, un poco sorprendido.
―Tengo aversión a pasar mi tiempo con gente estúpida y estás siendo muy
estúpido. Así que buenas noches, y te veré por la mañana. Tal vez lo hayas
entendido para entonces ―dijo, apagando su cigarrillo.
―Que te jodan.
Kingsley ya se estaba alejando, despidiéndose sin mirar.
Marc pagó su cuenta y finalmente regresó a su habitación. Lily sólo se le
había adelantado treinta minutos, pero cuando entró en la habitación, ella ya
estaba dormida. Se tendía estirada sobre su estómago, como ahora sabía, sus
brazos se extendían a sus costados. Él se había despertado temprano esta mañana
con una mano en su rostro.
Mientras ella dormía, él se sentó en una silla y abrió una mesita de noche,
sistemáticamente repasando sus armas. Hizo a un lado las pistolas que ya no
tenían munición. Entonces empezó a desarmar el resto, limpiándolas.
Era innecesario; no habían usado las pistolas desde Mauritania, cuando Lily
había disparado. Si las cosas continuaban de esa manera, no las necesitarían más.
Sólo su preciosa Glock. Pero limpiarlas le ayudaba a aclarar su mente. Le ayudaba
a pensar. Le ayudaba a fingir que no estaba pensando en ella.
Le echó un vistazo mientras trabajaba. Su cabeza lo estaba enfrentando,
algunos mechones de cabello caían por su rostro. Hizo un puchero con sus labios
en su sueño, casi como si estuviera a punto de lanzar un beso. Él sonrió para sí
mismo.
¿En qué me he metido?
Kingsley tenía toda la razón. A Marc le gustaba Lily. Un montón. Pensaba que
eran un infierno de equipo y no dolía que le gustara la manera en la que se veía,
que le gustara cómo hablaba. Que le gustara todo sobre ella.
¿Pero qué podía ofrecerle? Una vida que era dura al igual que los últimos
cinco días. Pequeños momentos de calma con estallidos al azar de violencia. Ella ya
había mencionado varias veces que no podía esperar a salir de África, que no
podía esperar a salir de la vida que había vivido durante los últimos cinco años.
¿Cómo podía pedirle él que se quedara?
Y tan ruda como era, había una chica tierna bajo la dura fachada. Un millón
de clases de autodefensa no podían ocultar ese hecho de él. Ella podía amenazar y
patear y luchar, pero cuando en realidad había apretado el gatillo, de verdad mató
a alguien, se había roto. La había disgustado.
Marc no tenía problema en apretar el gatillo. ¿Cómo podía ella estar con
alguien como él? Y si se quedaba con él, no pasaría mucho tiempo antes de que él
cambiara esa parte de ella. La haría tan fría y cínica como él mismo. Arruinaría esa
parte de ella.
Se movió para sentarse en la cama junto a ella. La sábana había caído hasta su
cintura, exponiendo su espalda desnuda. Ligeramente tocó con sus dedos su piel,
llevándolos hasta el borde de la manta. Entonces los movió hacia arriba a sus
hombros y repitió el movimiento. Amaba su piel, se sentía como el más suave
satén que había tocado alguna vez. La mejor seda.
Demasiado buena para mí. Nunca podría permitirme esto.
―Marcelle ―murmuró en su sueño. Él sonrió ante el uso de su nombre
completo y se preguntó qué soñaba.
―Liliana. ―Le devolvió el favor―. A pesar de todo, ha sido un viaje
divertido.
Ella se estremeció y se acercó a él, metiendo sus brazos bajo su pecho.
Mientras se movía, él vio un gran moratón en el lado de su caja torácica y frunció
el ceño. Sus ojos se movieron a otro moratón. Entonces otro. Había marcas rojas
alrededor de su garganta.
En Monrovia, la primera vez que se acostaron, no había habido marcas en su
cuerpo. Sólo una lisa extensión de piel blanca que se sonrojó en el despertar de sus
dedos. Ahora, estaba plagada de moratones. Había sido golpeada y mientras que
eso no le restaba valor a su aspecto en absoluto, componía la culpa de él. Ella no
los tendría si no fuera por él. Si hubiera dejado África, como ella sugirió. Se habría
alejado de la banda en Monrovia, salvar su reputación no hubiera sido realmente
necesario. Si sólo hubiera huido del continente, ella ya habría llegado a Tánger.
Habría llegado a Barcelona. Ya habría logrado su meta.
Probablemente estaría muerta.
―Tu plan es malo, ¿pero quedarte conmigo? Es peor. ―Suspiró, poniendo
sus codos sobre sus rodillas y su cabeza en sus manos.
He estado haciendo lo incorrecto por tantos años. ¿Cómo sé qué es lo correcto?
(15)
DÍA SEIS

L
ily se despertó con la salida del sol disfrutando de la sensación de no tener
que irse en el momento en que abría los ojos. Se quedó acostada un rato
mirando la playa a través de la puerta de cristal.
Cuando amaneció completamente, se volvió de lado preguntándose si Marc
estaría despierto. Tenía el sueño ligero, siempre parecía estar despierto antes que
ella. Esperaba que lo estuviera, sería su última vez solos por un tiempo. La última
vez que jugaran uno con el otro sin amenazas sobre ellos, sin el temor de ser
atacados.
Pero cuando se dio la vuelta, Marc estaba en el extremo opuesto de la cama
tamaño king. Estaba completamente vestido encima de las sábanas y de espaldas a
ella. Si ese no era el lenguaje corporal que gritaba no me toques, entonces Lily no
sabía qué era. Decidió ignorarlo y salió de la cama. Volvió a ponerse el bikini
negro, se puso la camisa y se dirigió al patio.
―Buenos días cariño.
Lily miró a su derecha. Kingsley estaba sentado en una de sus sillas leyendo
un periódico español. Llevaba unos pantalones de pijama de seda sin camisa,
mostrando un torso delgado que estaba delineado con músculos tonificados.
También tenía un par de anticuadas gafas de sol posadas en su nariz y miró sobre
ellas cuando se sentó frente a él.
―Buenos días ―bostezó ella, sirviéndose una taza de café de la jarra que
había sobre la mesa.
―¿Y dónde está el señor De Sant?
―Dentro, durmiendo.
―Perezoso.
Ella rió.
―No es una palabra que se pueda usar para describirlo. Aunque ni siquiera
se molestó en cambiarse de ropa ―comentó.
―¿En serio? Interesante ―dijo.
―¿Cuánto tiempo hace que tú y Marc se conocen? ―preguntó.
Sabía que Marc no le permitiría hacer preguntas, pero Kingsley parecía más
abierto. El otro hombre sonrió y dobló su periódico.
―Ah, ¿cuánto tiempo? ¡Se siente eterno! Nos conocimos en Nueva York.
¿Hace seis años tal vez?… ¿siete? Él era joven. Me habían contratado para asesinar
a un diplomático de Uzbekistán. Lo tenía todo preparado. Un tiro de largo alcance
desde un edificio que se hizo mientras el objetivo estaba corriendo. Estaba listo
para apretar el gatillo cuando este pequeño perrito de hombre corrió hacia el tiro.
Un trotamundos con sudadera y capucha golpeó a mi objetivo, casi lo derribó.
Pensé que era solo un torpe idiota atravesando el parque. Pero cuando se escapó,
mi objetivo estaba en el suelo. Resultó que el bastardo había cortado limpiamente
la arteria braquial por la mitad, que es el vaso sanguíneo principal en la parte
superior del brazo. Murió en unos cuatro minutos. No tenía ningún estilo y podría
haber sido atrapado, pero hizo el trabajo y fue rápido. Me quedé impresionado.
Volví a la gente de la que tomé el trabajo y logré averiguar quién había reclamado
la recompensa. Seguí a Marc hasta un edificio abandonado en Queens. Hemos sido
amigos desde entonces.
Kingsley terminó la historia.
Lily no estaba segura de cómo sentirse al respecto. Había visto a Marc matar
gente, pero siempre había sido en defensa propia. Nunca con fines de lucro, o por
deporte. Saber que lo había hecho antes, y escuchar una descripción detallada de lo
que realmente sucedía, eran dos cosas muy diferentes. Se recostó en su silla.
―¿Trabajaron como socios? ―preguntó, mirando al océano.
―A veces. Unimos nuestras fuerzas, nos ayudamos mutuamente cuando
podemos. Marc no es tan bueno en el sigilo como yo, y nadie puede abrir una caja
fuerte tan rápido. Pero tiene una especie de manera brutal que puede ser útil, y su
conocimiento de armas y de la anatomía humana me han salvado una o dos veces.
Ese hombre podría haber sido cirujano.
―Oh Dios. Ya puedo imaginar su manera de dormir.
―Me parece que ya has experimentado su manera de dormir.
Lily finalmente lo miró de nuevo.
―Lo mencionaste bastante ―señaló.
―¿Te molesta?
―No. Estoy celoso ―respondió honestamente, tomando un sorbo de su café.
―¿¡Celoso!?
―No sé si alguien te ha dicho esto, querida, pero eres una mujer muy
atractiva. Tampoco te molesta nuestra profesión. En otras palabras, una rareza. Y
encima de eso, llegué a verte en acción el otro día, en más de una forma. Cuando te
canses de Marc, espero que me llames ―dijo, recogiendo algo de la mesa y
entregándoselo.
Era una tarjeta.
―No puedes estar hablando en serio.
Se rió cuando miró la tarjeta. Al principio pensó que era negra y sólida y no
entendió el punto, pero luego, al inclinarla, se dio cuenta de que había una
inscripción a un lado. “LAW”, En letras mayúsculas grandes, ocupaba la mitad de
la tarjeta. Cuando la volteó, vio que un montón de pequeños números manchaban
el fondo de la tarjeta, también sellado. Todo era muy elegante, muy chic. Muy él.
―En serio, amor. Marc no puede reconocer nada bueno cuando lo tiene, pero
ciertamente yo sí ―le aseguró.
Ella asintió y colocó la tarjeta en su regazo.
―Bueno… um… ¿gracias? ―dijo buscando algo qué decir. Se sentía como si
le estuvieran haciendo una propuesta. Como si debiera señalar que estaba con su
mejor amigo y lo que estaba proponiendo era inapropiado. Pero no estaba
realmente con Marc, ¿y qué contaba como apropiado cuando se trataba de
mercenarios?
―No parezcas tan sorprendida ―dijo Kingsley riendo. Luego se inclinó hacia
adelante y agarró su tobillo derecho. Puso su pie en su regazo y comenzó a
masajearlo―. Me gustaría decir que soy así, pero soy un firme creyente en la
honestidad, y para ser sincero, casi cualquier cosa con senos me hace actuar de esta
manera.
Ella se echó a reír.
―Eso realmente me hace sentir mejor, gracias.
―Entonces… Lily, ¿verdad? Dime cuál es tu plan ―le dijo Kingsley, girando
su pie y estirándolo hacia su muslo. Lily se estremeció, pero se sentía bien.
―¿Cuál plan? ―preguntó, luego gimió mientras él estiraba su pie hacia el
otro lado, doblando los dedos de los pies hacia abajo.
―Tu plan después de esto. Marc hace que parezca que van a saltar por el
camino de ladrillo amarillo5, deslizándose por la alfombra roja de un barco para
bailar un vals a través de Moscú, disparándole a uno de los hombres más

5El camino de ladrillo amarillo tiene muchas interpretaciones, pero en este contexto está hablando
del continente asiático.
poderosos del inframundo. Tengo curiosidad de saber cómo van a hacer esto
―explicó.
―No creemos que sea fácil. Nada de este viaje ha sido fácil. Ha sido una
batalla todo el tiempo. No espero que cambie. Pero he peleado hasta aquí, así que
no me rendiré ―subrayó ella.
―Los deseos y las intenciones son muy nobles, pero no hacen el trabajo.
¿Cuál es tu plan?
Le contó lo que habían ideado previamente, cómo llegarían de Barcelona a
Moscú. Después su propio plan personal: ella entregaría los diamantes. Que solo
los pondría en las manos de Stankovski. Que usaría eso para entrar en su casa, en
su espacio. Después le volaría los sesos.
―¿Y honestamente piensas que funcionará?
―Sí. Tiene que funcionar.
―Ah, por supuesto. Tiene que funcionar. Tan claro como eso.
―¿Tienes un plan mejor?
―No. Solo creo que hay más en esto. ¿Y si Ivanov no te cree? ¿Y si te está
esperando en Tánger? ¿Y si Stankovski ya envió a otra persona a recoger los
diamantes a tu casa en Barcelona? ―Kingsley hizo las preguntas, todo mientras
sus dedos se clavaban en el fondo de su pie.
―Y si, y si, y si. ¿Y si explotamos mañana? ¿Y si treinta liberianos entran en el
hotel en este momento? ¿Y si los miembros de la Bratva nos caen del cielo en
paracaídas? Solo puedo planificar lo que sé, y espero salir de cualquier
complicación que pueda saltar ―respondió.
Él le sonrió ampliamente.
―Respuesta maravillosa, querida. Sabes, creo que tienes mucho que
aprender, pero también creo que tienes potencial.
―¿Potencial para qué?
―Potencial para ser muy buena en esta profesión. Las mujeres tienen alta
demanda, y alguien que se ve como tú… ¿quién adivinaría que peleaste por toda
África? Podrías cobrar cualquier precio que quisieras por tus servicios.
Lily estaba completamente sorprendida.
―¿Piensas que sí?
―Lo sé.
Ella tomó su tarjeta y volvió a mirarla. Puso el dedo contra el borde.
―No sé si quiero llevar ese tipo de vida ―dijo con voz suave.
―Querida, odio decirte esto, pero basado en lo que he oído hasta ahora, ya
llevas ese tipo de vida ―respondió.
Ella asintió.
―Sí. ¿Pero cómo? Todas mis conexiones son con esta Bratva, y otra diferente
en Nueva York. Estoy segura de que esas recomendaciones morirán con
Stankovski ―le dijo.
―Si lo haces, amor, esa será toda la recomendación que necesites. Pero
también tendrás gente como Marc y yo dispuestos a recomendarte y eso hará ligas
―agregó.
―Me he entrenado para transportar. Comencé en el lavado de dinero. ¿Es
suficiente? No creo que quiera matar gente ―dijo la última parte rápidamente.
―No tienes que hacer nada que no quieras, amor, esa es la belleza de nuestra
profesión. Tomas los trabajos que quieres. Sigue con el transporte, o aprenderás a
hackear ordenadores, abrir cajas fuertes, secuestrar, lo que quieras ―enumeró
diferentes aspectos de su trabajo.
Ella lo pensó por un segundo.
―¿Crees que Marc me enseñaría esas cosas?
―No.
La voz salió de detrás de ella. Volvió la cabeza para ver al objeto de su
pregunta atravesando la puerta. Miró a Kingsley, luego hizo una doble toma del
masaje de pies que estaba sucediendo. La miró furioso y arrebató la tarjeta entre
los dedos de Lily.
―Solo estábamos… ―empezó Lily, luego jadeó mientras él destrozaba la
tarjeta y dispersaba los pedazos sobre la mesa.
―Sé lo que está pasando y puedes jodidamente olvidarlo de inmediato ―dijo
Marc, señalando a Kingsley antes de tirar del pie de Lily de su regazo.
―Teniendo una conversación, amigo.
―Vete a la mierda.
―Alguien se despertó en el lado equivocado de la cama ―lo acusó Lily.
―Vete a la mierda tú también.
Kingsley seguía sonriendo mientras bebía su café.
―Entooooonces… ―Lily se atrevió a hablar cuando ella y Marc finalmente
regresaron a su habitación.
―¿Entonces qué? ―exclamó pasando los dedos por el cabello mientras
entraba en el baño. Ella lo siguió y se apoyó contra el marco de la puerta.
―¿Cuál es tu problema? ―preguntó.
―No tengo ningún problema.
―¿De verdad? Porque estás actuando como si tuvieras un gran problema.
―Bueno, pues no lo sé.
―Creo que lo sabes.
―No me importa.
―Creo que sí.
―Lily.
―Pensé que tú y Kingsley eran amigos ―dijo, observando mientras agarraba
sus artículos de tocador y empezaba a tirarlos a la bolsa de viaje.
―Estás exagerando ―replicó Marc.
―Si vas a seguir actuando como un idiota, entonces voy a irme ―le advirtió.
―Adelante, estoy seguro de que lo disfrutarías.
―Estás actuando como un perro celoso ―lo increpó.
Él se volvió para mirarla, y su rostro tenía asesinato escrito en él.
―Estás ahí afuera desfilando en maldita ropa interior, con los pies en su
entrepierna… ¿Cómo se supone que voy a reaccionar? ―preguntó Marc.
Ella rió de nuevo, realmente halagada.
―Ooohhh, solo piensa, si hubieras salido cinco minutos más tarde, ¡podrías
haberme atrapado dándole uno de mis famosos trabajos de pies! ―bromeó ella.
―Vete a la mierda.
Estaba realmente enojado, y repentinamente supo que tenía muy poco que
ver con Kingsley.
―Oye ―dijo, agarrando el frente de su camiseta y girando su cuerpo hacia
ella―. Estábamos hablando. ¿Qué está pasando contigo?
―Nada, tenemos que salir de aquí ―gruñó tratando de empujarse más allá
de ella. Lily se movió con él, lo que le impidió salir del baño.
―No hasta que me expliques por qué estás siendo un idiota ―dijo.
―No tengo que explicarte una mierda.
No había hablado de esa manera desde Liberia. Se burlaba todo el tiempo de
ella y discutían como gato y perro, pero no le hablaba así. No hasta este momento.
Frunció el ceño mientras Marc peleaba con ella, intentando sacarla fuera del
camino.
Haz algo.
Normalmente lo habría golpeado, o le habría dado una patada en las nueces
para meterle un poco de sentido, literalmente. Pero decidió cambiar de táctica y lo
agarró por la nuca, lo arrastró hacia abajo y lo besó.
Pensó que la empujaría, pero no lo hizo. De hecho, se zambulló en el beso con
tanto celo que perdieron el equilibrio, tropezando en el cuarto de baño y
golpeando la puerta. Ella jadeó y su lengua se hundió en su boca, casi ahogándola.
Sus manos estaban en su cabello, sosteniéndola en su lugar, y sus caderas
comenzaron a girar contra las suyas.
―Si eso es lo que querías, todo lo que tenías que hacer era decirlo ―susurró
Lily cuando finalmente se apartó.
―Es difícil decir algo cuando siempre estás hablando ―gruñó apartándose.
―Cállate, Marc.
―Solo tuve una mala noche, eso es todo. Me gusta Law, realmente me gusta,
simplemente… no me gusta la gente a veces ―trató de explicar.
―¿Quieres que te deje solo?
―Eres una excepción.
Lily sintió que un calor que se extendía por su pecho.
―¿Lo soy?
La fulminó con la mirada por un segundo, luego salió del baño.
―Vístete. Nos vamos dentro de diez minutos.
¿Se volvió bipolar durante la noche?
Marc le había comprado el bikini, una camisa sin mangas y un par de
leggings gruesos negros. Se puso todo, tirando los pantalones cortos y la vieja
camiseta a la basura junto con su sujetador. Luego terminó de cargar la mochila
con todas sus armas. Cuando terminó, Marc sacó todo de su mochila de nuevo y lo
reorganizó. Justo cuando estaba levantando la bolsa con los diamantes, Kingsley
entró en la habitación.
―Oh Dios, Dios, Dios, Dios, esa es una hermosa vista. ―Suspiró dejando caer
su bolsa en el suelo y caminando hacia las piedras brillantes. Marc lo fulminó con
la mirada y los metió en su mochila antes de cerrarla con llave y arrojarla sobre su
espalda.
―Vamos ―dijo Lily levantándose rápidamente, tratando de evitar cualquier
tipo de pelea antes de que pudiera comenzar.
Cargaron la Explorer y se fueron. Lily optó por sentarse en el asiento trasero,
mientras Marc conducía y Kingsley revisaba el mapa. Marc parecía relajado,
haciendo bromas con su amigo, y eso la hizo sonreír. Si algo pasaba, sentía que no
podía estar en mejor compañía para manejarlo. Se sentía cómoda con estos
hombres. Segura.
Después de unas seis horas, cambiaron. Marc no había estado mintiendo, no
durmió bien. En el momento que se estiró en el asiento trasero, se perdió. Lily se
acomodó, levantando una pierna junto a la ventana del pasajero. Ella y Kingsley
hablaron durante una hora de tonterías. Cosas que no pertenecían a su situación.
Luego, cuando se quedaron callados, ella empezó a pensar en lo que había dicho
en el hotel.
―Oye ―reclamó, porque de repente se había dado cuenta de algo―,
preguntaste por el nuestro, pero ¿cuál es tu plan?
―¿Hmmm?
―Tu plan. ¿Qué harás con nosotros? Viniste aquí a asesinar a Marc, pero en
realidad lo advertiste. Misión cumplida. ¿Y ahora qué? ―preguntó.
―Ahora trataré de hacerme útil el mayor tiempo posible. No tengo ningún
otro trabajo y tendré que permanecer invisible por un tiempo después de esto, así
que será mejor que valga la pena ―respondió.
―¿Vas a estar en problemas por no matarlo?
―¿”En problemas”? Cariño, esto no es la primaria. No tengo un jefe al cual
responder. Sí, Stankovski no estará feliz, pero su poder no es tan grande. Tiene
enemigos como todos los demás, y como agente libre puedo trabajar para ellos, lo
he hecho antes y lo seguiré haciendo. Además, nada de eso importará si te apegas
a tu plan y realmente lo matas ―explicó Kingsley.
―Entonces, bienvenido, por adelantado.
―Y después… ¿has pensado en todo eso? ―continuó él.
―Sí, quizás. No lo sé ―respondió Lily.
Él asintió.
―Bueno, amor, lo que sea que decidas, mantén a este viejo en mente, ¿de
acuerdo? Y si De Sant no te ayuda, debes saber que nunca debes pedirle ayuda a la
Ley ―le informó.
Ella se echó a reír.
―Espero que te des cuenta que suenas como una bolsa de herramientas
―resopló.
―Sí, pero funciona para mí, ¿no es cierto?
―Algo así.
―Pero soy muy serio. Si Marc se resiste a la idea, entonces estaría más que
feliz de ayudarle a ayudarte en el perfeccionamiento de tu arte ―añadió Kingsley.
Antes de que pudiera decir algo, hubo un gruñido desde el asiento trasero.
―Le gustaría ayudarte a penetrar algo. ¿Dónde mierda estamos? ―gruñó
Marc, sentándose.
Lily lo miró.
―Acabamos de pasar Laayoune hace una hora ―respondió―. Estamos
quizás a tres horas de Tantan, Marruecos.
―¿Estamos conduciendo para la señora Daisy6? ¿Qué tal si nos esforzamos
por acelerar el ritmo? ―arremetió Marc.
―¿Te gustaría conducir, cariño? ―preguntó Kingsley, mirando por el espejo
retrovisor.
Lily intentó no reírse.
―Sí, porque entonces llegaríamos a algún lado.
―Pude haberte matado en Dakhla, lo sabes. Todavía hay un precio sobre tu
cabeza, así que por favor deja de molestarme ―le advirtió Kingsley.
―No podrías haberme matado ni una mierda, sabía dónde estabas a cada
paso.
―La ilusión es una cosa muy triste, De Sant.
―Cállate, Law.
―¿Qué tal si TODOS se callan? ―dijo Lily.
―Cállate ―exclamaron al unísono.
―Tal vez debería…

6 Sra. Daisy: Está haciendo referencia a la película El chofer y la señora Daisy. Los personajes
principales son una maestra judía, viuda y amargada de setenta y dos años y su chofer.
Se sintió como si hubiera una pequeña explosión y la frase de Lily quedó a
medias cuando gritó. Fue lanzada contra la puerta mientras Kingsley intentaba
controlar el vehículo. Zigzagueó por el camino hasta que finalmente fue capaz de
detenerlo.
―¿Qué pasó? ¡¿Nos dispararon?! ―gritó Marc, agachándose mientras miraba
por las ventanas.
―Explotó un neumático ―contestó Kingsley entre dientes.
―Sí, ¡¿pero cómo?! ―exigió Marc.
―¿Parezco mecánico? ¿Estoy en este momento fuera del vehículo?
―preguntó el otro hombre, girándose en su asiento.
―No me hables como esa maldita actitud, no sabes lo que ha sido este viaje…
cada vez que conseguimos un auto, algo jodido sucede ―trató de explicarle Marc.
―Estoy hablándote con esta actitud, cariño, porque has tenido esa actitud
todo el día.
―Llámame “cariño” una vez más.
Mientras los hombres discutían, Lily se giró en su asiento y registró el área.
Tenían el océano a su izquierda, y prácticamente camino plano a su derecha. Si
alguien les había disparado, o se habían ido hace tiempo, o tenían un muy buen
escondite. Además, habían elegido tomar la ruta costera, en lugar del camino
principal más popular y rápido que los llevaría directamente a Marruecos.
¿De verdad alguien lo habría adivinado, y esperaron todo el día en el
sofocante sol, solo en caso de que pasaran?
Lo dudo.
Cansada de escucharlos pelear, tomó la oportunidad y abrió la puerta.
Ambos hombres inmediatamente le gritaron, pero ella bajó, cerrándoles la puerta
en la cara. Registró el horizonte y no vio ningún movimiento, así que caminó
alrededor hacia la parte de atrás de la camioneta y vio lo que había causado el
problema.
―¡Solo una pinchadura normal! ―gritó, agachándose cerca del rin del
neumático del conductor. Un pedazo de madera estaba pegada al lado de este y la
movió hasta liberarla. Se veía como parte de alguna clase de carreta, tal vez un
trozo de barandilla lateral. Tenía una punta larga. Debieron haber conducido sobre
ella, pinchando el neumático.
―Eso fue realmente estúpido, Lily ―gruñó Marc mientras caminaba tras ella.
―Dios, Marcelle, si no lo supiera, pensaría que estás preocupado por mí
―resopló.
Le empujó la cabeza hacia abajo mientras comenzaba a ponerse de pie.
―Muy bien, entonces lo cambiamos. Sencillo ―dijo Kingsley, acercándose a
ellos.
Solo que no era tan sencillo. También estaba pinchado el repuesto y todo el
equipo para cambiarlo estaba perdido. Podrían haber tenido un repuesto perfecto,
pero sin la barra y el gato, no cambiarían nada.
―Estamos malditos ―se quejó Marc, dejando caer su cabeza hacia atrás.
―Sí ―aceptó Lily.
―Creo que siempre has estado un poco maldito, compañero ―bromeó
Kingsley.
―¿Sabes qué? Que te jodan. Hasta que apareciste habíamos tenido el
recorrido más suave de nuestro viaje, así que me parece que esto es tu culpa ―le
reclamó Marc.
―¿Mi culpa? ¡¿Cómo!?
―¿Quién estaba conduciendo?
―¡Jodido mono sabio, De Sant! ¡Dejé ese pedazo de madera en el camino a
propósito! ¡Lo puse ayer, porque pensé que sería divertido quedarme aquí varado
con un imbécil!
Kingsley finalmente empezaba a perder la tranquilidad en la que siempre
parecía estar.
―¡Chicos, chicos, chicos! ¡Esto no ayudará en nada! ―gritó Lily.
Fue ignorada.
―¡Nadie te invitó! ¡Nadie te dijo que vinieras! ―le reprochó Marc.
Kingsley pasó a empujones al lado de Lily, haciéndola tropezar unos pasos.
―Sí, cierto. Mi consciencia lo hizo porque si dependiera de ti, ambos estarían
muertos en las próximas dieciocho horas, y aunque podría vivir sin tener que lidiar
contigo nunca más, jamás podría vivir conmigo si algo le sucediera a ella por tu
estupidez ―siseó.
Oh oh.
―Chicos, vamos ―insistió Lily, agarrando el brazo de Marc y tirándolo hacia
atrás. Kingsley los siguió, desabotonándose la chaqueta.
―¿Mi estupidez? ¡Bueno, mi estupidez la ha mantenido con vida hasta ahora!
―replicó Marc, liberando su brazo.
¿Un neumático pinchado acaba de convertirse en una pelea por mí? ¿De verdad esto
está pasando?
―¡Sí, así es! ¡Los dos son muy grandes y capaces! ¡¿Bien?! ¡Basta! ―gritó,
tratando de meterse entre ellos. Ambos la apartaron del camino y continuaron
rodeándose entre ellos, alejándose más del camino.
―¡Tu estupidez me ha metido en problema más veces de las que puedo
contar, y aquí estoy de nuevo! ¡Igual que en Río! ¡¿Lo recuerdas?! ―gritó Kingsley,
quitándose la chaqueta y dejándola caer en el pavimento.
―¡Lo único que recuerdo es sacarte de un edificio en llamas! ¡Debí haberte
dejado para que te murieras! ―gritó Marc quitándose la mochila y dejándola en el
suelo.
―¡Esta es la cosa más jodidamente estúpida que he visto! ¡Basta! ―estaba
gritando Lily.
―¡Y recuerdo haber quedado atrapado en el edificio en llamas por la
inteligencia de mierda de alguien!
―¿Inteligencia de mierda?
Lily estaba lista para lanzarles cosas, cuando escuchó algo tras ella. Se dio
vuelta y se quedó sorprendida de ver la camioneta alejarse de ellos y bajar por un
pequeño terraplén. Se habían detenido en un ángulo extraño y Kingsley debió
dejarla en neutral.
―¡Chicos! ―gritó girándose hacia ellos.
―¡Cállate!
―Mmm, solo pensé que les gustaría saber… ―Comenzó a trotar hacia la
camioneta mientras esta aumentaba la velocidad dirigiéndose en línea recta hacia
la playa―… ¡que la maldita camioneta se está escapando!
Cuando miró sobre su hombro, ambos hombre estaban corriendo tras ella, así
que ralentizó el paso. No era como si pudiera hacer mucho. Si agarraba el
parachoques, simplemente la arrastraría con él, y por la forma en que Marc estaba
corriendo, la golpearía contra la camioneta, de todos modos.
―¡Para! ―estaba gritando.
―¡Eso hago! ¡¿Ya ven a dónde nos llevan sus quejas de niñitas?! Ahora
tendremos que…
Hubo una explosión. Lily fue arrojada hacia atrás, y por suerte Marc estaba
justo detrás de ella. Envolvió un brazo alrededor de su cintura abrazándola contra
él mientras acurrucaban sus cuerpos hacia abajo y lejos de la explosión, su otro
brazo fue alrededor de su cabeza para protegerla. Se quedaron en el suelo, su
cuerpo cubría casi por completo el de ella.
Los escombros cayeron alrededor de ellos, y asumió que eran piezas de la
camioneta. Cuando finalmente él se levantó un poco, ella miró alrededor. Kingsley
estaba en el suelo, levantando también la cabeza.
Se giró para mirar sobre su hombro y la Explorer estaba inmóvil. Había
piezas por todas partes. Una puerta había salido volando y estaba a medio camino
entre la carcasa del vehículo y ellos.
―¿Bomba? ―gimió.
Marc movió la cabeza y se bajó de encima de ella.
―Mina. ¿Estás bien? ―preguntó, poniéndola en pie y examinando su rostro y
su cabeza.
―Estoy bien ―le aseguró, pero sus manos siguieron tanteando su cuerpo,
como si estuviera determinado a revisar por sí mismo que estaba de una pieza.
―La orilla de la playa está llena de ellas ―decía Kingsley mientras caminaba
a donde estaba su chaqueta, levantándola y quitándole el polvo―. Probablemente
no sea una buena idea dar una caminata por la orilla.
―Debí haberte advertido ―gruñía Marc.
―Lo sé. Todas tus armas, nuestros suministros. ―Suspiró.
―¿Estás jodiéndome? Lily, me importa un carajo todo eso. Un par de pasos
más y habrías salido volando del camino. Ahora podrías estar en pedazos.
―Pero no fue así ―contestó.
La sorprendió al jalarla en un abrazo. Aparte del sexo loco y casual que
tenían, difícilmente se tocaban. Se exprimió el cerebro tratando de recordar si
alguna vez la había abrazado. Si alguna vez ella lo abrazó. Estaba bastante
alterado. Pasó sus manos por su espalda, enganchándolas arriba de sus hombros.
―Es peligroso estar aquí afuera ―susurró en su oído.
―Lo sé, Marc. Soy una persona peligrosa ―le susurró.
Marc movió la cabeza.
―No tanto como te gustaría creerlo.
Cuando se apartaron, Kingsley estaba discretamente parado a cierta distancia
dándoles la espalda. Caminaron hacia él y Marc levantó su mochila del suelo,
pasando las correas por su pecho.
―Al menos tenemos los diamantes ―dijo Lily tratando de verle el lado
bueno a las cosas. Marc frunció el ceño.
―Sí. Comencemos a andar.
Hacía calor. Mucho más que lo usual. El día anterior habían estado casi cerca
de los treinta grados. Pero mientras andaban por el camino, Lily sintió que su piel
estaba quemándose.
―¿A qué temperatura estamos? ―preguntó.
Kingsley sacó un dispositivo de su bolsillo, y tocó un par de botones.
―Cerca de noventa y tres grados Fahrenheit ―respondió. Hizo cálculos en su
cabeza―. Treinta y cuatro grados Celsius. Y con el sol directo. Mierda.
Marc la sorprendió sacando una cazadora ligera del fondo de su bolso Mary
Poppins mágico. Le quedaba enorme, colgándole a medio muslo, pero la escudaba
un poco del sol, así que la tomó agradecida.
Sintió que caminaron una eternidad. Ningún auto pasaba, lo cual no sabía si
era una bendición, o más de su maldición vehicular.
Marc sacó una cantimplora y todos tomaron turno para beber el agua tibia.
Luego sacó el viejo mapa, el que no había visto desde Mali.
―Mi mejor conjetura ―declaró Marc, trazando una línea con el dedo―, es
que estamos a veinticuatro kilómetros de la ciudad de Tarfaya.
Veinticuatro kilómetros… en este calor… mierda.
―¿Es el lugar más cercano? ―Quiso cerciorarse Lily.
―Sí. Podríamos volver por donde vinimos, pero la ciudad más cercana está a
treinta kilómetros. ―Sus ojos vagaron sobre el mapa.
―Mierda ―maldijo en voz alta.
―Estoy de acuerdo ―añadió Kingsley.
―Si promediamos un kilómetro y medio cada veinte minutos, deberíamos
estar en Tarfaya alrededor de las siete, justo antes de que anochezca. Podemos
pasar la noche, luego robar un auto ―sugirió Marc antes de volver a meter el mapa
en su bolso.
―Otra noche. ―Suspiró, enlazando los dedos en la cima de la cabeza.
―Lo conseguirás ―le aseguró Marc, luego aceleró el paso.
Lily no estaba débil, lo sabía, pero cinco horas bajo el sol africano era mucho
para cualquiera. Las raciones de agua eran pocas y no se permitían beber cuando
quisieran. Ella y Kingsley hablaron por un rato, pero después de dos horas todos
se quedaron en silencio. Otra hora. Sentía que se iba a caer pero siguió avanzando.
Si los chicos podían hacerlo, seguro como el infierno que ella también.
Entonces, de la nada, Marc se quitó la mochila y se la pasó. Se quedó
sorprendida de que se la dejara, y más sorprendida de que le estuviera pidiendo
que la llevara. ¿El grande y fuerte mercenario Marc no podía manejar su estúpida
mochila?
Pero entonces se paró frente a ella. No dijo ni una palabra, solo bloqueó su
camino, obligándola a detenerse. Se agachó un poco, y le tomó un segundo darse
cuenta de lo que estaba haciendo. Rápidamente se puso el morral, luego saltó a la
espalda de Marc, envolviendo sus brazos alrededor de sus hombros.
La cargó tanto tiempo que de hecho se quedó dormida con la mejilla contra
su hombro. Solo se despertó cuando comenzó a bajarla. Encontró apoyo bajo sus
pies y lo soltó para que él pudiera pararse de nuevo.
―¿Dónde estamos? ―bostezó.
Él le dio vuelta y rebuscó en la mochila.
―A media hora de las afueras de Tarfaya ―contestó, y ella pudo escuchar el
mapa arrugándose en sus manos.
Alzó la mirada al cielo. El sol se había puesto y las estrellas estaban brillando
por todas partes.
―Media hora, bien. ―Suspiró, quitándose la mochila y también la cazadora.
―¿Estás bien para caminar? ―dijo cerciorándose otra vez, rodeándola y
parándose frente a ella.
―Sí, no tenías que cargarme tanto tiempo ―le dijo, sintiéndose culpable
mientras él metía su chamarra en la mochila.
―No me importó.
Siguieron avanzando. El descanso por el caballito de Marc de hecho había
empeorado las cosas. Sus pies habían tenido la oportunidad de descansar y
endurecerse e hincharse. Apretó los dientes por el dolor y se movió al mismo ritmo
de los hombres.
Cuando vieron las afueras de Tarfaya, quiso llorar. Era como un oasis
alzándose en la arena. Pero todavía tenían mucho camino por recorrer. Incluso una
vez dentro de la ciudad, todavía debían encontrar dónde quedarse. Se
mantuvieron por la zona costera, arrastrando los pies mientras buscaban un hotel.
Un hotel barato. La mayor parte del dinero de Kingsley y todo el de Lily había
volado en la Explorer.
Finalmente, alrededor de las nueve, casi seis horas después de que habían
empezado a caminar, se toparon con unas cabañas en la playa. Eran como barracas,
un cuarto con catres individuales y una pequeña mesa en cada una. A treinta
centímetros del techo había un mosquitero; era la única forma de aire
acondicionado.
Marc y Lily tenían la idea de colarse en una, pero Kingsley dijo que su
presencia ya era notada en la pequeña ciudad. Si eran atrapados irrumpiendo y
entrando, no sería bonito. Regateó con el dueño de las chozas, intercambiado el
costoso reloj sumergible de Marc por una noche en las chozas. Marc gruñó y se
quejó, pero le entregó el reloj.
―Me debes uno ―dijo Marc.
―Podrías estar durmiendo en la arena con los escorpiones, De Sant. Ni
siquiera tuve que pedir dos. ¿Te molesta compartir cuarto, Lily? ―preguntó
Kingsley, sonriéndole ampliamente. Su cabello estaba despeinado, y su traje lleno
de polvo, pero su encanto era intachable.
―Vete al diablo, Law ―dijo Marc, llevándola hacia una de las chozas en la
playa.
Era tarde, pero solo tener un lugar donde sentarse hizo maravillas. Mientras
Marc colapsaba sobre el catre, Lily se quitó sus leggings y caminó hacia el agua. De
repente estuvo agradecida de que Marc le hubiera comprado un bikini en lugar de
ropa interior y se sentó en la húmeda arena. La playa estaba bien iluminada, y
varios grupos de personas estaban caminando por ahí. Mientras se relajaba, una
pareja llegó hasta ella.
―Disculpe ―preguntó el hombre―. ¿Americana?
―Seguro ―gruñó Lily frotándose las plantas de los pies.
―¡También nosotros! ―Se rió la mujer.
―Acabamos de llegar hoy. Estamos con la Cruz Roja, pero decidimos tener
unas pequeñas vacaciones antes de irnos a Argelia ―explicó el hombre.
―Maravilloso. ―Fue lo único que dijo Lily, rezando para que se fueran.
―¡Jamás imaginamos que fuera tan hermoso! ¿No es hermosa África?
―Suspiró la chica, mirando la playa. Lily se puso de pie y los miró.
―¿Hermoso? Sí, claro. Hermoso como un tiburón. Buena suerte en Argelia, la
van a necesitar ―les advirtió. Luego se dio vuelta para mirar el océano, esperando
que esa fuera suficiente pista para que supieran que quería estar sola.
―¿Qué estás haciendo aquí? ―preguntó la chica, agachándose junto a ella.
¿Por qué a mí?
―No estoy trabajando con la Cruz Roja, eso es seguro.
―¿Eres como una blogger viajera?
¿En serio?
―No.
―¿Estás con la embajada?
―No.
―Chuck y yo siempre quisimos venir a África para nuestra luna de miel…
Estás aquí con tu esposo ―supuso la chica.
―No.
―¿Entonces por qué estás en África?
Finalmente se giró hacia ellos, inclinándose un poco.
―Para robar y matar a alguien, por eso estoy en África, ahora lárguense ―les
lanzó molesta.
La pareja jadeó y luego se apresuraron a irse. La chica fulminándola con la
mirada. A Lily no le importó. Se había sentido completamente desconectada de
ellos. Como si estuvieran hablando idiomas diferentes, como si fueran de países
diferentes. De planetas diferentes.
Era como un guepardo sentándose a tomar el té con dos corderos. No gracias.
―¿Ves, cariño? Regresar a la “vida real” va a ser bastante difícil ―dijo una
suave voz con acento tras ella. Dejó que su cabeza cayera hacia atrás, mirando a
Kingsley de cabeza. Estaba guardando la distancia, sin permitir que sus zapatos se
mojaran. En la distancia, pudo ver a Marc dirigiéndose también hacia ellos.
―Ahora lo veo. Es extraño. ¿Así es como se siente para ti? ―preguntó.
Kingsley sacudió su cabeza.
―No, pero siempre he sido una persona sociable. Por eso Marc es solicitado
para trabajos así, y yo soy requerido para aquellos que son más inclinados al
público. Espionaje corporativo, cosas de esa naturaleza ―explicó.
―No usas la fuerza bruta, ¿eh?
―Puedo ser tan bruto como quieras, cariño.
―Vamos a buscar algo para comer ―gritó Marc. Lily finalmente se levantó,
quejándose mientras los músculos de sus piernas gritaban en protesta. Se sacudió
la arena del culo y siguió a los hombres a la orilla.
Después de cambiar la parte de abajo de su bikini por unos leggings, todos
fueron a buscar comida. Había un hotel cerca, y aunque era tarde, el restaurante
todavía estaba sirviendo comida. La pareja americana de la playa estaba sentada
adentro, y se pusieron nerviosos cuando Lily entró, con los ojos rebotando de uno
a otro del grupo. Ella sonrió de vuelta, saludando con los dedos hacia ellos.
―A nadie le gusta una perra, cariño ―dijo Marc entre dientes, cogiéndola de
la mano. Ella sonrió, era la primera vez que él utilizaba el apelativo cariñoso desde
que había aparecido Kingsley. Quizás algo de su buen humor estaba regresando.
―Tú lo haces.
―Yo tolero a una, hay una diferencia.
Pidieron lo que fuera más barato e incluyera más porciones, tomando un
montón de agua con la comida. Kingsley balbuceó en la distancia mientras ellos
comían, parecía ser parte de su naturaleza hablar todo el rato. Siempre estaba
diciendo algo. Marc gruñía sus respuestas entre bocado y bocado. Lily estuvo
callada, solo tratando de mantenerse despierta.
―Entonces ¿qué plan tienes después de esto, De Sant? Diciendo que todo
vaya de acuerdo con tu plan, devolver los diamantes a los liberianos y enviarlos
tras el sucio traficante de la Bratva. ¿Luego qué? ―preguntó Kingsley.
―Dios, luego será hora de unas jodidas vacaciones ―gruñó él, estirándose
hacia atrás contra su silla.
―Suena genial. ¿Algún sitio en mente?
Lily esperaba que él dijera la Isla de Pemba, el lugar sobre el que habían
hablado durante su noche juntos en la casa de reclutamiento. Había estado
repicando en su cabeza, durante la caminata de ese día. Si tan solo ella pudiera
pasar de todo. No pensar en el futuro, hasta haber superado el presente. Si lograba
permanecer viva, entonces quizás podría darle a él algunas de sus mañanas.
Quizás incluso darse algunas a sí misma.
―No estoy seguro. Quizás Tailandia. Quizás Grecia ―dijo Marc
rápidamente.
¡¿Qué mierda!?
Lily lo miró, pero él no la estaba mirando a ella. Él estaba mirando a través
del restaurante, hacia afuera. Los ojos de Kingsley iban de uno al otro, y esa sonrisa
socarrona le atravesaba toda la cara. Como si supiera exactamente lo que los dos
estaban pensando.
Quizás él no quiere que Kingsley lo sepa. Quizás sea un secreto.
―¿Y qué hay de ti, Lily? Si sobrevives a tu pequeño plan de venganza, ¿qué
pasará después? A corto plazo, por supuesto ―le preguntó el británico. Ella se
encogió de hombros.
―No sé. Unas vacaciones suenan como una buena idea. Algún sitio relajante.
―Suspiró.
―Mmmm, conozco el lugar ideal. ―Kingsley empujó el plato fuera de su
camino y se echó adelante hacia ella―. Tengo una propiedad increíble, justo a las
afueras de Phuket. Aislada, tranquila, playas infinitas, incluyendo la mía propia
privada. Me encantaría que me visitaras.
―Ni siquiera me conoces, Kingsley. A lo mejor me quieres matar después de
pasar una semana en mi compañía ―le picó ella. Marc aclaró su garganta.
―Puedo atestiguar que eso será exactamente lo que pasará.
―Lo dudo mucho. De hecho, creo que tú y yo somos espíritus afines. Ponte
algo de ropa decente, y juntos podríamos darle algo de glamour a este negocio
―remarcó Kingsley.
―Pensé que habías dicho vacaciones, y no trabajo ―puntualizó ella.
―Bueno, un hombre puede tener esperanzas. Sería bueno tener compañía.
―Pensaba que Marc era como un compañero para ti.
―Una compañía a la que le quede bien un vestido.
―A mí se me ve jodidamente fabuloso en un vestido ―interrumpió Marc.
―Seguro que sí. ―Asintió Lily.
―De Sant con un vestido es una de las memorias más horrorosas que tengo,
y con esa nota, me voy a vomitar, y luego a la cama. Salud, queridos ―dijo
Kingsley, poniéndose de pie. Saludó a Marc, le guiñó el ojo a Lily, y luego se fue
sin decir una palabra más, pagando la cuenta cuando salía. Lily sonrió mientras lo
miraba irse, viéndolo desaparecer en la oscuridad de la playa.
―¿Realmente irías allí? ―Marc interrumpió sus pensamientos mientras se
ponía de pie.
―¿Perdona?
―¿Irías allí?? A Phuket?
Ella se levantó y lo siguió afuera del restaurante.
―No lo sé. Él me gusta. Mucho. Quizás lo haría. Si no tuviera ninguna otra
oferta mejor para ir a otro sitio.
Él se quedó en silencio.
No se fueron inmediatamente a su cabaña. Aunque habían caminado casi
todo el día, Marc se veía inquieto. Así que caminaron de vuelta hacia el agua,
lanzando conchas y piedras al océano.
―Entonces el plan para mañana… ―Empezó Lily.
―El coche déjamelo a mí. Law y yo saldremos temprano, organizaremos algo
―le interrumpió él.
―De acuerdo. Tengo la sensación de que me están echando de la banda,
―bromeó, dejando caer el resto de piedras al agua.
―Cariño, esta banda existía mucho antes de que tú aparecieras. Es más como
una reunión en tour ―pico él. Ella se le quedó mirando.
―Ya sabes a lo que me refiero.
―Cuando empezamos, todo lo que querías era deshacerte de mí ―señaló
Marc, girándose hacia ella. Ella se encogió, sin mirarlo de vuelta.
―Te fuiste apoderando de mí ―fue todo lo que le dijo como respuesta.
―¡Vaya, Liliana! Si yo no supiera nada, pensaría que te gusto. ―Su voz
sonaba juguetona otra vez, y él se acercó lo suficiente para que su pecho rozara su
brazo. Ella finalmente lo miró.
―Me gustas, Marc. Siempre me has gustado. Quiero decir, quizás durante un
minuto allí te quise muerto, y de alguna forma quiero darte una patada en el culo
regularmente, y odié la forma en que lo jodiste todo para mí. Pero me gustabas en
Liberia. Eres fácil de gustar. Me gustas ahora. Te echaré de menos. ―Era honesta
con él.
―Yo te echaré de menos, también, Lily. Ha sido una aventura. Bastante
horrenda, pero bastante increíble ―le dijo él.
Todavía nos quedan quince horas hasta Tánger. Ciento treinta kilómetros. ¿Por qué
parece un adiós?
―El plan mañana ―empezó Lily de nuevo―, llegamos a Tánger. Llamo a
Ivanov. Cojo el ferri al día siguiente, nos encontramos allí. Te doy los diamantes.
―Los diamantes. ―Suspiró Marc, girándose para volver a mirar el agua―.
Una bolsa de rocas. Todos nuestros problemas. Tantos problemas. Por una
estúpida jodida bolsa de rocas.
―Muchas estúpidas jodidas rocas ―remarcó Lily.
―Jodidamente caras rocas.
―Jodidamente peligrosas rocas.
―Ven aquí ―dijo Marc de repente cogiéndola del brazo, dándole la vuelta
para que estuviera cara a él.
―¿Qué? ―preguntó, quedándose tiesa mientras él la aguantaba a un brazo
de distancia.
―Eres preciosa, te daré eso ―empezó, y ella le sonrió. Pero él no paró ahí―.
Pero eres jodidamente temperamental. Piensas en el ahora, no en el después.
Llevar esos diamantes a Moscú, jodido plan brillante. ¿Consideraste alguna vez
qué pasaría si el plan no salía bien? Porque clara y jodidamente no lo hizo.
―No. Porque tenía que salir bien. No pienso en cosas saliendo mal porque no
les permitiré que sucedan. Como este plan, quizás no haya ido exactamente como
fue planeado, pero incluso los mejores planes pueden romperse en pedazos. Tan
solo continúas. Fallar no es una opción. Fallar no es parte de mi plan ―subrayó
ella.
―Tu actitud de Pollyanna es jodidamente tierno, pero va a hacer que te maten
―le avisó. Ella se le quedó mirando.
―¿Te mataría, por solo una vez, decir ¡buen trabajo!? ¿¡Admitir que me he
manejado tan bien como tú en este jodido viaje, sino que incluso mejor algunas
veces!? ―demandó.
―Podría hacerlo, pero odio mentir.
―No sería una mentira, he sido tan buena como tú.
―No puedo por mi propia vida imaginar a qué te estás refiriendo. A no ser
que sea a follar, entonces admitiré libremente que hay una cosa en la que
realmente eres muy buena.
Ella le dio un bofetón.
―Eso es por ser un imbécil ―le informó ella.
―¿Un bofetón? ¿En serio? Eso es un movimiento cobarde, viniendo de ti.
―Se rió él.
Ella echó el brazo hacia atrás, lista para darle un puñetazo en la garganta pero
él agarró su muñeca y le dio un tirón hacia adelante. Le torció el brazo a su
espalda, aguantándolo contra su columna.
―”Movimiento cobarde”, teniendo miedo de una chica ―se burló Lily de él.
Algunas veces se preguntaba si pelearse era como tener juegos previos para
Marc. O quizás solo ser agresiva, en general. Parecía que a él le gustaba pelearse
con ella, o solo meterse con ella. De cualquier forma, funcionaba para él, así que
ella no estuvo muy sorprendida cuando se echó hacia delante y la besó.
―Eres una chica que da bastante miedo ―estuvo de acuerdo, soltando su
brazo y llevando sus manos hacia el cabello de ella.
―Eso lo cuento como un cumplido ―le aseguró ella.
―Lo dije como uno.
Se quedaron parados, apretándose uno contra el otro, las olas golpeando a
sus pies, empapando sus botas. Ella se agarró a su camiseta, tirando fuertemente
del material, queriendo estar más cerca de él. Siempre cerca de él.
¿Por qué esto se siente como una despedida? ¿Y por qué no hice ningún plan para
esto? Nunca pensé en cómo se sentiría decir adiós…
―Entonces después de esta noche.―Dejó salir el aliento, y él gruñó,
moviendo los labios hacia su cuello.
―Seriamente con lo de hablar. Dos segundos sin que tú hables serían
jodidamente increíbles ―le dijo.
―Después de todo esto ―lo ignoró, luego jadeó cuando él metió las manos
por sus leggings y la agarró del culo―. Después de Liberia y Moscú y los
diamantes…
―Lily, si dices una palabra en las próximas tres horas, juro por Dios, que te
ahogaré en este jodido océano.
Quizás pelearnos sea para mí tener juegos preliminares, también.
Él la cogió, y a ella le encantó esa sensación. No era una chica pequeña, un
metro setenta, con buenas tetas y culo, curvas y piernas largas, pero Marc siempre
era capaz de manejarla como si no pesara nada. Envolvió sus piernas en su cintura,
enroscó sus brazos alrededor de su cuello, y forzó su lengua en su boca.
La llevó a través de la arena, cayendo contra el lado de su cabaña. Dejó caer
su peso sobre ella, apresándola contra la pared. Ella alzó su camiseta entre ellos,
sacándola por su cabeza.
―Tres horas no es tanto. No es ni… medianoche… ―Jadeó ella mientras una
de las manos de él se metía bajo su propia camiseta.
―Puedes rellenar una hoja de reclamación cuando haya terminado.
La puerta era una simple hoja, y pegó un portazo detrás de ellos cuando la
cerraron mientras Marc la metía. Tropezaron a través de la habitación, golpeando
sobre la mesa. La sentó en ella, sacándole la camiseta por la cabeza, luego se
acachó, besándola fuertemente, robándole el aire una vez más.
Cuando se sintió mareada, lo empujó hacia atrás y saltó de la mesa. Mientras
se peleaba para sacarse las botas, él se bajó los pantalones. Una vez que se liberó de
ellos, la agarró por las caderas y le dio la vuelta, tumbándola sobre la mesa.
―Alguien tiene prisa. ―Jadeó, un poco sorprendida por su fuerza. Le sacó
los leggings de un tirón, yendo hacia abajo con ellos.
Él beso su pantorrilla, luego la parte trasera de su rodilla, luego la parte alta
de su culo. Recorrió con su lengua el centro de su espalda hacia arriba. Luego
estaba apretado contra ella, su boca en su cuello.
―Siempre con prisa por estar dentro de ti ―respondió, luego le mordió el
hombro.
Mientras sus dientes le dejaban marcas en su piel, su erección se apretaba
contra ella por detrás. Ella agarró fuertemente el borde de la mesa y apretó sus
dientes como si todo pasara de una vez, sus caderas se impulsaron contra su culo
de un empujón.
―Jesús, Marc, realmente lo estás. ―Jadeó.
―No tienes ni idea.
Él empezó a bombear dentro de ella, con una mano cerrada sobre su pelo en
un puño, haciéndola que se alzara. Ella gritó, empujando la mesa. Echándose hacia
atrás contra él. Él agarró con su mano libre la cadera, agarrándose a ella.
Hundiéndola. Ella lo necesitaba. Él la estaba follando y llevando a otra órbita,
haciéndole difícil recordar cómo era estar en la tierra.
―¡Oh Dios mío! ―chilló, sin poder manejar lo profundo que él estaba
golpeando. Encantada con lo profundo que estaba golpeando.
―Sabes que no hay una puerta de verdad, ¿no? ―Jadeó él.
―Bien, está bien ―estuvo de acuerdo, aunque en realidad no sabía de lo que
estaba hablando. Hubiera dicho cualquier cosa en ese momento, con tal de que él
siguiera tocándola.
―Toda la parte de arriba es básicamente una tabla ―continuó él, saliéndose
de ella. Ella cayó de bruces contra la mesa, y un momento más tarde la camiseta de
él era lanzada contra la pared, aterrizando a su lado.
―Mmmmm hmmmm ―murmuró hondo desde su garganta.
―Todo el mundo puede oírte ―le avisó.
―Me da igual. Espero que puedan, espero que lo hayan oído todo ―replicó.
―Dios, eres una mujer increíble.
Se quedó parado un momento, y luego la volvió a penetrar de golpe, tan rudo
y tan duro que la sorprendió.
―Oh… mi… Dios… sí… por favor. ―No podía desencajar sus dientes.
―Lily ―gruñó su nombre, su mano yendo a la parte trasera de su cuello. La
empujó hacia abajo e hizo palanca para darle más duro.
―¡Sí! ¡Sí! ―gritó.
―Cuando estés en Tánger ―empezó él, recorriendo con la otra mano el
lateral de su cuerpo.
―Por favor, Marc, más rápido ―rogó, y él cumplió.
―Y cuando estés en Moscú ―continuó él.
―Estoy tan cerca ―lloriqueó, luego notó la mano libre de él moviéndose
entre ella y la mesa.
―Cuando estés en esos lugares, si follas con alguien más ―empezó, tirándola
hacia atrás contra él, su mano plana contra su estómago y estirándola hasta que
estuvo de puntillas.
―Nadie más ―le dijo, y le hizo gemir de nuevo.
―Nunca te olvides de quién te hizo sentir así ―susurró, su mano
deslizándose más y más abajo por su cuerpo.
―Nunca podría ―le aseguró.
―Bien.
Él amartilló sus caderas contra ella, y ella gritó. La mano en el cuello de ella
se movió a su hombro, tirándola hacia atrás contra él. Empujándola abajo más
fuerte contra su polla. Ella empezó a correrse, y al estilo Marc, solo la folló más
fuerte. Todo el cuerpo de ella se convulsionó, temblando y estremeciéndose, todo
mientras uno de los dedos de él le daba golpecitos al compás de sus temblorosos
músculos.
Me pregunto si alguna vez me podría desmayar por sobrecarga sensorial.
Se quedó completamente amodorrada, y ni siquiera le importó. Habían
tenido el suficiente sexo para saber que a él no le importaba especialmente,
tampoco. Las manos en sus hombros se agarraron más fuerte, dolorosamente, y
ella gimió.
―Dios, voy a echar esto de menos.
Ella no quería decirlo en voz alta. Pudo sentir que los dos estaban
pensándolo, podía seguir sintiendo ese “adiós” colgando en el aire, pero no quería
arruinar el momento. Aun así, él la había absorbido, como siempre hacía con todo
su oxígeno.
―Ven aquí, muévete.
Ella de hecho no tenía que moverse. Marc simplemente se echó hacia atrás,
llevándola con él, luego la metió en la cama. Ella solo se había dado un poco la
vuelta cuando él ya estaba sobre ella, obligándola a estirarse mientras se metía
entre sus piernas. Luego deslizó sus manos bajo su espalda, aguantando mientras
su pecho se recostaba sobre el de ella. En ese momento, estaban tan cerca
físicamente como dos personas podrían nunca llegar a estar.
―Hola. ―Sonrió ella, mirándolo fijamente mientras la cara de él estaba
suspendida a centímetros de la de ella.
―Quise decir lo que dije, lo sabes ―dijo, con voz suave. Ella estaba confusa.
―¿Cuándo?
―Tus ojos ―continuó él, como si eso lo aclarara todo.
―¿Qué les pasa?
―Son la cosa más bonita que nunca he visto. ―Suspiró él.
―¿De verdad?
―Voy a recordarlos por mucho tiempo ―le aseguró a ella.
―Eso espero.
―Lo sé. Por la noche, cuando esté solo, en algún tipo de lío en el que seguro
que me he metido ―la miró, y los dos se rieron―, imaginaré tus ojos. Tu sonrisa,
tu cuerpo, tu voz. Pero sobre todo tus ojos. Podría quedarme mirándolos para
siempre. Los echaré de menos. Echaré de menos a ti mirándome.
Nunca nadie le había hablado de esa forma antes, casi quiso llorar. Luego
empezó a balancear sus caderas contra ella, pero amablemente, y ella se rompió.
Rodeó sus hombros con sus brazos, agarrándolo contra ella completamente y
anclando sus tobillos completamente detrás de su espalda.
―Te echaré de menos, también. ―Suspiró ella.
Él susurró más palabras a su oído, palabras que nunca había oído antes, en
un tono que siempre había querido oír. Era cariñoso con ella, de una forma que no
lo había sido antes, con un toque con el cual podría aprender a vivir. Y mientras él
insuflaba vida en sus venas y nuevos pensamientos en su mente y sensaciones
diferentes en su alma, había una sola frase repitiéndose en su cabeza.
“… no tenemos que ser esta gente nunca más…”.
(16)
DÍA SIETE

—¿T
odo bien?
Marc estaba poniéndose una camisa mientras caminaba a
la cabaña de Kingsley. El británico estaba afuera en las
escalones de entrada, fumando un cigarrillo. No apartó la
mirada del océano, sólo repitió su pregunta.
―Sí, claro ―respondió Marc, moviéndose para estar sentado al lado del otro
hombre.
―¿Te das cuenta de que estas cabañas no están exactamente aisladas?, no que
importara si estuvieran, estoy seguro que los escucharon todo el camino hasta la
costa de España ―le aseguró Kingsley.
―Bien. Algo tan increíble merece una audiencia.
Ambos rieron por un segundo antes de quedarse callados.
―Estás cometiendo un error. ―La voz de Kingsley era suave.
―No he hecho nada.
―Pero lo estás pensando.
―Mira ―Marc frotó una mano por su cara―, dejemos terminar mañana. Tú
y yo vamos a buscar algunos autos. Volveré y la llevaré. Y luego…
―Vamos, chico grande, dilo ―dijo Kingsley.
―Luego la enviaremos sola.
―¿Sabe ella de este plan?
―No tiene voz en este plan.
―La involucra, así que creo que ella debería…
―Nadie te preguntó ―interrumpió Marc.
―Te gusta. ―Kingsley hizo una declaración. Señaló un hecho.
―Sí. ―Marc no lo negó. Kingsley sacudió su cabeza.
―Entonces, ¿por qué vas a hacer que ella haga todo esto sola? ―preguntó.
―La he llevado a través de la parte difícil. Joder, yo soy la parte difícil. Jodí
todo para ella. Sólo lo hice peor. Hoy, cuando ella estaba corriendo por ese auto,
todo lo que podía pensar era “santa mierda, estoy a punto de verla explotar”. Y me
asustó de muerte. Nunca antes he estado así de asustado, nunca. Si no hubiéramos
estado peleando, si no hubiéramos tomado ese camino, si no hubiera entrado en su
auto en Liberia… No puedo manejar la idea de que algo le ocurra, por mi culpa. Si
estoy con ella en Marruecos, e Ivanov aparece, es juego terminado. Nos mata a los
dos. Si estoy en Liberia, solo yo. ―Marc trató de explicar de dónde venía.
―¿Y crees que eso la hará sentir segura, cálida y difusa? ―cuestionó
Kingsley.
―No me importa. La mantendrá viva, y eso es todo lo que me importa.
―¿Realmente crees que ella tiene una mejor oportunidad de terminar esto sin
ti que contigo? ―Kingsley sonó sorprendido.
―Terminar viva, sí.
―Entonces eres un idiota.
―Esto no debería ser sorprendente para ti.
―De Sant. ―El otro hombre suspiró―. Te estoy hablando como un amigo,
ahora. Un compañero. No hagas esto. Las mujeres como la que duerme allí no
aparecen muy a menudo, no la mandes a los lobos. Ella te necesita. Y quieras
admitirlo o no, tú la necesitas. Esto es lo más humano que te he visto, desde que te
conocí. Has dejado que este trabajo te arruine. Deja que ella te arregle.
―¿Y arruinarla a ella en el proceso? No, gracias. Prefiero estar solo y
destrozado que juntos y destruirla ―respondió Marc.
―Estúpido, De Sant. Muy estúpido. Tu nueva descubierta conciencia los va a
matar a los dos, y yo, por lo menos, no me quedaré de pie y veré cómo sucede.
―chasqueó Kingsley mientras se ponía de pie.
―¿Qué? ¿Te estás yendo? Hazlo.
―Oh no, no me estoy yendo. Voy a estar contigo cada minuto, de aquí en
adelante, recordándote cada paso de la forma exacta de lo jodidamente ridículo
que estás siendo ―declaró Kingsley, luego entro en su cabaña y azotó la puerta.
―¿Sabes que es sólo un mosquitero, verdad? ¡Del tipo que frustra el
propósito de golpearla en mi cara! ―gritó Marc.
―¡Vete al infierno!
―¡Te veo en la mañana!
―¡No si te ahogo mientras duermes!
Marc volvió a su cabaña, arrastrando los pies por la arena. Estaba
sorprendido del arranque de Kingsley. Se había imaginado que el mercenario
estaría de acuerdo con él. Las mujeres no eran más que problemas, esa era por
general la opinión de Kingsley. Era obvio que él y Lily se agradaban, demasiado,
según la opinión de Marc, pero no explicaba por qué quería tanto que Marc y Lily
estuvieran juntos.
Entró a su cabaña, cerrando la puerta cuidadosamente detrás de él. Lily
estaba dormida en el catre. Se había enfriado a unos veintiún grados afuera, y
antes de que ella se hubiera dormido, le había dado una de sus camisetas para
vestir. Estaba tendida de costado, con las rodillas dobladas hacia el pecho, las
manos debajo de la mejilla. La hacía ver joven y vulnerable.
―Oh, Lily, ¿qué voy a hacer contigo? ―Suspiró, sentándose a su lado. Ella no
respondió, sólo murmuró en su sueño.
Él pasó la mano por su muslo, saboreando la suavidad de su piel. Luego
metió la mano debajo de la camisa, memorizando la curva de su cadera. No que
alguna vez pudiera olvidarla. Nunca sería capaz de olvidar a Lily. Nunca olvidaría
su tiempo juntos.
Se le ocurrió que probablemente había pasado más tiempo a solas con ella
que con nadie más en su vida. Al menos desde que era un adolescente. Siempre
estaba en movimiento, siempre de camino, y si trabajaba con persona, usualmente
lo hacía en equipos. Demonios, el mayor tiempo que había pasado solo con
Kingsley había sido cuatro días, y estaba bastante seguro que había estado
inconsciente uno de ellos.
Una semana en África con Lily. Un nuevo récord. Un nuevo amigo.
Mucho más que una amiga…
―Lily ―susurró, extendiéndose a su lado. El catre era pequeño, apenas lo
suficiente grande para que ambos se acostaran de lado. La nariz de ella estaba a
centímetros de la suya, y sonrió mientras bostezaba―. Di algo. No digas nada.
Dime qué es lo correcto. Dime que quererte está bien. Dime que estar contigo está
bien.
Por supuesto que no respondió. Estaba seguro de lo que diría, de todos
modos, y ciertamente no habría sido lo que era correcto.
Luego se apartó de él, estirándose en su sueño antes de darle la espalda. La
camisa se había subido hasta su cintura, y su culo desnudo estaba presionado
contra su entrepierna mientras se acurrucaba contra él. Miró hacia abajo por un
minuto, y luego empezó a subir más la camiseta.
Hablar es demasiado peligroso. La decisión ha sido tomada. Podríamos pasar nuestras
últimas horas divirtiéndonos.

Lily anudó el cordón superior de sus botas, luego se puso de pie. Echó un
vistazo alrededor de la cabaña, pero por supuesto no había nada en ella. No venía
con ningún adorno extra, ni siquiera una manta, y ella no tenía nada más que la
ropa que llevaba puesta. Marc había llevado su mochila con él, así que no quedaba
nada.
Se había despertado a mitad de la noche con él ya trabajando sus dedos
dentro de ella. Luego no la dejó dormir durante las dos horas siguientes. El
hombre gentil y dulce de antes había desaparecido hacía tiempo, era todo músculo
duro y manos fuertes. Su culo se sentía dolorido por todas las palmadas, sus
piernas se sentían como de gelatina por todos los estiramientos, y estaba segura
que había arruinado su deseo sexual para los demás hombres. A pesar de que
sentía que podía dormir por diez años, cuando lo había visto vestirse esta mañana,
sólo había sido él luchando para encontrarse con Kingsley lo que la había detenido
de quitarle de nuevo la ropa.
Loco pensar que hace una semana lo odiaba. Hace una semana, ni siquiera lo conocía.
Y ahora, siempre quiero estar con él.
Le habían dado instrucciones estrictas de quedarse en la cabaña, pero Lily
odiaba que le dijeran qué hacer, y odiaba estar confinada. Se sentó en los escalones
del frente, estirando las piernas y agarrando lo dedos de los pies, poniendo sus
músculos tensos. Siseó, saboreando el dolor y la tensión, y sostuvo la posición por
unos solidos quince segundos.
―Te dije que esperases adentro.
Lily en realidad gritó, saltando de un lado a otro de su asiento. Se cayó de las
escaleras, aterrizando en un montón de arena. Marc había venido de detrás de la
cabaña, camuflándose con los arbustos, materializándose a su lado.
―¡Casi me das un ataque al corazón! ―le gritó Lily, lanzándole una piedra a
la cabeza. La esquivó.
―Bueno, debiste haber esperado adentro. Vamos, tenemos que movernos
―respondió, ofreciéndole una mano. Ella la agarró y la puso sobre sus pies.
Las cabañas en las que se habían quedado estaban en el borde de la ciudad,
básicamente habían caminado todo el pueblo para llegar hasta ellas. Ahora
retrocedieron, dirigiéndose hacia donde habían entrado a la ciudad. No le dieron la
vuelta, pero si se dieron prisa por las calles.
No tomó mucho tiempo, Tarfaya era una ciudad pequeña. Muy pronto se
apresuraron a lo largo del borde de la carretera, Lily casi teniendo que correr para
mantener el paso de Marc. Cuando llegaron a un gran almacén, Marc se desvió de
rumbo, atravesando la arena. Lily vaciló por un segundo, recordando el momento
de ayer, cuando casi había sido introducida a un campo de minas terrestres. Pero
Marc no iba a atravesar ciegamente a través de un terreno hostil, así que siguió sus
pasos.
Cuando llegaron alrededor del edificio, se sorprendió de ver dos vehículos.
Uno era un Buick de 1980, y el otro era un nuevo y brillante Toyota Rav. Kingsley
estaba entre ellos, ajustando su corbata, sin notar su acercamiento. Sonrió para sí
misma. Era el mismo traje que llevaba el día anterior, el traje con el que había
caminado horas y hora, pero parecía nítido, limpio y agudo. Justo como él.
―¿Por qué conseguiste dos choches? ¿Kingsley está regresando? ―preguntó
Lily. Oyendo su nombre, el otro hombre levantó la vista y sonrió, acercándose a
ellos.
―Viéndote bien, cariño. Como siempre ―le dijo a ella, acercándose y
besándola en la mejilla.
―Mentiroso. ―Rió ella, alisando sus manos sobre sus leggings polvorientos.
―No te he conocido por mucho, Srta. Lily, pero tengo la sensación de que te
echaré mucho de menos. ―Suspiró.
―Podrías venir con nosotros ―sugirió.
―¿Nosotros? ―parecía confundido.
―Sí. Lo que sea que Marc dijo, es una mentira, debes venir con nosotros
―pensó que la actitud grosera de Marc había asustado al británico. Kingsley
empezó a fruncir el ceño.
―¿No le dijiste? Todo ese tiempo ―gruño.
Espera… ¿qué?
―Jesús, Law ―gruño Marc de inmediato.
―¿Decirme qué? ―preguntó Lily.
Ambos hombres permanecieron en silencio y quietos por un minuto, y eso
casi la asustó más que nada. Kingsley siempre estaba moviendo su boca y Marc
siempre se estaba moviendo. Algo malo había sido decidido.
―Querida. ―Kingsley finalmente suspiró, dando un paso adelante―. Ha
sido un placer pasar estos últimos días contigo. Lo siento por estrangularte un
poco, aunque debo admitir, como que me gustó. Tal vez podamos hacerlo de
nuevo en algún momento. Pero por ahora, De Sant aquí ha decidido que es mejor
si vamos por caminos separados.
Lily se volvió hacia Marc, entrecerrando los ojos.
―Yo iba a decírtelo ―dijo.
―¿Oh? ¿Cuándo? ¿Después de que estuviéramos en autos separados?
―No, hasta que estuviéramos fuera de alcance. Y patadas.
―Realmente valiente, Marc. ―Hizo su voz sarcástica―. ¿¡Después de todo lo
que hemos pasado, ni siquiera tuviste las pelotas para decir “¡Oye, estoy fuera!”?
Este momento iba a pasar tarde o temprano, Lily lo sabía, pero todavía dolía.
Y la manera en que lo había hecho dolía aún más. Queriéndolo o no, había forjado
un lazo con este hombre. Una conexión. Algo que era tangible y real para ella,
como si esa cadena todavía estuviera alrededor de su cintura, uniéndola a él.
Obligándola a él.
Y allí estaba él, siendo capaz de alejarse, con apenas una explicación. Con
apenas un adiós.
A la mierda. No te saldrás tan fácil, De Sant.
―No iba a dejarte sola en el desierto, Lily, cálmate. Simplemente no quería
empezar la mañana con “estás por tu cuenta”, ¿de acuerdo? ―chasqueó.
―Me debes más que eso, y lo sabes ―dijo Lily en voz baja. Él bufó hacia ella.
―No te debo una mierda.
―Imbécil.
Sin pensarlo, Lily sacó la mano y le dio una cachetada.
―Golpeas como una chica ―se burló él.
Su puño estaba cerrado para el siguiente golpe.
―¡¿Por qué tenías que hacerlo así?! ―le gritó―. ¡No tenía que ser así!
¡Podrías haber dicho adiós!
―¡¿Cuándo habrías preferido que fuera, Lily?! ¿Dentro de dos días, en
Tánger? ¡¿Eso habría sido más fácil?! ―gritó él en respuesta, una vena latiendo en
el lado de su cuello mientras la fulminaba con la mirada.
―No. No lo sé. Pero supongo que siempre pensé que cuando sea que fuera a
ocurrir, lo manejarías como un hombre. Mi error, olvidé que estaba tratando con
una perra ―le gritó ella.
―Bueno, cariño, como dicen, mira quién habla, y eres de lejos la más enorme
perra que he conocido nunca.
Ella lo golpeó de nuevo.
―Sigue insultándome, Marcelle ―amenazó.
―Esto no tiene que ser así ―declaró él.
―Tú lo hiciste así. Simplemente podrías haber dicho adiós. Después de todo.
Todo. Y tuviste que esperar a que Kingsley lo dijera. No eres un hombre. Eres un
cobarde. ¿Piensas que ser un mercenario te hace un hombre? ¿Matar personas te
hace un hombre? No. Te escondes detrás de esas cosas porque no eres lo bastante
valiente para caminar con la gente de verdad. Un puto cobarde ―siseó ella.
La mano de Marc estaba de repente alrededor de su garganta y, por un
momento, ella estuvo completamente atónita. Él fue capaz de apoyarla contra el
Buick mientras su mente daba vueltas. No la había tocado de manera agresiva
desde antes de la pensión, en Mali. Casi había olvidado lo rudo que podía ser con
ella.
―Cuida tu puta boca ―gruñó, inclinándose más cerca de ella―. ¿Piensas que
soy un cobarde? He cargado contigo así de lejos. He matado gente por ti. He salvado
tu vida en múltiples ocasiones. ¿Suena todo eso a cobarde?
―¡¿Cargado conmigo?! ―prácticamente chilló―. De acuerdo, PRIMERO DE
TODO, no estaría en esta situación si no fuera por ti. Segundo, no tuviste que
matar a nadie “por mí”, todo eso lo provocaste tú mismo. Y tercero, no pedí que
me salvaras la vida. No necesito que salves mi vida. No te quiero en mi vida.
Mentirosa.
―¿De verdad quieres decir eso? ―preguntó él, con voz dura mientras sus
dedos apretaban con más fuerza. Ella tenía sus manos envueltas alrededor de su
muñeca y tiró.
―¿Jodidamente tartamudeé? No hay nada que hayas hecho por mí que
podría haber hecho yo misma, todo lo que haces es joder las cosas, para todos. Para
todo. Ralentizarme. Meter a Kingsley en esto. ¡¿Cuántas personas más van a tener
que morir por tus cagadas, De Sant?! ―le gritó.
―Posiblemente sólo una más ―amenazó, fulminándola con la mirada.
―No tienes las pelotas.
―Oh, seguro que lo hago.
―Y seguro como la mierda que no tienes la aptitud.
―Cuestionas mis habilidades todo el jodido tiempo, Lily, y yo…
Suficiente.
Lily disparó su brazo, llevando el talón de su palma justo a su nariz. Él fue
completamente atrapado fuera de guardia y dejó escapar un grito, retrocediendo
mientras sus manos iban a su rostro. Ella tomó la oportunidad para codearlo en el
estómago y cuando él se dobló, lo pateó en la cadera, enviándolo al suelo. Desde
detrás de ella, Kingsley empezó a aplaudir.
―¡¿Cuenta eso como cuestionarte?! ―le chilló.
De repente, sus piernas fueron pateadas desde abajo y cayó sobre su espalda.
No dudó, de inmediato rodó al lado y empezó a gatear para llegar bajo el Rav.
Pero Marc agarró sus piernas y con un fuerte tirón la atrajo hacia él, poniéndose
sobre ella al mismo tiempo.
―¡Cálmate de una puta vez! ―le gritó mientras se ponía a horcajadas sobre
sus caderas.
―¡Tú cálmate! ¡¿Todo lo que hemos jodidamente pasado y simplemente ibas
a meterme en el auto y eso era todo?! ¡Que te jodan, De Sant! ―le chilló. Él luchó por
agarrar sus muñecas, sujetándolas en la arena junto a su cabeza.
―¡No es así! ―rugió, y ella finalmente dejó de gritar, aunque continuó
intentando liberarse de él―. ¡¿Piensas que esto es jodidamente fácil para mí?! No
lo es. Pero sé que es lo mejor, sé que es lo más seguro para ti y sé que es la cosa
correcta para hacer. Así que si eso me convierte en un puto cobarde, entonces bien,
soy un puto cobarde. Pero también sé cuándo es el momento de hacer algo bueno.
Era difícil discutir con esa lógica. Ella no habría pensado que fuera posible
que Marc dijera algo tan dulce. Bueno, casi dulce. Yació quieta, mirando al cielo
azul sobre el hombro de él. Luchó por recuperar el control de su respiración.
―No se siente correcto ―susurró. Él suspiró.
―Lo sé, cariño. Lo sé. Pero lo es. Mira, esto tenía que terminar en algún
momento. No estamos de vacaciones. No quiero prolongar lo inevitable y no
quiero empeorar las cosas para ti ―explicó con voz suave.
―Ojalá hubieras tomado esa decisión hace una semana. ―Ella incluso se las
arregló para reír, pero aun así se negó a mirarlo.
―Ojalá.
Eso sólo la hizo sentir peor.
―Entonces, ¿simplemente me estás enviando a los lobos? ―preguntó.
―No, te dejé algo ―replicó él, alejándose de ella y haciendo un gesto hacia el
Buick―. Te dejé mi mochila. Tiene toda nuestra agua, algo de dinero, los
diamantes, incluso tu preciosa Glock.
―Te acordaste ―susurró de nuevo, sonriendo.
―Me acordé.
Se apartó de ella entonces, quitando el polvo de sus pantalones cuando se
puso de pie. Ella echó un vistazo para ver a Kingsley inclinado en el asiento trasero
del Rav, muy claramente pretendiendo no darse cuenta del intenso momento que
estaba ocurriendo. Luego Marc la tomó del brazo, poniéndola de pie y quitándole
el polvo también.
―Entonces, esto es todo ―dijo ella con un suspiro, finalmente mirándolo de
nuevo. Si no lo hubiera sabido mejor, habría pensado que lucía molesto. Tal vez
incluso dolido.
―Cuídate. ―Su voz de repente se tornó seria y se acercó un paso, su sombra
cayendo sobre ella.
―Siempre lo hago ―le aseguró.
―Lo digo en serio. Dudas… no lo hagas. Piensas demasiado… sigue tu
instinto. Di lo que tengas que decir, haz lo que puedas, convence a Ivanov de que
le estás diciendo la verdad. Y cuando llegues a Moscú, aprieta el gatillo.
Ella decidió tomar su consejo y no pensarlo, sólo presionó su mano contra su
pecho. Justo sobre su corazón. Su propia mano cubrió la de ella, apretando sus
dedos y la miró. Había olvidado cuán azules eran sus ojos, contra su piel morena.
Cuán intensos se veían, mirando en su alma.
―Lo haré ―susurró.
La miró por un largo segundo, apretando sus dedos incluso más fuerte,
entonces asintió y se alejó. Simplemente dejó caer su mano y se dio la vuelta.
―¡¿Eso es todo?! ―exclamó Kingsley, mirando a Marc entrar en el asiento del
conductor del Rav.
―¡Vamos! ¡La dama está en una fecha límite! ―gritó él en respuesta.
―Maldito infierno. Que se joda eso, esa no es manera de decir adiós ―gruñó
Kingsley, entonces cerró la puerta de atrás de golpe. Lily rió mientras se dirigía
hacia ella.
―Te extrañaré también, señor Law, incluso si…
Fue interrumpida cuando él la agarró alrededor de la cintura y la bajó,
presionando sus labios contra los de ella. En realidad, fue muy casto, sin lengua,
pero sus brazos la apretaron con fuerza y se sonrojó. Chilló y rió contra su boca,
empujando sus hombros hasta que la levantó.
―¡Vamos! ―gritó Marc, golpeando el techo de su auto.
―No pude resistirme, cariño ―dijo Kingsley, guiñándole antes de atraerla a
un abrazo más platónico. Ella envolvió sus brazos alrededor de sus hombros.
―Sé que no nos conocemos bien, pero también te extrañaré. ―Era honesta. Él
la sostuvo con más fuerza y ella sintió su respiración contra su cuello.
―En cualquier momento que necesites algo, estoy aquí.
Antes de que pudiera preguntar qué quería decir, o incluso cómo esperaba
que ella fuera capaz de contactarlo, él se retiró. Enderezó su chaqueta mientras
subía al Rav.
Y entonces quedó uno.
―¡Cuiden el uno del otro! ―gritó, mirando mientras su auto empezaba a
avanzar. Marc la miró con fijeza durante un segundo, luego alejó la mirada
mientras giraba el volante.
No entres en pánico. No llores. No digas nada. Estabas sola hace siete días. Estuviste
sola durante cinco años. Siempre has estado sola. Puedes hacer esto. No lo necesitas.
Obviamente no se preocupa mucho por ti. No se preocupa por ti. No lo necesitas.
Lily respiró profundamente. No podía soportar verlos alejarse, así que se
volvió hacia el Buick y abrió la puerta de atrás. Se inclinó y agarró la mochila de
Marc, bajando la cremallera y rebuscando entre las cosas. Sacó la Glock y la puso
en el asiento delantero. Respiró profundamente de nuevo. Tomó una botella de
agua y la puso junto a la Glock. Inhaló una respiración temblorosa y agarró la
bolsa de diamantes. Antes de que pudiera sacarlos, sin embargo, hubo un ruido
detrás de ella que causó que se detuviera. Alguien la agarró del brazo y le dio la
vuelta y, antes de que pudiera decir nada, Marc estaba besándola, presionándola
contra el auto.
Gracias a Dios.
Sus manos sostuvieron cada lado de su cuello y ella gimió, arañando sus
bíceps antes de aferrarse a sus antebrazos. Su beso era como el hombre detrás del
mismo; directo, enérgico y asombroso. Todos sus alientos, todo su aire.
―Él tiene razón, fue una despedida de mierda. ―Jadeó Marc cuando
finalmente se retiró de sus labios. Sus manos se quedaron en su cuello, sus
pulgares apuntados debajo de su barbilla, obligándola a mirarlo.
―Realmente lo fue ―estuvo de acuerdo. La besó de nuevo y ella jadeó
alrededor de su lengua. Movió sus manos hacia el frente de su cintura, agarrando
su cinturón y sosteniéndolo con fuerza contra ella.
―No quiero irme ―le dijo él, presionando su frente contra la de ella―. Pero
es lo mejor, lo prometo.
Ella podría haber llorado. Escuchándolo decir las cosas que necesitaba oír.
Era tanto. Era todo.
―Quiero que te quedes ―dijo en respuesta, aunque sabía que era inútil.
―Me odiabas hace una semana. ―Él leyó sus pensamientos de antes.
―Eras horrible hace una semana. Eres más agradable ahora ―bromeó,
aunque su voz fue temblorosa.
―No, sólo soy mejor escondiéndome de ti ―le aseguró él.
―Eres mucho mejor en la cama ahora. ―Cambio de táctica. Él estalló en risas.
―Fui jodidamente increíble esa primera vez ―discutió. Ella se rió también,
pero se sintió muy parecido a llorar, así que se detuvo.
―Realmente lo fuiste. Te habría matado hace un tiempo, si no hubiera sido
por tu increíble destreza en el dormitorio ―le dijo.
―No es la primera vez que he oído eso.
―¿Cuándo nos convertimos en esto? ―susurró Lily. Él suspiró.
―No lo sé. Ciertamente no planeaba que esto ocurriera ―musitó él.
Se besaron una vez más. Se dijeron adiós. Se besaron de nuevo. Él le dijo otra
vez que se cuidara. Entonces otro beso.
―Quería decir cada palabra que te dije. Extrañaré estos ojos ―le dijo él,
pasando su pulgar por su mejilla cuando finalmente dio un paso alejándose. Ella
resopló.
―Te doy una semana antes de que le digas lo mismo a alguna belleza de ojos
azules ―gritó ella. Él negó.
―No. Sólo tú. Sólo tus ojos.
Ella tragó el bulto en su garganta.
―He aprendido mucho de ti, Marc. Gracias, en serio. Por todo. ―Era
completamente honesta.
―Lo mismo aquí, cariño. Gracias.
Esta vez, él no entró en su auto. Simplemente se quedó de pie y esperó
mientras ella se metía en su auto. Arrancó el motor y miró al salpicadero por un
minuto. Entonces lo miró a él. Finalmente, pisó el acelerador, soplándole un beso
mientras salía del estacionamiento arenoso donde se habían detenido. Aceleró por
la carretera, dirigiéndose de nuevo hacia Tarfaya a alta velocidad.
Y no miró atrás. Ni una vez.
Liliana Brewster, no mires atrás. Sólo hacia delante.
(17)
DÍA SIETE

P
odría haber llegado a Tánger de una sola vez, estaba a solo a quince horas
de distancia aproximadamente. Pero se detuvo, decidiendo permanecer
en Casablanca. Había estado corriendo hacia Tánger todo el tiempo, y
ahora que estaba justo delante de ella, estaba vacilando.
Nunca dudes.
Lily hizo la llamada a Ivanov. Robó un viejo teléfono móvil y después de
encontrar los cables necesarios en una pequeña tienda de empeño, fue capaz de
parchear el teléfono a través de una cabina telefónica, situada detrás de una vieja
casa en las afueras de la ciudad. No le importaba que supiera que estaba en
Casablanca, pero no necesitaba que él supiera su ubicación exacta.
Le contó la historia que Marc la había proveído. La que ella había ensayado
durante las once horas en coche hasta Casablanca. Marc la había secuestrado. Marc
la había mantenido como rehén. Marc la había arrastrado a través de África,
buscando un comprador para los diamantes. Fue sólo por su propia astucia que
había logrado escapar de él y se dirigió a Marruecos acompañada de todos los
diamantes.
―¿De Sant está muerto?
De nuevo, vaciló. El nuevo plan de Marc era desaparecer. Dejar África, y
nunca mirar hacia atrás. Nunca tuvo que trabajar con esa Bratva en particular, ni
con ningún otro para ese caso. Era independiente, podía hacer lo que quisiera.
Convertirse en quien quiera.
Pero aun así… ella estaba preocupada por la venganza. Sobre la retribución
―Sí ―respondió. Explicó que un asesino había aparecido en Dakhla. Había
matado a Marc mientras ella se había escapado con las piedras.
No sabía si Ivanov la creía necesariamente, pero en realidad él no tenía
elección. Ella tenía millones de dólares en sus diamantes. Los diamantes de
Stankovski. Era un riesgo demasiado grande. Le dio el nombre de un hotel en
Tánger y le dijo que permaneciera allí durante tres días mientras le enviaba su
nuevo dinero para sobornar y arreglaba que ella cogiera otro ferry.
Días, días, días. Mi vida es una larga cadena de días, conectados por arena y malos
recuerdos.
Se registró en un hotel en Casablanca. Era barato y no tenía aire
acondicionado. Comprobó el piso para asegurarse de que nadie estaba al acecho,
nadie miraba por ventanas, luego se encerró en su habitación y bloqueó la puerta
con un pesado armario. Comprobó todas las ventanas y se aseguró que estaban
cerradas con llave y las persianas bien cerradas.
Luego se arrodilló al pie de la cama y sacó la bolsa de diamantes del paquete.
Dejó que las piedras se derramasen sobre la colcha. Las separó, formando una capa
plana, luego se inclinó hacia delante, entrelazando sus dedos juntos y apoyando
sus manos sobre la cama, con la barbilla encima.
Tantos problemas. Tantas piedras. Tales pequeñas piedras. Nunca las había
visto antes, extendidas como estaban. No parecían tan impresionantes. Sin carga,
sin peso. Sólo piedras individuales, pequeñas e insignificantes.
Sólo días individuales, pequeños e insignificantes.
Parecían tan puros, tan claros, que pensar en lo que representaban era tal
contraste. Minas ilegales. Esclavos contratados. Guerras de pandillas. Bratvas.
Mafias. Corporaciones. Asesinatos. Robos. Su vida. La vida de Marc. Su precioso
plan de cinco años.
¿Qué significó todo?
Se estaba vengando por su hermana. Por Kaylee. Pero, ¿con qué frecuencia
pensaba en eso ahora? ¿Cuánto era puramente por venganza, y cuánto de eso era
porque disfrutaba de lo que hacía ahora?
Kingsley le había dicho que era buena en lo que hacía; incluso Marc lo había
admitido. Ambos la habían advertido que la venganza no la ayudaría. Que lo más
probable es que la mataran. Ambos la habían advertido que no estaba lista para
algo tan drástico. Ambos le habían dicho que tenía otras opciones. Su vida no tenía
que ser sobre este plan. Podría ser mucho más grande.
“… ya no tenemos que ser esas personas…”.
Enterró las manos en los diamantes, apretando los dedos. Apretando tan
fuerte, que podía sentir algunas de las rocas más grandes cortando en su piel.
Sacándole sangre.
No. Ya no quiero ser esta persona.
Sabía lo que tenía que hacer.
(18)
DÍA SIETE

P
odría haber regresado a Nouakchott en un tiempo, ya que estaba a unas
dieciséis horas de distancia. Pero Marc fue detenido brevemente, con lo
que Kingsley pedía quedarse en Dakhla.
―¿Qué? ―preguntó Marc, sin estar seguro de haber oído bien. Había estado
soñando despierto. Pensando en cabello rojo y ojos verdes.
―Detente aquí, amigo. Dejé la mayor parte de mi equipo aquí ―explicó
Kingsley.
―De acuerdo, podemos recogerlo, luego ir a comer algo.
―Comamos primero.
Encontraron un restaurante y se pusieron cómodos. Kingsley pidió té y Marc
pidió comida, luego se sentaron y esperaron. Evitaron hablar de la persona en la
que ambos estaban pensando.
―Me dirijo hacia Nouakchott y voy a tratar de conseguir algunos
documentos mientras estoy allí. ¿Vas a viajar conmigo? ―empezó a decir Marc.
Kingsley se encogió de hombros.
―No lo sé. ¿Crees que es una buena idea? ―preguntó.
―¿Por qué no lo sería?
―Qué tal si estás viajando y ella te llama, necesitando tu ayuda ―sugirió
Kingsley. Marc frunció el ceño.
―Eso no sucederá. Además, no creo que me llamaría. Es demasiado
testaruda, piensa que puede hacerlo todo por su cuenta.
―Suena familiar.
―Vete a la mierda.
Kingsley suspiró.
―Mira. Me agradas, compañero ―dijo. Marc gruñó.
―Maldita sea, no empieces. Ya me siento como la mierda.
―Lo sé. Pero, todavía tengo que decir esto. Estás cometiendo un error.
Realmente pensé que podríamos recorrer un par de kilómetros antes que te dieras
cuenta lo idiota que estás siendo, y regresarías ―explicó Kingsley.
―Bueno, supongo que pensaste mal.
―No. Sólo tuve grandes expectativas de ti. Ahora, voy a ser completamente
honesto contigo. No quiero escuchar nada de tu mierda. Ni una palabra. Sólo
escucha la verdad de mí, y terminaremos con eso ―ofreció Kingsley.
―Está bien, pero luego, se terminó ―resaltó Marc.
―Estás cometiendo un error ―empezó Kingsley, por lo que se siente la
millonésima vez. Un camarero fue con sus pedidos, y en cuanto se fue, Kingsley
siguió―. Te importa esa mujer, y no hay nada de malo en eso. No te hace débil. No
te quita todo lo que has conseguido. En realidad, diría que te hace mejor, tener un
poco de humanidad. Y esa mujer se preocupa por ti, cualquier persona con ojos
podría verlo. Ella también está muy perdida, y necesita ayuda. Tú ayuda.
»¿Crees que la estás ayudando al apartarte? La estás enviando a una situación
para la que no está absolutamente preparada, y completamente incapaz de
manejarla adecuadamente por su cuenta. Tú estás haciendo eso. Podrías haberle
pedido que viniera con nosotros; apuesto que hubiese dicho que sí. Podrías haberle
pedido que huyera contigo, lo hubiese hecho, esta vez. Sin embargo, no hiciste
nada de eso. Estás asustado o eres estúpido. Ninguno es un cumplido.
Era un montón de información que procesar, y Kingsley casi lo hizo en un
suspiro, su elegante acento británico notándose con fuerza. Estaba apuñalando la
mesa con su dedo, golpeando sus puntos. Marc se inclinó hacia atrás en su silla.
―La has conocido por un gran total de, ¿qué, dos días? ¿Tal vez tres? No la
has visto en acción como yo, Law. Hace un par de días, se quitó la ropa interior
para fingir ser una prostituta para robarnos un auto, después de eso, se aferró a
dicho auto y le disparó a los neumáticos de un vehículo en persecución, todo
mientras estaba medio desnuda. ¿Y el día anterior a eso? Mientras iba a cien
kilómetros por hora y conducía en reversa, disparó una bengala en un auto lleno
de mercenarios. La mujer no tiene problemas en manejarse a sí misma ―le aseguró
Marc. Se aseguró.
Eso tiene que ser cierto. Casi hago que la descubran. Tiene que estar mejor sin mí.
―Dije mi parte. La enviaste con un bolso lleno de piedras perfectas, pero
realmente tenías un diamante en bruto en tus propias manos. Y lo dejaste ir. Creo
que va a ir a Tánger. Creo que la Bratva va a aparecer. Creo que van a mostrarle
cómo es su estilo de vida. Y creo que la matarán.
Ante las palabras “la matarán”, Marc sintió un dolor agudo y punzante en el
estómago. Frunció el ceño y apartó la mirada, preguntándose dónde estaría la
botella más cercana de Maalox.
En una semana, la perra se las arregló para darme una úlcera.
―Creo que estás equivocado. Creo que ella llegará ahí, ellos llegarán ahí, y
esos diamantes serán su herramienta de negociación. Ella no los mostrará a menos
que esté garantizado el paso seguro, la chica es inteligente, Law. A ellos les
importa más su inversión. No creo que tirará del gatillo en Moscú, pero me alegro
por eso. Ella estará bien ―destacó Marc. Kingsley se levantó bruscamente,
apagando su cigarrillo mientras lo hacía.
―Dije mi parte. Te lo dije, no quiero escuchar tu mierda. Voy a quedarme en
el mismo hotel de ayer. Si me molestas, te dispararé en la pierna ―le advirtió.
―Vete a la mierda con tu basura condescendiente, Law. Olvidas que te
conozco, sé que no tienes el jodido derecho de darme discursos de nada, menos
aún de cómo debería o no tratar a una mujer ―gritó Marc detrás de él, pero
Kingsley ya estaba de camino fuera del restaurante. Ni siquiera miró atrás.
Marc terminó su comida, mirando la mesa como si fuera lo único que lo
ofendiera. Cuando terminó, se apartó abruptamente, su silla raspando fuertemente
contra el suelo. Varias personas se voltearon para mirarlo, pero no dijeron nada.
Jodido Kingsley Law. ¿Qué sabía de Lily? ¡Sólo la conoció por dos días! Un
par de comidas, y él estaba actuando como un cachorro enfermo de amor, tratando
de hacer todo lo posible para que “mamá y papá” estén de nuevo juntos.
¿Por qué no podía ver que estoy haciendo esto por ella? Ella no me detuvo. No me
rogó que la acompañara. Se alejó primero…
… porque era lo correcto.
(19)
DÍA OCHO

M
arc estaba soñando. Estaba en el agua, y cuanto más nadaba, más
profundo se hundía. Había rayos de sol que rompían en la superficie,
pero se alejaba cada vez más. Todo se oscurecía. Antes que se
desvaneciera totalmente en la oscuridad, podría haber jurado que vio un destello
de color rojo…
Se sentó bruscamente, sacando su arma debajo de la almohada. La puerta de
su cuarto de hotel se abrió de par en par y disparó dos veces a la pared junto a la
cabeza de la persona que entraba.
―¡Levántate! ―gritó Kingsley, ni siquiera sobresaltado por los disparos. Tiró
una bolsa al pie de la cama.
―¿Qué demonios crees que estás haciendo? ―preguntó Marc. No habían
hablado desde que Kingsley había salido del restaurante.
―Acabo de recibir una llamada, tenemos que irnos. ―El otro hombre
respiraba con dificultad cuando agarró la mochila de Marc y la puso en la cama
también.
―¿Qué llamada? ¿De qué estás hablando? ¿Por qué? ―preguntó Marc
mientras saltaba de la cama. Agarró sus pantalones y se los colocó al mismo
tiempo que sacó su otra camiseta de su mochila.
―¿Sabes que eres el objetivo? ―le recordó Kingsley.
―Sí. ¿Qué? ¿Otro chico decidió intentar matarme? ―Marc gruñó, aunque se
sorprendió por la preocupación de Kingsley. Marc podía lidiar completamente solo
con un asesino codicioso y hambriento.
―No, tú no.
―¿Qué significa eso?
―La recompensa ya no está por tu cabeza.
―¿Esto es una broma? Eso es bueno, significa que puedo volver a la cama
―se quejó Marc, deteniendo su prisa frenética para ponerse los zapatos.
―Ahora hay una por la de Lily.
Marc metió el pie en el zapato.
―¿¡Qué!? ¿¡Por qué!? ¿Cómo te has enterado de esto?
―Mi chico de Brooklyn, me llamó. Me dijo que no te molestara más, y que su
recompensa es el doble de lo que era la tuya. De Sant, la gente va a estar loca por
todo esto. Muchos de estos tipos ya están en África, buscando tu culo. Con ella, ya
tienen una ubicación. Me dijeron que el objetivo era llegar a Tánger hoy ―dijo
Kingsley.
―Mierda. Mierda. ¿¡Por qué harían esto!? ¡Es jodidamente estúpido! Si uno de
estos asesinos de juegos rápidos descubre que tiene una bolsa llena de jodidos
diamantes, le dispararán y sólo se los llevarán ―dijo Marc, dirigiéndose a la
puerta. El otro hombre lo siguió muy de cerca.
―No mencionan las piedras. Todo lo que se pidió era que la encontraran viva
o muerta, aunque si el objetivo era atrapado con vida, habría un bono ―explicó
Kingsley, corriendo hacia su auto y lanzando su equipo en el asiento trasero.
―Mierda. ¿Qué tan lejos estamos de Tánger? Maldita sea, ¿cómo pasó esto?
―Marc estaba maldiciendo.
Salieron del estacionamiento, dejando marcas en el suelo. Marc hizo las
cuentas en su cabeza. Estaban a un día en coche de Tánger. Habían dejado a Lily en
Tarfaya el día anterior, que estaba a sólo quince horas de Tánger. Debería haber
llegado allí la noche anterior, pero las instrucciones de recompensa habían dicho
que llegaría a Tánger hoy. Debió haberse detenido en algún sitio por la noche.
Buena chica.
Un día era mucho tiempo. ¿A qué distancia estaba de Tánger? Casablanca era
una gran ciudad entre Tarfaya y Tánger, al igual que Marrakesh. Era una apuesta
segura que se había detenido en uno de esos lugares, lo que significaba que estaba
a sólo un par de horas de Tánger, a lo sumo seis. Él estaba a veinte horas.
MIERDA.
―No podemos hacer nada si consigues matarnos antes de que podamos
llegar hasta allí ―dijo Kingsley, agarrando el lateral de su puerta mientras Marc
pasaba peligrosamente cerca de un carro de caballos.
―Déjame preocuparme por conducir. ¿Hay alguien aquí que nos ayude?
―preguntó Marc. Los asesinos y mercenarios no tenían reuniones de club, ni un
sindicato, pero sí funcionaban como uno de vez en cuando. Se formaban amistades
y vínculos. No había mucha gente que Marc llamaría amigos, menos de lo que
podría contar con una mano. Pero había algunos.
―No. El sueco está en Bangkok, y nadie ha oído hablar de Advay en
aproximadamente un mes ―respondió Kingsley.
―Mierda.
―Estamos por nuestra cuenta. ¿Cuál es el plan?
―Tenemos que llegar hasta ella antes que uno de estos otros chicos lo hagan.
Ella es buena uno a uno, pero su conciencia situacional es inexistente. No sabrá que
está siendo atacada hasta que le disparen. También necesitamos equipo. No tengo
nada, sólo lo que llevo y dos pistolas. Haz algunas llamadas, encontrar en algún
lugar en Tánger o Casablanca que sólo podamos entrar y salir ―parloteó Marc.
Kingsley sacó su libreta y empezó a anotar las cosas.
―De acuerdo, ¿qué busco?
―Chaleco. Fundas para las piernas, funda para el hombro. Una palanca.
Radios de dos vías, un conjunto de micrófono de garganta. Dos Colt .45s y una
escopeta, corta. ¿Trajiste a la chica mayor? ―preguntó.
―No me voy de casa sin ella ―respondió Kingsley.
―Haz la llamada. Quiero hacer este viaje en quince horas ―explicó Marc,
luego presionó más fuerte el acelerador.
―Jesús. Sólo no te estrelles.
―No lo haré. Vamos a llegar. Tenemos que llegar.
Marc no estaba seguro si estaba haciendo una declaración, o una oración.
Tenemos que llegar allí.
(20)
DÍA NUEVE

E
star en Tánger ponía a Lily nerviosa.
Se dirigió al hotel en el que Ivanov le había ordenado que se
quedara, y se registró en la habitación que él había reservado para ella,
luego fue al restaurante de la calle y almorzó. Horas después, regresó al
hotel y se registró en una nueva habitación. Bajo otro nombre. Lily todavía estaba
registrada en la suite de Ivanov. Kaylee se alojaba en una de las habitaciones más
baratas del edificio, en la segunda planta.
¿Y si Ivanov no cree nada de lo que dices? ¿Y si dice que quiere llevar los diamantes
consigo?
Sacudió los malos pensamientos y se dirigió al tejado del hotel. Miró hacia la
ciudad de Tánger, prestando atención a las calles alrededor del hotel. Buscó algo
fuera de lo común. Una caravana frente al hotel. O quizás un automóvil fuera de
lugar, estacionado dentro de la distancia vigilada del hotel. Cualquier cosa que
pudiera indicar que la gente la seguía. Pero todo parecía normal, por lo que podía
decir.
Todavía. No quería ser sorprendida con nada.
Sólo quiero que esto termine. Un plan que funcione sin problemas. Marc, si esto te
puede alcanzar, vuelve por mí. Regresaste cada otra vez. Vuelve esta vez.
Después de que el sol salió, bajó las escaleras. Recorrió los pasillos de
servicio, tomando las escaleras de emergencia. El hotel estaba tranquilo y no
tropezó con nadie, ni siquiera con una camarera rebelde.
Una vez en su habitación, Lily se quitó sus leggins. Había un espejo de
cuerpo entero, y frunció el ceño ante su reflejo. Se había duchado en el hotel en
Casablanca y había lavado el bikini, pero todavía habría matado por ropa nueva.
Una buena ropa. Alguna ropa normal.
¿Qué es normal?
Quitó el rasposo edredón y se puso en la parte superior de las frías sábanas,
mirando al techo. Sus ojos se cerraron lentamente, pero no quería dormir. Quería
barrer el hotel en media hora, como precaución de seguridad, así que trató de
pensar en algo que la mantuviera despierta.
Pensó en Marc.
Sólo se conocían al otro en sus roles en África. Un mercenario y una
transportista en Liberia. Captor y cautivo en Mali. Aliados en Mauritania. Y…
amigos, a pesar de todo lo demás. ¿Cómo sería si se conocieran fuera de África?
¿Aún le seguiría gustando? Recordó la última vez que lo había visto. Su último
beso.
Dobló las piernas por las rodillas, poniendo los pies sobre el colchón. Luego
respiró hondo y puso las manos detrás de la cabeza. Imaginó su sonrisa sexy y su
mezquina mirada. La cicatriz en el lado de su barbilla, eso le hacía parecer duro y
peligroso. Sus grandes manos, que sabía exactamente cómo usar. La manera en
que sus dientes recorrían el borde de su labio inferior cuando estaba mirando algo
que realmente le gustaba.
Su mano estaba dentro de su bikini antes de que se diera cuenta. Gimió, los
dedos de sus pies se curvaron en la manta mientras recordaba su última noche
juntos. Recordando todas sus noches juntos. La vez en la casa, cuando él se había
perdido por ella hablando sucio. Jadeó, moviendo sus dedos más abajo. La vez en
el coche, cuando había sido más como una explosión que como sexo. Incapaz de
parar, incapaz de pensar, incapaz de mantenerse alejados. Su cabeza se movía
adelante y atrás, un dedo deslizándose dentro y fuera de sí misma. La primera vez,
en Liberia, en su habitación. Haciéndolo como si fuera algo que habían practicado
antes, como si fuera algo que habían hecho cientos de veces juntos. Dos dedos
ahora, realizando una carrera con su corazón para ver quién la haría explotar
primero. Su mano libre estaba debajo de su camisa, moviéndose de pecho a pecho.
Dios, ojala estuviera aquí. Ojala pudiera ver esto. Le encantaría.
El orgasmo no fue tan bueno como los que Marc le había dado, pero tampoco
era algo para burlarse. Se estiró completamente, sus manos se alzaron por encima
de su cabeza, y sonrió para sí misma. Él ni siquiera estaba en la misma ciudad, y
todavía podía hacerla correrse.
Le encantaría esto.
El momento se arruinó ligeramente, sin embargo, cuando alguien rompió la
puerta de su habitación de hotel.
(21)
DÍA NUEVE

—¡J
esús, carreta, a la izquierda!
Marc giró el volante, por poco evitando una carreta llena de
tela, la cual estaba cruzando la calle.
―Gracias.
―¡¿Tienes deseos de morir?! ¡Joder, baja la velocidad! ―gritó Kingsley, con
una de sus manos apoyándose en el tablero mientras tomaban un brusco giro a la
derecha.
―Tengo un mal presentimiento ―gruñó Marc.
Habían estado conduciendo a toda velocidad toda la noche. Había esperado
llegar a Tánger en quince horas, pero les tomó cerca de dieciocho. Habían parado
en Casablanca para recoger la lista de cosas de Marc y había sido su propia
aventura, la cual había terminado con un traficante de armas atado y dejado en su
propio sótano.
Entonces habían continuado su viaje y habían visto el sol salir mientras
entraban en los alrededores de Tánger. Pero cuanto más se acercaban al centro de
la ciudad, peor era su dolor de estómago; algo había salido definitivamente mal.
―¡Bien, entonces incluso más razón para no matarnos! No somos de utilidad
como animales atropellados ―apuntó Kingsley.
―Cállate. ¿Cuál era el nombre del hotel?
El contacto de Kingsley en Brooklyn había conseguido más información. La
recompensa por Lily estaba por toda la red, la información fluía por todas partes.
No había tomado mucho tiempo averiguar en qué hotel se estaba quedando,
incluso en qué habitación. Ivanov lo había reservado.
―Te das cuenta de que todo esto no sería necesario si te hubieras quedado
con ella en primer lugar ―señaló Kingsley.
―Cierra la puta boca.
Estacionaron a un par de cuadras de distancia del hotel y se prepararon. Cada
pieza de armamento que Marc había enlistado estaba finalmente unida a su cuerpo
de alguna manera; incluso la escopeta estaba descansando contra la longitud de su
espalda, la palanca justo al lado. Tiró de la última tira de su nuevo chaleco
antibalas, apretando tanto como era posible.
―Entonces, ¿cómo quieres hacer esto? ¿Montamos un puesto de vigilancia
estándar? Inspeccionar el hotel, revisar por otro… ―empezó Kingsley mientras
caminaban por la calle.
―Vamos a preocuparnos por llegar a ella antes de que alguien más lo haga,
¿de acuerdo? Una vez que hagamos eso, podemos hablar del plan ―dijo Marc.
―Correcto.
Rodearon la esquina, saliendo de un callejón y entrando a otro camino
principal. El hotel de Lily estaba al otro lado de la calle y un par de puertas abajo.
Sólo habían dado unos pasos cuando algo captó la atención de Marc. Movió su
brazo, golpeando su mano contra el pecho de Kingsley, deteniéndolo. Miró
fijamente durante un segundo más, entonces agarró la corbata del otro hombre y
tiró, bajándolos a ambos al suelo.
―¡¿Qué mierda fue eso?! ―siseó, acuclillándose y apresurándose hacia el
frente de un auto estacionado.
―No puedo ver nada, muévete ―dijo Kingsley, empujando su hombro. Marc
dejó al británico adelantarlo y miró mientras sacaba un par de binoculares de su
bolsillo.
―Dime todo ―instruyó Marc.
―Parecen cuatro Escalades. Ventanas tintadas. Banderas diplomáticas.
Pequeña contingencia de guardaespaldas… siete… no, ocho ―informó Kingsley.
―Byki ―susurró Marc. Guardaespaldas de la Bratva. Tomó los binoculares y
miró por ellos. Reconoció a algunos de los hombres al otro lado de la calle, había
pasado tiempo con ellos en Liberia.
―¡Las puertas! ―espetó Kingsley.
Marc movió su mirada, observando el frente del hotel. Una puerta se había
abierto, entonces una segunda también se abrió. Un hombre con traje negro salió…
otro guardaespaldas. Luego otro. Después el cerdo, Ivanov. Marc apretó la
mandíbula, preparándose para lo que sabía que se aproximaba.
Ella lucía molesta y no llevaba pantalones, pero Lily estaba de una pieza y eso
era lo que más le importaba. Tenía sus muñecas sujetas detrás de su espalda y los
hombres a cada lado de ella sostenían sus brazos, casi cargándola por las escaleras.
Sus dedos de los pies apenas rozaban el suelo. Ella no estaba luchando, chica
inteligente, pero su boca se estaba moviendo a doble velocidad, y si no se hubiera
sentido a punto de vomitar, Marc habría sonreído mientras imaginaba las cosas
que decía.
―Ve al auto ―declaró.
―¿Eh?
―Ve al puto auto. ¡Ahora!
Mientras Kingsley salía disparado de nuevo al callejón, Marc miró la escena
que se desarrollaba. Ivanov estaba diciéndole algo a Lily, sosteniendo su rostro
entre sus manos. Ella estaba frunciendo el ceño e intentando liberarse. Él se rió de
lo que ella dijo, luego movió sus manos, sosteniendo sus pechos. La visión de Marc
se volvió roja.
Él muere primero.
Ella escupió en el rostro de Ivanov y cuando él fue a frotar la saliva, lo pateó
en las bolas, poniéndolo de rodillas. Uno de los guardaespaldas la agarró por la
parte de atrás de la cabeza, tirando de su cabello. Marc pudo oír su chillido en su
escondite e hizo una mueca.
Ivanov finalmente se puso de pie. La abofeteó, dos veces, entonces todos
fueron instruidos para cargar. Marc se balanceó sobre sus dedos de los pies,
preparado para correr de ser necesario. Si Kingsley no aparecía pronto, Marc iba a
intentar apoderarse de uno de los autos. O engancharse debajo de uno. Cualquier
cosa. No podía perderlos. No podía perderla.
Los autos empezaron a llenarse con gente, con Ivanov y Lily en el tercero.
Entonces el primer auto empezó a retirarse. Luego el segundo. Marc se levantó y
empezó a acercarse cuando el tercero empezó a moverse, pero entonces un auto se
detuvo a su lado con un chillido. Se volvió para ver a Kingsley inclinándose contra
el asiento, abriendo la puerta del pasajero. Marc se metió en el vehículo.
―La tienen ―exhaló, poniéndose el cinturón―. Ivanov está con ella. Se ve
molesta.
―No suena bien.
―No, nunca la habían molestado. Casi estoy asustado por ellos.
Condujeron por Tánger, manteniendo tres autos entre ellos y el séquito de
Ivanov en todo momento. Kingsley sacó su teléfono, empezó a espetar preguntas a
cualquier informante que conociera, intentando averiguar a dónde la llevaban.
Nadie parecía saber nada… La presencia de Ivanov en Tánger era una sorpresa.
¿Por qué estaba aquí, si había puesto un precio por la cabeza de Lily?
Tal vez él no puso el precio. El jefe Stankovski…
Los siguieron a los sitios más inalcanzables de la ciudad, poniendo más y más
distancia entre ellos. Marc encendió su radio, sujetando el aparato alrededor de su
cuello. Programó los canales, luego lanzó la otra radio al regazo de Kingsley.
Preparado.
El pequeño desfile de autos estacionó detrás de lo que parecía un centro
médico abandonado, en un vecindario descuidado. No había nadie en las calles y
los edificios de apartamentos que los rodeaban también lucían mayormente
abandonados. Kingsley pasó conduciendo, con Marc tumbado en su asiento,
invisible para el exterior. Fueron por la calle, tomaron dos a la izquierda, luego se
dirigieron a una pequeña calle paralela a donde los otros acababan de detenerse.
Estacionaron delante de un edificio de apartamentos bajos y Marc salió del
auto incluso antes de que se detuviera. Se metió en el asiento trasero y empezó a
recoger el resto de su armamento. Miró a Kingsley quitarse la chaqueta de su traje
y empezó a ponerse su ropa de “trabajo”, un suéter de punto negro. Un chaleco
antibalas negro sobre éste. Pantalones negros de vestir. Guantes negros. Luego
encendió su radio.
―¿Oyes esto? ―comprobó Marc, apretando el artefacto presionado contra su
garganta.
―Listo ―susurró Kingsley por el auricular.
―De acuerdo, una vez que cruce la calle, deja los micros encendidos. Voy a
encontrar una entrada e ir. Prepárate, echa un vistazo. Ve si puedes encontrar en
qué habitación están, ayúdame. Ves que la mierda se desata, empieza a disparar,
¿de acuerdo? No te preocupes por mí, sólo mata a cualquiera en tu camino
―instruyó Marc.
―Sin problema. ¿Estás seguro de esto?
Marc se detuvo por un segundo. Nunca había entrado a un trabajo tan poco
preparado antes; bueno, sin contar toda la semana pasada. Normalmente, cuando
iba por una extracción, o un asalto, conocía la propiedad de atrás para adelante y
de adelante para atrás. Conocía la mayoría de las personas que estarían en la
propiedad. Tenía una ruta marcada, múltiples puntos de entrada y múltiples
puntos de salida. Tenía un plan.
No sabía nada del edificio en el que estaba a punto de entrar, no tenía ni idea
de cuántos hombres en realidad habría dentro y no tenía ni idea de en qué
condición estaría Lily una vez que la encontrara.
No tenía plan.
―Sí. Vamos por esa gata salvaje ―dijo con un suspiro. Los dos hombres se
asintieron, luego Marc se alejó trotando.
Aguanta, Lily. No digas nada que haga que te disparen. Voy para allá. Sólo aguanta.
(22)
DÍA NUEVE

P
ues bien, si esto no es una perra...
Lily suspiró, apoyando la frente contra su bíceps. Cambió su peso
de un pie a otro, tratando de aliviar la presión en sus piernas. Tenía una
picazón entre los omóplatos que amenazaba con volverla loca, pero no
podía alcanzarla.
Sus muñecas estaban esposadas y conectadas a una cadena que colgaba del
techo.
Estaba ajustada. Su semana había comenzado con ella siendo encadenada.
Ahora estaba terminando de esa manera. Posiblemente terminando de forma
permanente. Inclinó su cabeza hacia atrás, mirando a ver dónde estaba conectada
la cadena. Una placa de metal pesado con un anillo en ella estaba atornillada al
techo de cemento, con la cadena pasando por el anillo. Frunció el ceño,
examinando la placa de metal.
Hmmm.
Ivanov estaba enojado. En el hotel, había volcado la alcoba falsa y la
habitación que había reservado para sí misma, y no había sido capaz de encontrar
los diamantes. Ella había tenido varias pistolas empujadas en varias partes de su
anatomía, y había sido abofeteada un montón, pero no había dicho ni una palabra.
Ni una sola palabra desde que habían salido del hotel. Eso enloqueció a los otros
hombres, le valió más golpes, pero aun así mantuvo la boca cerrada.
Lily utilizó el tiempo para pensar. Cómo iba a conseguir liberarse. Llevaba su
bikini y la camisa sin mangas, eso era todo. Ni siquiera los zapatos. No tenía armas
de fuego. Estaba encadenada. Una vez más, al igual que al inicio de su semana, la
única arma que tenía eran los diamantes. Ella era la única persona que conocía su
paradero.
Tengo que salir de aquí. ¿Pero cómo? Dios, esto sería más fácil si Marc estuviera
aquí.
Siguió mirando la placa de metal, luego sus ojos siguieron la cadena, hasta
llegar a las esposas que llevaba. Luego hacia arriba de nuevo. Se humedeció los
labios y miró a su alrededor. Estaba sola en una habitación en el tercer piso de un
edificio, todas las ventanas orientadas a un edificio de apartamentos. Nadie podía
verla. Respiró varias veces de forma rápida y brusca, y luego dejó que sus piernas
se pusieran completamente flojas, obligando a sus muñecas a atrapar todo su peso.
―¡Mierda! ―dijo entre dientes, mordiendo su labio inferior mientras volvía a
poner sus pies debajo de ella.
Levantó la vista y sonrió. Le había dolido como una perra, el metal de las
esposas cortando en su piel, pero había funcionado. Varias pequeñas grietas se
habían formado en la roca alrededor de la placa. Se puso de pie en posición vertical
sobre sus dedos de los pies, agarró la cadena entre sus manos esta vez, luego se
dejó caer de nuevo. Hizo una mueca, las esposas aún raspándola, pero no fue tan
malo como antes, y había sin duda más grietas.
Esto podría funcionar.
Después de varias caídas más, su muñeca izquierda sangraba, el líquido
carmesí se arrastra por el brazo levantado. Iba a extraer la placa del techo o iba a
ser capaz de deslizarse libre de las esposas, dislocándose el pulgar y arrancando
una capa de piel en el proceso. No estaba segura de lo que iba a pasar en primer
lugar y no le importaba. Mientras estuviera libre.
―¡Liliana!
La puerta se abrió de golpe y Lily se puso de nuevo sobre sus pies. Levantó
los brazos tan altos como pudo, tratando de aliviar algo del dolor en sus muñecas.
Ivanov entró contoneándose a la habitación, y varios hombres grandes entraron
tras él.
―¿Trajiste el desayuno? Estoy hambrienta. ―Suspiró Lily. Ivanov se carcajeó
y rió mientras arrastraba una silla al otro lado de la habitación para poder sentarse
frente a ella.
―¿Siempre ha sido así de graciosa, Sra. Lily? Me gustaría que hubiéramos
podido hablar más. ―Se rió.
―Eh, no creo que entenderías mi sentido del humor.
―Cierto.
―¿De qué se trata esto? Quiero decir, me gusta un poco de perversión tanto
como a cualquier chica ―bromeó Lily, sacudiendo sus cadenas para dar énfasis―,
pero esto es un poco extremo.
―Liliana, no puedes desaparecer con mis diamantes y no esperar que esté un
poco molesto ―respondió.
―¿Desaparecer? Te dije lo que pasó, ya sabes lo que pasó. Hice lo mejor que
pude, ¡me había encadenado a él! Aun así terminé el trabajo. Todavía llegué hasta
aquí, todavía puedo llegar a Moscú ―comentó Lily bruscamente, con los dientes
apretados juntos.
―Eso será innecesario.
―¿Por qué? No entiendo. Me alejé de él, los mantuve a salvo ―subrayó.
―Sí, eso es lo que dices. Pero ¿dónde están los diamantes? ―preguntó.
Ella tragó saliva con dificultad.
―Seguros.
―Realizamos búsquedas en tu habitación y la otra habitación. Y todo el hotel.
No hay piedras. Me gustaría mucho verlas ―le dijo. Ella respiró hondo.
Plan. Plan. Sigue con el plan.
―Déjame ir ―dijo.
―Imposible.
―Soy la única que sabe dónde están, los escondí en algún lugar ―le dijo.
―¿Y por qué haces eso? Si eres inocente como argumentas.
―Porque sabía que probablemente no me creerías y no voy a morir en este
país. No por aquellas piedras. No en tus manos ―juró Lily.
―Ya veremos. Alexei. ―Ivanov chasqueó los dedos hacia uno de los hombres
de la habitación, haciendo un gesto para que viniera hacia adelante. El joven dio un
paso hacia ella y sin vacilar, envolvió sus manos alrededor de su cuello y lo apretó.
―¡Nunca los encontrarás! ¡Nunca los encontrarás! ―Se las arregló para gritar
antes de que su suministro de aire se pudiera cortar. La asfixia se detuvo, pero él
no quitó sus manos. Lily se quedó de puntas sobre los dedos de los pies, mirando a
Ivanov por el rabillo del ojo.
―Dinos dónde están, Liliana. Nuestro alcance es muy lejos. No quisieras ver
a tu familia herida ―amenazó. Ella apenas contuvo la risa.
―Ni siquiera sabes cuál realmente es mi apellido ―dijo entre dientes.
―Alexei.
El joven frente a ella le apretó el cuello con tanta fuerza, que su sangre
inmediatamente comenzó a correr a sus oídos. Ella sacudió su cuerpo hacia atrás y
adelante, tratando de liberarse, pero él era como un tronco de árbol.
Inquebrantable. Así que subió la pierna y le dio una patada en las bolas, lo más
fuerte que podía. Como si estuviera tratando de hacer un gol de campo de
veintisiete mil metros. Dejó escapar una cadena de palabras rusas que sólo podían
ser maldiciones, y luego cayó de rodillas. Lily se movió y tosió, aspirando aire.
―Déjame ir… y te llevaré… te llevaré a las piedras… ―Se quedó sin aliento.
―¡Dinos dónde están las piedras y entonces tal vez te dejo ir! ―gritó Ivanov.
―No. No moriré aquí. No voy a morir aquí. ―Respiró.
―Vas a morir, y va a ser muy lento, y va a ser muy doloroso, te lo aseguro
―amenazó. El joven logró ponerse de rodillas, con el rostro rojo como remolacha,
su propia respiración macilenta.
―¿Por qué el teatro, Ivanov? Tú casi nunca saliste de la casa de seguridad en
Liberia. ¿Ahora vuelas todo el camino a Marruecos? Amenazándome, cuando si
me dejas ir, los diamantes serían tuyos. ¿Por qué? ―preguntó Lily.
Antes que Ivanov pudiera responder, el hombre al que había llamado Alexei
se puso de pie y golpeó a Lily con toda la fuerza de su brazo. Ella voló hacia un
lado, con las piernas saliendo de debajo de ella, y aulló de dolor. No por el golpe,
sino por las esposas que rompieron en sus ya magulladas muñecas sangrantes. Se
esforzó por mantenerse en pie.
―¡No me cuestiones, chica! ¡Vine aquí por las piedras y sólo por las piedras!
¡Las piedras de Stankovski! ―Ivanov estaba gritando, su cara poniéndose roja. Ella
levantó la vista, notando que la placa metálica estaba aún más suelta que antes,
moviéndose en su lugar por encima de ella mientras se movía alrededor.
―¡Y quiero darte las piedras! ¡Así que déjame ir! ―gritó ella.
―No. Tengo otras formas de hacer que hables, chica estúpida. ¿Te gustan los
dedos de tus pies? Ya que estás a punto de perder algunos de ellos. Ellos harán una
excelente adición a mi colección ―le informó.
―Por favor ―gimió ella, reducida a la mendicidad―. Por favor. Esto no
tiene por qué ser así, éramos socios en Liberia. Todavía lo somos. Mismo equipo.
No tienes que hacer esto, te daré las piedras. Puedes venir conmigo.
―No estamos en el mismo equipo. Ni siquiera estamos en el mismo campo.
Me dirás dónde están las piedras, y luego tú y las piedras serán dadas a Stankovski
como regalo ―le informó. Ella frunció el ceño. Algo parecía raro.
―¿Por qué me quiere a mí? ¿Incluso como un regalo? Yo no soy su tipo.
―Como disculpa, por el retraso en la obtención de las piedras.
―Pero seguramente hasta él lo entendería. De Sant está muerto, eso es lo que
quería, ¿verdad? Él consiguió su venganza. ¿Por qué necesitaría una disculpa de
verdad? ―preguntó Lily.
―¡No importa! ¡Que resultara involucrado es motivo de disculpa! ―gritó
Ivanov.
―Se involucró… ¿Stankovski no estuvo siempre involucrado? ―Estaba
confundida.
―¡No, no, no! ¡Ahora no es momento de hablar!
Algo hizo clic en el cerebro de Lily. Se quedó inmóvil durante un segundo y
luego miró directamente a Ivanov.
―Él no sabía. ―Exhaló. Ivanov frunció el ceño.
―¿Qué?
―Él no lo sabía. Usted le dijo a la banda de Liberia que Marc robó sus
diamantes, que Marc estaba tratando de venderlos por sí mismo. Debe haberle
contado a Stankovski la misma cosa. Pero de alguna manera… de alguna manera
se enteró. Descubrió que no era cierto, que Marc me tenía y todavía teníamos los
diamantes. Le mentiste, ¿verdad? ―Las piezas cayeron en su lugar en el cerebro de
Lily.
―¡Cierra la boca! ―gritó Ivanov, saltando de la silla. Su ira sólo confirmó su
teoría.
―¡Te las ibas a quedar! Iba decirles a todos que Marc se los robó, después,
contar con que alguien lo mataría, resolvería ese pequeño problema para ti. Pero
no contabas con Marc siendo más inteligente que tú. Más fuerte que tú. ¡Más fuerte
que cualquier cosa que puedas lanzarle! ―Lily estaba gritando de nuevo.
―¡Te voy a matar, puta! ¡Arruinaste todo! ―gritó Ivanov, con los dientes
apretados. Lily se rió entre dientes.
―Oh, hombre tonto, estúpido. No puedo esperar para ver quién te mata
primero. Stankovski o Marc. ―Suspiró, agarrando la cadena entre sus manos. Sus
dedos estaban empezando a entumecerse.
―Dijiste que De Sant estaba muerto ―le recordó Ivanov. Su risita se volvió
una carcajada y tiró de la cadena, girándose en un círculo perezoso.
―Mentí. No está muerto. Está vivo. Algún día, te encontrará. Y entonces, te
va a matar. ―Se rió y rio, girando alrededor.
―¡Cierra la boca! ―Ivanov casi estaba chillando.
―Te va a matar. Matarte. No puedo esperar. ―Ella seguía riendo―. ¡Cállate!
Ivanov dio un salto hacia delante, sorprendentemente ágil para un hombre
tan pesado. La agarró por la cola de caballo y tiró de su cabeza hacia atrás.
Mientras se vio obligada a doblarse hacia atrás, él sacó un cuchillo de grandes
dimensiones y presionó la hojilla con fuerza contra su hueso de la mandíbula.
―¡Nunca los encontrarás! ―gritó ella, apretando los dientes a medida que el
borde dentado rasgó su piel, extrayendo sangre.
―¡Me dirás o te cortaré la cabeza! ―Estaba gritando de nuevo.
―¡Jódete! ¡No te diré ni una mierda! ―Lily mantuvo los ojos cerrados con
fuerza. Si iba a morir por tener el cuello rajado, no quería que Oleg Ivanov fuera la
última imagen que iba a ver.
―¡Lo haré! ¡Te mataré!
―¡Entonces hazlo de una puta vez!
Podía sentir la cuchilla, ya podía sentir un hilo de sangre correr por su cuello.
Él movió el cuchillo, colocándolo en gran medida contra el lado de su garganta,
justo encima de la vena palpitante allí, y contuvo la respiración. Intentó pensar en
algo agradable. Cualquier cosa. Cualquier cosa para hacer que el hecho de morir
fuera un poco más soportable. Una voz empezó a susurrar en la parte posterior de
su cerebro, y casi sonrió.
“… no tenemos que ser estas personas nunca más…”.
(23)
DÍA NUEVE

P
asar por el guardia de la parte trasera del edificio fue sencillo, Marc lo
ahorcó hasta que lo desmayó. Lo dejó a medio camino debajo de un auto,
durmiendo.
―De Sant ―susurró una voz en su oído.
―Un poco ocupado ―gruñó. Estaba subiendo una escalera de metal que iba
por toda la pared exterior.
―Tercer piso. La calle frente a la habitación. Cuento cuatro puertas más, a tu
izquierda. ―La voz de Kingsley era baja.
―¿¡Puedes verla!? ―demandó Marc.
―Puedo verla.
―¿Está viva?
―Sí.
―¿Condición?
―Se ve bien. La tienen encadenada al techo. Está sola, y… espera. Movimiento
―dijo Kingsley en voz baja.
―¿Qué está pasando? ―espetó Marc.
Dejó de subir al cuarto piso y se dirigió al borde de una ventana. Nadie
estaba en la habitación, así que rompió un cristal, abrió el pestillo y la ventana.
Cayó en la habitación, agachándose y avanzando rápidamente mientras se dirigía a
la puerta.
―Hay guardaespaldas. Ivanov. Y ella. Él está sentado. Están hablando ―describió
Kingsley.
―¡Averigua lo que están diciendo!
Kingsley siempre llevaba un dispositivo de escucha de larga distancia, era
una parte estándar de su equipo. Marc escuchó el silbido y el estallido de la
estática de la radio, luego se oyó un ruido y la línea se abrió de nuevo.
―Está preguntando dónde están los diamantes. Ella dice que los había escondido ―le
dijo el otro hombre. Marc cerró los ojos por un segundo.
Gracias a Dios. Chica inteligente.
―¿Hay alguien en mi piso?
―Está claro. El edificio parece estar abandonado. Sólo veo un par de guardias en la
planta baja, y luego todos los demás en la habitación con Lily.
Marc entró precipitadamente en el pasillo, su arma apuntaba hacia adelante.
Había una escalera en un extremo del pasillo, pero la ignoró y fue al otro lado.
Localizó unas antiguas par de puertas de ascensor y, usando la palanca, apartó las
puertas.
―Estoy entrando en el pozo del ascensor. ¿Pasó algo? ―preguntó, agarrando
el cable más cercano y deslizándose lentamente.
―Siguen hablando. Discutiendo. Él quiere saber dónde están los diamantes, la ha
amenazado con… ¡uno de los guardias la está asfixiando!
Marc soltó su agarre y se deslizó por el resto del cable, aterrizando en la parte
superior del ascensor detenido.
―¿¡Qué!? ¿¡Se encuentra bien!? Dispara a ese hijo de… ―Marc empezó a
gruñir, buscando la escotilla de mantenimiento.
―Se ha acabado. Ella golpeó al tipo, una patada entre las piernas. La mujer da miedo
―lo interrumpió Kingsley. Marc dejó salir un suspiro que había estado
sosteniendo.
―No tienes idea.
La escotilla de mantenimiento cedió bajo la palanca y Marc cayó en el
ascensor. Ahora estaba en el tercer piso. Estaba a cuatro puertas de ella. A cuatro
puertas de salvarla.
A cuatro puertas de perderla.
―Están hablando de algo. Espera. ¿Qué? Ella parece haber descubierto algo. Ella…
está acusando a Ivanov de arreglar todo. Conseguir que tú te hicieras responsable de ello,
así él podría tener los diamantes. Jodió a Stankovski ―le dijo Kingsley. Marc estaba en
cuclillas en el suelo, separando el cuadro eléctrico, y se detuvo.
―Inteligente. Una chica tan inteligente. Ni siquiera pensé en eso ―murmuró,
hablando consigo mismo.
―Ella tiene que tener algo porque Ivanov está perdiendo el jodido control.
Amenazando con cortar los dedos de sus pies, bla, bla ―describió Kingsley. Marc sacó
un par de cables, los cortó, retorció otros cables juntos. Luego cortó dos más y los
sacó hasta donde los cables lo permitían, antes de ponerlos en el suelo,
asegurándose que no se tocaran.
―Prepárate, voy a soltar el ascensor. ¿Cómo va ella? ―gruñó Marc mientras
trabajaba por abrir las puertas manualmente.
―Ella está… riendo.
―¿Riendo? ―Marc comprobó dos veces. Apretó el extremo de la palanca
bajo una de las puertas, obligándolas a permanecer abiertas. Se alegró de ver que la
puerta del otro lado del pasillo estaba abierta, lo que haría su plan mucho más
fácil. Luego se arriesgó a mirar por el pasillo. Estaba vacío, pero podía oír voces
elevadas desde el otro extremo del edificio.
―Le estaba diciendo que estabas vivo, al parecer los llevó a creer que estabas muerto.
Les está diciendo que vas a matarlo.
Ahora Marc se reía.
―Dios, podría en realidad estar enamorado de esta chica. ―Suspiró,
arrastrándose hacia el pasillo, sosteniendo los dos cables en sus manos.
―¡Atento! Se está moviendo hacia ella. Él la tiene del cabello. Mierda ―dijo
Kingsley entre dientes.
―¿Qué? ―espetó Marc bruscamente, deteniéndose en el medio del pasillo.
―Marc. Tiene un cuchillo en su garganta. La está amenazando con usarlo.
―¿Y qué tiene ella que decir sobre eso?
―Creo que su respuesta fue, “jodidamente hazlo”, o algo por el estilo.
Marc cerró los ojos. Respiró hondo.
―Law ―susurró.
―De Sant.
―Pase lo que pase. Ha sido bueno conocerte. Buenos tiempos.
―No te ablandes conmigo ahora, cariño. Puedes darme un gran beso cuando salgas
de allí con vida.
―Suena bien. ¿Estás listo?
―Siempre.
―Trae el fuego.
Marc retorció los cables, haciendo que el ascensor cayera. Mientras se metía
en la habitación vacía del otro lado del pasillo, disparos de artillería pesadas
vinieron del exterior del edificio. Específicamente en una sección de cuatro puertas
hacia abajo. Justo cuando Marc se detuvo detrás de una puerta, el ascensor se
encontró con el piso inferior provocando un choque espectacular, haciendo que el
viejo edificio se sacudiera.
La reacción fue más o menos como deseaba. Mientras Marc se ponía de pie,
con la pistola a punto, podía oír los pies bajar por el pasillo. La gente gritando. Los
pasos pasaron por él, bajando por una escalera. Luego escuchó el sonido de un
sistema de rociadores y alguien que lloraba. Trató de oír mejor, tratando de
averiguar si era una mujer o un hombre.
―Uno menos. Golpeé a Ivanov. Dos corrieron fuera de la habitación. ―La voz de
Kingsley era un susurro, pero sonaba fuerte en el oído de Marc.
―¿Y…? ―se atrevió a preguntar.
―Ella parece estar bien, está de pie por su cuenta.
―¿Eso es todo? ¿Sólo Ivanov está en la habitación? ―comprobó Marc.
―Hasta donde sé, sí. Está luchando con su cadena. Ivanov está en el suelo,
solo puedo ver sus pies. Le disparé a su hombro.
―Bien. Quiero ser el que lo mate. Entrando. Mira la planta baja, atrapa a
cualquiera que intente marcharse ―le ordenó Marc.
―Ya estoy en ello.
A pesar que quería correr allí, con las armas en llamas, Marc se tomó su
tiempo. Se mantuvo contra la pared y corrió por el pasillo. Tomó rápidas y cortas
respiraciones, deseando mantenerse firme. Alerta. Hizo una pausa fuera de la
puerta de su habitación, trató de pensar. Algo no estaba bien. ¿Cuántos
guardaespaldas habían salido del hotel? ¿Cuántos estaban abajo?
Pero entonces, Lily gritó, y la cautela, la lógica y el razonamiento salieron
volando por la ventana.
Un segundo más, cariño, y seremos libres, de una forma u otra.
(24)
DÍA NUEVE

¡¿Q
ué demonios fue eso?!
Los oídos de Lily estaban zumbando. Quien sea que
estuviera disparando debía de estar al otro lado de la calle, pero
aun así. Los sonidos en el cuarto habían sido ensordecedores por
un momento. Disparos, gritos, los aspersores se dispararon. Un guardaespaldas
cayó al suelo. Una bala lo había atravesado con tanta fuerza que gran parte de su
corazón ya no estaba dentro de su pecho.
¿Qué clase de arma hace eso? Quiero una de esas la próxima vez que haga uno de
estos estúpidos trabajos.
Se acurrucó en el suelo tan pequeña como podía, colgando de su cadena, y
simplemente rezando para que quien sea que estuviera disparando mágicamente
no la viera. Vio a Ivanov recibir un disparo, su hombro casi desprendiéndose. Gritó
y cayó al suelo, rodando bajo las ventanas. Luego entre disparos, hubo una
pequeña explosión, de alguna parte bajo ellos. Los otros dos guardias biky,
claramente sin miedo, quienes se suponían que no debían dejar que nada ni nadie
se acercaran a su jefe, se dieron vuelta y corrieron como niñitas asustadas.
Una vez los disparos cesaron, Lily se atrevió a pararse. Miró alrededor,
observando el daño. Ivanov estaba gimiendo en el suelo, murmurando en ruso. El
último guardaespaldas que quedaba estaba apoyado contra la pared al lado de la
ventana, respirando con fuerza, luciendo como si no pudiera decidir si debía
unirse a sus amigos o no.
―¡Oye! ―espetó Lily, atrayendo la atención del guardia―. ¡Oye! ¡Quítame
estas malditas cadenas! Si me muero, esos diamantes jamás serán encontrados.
No se movió. En el suelo, Ivanov comenzó a quejarse, llorando fuertemente y
teatralmente mientras rodaba más en la habitación. Puso los ojos en blanco y miró
hacia el techo. La placa metálica, la cual la mantenía en su sitio, todavía estaba ahí
metida. Apretó los dientes y comenzó a tironear y a sacudir la cadena, tratando de
soltarla.
―No, no, detente ―dijo finalmente el guardia que quedaba.
Lily lo ignoró. Sólo un par de tirones más y sería libre. No le importaba que
estuviera esposada, iba a largarse de aquí. Dios sólo sabía quién estaba
disparándoles. ¿Alguna pandilla liberiana siguió a la Bratva todo el camino hasta
Marruecos? O tal vez tenían conexiones aquí, y habían llamado a pedir un favor.
Tal vez era alguien completamente diferente. La mafia. Al-Qaeda. Cualquiera.
Cualquiera en absoluto. Cualquiera…
Estaba tan perdida en los pensamientos, tan ocupada tratando de liberarse,
que no notó a Ivanov serpenteando por el suelo. Él agarró su pie izquierdo,
sorprendiéndola, luego la mordió, con fuerza, atravesando su piel de inmediato.
Gritó y lo pateó en la cara, tratando de quitárselo.
Hubo otra conmoción y cuando alzó la mirada, tuvo que parpadear para
asegurarse que no estaba viendo cosas. Sacudió su cabeza para limpiar el agua de
sus ojos. Alguien estaba corriendo por la puerta, con el arma en alto y lista. No
podía creerlo.
Sabía que regresaría.
―¡Detrás de ti! ―gritó, a la vez que el guardaespaldas cargaba contra Marc,
agarrando su muñeca. Dos balas fueron disparadas contra la pared, luego los dos
hombres comenzaron a moverse alrededor. El guardaespaldas recibió un codazo
en la garganta, pero no soltó su agarre. Marc enganchó un pie alrededor de su
tobillo y ambos cayeron.
Lily avanzó, luego gritó cuando sus cadenas la detuvieron. Comenzó a
patear, esperando hacer algo, cuando otra bala de alta potencia se estrelló en el
cuarto. Gritó otra vez, saltando hacia atrás cuando el proyectil hizo un pequeño
cráter en el suelo de madera. Se giró para mirar por la ventana, mirando el edificio
frente a ellos. El sol hacía brillar algo en el techo. Algo pequeño y brillante. Una
mira.
¡¿Kingsley?!
Unas manos la agarraron de la cintura, y gruñó cuando Ivanov se puso en pie
usando su longitud. Trató de apartarse de él, pero era muy pesado. Pronto, estuvo
completamente de pie, con un brazo alrededor de sus hombros, obligándola a
mirar a la ventana. Estaba de pie tras ella, agachado, haciendo imposible que
alguien le disparara sin darle a ella.
Por favor, Dios, deja que sea Kingsley quien está ahí afuera.
―¡Suficiente! ―rugió Ivanov, y el cuchillo que tenía antes estaba ahora en la
garganta de Lily, justo bajo su barbilla.
Todo se detuvo. Marc y el guardaespaldas estaban de rodillas, ambos
agarrando el arma de Marc. Se detuvieron, luego el arma fue arrancada de las
manos de Marc. Suspiró y alzó sus manos.
―Esto no tenía por qué ser así ―dijo, su voz era tranquila como si estuvieran
hablando del mercado de acciones. Lily sonrió.
Extrañé su voz.
―¡Se supone que estabas muerto! ―gritó Ivanov, tirando del hombro de Lily.
Siseó de dolor cuando el dolor quemó en sus muñecas. El agua de los aspersores se
mezclaba con su sangre, volviendo sus miembros rosados.
―No soy muy bueno muriendo ―explicó Marc―. Pero estoy aquí ahora.
Arruiné todo. Déjala ir, y puedes tenerme.
―¡No! ―gritó Lily.
―Déjala ir, y te llevaré a donde escondimos los diamantes ―ofreció.
―¡Está mintiendo! ¡No lo sabe! ―siguió ella. ¿Qué estaba haciendo? De todas
las ocasiones para que Marc se destacara, tenía que ser entonces.
―Sí lo sé. Tu plan fue bueno, Ivanov. Supuse que si iba a ser culpado por
robarlos, bien podría de verdad tomarlos. Ella no tuvo nada que ver con eso
―mintió todavía más.
―¿La dejo ir, y me dirás dónde están los diamantes? ―se aseguró Ivanov.
―Por favor ―gimió Lily. Ambos morirían. Asesinarían a Marc, luego la
matarían antes de que pudiera dar dos pasos, y todo por nada. Debía detener esto,
tenía que hacer algo.
Ivanov todavía estaba sosteniéndola, todavía tenía el cuchillo en su garganta,
pero no era tan justo como antes; y estaba usando su brazo malo para sostenerlo,
debía de ser doloroso. Marc estaba de rodillas, con las manos en alto, el
guardaespaldas tras él sosteniendo el arma. ¿Qué podría hacer? ¡¿Qué podría
hacer?!
Kingsley.
Él podía verlo, obviamente. Pero estaba bastante segura que también podía
oírlos. ¿Cómo más podría haber sabido Marc en qué piso estaba? ¿En qué cuarto
estaba? ¿Que ella había dicho que había escondido los diamantes? Marc estaba
usando un dispositivo de micrófono en su garganta, y estaba dispuesta a apostar
que estaba siempre encendido.
Gran apuesta.
―¡Dispara! ―gritó de repente. Todo el mundo la miró por un segundo.
―¿Quieres que le dispare? ―preguntó Ivanov. Lo ignoró y miró por la
ventana. Miró directamente al objeto brillante en la cima del techo al otro lado de
la calle. Sus manos estaban agarrando la cadena sobre su cabeza, con ambos dedos
apuntando arriba.
Apuntando directamente a donde su cadena conectaba con el techo.
―¡Mírame y dispara! ―gritó, saltando en las plantas de sus pies.
―¿Quieres que te dispare? ―Ivanov sonaba incrédulo.
―¡Cierra la boca, Lily! ―gritó Marc.
―¡MALDITA SEA, SÓLO DISPARA!
Un rugido. Vidrio rompiéndose. Giró su cabeza, y agradeció a Dios que
Kingsley no fuera tan estúpido como Marc. La placa de metal fue arrancada del
techo, trayendo un gran trozo de cemento con este. Un trozo que aterrizó
directamente sobre la cabeza de Ivanov. Gruñó y cayó al suelo, arrastrándola con
él. El cuchillo cayó de sus manos.
Había confiado en que Marc sabría qué hacer, y no le falló. Agarró la muñeca
del guardia y estrelló su puño contra el plexo solar del hombre. Lily gateó
alrededor del suelo, tirando de su cadena debajo de Ivanov.
Malditas cadenas. Comienzo con cadenas. Termino con cadenas. Putas cadenas.
El hombre rodó en el suelo, gimiendo mientras se llevaba las manos a la
cabeza. Ella no perdió tiempo y saltó sobre su espalda, enroscando las cadenas de
metal alrededor de su cuello y tirando con fuerza. Ivanov era un hombre obeso,
nunca había esperado que fuera capaz de dar pelea. Pero de hecho era muy tenaz,
y estiró su mano sobre su hombro y agarró un puñado de su cabello. Gritó cuando
fue tirada sobre él y cayó al suelo.
Rodó sobre su estómago, y estuvo a punto de saltar de pie cuando sus ojos se
fijaron en Marc. Se había puesto en pie, pero el guardaespaldas todavía no había
renunciado al arma. Marc se paró sobre él, le dio un codazo en la garganta, liberó
el arma y luego empujó el cañón contra la barbilla del otro tipo. Entonces tiró del
gatillo. Sin dudarlo.
Justo como te dijo que hicieras… ¿entonces por qué estás dudando ahora?
―¡Estúpida perra!
Lily dejó salir un grito cuando un ardiente dolor la recorrió. Ivanov acababa
de empujar su gigante K-Bar justo por su brazo. La hoja pasó directamente entre
los huesos de su brazo, directamente por la carne, y se clavó en la madera debajo
de su brazo. Fue a agarrar el mango del cuchillo cuando hubo un sonido muy
familiar al lado de su oído.
La corredera siendo echada hacia atrás de una Glock. Su Glock.
Esa arma está maldita.
―Detente ahora ―dijo Ivanov sin aire, poniéndose de rodillas, todo el tiempo
sosteniendo la propia arma de Lily contra su cabeza.
―Tú detente ―replicó Marc, apuntando su propia arma a la cabeza de
Ivanov.
―No lo creo. Si me disparas, todavía tendré tiempo de dispararle.
―¿Estás seguro? Es un arma bastante grande la que hay allá afuera… podría
matarte en cualquier momento ―dijo Marc.
―No si no puede verme ―respondió Ivanov.
Tenía razón. Donde Lily yacía, Ivanov estaba justo fuera del rango de visión a
través de la ventana. También estaba de rodillas, haciéndose menos visible. Apretó
los dientes, deslizando su brazo de arriba abajo por la hoja un poco. Le dio ganas
de vomitar, y no había mucho que devolver. Tendría que tirar del brazo con fuerza
para sacar el cuchillo, y no quería hacer eso mientras un arma estaba presionada
contra un lado de su cabeza. Levantó su cabeza para mirar a Marc.
―Que desastre, cariño. Creo que traes mala suerte ―bromeó, guiñándole un
ojo. Ella frunció el ceño.
―Creo que tienes mala suerte ―replicó ella. Él tiro su arma al suelo, y luego
puso sus manos en la parte posterior de su cabeza.
―No lo creías hace un par de noches. De hecho, creo que te sentías muy
afortunada.
¿Está coqueteando conmigo? ¿¡Ahora, de todos los momentos!? Sé que vamos a morir
en dos segundos, ¡maldita sea, Marc!
―Estamos con un poco de problemas aquí, De Sant, ¿podrías cerrar tu boca
por dos segundos? ―gritó.
―¡Ambos, cállense! ―gritó Ivanov.
―¿Alguna vez te dije algo, Lily? ―preguntó Marc al azar.
―¿Decirme qué? ―Estaba perdida.
―Que tienes los ojos absolutamente más hermosos, que he visto nunca.
Ella fue lanzada atrás en el tiempo. Cuando habían estado en una persecución
de coches, después de que se habían quedado en la casa vacía. El loco mercenario
cockney, sosteniéndola de rehén, mientras ella había estado medio consciente.
Marc parloteando y distrayéndola. Distrayendo a su captor.
Hombre astuto.
―Puede que lo hayas dicho, pero vale la pena repetirlo ―le dijo.
―¡Dije que se callaran! ―Ivanov seguía gritando.
―Sueño con esos ojos.
―Bien, estoy satisfecha. Tal vez la próxima vez, no me dejes, y no tendrás
que soñar con ellos.
―Suena como un plan.
―¡Eso es todo! ―Ivanov estaba chillando completamente, mientras levantaba
la pistola, apuntándola hacia el pecho de Marc―. ¡Te mato y hago que tu novia lo
vea suceder!
Ahora libre de su arma, Lily tiró de su brazo hacia arriba tan fuerte como
pudo. El dolor que atravesaba su sistema nervioso era intenso, a diferencia de lo
que nunca había experimentado. Pero lo empujó hacia abajo, hacia abajo en su
psique, donde la mayoría de sus sentimientos fueron enviados a morir. La hoja
estaba clavada en su carne, el mango apoyado contra la parte superior de su brazo,
el punto dentado salía por el otro lado. Se retorció a su costado, y con un grito,
empujó la hoja expuesta en el estómago de Ivanov. Se apretó hacia adelante,
usando su pecho para atascar el cuchillo en su sitio.
Él dejó escapar un grito estrangulado y disparó tres rondas, justo en el pecho
de Marc. Lily gritó mientras lo veía caer, plano sobre su espalda. Ivanov gruñó y
avanzó hacia ella. Ella se inclinó y tiró del cuchillo. La sangre brotó de su herida,
pero no dejó de moverse. Él agarró una de sus piernas, intentando mantenerla en
su lugar y arrastrarse por su longitud.
―¡Para! ¡Para! ¡No! ―gritó ella, intentando patear y moverse lo mejor que
pudo. El cuchillo finalmente se deslizó libremente de su brazo, chocando contra el
suelo. Ivanov lo ignoró, siguió avanzando lentamente.
―Tú. Para ti, la muerte rápida es demasiado buena. Voy a violar tu boca, y
luego voy a permitir que cada uno en Tánger haga lo mismo. Voy a enviar el video
a tu madre. Y entonces, cuando estés toda consumida, sucia y repugnante, pondré
una bala en ti, igual que en De Sant ―estaba amenazando Ivanov, luchando por
arrastrarse con sólo un brazo bueno, su peso clavando sus piernas en su lugar.
―¡Me importa una mierda! Nunca conseguirás esos diamantes. ¿Y quieres
saber por qué? ¡Porque los arrojé al maldito océano! ―gritó. La mirada en la cara de
Ivanov. Choque mezclado con terror absoluto. Hizo una pausa en sus
movimientos.
―¡Mientes!
―¡Como el infierno que no! ¿Por qué crees que me detuve en Casablanca?
¿Por qué me llevó tanto tiempo conducir aquí? Porque hice un pequeño desvío
especial, conduje todo el camino hasta la playa, alquilé un barco, y arrojé esas
malditas piedras en la parte más oscura del océano. ¿Pensaste que los traje aquí?
Tan jodidamente estúpido. Nadie tendrá jamás esos diamantes. ¡No tú y seguro
como la mierda no Stankovski! ―juró.
―¿Cómo pudiste hacer algo tan estúpido? ¡Tanto dinero! ¡Te mataré! ¡Estás
muerta! ―comenzó a gritar.
―¡Y Stankovski te matará a ti! El único que serás violado por aquí serás tú
―le lanzo de vuelta y luego le escupió en la cara. Él gritó y dejó de moverse,
limpiando la saliva.
―¡Estúpida! ¡Tienes que querer morir! ―proclamó.
Todavía no.
Lily había podido poner sus piernas arriba, poniendo sus rodillas entre su
pecho y su cuerpo. Apoyó sus pies contra la parte superior de sus muslos, luego
empujó. El movimiento lo hizo tropezar en una posición de pie. Lily
inmediatamente se movió hacia atrás, presionándose contra las ventanas detrás de
ella. Ivanov hizo una mueca y fue a dar un paso adelante.
―Princesa.
Ambos movieron sus cabezas hacia un lado, justo a tiempo para ver a Marc
sentado en posición vertical y tirando de una escopeta de detrás de su espalda.
Ivanov apenas tuvo tiempo de jadear antes de que se disparase el gatillo. Los
gránulos de plomo rasgaron a través de su torso, haciéndole girar. Luego otra
explosión desde fuera, y una bala comprimida a través de la habitación.
Un minuto, Oleg Ivanov era el brigadier de la Stankovski Bratva, en segundo
lugar solamente del propio pakhan, Anatoly Stankovski.
Al minuto siguiente, su cabeza era un globo de agua que había sido estallado,
y Oleg Ivanov no era nadie.
Lily se echó atrás, dejando que sus ojos se cerraran. Dejando correr el agua
sobre su cuerpo, aliviando la picadura en su corte. En su cabeza. En su alma.
―¡Bebé! ¡Quédate conmigo! ―gritaba Marc, de pronto arrodillado a su lado.
―No estoy inconsciente, idiota, sólo estoy cansada ―gruñó, abriendo los ojos
mientras levantaba su brazo.
―¡Acabo de salvarte la vida, un poco de gratitud estaría bien! ―le gritó, pero
sonreía. Arrancó el borde inferior de su camiseta y la envolvió firmemente
alrededor de su antebrazo, sobre donde la habían apuñalado. Ella siseó, luego
frunció el ceño ante la cantidad de sangre que se encontraba en el suelo junto a ella.
―Eso duele como una perra ―siseó, tirando su brazo de él.
―¿Oh sí? Trata de recibir un disparo en el pecho tres veces. Kevlar no es tan
fuerte como solía ser, lo juro.
―Cállate, Marc.
―Dios, pensé que estabas muerta. ―Su voz bajó y sus manos fueron a su
cara. Cepillando el cabello mojado fuera del camino. Acariciando sus mejillas.
―Sí, hubo un par de momentos ahí que me tenía nerviosa. No… solo… pensé
que tú… ―No pudo encontrar las palabras.
―Volví para ti. ―Respiró, luego se inclinó y la besó. No era su habitual beso,
no había aspereza. Sin borde duro. Sin límites estrictos. Era suave y era cariñoso y
era gentil.
Y todavía robaba cada respiración que había tenido alguna vez.
―No pensé que lo harías ―susurró cuando se alejó.
―Nunca debería haberte dejado ir.
Agarró su chaleco y lo acercó. Sus manos se deslizaron alrededor de su
espalda, tirando de ella contra él. Su lengua se hundió en su boca, barriendo sus
dientes.
―No puedo creer que hayas vuelto. ―Suspiró entre besos.
―Tenía que hacerlo. Tenía que salvarte. Nunca he querido proteger nada en
mi vida, pero siempre quiero protegerte. Estaba listo para incendiar esta ciudad
―le dijo.
―Cuando me deshice de los diamantes, seguí orando para que vinieras a
buscarme. No sabía a dónde te habías ido, no sabía cómo encontrarte. ―Se dio
cuenta que las lágrimas se mezclaban con el agua del aspersor en su cara―. Tuve
tanto miedo de no volver a verte.
―Nunca tengas miedo. Nunca quiero que te asustes, nunca más ―susurró,
besando a lo largo de su mandíbula.
Palabras tan hermosas de un hombre tan áspero.
Lily se movió sobre sus rodillas, tratando de acercarse a él. Necesitaba estar
más cerca de él. Pero sin el uso apropiado de sus manos, se desequilibró y empezó
a caer al lado.
―Quítame esto ―gruñó, alejándose de él y tirando de sus esposas. El pesado
momento entre ellos se rompió, y ambos recordaron exactamente dónde estaban.
―Sí. Sí, salgamos de aquí―–dijo, y luego la agarró por el brazo y la puso de
pie.
Marc buscó en el cadáver de Ivanov, pero no encontró ninguna llave. El
guardaespaldas muerto tampoco tenía ninguna. Marc la ayudó a envolver la
cadena alrededor de su torso, luego la condujo por el pasillo. Había sacado la
Glock de los dedos muertos de Ivanov, quizá no estaba maldita. Ninguna de sus
balas había matado a nadie. Tal vez era su ángel de la guarda.
Lentamente bajaron las escaleras. El segundo piso estaba despejado, pero en
el rellano del primer piso, oyeron gritos, y antes de que pudieran retirarse, un
hombre de traje subió corriendo las escaleras. Lily se puso justo detrás de Marc y él
los apoyó en un rincón, protegiendo su cuerpo con el suyo, su espalda aplanándola
contra la pared.
―¡Tú disparas, yo disparo! ―gritaba el otro hombre.
―¡Nadie jodidamente dispara! ¡Sólo aléjate! ―gritó Marc de nuevo.
―¡No dispares! ¡Abajo! ¡Tu arma abajo! ―gritó el hombre con un inglés
quebrado. Lily apretó su frente a los hombros de Marc, empezando a temblar, lo
cual era extraño, considerando lo cálido que estaba en el edificio.
―¡No estoy bromeando, retrocede, joder! ―La voz de Marc era agresiva, casi
desquiciada. Había sido una larga mañana.
―¡Retrocede tú, joder!
Un tipo disparó, provocando que Lily y Marc se estremecieran y se
agacharan. El guardaespaldas aulló de dolor y cayó al suelo, agarrándose la pierna.
La sangre empezó a salir de una herida de bala en su pantorrilla.
―¿Tenemos nuestro té de la tarde? Realmente lo disfrutaría si pudiéramos
salir de aquí.
Lily sonrió cuando el suave y elegante acento británico llenó sus oídos. Miró
por encima del hombro de Marc y observó a Kingsley desarmar al hombre que
estaba en el suelo. Una vez que todos los cañones se alejaron, Marc avanzó otra
vez, acercándose para agarrar una de sus manos.
―Te tomaste bastante tiempo ―gruñó Marc mientras se apresuraban por el
piso de abajo.
―¿Disculpa? ¿Acabo o no de salvarlos a ambos? ―preguntó Kingsley
mientras flanqueaban la puerta principal. Lily miró alrededor e hizo una mueca. El
suelo y las paredes estaban acribilladas a balazos y varios hombres yacían en el
suelo, muertos y triturados a balazos.
―¡¿Qué?! ¡Yo disparé a Ivanov a quemarropa con una escopeta! ¡Estaba
muerto antes de que incluso apretaras el gatillo! ―espetó Marc. Ambos hombres se
volvieron al unísono y pasaron por la puerta principal, asegurándose de que la
calle estaba vacía. Entonces Marc volvió por la puerta, agarró sus esposas y tiró de
Lily por detrás de él.
―¿Es así? ¿Quién disparó para liberar a Lily? Si no lo hubiera hecho, ambos
habrían estado muertos ―apuntó Kingsley mientras cruzaban la calle y se
deslizaban en el callejón.
―Tenía ventaja sobre él, sabes que podría haber hecho ese tiro ―replicó
Marc.
―¡¿Pueden ambos cerrar la puta boca?! ―espetó Lily―. Si no lo hubiera
entretenido y no hubiera conseguido que ustedes dispararan a la cadena y no
hubiera apuñalado a ese imbécil, nada de eso habría funcionado, así que en
realidad, yo hice todo el salvamento. Soy la tipa dura aquí.
Se detuvieron al final del callejón y los dos hombres se miraron. La miraron.
Ella los fulminó con la mirada. Marc estaba empapado, pero por otro lado no lucía
peor por el desgaste. Kingsley llevaba su siempre negro conjunto de asesino,
haciéndolo ver devastadoramente guapo y escalofriante, peligroso.
Lily llevaba un bikini negro, una camiseta naranja sin mangas, estaba
sangrando por múltiples puntos en su cuerpo y tenía múltiples moratones y
contusiones.
―Tiene un punto ―admitió Kingsley. Marc resopló.
―Cállate.
Entraron en el mismo auto que Marc había estado conduciendo cuando ella
los había dejado en Tarfaya. Se metió en el asiento trasero, siseando de dolor,
sintiendo cada herida. Sostuvo su brazo contra su estómago y echó un vistazo en el
enorme extremo de atrás del auto. Una enorme arma se encontraba a su lado.
―¡¿Es eso lo que estabas disparando?! ―exclamó Lily. Kingsley se deslizó en
el asiento del pasajero y miró hacia atrás hacia ella.
―Ah, Sheila. No salgo de casa sin ella.
―¿Qué es?
―Ella es una Barrett M82A1, calibre cincuenta. Te hace mierda o comer
plomo, buena para cualquier situación ―respondió Kingsley.
―Excepto para el corto alcance ―añadió Marc, luego quemó goma cuando
condujo fuera del vecindario.
―De cualquier manera, estoy contenta de que lo trajeras. A ella ―dijo Lily
con un suspiro, recostándose en su asiento.
―¡Oye! ―gritó Marc, chasqueando sus dedos―. Oye, no te duermas ahí
atrás, cariño.
―¡¿Estás de broma?! Estoy agotada de una manera que ni siquiera sabía que
era posible ―gimió, echando su cabeza hacia atrás sobre el asiento y cerrando los
ojos.
―Has perdido mucha sangre. Quédate con nosotros ―instruyó Marc.
―¿Sabes lo que quiero? ―preguntó bostezando―. Pantalones. Me
encantarían unos pantalones. ―Podía sentir la piel de gallina levantándose por su
piel y sus dientes empezar a castañetear.
―Hola, querida ―gruñó Kingsley mientras gateaba entre los asientos y se
sentaba a su lado―. Vamos a dar una mirada, ¿de acuerdo?
Retiró el vendaje improvisado de Marc de su brazo, examinando la herida.
Ella no miró el corte, pero vio a Kingsley hacer una mueca. Él se inclinó sobre el
asiento y buscó en el extremo trasero, levantando una bolsa negra.
―¿Es malo? ―preguntó ella.
―He visto peores. Estarás bien. Sólo quiero que dejes de sangrar ―le
aseguró, sacando un kit de primeros auxilios de la bolsa, también un kit de abrir
cerraduras con ganzúa.
―¿Tienes unos pantalones ahí? ―preguntó, echando un vistazo a la bolsa.
―Sabes, podría ―replicó, entonces sacó un par de pantalones de vestir
negros.
―Creo que mi culo será demasiado gordo para ellos ―bromeó.
―Lástima. Supongo que tendrás que seguir andando por ahí en tus bragas.
―Suspiró, poniéndose a trabajar en abrir sus esposas. Lily rió.
―Eso quisieras. ¿Puedo dormir ahora? ―inquirió, bostezando de nuevo.
―No, creo que Marc tiene razón. Pienso que quedarte despierta sería una
buena idea ―urgió. Ella negó.
―Marc nunca tiene razón ―murmuró.
―¡Escuché eso! ¡Lily! ¡¿Lily?! ―gritó Marc desde el asiento delantero.
Pero estaba demasiado cansada para responder. Se deslizó en la
inconsciencia, agradecida por el vacío.

En una versión, Ivanov disparó a Marc en la cabeza, no en el pecho.


En otra versión, apuñaló a Lily en la espalda, no en el brazo.
En otra versión, el guardaespaldas disparó a Marc en el cuello.
Y aún en otra versión, Ivanov rajó la garganta de Lily y mientras ella miraba,
disparó a Marc en la sien.
¡NO!
Lily se enderezó de golpe, jadeando por aire, todavía a medias atrapada en
sus pesadillas. Estaba amarrada a algo y luchó, alejándose de sus restricciones.
―Para. Detente, estás a salvo. Estás a salvo. ―La voz de Marc se filtró en su
cerebro y sintió sus manos en sus brazos. Dejó de moverse y miró alrededor.
Encontró sus ojos azules.
―Estaba soñando. ―Jadeó.
―Lo sé. Seguías hablando. Pero no estoy muerto. No estás muerta. Estamos
bien. Lo conseguimos.
No lo creía totalmente, pero asintió y echó un vistazo alrededor. Estaba en
algún tipo de centro médico, o posiblemente un hospital de campaña. Tenía un
goteo intravenoso en su brazo y cuando volvió su cabeza, vio feos puntos
recorriendo su otro antebrazo. Frunció el ceño.
―Eso va a dejar tal cicatriz ―se quejó.
―Creo que las cicatrices son sexys ―dijo él.
―Lo harías.
Se tumbó y Marc le explicó que se había desmayado en el auto debido a la
pérdida de sangre y a la conmoción. Kingsley había hecho todo lo que pudo para
detener el sangrado, luego habían conducido buscando un hospital. Ivanov
todavía tenía aliados en la ciudad. Necesitaban algún lugar en el que nadie
pensaría buscarlos; después de cuarenta minutos conduciendo, Marc había
encontrado un hospital de campaña Globa-Doc.
Irónico.
―¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? ―preguntó Lily.
―La mayor parte del día. Kingsley en realidad está dormido en la cama a
nuestro lado ―explicó Marc moviendo su silla para sentarse a su lado.
―¿Estás bien? ―preguntó, con sus ojos recorriéndolo.
―Oh, sí, sólo algunos moratones. Respirar duele un poco… ese chaleco
antibalas no era exactamente de los mejores, pero no puedo quejarme ―le aseguró.
―Bien.
―Dime algo ―empezó, inclinándose contra su colchón―. ¿Era verdad lo que
dijiste?
―¿Cuándo? ―preguntó ella.
―En aquella habitación, a Ivanov. Seguías diciendo que escondiste los
diamantes, pero entonces al final, dijiste que te habías deshecho de ellos. ¿Lo
hiciste de verdad? ―inquirió. Lily al instante sospechó.
―¡¿Es por eso que volviste?! ―exigió―. ¡¿Por algunos jodidos diamantes?!
Pues buena suerte encontrándolos, espero que puedas aguantar la respiración por
un muy largo tiempo.
―Cállate ―espetó él―. Volví por ti. No me importan dos mierdas esos
diamantes. Pero si estás mintiendo y si están en algún lugar ahí fuera, ocultos,
pueden ayudarte mucho. Ayudarnos mucho.
Ella se aclaró la garganta.
―¿Nosotros?
―Sí, cariño. Nosotros ―dijo con un suspiro, entonces la tomó de la mano,
uniendo sus dedos.
―Hacemos un equipo bastante bueno ―susurró. Él asintió, besando el dorso
de su mano.
―Hacemos el mejor equipo.
―Estaba tan asustada ―susurró. Él asintió.
―Lo sé, pero no lo mostraste. Eso fue muy bueno.
―Tú no estabas asustado en absoluto.
―Lo estaba.
―Tampoco lo mostraste.
―Lo aparto. Aprenderás a hacerlo también ―le dijo.
―¿Lo haré?
―Sí.
―No sé si puedo.
―Sé que puedes. Eres la persona más fuerte que conozco. Más fuerte que yo.
Quién habría pensado hace un mes, cuando había visto al rudo y brusco
mercenario cruzar el patio, que serían un equipo. Un dúo imparable. Se preguntó
qué conllevaría para el futuro. Para ella. Para ellos.
―¿Marc? ―Su voz fue temblorosa y se maldijo a sí misma.
―¿Hmmm? ―Fue todo lo que él dijo en respuesta, su pulgar trazó el borde
de su mandíbula.
―Estoy muy feliz de que volvieras.
Él se movió entonces y subió a la cama con ella. Fue cuidadoso con su goteo
intravenoso y su brazo herido, y se puso a su lado. Enterró el rostro en su cabello y
suspiró.
―Yo también.
(25)
DÍA DIEZ

A
la mañana siguiente, se las arreglaron para escabullirse del hospital
desapercibidos. Ella mantuvo la bata de hospital y la usó sobre los
pantalones que Kingsley le había dado. No se detuvieron por nada, sólo
condujeron fuera de la ciudad sin mirar hacia atrás.
―Querida ―llamó Kingsley. Tenían todas las ventanas abiertas, el aire
deslizándose a través del auto.
―¿Sí? ―respondió, moviéndose rápidamente al borde del asiento trasero y
poniendo su brazo en la ventana.
―¿Estás segura que tiraste esos diamantes? ¿Todos ellos? ―Volvió a
comprobar. Ella lo miró, luego hacia el espejo retrovisor, justo a tiempo para
atrapar a Marc mirándola. Él apartó la mirada rápidamente.
―Si no te conociera mejor, pensaría que sólo regresaste para conseguir las
piedras ―respondió. Marc mantuvo los ojos fijos en la carretera, tan obvio en su
intento de no ser obvio. Entrecerró los ojos.
―¡Nunca, querida! Nunca se me pasó por la mente. Pensaba que si hubieras
conservado algunos, hubiese funcionado de maravillas para sacarnos de aquí.
Lily se aclaró la garganta y apartó la mirada. Se quedó mirando su brazo
mientras lo agitaba lentamente en la brisa. Dejó que sus ojos vagaran por el
vendaje, el cual cubría la herida.
―No, no conservé ninguno ―susurró.
―Qué lástima.
Volvieron a Casablanca, imaginándose que si alguien estuviera buscándolos,
no pensarían en buscar en un lugar tan cercano, ya que sólo estaban a cuatro horas
de distancia de Tánger. No hablaron de lo que hacían o por qué iban allí. Marc
simplemente condujo. Se detuvieron en un punto, y Lily se paseó por un mercado,
escogiendo ropa. Utilizando el dinero que sacaron de la billetera de Ivanov, se
compró ropa interior, pantalones cortos, dos camisetas, y un buen par de botas de
montaña. Mientras se vestía en el asiento trasero del auto, empezó a sentirse casi
humana otra vez.
Casi…
―¿Estás bien? ―preguntó Marc mientras se hallaban en el vestíbulo de un
hotel barato. Ella asintió, frotando los dedos sobre su frente. Kingsley estaba en la
recepción, hablándole suavemente a la recepcionista para llegar a un buen
acuerdo.
―Sí, sólo… hay algunas imágenes que se quedarán grabadas en mi cerebro
para siempre ―bromeó. Él le frunció el ceño.
―No nos tenemos que quedar aquí ―le aseguró―. Podemos ir directamente
al aeropuerto, ponerte en un avión a cualquier lugar al que desees ir.
Tú… tú… tan singular. ¿Qué pasó con “nosotros”?
―No, quiero tomar una ducha. Es sólo que… ¿es realmente seguro?
―preguntó por millonésima vez, mirando a su alrededor. Se sentía nerviosa, al
borde. Su mente sabía que lo peor se encontraba detrás de ellos. Pero su cuerpo
seguía en alerta. Tenía un extraño efecto polarizador en su cerebro.
―Más seguros de lo que estábamos conduciendo por ahí ―bromeó. Lo miró
y él se aclaró la garganta―. Sinceramente, no lo sé. Stankovski puso el objetivo
sobre ti, no Ivanov… es por eso que Ivanov se apresuró en llegar a Tánger. Quería
llegar a ti, llegar a esos diamantes, antes que nadie. Creo que esa fue la estrategia
de Stankovski todo el tiempo, creo que descubrió el pequeño esquema de Ivanov y
quería atraer al hombre. En este momento, Stankovski probablemente sabe que
Ivanov está muerto. Nadie sabe dónde estamos, pero estoy seguro que le gustaría
saber dónde se encuentran sus diamantes, así que… estás tan segura como puedes
estar, en esta situación.
No. Fue. De. Ayuda.
En todo caso, Lily se sentía peor.
Esos diamantes son la única cosa que todo el mundo quiere… salvarme era apenas
una nota al margen.
―Ducha. Sólo quiero ducharme.
Marc consiguió una habitación para ambos y no discutió. Simplemente se
desnudó mientras caminaba a través de la habitación, luego llenó la bañera tanto
como pudo, salpicando agua por todos lados cuando entró. Luego se quedó allí
durante dos horas, con el brazo vendado colgando a un costado.
―¿¡Vas a dormir allí!? ―gritó Marc, golpeando la puerta. Lily rodó la cabeza
hacia un lado, mirando al otro lado de la habitación.
―¡Estoy pensando en ello! ―gritó antes de recoger una esponja.
―¡Estamos muertos de hambre, vamos a comer!
―¡Ustedes adelántense!
―Tienes diez minutos, entonces voy a entrar por ti.
―¡Bien!
Fue difícil, lavarse el cabello sin mojar el vendaje. Finalmente se lo quitó,
encogiéndose cuando el agua caliente escoció los puntos de sutura. Luego terminó
de fregar cada centímetro de su cuerpo, gimiendo y gruñendo con cada nuevo
moretón que encontró.
―¿¡Te estás duchando allí adentro, o teniendo sexo!?
Lily rodó los ojos y salió de la bañera. Volvió a ponerse la ropa, luego se secó
el cabello. Intentaba ponerse el vendaje de nuevo cuando Marc finalmente
irrumpió en la habitación.
―¡Jesús, han pasado veinte minutos desde que te dije que salieras! ―espetó,
pisoteando mientras se le acercaba.
―Lo siento ―murmuró, luchando con el material. Él tiró de su brazo hacia sí
mismo, y luego envolvió hábilmente el vendaje con fuerza alrededor de su herida.
Lo aseguró en su lugar, y la dejó ir.
―¿Estás molesta por algo? ―le preguntó con una voz firme.
―¿A qué te refieres?
―Pareces molesta. Casi… enojada conmigo. Hice todo lo posible, no sé qué
más quieres ―señaló. Ella se rió.
―Dios, eres un idiota. No, no se trata de eso. Me alegro de que aparecieras,
en serio. Estaría muerta en este momento si no lo hubieras hecho.
―¿Entonces cuál es el problema? ¿Los tipos muertos? Ya te lo dije, no puedes
pensar…
―Ivanov merecía morir. Lo habría hecho yo misma, si no me hubieran
esposado ―espetó―. Y en cuanto a todos los demás, eran ellos o nosotros. Nos
escogí a nosotros. Estoy molesta porque sigo teniendo la sensación de que la única
razón por la que volviste fue por una bolsa llena de rocas.
Marc se rió, largo y fuerte. Continuó mirándolo fijamente, incluso mientras él
ponía las manos a cada lado de su cara.
―Eres demasiado, cariño. ―Se rió, haciéndola retroceder hasta que estuvo
presionada contra el lavabo.
―Tú eres demasiado.
―Totalmente. Eso es lo que amas de mí.
―No te hagas ilusiones.
―Regresé ―comenzó, su voz adquirió un tono más serio―, porque me sentí
miserable dejándote. Lo odié. Me preocupaba por ti, cada minuto. Cada segundo.
No porque no creyera que puedes manejarte, sino porque quiero manejar todo por
ti. La idea de alguien lastimándote, me hizo querer cometer un asesinato. Un
homicidio doble. Genocidio. ¿Pero lo peor de todo? ¿El peor pensamiento? Fue que
tal vez nunca te volvería a ver. Que un beso de despedida en algún
estacionamiento polvoriento sería nuestro último momento juntos. Y fue eso lo que
no pude soportar. Todo lo demás era secundario, sólo una excusa. Habría
regresado. Incluso si hubieras completado tu plan sin problemas e Ivanov tomara
los diamantes. Habría vuelto por ti.
Lily se rió. En cinco años, había llorado un puñado de veces.
Una vez, en el funeral de su hermana.
En otra ocasión, cuando terminó su primera muerte.
Y ahora de nuevo, cuando el infame mercenario Marcelle De Sant le dijo que
no podía soportar la idea de no volver a verla.
¿Quién necesita diamantes cuando tienes palabras tan preciosas?
Antes de que las cosas se pusieran más pesadas, Kingsley golpeó a su puerta
antes de entrar en la habitación. Marc le sonrió, le secó las lágrimas, y luego entró
en la sala principal, riéndose del hombre británico. Lily limpió rápidamente su
cara, abanicando sus ojos para que el enrojecimiento desapareciera.
―Parezco loca, como si me hubiese arrastrado detrás de un auto ―comentó
cuando finalmente salió de la habitación. Todavía tenía contusiones
desvaneciéndose de su viaje con Marc, y ahora había añadido un vendaje que
cubría casi todo su antebrazo, y varios otros cortes y moretones. Afortunadamente,
su cara se salvó en su mayoría, pero aun así. No se veía exactamente como una
súper modelo.
―Pero una loca muy sexy, te lo aseguro ―bromeó Kingsley, antes de agarrar
su mano y besarla.
Fueron a un agradable restaurante al aire libre. Kingsley hizo su truco, se las
arregló para robar una billetera más temprano en el día, y resultó que la marca
había sido bastante buena. Incluso les consiguió una botella de champán.
―¿Esto es normal? ―preguntó Lily, estremeciéndose cuando el corcho pasó
volando junto a ella.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó Marc.
―Bueno, hace como un día, prácticamente volamos un edificio y matamos a
una maldita tonelada de gente. ¿Ahora estamos sentados bebiendo champán y
comiendo mariscos? ―señaló. Kingsley se rió.
―Sí. Terminas acostumbrándote a ello. Todo en un día de trabajo. Por
supuesto, esto fue un poco más estresante. No creo que jamás haya llevado a cabo
una misión de último minuto ―comentó.
Marc negó con la cabeza.
―Yo tampoco.
―Pero no podemos pensar en ello. Lo hecho, hecho está, ¡siempre sigues
adelante! ―declaró Kingsley.
―Así que, ¿así es tu vida? Sólo… sobrevives, ¿de un trabajo al siguiente?
―resumió ella.
―Querida, ¿no es eso lo que todo el mundo hace? Un empleado en una
tienda de licores se levanta por la mañana, hace lo posible para atravesar el día,
luego se va a casa por la noche, donde tal vez consigue tener un cóctel de
celebración, todo antes de hacer lo mismo al día siguiente. No hay nada diferente
en lo que hacemos ahora ―comentó.
―Obsesionarse con ello negaría el objetivo entero del trabajo ―añadió Marc.
Ella lo miró―. ¿Por qué haces algo que odias? Este es un trabajo completamente
voluntario. Nadie te hace un mercenario o un asesino a sueldo sólo para pagar las
cuentas. Tienes que buscarlo tú mismo. ¿Cuál sería el punto, si me fuera a casa y
llorara cada noche? Lo hago porque lo disfruto, y me gusta el pago. Así que sí,
después de matar a un montón de gente, vengo a casa, tengo una comida
agradable, y estoy agradecido que estoy vivo.
La lógica todavía le parecía incorrecta, pero también lo era la situación entera,
por lo que Lily brindó con su copa de champán, y todos bebieron.
Durante el viaje en coche a Casablanca, habían pasado mucho tiempo
hablando de lo que había sucedido. Poniendo juntos los planes de Ivanov y
Stankovski. Repasando lo que había sucedido en el edificio. Discutiendo
libremente sus siguientes pasos.
Por un acuerdo tácito, nadie habló de esas cosas en la cena. Kingsley habló de
lo qué había sido ir a una escuela católica para niños en Inglaterra. Lily habló del
primer trabajo de transporte que había hecho alguna vez, transportando una
furgoneta llena de pieles robadas del Bronx a Newark. Marc recitó, en francés,
partes enteras de “El Cuervo” de Edgar Allen Poe. Lily nunca lo había oído hablar
francés extensamente antes; hacía bastante calor.
―Debería haber comido más. ―Suspiró Lily. Marc estalló a reír.
―Estoy bastante seguro que comiste el restaurante de camarones ―señaló,
haciendo gestos a la serie de platos delante de ella.
―Sí, pero realmente siento ese champán. ―Se rió entre dientes. Ahora era el
turno de Kingsley para resoplar.
―Ah, ¿en serio? ¿Y tal vez también las cuatro cervezas con la que decidiste
acompañarlo? ―cuestionó.
―Oye. Ha sido una semana estresante.
―Lo que tú digas, amor.
Pagaron su cuenta y regresaron a la calle. Kingsley vagó un poco retirado por
delante de ellos, fumando uno de sus cigarrillos. Fue andando tranquilamente lo
suficiente, pero siguió mirando detenidamente hacia los callejones, como si
estuviera buscando a alguien o algo.
―¿Qué está haciendo? ―preguntó Lily finalmente.
―Sólo mira. Bebiste para regalarte. Balbuceó poesía. Ahora vas a ver el
método de Law ―le dijo Marc.
Fueron por una par de cuadras más, entonces Kingsley se detuvo y miró en
un callejón. Sonrío y apagó su cigarrillo, luego gritó en francés.
―¿Qué está diciendo? ―susurró Lily. Marc frunció el ceño.
―Nada cortés.
―Acabo de apuñalar a un tipo en el estómago, puedo manejar lo que está
diciendo ―espetó ella.
―Está preguntando si su coño es tan bueno como sus tetas ―tradujo Marc.
―Vaya. Tipo con clase.
―Te lo dije. Por si querías saber, ella dijo que sí, y que esta mojada y lista
para él para…
―A veces no estoy segura de porqué te hablo.
―Listo. ―Kingsley se volvió hacia ellos―. ¡Estoy fuera! Nos veremos por la
mañana. ¿Sabes cómo localizarme si algo sale mal?
―Sí. Si la mierda se cae y necesitamos la libertad bajo fianza, encontrémonos
en Dakhla ―añadió Marc.
―Ah, Dakhla. Empiezo a sentirlo como un segundo hogar. Cuán deprimente.
Salud ―dijo como despedida antes de cargar por el callejón.
―Así que, amor, ¿puedo atiborrarte con más alcohol? ¿O estás lista para ir a
la cama? ―preguntó Marc.
―No, no más alcohol, me siento bastante mareada ya. Hotel, por favor
―contestó. Él se rió, y ella se sorprendió cuando sintió su mano curvarse alrededor
de la suya, entrelazando sus dedos con los suyos.
―Mareada. Me gusta eso. Venga, vamos a casa.
Casa.
Él sostuvo su mano todo el camino, y entre eso y el alcohol, podía sentir su
temperatura subiendo como la espuma. Sus mejillas estaban calientes, y sin duda
rojas, y se alegró que estuviera oscuro. Nada como sonrojarse durante sostenerse la
mano para hacer que una mujer se sienta de trece.
Acabas de ayudar a matar a un trillón de personar. ¿¡Va a sonrojarte por sostener la
mano!?
―Tal vez debería cortar todo mi cabello. ―Lily soltó el primer pensamiento
en su cabeza tan pronto como entraron en su habitación.
―¿¡Disculpa!? ―exclamó Marc, volviéndose hacia ella.
―Mi cabello ―reiteró cuando tropezó, quitándose sus zapatos―. Tiraste de
él. Kingsley tiró de él. Ivanov tiró de él. Enormes puñados. Esa mierda duele, casi
preferiría recibir una puñalada otra vez. Tal vez sólo debería cortarlo.
Marc estaba en su cara en un segundo, apoyándola en una pared. Sus ojos
vagaron por encima de su cabeza, su mano levantándose para tocar el final de su
cola de caballo.
―Si alguna vez cortas tu cabello, dispararé primero y preguntaré después
―le informó. Ella se rió de él.
―Para. Podría estar calva y probablemente no te importaría. ―Rió
disimuladamente, empujando su pecho. Él se negó a ceder.
―¿Bromeas? La primera cosa que noté sobre ti fue tu cabello. Es la primera
cosa que busco cuando te pierdo de vista. El cabello se queda ―declaró.
―Está bien. Si te sientes tan firmemente sobre ello, bien ―contestó.
No se movió, simplemente siguió mirándola. Ella le devolvió la mirada,
sosteniendo su respiración. Nunca había tenido miedo de Marc, no realmente. Lo
había seguido la primera vez que habían dormido juntos. La segunda vez, en la
casa que habían irrumpido, ciertamente no se había resistido a él. E incluso justo
después de que habían robado la Explorer, había sido definitivamente una cosa
mutua. El sexo era fácil y natural entre ellos. Como jugar un juego, y ella siempre
se había sentido como su igual.
Pero ahora, por alguna razón, estaba nerviosa. Asustada, y no podía reconocer
por qué. No necesariamente de él, sino de lo que representaba. Un futuro que no
estaba segura de estar preparada. Un hombre que estaba segura que quería. Un
principio que no podía ver un final.
Su boca se estrelló contra la suya, y si no lo hubiera conocido un poco mejor,
habría pensado que estaba un poco asustado, también. La besó como si tuviera
miedo que ella fuera a desaparecer. Como que si moviera sus labios por un
momento, ella desaparecería.
No voy a ninguna parte.
Ella comenzó a tirar de su camiseta y él la agarró por las muñecas, fijando sus
brazos por encima de su cabeza. Siseo por el dolor; su brazo izquierdo estaba
sensible. Pero no hizo caso de ello, y él tampoco, su mano libre moviéndose para
presionarla contra su pecho, luego deslizarse sobre ellos.
―Estuviste increíble, sabes eso, ¿verdad? ―preguntó, deslizando sus labios
sobre su mejilla.
―No. Estaba asustada. Pensé que estaba absolutamente sola. Pensé que iba a
morir. ―Jadeó, estirando sus caderas hacia él.
―Nunca estás sola ―susurró―. Nunca te dejaría morir.
Soltó sus muñecas finalmente y ambas manos volaron hacia sus pantalones
cortos, tirando de ellos abiertos y jalándolos hacia abajo. Mientras ella los pateaba
de sus pies, él separó su propio cinturón y bajó sus pantalones. Entonces estuvo de
vuelta contra ella, forzándola de nuevo.
Sus manos fueron a la parte posterior de sus muslos y él la agarró allí,
levantándola del suelo. Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura y apoyó
sus brazos encima de sus hombros.
―¿Por qué esto se siente diferente? ―gimió, apenas consciente que hablaba
en voz alta.
―Porque somos diferentes ―la sorprendió contestando.
Su mano se deslizó entre sus cuerpos, tirando a un lado su ropa interior,
siguiendo el costado entre sus piernas. Ella jadeó cuando su caliente mano fue
plana contra ella, el talón de su palma presionando, dos de sus dedos deslizándose
dentro de ella. Meció sus caderas hacia adelante, buscando más de él, queriendo
más de él.
Él siempre había sido capaz de leer su lenguaje corporal como si hubiera sido
escrito en un código sólo para él, y tiró su mano libre. Fue un poco de una lucha,
trabajando la entrepierna de sus bragas a un lado, mientras la sostenía y
empujando su dureza dentro de ella, pero ambos se negaron a reducir la velocidad
y alejarse. Marc no era nada sino determinado, y bastante pronto ella estaba
gimiendo mientras se deslizaba sobre él.
―Por favor, por favor ―comenzó ella a susurrar. Él gimió y ella sintió sus
dedos apretarse en sus caderas.
―Joder, no creo que pueda ser suave. He estado muriendo por esto ―susurró
de vuelta. Ella realmente se rió de él.
―¿Esto es una broma? Nadie te pidió que fueras suave ―bromeó, tratando
de menear su cuerpo contra él.
―No quiero hacerte daño. ―Su voz sonaba tensa.
―Caramba, ojalá te hubieras sentido así hace una semana, cuando me diste
una conmoción cerebral.
―Estabas siendo una perra entonces.
―¿Debería ser una perra ahora?
―Lily ―gruñó su nombre en advertencia. Ella empezó a jadear mientras se
movía en sus brazos; estaba tan duro, tan grande dentro de ella, que comenzaba a
dificultar la respiración.
―No puedes hacerme daño. Acabo de sobrevivir al infierno. Quiero que me
hagas sentir bien. Por favor, Marc. Hazme sentir bien ―le suplicó.
La mendicidad siempre era su perdición, y finalmente se retiró y se metió en
ella. Ella jadeó, luego gritó cuando él comenzó a bombear. Trepó para mantener
sus brazos alrededor de su cuello, sus piernas alrededor de su cintura, toda a su
alrededor mientras sus caderas la estrellaron contra la pared.
―Joder, esto nunca deja de sentirse como la mejor cosa del mundo ―gimió,
una de sus manos moviéndose para cubrir la parte inferior de su culo.
―Mmmm hmm ―estuvo de acuerdo, entrelazando sus dedos detrás de su
cuello y tirando su cabeza hacia adelante para poder besarlo. Su otra mano agarró
la parte superior de su muslo, tan dolorosamente, luego realmente se movió entre
su muslo y su cadera. Con la mano bajo su culo, la empujó bruscamente hacia
adelante, y luego su mano libre estaba bajo su pierna. Enganchó su brazo bajo su
rodilla y tiró de su pierna hacia arriba, dándole un acceso aún más profundo.
―Maldición, de dónde saliste ―siseó, liberándose del agarre en su cuello e
inclinándose lejos para poder mirar hacia lo largo de su torso.
―No lo sé ―logró responder, aferrándose a sus hombros mientras se
deslizaba por la pared un poco, sus caderas sobresaliendo. Él golpeó más fuerte.
―¿Cómo te encontré? ¿Cómo conseguí tener tanta maldita suerte? ―siguió
preguntando, estirando su pierna lejos de sus cuerpos.
―¡Marc! Marc… ―gritó su nombre.
Volvió a ella, dejando caer su pierna mientras la besaba con fuerza. Usando la
mano bajo su culo, la mantuvo contra él y los giró, llevándola a través del cuarto a
la cama, saliendo de sus pantalones mientras iba. La dejó caer sobre el colchón,
luego se arrodilló entre sus piernas. Cuando se inclinó para quitarse su camiseta,
ella copió sus acciones, tirando de su propia camiseta. Cuando fue a echarla a
través del cuarto, sintió sus manos deslizándose alrededor de su caja torácica,
avanzando lentamente hacia su columna vertebral, donde desengancharon su
sujetador. Mientras ella bajó las correas por su brazo, él tiró de su ropa interior,
sacando el material debajo de su trasero y arrastrándolos por sus piernas.
―Tu piel siempre es tan suave. ―Suspiró, sus manos deslizándose sobre las
cumbres de sus muslos mientras iba de regreso a su cuerpo. Ella se acostó y estiró
sus brazos.
―Tus manos siempre son tan ásperas ―respondió ella. Como para confirmar
ese hecho, sus uñas rasguñaron los lados de sus pechos antes de que los ahuecara
en sus palmas.
―Te gusta áspero ―susurró, su boca moviéndose a un pezón.
―Me gustas tu áspero.
Los dientes encontraron la piel sensible y ella brincó, forzando más de su
pecho en su boca. Él se rió entre dientes y se apartó, dejando que su lengua se
deslizara todo el camino hasta su cuello. Luego la abandonó y fue como si alguien
se hubiera llevado todo su calor. Ella lo alcanzó, pero sus yemas apenas rozaron
contra su pecho antes de que se fuera.
―Ven aquí. ―Respiró, agarrándola por la cintura y arrastrándola hacia él.
Sus ojos rodaron hacia atrás en su cabeza y ella mordió su labio, saboreando la
sensación de estar llena con él otra vez. Entonces los movió de nuevo, sosteniendo
sus caderas para encontrarse con él mientras estaba en sus rodillas. Su espalda se
arqueó, dejando sólo sus omóplatos contra el colchón.
―¡Dios! Sí, Marc, sí… sólo… como… eso. ―Jadeó a tiempo a sus empujes. Él
estaba golpeando en ella, perforándola en el colchón.
―Dime que amas esto ―gruñó, una de sus manos resbalando a través del
brillo de sudor que cubría su cuerpo y sujetándose a su pecho.
―Amo esto. Dios, amo esto tanto ―coincidió.
―Nadie jamás te ha hecho sentir así ―continuó.
―Nadie. Nunca. ―Su voz alcanzó un tono que nunca había escuchado antes
mientras sus caderas comenzaron a moverse a un ritmo vertiginoso.
―Me quieres. Quieres esto conmigo.
―Tanto. Todo el tiempo.
―¿Siempre?
―Siempre.
Si hizo más preguntas, Lily no podía oírlo. Había perdido el control de su
boca, gimiendo y gritando. La cabecera se estrelló contra la pared, haciendo caer
una pintura decorativa. Su mano soltó su pecho, y ella lo reemplazó con la suya,
amasando y pellizcando. Sus dedos se arrastraron contra su piel, arañando un
camino hasta donde su pelvis estaba tratando de hacerlo más duro para volverla al
revés. Cuando sus dedos pellizcaron y amasaron al mismo tiempo que los suyos,
ya no pudo soportarlo más.
Nunca fui capaz de manejarlo.
Ella gritó cuando se vino, sus manos volando al colchón, agarrando la manta
en sus puños. Sollozó y le rogó que dejara de moverse, incapaz de manejar la
electricidad que corría a través de su cuerpo junto a su polla moviéndose fuera de
ella.
No se detuvo, como de costumbre, pero se soltó de sus caderas. Se movió con
ella y se sentó sobre ella. Mientras ella se estremecía y convulsionaba debajo de él,
él movió un brazo bajo su espalda, moviendo su mano por su espina dorsal hasta
que se apoderó de su hombro. Ella siguió estremeciéndose mientras él retorcía sus
caderas contra ella. Su orgasmo había disminuido, pero no había parado. Sintió
como si una picana eléctrica la siguiera golpeando bajo en su vientre, y ella se
sacudió y se movió, incapaz de corresponder a cualquiera de sus movimientos.
Su otro brazo rodeó su cintura, y estaban en completo contacto. Una entidad,
cada centímetro de piel tocándose desde las caderas hasta el pecho. Las sacudidas
eléctricas se hicieron más fuertes, el orgasmo volvió a ganar tracción. Estaba
lloriqueando incoherentemente, y casi lo perdió cuando presionó sus labios contra
su oído y susurró algo. Algo que ella hubiera odiado perder.
―Siempre.
Su orgasmo entró en plena floración al mismo tiempo que su erupción. Todo
su cuerpo se flexionó, sus brazos sosteniéndola tan fuertemente que ella tuvo
dificultad para respirar. Sus caderas se movían y se sacudían por lo que parecía
una eternidad, pero a ella no le importó. Se quedaría así para siempre, si él la
dejara.
Siempre.
Se habría desmayado si la hubiera dejado sola, pero por supuesto no lo hizo.
La arrastró de la cama y la metió en la ducha. Se quejó, pero cuando se quedó de
pie bajo el agua caliente, se dio cuenta de que era una buena idea. Todos sus
músculos estaban doloridos, y ahora que no estaba atrapada en una niebla sexual,
podía sentir que su brazo dolía.
Marc lavó su cuerpo por ella, masajeando sus músculos mientras trabajaba
sobre su piel. Luego la ayudó a lavar su cabello, y ella se rió de él, explicando que
nunca lo había imaginado siendo un buen cuidador. O bueno en algo suave en
realidad.
Ella consiguió ser golpeada en la cara con un paño.
―¿Con qué frecuencia haces eso? ―gimió Lily, gateando por la cama y
poniéndose bajo la sábana.
―¿Qué? ―preguntó Marc, sentándose junto a ella. Agarró su brazo herido y
lo sostuvo sobre sus piernas.
―Follar a mujeres hasta que no pueden pensar con claridad.
Él se rió entre dientes mientras envolvió su brazo de nuevo en un vendaje
estupendo.
―Lo más a menudo posible, amor ―fue su respuesta.
―¿Cuándo fue la última vez que tuviste una novia? ―Lily decidió seguir
adelante. Él la miró.
―¿Por qué? ¿Estás postulando para el trabajo? ―hizo una pregunta de las
suyas.
―Eso es probablemente exactamente lo que parecería, un trabajo ―bromeó.
―Este estilo de vida y las relaciones no van exactamente de la mano ―
respondió finalmente―. Conozco a un par de personas que lo manejan, llevan
vidas dobles, solo toman trabajos selectos. La mayoría opta por el estilo de vida de
Law, sin embargo.
―¿Qué es “El estilo de vida de Law”? ―preguntó. Él se movió bajo la sábana,
luego se deslizó por lo que estaba tendido junto a ella.
―Follar cualquier cosa que se mueva. Me sorprende que no te haya metido
en la cama todavía. Si ese hombre no consiguiera sexo regularmente, estoy
bastante seguro que su cerebro se fundiría. Lo necesita para funcionar ―explicó
Marc.
―¿Me pregunto por qué?
―Es una historia larga. Toma mi consejo, nunca preguntes.
―¿Y usted, Sr. De Sant? ¿Lo necesita para funcionar? ―preguntó, rodando
sobre su lado para estar enfrente de él. Él sonrió mientras miraba hacia el techo.
―No. Sólo duermo con sexys pelirrojas a las que les gusta golpear la mierda
de mí ―contestó.
Ella se echó a reír y fue a golpearlo en el brazo, pero se congeló en medio de
la oscilación. Hubo un sonido viniendo de la habitación contigua. Levantó su
cabeza mientras Marc se apoyó en sus codos. Escucharon en silencio por un
momento, pero entonces se dio cuenta de lo que era y su mano voló a su boca.
―¡Oh, Dios mío! ―susurró―. ¡¿Ese es Kingsley?!
No se pudo confundir el acento cuando la voz en la otra habitación se hizo
más fuerte. Lily miró fijamente a Marc mientras escuchó las cosas que salían de la
boca del otro hombre. Ni siquiera sabía algunas de las malas palabras que estaba
gritando. Una mujer estaba en la habitación con él, pero no decía palabras. Bien,
eso no era necesariamente verdad. Ella seguía gritando sí, una y otra vez, en varios
idiomas diferentes. Hubo el sonido de algo siendo golpeado, repetidamente, y sus
gritos aumentaron en volumen. Su conversación sucia se hizo aún más fuerte.
―Sí, sí suena como él. No me di cuenta que estaba en la habitación de al lado
―comentó Marc.
―¿Vamos a tener que escuchar esto toda la noche? ―gimió Lily,
recostándose.
―Probablemente.
―Dios.
―Está bien, porque ¿sabes qué? ―preguntó Marc, rodando sobre su lado
también y envolviendo su brazo alrededor de su cintura.
―¿Qué?
―Si no puedes vencerlos, únete a ellos. Vamos a darle una carrera por su
dinero ―sugirió Marc, rodando de nuevo y tirándola con él. Ella sonrió y se movió
así se sentaba a horcajadas sobre su cintura.
―Finalmente, un plan que puedo apoyar.
(26)
DÍA ONCE

—¡B
uenos días, cariño!
Marc echó un vistazo sobre su hombro, mirando a Kingsley
acercarse. El británico lucía fuera de lugar, cruzando la arena
mientras llevaba un traje casi brillante gris plomizo, hecho a
medida.
―Buenos días ―replicó Marc, regresando su atención a la orilla.
―Parece que tuviste una noche bárbara anoche. Lo juro, no hay nada como
un poquito de sexo rudo para deshacerse de todos esos miedos post-trabajo ―dijo
Kingsley con un suspiro mientras se dejaba caer en la arena.
―Muy cierto, debería intentarlo más a menudo.
―Bueno, eso debería ser fácil de ahora en adelante.
―No realmente.
―Basado en los sonidos que oí procedentes de tu habitación anoche, debería
ser más allá de fácil. De hecho, tengo muy serias dudas de que incluso seas capaz
de mantener su ritmo ―bromeó Kingsley, e hizo un gesto con su cabeza al objeto
de su discusión.
Marc sonrió, observando a Lily caminar por el agua metida hasta los muslos.
Se encontraba a bastante distancia, llevando el bikini negro que él le había
comprado sólo un par de días atrás.
Tan poco tiempo juntos. Tanto tiempo juntos.
―Sí, sí, tengo esas mismas dudas también. Escucha, tengo algunas malas
noticias… ―Marc dejó que su voz se desvaneciera.
Después de su segunda o tercera ronda en la cama, Marc se había levantado
para ir al cuarto de baño. Se lavó el rostro, luego decidió cepillarse los dientes.
Cuando había vuelto a la habitación, Lily ya estaba dormida, tumbada sobre su
estómago una vez más.
La miró por un largo tiempo. Se había convertido en una especie de hábito, se dio
cuenta. Sorprendente. Marc nunca había estado alrededor de alguien el tiempo
suficiente para formar cualquier hábito. Pero le gustaba. Su presencia lo
tranquilizaba, aliviaba el dolor cansado del mundo que se había instalado en sus
huesos. En su alma.
Pero no había descanso para los malvados. Es por eso que Marc apenas
dormía nunca. Mientras Lily soñaba, él se mantuvo ocupado. Sacó un ordenador
portátil de las cosas de Kingsley y lo puso sobre una mesa en la esquina de la
habitación. Piratearlo no fue difícil y, pronto, Marc se sumergía en el amplio
mundo de la red.
En su línea de trabajo, Marc se apegaba estrictamente a círculos de crimen
organizado. En su experiencia, eran más confiables, al menos en el sentido de que
siempre pagaban y raramente traicionaban… a pesar de las actuales circunstancias.
Había trabajado con ramas de La Cosa Nostra, círculos de drogas mexicanos, la
mafia judía y, por supuesto, muchas Bratvas rusas. Marc era un trabajador
autónomo, trabajando sólo para sí mismo, y tenía diferentes maneras en las que
podía ser contactado. Teléfonos de pre-pago, direcciones de correo electrónico
seguras y un servicio de llamadas en Tailandia.
Pero había un montón de gente que prefería tener a alguien más que
manejara los tecnicismos del negocio, como Kingsley. El mercenario británico tenía
un contratista en Brooklyn, un hombre llamado Carl, que trataba con los bajos
fondos y llamaba a Kingsley con las ofertas de trabajo. La gente que pagaba a
Kingsley nunca sabía su verdadera identidad. El contratista negociaba el precio y
recibía una parte del pago. El anonimato de Kingsley estaba protegido. Carl había
estado intentando llevar a Marc a trabajar con él durante años, así que ponerse en
contacto con él no era difícil, y recibir noticias de él era incluso más fácil.
―Oh, Jesús, ¿siquiera quiero saber? Ni siquiera he desayunado, yo…
―empezó a quejarse Kingsley, pero Marc alzó una mano. Dos hombres estaban
caminando por la playa, justo por la orilla. Marc los observó, su otra mano
apoyada en la culata de su pistola. Pero, por suerte, todo lo que hicieron fue mirar
a Lily, piropeándola un poco, mientras pasaban caminando. Ella les sacó el dedo
medio y Marc sonrió.
―Stankovski ha puesto precio a nuestras cabezas ―dijo Marc. Kingsley
resopló.
―Añádelo a la lista. Nadie ha llegado a mí todavía. ¿Cuánto es eso para ti?
―No sé, un par. El precio no es siquiera tan grande.
―Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Estás asustado?
―Todavía mantiene el precio por la cabeza de ella ―continuó Marc.
―Oh. Bueno, ¿y? Ambos hemos tenido precios por nuestras cabezas durante
años y hemos sobrevivido muy bien.
―Un millón.
―¿Perdona?
―Un millón. Un millón de dólares por su cabeza ―repitió Marc.
Kingsley hizo un sonido de ahogo, inhalando agudamente y atragantándose
con el aire. Volvió su cabeza hacia el océano.
―¡¿Me estás diciendo que Anatoly Stankovski está ofreciendo un millón de
dólares por la muerte de Lily?! ―exclamó. Marc asintió.
―Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Al parecer, realmente le gustaría
recuperar esos diamantes.
―¡Pero ella dijo que se deshizo de ellos!
―Y ahora ves el problema.
―No puedo creerlo. Un millón de dólares ―murmuró Kingsley. Marc se
volvió y vio que el otro hombre miraba a Lily.
―Oye. No tengas ninguna idea de mierda, ¿de acuerdo? O voy a cobrar tu
recompensa ―amenazó Marc. Kingsley puso los ojos en blanco.
―Nunca lo harías. Y para lo que importa, ninguno lo haría. Es obvio por qué
te has encariñado tanto. Es una chica muy especial ―comentó.
―Es un dolor en el culo ―espetó Marc, luego se volvió para poder mirarla.
―Ah, pero es tu dolor.
Marc continuó mirando, respirando profundamente por su nariz.
―Estaba tan molesta ayer ―empezó a hablar en voz baja―. Del tipo
completamente antes de la cena. Estaba enloquecida. Nerviosa. Asustada. Entonces
me dijo que pensaba que la única razón por la que habíamos vuelto por ella era
para llevarnos los diamantes. Estaba molesta.
―Todas las reacciones normales en una persona, diría ―apuntó Kingsley.
―Sí, para una persona normal. No somos gente normal, Law. Esto no es un
modo de vida normal. Ella sólo lo hacía para lograr venganza. No estaba destinada
a ser esta persona. No quiero que sea esta persona. No quiero… ―La voz de Marc
se desvaneció.
No quiero ser el que la convierta en esa persona.
―No creo que en realidad nada de esto sea asunto tuyo. Es una mujer adulta
que se metió en este negocio por su propia cuenta, por sí misma, lo cual en sí es
una hazaña. Obviamente también es muy buena en ello. Así que, a pesar de si
quieres o no que sea “esta persona”, es su elección, y necesitas dejar que la tome
―repasó Kingsley.
―No sé si puedo hacer eso.
―¿Por qué?
―Porque… me preocupo demasiado por ella.
―Jesús, De Sant ―dijo Kingsley con un suspiro―. Vas a muerte, ¿cierto?
Encuentras a una mujer que puede de verdad mantenerte el ritmo, en cada sentido
de la palabra, y estás preocupado de que salga herida. Ni siquiera era consciente
de que fueras capaz de preocuparte por alguien.
―Cállate.
―Entonces, ¿cuándo vas a decirle sobre la recompensa? ―preguntó Kingsley.
―No voy a hacerlo.
―¡¿Por qué no?!
―Porque sólo la enloquecerá. Voy a ocuparme de todo esto. Lo resolveré.
―Esto es estúpido, De Sant. Incluso para ti.
―Tal vez. Pero estoy dispuesto a ser estúpido si eso significa protegerla.
―Habla con ella. Parece bastante capaz de cuidarse. Necesitas empezar a
pensar en ella como una compañera, no una muñeca delicada.
―No pienso en ella como una muñeca. Pienso en ella como algo…
importante. Algo que se necesita mantener a salvo.
Kingsley soltó un profundo suspiro.
―De todas las jodidas veces para encontrar nobleza, De Sant.
―¿Verdad? Justo a tiempo.
(27)
DÍA ONCE

—N
o puedes hablar en serio.
Lily se puso de pie en el pasillo del hotel, viendo que
Kingsley arrastró su mochila de su habitación.
―Es una cosa curiosa, querida ―suspiró mientras se ponía
una chaqueta de traje―, me agrada De Sant como un hermano, lo que también
significa que después de demasiado tiempo juntos, quiero matarlo. Se está
acercando peligrosamente a conseguir una bala en la cabeza de mi parte, así que
debe estar apagado.
Lily no estaba segura de lo que había sucedido en su ausencia. Se había
pasado la mayor parte de la mañana en la playa, tomando el sol y las olas. Cuando
volvió a su habitación, Marc se había ido. Kingsley había estado ausente. Pero
todas sus cosas todavía estaban allí, así que no se había preocupado demasiado en
ello. Se consiguió el almuerzo en el restaurante del hotel, y luego volvió a subir y
se echó una siesta, estirándose por toda la cama. Marc la despertó un par de horas
más tarde, informándole que Kingsley se iba.
―Quédate otra noche ―rogó Lily, triste de verlo irse. Disfrutaba de la
compañía de Kingsley, su ingenio y sus bromas. La facilidad que tenían entre sí.
No encontraba eso a menudo con otras personas y quería aferrarse a ello.
Aferrarse a un poco de normalidad.
―¿Qué hará una noche más, aparte de que mañana sea aún más difícil?
―preguntó él. Ella frunció el ceño.
―Sólo pensé que sería bueno… ―Su voz se apagó. ¿Qué podía decir?
¿Agradable permanecer juntos? ¿Qué, los tres cabalgarían hacia el atardecer
juntos? ¿Comprarían un dúplex en los suburbios de Cleveland y vivirían lado a
lado? Marc podría conseguir un trabajo como gerente de una tienda de
comestibles, Kingsley podría trabajar en publicidad, Lily podría volver a la banca.
Estás tan fuera de tu liga con estos hombres. Hora de decidir si deseas saltar a la parte
más profunda, o quedarte en la piscina para niños.
―Yo también. Es muy fácil que la gente se apegue a mí, entiendo ―bromeó
él, sonriéndole. Tuvo que bajar el cuello un poco, era mucho más alto que ella. Un
hombre alto y flaco, tan guapo en sus trajes de diseño.
―Voy a extrañarte ―dijo ella simplemente.
―Y yo a ti. Pero vamos a vernos otra vez ―le aseguró.
―¿Lo haremos?
―Oh, estoy seguro de eso. Algo me dice que no serás capaz de mantenerte
fuera de problemas por mucho, y luego el viejo y buen Law tendrá que entrar y
salvar el día otra vez ―bromeó, pellizcando su barbilla entre sus dedos y
moviendo su cabeza.
―¿De nuevo? ¡Me sostuviste y me ahogaste!
―¿Y no fue divertido? No puedo esperar para la próxima vez.
Antes de que pudiera responder, se inclinó y la abrazó, envolviendo sus
brazos alrededor de ella con fuerza. Lily se puso de puntillas y le devolvió el
abrazo, tan fuerte como pudo. Había hecho tanto por ella. Ella había hecho tan
poco por él. No se sentía bien.
―Gracias, por todo ―susurró.
―A la orden, querida ―susurró él.
El momento era muy pesado, por lo que fue doblemente impactante cuando
él le apretó el culo antes de darle una nalgada bruscamente. Ella se rió y se apartó
de él. Él le dio otro guiño y una sonrisa, luego se puso su paquete en el hombro
antes de irse por el pasillo. Ella suspiró mientras lo vio alejarse, todo el camino
hasta que desapareció en el ascensor.
―Jesús, eso fue dramático. Seguí esperando a que empujaras tu lengua en su
boca.
Lily puso los ojos en blanco y se dio la vuelta, encontrando a Marc de pie en
su puerta.
―Iba a hacerlo, pero podía sentir tus ojillos en nosotros. No puedo creer que
ni siquiera dijeras adiós ―se quejó, empujando más allá de él y entrando en la
habitación.
―Le he dicho adiós a él un montón de veces. Nunca ayuda, sigue regresando
―bromeó Marc.
―Esa podría ser la última vez que lo ves, sabes. ¿Y si se muere en su próximo
trabajo? ¿Qué pasa si alguien finalmente logra asesinarlo? ―preguntó Lily, sentada
al pie de la cama.
―Entonces voy a decirle a su madre y voy a ir a su funeral. Pero hasta que
ese día pase en realidad, está vivo, y lo trataré así. Tiene que mantenerse en
movimiento, corazón. No puede detenerse en peros o tal vez ―le informó.
―Es más fácil decirlo que hacerlo ―se quejó.
Marc tomó una respiración profunda, y luego se puso en cuclillas frente a
ella. Puso sus manos sobre sus muslos, acariciando a ritmo lento al principio, luego
deslizando hasta el dobladillo de sus pantalones cortos. Clavó los dedos en su
carne y arañó su camino de regreso hasta las rodillas.
―He estado pensando ―comenzó, y ella estuvo instantáneamente en
guardia.
―Eso nunca es una buena cosa.
―¿Qué sigue para nosotros? ―preguntó.
En realidad no lo habían discutido. Lily tenía casi miedo de abordar el tema,
porque no sólo no estaba segura de exactamente lo que quería, sino que no tenía
idea de lo que quería. El rechazo era casi tan atemorizante como tener una pistola
en la cabeza, mientras estaba ahora muy consciente.
―¿Qué quieres que siga? ―respondió ella, no estaba dispuesta a romper
primero.
Él apartó la mirada de ella, su mirada viendo por la ventana. Se quedó en
silencio por un largo tiempo, a continuación, una sonrisa comenzó a jugar en sus
labios.
―Pemba.
El corazón le dio un vuelco.
―¿Qué?
―¿Recuerdas esa casa? ¿Esa noche? Te dije sobre ese lugar, frente a la costa,
la Isla de Pemba ―explicó. Por supuesto que recordaba. ¿Cómo podía haber
olvidado?
―¿Qué pasa? ―preguntó con cautela.
―Todavía podríamos ir allí. Tal vez tomar unas vacaciones. Te gusta la playa.
Lo recuerda, también.
―Me gustaría tomar unas vacaciones contigo ―susurró ella. Él asintió.
―Bien. Pero hay algunas cosas que tenemos que aclarar.
Su voz volvió de nuevo a su habitual voz alta, al tono de mando, y se puso de
pie, caminando alrededor de la habitación.
―¿Como qué? ―preguntó Lily.
―Tú casi no existes en este mundo, pero soy un gran jugador. Stankovski no
sólo va a dejar que me aleje de esto, no ahora que los diamantes se han ido. Tengo
que volver a Liberia, cuidar de cabos sueltos allí. Y entonces necesito desaparecer.
Sacar todos los activos que tengo, asegurarme de que todos mis contactos sepan
que me he vuelto oscuro. Necesito hacer que estemos lo más seguros posible.
Necesito volverme invisible ―explicó.
―Está bien, lo entiendo, ¿pero eso tiene que suceder ahora mismo?
―cuestionó.
―Sí. No tengo ninguna duda de que él ya está tomando medidas para
congelar todas las cuentas que tengo, quitarme mi dinero. Tengo una gran parte
enterrada en algún lugar, tengo que ir a buscarlo, si queremos sobrevivir. Necesito
hacer esto ahora, lo más rápidamente posible. Si no lo hago, podríamos estar
muertos antes de empezar ―le advirtió Marc. Su pecho calentándose a su uso del
plural “nosotros”.
Una endurecida transportadora criminal, y sigues poniéndote vertiginosa cuando un
chico te sostiene la mano e implica que están juntos.
―Entiendo. Así que vamos a Liberia, y…
―No tú. Solo yo.
―¿¡Por qué no puedo ir!? ―exigió Lily.
―Debido a que has hecho lo suficiente, cariño, y siento tener que decirlo,
pero me moveré más rápido sin ti ―le dijo. Ella sintió que su sangre comenzaba a
hervir, pero antes de que pudiera decírselo, él siguió―. En diez días, nos
encontraremos allí. Diez días, para deshacerme de todos los esqueletos en mis
armarios. Diez días, y podemos llegar a ser gente nueva ―le dijo.
―Nuevas personas ―repitió ella, anhelando tanto la idea que era casi
físicamente doloroso. Tanto que bloqueaba sus preocupaciones.
―Nuevas personas, juntos.
Vendido.
En la mente de Lily, siempre había mantenido la idea de ellos “estando juntos”
en la bahía. Él era un mercenario despiadado, lo había visto matar a varias
personas, no podía posiblemente querer estar con ella. Ni una sola vez había
mencionado nada acerca de sentir nada por ella. Sólo que le gustaba dormir con
ella, eso fue todo. Ella era una novata, alguien de puntillas alrededor en su hábitat
natural. Tan dura como pensaba que era, todavía se sentía como si no estuviera a la
altura de él. ¿Por qué iba a querer estar con alguien que no consideraba un igual?
Pero tal vez nada de eso importaba. Tal vez él estaba dispuesto a cambiar su
estilo de vida; tal vez estaba listo para tener una oportunidad en otra cosa.
Con ella.
―No te haría ir más lento ―dijo con cautela. Él negó.
―Lo harías. E incluso si no lo hicieras, no te quiero conmigo.
―¿Por qué no?
―Porque al ver a Ivanov casi matarte fue lo peor que he experimentado en
mi vida. No puedo manejar eso ocurriendo de nuevo, y hay una posibilidad de que
podría si estás quedándote conmigo. Simplemente no puedo, Lily. Si te ocurriera
algo… me volvería loco.
Olvida ruborizar, todo el cuerpo de Lily se incendió, y alzó la vista hacia él.
En esos ojos azules que le devolvían la mirada con tanta fuerza.
―Volverás por mí ―susurró.
―No quiero volver a estar lejos de ti ―susurró él, cayendo de rodillas
delante de ella―. Pero tengo que hacer esto.
―No quiero que te vayas.
―Lo sé.
―Está bien. ―Suspiró―. Así que. ¿Has dicho diez días? ¿Nos encontraremos
en diez días?
―Sí. Hay un resort, voy a reservar una villa. Privada, en la playa. Vas a ir allí
antes que yo, a relajarte. Llama a tus padres. Lávate los últimos cinco años. Luego,
cuando tenga todo arreglado, te encontraré allí.
―¿Lo prometes? ―preguntó.
Vaciló, su mirada tan intensa que se sentía como si estuviera leyendo su
mente. Estaba oyendo lo tanto que quería esto de él. Lo mucho que lo deseaba a él.
―Lo prometo ―respondió. Ella sonrió.
―Bueno. Así que en algún momento dentro de los diez días, aparecerás.
Estaremos juntos. ¿Y entonces…?
―Y luego ―Marc también sonrió y puso sus manos a cada lado de sus
caderas, obligándola a acostarse―, te voy a profanar en formas que nunca creíste
posible.
―Está bien, y después de que esos quince minutos hayan terminado,
entonces, ¿qué?
Se echó a reír.
―Estás muy obsesionada con nuestro futuro juntos. Creo que tienes un
enamoramiento de mí, Lily ―bromeó en voz baja. Ella resopló.
―Tengo un enamoramiento enorme de tu cuerpo. Tú, por el contrario, te
quiero matar la mayoría de las veces.
―Es una pena, porque la mayoría de las veces, sólo quiero devorarte
―susurró, bajando la boca a su cuello.
―Diez días. ―Respiró ella, extendiendo los brazos.
―Diez días.
―Y luego vamos a estar juntos. Vamos a ser personas diferentes.
―Gente diferente.
Eso es todo lo que quería, ser otra persona. Alguien que pudiera hacer daño. Alguien
que podría matar. ¿Quién quiero ser ahora?
(28)
DÍA VEINTITRÉS

L
ily paseó a través de la habitación del hotel.
Miró por la ventana.
Retrocedió.
Miró el teléfono satelital que tenía.
Retrocedió.
¿¡Dónde demonios estaba él!?

Una vez que llegó al complejo turístico, Lily había pensado que sería capaz de
relajarse. Pero realmente no podía. Quedarse en África la puso nerviosa. Le
causaba ansiedad. Tanzania y Zanzíbar eran muy diferentes de África occidental,
eran destinos turísticos enormes, pero aun así. Siguió mirando por encima del
hombro, y pagó todo en efectivo, incluso sus vuelos.
Marc la había dejado bien provista: había conseguido que parte de su dinero
fuera transferido a un banco internacional de Casablanca. Peligroso y
completamente rastreable, pero él había dicho que no se quedarían allí mucho
tiempo, realmente no importaba. Le dio casi todo a ella, luego salió y encontró su
nueva documentación, un nuevo pasaporte, una nueva identificación. Era una
nueva persona, en menos de un día.
Despedirse había sido difícil. Mucho más difícil de lo que ella hubiera
pensado. Diez días no eran mucho tiempo, y sólo habían estado juntos por la
misma cantidad de tiempo. Trató de ser fuerte en el aeropuerto, trató de no
mostrar emoción. Pero cuando la besó de una manera que le había hecho doler el
corazón, no pudo evitarlo. Había derramado una o dos lágrimas por él. Por ellos.
Se registró en una villa frente al mar, el complejo turístico era impresionante
y amplio, todo incluido y exclusivo. Marc no había ahorrado ningún gasto. Pero
seguía nerviosa, así que cuando llegó a la villa, la revisó cuidadosamente. Incluso
se arrastró bajo el pasillo de madera, buscando señales de que alguien hubiera
estado allí, tal vez plantando una bomba debajo del edificio. Pero no encontró
nada. La habitación parecía intacta.
Había sido difícil, al principio, estar sola. Le tomó un tiempo volver a entrar
al ritmo de la normalidad. Levantarse todos los días y no tener nada realmente
importante que hacer. No le gustaba. Antes, tenía un propósito específico cada día.
Un trabajo que preparar, un entrenamiento que hacer, un viaje que hacer. Ahora,
su mayor preocupación era si tenía o no fruta o avena para el desayuno.
Odiaba eso.
Lo único que lo hacía soportable era Marc. Le había dado un teléfono satelital
que no se podía rastrear, y la había llamado en su primer día separados. Luego
llamó al día siguiente. Y el siguiente. Hubo algunas conversaciones de sólo cinco
minutos, solo él se reportó con ella. Algunas duraron horas, yendo hasta muy
entrada la noche mientras escuchaba su voz. La voz que decía todas las palabras
que había estado muriendo por escuchar.
Pero después de una larga y dulce llamada telefónica, habían dejado de
llegar. A partir del octavo día, no escuchó de él. No tenía ni idea del porqué. No
sabía si estaba bien. Él le había advertido que tal vez tendría que dejar de
comunicarse por algún tiempo, por lo que no se sorprendió al principio. Pensó que
iba a llamar o aparecer cuando pudiera.
Entonces llegó el décimo día. Se sentó en la villa todo el día, esperando por él.
Sentada durante la tarde. Permaneciendo sentada durante toda la noche. Por la
mañana, todavía no había Marc. Ni una palabra de él. Ni nada.
Ahora era el duodécimo día, y todavía no había señales de él. Eso la congeló.
Marc era invencible en su mente, pero sabía que en realidad era muy humano.
Muy mortal. Le preocupaba que hubiera sido capturado, o herido, o algo peor.
Eso no puede suceder. Él no lo permitiría. Él lo prometió. Él va a volver.
No sabía qué hacer. El número de teléfono guardado en su teléfono satelital,
desde el que Marc había estado llamando, ya no funcionaba. Se sentía como si
hubiera sido arrojada a la deriva en el océano. Sin rumbo, sin remos, sin
conocimientos de navegación.
¿Qué demonios está pasando?
Se estaba volviendo loca. Había pasado cinco años virtualmente sola sin
ningún problema. Una semana con Marc y de repente estar sola era un gran
maldito problema. Pasó el día paseando alrededor de la villa, sin saber qué hacer
consigo misma. Luego miró hacia fuera. Se dio cuenta que no podía quedarse de
pie sin hacer nada. Se volvería loca. Así que entró en el dormitorio y comenzó a
buscar en su equipaje. Bueno, en realidad no se puede llamar equipaje.
Era la mochila que Marc le había dado. La que nunca había estado sin él. La
única pieza física que tenía con ella.
Se sorprendió al descubrir que estaba casi nostálgica por su tiempo juntos.
Había sido un temible, peligroso y constante movimiento. Luchando, gritando y
constantemente tratando de golpearse el uno al otro. La había desafiado y
finalmente, a ella le había gustado.
Agitada con la nostalgia, sacó los pantalones cortos que había comprado
cuando habían estado huyendo de Tánger, en su camino a Casablanca. Sonrió ante
los recuerdos. Kingsley burlándose de ella. Marc tocándola.
Se quitó la ropa y se puso los pantalones cortos cuando llamaron a la puerta.
La sacó de sus recuerdos y se giró. Eran las seis de la tarde. No conocía a nadie.
¿Quién podría estar de visita?
¿¡Marc!?
No era estúpida, así que se dirigió a la puerta principal con su pistola frente a
ella. Se levantó y miró por el agujero. Un hombre estaba afuera, vestido con el
uniforme del hotel. Tenía una bandeja de plata, con algo en ella. Algo blanco, como
un trozo de papel doblado. Lily entrecerró los ojos, luego abrió la puerta y apuntó
con el arma a su rostro.
―¿Qué quieres? ―preguntó.
Era un hombre joven, y estaba visiblemente asustado de su arma.
Probablemente con toda su apariencia, no se había molestado en ponerse una
camisa y solo llevaba los pantalones cortos y un sujetador. Dio otro paso adelante y
observó que él se estremeció.
―Usted… tiene una carta, señora… una carta para usted ―tartamudeó,
sosteniendo la bandeja. Era un sobre que estaba sobre ella y Lily lo arrebató.
―¡Lárgate de aquí! ―espetó ella, luego le cerró la puerta en su cara.
Observó por la mirilla mientras él salió corriendo, y luego se apresuró de
regreso al dormitorio. El sobre tenía una marca de agua, el logotipo del hotel en
Casablanca, y su nombre falso estaba garabateado en la parte delantera en grandes
letras. Lo abrió y sacó un pedazo de papel. También llevaba el emblema del hotel.
Quienquiera que había escrito la carta, lo había hecho mientras ella estaba en
Casablanca. Hicieron esto cuando estaban en ese hotel. No era una buena señal. Se
sentó en el borde de la cama mientras lo desplegaba.

Cariño…
Sonrió, trazando sus dedos sobre la palabra. Odiaba ser llamada por nombres
cariñosos, lo había odiado cuando él no usaba su verdadero nombre. Ahora, habría
matado por escucharlo susurrándoselo.

¿Te dije que era hermoso, no? Apuesto a que no me creíste. Tan perra.

Rió a carcajadas.

Ojalá estuviera allí contigo ahora. Ojalá estuviéramos sentados en la arena. Riendo.
Discutiendo. Cualquier cosa, siempre y cuando estuviera contigo.
Pero eso no sucederá.
Y no va a pasar.

Lily contuvo el aliento.

Eres muy buena en lo que haces, cariño, pero tienes un largo camino por recorrer, y
esta vida no es adecuada para ti. Demasiado temperamental, demasiado ingenua, demasiado
fácil de engañar, esta carta es un excelente ejemplo de lo fácil que es manipularte. No es
algo bueno, en mi mundo. Más allá de eso, tienes la bondad, en tu corazón, y si permitiera
que se contamine, si yo arruinara eso, nunca sería capaz de perdonarme a mí mismo. Te
mereces algo mejor que yo. Alguien que tenga sentimientos reales y una vida real. Alguien
que pueda crecer contigo, moverse contigo y cambiar contigo. Alguien que no pondrá tu
vida en peligro, simplemente por estar contigo en una habitación.

Esto era increíblemente dulce. Realmente conmovedor. Pero aún.


Quería encontrarlo y darle un puñetazo en la garganta.

Nadie será capaz de lastimarte. Voy a atrapar a Stankovski. Lo traeré por ti. Puedo
hacerlo más rápido de lo que tú podrías hacerlo, de todos modos. Puedo realmente lograr tu
objetivo. Es mejor de esta manera. No más trabajos. No más hacer algo sin razón. Le haré
pagar, por todo lo que nos hizo. Por todo lo que te hizo. A tu hermana Kaylee. Lo prometo.
No me importa si me lleva años, no me importa si me cuesta la vida; nunca tendrás que
preocuparte por él de nuevo. Él ya no es tu problema.
Te extraño. Extraño tu cuerpo. Extraño estar dentro de ti. Extraño tus ojos. Te
extraño diciéndome qué hacer. Te extraño haciéndome reír. Y que Dios me ayude, extraño
estar en un auto contigo. Cualquier auto contigo.
Creo que siempre te extrañaré.
Vete a casa. Ve a casa con tus padres. Ve a casa con tus amigos. Ve a casa a tu vida.
Por favor, créeme cuando digo que esto es lo correcto. Por favor ten fe en mí que me vengaré
por ti. Ve. Vivir. Estar viva. Disfrútalo.
Olvídate de esta vida. Olvídate de este hombre. Olvídate de África.

Siempre,
Marcelle De Sant

Lily dobló la carta y con calma la devolvió al sobre. Se quedó sentada por un
minuto, mirando sus manos. Luego se levantó. Se puso una camisa. Se detuvo el
tiempo suficiente para tomar una taza de té de la cocina, y luego se dirigió a la
orilla. A la playa.
Su lugar favorito.
La había engañado. Alimentó el sueño de Pemba, el sueño de ellos estando
realmente juntos, para que ella hiciera lo que él quería. La había llevado a creer que
estaban en esto juntos. Que estaba haciendo todo para estar con ella, aunque nunca
había tenido alguna intención de estar con ella.
Él no creía que fuera lo suficientemente buena para competir en su estilo de
vida, después de todo lo que había hecho. Después de todo lo que habían pasado,
ella todavía no era "lo suficientemente buena" para él. Él conseguiría a Stankovski
"para ella", sería "más rápido que ella", afirmó. Descontando todo el trabajo que ellos
habían hecho juntos.
No creía que estuviera hecha para su estilo de vida. "Vete a casa", había dicho.
¿Dónde mierda estaba casa? ¿¡Ohio!? ¿Cómo? ¿Cómo, después de todo lo que
había pasado? Cinco años de su vida, ¿y para qué? los conocimientos básicos de las
organizaciones criminales que no se podía aplicar a la vida cotidiana, y un
malvado combo de golpes que no la ayudaría a regresar a los suburbios.
¿¡Y para qué!? No tenía nada que mostrar. Ninguna carrera ilustre. Ninguna
venganza. Ni siquiera Marc. Nada. Le mintieron, y ella fue abandonada.
Ella fue dejada.
Cinco años de su vida, perdidos. Una semana de su vida, arruinándolo todo.
Unas pocas conversaciones con un hombre, para manipularla y dejarlo ir. Y una
mentira, que la dejó sola en una playa, con un corazón ligeramente roto.
Realmente le creí. Realmente quería esto. Realmente él me gustaba.
―Ese hijo de puta ―gruñó, arrojando su taza al océano.
Se levantó y se quitó la arena de las piernas. Las lágrimas saliendo de sus
ojos. Preguntándose cuál sería su siguiente movimiento; la villa estaba pagada
hasta la semana siguiente, y tenía bastante dinero para ir donde quisiera. Pero, ¿a
dónde ir? ¿Qué hacer? Lo único que podía pensar en ese momento era seguir a
Marc y lastimarlo físicamente tanto como a ella le dolía emocionalmente.
Él no creía en mí. Yo creía en él, y él no creía en mí. No creía en nosotros.
Miró hacia el océano, su mente vagando sobre los días. Tantos días. Tanta
arena. Arena, caminos, carreteras y rocas. Piedras. Diamantes. Recordó que le
preguntó por los diamantes, si realmente los había arrojado al océano. Recordó a
Kingsley preguntándole sobre los diamantes. Recordó a Marc observándola.
¿Había sido eso? Lily les había dicho que los había arrojado al océano, que no
los recuperaría, así que ¿qué sentido tenía estar con ella? Tal vez no valía nada
para Marc, sin esos diamantes. Sin la promesa de un pago. Sin la promesa de algo
grande.
Dios, eso duele. Creo que preferiría ser apuñalada de nuevo.
Mientras se dirigía a la playa, cavó en su bolsillo trasero, buscando la llave de
su habitación. Cuando la sacó, sin embargo, otra cosa salió, y observó que lo que
parecía un trozo de papel cayó al suelo. Cuando lo recogió, sin embargo, podía
sentir que era un cartón grueso. Y era extraño, todo negro. Por ambos lados.
Espera un minuto.
Lo reconoció, por supuesto, y viendo la palabra, el nombre, "Law", grabado en
el frente confirmó eso. La tarjeta de Kingsley. La última vez que había visto una,
Marc la había hecho pedazos. ¿Cómo se metió en su bolsillo trasero?
Lily recordó su despedida con Kingsley. El abrazo apretado. Él susurrando en
su oído. Luego azotando su culo. Agarrándolo juguetonamente. Debe haber sido
entonces.
Él sabía. Sabía que Marc me iba a dejar. Por eso se fue tan abruptamente. Lo sabía, y
me dejó esta tarjeta para poder encontrarlo.
Miró fijamente la tarjeta, agarrándola entre sus dedos. Tan pequeño detalle,
tanto potencial.
Kingsley quería que ella lo encontrara.
Marc no quería que ella lo encontrara.
Kingsley nunca le había mentido, por lo que ella podía decir.
Marc había inventado la mentira más grande, justo cuando ellos habían sido
más cercanos.
Marc no había creído en su capacidad de cuidar de sí misma, y obviamente
no estaba dispuesto a ayudarla o entrenarla.
Pero Kingsley lo estaba.
Lily a grandes trancos caminó hacia su villa, casi corriendo.
Finalmente, un objetivo.
Por último, un trabajo.
Muy bien, Marc. ¿Crees que no puedo hacer esto? ¿Crees que te necesito para que
pelees mis batallas? ¿Crees que no soy lo suficientemente fuerte para ser esa persona?
¿Crees que eres mejor, más rápido, sin mí? ¿Tú no quieres estar conmigo? Bien. Eso está
muy bien. Encontraré a alguien mejor que tú. Más rápido que tú. Alguien que quiera estar
conmigo.
Sólo espera, Marcelle De Sant. Seré la mejor persona que hayas visto en este negocio.
Solo espera maldito.
Out of Plans
(The Mercenaries #2)

EL NUEVO PLAN:

*Encontrar a Marc
*No encontrar a Marc
*Derribar a un jefe de la Bratva rusa
*No tener sexo con Kingsley
*Encontrar a Marc
*Derribar a un capo de droga colombiano
*No enamorarme de Marc otra vez
*NO ENCONTRAR A MARC
*Matar a todos…
*
*
*AL DIABLO CON EL PLAN Y SOLO A IMPROVISAR

Esta es la historia de lo que pasa cuando los mejores planes fallan, y una
mujer vengativa es forzada a buscar su propio camino otra vez. Un lazo roto,
confianza destrozada, y demasiadas mentiras para seguir el rastro para encontrar a
Marc y Lily sin planes y terminándose el tiempo. ¿Encontrarán la forma de verse
nuevamente antes de que los problemas los encuentren a ellos, o es realmente el fin
de su camino?
Stylo Fantóme

Una mujer loca que vive en un lugar no revelado en Alaska (¡donde la


obligación de una mente creativa es una necesidad!). He estado escribiendo
desde... ¿siempre? Sí, eso suena casi correcto. La gente me ha dicho que le recuerdo
a Lucille Ball. También veo sombras de Jennifer Saunders y Denis Leary. Así que,
básicamente, me río mucho, soy muy torpe y digo la palabra que empieza con M
MUCHO. Me gustan los perros más de lo que me gusta la mayoría de la gente y no
confío en nadie que no bebe. No, no vivo en un iglú, y no, el sol no se pone durante
seis meses al año, ahí está tu lección de Alaska para el día. Tengo cabello de sirena,
es tanto una maldición como una bendición; y la mayoría de las veces hablo tan
rápido, que ni siquiera yo me entiendo.

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