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Dona Ter
Kiki, Dona Ter.
Diseño portada: Dona Ter.
©Safe Creative, Noviembre 2017.
Domingo
Viernes
Sábado
*
Cuando llegó el momento de la declaración de Victoria, en
la sala además de los tres agentes que ya conocía, había
dos más; un hombre y una mujer que parecía ser quien
llevaba la voz cantante. Le preguntaron por su trabajo.
—Cuéntenos todo lo que sepa sobre las piezas que han
robado.
—Son las joyas de menor importancia. No son como la
corona real o el colgante de millones de euros… Eran
bonitos, de mis favoritos, pero no los más caros —terminó
ella contándoles todo sobre el relicario y el anillo.
—¿Tiene alguna sospecha?
—El primer nombre que me viene a la mente es la
Pantera Rosa.
Todos sabían a quién se refería. Era una banda de
ladrones de joyas conocida a nivel mundial por ser de los
mejores atracadores del mundo. Dubái, Londres eran
algunos de los lugares que habrían “sufrido” de su
genialidad. No dejaban ningún cabo suelto, podían pasarse
más de tres meses observando su objetivo, estudiando a
cada trabajador, pensar en todos los detalles como pintar el
banco frente al edificio para que nadie pudiera sentarse y
ser testigo del atraco.
—En 2013 ya pasó algo similar en Cannes —siguió ella
—. En un hotel había una exposición de joyas temporal de la
prestigiosa casa de diamantes Leviev, propiedad de un
multimillonario israelí, se llevaron un botín valorado en
cincuenta y tres millones.
—¿Están aseguradas? —le pidió la agente Rosáez.
—¡Qué importa! —contestó, irritada—. Son
irreemplazables. Son fáciles de vender, pueden quitar las
piedras, venderlo por separado.
—Donde pasó la noche?
Rai volvió a ser testigo del cambio de ella, mientras
estuvieron solos fue cercana, al verlos entrar se transformó.
Había empezado el interrogatorio dejando ver cómo le
afectaba aquel asunto, pero volvió a cambiar y apareció
Victoria, la arrogante.
—Saben mis pasos desde el viernes por la tarde, y ayer
por la noche, desde las doce hasta las siete de la mañana,
él es mi coartada —contestó ella tajante, aún le escocía que
él la manipulara.
—¿Lo corrobora? —le pidió Rosáez.
—Bueno… —empezó a decir Rai con ganas de
provocarla y ver así sus límites.
—¿Qué quiere decir?
Se giró hacia Victoria para contestar:
—Me tapaste los ojos.
—¿Y? —explotó, y él sonrió, fatuo.
—No sé qué hiciste mientras.
Victoria lo miró antes de acercase a él. Lo observó con
suficiencia y después soltó una presuntuosa carcajada.
—Me gusta que me creas capaz de convertirme en ninja,
escalar el acantilado, ir al museo, robar y volver a la terraza,
donde he dejado a otra tipa haciéndote una mamada y
ocupar su sitio al volver. —Alzó la mano y le levantó la
camisa para señalar donde aún se veía claramente los
dientes marcados del mordisco que le dio—. ¿Quieres
prueba de mordida?
Cuanto más soberbia se mostraba, más la deseaba Rai.
La agente Rosáez lo miró alzando una ceja y él negó con la
cabeza.
—Basta —rugió Cruz, cansado de aquella pelea
demasiado “doméstica”—. Eduardo, el guardia de seguridad
de ayer por la tarde, dice que el pase privado que hiciste
fue a uno de los narcos más conocidos de la isla.
Aquello la pilló tan de sorpresa que necesitó sentarse al
notar que las piernas se le volvían gelatina.
—Que, ¿qué? Ay, Dios, ¡y yo creía que no se podía liar
más! Me lo pidió mi jefe, dijo que eran unos amigos suyos.
—También nos ha contado que quitasteis las alarmas y
que estuvieron probándose las joyas. ¿Por qué?
—Yo que sé —contestó, nerviosa—. No me hacían caso y
se me ocurrió tratarlos como niños. Quería que mi jefe
estuviera contento.
—Bueno, creo que por ahora es suficiente —terminó
Rosáez, con ganas de marcharse y dejar el resto para el día
siguiente—. No puede salir de la isla y mañana antes de
mediodía la quiero ver en la comisaría.
16
Lunes
Octubre, lunes
FIN
Nota de la autora
pechos en inglés.