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El Club de las Excomulgadas

Agradecimientos

Al Staff Excomulgado: Ara8940, Electra


Elefteriou, Mdf30y, Nelly Vanessa, RockStarPa y
Rox16 por la Traducción; Laavic, Leluli, Tatta y
Zaphira por la Corrección; Mokona por la
Diagramación y Cassidy por la Lectura Final de
este Libro para El Club De Las Excomulgadas…

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


A las Chicas del Club de Las Excomulgadas,
que nos acompañaron en cada capítulo, y a
Nuestras Lectoras que nos acompañaron y nos
acompañan siempre. A Todas….

Gracias!!!

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El Club de las Excomulgadas

Argumento
Marcus Helios era un miembro de los Centinelas de las Sombras hasta que un
acto temerario lo cambió todo. Su esperanza de salvación consiste en un pergamino
antiguo que ahora está en posesión de una belleza enigmática llamada Mina, y
quien no tiene intención de entregarlo.

Pero alguien tiene diseños de los misteriosos rollos, y de Marcus. Ella es la


novia despechada de Jack el Destripador, cuyos propios oscuros secretos pondrán a
prueba los poderes de todos los miembros a su alcance…

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El Club de las Excomulgadas

Prólogo
—Nos han encontrado—El profesor Limpett entró en la tienda. Cristales
helados brillaban en su barba gris. Nieve llenaba las pistas y las grietas de su traje de
lana, y hombros de su capa gruesa.

Mina levantó la vista del libro, donde a la luz de una linterna de aceite, acababa
de registrar las coordenadas de su campamento, como siempre le decía el Teniente
Maskelyne, el guía británico. Los guantes que llevaba le hacían difícil sostener la
pluma, y mientras que la pequeña cocina junto a ella irradiaba una cantidad
agradable de calor, estaba tan fuertemente atada y abotonada en capas a las prendas
de lana que apenas podía doblar un codo. El viento maltrataba la tienda por todos
los lados. Las paredes de lona se habían roto y las cuerdas crujían.

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— ¿Tenemos visitantes?—Preguntó ella. Quizás uno de los jefes locales se
habría acercado al campamento. Tal cosa había sido un hecho bastante común en
la expedición cuando habían viajado por la India y al Tíbet hacia el Himalaya. —
¿Debo preparar té?

Unas cuantas hojas de té y la mitad de una lata de galletas congelada era todo
lo que tenían para ofrecer como forma de hospitalidad.

Dos noches antes, la misma noche que habían salido del templo al lado de la
montaña habían sido su único destino, uno de sus sherpas contratados había
desaparecido del campamento, sólo para ser descubierto a la mañana siguiente,
lleno de sangre, roto y muerto en la parte inferior de una grieta. El evento había
enviado al campamento al caos. Los Reclamos de niebla y sombras susurrantes que
se movían habían recorrido las filas del grupo de cargadores bengalíes.

Pero lo peor había llegado esa mañana, cuando los viajeros ingleses se habían
despertado a la realidad de un motín. Más de la mitad de los bengalíes habían
desaparecido durante la noche, junto con la mayoría de las provisiones del
campamento y animales de carga. El teniente Maskelyne había enviado de

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El Club de las Excomulgadas
inmediato por suministros de reemplazo a Yangpoong. Debido a que no podían
continuar el viaje de regreso a Calcuta hasta que las existencias necesarias llegaran,
la expedición no podía hacer nada más que esperar, en un número reducido y
nervioso sin lugar a dudas por los acontecimientos de los días anteriores. A pesar de
que Mina no había dicho en voz alta sus sospechas, era casi como si una maldición
hubiera caído sobre la expedición después de que sus miembros habían tomado
posesión de los cuatro antiguos rollos de marfil de los monjes tibetanos. El sonido
de gongs del templo todavía resonaba en la cabeza de Mina.

En vez de responder a su pregunta, su padre se había apoderado de la cortina


que colgaba y que separaba sus cuarteles y las había hecho a un lado. Él se inclinó
sobre su cama cubierta de madera para revolver debajo de la almohada.

—Te puse en un peligro tan terrible permitiéndote venir a este viaje conmigo.

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Mina lentamente puso el libro a un lado y se obligó a tener un ligero tono de
voz.

—No, no, Padre. Estas cosas pasan. ¿Recuerdas el momento en que en


Gangtok nuestros caballos fueron robados, y quedamos varados durante casi una
semana?—Ella se frotó las manos enguantadas. —Nuestros suministros llegarán
mañana o tal vez un día después, y continuaremos nuestro descenso como estaba
previsto.

—No estoy hablando de los suministros—Cuando se volvió, sostenía una


pistola. —Quiero decir que nos han encontrado.

Su mirada se fijó en el arma. Un escalofrío que nada tenía que ver con la
temperatura bajó por su espina.

—Dime quién, padre. ¿Quién nos ha encontrado?

El profesor había tenido un comportamiento extraño durante meses, desde que


había sido acusado por el Museo Británico de “haber tomado prestadas

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inapropiadamente” unas piezas del museo. Sus superiores lo habían obligado a
renunciar a su cargo como académico de idiomas, y ella se preguntó de nuevo si la
tensión de los acontecimientos lo habían empujado sobre una cornisa emocional,
ya que desde esa vez sus palabras y acciones habían se habían visto manchadas por
la paranoia.

Tomando posesión de su confianza, le había contado de una sociedad secreta


de hombres que, como él, querían descubrir los secretos de la inmortalidad, pero
para fines oscuros y malvados. Le había advertido que los hombres harían cualquier
cosa por hacerse del control de los dos antiguos pergaminos acadios, los rollos que
actualmente mantenía en un estuche cerrado con llave en su camastro, y que tenían
sólo unos días antes de reunirlos con los rollos originales.

Lamentablemente, Mina no sabía si los hombres peligrosos eran reales o si la

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“sociedad secreta” era una creación de su envejecida y deteriorada mente.

El profesor se abalanzó sobre ella, moviendo el arma con su cañón apuntando


al piso alfombrado.

—Prométeme que llevarás esto en tu persona todo el tiempo.

—Padre—Ella se levantó de la silla y se llevó las manos a la espalda, negándose


a aceptar el arma.

—Tómala.

—No.

—Haz lo que digo—Un borde afilado llegó a su frenética voz.

—Dime lo que ha sucedido—exigió ella. — ¿Los has visto? ¿Están aquí en el


campamento? ¿Me puedes decir quiénes son?

Sus labios se apretaron firmemente juntos y sus fosas nasales se abrieron,


enganchando los dedos en su cinturón y encajando el arma dentro de la correa de

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cuero ancha. En la siguiente respiración, él tomó su cara entre sus manos desnudas
y frías le dio un beso ardiente en la mejilla.

Retrocediendo, le susurró:

—Tienes que volver a Calcuta.

Su alarma creció.

— ¿A dónde irás tú?

Él le apretó los hombros, pero evitó mirarla a los ojos.

—Tenemos que separarnos. Es la única manera.

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Ella sacudió la cabeza.

—No.

Él se apartó de ella.

—Volverás a Inglaterra. A Londres. Tu tío no querrá que te alejes. Debes


decirles a todos que estoy muerto.

— ¿Muerto?—Ella chocó sus labios.

—Sí, que morí aquí en la montaña en Nepal.

Sus palabras resonaron en sus oídos, y aún así, no podía creer que en realidad
habían hablado.

—Estamos hablando tonterías, Padre—susurró ella. —Es loco.

Él puso una mochila a los pies de la cama y habló sobre su hombro.

—Ese pobre Sherpa, querida... su muerte no fue un accidente. Sus heridas eran
tan horribles, que no podían haber sido sólo por la caída. Lo mataron como una

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advertencia para mí. No dejaré que la misma violencia caiga sobre ti—Exhaló
entrecortadamente. —Entiérrame, Willomina, al lado de tu querida madre.
Asegúrate de que todo el mundo lo sepa—Retiró un arrugado trozo de papel del
bolsillo de su cintura. —Este es el nombre de un hombre en Calcuta que te ayudará
con los papeles necesarios y... con todo lo demás.

Ella miró el papel como si fuera una araña grande y peligrosa. Él llegó junto a
ella y lo puso sobre la mesa.

—Este debe ser nuestro adiós.

¿Estaba diciéndole la verdad? ¿Y si el Sherpa había sido asesinado por ésos


hombres-nunca-antes-vistos y su padre había perdido la cabeza? Al final, no
importaba realmente.

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—No lo haré—susurró ella. —No te dejaré, y no me dejarás. Nos quedaremos
juntos, sin importar qué.

Su padre se congeló.

—Padre—imploró ella. —Mírame.

Con los hombros rígidos, él tomó su lana doblada y la metió en la mochila.

De rodillas, agarró la estrecha caja que contenía los rollos. Eso, también, lo
empujó dentro.

— ¿Es eso todo, entonces?—Las lágrimas picaron sus ojos. — ¿No me dirás
nada más?—Ella retrocedió hacia la solapa de la tienda. —Entonces no me dejas
otra opción. Tengo que llamar al teniente Maskelyne.

Su padre alcanzó un diario encuadernado en cuero y una lata circular de polvo


dental.

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El Club de las Excomulgadas
Mina tomó su parka del bastidor de madera seca y se empujado a través de la
tela colgando. Frígido aire helado llenó sus pulmones. Un grupo de bengalíes de
cara solemne levantaron la vista de donde estaban agachados alrededor de una
fogata ardiente, calentándose las manos. Sobre el campamento, las montañas se
alzaban en el crepúsculo color púrpura, en una densa capa de nubes. Mina empujó
sus brazos en las mangas de la capa y se ató el cinturón en la cintura. Sus botas
chapotearon en el barro mientras maniobraba a través de copos de nieve cayendo y
del laberinto de tiendas de lona. Un pecho robusto apareció frente a ella. Grandes
manos se cerraron en sus brazos.

Debajo de una gorra de piel oscura, la mandíbula cuadrada del teniente


Maskelyne miró hacia abajo.

—Mina, te ves angustiada—. Su aliento formó una pequeña nube, vaporosa. —

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¿Qué ha pasado?

—Por favor, tienes que hablar con él—Ella se tragó sus lágrimas e hizo un gesto
sobre su hombro. El viento arrancó su pelo, moviendo una cadena gruesa sobre su
mejilla. —Creo que ha perdido el juicio. Está diciendo toda clase de cosas locas.

— ¿Cosas locas?—Repitió él frunciendo el ceño. — ¿Cómo cuáles?

—Que nos siguen, que la muerte del sherpa no fue un accidente.

Él le apretó sus hombros y ladeó la cabeza.

—Tal vez es una simple cuestión de altitud. A veces, la altitud hace cosas
extrañas a la mente de una persona. Iré con él ahora.

Ella asintió, presionándose más allá de él y abriéndose camino hacia el borde


del campamento.

— ¿A dónde vas?—Gritó él tras ella.

—A dar un paseo—Necesitaba estar sola, necesitaba tiempo para pensar.

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El Club de las Excomulgadas
—No te vayas ahora—Le advirtió él.

Su mirada se posó en un pequeño afloramiento de piedras.

—No lo haré.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 1
—Te voy a dar un muy buen empujón, eso es lo que voy a hacer.

Mark percibió las palabras a través de una pesada cubierta de sueño, pero no
consideró que la amenaza fuera dirigida a él. Después de todo, era invisible.
Invencible.

Una sombra.

—...malditamente cansado de esperar por ti... —La voz, masculina y con un


familiar tono de broma, se mantenía detrás de una cortina de oscuridad, junto con
otros sonidos distantes. Un agradable y redundante crujido. Agua golpeando

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madera.

El río.

Mark sucumbió al abrazo de terciopelo. Oblivion lo tiró hacia abajo, en las


imágenes oníricas que momentáneamente había dejado atrás. Bien formado, con
sus miembros flotantes, con sus brazos y piernas, todos teñidos de un tono cálido y
seductor color escarlata.

Algo le pinchó las costillas. Duro.

La ira onduló a través de él como una serpiente, provocando que Mark se


levantara... sólo para golpear una ardiente pared de sol y sonido. Haciendo sonar
cuernos. Voces distantes. Su camisa de lino y pantalones de lana estaban mojados y
pegados a su piel. Cada hueso de su cuerpo, cada músculo y cada centímetro de
piel hervía con consternación, como si despertara de un sueño de mil años. Como si
se despertara de entre los muertos.

Su cerebro pulsaba, amenazando con estallar dentro de su cráneo. Con un


splash se derrumbó hacia atrás en el agua de sentina reunida frente al centro

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estrecho del casco. Sus dientes se sacudieron mientras el bote se balanceaba sobre
las altas, agitadas olas.

Mark se enroscó sobre su costado, gimiendo, y apretó los puños en las cuencas
de sus ojos, muy débil para importarle que el agua del río marrón lamiera su
mejilla.

—Infiernos—jadeó. Incluso las cuerdas vocales le picaban, desde el fondo de su


pecho.

—No, Señor Alexander—corrigió la voz con alegría—No es el infierno. Sino


Londres.

Con los párpados entrecerrados, Mark enfrentó al individuo pronto-a-ser muy-

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desafortunado que lo había forzado a estar en ese estado insoportable de
conciencia. Un canoso, caballero con bigote y pantalones, con crujiente camisa
blanca y chaleco negro y verde a rayas le sonrió desde su posición en la proa de la
canoa de madera. Una correa negra le cruzaba la estrecha frente, sosteniendo un
parche negro en su lugar sobre un ojo. El hombre se echó a reír, levantando un
gancho de palo, y señaló con la punta a Mark.

—Me picas con esa cosa de nuevo, Leeson, y te mataré—gruñó él.

La corteza inmortal de una carcajada salió y acomodó el garfio en sus rodillas.

—Mis disculpas, su señoría. Pensé que se iba a la deriva otra vez. He esperado
un buen rato para que usted despertara. Desde Tilbury, no menos.

Mark se levantó en un codo. Plantando los tacones de sus botas contra el centro
del casco, se impulsó unos cuantos centímetros hacia atrás hasta que pudo sostener
sus hombros contra un banco de madera cruzada detrás de él. Dios, le dolía. A
través de ojos llenos de arena vio una escena familiar: el muelle y los almacenes de
los muelles de Londres, con un enjambre de obreros y marineros, y al oeste, las
dentadas agujas de la torre del reloj y el Parlamento. Una barcaza de carga enorme

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pasó pesadamente. A su paso hizo que los remos del bote hicieran un movimiento
de balanceo otra vez. Él puso sus dedos sobre la baranda de madera.

¿Cómo diablos fue que terminé aquí?

—No puedo decir que conozco la respuesta a eso, señor. —respondió Leeson—
Lo último que supe, es que estaba fuera al otro lado de la tierra en busca de ese
profesor y de sus pergaminos.

Los Inmortales no podían leer los pensamientos de otro, pero eran capaces de
comunicarse en silencio. Mark se recordó a sí mismo no hablar de tal manera en
compañía de Leeson si no quería que lo oyera. En la intimidad de su mente recién
cerrada, trató de reconstruir un cierto marco de recuerdos. Lo último que podía
recordar, era que había anclado en la bahía de Bengala, preparándose para ir a

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tierra en busca de la expedición interior del profesor Limpett, cuando una densa
niebla había caído del mar.

¿Pero Londres? Londres era el último lugar en que deseaba encontrarse a sí


mismo, si quería seguir con vida. Rebuscó en el bolsillo de su camisa y sacó las
gafas oscuras, con sus alambres de oído irremediablemente torcidos. Con manos
temblorosas, las ángulo sobre su rostro. Gracias a Dios, atenuaban el obsceno
resplandor de la luz del día. Dios, estaba cálido. Su ropa, el aire, lo sofocaban.

—El clima devastador de febrero—murmuró.

—Ah, así sería si fuese febrero, señor—coincidió Leeson suavemente—Pero es


mayo. Veintinueve de mayo de 1889.

Una descarga cayó en Mark, entumeciéndolo y hormigueando sobre los labios


a lo largo de su cuero cabelludo. Todo a su alrededor, la temperatura del aire, la luz
del sol y la actividad confirmaban que la de afirmación de Leeson era cierta. Tres
meses de tiempo perdido. A pesar de que mantuvo la revelación -sus pensamientos
internos- para sí mismo, sus facciones debían haberse aflojado o palidecido más
aún, porque la sonrisa jovial desapareció los labios de Leeson.

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El Club de las Excomulgadas
Mark susurró:

—Los tailandeses…

Leeson inclinó la cabeza y redirigió su mirada justo por encima de Mark.

—Es allí.

Mark se movió, retrocediendo mientras una forma de calor rompía a lo largo de


sus músculos, y se volvió para mirar. Una generosa longitud de cuerda se deslizó
sobre el agua para ascender a la proa de las novecientas toneladas de barco de
vapor, a la deriva, preocupantemente sin tripulación. Reuniendo sus fuerzas, Mark
se izó a sí mismo en el banco de madera y pescó la línea del agua.

Leeson se movió, siempre ágil.

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—Permítame hacer eso, su señoría.

Mark no le hizo caso, tirando de la cuerda, cerrando la distancia entre el bote y


el yate. Sus músculos rugieron a la vida, despertados por el uso y la tensión. Tres
meses. Tres malditos meses. Las implicaciones eran asombrosas. Él maniobró por
debajo de la cuerda colgante de la escalera.

Agarrar los lados, enganchó su empapada bota en el peldaño más bajo.

— ¿Te envió Black?—Exigió.

Detrás de él, el barco se balanceó mientras Leeson se sentaba en el banquillo.

Respondió en voz baja:

—Yo permanezco a su servicio.

— ¿Pero todavía no ha regresado a este lado?

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El Club de las Excomulgadas
—No, señor... —La voz de Leeson se alejó. Miró a lo lejos—Pero lo hará
pronto, quiero pensar.

Balanceándose contra el casco, Mark subió hasta llegar a la barandilla de


madera pulida.

Quitando el seguro de la puerta con bisagras, apretó los dientes y subió a la


cubierta. Después, Leeson se equilibró y llegó a la escalera.

Mark miró hacia abajo.

—No te preocupes, viejo.

En cuanto a aspectos prácticos, no requería de Leeson o de otra persona de


asistencia para navegar el buque, aunque prefería mantener a los tailandeses

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totalmente en la tripulación por las apariencias.

Leeson estaba más descalificado sobre la base de la honradez. Su lealtad


pertenecía a Archer, el Señor Black, el antiguo mentor de Mark dentro de los
Centinelas de las Sombras inmortales. Black era también el Recuperador que
probablemente sería enviado por el Consejo Gobernante Primordial como asesino
de Mark.

Él señaló a la escalera, con la mano sobre el puño:

—Sólo dile que estaré listo para él.

Dejando caer la masa de peso de la cuerda en la cubierta, Mark giró sobre sus
talones y se quitó la camisa de los hombros y brazos. Hervía con descontento. Sólo
Dios sabía dónde estaría el profesor ahora. Podría regresar directamente a mar
abierto y comenzar la caza de nuevo, pero necesitaba recuperar su orientación y el
reabastecerse. Cerrando los ojos, pensó en el timón del buque. El barco respondió
lentamente alterando su curso a lo largo de la línea del oeste.

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El Club de las Excomulgadas
Él hizo una pausa, con su mano suspendida sobre los botones de su pantalón. A
través de dos portales de vidrio vio la cabina interior. Obras de arte enmarcadas
colgaban de las paredes en ángulos extraños.

Elegantes cortinas estaban hundidas, rasgadas en tiras. Los arcones estaban


volcados y abiertos, con su contenido esparcido por todas partes. Todo lo que no
había estado clavado estaba totalmente alterado, como si el barco hubiera navegado
a través de un tifón. Sin embargo, un alivio cauto corrió a través de él. No había
cuerpos, ni sangre, ni rastro de sus tripulantes mortales. Oró porque estuvieran
vivos en alguna parte, y que sus asesinos por su mano o de otra manera no
estuvieran ocultos en la oscuridad de la bóveda de su mente.

Podría estar perdiendo la cordura poco a poco en fragmentos, pero no era


idiota. Todavía no, de todos modos. Estaba claro que había sido arrastrado a

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Londres sobre el océano y a tiempo por un propósito específico.

Pero ¿por quién? Hasta hacía poco, debido a que él era un miembro de élite de
los Centinelas de las Sombras, cada movimiento de Mark había sido gobernado por
el Consejo Primordial.

Desde su bastión en el interior del reino interno protegido, que existía en un


plano paralelo a la población mortal de la Tierra, los tres Ancianos -Aitha, Hydros
y Khaos - enviaban centinelas a todos los rincones del planeta con el propósito de
proteger los intereses de la raza Amaranthine. La más importante de las
responsabilidades de un Centinela era la de cazar, o de “Recuperar”, las almas más
peligrosas de la humanidad, almas tan moralmente corruptas que alcanzaban un
estado poderoso y sobrenatural conocida como Trascensión. Tales almas muy
depravadas eran capaces de cruzar hacia el mundo interior y causaban la
destrucción y la muerte de seres inmortales. Jack el Destripador había sido un alma
de esas.

Había sido durante la caza de Jack (que no sólo había Trascendido, sino que
también rápidamente se había convertido en una fuerza sin igual de maldad

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El Club de las Excomulgadas
conocida como brotoi después de haber sido reclutado por la oscuridad Antigua,
Tántalus), que el destino inmortal de Mark había tomado un giro peligroso, aunque
por su propia decisión.

Mark, el hijo inmortal de Cleopatra y su amante el triunviro romano, Marco


Antonio, había luchado durante siglos por liberarse de la herencia trágica de la
pasión de sus padres y de la muerte. Decidido a definirse a sí mismo por su historia,
por sus victorias, había llevado a cabo un acto audaz de heroísmo y cruzado hacia
el estado de Transición. Su sacrificio había nivelado el campo de juego de los
Centinelas de las Sombras en contra de Jack y había garantizado la Recuperación
de Archer del desenfrenado y cruel brotoi, a quien Tantalus había escogido como
Mensajero en la Tierra, uno que despertaría a una dormido ejército brotoi, y
ayudaría en la liberación de Tantalus de su prisión terrenal.

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No, él no había sido el primero de los Centinelas de las Sombras en ofrecerse a
Trascender para asegurar la derrota de un poderoso adversario, pero no había
querido seguir el mismo camino que los otros que le habían precedido: es decir, el
destierro de los Centinelas, la locura y la eventual muerte final con su captura y
ejecución. Los Primordiales, después de todo, no podían permitir a tan peligrosa
amenaza para el Reino Interno sacrificarse sin control, valiente o no.

Mark sólo tenía una pequeña ventana de tiempo para salvar su existencia
inmortal y recuperar su lugar entre los Centinelas, una hazaña que le aseguraría la
leyenda sin precedentes en la historia de los Inmortales. Esa ventana se hacía más
pequeña con cada latido y cada respiración que pasaba.

A veces, voces susurrantes lo invitaban a sucumbir, pero hasta ahora había


permanecido fuerte y se había mantenido detrás de una pared gruesa, de mutación
dentro de su cabeza.

Ah, pero su maldita suerte había explotado. Había perdido ya tres meses de
tiempo precioso. ¿La insidiosa locura en su interior se habría retrasado o se habría

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vuelto más poderosa? ¿Más poderosa que su fuerza para contenerla? Los próximos
días lo dirían.

Ellos están aquí en Londres, sabe.

La voz de Leeson hizo eco en su cabeza.

Los que busca.

Un objeto se precipitó sobre la barandilla desde tierra al lado de su bota. Un


diario, apretado dentro como un cilindro. Él se inclinó, tomando el paquete con la
mano. Tirando de la cuerda, desenrolló el papel, que había sido doblado para
mostrar la página de los obituarios. Un anuncio había sido encerrado en un círculo
de tinta negra.

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William Demerest Limpett, profesor de Antiguos Idiomas e Historia
Nacido en: Egremont, Cheshire
Muerto: 12 de febrero de 1889, Kolkata
Entierro en el cementerio de Highgate, el jueves, 30 de mayo, 18:00 hrs.

Mark se volvió a la barra y miró por encima. En la sombra de la embarcación,


el vacío bote se balanceaba sobre las olas.

— ¿No va a darme las gracias?—Dijo una voz junto a él.

Mark rechinó los dientes.

— ¿Por qué haces esto? En caso de que lo hayas olvidado, soy un paria. Un
desterrado. Estoy perdiendo poco a poco mi mente. Quién sabe cuándo me volveré
babeante demonio y te rasgaré la cabeza.

Leeson se rió entre dientes.

—He Recuperado. Lo he hecho antes. —Se encogió de hombros—Usted ha


hecho su decisión por razones nobles. Para salvar a los demás. Para salvar a Archer
y a la señorita Elena. Estoy en deuda con usted por eso.

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Mark hizo una mueca de dolor con el panorama color de rosa, inexacta que él
había pintado.

—Vamos a ser claros uno con el otro Leeson, o te vas ahora y no vuelves. ¿Qué
instrucciones has recibido de los Primordiales, o de Archer con respecto a mí?

Una pausa extendida gobernó el espacio entre ellos.

Finalmente Leeson dijo:

—No he recibido instrucciones del Reino Interior. No en lo que se refiere a


usted o a ninguna otra cosa.

Los ojos de Mark se estrecharon a eso. El propósito de la existencia de Leeson,


como secretario del Señor Black, era la comunicación. Era el hombre con las

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respuestas, el que transmitía información pertinente del Reino Interior.

— ¿Por qué diablos no?

La respuesta de Leeson salió.

—Porque los portales están cerrados.

— ¿Qué quieres decir con que están cerrados? ¿Todos?

Leeson asintió lentamente.

— ¿Por cuánto tiempo?—Exigió Mark.

El pequeño hombre vaciló. Mark escupió:

—Como ya he dicho, o me dices todo o te vas.

Leeson espetó:

—Desde poco después de que su señoría pasara a la señorita Elena. Recibimos


la noticia que había sobrevivido al paso y luego... nada.

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El Club de las Excomulgadas
Nunca en la historia de la tierra las puertas cerradas habían estado por más de
unos días.

Tal vez tenían a un alma particularmente desagradable Trascendida suelta, con


el fin de proteger el Reino Interior, pero una vez que el alma deteriorada se
regeneraba con éxito y era enviada a la prisión eterna de Tantalus, los portales se
volvían a abrir.

— ¿Por qué han estado cerrados durante tanto tiempo?

Su compañero lo miró llanamente.

—Por los informes que he oído de este lado, ha habido una proliferación de
almas deterioradas con síntomas particulares de brotoisismo. Parecen estarse

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organizando. Nuestros Centinelas de las Sombras, en todos los lugares del mundo
tienen las manos llenas.

—Sin embargo, ¿los Centinelas ha sido capaz de contenerlas?

Leeson asintió:

—Pero supongo que las puertas permanecerán selladas hasta que se determine
lo que está pasando allá abajo, aunque sean sólo rumores de una rebelión a gran
escala. Es un feo hijo de puta, ese Tantalus. Espero que lo hieran y le recuerden
quién está a cargo. —Apretó los puños, pero su atención regresó rápidamente a
Mark. —No hay nada qué decir, señor, sin órdenes específicas, estoy bastante a la
deriva.

Mark sugirió oscuramente.

— ¿Por qué no te unes a mi hermana? Ella está siempre en busca de alguien al


cual darle órdenes.

Leeson resopló.

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El Club de las Excomulgadas
—Ella no me informa de sus tareas o actividades, y yo no informo de las mías.
—Infló las mejillas. — ¿Sabe usted que después que nos dejó en Octubre, se comió
toda mi colección de novelas cortas de un centavo?

Mark no pudo evitar sonreír.

—¡No!

Su hermana tenía un fetiche raro de devorar palabras escritas, literalmente. Y a


pesar de que tenía un gusto muy bueno en lo que a material comestible, cuando
estaba enfadada o frustrada, destrozaba todo a su alcance.

Leeson siguió.

—No sólo está perturbada por su decisión de Trascender, sino que está furiosa

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por su fracaso hasta el momento para reclamar a su asesino Thames.

La mirada de Mark recorrió en la metrópoli. Meses antes, cuando todos habían


estado envueltos en la búsqueda del Destripador, Selene había mencionado que su
cargo actual de búsqueda de un asesino que desmembraba a sus víctimas mujeres y
depositaba las partes de sus cuerpos alrededor de Londres le estaba resultando
difícil.

Selene estaba ahí, entonces, todavía en la ciudad.

—Por su propia cuenta, que es por lo que me preocupa—Leeson se encogió de


hombros—Esa chica siempre ha sido un poco nerviosa para mi gusto, sin ánimo de
ofender a usted o a ningún ilustre antepasado, señor.

—No importa. Pero ¿por qué has elegido ayudarme? No me sorprendería si los
Primordiales te castigaran por ello.

—Siempre he sido un poco más jugador, su señoría. E independientemente de


lo que diga, creemos que eligió ese camino por las razones correctas y para salvar a
los demás. Apuesto a que va a superar esto. Estoy orgulloso de estar a su lado...

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hasta... hasta... —Apoyó un puño en contra de su cintura, y añadió con seriedad—
Entiende que si su señoría vuelve con la asignación de asesinarlo, yo tengo que
estar para ayudarlo a la realización de esa orden.

—Por supuesto—contestó Mark rotundamente.

*****

Mina había perdido a su padre terriblemente, pero a pesar de sus esfuerzos, no


podía reunir lágrimas en su funeral. Por el contrario, el impulso de estornudar
jugaba en el interior de sus fosas nasales con enloquecedora intensidad, a raíz del
incienso picante que nublaba la pequeña capilla Anglicana, y por la gran cantidad
de aerosoles de fragantes flores blancas. Se llevó un pañuelo a la nariz.

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—Ahí, ahí—consoló a la condesa de Trafford.

Su tía Lucinda, bella como el sol, era sólo uno o dos años mayor que ella, y era
la segunda esposa del tío viudo de Mina, el distinguido Señor Trafford. La hermosa
joven envolvió un delgado brazo alrededor de los hombros de Mina.

—Estás a salvo aquí con nosotros ahora. No hay necesidad de que tengas
miedo nunca más.

El perfume profundamente floral de Lucinda la envolvió. Mina asintió,


sintiendo náuseas. La Capilla gótica. Los olores. El ataúd. El corsé ridículamente
estrecho. En realidad, todo era sólo demasiado. Ella se ahogaba en seda negra.

—Trafford—dijo la condesa, instando a su marido—ve buscar una silla. Creo


que la señorita Limpett se va a desmayar.

La tela crujió. Voces murmuraban bajas, con lástima. Aunque el servicio real
había concluido momentos antes, Mina dejó que la acomodaran en un sillón.
Nunca se había desmayado en su vida, ni siquiera se había acercado, pero la
sensación de ser mimada no era tan terrible. De mala gana su mirada volvió al
largo ataúd de palo de rosa, que aparecía en un féretro bordeado de terciopelo. La

22
El Club de las Excomulgadas
luz del candelabro se reflejaba en las manijas de plata. La tapa estaba cerrada, por
supuesto, como los documentos necesarios por la muerte de su padre en Kolkata
que había tenido lugar unos tres meses antes.

Habría irritado al profesor saber que ninguno de sus asociados británicos del
Museo o de la universidad había ido a presentar sus respetos finales, pero la verdad
era que lo habían abandonado hace mucho tiempo, incluso antes de las alegaciones
de los préstamos inadecuados.

Una cola ordenada de invitados vestidos de negro pasaron ante Mina,


ofreciendo sus simpatías, todos conocidos del Señor y de la Señora Trafford y
ajenos a ella. No había duda de que serían extraños para su padre. Después de otro
rato, su tío la miró por la nariz estrecha, enganchada, y le ofreció su brazo.

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— ¿Estás lo suficientemente bien, querida?

Mina asintió y se levantó, aceptando su escolta. Él la llevó pasando a Lucinda y


a sus dos hijas. Astrid, rubia y resplandeciente, incluso en su detestable traje de
luto, estiró un brazo a su blanda hermana, Evangeline, terriblemente miope, quien
tenía una tendencia a entrecerrar los ojos. Las dos jóvenes, separadas en edad por
menos de un año, llevaban idénticas expresiones de aburrimiento. Ella sabía que le
achacaban la muerte de su padre, y no podía culparlas realmente. Él había sido un
hombre que nunca habían conocido, y los procedimientos de su funeral habían
interrumpido las fiestas de su temporada de debut. Ella esperaba que las tres
pudieran acercarse más en los días posteriores.

Cruzando el umbral, Mina inhaló profundamente el aire a finales de la


primavera. El cementerio de Highgate se extendía en todo su exuberante esplendor
contra el lado de la empinada colina. A lo lejos, ángeles de piedra oraban. Cruces,
algunas cubiertas de hiedra, se alzaban sobre las losas de piedra plana. Un
repentino sonido de metal se escuchó desde atrás, sorprendiéndola. Lucinda
exclamó, dirigiéndose a mirar por encima de su hombro. Mina hizo lo mismo y

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El Club de las Excomulgadas
observó el ataúd de su padre bajar poco a poco con saltos a un enorme agujero en el
suelo. Ella cerró los ojos, casi sobre cogida por...

El alivio.

El ataúd una vez bajó al nivel inferior, para ser transportado por los
trabajadores del cementerio a las catacumbas, donde finalmente, el ataúd sería
colocado detrás de una puerta de hierro con llave.

Para siempre.

Cuando abrió los ojos, se encontró con la condesa mirando a su marido.

— ¿No podían haber esperado unos minutos más?

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—Ya es tarde—. Su tío se tocó el ala de su sombrero de copa y miró hacia el
cielo. —Estoy seguro de que prefieren... ah, enterrar al querido William antes del
atardecer.

El estimado William.

Mina sofocó una sonrisa. Si tan sólo su padre pudiera haber sido escuchado el
amable cariño. No había tenido las mejores relaciones con el hermano mayor de su
esposa.

El Señor Trafford había creído, igual que el resto de la sociedad, que el erudito
académico estaba lejos del estado de su hermana. Pero, por suerte, el Señor y la
Señora Trafford habían sido más que amables y de aceptación hacia ella. Sin ellos,
ella no tenía otro lugar a donde ir. Desde la búsqueda de su padre con todo lo
relacionado con la inmortalidad, y sus extensos viajes, había dejado a Mina nada
menos que con ningún centavo. El Señor y la Señora Trafford ya habían expresado
su intención de presentar su próxima temporada, una vez que hubiera salido de
luto. En el momento actual, a Mina no se le ocurría nada mejor que sumergirse en
las fiestas, en el romance, en las pilas de vestidos y en todas las frivolidades de las
otras mujeres y de la permanencia que habían estado hasta ahora negadas en vida.

24
El Club de las Excomulgadas
Ella les aseguró:

—Todo está muy bien. Por favor no se horroricen en mi nombre.

La capilla de los disidentes estaba al otro lado del camino. Allí también, otro
funeral parecía llegar a su fin. Los asistentes pasaban por la puerta, en un aumento
repentino de negro.

Astrid dio un ronroneo bajo.

— ¿Quién es?

La mirada de Mina se enganchó en un caballero en particular. No había salido


con los otros dolientes. Había estado en las sombras al lado de uno de los pequeños
miradores, como si esperara a alguien. Alto y ancho de hombros, cerró un

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periódico doblado y que parecía haber estado leyendo. Llevaba un sombrero de
copa alta. Azules lentes escondían sus ojos, pero no hizo nada por ocultar la bolsa
sensual de sus labios o el conjunto de su mandíbula tensa.

— ¿Dónde?—Exigió Evangeline, entrecerrando los ojos. — ¿Quién?

Al doblar el periódico una vez más, él guardó el paquete estrecho bajo el brazo.
Incluso a esa distancia, Mina podía sentir la intensidad de su mirada. Su no
sonriente atención parecía estar centrada intensa... increíblemente... sobre ella.

— ¿No es ese Señor Alexander?—Su tío reflexionó.

—Estoy segura de que no lo conozco—respondió Lucinda en voz baja.

Las mejillas de la condesa se llenaron de un profundo y rico color. Por


supuesto, se dio cuenta Mina, el apuesto caballero no había estado mirándola a ella
con tal intensidad, sino a la hermosa Lucinda.

—No lo había visto en meses—reflexionó su tío, riendo entre dientes—Algunos


de los asistentes en el club incluso bromearon.

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El Club de las Excomulgadas
Sus palabras se interrumpieron bruscamente. Sus cejas se levantaron, su sonrisa
se desvaneció y pareció inmediatamente contrito.

— ¿Sugiriendo qué?—Lucinda preguntó, con su voz en un susurro ahogado.

—Jested, querida. Lo llamaban Jack... Jack el Destripador, quien... er, redujo


sus actividades al mismo tiempo.

—Trafford. Humor tan bajo, y en una ocasión como esta. Deberías pedir
disculpas de una vez a nuestra sobrina.

De repente, una gran bandada de pájaros surgió de las encinas, llenando el aire
con un silbido de hojas y alas. Gorras y sombreros de copa se volvieron al unísono,
mientras todos los reunidos veían la masa oscura surgir como un fantasma asustado

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y desaparecer en las copas de los árboles. En secuela, Mina vagamente registró que
el apuesto caballero que había estado de pie junto a la capilla ya no estaba. Una
decepción inesperada la atravesó.

Lucinda y las chicas se alejaron hacia los carruajes. Mina y su tío las siguieron
unos pasos atrás, hasta que un señor de edad dio un paso en su camino. Después de
ofrecer sus condolencias una vez más, cortésmente él pidió hablar con Trafford en
lo referente a un caballo.

Excusándose de la conversación, Mina vagó unos pasos, sabiendo que esa sería
su última parte de libertad antes de ser superada una vez más por un mar negro y
espeso. Había vivido durante tanto tiempo en los bordes de la buena sociedad, que
los meses restantes del respetable luto pesaban sobre ella, como un velo denso,
asfixiante.

Se quedó quieta, escuchando.

¿Alguien había dicho su nombre?

Inclinó la cara hacia la voz.

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El Club de las Excomulgadas
Él, el hombre al que su tío se había referido como el Señor Alexander estaba
allí, justo a su lado, alto, elegante y con intención. El corazón le dio un pequeño
salto. La tarde continuaba y las sombras se hacían más largas, pero, ¿cómo no
podía haberlo visto claramente? Un estremecimiento oscuro onduló a través de ella,
desde la parte superior de su crespón con adornos en su sombrero a los dedos del
pie de sus negros zapatos cuadrado de cuero en una respuesta muy inapropiada,
dado el caso de ese momento, pero nadie más necesitaba saberlo.

Igual que su tío, él llevaba un traje de corte, preciosamente rico, de la clase que
sólo los más ricos señores podrían encargarle a los sastres de la famosa Savile Row
de Londres. En alguna parte a lo largo del camino se había deshecho del periódico.

— ¿Señorita Limpett?—Repitió, acercándose con pasos medidos.

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Ella tuvo que impedirse conscientemente mirar a su alrededor para ver si había
alguna otra Señorita Limpett en las proximidades.

— ¿Sí?

—Espero que perdone a mi violación del protocolo de renunciar a una


presentación apropiada—. Su voz era rica y cálida, sus palabras tenían elegancia.
Hábilmente se quitó el sombrero para revelar una mandíbula con pelo largo rubio,
con rayas de un tono más pálido que el de la luna. —Soy…

—El Señor Alexander—susurró.

Ella se ruborizó, avergonzada, sin tener la intención de decir su nombre en voz


alta.

Su sonrisa reveló un rastro de vanidad.

— ¿Cómo lo sabe?

—Mi tío lo reconoció.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Ah, sí?—Sus cejas se elevaron con buen humor. —Eso es bueno... o tal vez
es muy malo—Rió entre dientes, bajo, con un sonido masculino—El tiempo lo
dirá, supongo. Sin embargo, estoy aquí para verla—Su expresión se volvió solemne,
una vez más. —Vi el anuncio en el periódico y sabía que tenía que venir a darle el
pésame.

Ella se calentó con sorpresa.

— ¿Conocía a mi padre?

Él extendió la mano y se quitó las gafas, un gesto que reveló los más
sorprendentes ojos azul pálido. Huecos ligeros oscurecían el espacio justo por
encima de sus pómulos, como si no hubiera dormido lo suficiente en los últimos
tiempos. Su presencia no disminuía su atractivo.

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—Me atrapan los idiomas. Un interés personal, de verdad. Nada en el nivel de
la experiencia de tu padre.

En ese momento, su atractivo adquirió una dimensión diferente.

—Ya veo.

—Me encontré en posesión de algo y quería que lo tuvieras.

Tenía una manera de hablar que se sentía muy personal. Íntima, incluso. Como
si fuera la única persona en su mundo, al menos por el momento. Ella recordó la
reacción de Lucinda y se preguntó si todas las mujeres sentirían lo mismo cuando
se fijaban en su mirada penetrante.

— ¿Qué es?

Él sacó un objeto delgado y rectangular del bolsillo de su cadera, que le dio a


ella. Sus manos enguantadas se tocaron brevemente, y una oleada de calor recorrió
de nuevo sus mejillas. Mina bajó la barbilla, con el propósito de retirarse a la
sombra de su sombrero, y al mismo tiempo, considerando la caja de cuero. Ella

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El Club de las Excomulgadas
deslizó el pulgar enguantado contra las diminutas doradas del cierre, y en su
interior encontró una fotografía con dos hombres agachados al lado del otro,
encima de una losa inmensa de piedra.

Ella se quedó sin aliento en la garganta. Por primera vez desde que el ataúd de
su padre había sido sellado en Nepal, las lágrimas corrieron en contra de sus
pestañas. Se le nubló la visión con la imagen de su padre como un hombre joven,
con su sombrero de tres picos a un lado, y su rostro radiante de emoción. Él nunca
había perdido ese fervor, ese entusiasmo por la aventura. Ni siquiera en los
momentos finales cuando le había dicho adiós.

Él explicó en voz baja.

—La fotografía había sido tomada en las ruinas de…

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—Petra. Sí. Reconozco el templo. ¿Quién es ese hombre con él?—Ella señaló,
levantando el marco para dar una mirada más cercana.

—Su rostro estaba borroso.

—Por desgracia.

—Lo favorece sin embargo. Él es tu padre, ¿no?—Su señoría ladeó la cabeza.

—Gracias—le susurró Mina. —Hemos viajado tanto de un lugar a otro. Por


necesidad, He recogido algunos dedos de Menem. Atesoraré esto siempre.

—Estoy contento—Él presionó los labios, como si reflexionara sobre las


palabras que seguirían. —Señorita. Limpett...

— ¿Sí, Señor Alexander?

—Espero no sobrepasar los límites del decoro con la elección de este momento
para abordar un tema en particular, cuando el dolor de su pérdida aún debe estar
tan fresco.

29
El Club de las Excomulgadas
Con esa proximidad, el atractivo dorado era casi asfixiante.

—Por favor, hable libremente.

Él asintió.

—Soy consciente de que los periódicos acaban de publicar antes de su muerte


que el profesor poseía una extensa colección personal más allá de la que de la
encomendada por el museo.

Un malestar se arrastró hasta la columna de Mina. Miró la fotografía, los ojos


de su padre.

—Me temo que sabemos muy poco acerca de las colecciones de mi padre—.
Ella cerró la caja. —Puedo darle el nombre de sus abogados. Por favor, no dude en

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contactar con ellos y hacerles sus consultas.

Lord Alexander continuó como si no la hubiera oído.

—En particular, que era propietario de dos antiguos manuscritos muy raros,
facsímiles de las dos tabletas más antiguas cuneiformes acadias, que ya no están en
existencia.

Mina apretó los labios y cerró los ojos. Si tan sólo el esfuerzo combinado
pudiera hacerla desaparecer.

Él suavemente presionó.

— ¿Conoce los manuscritos a los que me refiero?

Su primer instinto fue mentirle, fingir insipidez y fingir que no sabía nada de los
dos malditos pergaminos. Nunca había sido buena para contar cuentos.

—Yo... lo hago.

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El Club de las Excomulgadas
—Tal vez ahora que su padre ha muerto, ¿Podría estar dispuesta a desprenderse
de ellos?

—Me temo que no es posible.

—Estoy dispuesto a pagarle generosamente por ellos.

Ella intentó una sonrisa amable, fácil, mientras su mente desechaba las
opciones de forma rápida para zafarse de su compañía, una inversión lamentable,
pero necesaria, debido a su línea de cuestionamiento.

—Los rollos no están disponibles para la compra.

— ¿Tal vez ya haya vendido la colección a otra persona? ¿Al Museo Británico?

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—No.

Sus cejas se levantaron.

— ¿A los Boolak

Mina negó. Él se acercó, tan cerca que casi no podía respirar por la magnitud
de su presencia.

— ¿Del Museo del Louvre? Debe haber un número de partes interesadas.

El deshuesado corsé ceñido de Mina cortó incómodamente contra su caja


torácica, justo debajo de sus pechos. Su corazón latía estruendosamente.

Su voz baja, casi se convirtió en un susurro.

—Si simplemente puede proporcionarme un nombre, estaría más que feliz de


acercarme a ellos yo mismo.

Sus ojos... eran tan penetrantes, como si vieran directamente en su interior. No


había, de hecho, habido ofertas. También había habido una amenaza, por lo que

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El Club de las Excomulgadas
llevaba una pistola muy desagradablemente apoderándose de los flecos, de la bolsa
de cuentas en su muñeca.

—No le puedo dar ningún nombre.

Sus pensamientos se retorcieron dentro de su cabeza, sin duda el resultado


desafortunado de su torturada conciencia. Él irradiaba un magnetismo peculiar. De
pronto se imaginó a sí misma besándolo duro en la boca, con las manos enredadas
en su pelo.

Él sonrió, casi como si lo supiera.

— ¿Dónde están los manuscritos, señorita Limpett?

Ella experimentó un deseo irresistible de confesarle todo, de darle todo lo que

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


quería.

—Están con padre—dijo ella abruptamente.

La sonrisa brotó de sus labios.

— ¿Qué quieres decir... con Padre?

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 2
Mina miro fijamente hacia la Calle de los muertos, donde el camino de tierra
desaparecía en las sombras de un corredor de robles. Por ahora el ataúd de su padre
había sido transportado por los trabajadores del cementerio a las catacumbas.

Incluso a la tenue luz, la cara de Lord Alexander aparecía un tono más blanca.

—No puedes hablar en serio. ¿Los rollos fueron….enterrados con tu padre?

—Al final lo fueron— ella se aclaró la garganta, y se obligó a hablar aunque


sentía una cuerda en torno a su cuello. —Eran sus más preciadas posesiones.

— ¿Antiguos papiros, nunca han sido traducidos o transcritos, y tú me quieres

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


decir—Él se rio, y fue un profundo sonido incrédulo—que se han perdido para
siempre?

Ella retorció sus manos en el cordón de terciopelo de su bolso.

—Han pasado tres largos meses, como ve…

—Oh eso sí que es brillante.

Ella miró debajo del borde de su bonete.

— ¿Supongo que le gustaría tener su foto de vuelta?

Él respondió con una sonrisa compungida. La sonrisa que usaba, aunque


estrecha, parecía sorprendentemente genuina, como si le divirtiera.

—No, señorita Limpett, no deseo mi foto de vuelta—Mientras decía las


palabras, él imitó su cadencia y tono, con un suave flirteo que envió un temblor de
placer a través de ella. —Estoy desilusionado, por supuesto, pero ¿Quién soy yo
para oponerme a los últimos deseos de un hombre moribundo? Lo debería haber

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El Club de las Excomulgadas
anticipado. Miró al cementerio, golpeando su sombrero sobre su bien musculado
muslo. —William siempre fue bastante excéntrico. O eso es lo que me han dicho.

Mina asintió. La excentricidad de su padre había sido la perdición de su


existencia.

—Supongo que debo dejarla ahora, señorita Limpett, y permitirle que vuelva
con su familia—Él se quitó su sombrero.

—Gracias por venir—dijo ella, sintiéndose a la vez aliviada y decepcionada de


que su tiempo juntos hubiera terminado. —Su presencia habría significado mucho
para mi padre.

El borde de sus labios se torcieron hacia arriba, y ella vislumbró la maldad de

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


sus ojos. Devolvió el sombrero a su cabeza.

—Me gustaría pensar que sí.

Mina lo miró mientras se dirigía a la portería, y finalmente desaparecía a través


del arco, hacia el camino principal, donde las filas de los cocheros llenaban el carril
de Swain, a la espera de personas para transportarlas desde el cementerio.

Su tío se acercó, sosteniendo su bastón.

—Siento mucho haberte abandonado.

—Estaba disfrutando del paisaje.

Extendió su mano y la llevó hacia los dos coches fúnebres que se habían
alquilado especialmente para ese día.

—Era Lord Alexander el que hablaba contigo, ¿no?

—Si lo era.

— ¿Que era todo lo que te estaba diciendo?

34
El Club de las Excomulgadas
Sus zapatos crujieron sobre la grava gris. Al llegar al carruaje el lacayo de
Trafford, de librea negra, abrió la puerta y bajó las escaleras.

—Aparentemente conocía a mi padre.

— ¿Él?—Su señoría se vio confundido. —Imagina eso. Me pregunto si podría


alcanzarlo.

—Estoy segura que podrías—Dijo ella levantando su mano. —Acaba de pasar


por la puerta.

—Vete a la casa con las mujeres—El pueblo de Highgate estaba localizado en la


ladera norte de la ciudad de Londres. Lord Trafford no solo había arrendado a los
cocheros sino también una casa de campo con todo su personal. Para mayor

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


conveniencia, la familia se había alojado ahí, cerca del cementerio la noche
anterior. —Por favor transmítale a su señoría que los seguiré un poco más atrás y
todos podremos viajar a la cuidad juntos.

Su tío la instó hacia el coche y se fue rápidamente en busca de Lord Alexander.

Mina miró dentro del vehículo. Tres caras femeninas, enmarcadas en pieles y
plumas, se asomaron desde la sombras en el interior.

Sin embargo la conversación con Lord Alexander la había dejado inquieta,


recordándole que había otros, más suspicaces y peligrosos, quienes no serían tan
fáciles de aplacar si descubrían la verdad. Una repentina brisa rozó su nuca y ella se
estremeció a pesar del calor de la noche.

De alguna manera no se atrevía a subir las escaleras para unirse a las demás. El
cementerio la llamaba, como un centinela de secretos.

De sus secretos.

¿Cómo podría comer, como podría dormir, hasta que estuviera segura?

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El Club de las Excomulgadas
Cruzando Swain Lane, escondido dentro de un pequeño bosque, Mark cerró
sus ojos con la primera poderosa corriente, una oleada de calor de boratos. Gruño
desde el fondo de su garganta, con la voluntad de cada hueso, de cada una de sus
células y nervios para desvanecerse… para convertirse en nada. Para llegar a ser
invisible.

Transformado en sombra, emergió, maldiciendo bajo, a través de la carretera


para girar entre los vagones, volviendo por donde había venido. Se permitió un
placer ilícito. Se sacudió contra la señorita Limpett, enrollándose a ella por detrás.
Inhaló su delicioso aroma de azahar, pero más allá de eso, ella exudaba su singular
esencia, distinguiéndola como única de todas aquellas a su alrededor. Él sonrió
complacido, cuando ella levantó su mano enguantada para tocarse la piel desnuda
de su cuello en un inconsciente reconocimiento de su presencia.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Él la había visto una vez antes, incluso conversado con ella, aunque ella no lo
sabía porque en ese momento su rostro se había transformado en la cara y estatura
de otro. Entonces él había encontrado su belleza cautivante y sensual. Y la
encontraba aún más atractiva ahora. Encantadora, deliciosa. Pero ya no tenía
tiempo para jugar.

La abandonó en la capilla y se redujo a algo muy delgado como una navaja de


afeitar y se deslizó debajo de la puerta cerrada. Se vanagloriaba de su invisibilidad,
de su velocidad mercuriana cuando se movía y de su mayor precisión de
pensamiento. Apenas podía permitirse esperar a dentro de unos momentos, en que
pudiera finalmente tener es su posesión el conocimiento necesario para revertir el
deterioro de su mente y alma. En el agujero abierto en el piso, fue en espiral a
través del catafalco hidráulico que había bajado el ataúd del profesor, y fácilmente
agarrado persistentemente al camino de dos trabajadores del cementerio. Los siguió
por el túnel oscuro, sin continuar bajo la calle Swain hacia el cementerio del Este,
sino desviándose hacia una pálida luz afuera, a través del desorden denso de los
monumentos del cementerio.

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El Club de las Excomulgadas
Redujo la velocidad sólo cuando llegó a la terraza oscura de las catacumbas
cortadas en la base de la tierra debajo de la iglesia de San Miguel.

Mina dio un paso atrás del carruaje.

—Por favor su señoría, puede irse sin mí.

— ¿Irnos?—Lady Trafford agrandó sus ojos azules. — ¿Qué quieres decir,


Señorita Limpett?

—Yo…—Mina tragó. Nunca había sido buena para lo dramático. —Sólo


necesito un poco más de tiempo con mi padre.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


La plácida expresión de Lucinda se fracturó, pero rápidamente enmascaró su
impaciencia con una inclinación favorable de cabeza y una sonrisa.

—Por supuesto. Astrid, Evangelina, pueden acompañar a su prima.

Un coro de negativas petulantes sonó desde adentro.

Mina levantó una mano.

—No, por favor. Quiero estar sola. Caminaré de vuelta a la casa cuando haya
terminado. No es lejos.

—No seas ridícula, hay gitanos acampando en el campo al otro lado del
camino—Su señoría miró hacia el cielo, y tocó con su mano enguantada contra el
cordón de satín de su cuello. —Y se está haciendo tarde. El cementerio cierra al
atardecer.

—Si seguimos aquí otro momento, seré yo la próxima que termine aquí—
murmuro Astrid en tono severo.

—Estoy de acuerdo—Dijo Evangeline.

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El Club de las Excomulgadas
—Por favor—Mina levantó su pañuelo a su nariz y resopló, actuando las
lecciones de persuasión que había aprendido de sus primas en días recientes.
Susurró—Simplemente no estoy lista para separarme de él aún.

—Oh, querida no llores—declaró su tía, juntando sus manos enguantadas. —


Muy bien. Dejaremos al segundo cochero para que espere por ti. Por favor no te
demores mucho. Recuerda, debemos regresar a la casa Mayfair esta noche, y en
nuestro vehículo, ya que estos deben volver al establo local esta noche—Sacó un
reloj de su bolso y suspiró. —Tenemos muchas citas mañana. El servicio de
comidas y floristería para mi jardín para la fiesta de la próxima semana. No
queremos estar agotadas en la mañana.

Un momento después, el carruaje rodaba sobre la calle Swain. Mina ascendió


por el sendero de las sombras de árboles. Sabía el camino porque lo había

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


caminado el día anterior cuando su tío le había mostrado donde seria enterrado el
ataúd de su padre. Entonces el sol estaba colgando alto en el cielo y el cementerio
estaba vivo, lleno de visitantes. Ahora, por la tarde las sombras se colaban por la
tierra junto a bajos y crespos mechones de neblina amarilla.

Solo el sonido de sus zapatos en el sucio camino y el furtivo rasguño de las aves
y de otras criaturas invisibles en los árboles y maleza, rompían el silencio. Un triste
ángel de piedra apareció en la distancia con las palmas abiertas. Su pulso brincó,
pero ella lo calmó por lo que eran los más irracionales miedos, temores que se
establecerían con el resto, una vez que estuviera confirmada la seguridad del ataúd
de su padre.

En las puertas de hierro abiertas de la Avenida Egipto, Mina vaciló. Enormes


columnas gemelas y obeliscos se repartían a cada lado del arco de entrada, como un
portal de un templo antiguo. Un denso velo de hiedra se desplomaba desde lo alto y
más allá… sólo había sombras.

Su primer instinto fue retirarse, tan rápido como sus pies la llevaran a los
coches, y a toda la parafernalia de la seguridad, normalidad y cordura.

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El Club de las Excomulgadas
Respiró profundamente y pasó por el camino de criptas alineadas, emergiendo
rápidamente al Círculo del Líbano, donde se levantaban dos líneas de mausoleos
cubiertos de cedro.

Aunque los Trafford tenían una propiedad central en la cripta donde se


enterraban a los miembros de título, el ataúd de su papá sería colocado junto al de
su madre en una menos exclusiva terraza sobre las catacumbas. Mina agarró su
falda y ascendió los escalones de piedra.

Una fuerte brisa llenó las ramas de los arboles alrededor, llenando el círculo con
un coro de susurros ininteligibles. Ella se giró, explorando el círculo, con la certeza
que lo que oía procedía de los murmullos de los árboles. Los murmullos se
calmaron. Y en su lugar vino un repetitivo y chocante tintineo de metal contra
metal.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Chink. Chink. Chink.

La sospecha y el miedo se retorcieron en su garganta, y más profundo en su


pecho, pero ella se lo tragó. Los sonidos que escuchaba eran como los producidos
por los trabajadores del cementerio haciendo un último trabajo del día.

Chink. Chink.

Sus labios latían donde se había mordido un poco la carne. ¿Qué tarea podría
necesitar esos golpes repetitivos e insistentes? Con cautela, se acercó a las
catacumbas, donde el ataúd de su padre había sido depositado. La puerta de metal
apareció con una pequeña abertura cuadrada marcada con barras de hierro.

Sonidos de pies que se arrastraban venían de adentro.

Chink

El miedo a que su secreto pudiera descubrirse superaba cualquier temor de lo


que podría estar en el interior haciendo ruido. Ella se puso en marcha en la punta
de sus pies y se agarró al borde de la ventana. En la oscuridad, percibió la tenue

39
El Club de las Excomulgadas
silueta de numerosos ataúdes, apilados en los estantes y cubiertos de polvo. Las
flores que ella había arreglado ayer sobre el ataúd de su madre, estaban
desparramadas en el suelo.

Una sombra se movió.

—Tú, ahí—llamó ella.

La sombra se fusionó con la oscuridad, haciéndola preguntarse si había visto


algo o no había sido nada.

Abandonó la ventana y agarró el grueso mango de metal. Tiró pero fue en


vano. La puerta estaba cerrada.

Ella había visto algo. Y había escuchado algo también.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Madera astillándose.

Ella se volvió, corriendo hasta el borde del círculo, buscando a cualquier


trabajador, o visitante, a quien pudiera gritar sus acusaciones de profanación. No
vio a nadie. El viento torció sus faldas. Los murmullos volvieron, llenando sus
oídos. Otra vez ella volvió a la puerta, presionando la punta de sus dedos contra su
boca, suprimiendo la urgencia de un grito. Sin otro recurso giró el cierre de bola de
su bolso y sacó su pistola.

—Te lo advierto. Sal de ahí— desafió, con su voz retumbando en el silencio.

La madera crujió. Ella metió el brazo entre los barrotes de metal, pistola en
mano. Dispararía como advertencia y sacaría a la persona, al menos así sabría con
quién trataba.

Una gran piedra se precipitó en la oscuridad y golpeó la puerta al lado de su


cabeza.

Mina miró fijamente. Una sombra distinta creció. Se hizo más grande.

40
El Club de las Excomulgadas
Ojos color bronce parpadearon…..brillantes.

Ella gritó. La criatura rugió, a toda velocidad hacia ella.

Ella disparó.

Mark se agazapó en la oscuridad, silenciando su rabia.

Cerró los ojos, y respiró profundamente por la nariz. Se concentró en la herida,


trabajando en desintegrar la bala y reparar el omóplato roto. La intensidad del
dolor disminuyó, pero no cesó.

Un ruido de zapatos se acercó, y hubo un requerimiento de voces. Él abrió sus


ojos. Una llave giró en la cerradura, su rotación metálica se hizo eco a través de la
estrecha bóveda. La puerta gimió por dentro. Un operario viejo con la camisa

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arremangada, chaleco de piel suelto y pantalones cubiertos de suciedad, levantó
una linterna para iluminar el interior. Su mirada escrutadora pasó directamente a
través de Mark.

—No hay nadie aquí señorita.

—Eso no puede ser—La señorita Limpett apareció en la puerta, con su cara


luminosa contra el telón de fondo de las sombras.

Miedo y emoción brillaron en sus ojos. ¿Era posible que se hubiera puesto más
bella desde la última vez que la había visto? Sus ojos se estrecharon. Tal vez era el
simple hecho de que le había disparado. Siempre había admirado a las mujeres que
manejaban armas con confianza, y bien.

Su tío apareció a su lado. En su mano apretaba la pistola que ella tenía, con el
cañón apuntando al suelo. Él también miro hacia el interior, con su alto sombrero
de copa de seda reflejando la luz anaranjada del farol.

¿Estás segura de que viste a alguien?, la punzó suavemente.

41
El Club de las Excomulgadas
La señorita Limpett se puso rígida, con su mirada vidriosa se colocó en la
robusta plataforma de madera donde estaba depositado el ataúd de su padre.
Afortunadamente para ella, Mark había lanzado la tapa de modo que el pesado
panel había caído en su alineación original.

Su secreto estaba a salvo.

El cuidador se aventuró al interior, agachándose. La punta de sus barrosas


botas de trabajo afectó varios de los remaches que Mark había aflojado. El silbido
del metal golpeó la pared de piedra y se hizo eco a través de la cripta.

— ¿Que fue eso?—preguntó su señoría, en un mejor ángulo para ver, pero no


tan lejos como para entrar.

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El cuidador bajó la linterna y miró el piso. Viendo los remaches, los viejos ojos
del hombre se agrandaron. Hizo girar la luz hacia los ataúdes en sus nichos. El
miedo se reflejó en sus facciones, y su manzana de Adán se movió.

—Nada, su señoría. Nada en absoluto.

Se retiró hacia atrás, como si tuviera miedo de darle la espalda a la oscuridad.


A pesar de su dolor Mark sonrió con depredador placer.

—Será mejor que sigamos nuestro camino ahora—susurró él. —Cerrarán las
puertas pronto.

—Tiene razón, Willomina—Su señoría trató de arrastrarla suavemente, pero su


mano enguantada se aferró al borde de piedra de la puerta.

—Querida, estás alterada—sugirió él. —Tu dolor te juega malas pasadas, por lo
que ves fantasmas donde no los hay.

Ella asintió, sin dejar de mirar el interior.

—Tienes razón, por supuesto, estoy… alterada.

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El Club de las Excomulgadas
—Vamos a la casa—la instó su tío. —Puedes descansar un poco ahí, y pronto
estaremos lejos de aquí.

—Un momento…— ella se empujó hacia adentro y se inclinó para recoger una
larga y verde rama trenzada con flores blancas. Agarrando la rama con sus dos
manos, cubrió dos ataúdes, el de su padre y el que estaba al lado, que ella suponía
que era el de su madre.

Girando sobre sus talones, se congeló.

Mark siguió su línea de visión al suelo, donde su mirada estaba fija en la piedra
había lanzado contra ella cuando había estado furioso.

Él no pudo resistir la tentación. Extendió su mano y, después se permitió un

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ilícito roce de sus dedos entra el borde de su enagua, dándole a la falda exterior un
tirón fuerte. La señorita Limpett gritó.

Mark se irguió.

Voces masculinas exclamaron desde la puerta.

Ella se volvió para mirar un punto, pero nada.

Lo miró directamente a los ojos, nariz con nariz, aliento con aliento.

Oh, si….era bonita.

La señorita Limpett era una imagen de piel lustrosa, labios rosados y pelo
castaño brillante, perfectamente trenzado en un simple mono en la nuca. Incluso en
medio de su enojo por no encontrar nada más que rocas y aire viciado en el ataúd,
era lo que era. Siempre había disfrutado de las mujeres, especialmente de las
aventureras con secretos.

Los tacos de sus estrechos zapatos negros golpearon el suelo mientras ella
retrocedía.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Que fue eso?—preguntó su tío.

—Nada—susurro ella. —Son solo mis nervios.

La puerta se cerró. Una posterior vuelta de metal señaló el cambio en la


cerradura. A través de la pequeña ventana, la luz del farol menguó a nada. Sus
pasos se desvanecieron. Él se puso de pie, rodeado de polvo y oscuridad, y con el
olor de madera mohosa, carne y huesos. Rápidamente su estado de ánimo volvió a
desaparecer.

Malditos ataúdes llenos de rocas. Mina Limpett le había engañado, y a todos


los demás. Era curioso cómo no había percibido sus mentiras. ¿Sería tan buena para
decirlas? Se frotó el hombro. El dolor se había aliviado hasta casi desaparecer. La
única evidencia externa del disparo era el persistente aroma a pólvora, y la manga

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de su ropa destruida, que su mente incluso ahora trabajaba en reparar. Como
despreciaba coser.

Están con padre.

La comprensión se extendió por él. No había sentido sus mentiras porque ella
no le había mentido. En realidad no. Le había dicho la verdad, y con unos pocos
desacuerdos, él se permitió hacer sus propias suposiciones. Los rollos estaban con
su padre.

El profesor no estaba muerto, aunque claro, él y su hija habían llevado a cabo


un elaborado plan para hacerles creer a todos que lo estaba. Tres meses antes, Mark
había estado tan cerca. Había rastreado por la tierra y el océano con todo sigilo,
seguro de que ellos no tenían conocimiento de su búsqueda.

Su sangre golpeó en su cabeza como un reloj marcando el tiempo. No tenía


tiempo para intrigas. El hecho que se hubiera resistido al deterioro de la Transición
todo ese tiempo, era un testimonio de su fortaleza como guerrero inmortal, y los
siglos de estricto entrenamiento mental como Centinela. ¿Cuánto tiempo más iba a
durar?

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El Club de las Excomulgadas
Peor aún, la manera en que la señorita Limpett había manejado el arma le
reveló que había anticipado el peligro, planteando la cuestión en su mente…

¿Quién más querría los manuscritos? Aparentemente tenía competencia, lo cual


no era sorpresa, dado el mortal interés de la sociedad por los temas metafísicos, por
la vida más allá de la tumba de la inmortalidad. Había todo tipo de sectas tontas y
sociedades secretas con normas oscuras, trajes divertidos y ceremonias, todas
tratando de averiguar sobre la vida y sobre la vida de más allá.

Algunas no eran tan agradables y tenían fines oscuros. Tal vez una de esas
organizaciones buscaba la posesión de los manuscritos.

Una cosa era segura. Él no había terminado con la espinosa señorita Limpett.
Seis meses atrás, mientras trabajaba en la Reclamación de Jack el Destripador,

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había ido al pequeño y lamentable salón de la casa del padre de ella en Manchester,
con su rostro transformado en el del señor Matthews, el director adjunto del Museo
Británico. La había interrogado sobre el paradero de su padre y de la desaparición
de una antigua tablilla cuneiforme de los archivos subterráneos. La tabla tenía
grabada la oscura y aún más negra historia sobre las profecías de Tantalytes, un
antiguo culto ctónico en el cual se adoraban a los malvados, al inmortal Tántalo, a
la oscuridad antigua, siempre enterrada en los Centinelas de las Sombras en el
Reino Interior del Tártaro.

Sin la tabla, Mark, Lord Black y su hermana gemela, Selene, se habían visto
obligados a conformarse con un pobre duplicado, un manuscrito muy fragmentado.
Mark, un experto en lenguas antiguas, había sido encargado de la traducción de la
reliquia.

El manuscrito preservaba la historia y profecías del culto ctónico. Los papiros


también contenían una seria de coordinadas numerales, que cuando se traducían
coincidían con todo tipo de terribles acontecimientos a través del tiempo, que
conducían hasta el presente. Asesinatos, plagas, desastres naturales. El más
reciente, la violenta erupción de un volcán en Indonesia, el Krakatoa en 1883. Fue

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El Club de las Excomulgadas
a través de esos sucesos que Tántalo transmitía, a través de una corriente de energía
invisible, las comunicaciones desde su eterna prisión en el bajo mundo, en un
esfuerzo por despertar su ejército dormido de seguidores brotoi. Mediante la
observación, los centinelas habían determinado que los brotoi eran casi idénticos a
las almas malignas, que eran almas deterioradas, que ya estaban en la tarea de
Recuperar.

Sin embargo, a diferencia de las almas que buscaban Trascender de sus malas
acciones, los brotoi mostraban una lamentable inclinación a juntar sus fuerzas y
organizarse hacia la última desaparición de la civilización, no sólo a la civilización
mortal, sino también la de los Amaranthines y su protegido paraíso, el Mundo
Interior.

Pero lo más importante para Mark ahora era que en su encierro, el manuscrito

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había mencionado la existencia de dos manuscritos hermanos que contenían
detalles sobre la localización y uso de un poderoso conducto a la inmortalidad. El
conducto no identificado era su única esperanza de revertir el oscuro estado de
Transición presente dentro de su mente.

Entre más pronto persuadiera a la Señorita Limpett para que diera a conocer el
paradero de su padre y de los rollos, más pronto recuperaría su descarrilado destino
y su lugar de honor en los Centinelas de las Sombras de Amaranthine. Recordando
sus ojos y labios, y la forma apasionante de sus prendas de luto, lamentó no tener
tiempo para una suave seducción.

Una cálida brisa sopló a través de la ventana abierta del coche, enviando las
cortinas hacia atrás, revoloteando como las alas de una mariposa nocturna. El
oscuro, suntuoso interior, combinado con la vibración de las ruedas sobre la
calzada, y los meses de agotamiento…

La cabeza de Evangeline colgó sobre el hombro de Mina. Un tenue ronquido se


tambaleó en sus labios.

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El Club de las Excomulgadas
Mina deseó poder hacer lo mismo. Estaba tan cansada. Con el funeral se
suponía que pondría fin a la carrera, a esconderse y al miedo. Tenía la esperanza
que al fin, esa noche, pudiera encontrar la paz en el sueño.

Astrid estaba sentada al otro lado de Evangeline. Frente a ella, Lady Trafford
frunció el ceño pareciendo enredada en sus propios pensamientos. Al final del
banco de su esposa, Trafford miraba en solitario por la ventana abierta. Mina había
estado tan agradecida cuando había empujado el panel abriéndolo, dispersando el
mareador perfume que se había acumulado en el interior.

Ella, por su parte, estaba sentada rígida en su asiento, tratando de racionalizar


todo lo que había visto y escuchado en la cripta. Era, como había sugerido
Trafford. Ella había estado sobreexcitada y había imaginado cosas.

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Los ojos brillantes habían pertenecido seguramente a una rata del cementerio
monstruosamente grande. La piedra que había golpeado la puerta, obviamente, era
un pedazo caído de techo de la cripta por el envejecimiento de esta. Los distintos
ruidos y rugidos habían sido probablemente debido a la actividad de la rata antes
mencionados y a una inexplicable anomalía del viento y del eco. Ella parpadeó en
la oscuridad… casi creyéndoselo.

Lord Alexander. Recordó sus ojos azules, tan poco comunes, y la forma en que
se concentró tan intensamente en ella. ¿Sería uno de ellos? ¿De los hombres que
había llegado a temer? Su imaginación se torció bruscamente, transformando sus
ojos azules a un impenetrable bronce.

Los hombres no tenían los ojos de un brillante color bronce, pero ella se negaba
a cualquier noción de lo sobrenatural. Su padre quizás creyera en todas esas
tonteras, pero para ella estaba parada sobre sus pies y sospechas es mantenían
firmemente basadas en la realidad.

Todos aquellos que eran alguien en el mundo de las lenguas antiguas sabían
que su padre poseía los dos rollos acadios. Los rollos en sí mismos no eran acadios,
por supuesto, pero igual de antiguos y una copia exacta de las tablas cuneiformes

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El Club de las Excomulgadas
acadias, que habían sido hace mucho tiempo destruidos o se habían disuelto en
polvo. Ella misma había estado presente en el momento de su compra a una tienda
nómada del desierto oscuro, dieciocho meses antes. Habían desaparecido sus
barras, pero igualmente estaban muy bien preservados.

Al final de la expedición, como había hecho su costumbre. Ella había


organizado las notas de su padre y hecho un reporte académico y sólo había
mencionado entre paréntesis la adquisición. En ese momento ni siquiera estaban
seguros de la autenticidad de los artefactos. Ella había hablado del documento con
el nombre de su padre a la Real Sociedad Geográfica.

Sin embargo con la publicación de ese papel, su mundo se había vuelto loco.

Frente a ella, Lord Trafford se puso rígido en su asiento. Se movió, con su

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visión fija en algo al lado del camino. Izo su bastón por la ventana abierta,
golpeando contra el techo del carruaje. El chofer gritó, y en medio de un tintineo de
arneses, el carruaje se sacudió y se detuvo.

Lucinda parpadeó.

— ¿Qué sucede, Trafford?

Evangeline se sacudió en posición horizontal. Murmuró soñolienta.

— ¿Por qué nos detenemos?

Trafford se agachó abriendo la puerta. Sin esperar por el lacayo bajó las
escaleras al pasto, bastón en mano.

—Pensé que eras tú—se rió entre dientes, hablando cordialmente en la


oscuridad. — ¿Tuviste problemas con tu caballo?

Las lámparas laterales del carruaje iluminaron un amplio círculo de grava y


césped, lleno de distinta basura. Los vagones traqueteaban pesadamente, el camino
a Londres estaba igual de ocupado en ese momento como durante el día.

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El Club de las Excomulgadas
Una figura emergió desde las sombras, la mitad de su rostro estaba oscurecido
por el borde de su sombrero de copa. Un abrigo largo y negro descendía a media
pantorrilla y ondulaba con el viento. Llevaba atrás las riendas de un reluciente y
negro caballo, con los labios no identificados del caballero apretados en una triste
sonrisa.

Los ojos de Mina se agrandaron y los latidos de su corazón tronaron en sus


oídos. Reconoció esos labios. Reconoció todo desde el contorno masculino de sus
hombros, su altura imponente y su confiada postura.

Lord Alexander se quitó el sombrero y lo golpeó bruscamente contra su muslo,


enviando una tenue nube de polvo del camino.

Lucinda se enderezó en su asiento, con sus hombros muy derechos, con su cara

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


de luna pálida en la oscuridad. Las chicas se enfilaron hacia las ventanas, pasando
sobre Mina para ver mejor.

—En efecto—Su señoría llevando una herradura. —Busqué en la hierba hasta


que la encontré. ¿Podría tener un kit de herrero para prestarme?

—Incluso mejor—Trafford señalo con su bastón en dirección al carruaje. —


Tenemos un herrero.

Un instante más tarde un sirviente-uno de los dos que habían seguido a caballo-
llegó a pie. Extendió su mano enguantada hacia la herradura.

Su tío dijo:

— ¿Por qué no viene a la casa con la familia? El señor McAlister le traerá su


animal una vez que la reparación haya sido hecha.

Lord Alexander levantó su mano enguantada.

—Gracias, Trafford, pero sospecho que su familia y en particular su sobrina,


deben estar agotados y deseando privacidad.

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El Club de las Excomulgadas
A través de las sombras, él captó la mirada de Mina. Ella corrió la cortina y se
hundió en las sombras.

Lord Trafford replicó.

—Mi querida sobrina me ha dicho que conoció a su padre. No me puedo


imaginar que a ella no le gustara que un amigo de la familia estuviera varado en la
calle. ¿No es verdad señorita Limpett?

Ella escuchó el crujido se los zapatos de su tío en la grava, justo afuera de la


ventana.

Evangelina le clavó un codo en el costado.

Cada músculo de su cuerpo se redujo al menos una pulgada. Mina gritó desde

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


detrás de la cortina.

—Por favor... viaje junto a la familia, Lord Alexander.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 3
Un momento después, y él estaba instalado entre ellos.

Elegante y de largas extremidades, ocupó la esquina opuesta a Mina, con su


sombrero de copa en su regazo.

El carruaje se sacudió, y luego rodó sobre la carretera, y pronto retomó su


velocidad habitual. Las lámparas de gas brillaron con su luz intermitente a través de
sus rasgos. El viento hizo caer un mechón de su pelo sobre un ojo, un ojo, que igual
que el resto de él, se apoyaba con demasiada frecuencia en la paz mental.

Trafford se sentó junto a su Señoría.

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—Le vi en el cementerio, pero no conseguí hablar con usted a tiempo. Antes,
había comentado con su señoría cuanto tiempo había pasado que no lo había visto
en el club.

Lord Alexander ajustó sus piernas, deslizando sus pies juntos, al más pequeño
espacio de Mina.

No tocándola, pero casi.

—He estado en el extranjero varios meses, y solo volví a Londres ayer.

— ¿Dónde estuvo?—Susurró Lucinda.

— ¿Perdón?—Alexander se apoyó unas pulgadas hacia adelante para mirar


detenidamente a la condesa alrededor de Trafford.

—Cuando dejó Londres—Su voz sonó más fuerte pero mantuvo un contorno
correcto. — ¿Fue a algún lugar lejano? ¿A algún lugar más… excitante y exótico?

Mina escuchaba en silencio. ¿Era la única que comprendía que Lucinda y Lord
Alexander compartían algún tipo de pasado?

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El Club de las Excomulgadas
En un rincón del carruaje, Astrid se estiró como un gatito mimado y terció en la
conversación.

—Me encanta viajar.

Lora Alexander sonrió fácilmente.

—Pasé un tiempo en Rangún, antes de proceder a Mandalay.

Mina se mordió el labio inferior. Dos ubicaciones no muy lejos de Bengala y


del Tíbet.

Astrid dejó salir su voz entrecortada.

—Me encanta la india.

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Evangelina susurró:

—Burma.

—Burr-ma—Astrid ronroneó, sonriendo coquetamente a Lord Alexander—


¿No es eso lo que dije?

La diversión iluminó los ojos de su visitante. Parecía el tipo de caballero que


estaba acostumbrado a ser lisonjeado. Con una ligera inclinación de su cara con esa
mandíbula cuadrada, se encontró con la observadora mirada de Mina. Como un
disparo de morfina, el sentimiento de intimidad que habían compartido en el
cementerio regresó para marearla, calentándola hasta la medula. Se sintió atractiva,
misteriosa. Seducida.

Si tan sólo Trafford le hubiera devuelto su arma, la hubiera sacado y le hubiera


disparado ahora. No podía evitarlo, pero sentía que él era de peligro que era para
ella, en más de un sentido.

Lord Trafford giró su bastón contra el piso del carruaje. Las facetas de vidrio
del pomo brillaron en la oscuridad.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Ha fijado su residencia en alguna parte?

—Estoy actualmente aún sobre el rio, amarrado en el paseo Cheyne.

—He escuchado hablar de su Thais—Trafford sonrió. —Una conversación


envidiosa.

—Alguien que le tiene cariño—Lucinda pinchó.

— ¿Quién?—preguntó Lord Alexander.

—Thais—repitió la condesa.

Él respondió.

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—Thais fue….la amante de Alejandro Magno.

Las niñas se rieron tontamente detrás de sus manos enguantadas, mirándolo


medio escandalizadas.

Su señoría volvió significativamente su atención a Trafford.

—Lo llevaré a pasear una tarde.

—Una espectacular idea—Trafford estuvo de acuerdo.

Astrid efusivamente dijo:

—Me encanta navegar.

—Como a mí—resonó suavemente Evangeline.

Lord Alexander hecho un vistazo entre ellas.

—Será ciertamente bienvenida si viene—le dijo a Mina,—Todas


son...bienvenidos si vienen. —Trafford se movió en su asiento y cruzó una pierna

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El Club de las Excomulgadas
sobre la otra. —ahora que sé donde se aloja, debo insistir en que acepte una
invitación para que pase la noche con nosotros.

Mark sacudió su cabeza.

—No podría imponerme.

—Tonterías—Trafford declaró. —Es tarde y tenemos habitaciones vacías


rogando por invitados.

Evangeline y Astrid asintieron de acuerdo. Lady Lucinda esbozó una alegre


sonrisa. Mina rezó para que declinara.

—Me temo que no puedo. Tengo llena la mañana de reuniones, y todos los
documentos que requiero están en el barco.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Astrid y Evangeline dejaron escapar un suspiro de decepción. Lord Alexander
sonrió, y como un muchacho, apareció un hoyuelo en su mejilla izquierda que
derretía el corazón. Mina se preguntó a cuantas mujeres habría seducido
esgrimiendo esa arma.

Justo después, el carruaje rodó por Mayfair.

—Abramos las ventanas para poder mirar hacia afuera—exclamó Astrid con su
cara iluminada por la excitación. Empujó la persiana abriéndola.

Mina hizo lo mismo, cobardemente centrando su atención en el paisaje, en


lugar de devolver el interés del hombre que estaba frente a ella.

Atrás había quedado el olor de la campiña. Aquí, todo olía a polvo y a caballos.
Vehículos bien equipados atestaban las carreteras. Lámpara de gas iluminaban la
noche, reflejándose en las fachadas de las grandes casas, la mayoría de las cuales se
iluminaban como grandes hogueras. Destellos de colores podían ser vistos a través
de las ventanas -seda y flores- junto con rostros y cristal brillante. Incluso desde la
calle, las risas y el son de la música podían ser escuchados.

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El Club de las Excomulgadas
Después de media hora de lento y tambaleante tráfico, el carruaje se detuvo
frena a la Casa Trafford. A pesar de ser tan impresionante como la de sus vecinos,
las ventanas eran solemnes y oscuras. Lacayos se apresuraron para ayudar a las
damas a bajar del vehículo, guiándolas entre dos líneas de lámparas, hacia una
puerta negra lacada. Momentos después todos estaban reunidos en el hall, una
impresionante estructura de madera resplandeciente y con ornamentaciones de
yeso. Al lado de la escalera central, varios bustos de notables figuras históricas
estaban en lo alto de columnas corintias. Una solitaria lámpara de araña iluminaba
la bóveda, dejando la periferia de la habitación en sombras.

—Alexander, acabo de adquirir una caja de habanos. ¿Quieres un puro hasta


que llegue tu montura?

—Ciertamente—El rostro de Lord Alexander dio vueltas. —Buenas noches…

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Mina miró lejos antes que sus ojos coincidieran.

—Señoras— Su voz sostenía una entonación distinta de diversión.

Él y Trafford desaparecieron a través de la puerta de arco.

Lucinda ya estaba a mitad de la escalera.

—Vamos, niñas. Ha sido un tarde cansada, y mañana tenemos un día lleno de


citas—Sus faldas crujieron cuando subió las escaleras. Evangelina y Astrid miraron
con anhelo hacia el estudio de su padre, y con un suspiro dual, lentamente
siguieron a su madrastra.

Cuando llegaron al primer piso, Lucinda pausadamente preguntó:

— ¿Señorita Limpett, viene?

Mina respondió:

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El Club de las Excomulgadas
—No estoy segura, no creo posible que pueda dormir aun. Creo que me
quedaré en la biblioteca y encontraré algo que leer.

Lucinda apretó su mano contra su frente, y después de un largo momento de


silencio, bajó las escaleras y se quedó pie ante ella.

—He sido imperdonablemente desconsiderada esta tarde. He permitido que la


preocupación de la tonta fiesta del jueves en el jardín me distrajera cuando hoy
debería hacer sido todo para ti y la terrible tragedia que ha pasado con tu padre—
Tomó las manos de Mina y la miró fijamente a los ojos. Para sorpresa de Mina, vio
el brillo de las lágrimas en las pestañas de la joven. —Por favor, perdóname.

Mina sospechaba que las emociones de Lucinda no tenían nada que ver con su
tonta fiesta del jardín o la muerte de su padre, un perfecto ejemplo de porqué debía

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


evitar a Lord Alexander.

—No hay nada que perdonar.

—Eres una adorable chica, y estamos muy contentos que seas parte de nuestra
familia—Su Señoría abrazó a Mina fuerte, aunque fugazmente, antes de volverse
para subir las escaleras y desaparecer con las chicas alrededor de la balaustrada.

Mina miró al más cercano de los bustos. Lord Nelson la miró fijamente, con
ojos acerados y decididos.

—He tenido un día interesante.

Él no preguntó los detalles.

Moviéndose en dirección opuesta a la que los caballeros habían tomado, Mina


viajó por una pasillo oscuro donde a ambos lados había marcos con óleos.
Eventualmente pasó por dos gigantes puertas de madera a una habitación
cálidamente iluminada. En la semana que había vivido con la familia, la biblioteca
se había convertido en su enorme refugio de la casa y siempre ocupado. Dos
enormes medallones de yeso, pintados con un blanco glacial, se extendían sobre

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El Club de las Excomulgadas
ella en el techo. Bustos de los grandes maestros de la literatura asomaban sus
narices con idéntica forma alrededor del borde superior de la habitación como
decoración. Camino a lo largo, los estantes estaban llenos de libros hasta el techo.
Ya había ojeados algunos y hecho una pequeña selección cuando sus ojos se fijaron
en el de Nobleza de Debrett. Una repentina curiosidad vino a su mente.

Protestando por el peso del volumen se dirigió al otro lado de la habitación,


tomando asiento en un escritorio situado al lado de una gran ventana con cortinas y
se inclinó. Una pequeña lámpara le proporcionaba toda la luz que requería. Se
detuvo solo un momento para abrir su bolso y sacar el pequeño estuche con la
fotografía. Lo mantuvo abierto y en posición vertical junto a ella. Mirando a su
padre y al señor borroso que lo acompañaba, que asumía era Debrett.

Una de Alexander.

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Echó una ojeada a los títulos aristocráticos y encontró el lugar donde…

Hizo un gesto con la boca. Después de A-l-e-x- no había nada más que una
mancha borrosa e ilegible, media página estaba entre borrosa y nada. Siguió por el
resto de las páginas y todas estuvieron en perfecto estado. Justo para su suerte la
página que deseaba leer había sufrido algún percance de publicación.

Mina cerró el libro y lo aventó a una lejana esquina de la mesa, más


decepcionada de lo que debería estar.

—Creo que le debo algo alrededor de cuarenta y cuatros libras por nuestra
última partida de cartas—. Trafford estaba sentado en un sillón detrás de un
escritorio de caoba. El humo salía en zarcillos grises del puro que tenía aprisionado
entre los dedos. Abrió un cajón. —Veamos que tenemos aquí.

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El Club de las Excomulgadas
—No, no—le indicó Mark, saboreando la dulce esencia de la madera de su
puro. —Me ha permitido ser un intruso en su familia y me ha regalado este
excelente puro. Considerémonos a mano.

Trafford sonrió.

—No es realmente una apuesta si alguien no pierde. Tengo toda la intención de


ganar la próxima vez.

—No quiero su dinero, Trafford.

— ¿Qué tal una hija entonces?—el Conde señaló con la última ceniza del puro
hacia Mark. —Tengo dos, por si no se había dado cuenta, ambas debutarán esta
temporada. Así que si tiene ánimo de cas…

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mark se atragantó con el humo del cigarro y tosió.

—Son dos chicas preciosas. Estoy seguro que atraerán posibles pretendientes
como moscas.

Trafford se rió entre dientes.

—Creo que su lista de posibles pretendientes salió por la ventana cuando lo


vieron.

—Yo estoy…halagado. Pero en la actualidad el matrimonio no es una de mis


prioridades.

—La vida de soltero. La recuerdo con cariño.

Mark sintió no obstante que el hombre no tenía ningún conocimiento de los


coqueteos menores que había habido entre él y Lucinda durante su temporada de
debut, hace apenas un año. Que habían coqueteado y se habían besado. Sus manos
habían vagado un poco -todo un estímulo- pero eso había sido todo. En

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El Club de las Excomulgadas
retrospectiva, lamentaba que las cosas hubieran ido tan lejos como lo habían hecho.
Eso hacía que su presencia en la casa Trafford fuera una maldita incomodidad.

Mark asintió, inclinándose en su silla. Extendió sus manos sobre el amplio


escritorio.

—Es correcto. Usted celebró su boda recientemente. Tengo que felicitarlo.

Se estrecharon las manos, en un firme intercambio.

Trafford sonrió ampliamente.

—Lucinda y yo nos casamos en diciembre en la capilla de la familia en


Lancanshire.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Es un hombre con suerte.

—Lo soy en efecto, ella ha hecho maravillas con las chicas.

De la nada, una punzada de dolor irradió a través de la sien de Mark. Presionó


sus dedos sobre ella, y el malestar se desvaneció. Su estado de ánimo cambió. A
veces una sensación parecida le advertía que se aproximaba un hechizo y en lo
privado había llegado a llamarla su incómoda locura, que hasta ahora se revelaba
como estados de ánimo negro y un temperamento irracional e impulsivo, que hasta
ahora había tenido la capacidad de contener. No sabía cómo haber perdido tres
meses y su regreso a Londres -lugar de su Transición original- podía afectar su
frecuencia o intensidad. Esa era la razón de porque había rechazado la invitación
de su Señoría a pasar la noche. A pesar de su deseo de ganarse de inmediato los
favores de la señorita Limpett, había pensado que era mejor actuar con cautela, por
lo menos hasta que estuviera seguro de su conducta mental.

—Desafortunadamente, Trafford—dijo él—es hora de irme.

Justo en ese momento el reloj dorado que estaba en la repisa de la chimenea


tocó las once. Trafford entrecerró los ojos al reloj.

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El Club de las Excomulgadas
—Estoy de acuerdo, ha sido un día terriblemente largo—Su Señoría se paró de
la silla. Levantó una bandeja de plata y dejó ahí su puro sobre la superficie brillante
y se la ofreció a Mark para que hiciera lo mismo. Doblándose por el escritorio,
levantó una mano indicando la puerta. —Veamos tu caballo.

El mayordomo se le unió en la base de la escalera y se inclinó con deferencia


ante ambos hombres.

Trafford descansó su mano en la balaustrada.

— ¿La montura de Lord Alexander ha sido entregada?

El mayordomo respondió:,

—El caballerizo lo llevó a beber agua. Le pediré que lo traiga.

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—Muy bien.

— ¿Y su señoría?—El mayordomo se enfilo hacia adelante, con las manos en la


espalda— ¿Es posible hablar con usted un asunto doméstico antes de que se retire?

—Por supuesto Señor George—. Trafford levantó su mano. —Solo déjeme ver
con su señoría lo de su caballo.

Mark le indicó que fuera.

—No adelante, estoy seguro que mi caballo será traído, gracias. Esperaré aquí.

Trafford agregó:

—Lucinda planea una fiesta en el jardín el jueves. Le enviaremos una


invitación.

La perfecta oportunidad para volver y seducir -sí, porque no- a la señorita


Limpett.

60
El Club de las Excomulgadas
—No me la perdería.

Dejando solo a Mark él se dirigió hacia la puerta, con su sombrero entrelazado


detrás de su faldón.

Miró por la ventana a la calle oscura pero llena de gente. Gracias a Dios estaba
sobre su caballo de lo contrario le llevaría más de un hora salir de ese
embotellamiento. Su sangre se aceleró cuando tuvo conciencia de ella. Una sonrisa
apareció en sus labios. Detrás de él, leves pasos sonaron contra el mármol. Él se
giró.

La Señorita Limpett emergió de un pasillo, con clara intención de dirigirse a las


escaleras. Su sombrero colgaba de su codo, suspendido por una cinta. También
llevaba su bolso y algunos libros. Cuando se dio cuenta de su presencia, se congeló,

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dejando su paso a medias. Sus mejillas se sonrosaron, pero no sonrió. Enderezó sus
hombros, como si un acero pasara por ellos, pero en el proceso, le dio una
tentadora exhibición completa de sus altos senos y de su figura de reloj de arena.

Su red mental filtró el espacio alrededor de ella. Sospecha. Le encantaba la


seducción que se retorcía y era intrigante, pero se dio cuenta, que en ese caso, él no
podía moverse demasiado rápido o ella huiría.

—Señorita Limpett.

—Lord Alexander—respondió ella con toda cordialidad, pero el tope


emocional que se instaló entre ellos surgió como un robusto muro de piedra de
cuatro metros. Ella se resistía a deshacerlo. A pesar de la urgencia del tiempo que
no podía desperdiciar, él estaba encantado con el reto.

—Veo que ha regresado al río, después de todo.

—Sí—Sombreo en mano, él se paseó delante. —Tenía la esperanza de poder


verla de nuevo antes de irme. ¿Podríamos tener una palabra?

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El Club de las Excomulgadas
—Si por supuesto—Su mirada cayó en su corbata, en su barbilla. En todo
menos en sus ojos.

—Quería preguntarle…bien—él sonrió con su más gallarda sonrisa— ¿si me


puede conceder el permiso de visitarla una tarde, aquí en la casa?

Sus ojos se agrandaron y sus negras pestañas se fijaron directamente en las


suyas.

— ¿Visitarme?

—Me gustaría verla de nuevo—aclaró él suavemente.

—Ya veo—ella cambió la pequeña pila de libros de un brazo a otro, que


mantenía sobre su pecho -sobre su corazón- como un escudo contra él. —Como ya

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le dije en el cementerio, no sé los detalles de la colección de mi padre.

—Mi pedido de visitarla no tiene nada que ver con su padre o con su colección.

Sus negras cejas se elevaron en una elegante pregunta:

— ¿No?

—No, me gustaría verla a usted, pasar tiempo con usted—hizo un movimiento


con el sombrero en dirección al resto de la casa. —Ni siquiera a todos ellos… sólo a
usted.

Una escalera de colores se deslizó por sus mejillas. Ella se mojó los labios.

—Ya veo.

— ¿Entiende?—le sonrió pero suavemente, tratando de no parecer muy


confiado en ese esfuerzo por extraño que pareciera. A pesar de que un innegable
escalofrió de tensión existía entre ellos, él sentía que no habría garantías a la hora
en que la señorita Limpett le concediera sus favores.

62
El Club de las Excomulgadas
—Creo que sí.

La puerta crujió en el interior, y el lacayo apareció, trayendo consigo los


sonidos del traqueteo de los cascos en el pavimento.

—Su caballo, su señoría.

— ¿Debo preguntar, entonces?—Mark la presionó gentilmente, sosteniendo su


sombrero.

Su mirada se oscureció.

—Me siento halagada por su petición, pero…No creo que esté lista para visitas.
Y no creo que esté en un futuro cercano.

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Sorpresa y disgusto nublaron su mente, pero fácilmente sonrió.

—Debo respetar sus deseos, por supuesto—Lentamente se puso el sombrero en


la cabeza. —Entonces, buenas noches señorita Limpett.

Él salió por la puerta sostenida por el lacayo. En la calle aceptó las riendas de
su caballo. Subiéndose a la silla, miró a través de la pulida ventana para ver que ella
aún estaba en las escaleras, con su silueta seductora, mirándolo mientras él la
observaba.

Su sangre se calentó más y más, y cada músculo de su cuerpo se volvió terrible


pero deliciosamente tenso. Tocó el ala de su sombreo, y giró su caballo en un
amplio círculo, saliendo en dirección al Támesis.

Una hora después, descendía por los escalones que crujían en el establo público
y caminaba hacia el este por la calle del Rey. Las fachadas de las tiendas eran de
dos o tres pisos y las casas se alienaban en su camino. El vapor flotaba en el calor,
como aire estancado, formando halos alrededor de las lámparas de gas que
revestían la avenida. Aquí en Chelsea, el verde, el olor podrido del rio permeaba
todo.

63
El Club de las Excomulgadas
Sus pensamientos se detuvieron en la señorita Limpett -Mina- un enigma
intrigante. Un delicioso aplazamiento, cuando era siempre él el que jugaba esa
parte. Incluso ahora, la deliciosa demora de su partida se sostenía. Deliciosa era la
renuencia que tenía en confiar en él, que le permitiera acercarse a ella lo más rápido
y fácil como deseaba, lo que no hacía más que aumentar su interés, un interés que
no tenía nada que ver con su padre o con los rollos, y todo que ver con los
movimientos sensuales de una llama cada vez mas grande.

Una repentina fluctuación en lo profundo de sus huesos, dentro de su médula


inmortal, lo alertó de que no estaba solo en la calle.

Un ocasional coche de alquiler pasó con un pequeño grupo de hombres y


mujeres que se inclinaron en las sombras. Peor había algo más. Él pasó un callejón
y con la esquina de su ojo divisó una sombra que se movía en contra de las

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sombras.

No alteró su ritmo, pero mentalmente envió una penetrante ola de energía, una
que reveló como una explosión de luz blanca todo a su alrededor
independientemente de las paredes de ladrillo, madera o estuco: un pescadero
empujaba su carrito en la parte trasera del callejón. Tres ratas estaban dándose un
festín en la basura. Un enjambre de cucarachas corría en el sótano de una carnicería
a dos calles. Y alguien o algo lo seguían, justo en el borde de su conciencia, era con
un movimiento demasiado rápido y errático para identificarlo positivamente. ¿Sería
su asesino o algún otro enemigo? Una sonrisa de anticipación salió de su boca por
el inminente combate. Las palmas de sus manos ardieron de deseo de sostener una
daga o espada de plata Amatanthine, pero se había negado ese privilegio desde su
Transición, ya que la haría con las manos.

Una casa pública ocupaba un lado lejano de la carretera. Una alegre melodía
salía de un piano, sonando a través de la puerta de olmo de la reina. Tal vez
tomaría una copa antes de la confrontación. Disfrutaba de sus vicios, del tabaco y
del licor, y debido a su constitución inmortal, afortunadamente, no sufría los
efectos perjudiciales de su consumo.

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El Club de las Excomulgadas
Entró y se abrió paso entre un revoltijo de sillas y mesas hacia el bar, donde se
detuvo, en lugar de tomar un taburete. El olor agridulce de la madera curada con
cerveza derramada contaminaba el aire. Dos marineros, con cara de chicos, estaban
sobre el piano hombro con hombro. Cantaban una melodía arrastrada,
balanceando sus jarras de cerveza al ritmo de la música.

Seis pequeñas putas, felices de estar vivas, una furtiva para Jack, quedando cinco.
Cuatro y la puta rima correctamente, Así que hay tres y yo, Voy a poner la ciudad en
llamas.

Jack el Destripador. Bastardo que no merecía una canción. Era peculiar como
los mortales glorificaban ese tipo de cosas a las que más le temían. Más hombres
vestidos de militares estaban sentados en las mesas, probablemente de pasada por
los cuarteles de Chelsea, a solo unas calles de distancia.

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—Buenas tardes—dijo un calvo tabernero acercándose, limpiando la barra de
madera pulida con un trapo a cuadros verdes. —Me gustaría ofrecerle algo más
confortable, dijo con una risita tonta, pero alguien ya está ahí.

Mark miró la ventana, cortada en la pared a un nivel con el fin de ofrecer


anonimato y privacidad de sus ocupantes, pero que daba una completa vista de la
sala.

—No estaré mucho tiempo—Apuntó a una botella de whisky.

El hombre alzó la botella.

—Parece que casi terminamos. No me gustaría darle la basura. Vuelvo


enseguida.

Mark asintió. Eventualmente el tabernero regresó, botella en mano. Con un


cuchillo, hizo cuna en el corcho y vertió un chorro de líquido color ámbar en un
maltratado y astillado vaso de vidrio. Mark deslizó su mano dentro de su bolsillo
por lo necesario para pagar, pero el hombre golpeó la barra.

—No es necesario, está pagado.

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El Club de las Excomulgadas
Mark preguntó:

— ¿Por quién?

—Por el caballero de ahí—El barman hizo un gesto con la cabeza en dirección


de la ventana oscurecida.

Una mano enguantada levanto su tazón a modo de saludo.

Lentamente… Mark hizo lo mismo.

Bajando el vaso a la mesa, sonrió. Su pulso se disparó. Dios, a pesar del peligro,
era bueno estar de vueltas en Londres. Al doblar la barra, se agachó hasta los
estrechos escalones y empujó la puerta abriéndola. La pequeña habitación estaba
vacía, salvo por un banco de madera.

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Sintiéndola, él se dio la vuelta.

Una figura se lanzó como un borrón con un sombreo de ala ancha y una capa,
plantándole una bota alta a la rodilla, en el centro de su pecho. El impacto lo envió
estrellándose al interior. Su espalda golpeó hacia abajo deslizándose por el banco.
Ya había identificado a su perseguidor, y a modo de saludo, con buen humor
permitió su violencia. Su peso cayó sobre su pecho, aplastando la risa de sus
pulmones. Dios, un rodillazo en las costillas. Unas manos le tomaron la cabeza por
el cuello.

Selene lo miró hacia abajo, con sus ojos totalmente negros.

Él susurró.

—Te he extrañado.

—Debería matarte ahora, hermano.

—Espejo, espejo en la pared—Con un reflejo rígido de sus músculos ella lanzó


a su hermano gemelo contra la pared. Él chocó. El yeso llovió sobre ellos. Ella

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El Club de las Excomulgadas
cayó, como una maraña de pantalones y vestidos sobre el suelo. —Después de
todo, eres tu madre.

—No hables de ella—dijo ella entre dientes, saltando sobre sus pies,
deslizándose cerca. —No tienes derecho. Te desprecia por lo que hiciste tanto
como yo. La alejaste, Mark. Te alejaste de todo por un momento de vanidad. Y no
hay duda, he mandado misiva tras misiva al Consejo Primordial, rogando para que
me dejaran ser la única.

—Selene…—advirtió él.

—Tu asesina—su gemela furiosa, se ajustó una gran pluma púrpura que
temblaba en su cinturón. —Estoy a la espera de la orden.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Ante sus ojos, ella se retorció, con sus rasgos colapsándose en la nada. Dentro
de las sombras.

Con eso, ella se fue.

Mark sabía que con la violencia de su intercambio, había provocado un cambio


en el color de sus ojos y rápidamente empujó sus gafas para ocultar el resplandor
bronce, justo cuando el tabernero subía corriendo las escaleras.

— ¿Qué fue eso?—gritó.

—Asuntos privados de familia—Mark gruño.

— ¿A dónde se fue?

Mark lo pasó. Al menos ahora sabía quién lo había perseguido por la calle.

Enderezando su corbata y sombrero lo regresó a su cabeza, se agachó de nuevo


y se fue por las escaleras. No esperaba encontrar a Selene en la sala pública de
abajo, y ella no estaba allí, ni siquiera en las sombras.

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El Club de las Excomulgadas
Los otros clientes lo evitaron dando un gran rodeo, maldición, alguien se había
llevado su bebida. Captó la mirada del barman.

—Otra—le gruñó.

Mark se sentó en un taburete y miró el gran espejo que abarcaba toda la pared
detrás de la barra, y tomó un sorbo de whisky. Sus gafas brillaban en la brumosa
oscuridad. La fina capa de plata bajo el cristal se había deteriorado, dejando el
reflejo moteado e incompleto, pero dando un retrato de él mucho más preciso que
el que le habría gustado admitir.

Selene estaba claramente furiosa por la decisión de él de haberse sometido a la


Transición como lo había hecho hacía seis meses. Entendía la causa subyacente de
su ira, de su miedo a quedarse sola. Durante siglos, se habían tenido el uno al otro

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


en el mundo, nadie más que entendiera realmente la emoción y la historia detrás de
sus solitarios y mercenarios caminos. Que ella deseara ser una asesina... bien, no
podría esperar nada menos de ella.

Al mismo tiempo, su falta de confianza lo aguijoneó. Ella compartía su


ambición, y el deseo de hacerse un nombre por sí misma. Seguramente entendería
que si él regresaba de la Transición, sería una leyenda sin precedentes entre los
Centinelas y entre todos los de la raza Amaranthine. Una vez que encontrara los
rollos y repararan el conducto que prometían, ella podría estar segura que él se
presentaría y le demandaría una disculpa.

Alguien se deslizó en el taburete a su lado. El espejo le mostró un pelo oscuro,


ojos oscuros y delgados, y a una de varias prostitutas, quienes controlaban el bar en
busca de clientes. Su blusa desabrochada mostraba una profusión de encajes en mal
estado y de su pecho. Ella se inclinó, posesionando su seno contra su brazo.

— ¿Quieres que Annie desahogue tu frustración?—Una audaz sonrisa curvó sus


labios.

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El Club de las Excomulgadas
Nunca había tenido gusto por las prostitutas callejeras. La realidad de sus vidas
lo desanimaba. Estaban sucias, desesperadas y enfermas. Aunque, si cerraba los
ojos, esa chica en particular podría hacer algo así como la... Señorita Limpett.

Tomarla.

Usarla.

Devorarla.

Un dolor atravesó la sien de Mark. Presionó sus dedos contra su palpitante


pulso.

La orden se hizo eco en su cabeza. Mirando el espejo, a sus propios ojos, se


recordó que la voz no le pertenecía a él. No era la primera vez que la había oído, el

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


susurro y la orden a escondidas. A veces la voz pertenecía a un hombre. A veces
eran varias. Esa noche... la voz era distintivamente femenina. Suave y
aterciopelada, no solo ofrecía sugerencias oscuras, sino que pintaba imágenes
espeluznantes y lo instaba a hacer cosas muy malas.

Sospechaba fuertemente que su breve indulgencia por la violencia momentos


antes despertaría al depredador en su interior, aunque solo era una pequeña
fracción del monstruo que podía llegar a ser. Con ese leve giro, debería poder abrir
su mente a la locura de adentro, lo mejor era volver al barco y rápido.

Justo después otra mujer atrapó su atención, quizás debido a la forma en que la
luz se reflejaba en su brillante cabello rubio rojizo. Joven y ciertamente más allá de
su vigésimo año, estaba parada en la puerta abierta, mirando a la multitud. La
fatiga se pintaba como rayas oscuras debajo de sus ojos. Una capa impermeable
colgaba de sus hombros, demasiado grande para su cuerpo. Una falda marrón se
asomaba por debajo, con briznas de hierba aferrándose como si hubiera pasado el
día y tal vez la noche anterior en los ásperos bancos de la orilla del Támesis.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Que dice?—le susurró la mujer, justo al lado de su oreja. Su aliento caliente
bañó su cuello. Un fuerte pulso agitó su ingle. Devorar. Devorar. Devorar. — ¿Quieres
darle a Annie un intento? No te arrepentirás.

La chica de pelo brillante dio vuelta a la habitación, con una sonrisa forzada sin
color en sus labios. Se acercó más a los dos marineros y apoyó una mano en su
brazo.

La mano se Annie, sin embargo, se deslizó debajo de la barra para apresar la


parte superior de su muslo. Su visión se puso borrosa, y se imaginó que estaba en
otro lugar, con alguien más.

La idea de perderse a sí mismo en la falsa Mina Limpett, y olvidar sus


problemas presentes, aunque fuera por un cuarto de hora, sostenía un miserable

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


reclamo.

—Dije que no—la voz de un hombre gritó. Toda conversación en la sala cesó.
El marinero miró abajo a la mujer. —Nadie está interesado. ¿Hay algo no entiendas
sobre eso?

Mark se concentró en la chica. Sus mejillas estaban rojas como manzanas y sus
ojos nublados con lágrimas. Lentamente, ella se retiró por la puerta y desapareció
en la noche.

La intensidad de la desesperación de Annie agrió la excitación de Mark. Él


agarro la muñeca de Annie y la alejó. ¿A quién trataba de engañar? La mujer a su
lado requería una almohada sobre su cara pero ni remotamente sería la señorita
Limpett. Él dejó caer varias monedas sobre la barra y se levantó. La prostituta lo
maldijo.

La sala brilló anaranjada, como si se iluminara por una bola de fuego invisible.

Su mano protegió sus ojos. Calor, más que un sol del desierto, le chamuscó la
piel y la ropa le ardió.

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El Club de las Excomulgadas
Esqueletos. Todos en el bar…un esqueleto.

Mark los miró fijamente, tratando de tomarle sentido al momento. En realidad


no eran esqueletos. En cambio, la peculiar luz anaranjada hizo su piel y músculos
transparentes. Todo alrededor de él era una caricatura de normalidad. Los huesos
hablaban y reían. Estaban apostados con sus sombreros en sus cabezas, y con sus
uniformes o vestidos o lo que sea de vestimenta se sostenían sobre sus formas de
cuerpos.

Él sintió un tirón en la manga de su chaqueta. La prostituta parada detrás de él.


Sus manos con garras se apoyaban en los huesos de alas de mariposa de su pelvis.
Ojos hundidos, lo miraron y su dientes amarillos resonaron.

— ¿Cambiaste de opinión, cariño?

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


El camarero echó hacia atrás su blanco cráneo y se rió.

Mark se precipitó hacia la puerta a la noche. Se inclinó por la cintura, con sus
manos sobre las rodillas y jadeó por aire. La confusión llenaba sus pensamientos,
como si un millón de cabezas con gusanos se comieran su cráneo. Miró por la
ventana dentro del pub, y vio que todos eran…como habían sido antes.

No esqueletos, no más risas maníacas.

Su piel estaba húmeda… con frío y calor al mismo tiempo. Dos puertas más
allá, dos viejos sin zapatos y en harapos, probablemente residentes locales del
almacén, lo miraron desde un oscuro punto. Parecía que se habían perdido en la
noche cuando cerraron la puerta y los habían forzado a pasar la noche en las calle.
Igual que ellos, parecía que el tiempo se le había acabado. Extendió su mano a la
pared de ladrillos porque un vértigo amenazó con tumbarlo. Rígidamente continuó
al sur tan rápido como se lo permitió el vértigo persistente en su cabeza.

Más allá de los rieles del tren, el Támesis brillaba como una serpiente negra
cubierta por una manta de niebla vaporosa. Las grandes terrazas de las casas deban

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El Club de las Excomulgadas
al rio. Luces distantes flotaban sobre el agua, linternas de un invisible buque y de
las barcazas. Una vez que regresó al Thais, liberó al barco de sus amarras y lo llevó
a aguas abiertas, donde echó el ancla para la noche. Asegurándose a sí mismo de
tal manera, no estaría consiente si alguien se le acercara, y estaría aislado consigo
mismo hasta que su mente volviera a su curso.

En la distancia el puente Albert iluminaba la noche con sus brillantes lámparas


de pagoda y su entramado de cables de suspensión. El muelle Cadogan esperaba un
poco más allá. Él sintió cierto alivio.

Una densa ola de desesperación lo golpeó, en dirección al puente. En la


barandilla estaba la chica del Queens Elm. Estaba inclinada hacia adelante lejos de
la precaria seguridad, mirando hacia la negra agua de abajo

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 4
El corazón de Mark debería haber latido más rápidamente cuando se dio cuenta
de lo que ella pretendía, pero años de agotadora existencia apenas los habían fijado
al punto.

La chica se susurró a sí misma y se subió a la barandilla, con la pierna


balanceándose al fruncir sus faldas. A los Centinelas de las Sombras, por regla
estricta, se les prohibía interferir en los asuntos de la vida y de la muerte de los
mortales comunes. Pero ahora, desterrado de los Centinelas, suponía que vivía por
sus propias reglas.

Como para desafiar esa afirmación, la voz en su cabeza mandó:

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Tómala.

Reclámala.

Devórala.

Un eco de su demanda anterior. Su fortaleza mental se tambaleó, y por un


devastador momento... lo malo se convirtió en bueno. Hundió sus dedos en su
pelo, deseando poder romper la voz de su cerebro. Haciendo caso omiso de la voz,
y de todas las cosas que le ordenaba hacer, avanzó hacia la chica. Ajena de su
presencia, ella se apartó, extendió sus brazos y su abrigo, como las alas de un
pájaro.

Él se desvaneció... y retorció, virando profundo.

Un momento después la bajó al puente.

La voz fue más fuerte en su cabeza, insistiendo. Siseando en desafío. Con un


toque de su mano en su mejilla, la aturdió, enturbiando el recuerdo de su rescate.
Al mismo tiempo que sacaba sus recuerdos recientes y pensamientos más vívidos.

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El Club de las Excomulgadas
Ella lo miró con ojos abiertos e incrédulos. Sus labios se separaron, pero las
palabras no brotaron.

—Estás teniendo una muy mala noche—dijo él.

A través de sus labios blancos, ella jadeó, obviamente perpleja por la cantidad
de tiempo perdido y por la repentina presencia del extraño a su lado.

—Él te engañó. Y ahora te dejó. Estás sin ningún medio de apoyo. No has
tenido más remedio que recurrir a las calles.

Ella parpadeó y susurró:

—Sí.

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—Y no tienes familia para ir en busca de ayuda.

Ella sacudió la cabeza, y una lágrima se derramó en su mejilla.

—Mi mamá está en el asilo. Mi pa…dre nunca me perdonará todo lo que he


hecho.

Mark metió la mano en el bolsillo de su chaqueta.

—Las cosas serán mejores.

Apretó una billetera de cuero fino en su mano.

—Es suficiente para que te quedes bien cuidada en una casa de huéspedes
respetable por un mes, hasta recuperarte.

La sospecha frunció su ceño.

— ¿Qué quieres de mí?

La voz le suministró una serie de sugerencias malvadas.

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El Club de las Excomulgadas
—Quiero que te vayas—la presionó.

Ajena a su tormento, ella se asomó dentro de la cartera.

—Oh, señor. —Cayó otra lágrima. —Eres mi ángel de la guarda, ¿no? ¿Enviado
desde el cielo?

La voz se rió, divertida con claridad. Se burló de él diciéndole que aún había
tiempo para secuestrar a la chica. Sin que nadie lo viera.

—Vete... ahora—Incluso a sus propios oídos, su voz sonó extraña. Hueca.

Ella pareció sentir el peligro en él. Retrocediendo, agarró la billetera contra su


pecho y corrió por el puente. Justo antes de desaparecer en las sombras, se volvió
para mirar hacia atrás. Levantó la mano en adiós. Con eso se fue.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Él siguió el camino que había tomado desde el puente, pero procedió al oeste
hacia las amarras, a pocos metros de distancia ahora. No pudo dejar de sentir una
satisfacción oscura. Al haber salvado la vida de la chica, había desafiado a la voz y
había demostrado que se mantenía al mando, que algún núcleo de humanidad en él
todavía existía. Aún no estaba completamente consumido por la Transición.

Desde el Támesis una ráfaga de viento frío lo golpeó, causando un cambio


brusco de temperatura.

El dolor atravesó sus sienes.

Se tambaleó.

Mina despertó en la oscuridad. Paralizada, ciegamente miró a la nada, con


demasiado miedo a moverse. Con demasiado miedo para hacer un sonido.
Entonces la vio, una franja de luz de la lámpara de una de las tiendas de campaña.
Se arrastró hacia la luz, aferrándose desesperadamente a través de la niebla.

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El Club de las Excomulgadas
No, gracias a Dios...

Casi sollozó de alivio.

No era niebla. Eran cortinas de cama, con rayas en verde y oro. Ella retorció
sus dedos en el brocado frío y las hizo a un lado, exhalando su miedo e inhalando
los aromas reconfortantes de aceite de limón y jabón de azahar. Había sobrevivido
una noche más. Tres noches desde el misterioso suceso en el cementerio. Tres
meses desde que su padre había dejado de hacer su camino en solitario. Ella se dejó
caer de nuevo en las sábanas suaves y deliciosas en su piel.

Un momento después estaba en el piso. Por una ventana, descorrió las pesadas
cortinas y no se detuvo hasta que las quitó a todo lo ancho, exponiendo cada
pulgada de la elegante sala a la luz. Se paró detrás de un panel, con su deshebillé

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


oculto de cualquier jardinero o transeúnte, y se consoló con la vista de Hyde Park,
que se extendía en la distancia más allá del patio. Debía haber dormido hasta tarde,
porque los jinetes ya oscurecían La Fila y el hambre roía su estómago. A través del
tubo acústico llamó a la cocina por el desayuno.

Ayer por la noche se había acostado en la cama hasta que su luz se apagó por
falta de aceite. Había estado allí un poco más, escuchando cada crujido y
movimiento en la casa, esperando a que un par de ojos de bronce aparecieran. En
algún momento, debió haberse quedado dormida. Una mirada a la luz del sol por la
ventana, y a las plantas de azafrán blanco, amarillo y morado alegremente que
salpicaban los macizos de flores, y se sintió segura de que pronto se olvidaría de sus
miedos y podría aceptar plenamente esta nueva vida.

Incluso ahora, su pulso trinaba con la sinfonía melodramática de una orquesta


de teatro cada vez que recordaba el momento, demasiado guapo para la solicitud de
las palabras del Señor Alexander al querer visitarla. Dos días habían pasado sin
verlo. Ella rezó, en despecho a su corazón femenino, que se hubiera olvidado de
ella. Su atención la puso nerviosa. Él era demasiado, demasiado dorado,
demasiado audaz, y ella tenía muchas sospechas, demasiado malas. Y comprendió

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El Club de las Excomulgadas
la importancia de los rollos. Él era exactamente el tipo de hombre en quien no
podía permitirse confiar.

Hubo un suave golpe en la puerta. A su respuesta, una criada entró con una
bandeja de plata con algunas tarjetas de visita. La única que reconoció fue la del
señor Matthews, del Museo Británico. El señor Matthews había sido un amigo
cercano de su padre, pero hacía seis meses había sido él quien había acusado al
profesor de robo. Ella no estaba lista aun para recibirlo.

Durante la siguiente media hora, la chica ayudó a Mina con sus enaguas y
corsés, y, finalmente con uno de sus tres vestidos de luto, negros. También cepilló
el pelo de Mina antes de verter una taza de té y dejarla sola otra vez. La ayuda de
una criada era algo que Mina nunca antes había tenido la oportunidad de disfrutar.
La experiencia le había tomado tiempo para acostumbrarse. Porque ella había

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viajado tanto con su padre, y porque ese lujo jamás se le había concedido, siempre
había tendido sus propias necesidades. Desde que había llegado para estar con la
familia, no podía dejar de sentirse mimada. Para su sorpresa, más bien le gustaba.

Quitó el seguro de la ventana más cercana y la abrió. Afuera, los pájaros


cantaban en los árboles, y las carrosas rodaban pasando. Cuando se volvió a su taza
de té, su mirada se estableció en la bolsa de cuero en la esquina, llena de cuadernos
de su padre y papeles. La sonrisa desapareció de sus labios. Los había llevado con
ella todo el camino desde Nepal, sin dejar que salieran de su vista. Incluso había
dormido con ellos en el viaje por mar. Un día antes los había abierto y comenzado
a organizar y transcribir sus notas. Con el tiempo, como siempre había hecho
después de que su madre había muerto, presentaría un documento a la Sociedad
Geográfica Real, bajo el nombre de su padre, a título póstumo, por supuesto, pero
no estaba lista para enfrentarlos todavía.

En cambio, disfrutó de un pan tostado con mermelada y una segunda taza de té


antes de lavar los platos. Envolviendo una salchicha sin comer en una servilleta,
salió al pasillo y se dirigió escaleras abajo. La casa estaba en silencio, sólo con los
sirvientes moviéndose.

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El Club de las Excomulgadas
Probablemente Lucinda y las chicas se habían ido a dar su paseo diario por el
parque.

Hacía dos días, mientras leía en el jardín de invierno, vislumbró tres pares de
ojos verdes asomándose hacia ella desde los arbustos a lo largo de la pared del
fondo del jardín. Unos momentos más tarde, Mina se agachó, recogiendo su falda
contra sus piernas para que el ruido de sus faldas no asustara a los felinos
asustadizos.

—Vamos, queridos—Ella desplegó la servilleta y la dejó sobre las losas. —Está


bien. Les he traído el desayuno, pero shh, no lo digan. No creo que el cocinero lo
aprobaría.

Muy pronto, los ojos verdes parpadearon desde las sombras. Con el tiempo, un

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pequeño felino, de color negro brillante salió de los arbustos. Con la gracia de una
reina, le dio la espalda a Mina y se sentó, ignorando las salchichas.

Otro fue alrededor de sus faldas, mientras que un tercero dio un manotazo y
olió las salchichas, finalmente, las atacaron y hundieron sus dientes en una. Mina
pasó sus brazos alrededor de sus rodillas. No trató de acariciar a los animales. Eran
salvajes y todavía estaban aprendiendo a confiar.

Siempre había amado a los animales, incluso al baboso yak que había montado
en las montañas los últimos días de la expedición con su padre. Sin embargo, sus
constantes viajes hacían imposible que hubiera tenido alguna vez una mascota. Las
mascotas requerían constancia. Permanencia. Algo que, después de la muerte de su
madre, de la sucesión de internados en mal estado y de un sinfín de viajes, siempre
había anhelado.

Una sombra oscureció las piedras.

—No dejes que Lucinda te atrape haciendo eso.

78
El Club de las Excomulgadas
Los gatos salieron disparados a los arbustos. Mina se volvió y vio a Astrid en
las escaleras detrás de ella. Se puso de pie mientras su prima se agachaba.

—En el pensamiento de mi querida madrastra, los gatos y los perros no son


mejores que los roedores.

Mina recuperó la servilleta vacía y la dobló con la mano.

—Estás preciosa hoy, Lady Astrid.

La joven sonrió, como una imagen de la moda y de la gracia. Su pelo rubio


había sido levantado, enrizado y cubierto a la perfección, y llevaba un elegante
vestido de día color ciruela, acabado en color púrpura. A diferencia de Mina, la
familia había guardado tan sólo una semana de duelo, que fue la semana del

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funeral. Habían pasado tres meses, y con todas las reglas aceptadas de etiqueta, no
se esperaba que debieran continuar la práctica en una relación en la que no se había
hablado en dos décadas.

—Lucinda quiere saber si te gustaría ir a Hurlingham esta mañana. Tenemos


un musical al cual asistir en el club.

Mina estuvo de acuerdo.

—Eso sería encantador. Recogeré mis cosas.

Tal vez... tal vez, por casualidad, Lord Alexander estaría allí.

Arriba, en su habitación, se ató su sombrero y recogió sus guantes y el bolso.

Desde su mesa de noche, sacó el libro que había empezado anoche y se volvió
hacia la puerta. Su mirada cayó sobre la bolsa de cuero que contenía los escritos de
su padre.

79
El Club de las Excomulgadas
Extraño. Habría jurado que esa mañana, cuando se estaba comiendo su
desayuno, la aleta lateral, la del cojinete de bronce del seguro, había estado dándole
la cara al cuarto, en lugar de a la pared.

Se acercó a la bolsa. De rodillas -un movimiento que la dejó sin aliento debido
a su corsé- se inclinó sobre el envoltorio. El candado colgaba allí. Ella le dio un
tirón al bronce y le pareció seguro. Ciertamente había recordado mal. A pesar de
que había hecho ella misma la cama, la bandeja del desayuno se mantenía en su
escritorio, por lo que la muchacha no había ni siquiera ido a poner orden.

Nadie había estado en su habitación.

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—Su Señoría.

Mark se despertó, con la voz y su canto seductor de palabras ininteligibles


todavía en el eco de su mente. La luz azul pálido fluyó a través de un portal para
bañar su piel. ¿Amanecer o crepúsculo? No lo sabía. Se extendía sin camisa, con
pantalones, con sus miembros enredados en la oscuridad las sábanas azules. Una
figura borrosa se acercó, entrando en enfoque. Distinguió una cara y un parche
negro.

—Esto se está volviendo un desafortunado hábito—gruñó él, frotándose los


ojos. —Y buenos días a ti—Leeson llevaba un vaso de agua blanca liso y una taza a
juego, una mejora con respecto a la elección previa de un artículo puntiagudo de
tortura. Él se sirvió y dejó la taza humeante en el pecho al lado de la cama.

Mark se levantó y se asomó al portal.

El Chelsea Embankment. Casas adosadas. Árboles. Todas pintadas en el


mismo color azul claro... y todas en la distancia. Sintió el movimiento de la
embarcación a la deriva en dirección de las amarras bajo el mando de Leeson.

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El Club de las Excomulgadas
Sopló fuerte, aliviado de encontrarse al menos, en las aguas familiares del Támesis
y no en la costa de San Francisco o Samoa.

La chica en el puente. Debió haber hecho como estaba previsto, y anclado el


barco lejos de la costa. Pero ¿por qué no podía recordar?

Recordando a Leeson, frunció el ceño.

—No me digas que es enero.

—Oh, querido. No, señor. Es martes por la mañana—Los labios del anciano se
presionaron juntos. —Desapareció durante tres días.

La frustración destrozó su calma. Más tiempo perdido. ¿Qué significaba?

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— ¿No estuve aquí, en el Thais todo ese tiempo?

—No puedo decirlo—Leeson se encogió de hombros. —Vi la embarcación a la


deriva hasta esta mañana. Tuve que sacar a un carpintero el sábado para terminar
las reparaciones de la cocina. Será malditamente difícil que vuelva de nuevo, en
algún momento.

La idea de que había estado caminando sonámbulo por Londres durante tres
días sin recordar nada de sus actividades no le cayó nada bien. Mark recordó la voz
y todo lo que le había animado a hacer.

No... No le gustaba la idea para nada.

Sólo entonces registró las palabras de Leeson. Mark se dio cuenta del cambio
en su entorno. Las cortinas, los muebles... todo había sido devuelto a su orden
anterior. Leeson se retiró a la mesa donde una yacía pequeña pila de papeles.

—Tengo otro diario para usted. Varios, en realidad—El interés de Leeson en


todas las cosas mortales era un rasgo conocido. El secretario de Lord Black

81
El Club de las Excomulgadas
vorazmente leía periódicos, libros y revistas, cualquier cosa que le transmitiera
estudio de la humanidad. Mantenía una meticulosa colección.

—Por supuesto que sí—Mark metió los dedos en su pelo, apoyando su frente en
sus manos. —No quiero verlo. Sólo dime qué pasó.

Leeson se dio la vuelta, con una expresión sombría.

—Pues bien... —Miró al papel en su mano. —Me apena compartir que hace
tres días un evento horrible se llevó a cabo en Estados Unidos. En Pennsylvania,
para ser más específicos. El evento comenzó con lluvias torrenciales e
inundaciones, y en cuestión de días, el exceso de agua llevó a una falla catastrófica
de la presa.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mark asintió, mirando hacia el suelo.

—Adelante.

—El diluvio arrasó pueblos enteros en la distancia. Incluso una ciudad. Miles se
han perdido, hombres, mujeres y niños.

—Trágica noticia—Asintió solemnemente Mark. — ¿Qué tiene eso que ver


conmigo?

Los desastres naturales ocurrían de vez en cuando. Como inmortales, había


sido testigo de cientos de ellos a través de los siglos, y desde una distancia
necesaria, la aflicción dejaba atrás sus consecuencias. No había nada que él o
cualquier otro Amaranthine pudiera hacer para detenerlos.

La mirada de Leeson, sostuvo un significado no dicho.

—Creí que debía mantenerlo al tanto.

82
El Club de las Excomulgadas
Mark se sentó en silencio y rígido al lado del colchón, no queriendo reconocer
que su mente también corría por el mismo largo camino peligroso. Mark se levantó,
con sus pantalones sin cinturón cayendo a sus caderas. Gruñó.

— ¿Dónde está el resto de mi ropa?

—Empaquetada para la lavandera, señor. Hay una selección de prendas limpias


en el armario.

Mark se bajó los pantalones con los que había dormido. Usando sólo ropa
interior, abrió el armario. Leeson se movió hacia adelante y tomó la ropa
descartada del suelo. El secretario se retiró al otro lado de la habitación hacia el
escritorio, claramente ofreciéndole privacidad a Mark para lavarse y vestirse. Mark
echó agua en el cuenco, y en unos instantes, se puso un par de pantalones de lino

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


limpios.

Leeson dijo en voz baja.

—Ahora que Jack el Destripador se ha ido... no hay peligro, ¿eh? El Mensajero


Tantalyte fue silenciado. Estoy seguro de que es sólo una... coincidencia
desagradable que sufriera uno de sus hechizos a la vez que ese colapso de la presa
se producía.

—Señorita Limpett, espero que no le importe si atendemos algunos recados a lo


largo del camino—dijo Lucinda, mirando por la ventana.

—No, en absoluto—respondió Mina.

El carro corría a lo largo de Bond Street. Tiendas elegantes, con ventanas


pulidas la tentaban por todos lados. Los bordillos estaban llenos de carrosas, las
aceras con las damas espléndidamente equipadas y con sus lacayos
acompañándolas. Mina no pudo evitar sentirse un poco invisible comparando su
ropa normal, oscura.

83
El Club de las Excomulgadas
—En primer lugar, tengo que parar en la papelería—La condesa ajustó la
costura de su guante y se dirigió a las primas de Mina. —Evangeline y Astrid, la
señorita Gerard está a sólo dos tiendas más, por lo que pueden entrar y preguntar
acerca de sus trajes de montar. Deben estar terminados para ahora.

Sonriéndole a Mina dijo:

—Las damas jóvenes deben ir a París para su ajuar y para la alta costura, pero
recuerda que los trajes de montar más refinados se encuentran en Londres. No
dejes que nadie trate de convencerte de lo contrario.

Mina asintió. Ella no tenía traje de montar, o cualquier cosa que pudiera ser
considerada de forma remota como de alta costura. En cuanto a un ajuar de novia,
no creía que necesitara uno en un futuro próximo.

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—Hemos llegado—anunció Lucinda.

El carro terminó su recorrido frente de una fila prístina de tiendas, todas con
letras doradas pintadas en las ventanas, identificando las mercancías que ofrecían
para su compra. El lacayo abrió la puerta y las chicas bajaron. Mina las siguió, y
finalmente bajó Lucinda. Se reunieron en la acera, con el lacayo flotando cerca
para ofrecerles cualquier asistencia que pudiera ser solicitada.

—Señorita Limpett, ¿por qué no me acompaña? Me doy cuenta de que no he


tenido la oportunidad de pedir su papelería de luto.

Mina estuvo de acuerdo.

Lucinda movió la mano a las hermanas en su camino.

—Niñas, nos veremos tan pronto como hayamos terminado. Pregunten si los
aparejos del nuevo estilo llegaron de París—Astrid y Evangeline fueron en
dirección a una tienda bien cuidada, dos puertas más abajo de la acera. Lucinda las
observó hasta que desaparecieron en el interior. —Me gusta estar segura de que
llegan a su destino asignado. Astrid puede ser un poco traviesa.

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El Club de las Excomulgadas
En conjunto, se volvieron hacia la tienda de papelería. Para sorpresa de Mina,
un hombre las esperaba allí, con una gran cámara Kodak. Lucinda se detuvo y
volvió la cabeza hacia un lado y ligeramente hacia abajo, como para ver el perfil de
su sombrero de paja, a la corona de la que presumía en una pantalla artística de
flores de imitación, bayas doradas y cinta de organza. Sonrió con recato.

Mina se alejó rápidamente, para no estropear la imagen. Click.

El fotógrafo les hizo un gesto a las dos, y luego se fue por la acera.

Como si nada hubiera ocurrido, Lucinda continúo a la tienda. Mina la siguió al


interior.

El comerciante se levantó de detrás de un escritorio pequeño, dividido.

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—Lady Trafford—saludó.

—Buenos días, señor Abbott. Mi sobrina, la señorita Limpett quisiera poder ver
las muestras de duelo de escritorio.

—Ahora mismo, mi señora, y llevaré a cabo su pedido también.

Una vez que volvió, le tomó sólo unos minutos a Mina para hacer una
selección, porque no había una verdadera selección de la que se pudiera hablar.
Había tarjetas blancas con gruesos bordes negros, tarjetas de color blanco con
bordes negros finos, y de todos los espesores de las fronteras entre ellos. Ella eligió
algo en el medio.

El señor Abbott llenó el formulario correspondiente.

—Déjenme ir a ver si tenemos esa tarjeta en particular en el almacén, o si


tendré que traerla desde allá—Desapareció en la parte trasera de la tienda.

En el mostrador junto a ella, Lucinda abrió la tapa de una caja pequeña. Sacó
una tarjeta de visitas y leyó el texto. Un suspiro escapó de sus labios.

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El Club de las Excomulgadas
—Me temo que están todas mal, y es la segunda vez—Frunció el ceño,
viéndose exasperada. —Parece que no nos iremos pronto.

Una mujer alta, vestida a la moda entró en la tienda. Ella y Lucinda se


saludaron alegremente.

Mina aprovechó la pausa en la conversación.

—Su señoría, creo que me uniré a Astrid y Evangeline.

Ella sabía muy poco acerca de la moda actual, y quería ver los modelos de París
también.

—Muy bien, querida. Haz el lacayo te siga—la instruyó Lucinda. —Estaré allí
tan pronto como pueda.

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Mina recogió su bolso en el mostrador, y luego se fue a la acera. El carruaje
Trafford ya no esperaba junto a la puerta, después de haber sido aparentemente
empujado hacia delante unos pocos espacios para darle cabida a otros. Ella no hizo
ningún esfuerzo por ganar la atención del lacayo, que se dedicaba a conversar con
el chofer. Era la misma distancia para el transporte, ya que estaba en la dirección
opuesta a la tienda de la modista, y Mina se sentiría como una tonta al solicitar una
escolta para un breve paseo. Se las había arreglado con los mercados, con las
tiendas de campaña y con los lugareños curiosos en muchos más exóticos lugares
¿Por qué no en Bond Street? En realidad, algunas de las reglas que ahora tenía que
cumplir eran tontas.

Ella pasó un estrecho callejón en su camino. La siguiente ventana mostraba una


encantadora colección de cajas musicales de porcelana. Ella hizo una pausa. Había
montones de ellas, las más bellas en forma de flor. Su mirada pasó de una a otra, y
se maravilló por el detalle y la mano de obra. Con el tiempo se dio la vuelta para
continuar y se congeló.

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El Club de las Excomulgadas
Una persona con una máscara de teatro negra se tambaleó hacia ella, vestida
con un manto negro en forma de tienda que descendía hasta sus rodillas. Sus
piernas estaban vestidas con medias blancas y terminaban en negros zapatos de
hebilla. Por lo menos asumía que el actor de las calles era un hombre. El traje lo
hacía difícil de decir.

Una institutriz y su carga de hombres jóvenes que pasaba, viajaron en la misma


dirección de Mina. El actor giró en un círculo, y de la nada produjo una rosa
formada por pétalos de color rojo y blanco a rayas. Se inclinó galantemente y se la
presentó a un niño. El niño se rió y aceptó el regalo. Él y su institutriz siguieron
caminando. Mina también, encaminándose hacia el modista. Ella sonrió
cortésmente.

Él saltó frente a ella y posó sus brazos frenéticamente. Tal vez sus travesuras

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


estaban destinadas todas a la diversión, pero le resultaba desconcertante. Incapaz
de ver sus ojos por la forma y la profundidad de la máscara, encontró el efecto casi
macabro.

Ella se rió, un poco nerviosa.

—Sí, puedo ver que eres... muy ágil.

Ella lo esquivó, y otra vez él salió delante de ella entonces hizo una finta
espectacular a la parte alta y desfiló frente a ella con los brazos rígidos como un
soldado.

Aliviada, y un poco nerviosa, se ella se movió hacia adelante, sólo para sentir
un golpe duro contra su hombro.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 5
Exasperada, le dijo:

—Señor…

Una mano enguantada se disparó desde dentro del manto, agarrándole el


brazo. El mundo giró. Él la arrojó en el callejón. Un grito salió de la dirección de
los coches.

Él tiró de su pelo. El dolor desgarró a su sien.

—¡Ay!—Gritó ella.

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El metal brilló. Una cuchilla. Pasos sonaron en la acera. Algo la golpeó en el
centro del pecho, y cayó al suelo. El agresor huyó hacia el callejón.

Mina jadeaba. A sus pies yacía una rosa como la que le había dado al chico.

El lacayo Trafford trepó de vuelta en la esquina, con una expresión feroz.

— ¿Está bien, señorita?

—Sí—Ella presionó una mano en el centro de su pecho, tratando de calmar el


ritmo desenfrenado de su corazón.

El chofer más tarde regresó, jadeando y con la cara roja.

—Lo siento mucho, señorita. Se fue. Ni siquiera puedo decir en qué dirección
lo hizo.

Un número de espectadores se agruparon alrededor, atraídos por la emoción.


Un agente de policía metropolitano sonó un silbato y dio un codazo a través de
todos. Tras una investigación de un momento, acompañó a Mina a la papelería.
Allí, en medio de exclamaciones de horror femenino de Lucinda y de su conocida,

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El Club de las Excomulgadas
la señora Avermarle, Mina se encontró instalada en una silla de terciopelo. Las
chicas, al parecer, habían oído del incidente en la tienda de la modista, y se habían
precipitado a la puerta.

Un mechón de pelo colgaba sobre la mejilla de Mina, cortado bruscamente a la


mitad en su camino hacia abajo. Se suponía que debería estar agradecida con su
agresor por no haber tomado más.

Evangeline sacó un alfiler de su propio cabello castaño y rápidamente se lo


metió el mechón en su lugar.

—No, ahora ni siquiera pueden decirlo—le aseguró ella.

Astrid tocó el hombro de Mina, viéndose más traumatizada de lo que Mina se

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


sentía.

— ¿Está segura de que está bien, señorita Limpett?

Mina asintió, incapaz de librarse del recuerdo de la máscara.

—Estoy bien. Sólo asustada. Su señoría estaba en lo correcto, supongo. Debería


haber pedido una escolta. Simplemente no creí que fuera necesario.

— ¿A dónde llegará esta ciudad?—Susurró Lucinda, apretando los hombros de


Mina. —Está claro que necesitamos más policías dando vueltas.

Un policía apuntó los detalles en un pequeño bloc de notas.

—Hacemos todo lo posible, mi señora para mantener fuera a los charlatanes de


las calles más ricas, pero a veces pasa. Por lo general, son sólo una molestia.
Sospecho, sin embargo, que este hombre era un criminal común en la forma de un
actor de la calle. La audacia de su crimen es chocante, pero no es el primer ladrón
de pelo que hemos visto.

Lucinda se inclinó hacia Mina.

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El Club de las Excomulgadas
—Vamos a casa.

Las caras de las chicas cayeron con decepción. Mina no pudo dejar de
compadecerse. Habían renunciado a una semana de su temporada de debut por el
luto de su padre, un extraño, y luego habían pasado varios días encerradas en la
casa, mientras los preparativos para la fiesta en el jardín eran finalizados.

Y en verdad, todo lo que Mina quería era olvidar el incidente.

Mina le aseguró a Lucinda:

—Preferiría que fuéramos a Hurlingham como estaba previsto.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Leeson se dirigió a la mesa.

—Hablando de peligro, su caja en el amarre contenía una serie de


correspondencias, que por su esencia, son de varias damas. Hay una serie de
tarjetas de visitas e invitaciones también—Las había acomodado en una pila.

Mina. Con tan sólo el recuerdo de ella, algo dentro de él se volvió menos fuerte,
menos enojado. Una cosa era permitir que Leeson estuviera a su servicio, pero tal
vez... cáspita. ¿Esqueletos? ¿Luz encendida de color naranja? Tal vez las cosas se
habían vuelto demasiado peligrosas. Tal vez él se había vuelto demasiado peligroso.

A pesar de sus propios engaños, ¿se habría equivocado con lo que ella
implicaba? Desconcertado, se acercó a la mesa.

¿Cuándo se había preocupado alguna vez por alguien más que por sí mismo? Se
negaba a empezar ahora.

Leeson esparció tres tarjetas, todas en una fila. Mark frunció el ceño.
Reconoció la escritura en una, y la dejó para el final. Cuando abrió otra, el olor de
la lavanda se derramó.

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El Club de las Excomulgadas
En el interior encontró una nota breve, escrita con un estilo espectacular.

Hurlingham.

Martes, al mediodía. En la Casa Club.

A.

La segunda nota olía a violetas y contenía información idéntica. La autora


había firmado simplemente “E”. La tercera, por supuesto, era de “L” y por suerte
no contenía ningún olor, sin embargo, las palabras “Por favor”, habían sido
agregadas y subrayadas.

—Hay una de todas las mujeres de la casa, pero no de la chica Limpett.

—Ya lo veo.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


— ¿Cómo está ella? ¿Qué información pudo extraer de ella en el funeral?

Mark esperó. Leeson no sabía sobre la muerte falsa del profesor. En


circunstancias normales, una cosa así sería fácilmente verificable por el secretario
inmortal, pero si las puertas se habían cerrado, quedaba efectivamente aislado de
recursos de información de las que todos habían disfrutado antes.

Estaba considerando si debía compartir algo de su firme conocimiento, pero al


final, decidió que no tenía más remedio que confiar en él, al menos en eso.

—El profesor no está muerto.

— ¿Qué?—Su parche en el ojo subió en su rostro con la elevación de sus cejas.

—Él y su hija falsificaron su muerte. Estoy seguro que para lanzar a alguien
fuera de su camino.

— ¿A alguien como no usted?—Leeson frunció el ceño con curiosidad.

Mark asintió.

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El Club de las Excomulgadas
—Hay alguien ahí afuera que quiere los rollos. Ya se trate de un individuo o de
una especie de culto a la inmortalidad, no lo sé todavía. Sólo sé que tengo
competencia.

Leeson se desvió cerca. Sus sienes aumentaron con sus pensamientos.

—Me doy cuenta de que son objetos de valor, pero ¿Cree que su verdadero
valor sea conocido?

—Diablos, ni siquiera puedo pretender conocer su verdadero valor. Todo lo que


sé es que el primer rollo da una idea de la información contenida en el segundo
rollo y en el tercero, en concreto, que da detalles de un conducto de renovación y
de inmortalidad, que podría reparar a un inmortal afectado por la Transición—
contestó Mark. —Tengo que creer que el profesor se encuentra todavía en posesión

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


de los rollos, o al menos sabe dónde están.

—Entonces, ¿cuál es su plan para seducir a la muchacha?

Mark dio un respingo. ¿Eran sus métodos tan predecibles? ¿Tan cliché?

El anciano presionó.

—Vamos. No somos dos bribones contándonos nuestros cuentos. Esa es la


estrategia. ¿Ya ha conseguido meterla en la cama?

—Leeson.

—No sea tímido, chico, ¿Has bailado la polca horizontal o no?

—Dios mío—exclamó Mark. —Sólo nos conocimos hace tres días y he


estado... No sé donde, desde entonces, pero creo que estoy a salvo asumiendo que
no con ella, por lo que no. Sólo hemos hablado.

—Hablaron—Leeson masticó la uña de su pulgar pensando. —No estoy seguro


de que el método sea tan eficaz o conveniente, como el que requiere. Por suerte

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El Club de las Excomulgadas
para usted, una mujer mortal se convierte en verdadera masilla en la mano maestra
de un amante inmortal. Usted y yo sabemos eso—Le guiñó un ojo. —Llévela en su
cama y ella le dirá todo lo que quiera saber.

Mark dijo con firmeza:

—No he tomado ninguna decisión sobre cómo, exactamente, procederé con la


señorita Limpett.

—Su única otra alternativa, como lo veo, es cortar sus dedos uno por uno hasta
que hable—Hizo un movimiento de tijera.

Mark apretó los dientes.

—Esa no es una opción.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Me inclino a estar de acuerdo—Leeson asintió. —La vi por mí mismo. Tiene
los dedos hermosos, y por lo tanto la seducción es el plan de acción deseado. Todo
lo que tiene que hacer es trabajar la magia de Marco Antonio en ella y le dirá el
paradero del profesor.

Mark compartió su profunda duda. Una que se había negado a abordar, incluso
consigo mismo.

—Maldita sea. ¿Y si ella no sabe dónde está su padre? ¿Qué pasa si estoy
perdiendo el tiempo?

—Oh, voto porque sepa dónde está. Si tuviera una hija como ella, ¿la
abandonaría en el sucio y viejo mundo y se olvidaría de ella? No. Puede estar en
busca de aventuras, pero tiene el ojo paternal en ella de alguna manera. Tiene que
haber confiado en sus conexiones aquí en Londres, que le transmitirían cualquier
motivo de alarma a él. Y si alguien es motivo de alarma, ese es usted.

—Lo tomaré como un cumplido.

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El Club de las Excomulgadas
—Como debería. Pero en este caso, creo que es necesario ir más allá en cuanto
a la chica en cuestión. Tiene que salir fuera a lo grande, directo del tobogán. No
hay tiempo que perder.

— ¿Qué sugieres?—preguntó con sorna Mark.

Era evidente que el hombre no entendía el sarcasmo.

Leeson se cruzó de brazos pensando, su mirada se centró en el techo.

—Estamos experimentando el más extraño verano, ya sea tostándonos o frío,


pero no con lluvia a la vista. Por lo que eso excluye una cuidadosa orquestada
seducción-de-atrapados-en-la-choza del jardinero durante la lluvia. —Sonrió. —
Siempre es mi escenario favorito. La ropa de todos todos está mojada y pegajosa.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mark negó.

—No haré eso. No estratificaré la seducción de la señorita Limpett contigo.


Ella no está gastada como...

— ¿Como todas las demás?—Sonrió Leeson. —Entonces tenemos que pensar


en algo grande. Algo realmente espectacular.

Mark se sirvió un vaso de agua de la jarra sobre la mesa.

—Si no entendiste lo que acabo de decir, me permito traducírtelo: Mantente


alejado de mis asuntos, en lo que a la señorita Limpett se refiere—Se tomó el tibio
líquido de un solo trago.

Leeson se encogió de hombros, pero sus ojos brillaron todavía con demasiada
travesura.

—Haga lo que quiera. Yo estoy, después de todo, a su servicio—Se volvió para


mirar el portal. —Nos estamos acercando al muelle. Antes de llegar, hay una cosa

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El Club de las Excomulgadas
más que necesita verse. Algo que he... Ah, a propósito retrasé en mostrarle ya
que.... No creo que esté muy contento.

— ¿Qué pasa ahora?—Respondió Mark con desconfianza, y dejó el vaso.

—Creo que es mejor que salga y eche un vistazo—Algo en el rostro de Lesson,


la caída de sus labios, el endurecimiento de su mandíbula, le dijo a Mark que no
hiciera preguntas, simplemente hiciera lo que le pedía. Abrió la puerta de madera
lacada y salió al aire fresco de la mañana.

Pétalos de rosa blanca alfombraban el umbral. Poco a poco, él los siguió hasta
llegar a la proa del yate.

Pétalos de rosa. Los desagradables recuerdos surgieron en su cabeza. Jack

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


habría preferido rosas rojas.

Estas eran blancas.

Bueno, en su mayoría.

Algunos de los pétalos se habían manchado por las huellas de sangre por
debajo.

Leeson se unió a él, trapeador y balde en mano.

—Vea por usted mismo en conjunto, señor. Limpiaré este desastre. Vaya a
Hurlingham y vea si puede conseguir su nombre, junto con la Señorita Limpett, en
los trapos de los chismes.

Hurlingham, ubicado en el extremo privado de los jardines de Ranelagh, no


estaba lejos de Cheyne Walk. De hecho, los jardines del club privado estaban tan
cerca que Mark optó por caminar la distancia. Había usado el tiempo a solas para
pensar, y pensar era lo que había hecho.

95
El Club de las Excomulgadas
Había pensado en escaldar la luz naranja.

En esqueletos.

En la voz maldita en su cabeza.

Y ahora, además de todo lo demás, había pétalos de rosas blancas manchados


de sangre. Por lo menos, claramente, las huellas no pertenecían a él. Eran más
pequeñas y más estrechas. Debían de pertenecer a una mujer o a un hombre de
menor estatura, él había sido incapaz de discernir.

Su mente volvió al mismo pensamiento. Como Leeson había sugerido, ¿Por


qué debería sorprenderse de que él, un inmortal En Trascendencia fuera también
susceptible a las mismas olas de mensajes destinados a las almas en deterioro, como

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Jack el Destripador y el resto de los diabólicos brotoi tratando de poblar la tierra?
La admisión no era una feliz. Sólo servía para destacar el poco tiempo que tenía
para salvarse a sí mismo.

Mark esperó en las sombras de la casa club de Hurlingham. La enorme


estructura de columnas coloniales ofrecía un gran saludo a los barcos que
navegaban por el Támesis. Visible desde donde se encontraba, el río corría a lo
largo de la frontera sur de la propiedad. Con su actual avalancha de suerte,
probablemente encontraría a Lucinda, Astrid, Evangeline, o (Dios, por favor no) a
las tres a la vez y sería informado de que Mina se había quedado en casa. Oró
porque una caminata entre semana por los jardines fuera una excursión deseable
para una mujer joven de luto. Si tan sólo pudiera tenerla a solas.

Su querida madre había escrito el libro sobre la seducción estratégica, y suponía


que la manzana no había caído lejos del árbol.

Mark procedió a ir al frente de la casa club, por la pendiente. Envió miles de


antenas mentales en todas direcciones, en un esfuerzo por captar su rastro. El
dramático crescendo de un cuarteto de cuerda salió desde las ventanas abiertas, la
adición fue una puntuación casi cómica en su búsqueda. El año pasado, él había

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El Club de las Excomulgadas
sido un trueno sobre el Primer caballo en el lejano campo de polo, con el aplauso
de la tribuna llena de gente. El club también organizaba partidos de tenis, partidos
de cricket y, sólo para miembros masculinos, disparo a las palomas. Probablemente
la señorita Limpett no llevaría a cabo ninguno de esos deportes. Él completó el
recorrido por un bosque de árboles grueso, lo que lo llevó a un pequeño claro. Ah,
ahí. Cerca... sí, ella estaba cerca.

Sin embargo, su mirada se redujo a un hombre con sombrero de paja y vestido


de algodón blanco, un hombre familiar que no tenía por qué estar en Hurlingham.
Mark se había preguntado a menudo si Lesson sería medio duende, por su
capacidad de moverse tan rápidamente.

Una gran plaza de lona blanca cubría el claro. En su centro, una gran cesta de
mimbre yacía de costado y más allá, un globo de gas a medio inflar. Mark

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identificó la fuente del sonido, un dispensador metálico cilíndrico de gas
comprimido, inflando el globo a través de un tubo de llenado grande. Leeson
gritaba órdenes a cuatro lacayos del club, que estacaban alineados y colaboraban en
la ampliación del globo inflándolo.

Mark se le acercó por detrás, y gruñó:

— ¿Qué estás haciendo aquí?

Leeson le lanzó una mirada de reojo.

—Creo que es obvio, señor. Estoy inflando mi globo. Mi gran... espectacular


globo. No se preocupe. No interferiré con sus planes. Me doy cuenta de que no
necesita de mí o de mis ideas tontas de viejo. Así que estaré aquí divirtiéndome con
mi propia emocionante diversión. Tal vez pueda convencer a una dama bonita,
aventurera para que se suba conmigo. Por cierto, la suya está a la vuelta de donde
doblan los árboles.

Mark entrecerró los ojos en alerta y se apartó.

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El Club de las Excomulgadas

Mina se quedó mirando su libro, pero sólo vio la máscara. Parpadeó la imagen
alejándola, y se asomó sobre el césped. Las parejas casadas paseaban de la mano.
Los niños se perseguían unos a otros a través de los árboles. Niñeras empujaban a
bebés en cochecitos brillantes. Todo a su alrededor parecía tan normal. Todo era
normal. Esa mañana, afuera de la tienda, había sido víctima de un crimen al azar.
Si el agresor hubiera querido hacerle daño, se lo habría hecho, pero lo único que
había querido era un mechón de su cabello. De acuerdo con la policía, la persona
sufría de un fetiche de pelo, y habían visto el crimen antes.

Entonces ¿Por qué su mente insistía en pintar el mundo con sombras de peligro
y de inminente muerte? ¿Y en fabricar conexiones nebulosa donde debería haber
una?

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Trafford las había encontrado inesperadamente en el club. Por desgracia, había
olvidado su boleto, por lo que Mina había insistido en entregarle el suyo. Era
comprensible que se hubiera preocupado por la noticia de su ataque, y aunque
había expresado su preocupación, no podía evitar sentir como si estuviera siendo
marcada como una damisela en constantes apuros. Primero, había sido el arma que
había empuñado con pánico en el cementerio, y ahora esto. Con el propósito
expreso de probar que el evento no la había molestado, con calma les indicó que
fueran a la velada musical, insistiendo en que mejor leería su libro en los jardines.

El aliento de Mina se detuvo cuando divisó una figura alta corriendo, en


pantalón gris y un abrigo azul oscuro. Ancho de hombros y con confianza, el Señor
Alexander caminó en su dirección. Ella se mordió el labio, mitad rezando para que
no la viera y mitad orando para que sí lo hiciera.

La calma de sus ojos azules recorrió el césped, deslizándose sobre todo,


desinteresado... hasta que se asentaron en ella. Su ritmo fue más lento. Su boca se
tornó en una sonrisa. Esa sonrisa. Encantadoramente infantil, con una mirada

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El Club de las Excomulgadas
aguda de canalla. El placer se acurrucó en su vientre, para calentar su garganta y
rostro.

Su arpía interior -a la que siempre imaginaba como malhumorada con cara de


una versión de sí misma- le aconsejó permanecer en guardia. Él era demasiado
guapo y demasiado tentador, incluso para una joven fuerte, con visión de futuro
como ella, que no evitaría el romance, bajo las circunstancias adecuadas. Pero,
¿cómo no iba a estar emocionada por el anuncio de un hombre tan notable?

—Buenos días, señorita Limpett—gritó él mientras se acercaba. —Ciertamente


no estamos aquí solos, ¿verdad?

—No, en absoluto—Ella tiró la cinta entre las páginas para marcar su lugar, y
cerró el libro. —La familia recibió entradas para la velada musical en la casa club, y

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en vez de quedarme solas en la casa, vine con ellos.

—Qué suerte para mí—Su sombra se inclinó sobre ella.

Ella lo miró bajo el ala de su sombrero, y le preguntó amablemente:

— ¿Qué lo trae a Hurlingham?

—Una invitación de unos amigos—respondió él vagamente.

Sí. Él tendría un montón de amigos. Tenía la suerte de tener un magnetismo


que atraía a todo tipo de personalidades, con admiración y con favor. Era a la vez
atractivo y agradable, pero debajo de todo eso, un poco misterioso también.

Él añadió:

—Deben estar retrasados, pero estoy tan contento de encontrarla aquí. ¿Puedo
sentarme?

Sería mejor evitar esa tentadora situación. A pesar de que era un tipo diferente
de peligro, ella había tenido peligro más que suficiente por un día. No quería

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El Club de las Excomulgadas
arriesgarse a la posibilidad de que él tratara de resucitar el tema de los rollos. Ella
abrió su bolso y miró su reloj sin siquiera notar la hora.

—En realidad, se supone que debo encontrar a la familia. ¿Quiere caminar


conmigo a la casa club?

Su sonrisa se desvaneció a la más mínima nota.

—Por supuesto.

Ella deslizó su libro en su bolso y se levantó. Después de quitar unos pocos


trozos de hierba de su falda, se le unió. Caminaron lado a lado a lo largo del
camino, con él elevándose sobre ella. Furtivamente, ella lo estudió desde debajo del
ala de su sombrero. ¿Acaso sólo imaginaba el aire grueso de tensión entre ellos, o él

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lo sentiría también? Ella curvó los dedos enguantados en ambas manos alrededor
del mango de ébano de su bolso.

— ¿Ha estado bien en estos últimos días?—preguntó él, con los ojos clavados
en su rostro.

No, ella no había imaginado la tensión. Recordó que los hombres como él
tenían tensión con quien fuera, y utilizaban ese talento como un arma. Al parecer,
el había experimentado algún tipo de tensión con su tía, y quizá la seguía sintiendo.
Su espíritu de individualidad rechazó la idea de convertirse en una de su grupo de
admiradoras, en una competidora por su atención.

Ella asintió.

—Siempre hay algo pasando en la casa. Las chicas han estado muy ocupadas
por supuesto, con sus actividades sociales, y la señora Lucinda ha estado ocupada
en los preparativos de una fiesta en el jardín para el próximo jueves. Tiene un gusto
maravilloso. Estoy segura de que el evento será la charla de la temporada.

— ¿Pero qué hay de ti?—presionó él, obligándola a tener la intimidad que ella
evitaba.

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El Club de las Excomulgadas
Ella se encogió de hombros.

—Leo. Camino. Leo y camino un poco más.

Él rió entre dientes desde el fondo de su pecho, el buen humor se mezcló con su
poder masculino. Le gustaba mucho el sonido también. En su mente, ella casi se
había atrevido a preguntarle sobre los rollos para que hubiera una buena razón para
evitarlo, pero no lo hizo.

—Hay otras cosas para ocupar tu tiempo, estoy seguro—dijo él.

—Tengo algunos de los papeles de mi padre. Sus notas—Se atrevió a mirarlo


ahora, bastante imprudente. —No hay nada de importancia real en ellos, pero creo
que asentarán muy bien varios diferentes trabajos académicos. Se las presentaré a la

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Real Sociedad Geográfica, y veremos si los publican.

— ¿Bajo el nombre de su padre?

—Sí—respondió ella, enfatizándolo—A título póstumo, por supuesto.

—Siempre ha escrito los artículos de tu padre, ¿no?—Preguntó.

Ella se encogió de hombros.

—Más o menos. Mi madre solía hacerlo por él. Siempre fue muy bueno para
hacer traducciones, observaciones y mediciones, pero por alguna razón, organizar
sus pensamientos en el papel nunca fue fácil.

—He leído todos, sabes—Él inclinó la cabeza, echando la sombra de su


sombrero de copa a sus faldas. —Están excepcionalmente bien hechas, y estoy
seguro de que usted, como inglesa, ha establecido unos pocos registros en lo que
respecta a la exploración territorial y ascensiones de montaña. Debería publicarlos
a su nombre, al menos en forma conjunta con el suyo.

—Gracias—Su admiración y aliento fueron como una caricia física.

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El Club de las Excomulgadas
—Quizás en algún momento podría—se encogió de hombros con elegancia—
ayudarme a darle sentido a mis papeles propios expedicionarios.

—Tal vez.

Su mirada se posó en sus labios.

—Sospecho que tenemos muchos intereses en común.

Ella se sentía casi segura de que sus palabras tenían un significado oculto, y
quizás incluso una invitación, una que no tenía nada que ver con la escritura o los
documentos o con la expedición extranjera. Para su consternación, encontró un
progreso en la intimidad entre ellos. Quería hacerle preguntas sobre su familia,
sobre sus intereses en varios idiomas y artefactos. Por mucho que quisiera un hogar

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y una familia y permanencia, suponía que una necesidad de aventura también
prosperaba en su sangre.

Doblaron en un afloramiento de espesos árboles. Para sorpresa de Mina, frente


a ellos había un globo flotando alternando gajos verticales de seda escarlata y oro.
Una cesta estrecha flotaba debajo de un pie sobre la tierra.

—Qué emocionante. Alguien trajo un globo—dijo ella.

Sin siquiera mirar la aeronave. Sus ojos permanecieron desconcertantemente en


ella.

— ¿Alguna vez... ha estado en uno?

—No, pero siempre lo he deseado.

El vuelo siempre la había intrigado. No podía imaginar lo emocionante que


sería mirar hacia abajo a la tierra desde la vista de un pájaro.

Se puso rígida cuando el Señor Alexander puso su mano en el centro de su


espalda y la llevó hacia el globo.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Vamos a echar un vistazo, entonces?

Tan firme. Tan seguro. Tan agradable. A medida que se acercaban, su


maravillosa mano se alejó, y él se acercó por delante para hablar con la persona que
parecía estar a cargo. El caballero, un hombre alegre y pequeño con el pelo
distinguidamente gris, con un parche en un ojo, y un bigote rizado en las puntas,
asintió con entusiasmo.

Lord Alexander se dirigió a ella, con su mirada oscura acogedora, y le hizo


señas con la mano.

Mina se movió a pie a su lado.

El tipo de cabeza plateada anunció:

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—Mis honorarios son veinte libras.

Los ojos de su señoría se redujeron al hombre.

—Por supuesto. Debería haber una cuota, ¿verdad?

Su señoría retiró su bolsa y seleccionó a los billetes necesarios de una libra.

El corazón le dio un vuelco a Mina.

— ¿Va a subir?

—No, usted y yo iremos arriba.

—Oh—Ella apretó los labios cerrándolos. —No sé... Se suponía que debía
encontrar a la familia en la casa club.

—Falta un cuarto de hora—contestó él. —Estoy seguro de que la velada


musical se prolongará hasta las once.

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El Club de las Excomulgadas
Ella miró a su alrededor, tal vez por un rescate. Sus mejillas se encendieron.
Dos manos descendieron entre ella y su señoría, una presentándole una hoja larga
de papel lleno de palabras escritas, y la otra, con una pluma de plata.

El diminuto del globo interrumpió:

—Antes de subir, tengo que pedirles a los dos que por favor firmen en la línea
inferior que indica que son responsables de todos los daños que puedan hacer a su
propia vida y a sus extremidades, a terceros en el suelo debajo y al globo y/o a sus
accesorios.

—Oh, Dios mío—ella se rió en voz baja. Con ansiedad. Parecía que iba a ser su
primer vuelo en globo. Tal vez eso era lo que necesitaba, literalmente, elevar
permanentemente su espíritu encima de los acontecimientos de los meses

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anteriores.

Desafiando a la precaución, Mina garabateó su nombre. Lord Alexander hizo


lo mismo. El operador abrió la puerta y con una dramática inclinación, la ayudó a
entrar en su interior. El borde donde se apilaban alrededor bolsas estrechas de
arena, se tambaleó muy ligeramente bajo sus pies, y ella se agarró a la barandilla
del borde de la canasta de mimbre por ayuda. Un pequeño grupo se reunió. Lord
Alexander subió a su lado. La puerta se cerró.

—Pensé que el operador vendría.

—No necesitamos el lastre adicional—La travesura brilló en sus ojos.

El caballero de pelo gris se alejó del globo, señalando hacia arriba. Le gritó a los
lacayos.

—Despacio, despacio... Lento, señores.

Mina se quedó sin aliento en el fondo de su garganta. Demasiado tarde.


Demasiado tarde para echarse atrás. No sabía si sentirse desesperada por ir en el
globo a solas con lord Alexander, o por el hecho de que estaría allí sin el operario.

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El Club de las Excomulgadas
Empujando su bolso para arreglárselas con la parte interior del codo, agarró con sus
manos enguantadas todas las gruesas cuerdas a ambos lados de ella.

—Mi estómago está haciendo volteretas—Levantó la vista hacia el cavernoso


centro del globo. —No puedo creer que esté haciendo esto.

Su señoría, alto y robusto, reflejó su posición, tomando con sus largos brazos
las cuerdas. Sonrió.

—Sostente.

De repente, el globo salió disparado como una bala hacia arriba al cielo. La
gente, la hierba y los árboles desaparecieron en una imagen borrosa. La
aglomeración cruzó bajo el aire aplanando el ala de su sombrero contra su mejilla,

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y una alegría salvaje, delicada se clavó en ella, como si su estómago se precipitara a
las plantas de sus pies. El sombrero de su señoría salió volando, cayendo en espiral
hacia la nada. Él se echó a reír, un sonido profundo y maravilloso. Ella dejó
escapar un pequeño grito, pero para su asombro, se dio cuenta de que sus labios
sonreían.

Tan de repente como el globo se elevó, se balanceó en lo alto sólidamente. La


cesta se sacudió, carenada violentamente.

A pesar de contenerse, ella tropezó con Lord Alexander.

—¡Oh!

Con una mano en la barandilla, él se apoderó de la otra alrededor de su cintura,


con los tirantes firmemente en su lugar. El suelo se niveló y dejó de hacer sus
movimientos erráticos. Su corazón se estrelló contra sus costillas al darse cuenta de
que ahora se cernía, suspendida sobre la tierra en una canasta pequeña, pero más
aún por la sensación placentera de su brazo flexionado con tanta fuerza alrededor
de su cintura.

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El Club de las Excomulgadas
Bajo su ropa cara, su pecho parecía formado de piedra, más afín a la
constitución de un antiguo guerrero que a un erudito caballero de Londres. Y olía
bien.

Divino. Como a especias y a piel y a hombre.

Ella liberó sus hombros y dio un paso atrás, dos pasos muy pequeños, pero eso
fue todo lo que la pequeña área de la canasta le permitió. Sus faldas se aplastaron
contra el mimbre.

— ¿Se suponía que eso sucedería?—Jadeó ella.

Se agarró a la barandilla con ambas manos. Su mirada se apartó de su rostro


hermoso, divertido, para ver abajo. La sombra del globo derivó sobre el lienzo, en

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dirección del césped. Una cuerda guía colgaba todo el camino. La multitud los
saludó con la mano y vitorearon. Mina sacó su mano lo suficiente como para
saludar.

—Pensé que íbamos a quedarnos atados, y mucho más abajo de la tierra.

—Debe haber habido alguna... falta de comunicación. —reveló el con énfasis


en la palabra final, como su sonrisa, revelando todo.

Con la realización, ella espetó:

—Es un hombre malvado. Sabía que el ascenso iba a ser así, ¿no?

El viento suave y ligero llevó su pelo contra su mejilla. Él hizo una mueca,
como un pícaro travieso que sólo había sacado un truco muy bien planeado.

—No lo niego.

Ni siquiera podía estar enojada. El momento era perfecto. Él era perfecto. Ella
se derritió en su interior. ¿Por qué tenía que gustarle tanto?

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El Club de las Excomulgadas
Apenas hubo un toque del viento. El globo avanzó en dirección a la casa club.
A su alrededor veía los tejados y campanarios y calles y callejones. Se maravilló al
ver el Támesis ondulante como una oscura serpiente contra la frontera sur de los
terrenos del club, con el recipiente de agua salpicando en su superficie.

— ¿Cómo sabía que estaría de acuerdo en venir?—, preguntó ella.

—Porque eres como yo—respondió él. —Eres aventurera.

La música fluyó desde la casa club.

Rozando las palmas sobre el carril, él dio un paso hacia ella. La canasta se
inclinó, y Mina se quedó sin aliento, con los hombros inclinados contra las cuerdas.
Con el tacón de su bota, su señoría hábilmente metió un saco de arena en el

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extremo opuesto. La cesta se niveló.

—Esto es una aventura para ti—Él le ofreció su mano. — ¿Alguna vez has
bailado en las nubes?

Su pulso saltó a su garganta. Mina miró a su lado. Elegante y constante, estaba


al revés con sus dedos de punta cuadrada. Algo pasó en el fondo de su pecho: era el
espíritu aventurero al que él se refería, despertando.

¿Cómo podía saber él acerca de la joven que había sido antes de que la vida la
hubiera dejado con miedo? Miedo. Odiaba la palabra, de hecho, toda la idea.
Estaba demasiado cerca de ser “tímida”, y nunca lo había sido. Su corazón latió
más rápido, ella le tomó la mano.

Con un suave tirón él la hizo acercarse al centro de la canasta. La música


tintineó, amplia y luminosa como el cielo a su alrededor. Su brazo llegó a su
alrededor. Su mano estaba extendida contra el centro de su espalda, atrayéndola
más cerca, más cerca de lo correcto, hacia su pecho, tan cerca que sólo una pulgada
de espacio los separó. Su cuerpo despertó, su boca, pezones, muslos, le dolieron por
cerrar el espacio. Mina se lamió el labio inferior.

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El Club de las Excomulgadas
Juntos se movieron, muy ligeramente, cambiando el peso y girando con la
música.

Una repentina ráfaga de viento movió el globo. La cesta se inclinó lo suficiente


como para influir en contra de su pecho. La mano en su espalda se abrió,
aumentando así la presión de tenerla allí.

En una fracción de segundo, ella tomó la decisión de permitir la familiaridad.


Estaban de pie, sin bailar, sino abrasándose y escuchando la música.

—Señorita Limpett...

Él se inclinó. Ella cerró los ojos, sintiendo su intención.

Una presión suave levantó su barbilla.

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—Lord Alexander... —advirtió ella en voz baja.

—Mark. Mi nombre es Mark.

Él apretó la boca a la suya.

Con ese beso, Mark perdió el sentido. O más bien, lo encontró. La realización
se produjo, igual que el peso de un muro de piedra derrumbarse sobre él, él la
deseaba más de lo que hubiera querido algo en un muy largo tiempo, por razones
que nada tenían que ver con la estrategia, o para salvar su propio pellejo.

Inocentes, perfectos labios estaban pegados a los suyos. Calentando lentamente


su ingle.

—Mark... —Ella volvió el rostro para que su mejilla presionara contra el hueco
de su mandíbula.

— ¿Sí?

Ella se zafó bruscamente.

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El Club de las Excomulgadas
—No debería haber hecho eso—Sus ojos marrones, que habían estado brillantes
y emocionados, al instante se nublaron.

Él se sintió seguro también.

— ¿Por qué no?

—No soy de esa clase de aventuras.

Ella plantó su mano en el centro de su pecho y presionó hasta que él regresó a


su lado de la canasta. ¿Qué podía decir? Si trataba de convencerla de lo contrario,
hubiera sonado como un postrero. Desde esa distancia, se mantenía a la distancia
de un brazo, sólo pudiendo admirarla y maldiciéndose así mismo por haber jugado
mal con el nivel de atracción entre ellos.

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—Te he ofendido—El impulso de besarla se había sentido totalmente natural.
—No quise faltarle al respeto.

Ella frunció el ceño y miró por encima del sedimento, y de nuevo a él otra vez.

—No es que no me haya gustado el beso, es que me temo que me gustas


mucho. Espero que entienda lo que quiero decir con eso.

Ninguna relación ilícita. Sin tocar. Eso era lo que había querido decir. Sin
esperar una respuesta de él, ella se volvió de nuevo a la barra y fijó su mirada en el
paisaje de abajo.

—Estoy asumiendo que sabe cómo aterrizar esta cosa.

—Si lo sé.

—Entonces creo que será mejor que bajemos antes de abandonar los jardines.
No sé si alguna vez ha tratado de nadar con enaguas, pero no es fácil.

Mark sabía que ella tenía razón, pero, maldita sea, esperaba un resultado
diferente de su tiempo juntos. Nunca había hecho el amor en un globo de gas, y

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El Club de las Excomulgadas
estaría mintiendo a decir que la idea no le había pasado por la cabeza. A falta de
eso, por lo menos había esperado que se hubiera formado una conexión más sólida
entre ellos.

Tiró de la cuerda de la válvula para liberar la cantidad medida de gas. El globo


descendió sobre el club en el que parecía que la velada musical acababa de
terminar. Dedos les apuntaron. Voces gritaban. Las caras de todos estaban hacia
arriba. Él reconoció a Lucinda y a Trafford sobre las escaleras, así como a las
chicas. Cuatro bocas abiertas al mismo tiempo.

—Hola—gritó la Señorita Limpett, saludándolos.

Mark tiró de la cuerda de la válvula de nuevo.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


La tierra se precipitó un poco más rápido de lo que pretendía, un resultado
probable por su distracción con el inesperado rechazo de la señorita Limpett.

—Estamos cayendo muy rápido—chilló ella. Sus mejillas eran de color rosa,
radiante. No parecía asustada, solo emocionada. — ¿Vamos a chocar?

Él se rió y dejó caer una bolsa de arena encima, y luego otra para una buena
medida. El descenso se detuvo un poco, y se movieron horizontalmente a través de
la hierba, profundizando a lo largo de una avenida de árboles. Más lento. Más
lento. El globo se inclinó detrás de ellos, como una estela ondulante de seda.

En la esquina principal la canasta se quedó atrapada contra el césped y se ladeó.


El vehículo chocó, lanzándolos a una caída sobre la hierba.

Mark rodó, colocándose de espaldas, con la señorita Limpett tirada encima de


él.

Moviéndose rápidamente, él se revolvió, tirando de ella debajo de él. Se quedó


mirándola a los ojos.

—Ya me gustas demasiado—murmuró.

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El Club de las Excomulgadas
Enmarcando su rostro con sus manos, la besó con fuerza, con sus labios, lengua
y dientes, tan completamente, tan placenteramente, que sus propios pies se
enroscaron en sus botas. Escuchando la aproximación de pasos sobre la hierba,
rápidamente rodó fuera.

La señorita Limpett se sentó, con sus mejillas brillantes y de color rosa, con el
cabello suelto y su sombrero torcido.

Echando un vistazo en su dirección, ella le susurró:

—Retiro mi anterior decisión, Lord Alexander. Puede llamarme a su voluntad.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Mark.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 6
Mark se sentó con Mina y Lucinda encima de una manta de rayas rojas y
blancas, a la sombra de un árbol grande, disfrutando de lo último de un almuerzo
frío. Un criado los había asistido, sirviéndoles de tres grandes canastas. Había rollos
crujientes de pan, huevos duros, carne asada, carne de res y de pollo, queso, fruta e
incluso champán.

Por no hablar de una veintena de miradas secretas, fugaces entre él y Mina.


Cada una envió una punzada de anticipación a través suyo, por lo que vendría. Los
pergaminos. Mina. Mina. Los pergaminos. La mañana había salido mejor de lo que
había previsto.

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En el pasado él había sido criticado por sus compañeros Amaranthines por sus
coqueteos con los mortales. Sin embargo, había algo acerca de las mujeres mortales
en la flor de la vida que nunca dejaba de emocionarlo. Eran como flores exóticas
que florecían una sola vez. La Señorita Limpett era como una flor. Cada vez que la
veía, era como si una capa de invisibilidad se levantara lejos de ella, dejando al
descubierto la joya incomparable debajo.

Trafford había ido a ver si encontraba al maestro de tiro. Mark había evitado el
contacto visual directo con Evangeline y Astrid el tiempo suficiente para que
finalmente se hubieran dado por vencidas y accedido a un juego de badminton, con
dos hombres jóvenes bien vestidos. Un brillante plumaje de volantes iba y venía
entre las parejas en una suave manifestación.

Lucinda tomó la mano a Mina.

—Señorita Limpett, ¿Está segura de que se ha recuperado de su mareo? Se ve


con un poco de fiebre.

La mirada de la condesa se desvió a un tono de reproche hacia Mark.

112
El Club de las Excomulgadas
—Estoy un poco caliente—Mina levantó su taza de loza blanca y tomó un
sorbo de limonada. —Aparte de eso, estoy muy bien. No es tanto como un
moretón. Lord Alexander es un excelente aeronauta. Le recomendaría sus
habilidades de pilotaje a cualquiera.

Astrid se acercó, haciendo girar la raqueta.

—Señorita Limpett, Acabamos de perder al Señor Kilmartin por una cita de la


tarde y tenemos necesidad de un cuarto. ¿Podría jugar?

Las facciones de Mina se calentaron con obvia sorpresa.

—Sí, por supuesto.

Su mirada se dirigió a Mark mientras se ponía de pie y se unía a su primo en la

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


hierba. Juntos recorrieron la corta distancia a la red, que estaba colgado entre dos
postes de bambú.

Ella se inclinó para elegir una raqueta de la hierba. El sirviente recogió el


resto de los platos. Llevándolos a la última cesta abierta, izó dos y las acomodó
para volver al coche.

—Su Señoría—dijo la condesa.

—Lady Trafford.

—Mark.

—Lucinda.

La condesa hizo girar su sombrilla en verticilos escuetos, entrecortados.

—Hemos crecido muy aficionados a nuestra sobrina.

Él conocía la discusión que venía. Suspiró.

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El Club de las Excomulgadas
—Puedo ver por qué. Es una joven notable.

Sus cejas se levantaron, y sus labios se torcieron hacia abajo como si con ese
leve cumplido a otra mujer, la hubiera lastimado.

—No me gusta este juego.

— ¿Qué juego, Lucinda?—Le preguntó él en voz baja. —El único juego que
conozco está ahí sobre la hierba.

Incluso ahora, en medio de esa ridícula conversación, él no podía quitar los


ojos de Mina. De la curva encantadora de su mejilla o de su hermoso cuello. De la
delgada vela de su cintura, o de la influencia seductora de su bullicio. Su beso sólo
había inflamado su interés. Su mente bullía con él. Sí, deseaba a su padre por sus

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


pergaminos. Sin embargo, no podía negar que él también deseaba a Mina Limpett.
La tendría también. Durante el tiempo que le gustara.

—Es muy claro lo que está tratando de hacer—dijo Lucinda.

— ¿Y eso sería…?

—Ponerme celosa con mi sobrina—Ella giró la sombrilla más rápido. —La idea
es absurda.

—Especialmente ridícula cuando no estoy en absoluto intentando ponerte


celosa.

—Entonces, ¿qué fue eso? ¿El paseo en globo? ¿Volar un poco más sobre
nuestras cabezas, y luego a la deriva dónde no podíamos verte? Una provocación
evidente.

—No tengo control sobre las fuerzas de la naturaleza—Una declaración


verdadera, para su consternación, aunque tenía que admitir que había hecho una
manipulación de la canasta.

114
El Club de las Excomulgadas
Ella dijo entre dientes:

—Eres un despilfarro.

Él respondió con calma:

—No veo nada de malo en tratar de levantar el espíritu de la señorita Limpett.


Se ha pasado unos tres meses muy sombríos rodeada de todos los detalles de la
muerte de su padre. Conocí a su padre a través de sus actividades académicas.
¿Cuál es el daño en mi oferta de media hora de diversión completamente correcta?

—Su pelo estaba revuelto cuando los encontramos en el césped. Sonreía con ese
pequeño secreto con que las mujeres ríen. ¿Estás seguro de que volar fue la única
diversión que tuvieron en ese globo?

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Sus palabras inesperadamente lo irritaron. Se hicieron eco a las pronunciadas
por Leeson por la mañana. ¿Lord Alexander, el seductor sin conciencia? ¿Se había
convertido en la caricatura de un hombre? En ese momento, se dio cuenta de que
sí. Su acusación, en el fondo, era verdad. Él había tenido la intención de seducir a
la señorita Limpett, en cualquier grado posible, en el globo.

Incluso ahora, planeaba cómo poder tenerla. Mantenerla. Por tanto tiempo
como le complaciera hacerlo.

—Le aseguro que mis intenciones hacia la Señorita Limpett son honorables y
sinceras.

Prometía que sería cierto, al menos hasta el máximo de su capacidad. También


prometía que sin importar lo mucho que tuviera que manipular a Mina hacia el
objetivo final de salvar su propia mente y alma, se lo compensaría diez veces,
incluso si eso significaba la construcción de un palacio para su más fina Reina.
Miles de mujeres darían cualquier cosa por tal honor.

—Pero sus intenciones no fueron sinceras u honorable hacia mí, ¿Verdad


Mark?—Lo acusó.

115
El Club de las Excomulgadas
—Nunca te he engañado.

—No—Ella movió su sombrilla y la apoyó en el tronco del árbol. —Está claro


que me he engañado a mí misma.

—Fue un coqueteo, Lucinda.

Ella se puso rígida.

—No sólo eso.

—Tú y yo nos besamos.

Ella apartó la mirada, moviendo la cabeza y sonriendo amargamente.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Gracias a Dios me salvé para Trafford. Él es la gran pasión de mi vida.

Él vio la mentira en sus ojos, y por un momento, sintió pena por ella. Ella se
comportaba como todas las jóvenes damas de su posición y clase social habían sido
entrenadas para hacer. Había encantado a un rico, titulado caballero y había tenido
su boda en la gran sociedad. Ahora se encontraba casada con un hombre al que no
conocía del todo bien, un hombre mayor quien no tenía ningún atractivo en
particular. Pero su matrimonio no era de su interés.

—Es maravilloso. Sólo deseo lo mejor para ti, Lucinda.

—Se aburrirá de ella rápidamente—murmuró con rencor. —Es un poco como


un ratón marrón, Mark, todo lo contrario de la clase de mujer que necesitas.

Había algo cruel en el conjunto de sus labios, y en el brillo de sus ojos, algo que
él nunca había percibido antes. Los celos podían hacerle cosas terribles a una
persona, como lo había presenciado. No podía recordar alguna experiencia de
primera mano con esa emoción.

Trafford cruzó el césped de dirección a la trampa de tiro, que se encontraba por


el pasillo al lado de los árboles. Plantaba su bastón a cada paso que daba.

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El Club de las Excomulgadas
Un incómodo silencio se cernió en el aire mientras ellos esperaban a que
llegara.

—Lucinda—Trafford se detuvo en el borde de la manta. El sol transformaba el


prisma de su bastón en un arco iris en miniatura de colores. —El maestro de tiro
está de acuerdo en que puedes disparar. Por supuesto, he aceptado pagar por las
plantaciones de los jardines del norte de la primavera, pero parece que tienes tu
deseo. Sólo por hoy, sin embargo.

— ¿Ve, señor Alexander? es así como le estaba diciendo—Puntos brillantes de


color puntearon sus mejillas. —Mi marido me echa a perder por completo.

Trafford sonrió, claramente complacido por su alabanza. Le ofreció la mano y


la ayudó a levantarse de la manta.

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El conde le preguntó:

—Señor Alexander, ¿le gustaría venir y ver? Medirán a Lucinda en una sesión
con palomas.

—Gracias, Trafford, pero me quedo aquí—respondió Mark con cortesía.


Siempre había considerado el tiro al pichón un deporte cobarde.

El Señor y la Señora Trafford desaparecieron entre los mismos bancos de los


árboles de donde el conde acababa de llegar. Él permaneció en la manta, mirando
el juego, mirando a Mina.

Una sensación intensa de que lo estaban observando le hizo examinar los


alrededores. A través de la extensión de césped, una mujer caminaba lentamente
detrás de las columnas de la casa club, mirando desde debajo del ala de un
sombrero llamativo rojo. Era Selene, vestida con toda su elegancia habitual.

El sonido de disparos se hizo eco en los árboles, en una serie de tres, directo en
fila.

117
El Club de las Excomulgadas
Lucinda estaba disparándoles a las palomas que huían de una trampa. Las
reverberaciones se desvanecieron.

Mark se sentía como una de esas palomas, salvo que estaba en la mira de su
hermana. Si Selene deseaba ser su asesina, que así fuera. Pero no había ninguna
razón para que se escondiera en las sombras al acecho, ella quería que viera que lo
acechaba.

Él se levantó de la manta. Acababa de hablar con ella. Ciertamente, no había


venido a tener aquí una batalla con él en un campo de cricket.

Moviéndose por todo el césped, miró una vez más a Mina. Esperó la siguiente
descarga.

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La tenue visión de Evangeline le hizo recordar algo del pasado.

Sus sentidos le gritaron una advertencia.

Algo se precipitó hacia Mina a través de los árboles a una velocidad peligrosa.
En el siguiente segundo, la grieta inconfundible de una escopeta rompió todo.
Olvidando a Selene, él corrió hacia Mina, con el miedo estrellándose en su pecho.

Ella dio un tirón, pero se mantuvo de pie, con la raqueta colgando de su mano.
No se movió. En cambio, se quedó como paralizada. Un estampido se hizo eco a
través de los árboles.

— ¿Te pegó?—Mark la tomó por los hombros y la bajó a la hierba. Tocó la seda
destruida de su falda y la miró a la cara, que estaba completamente en blanco. Si
había recibido un disparo, ella no se daría cuenta.

El Señor y la Señora Trafford corrieron hacia ellos. Lucinda, con cara pálida,
tenía una escopeta de doble barril apuntando hacia la tierra.

Mark levantó la falda de Mina, y sus enaguas unos pocos centímetros. La


sangre manchaba la media.

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El Club de las Excomulgadas
Ella susurró aturdida:

—Estoy un poco cansada de tener días interesantes.

Cinco minutos después, él la llevaba hacia la calzada en la que el transporte de


Trafford esperaba.

— ¿Qué quieres decir, con que alguien atacó a la señorita Limpett en la calle
esta mañana?

Él tuvo que luchar con fuerza por evitar la furia en su voz.

—No me lastimaron—insistió Mina, con los brazos alrededor de su cuello. —Y


no estoy herida ahora. Es sólo un rasguño de una pequeña bola de perdigones.

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Si no estaba herida, ¿por qué estaba tan pálida? ¿Por qué temblaba en sus
brazos?

Cuando se acercaban a la puerta, ella se retorció por salir de su alcance, con sus
mejillas enrojecidas.

—Gracias, Señor Alexander.

No estaba seguro de cuál era el mensaje transmitido por sus ojos, pero bajo el
control de su familia, ella subió rápidamente al interior del vehículo. Odiaba dejarla
ir.

Lucinda, con la cara baja y escondida bajo el ala de su sombrero, subió


después, seguida de Evangeline y Astrid.

—Oh, querida niña. Lo siento mucho—exclamó la condesa, tomando a Mina


en sus brazos.

—No es tu culpa—le aseguró Mina en voz baja.

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El Club de las Excomulgadas
En el campo de badminton Lucinda tenía lágrimas en los ojos y se había
proclamado que Mina había sido víctima de un tiro fallado. Ella había exigido a
cualquiera que quisiera escucharla que el rifle debía ser examinado buscando algún
defecto.

—Astrid, levanta las piernas de tu prima en el colchón.

Mina protestó:

—Eso no es necesario.

Trafford se quitó el sombrero hacia Mark, sacudiendo la cabeza. Murmuró


ásperamente:

—Demasiadas emociones por un día.

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Él también subió.

Lucinda, con sus ojos encendidos, anunció en voz baja:

—Lo siento, Lord Alexander. Simplemente no hay espacio para usted.

El lacayo cerró la puerta y dio la vuelta de nuevo para subir. El chofer movió el
látigo de caña contra la parte trasera de los caballos, y el carro rodó.

Mark exhaló. Poco a poco, se acercó de nuevo al club. Selene no estaba a la


vista. Se dirigiría a terreno privado, hacia el sur hasta el terraplén. Mirando el agua,
se preguntó qué demonios había sucedido. No podía creer que Lucinda le disparara
a Mina a propósito, pero algo no olía bien. Se sentía totalmente impotente,
enviándola en ese carro.

Llegó junto al jardín Physic, y fue más lento. Una muchedumbre compacta
estaba reunida en la pasarela de Cheyne Walk y más allá, pasando el puente Albert.
Peatones se agrupaban en los carriles del puente. Una poderosa ola de morbosa
curiosidad y horror rezumaba de la zona. En retrospectiva, suponía que había

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El Club de las Excomulgadas
sentido la sensación, incluso al salir de las tierras de Ranelagh, pero se había
enredado en la negatividad con su alarma por Mina.

Los agentes de policía de uniforme azul y sombreros bobby (típicos sobreros


utilizados por la milicia británica, negros, cóncavos) eran puntos en el terraplén, y
los periodistas detrás sostenían cámaras de trípode. Un río de Policías cursaba a lo
largo del río Támesis en las proximidades de la orilla. Más agentes estaban metidos
en el agua, vestidos con pantalones de goma hasta la cadera. Tenían palos y
sacaban pedazos de basura con redes. Mirando a través del río, Mark magnificó su
visión y percepción de la misma actividad en el lado de Battersea.

Leeson surgió de la multitud y se abalanzó sobre él.

—¡Su señoría!

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— ¿Qué está pasando aquí?—preguntó Mark.

—Cosas horribles—El inmortal bajó la voz. —Por lo que he recogido, un joven


se fue al río a media mañana del lado Battersea y descubrió algo bajo el puente.

Mark cerró los ojos.

—Cuéntame.

Leeson asintió.

—No he visto yo mismo las pruebas, pero he estado escuchando


cuidadosamente, y conozco a varios de los oficiales de aquí diciendo que es un
muslo.

Mark parpadeó con incredulidad. Miró hacia el cielo para estar seguro de que el
Sol seguía su curso sobre la tierra, porque era ese tipo de día, en que todo se
trastocaba.

— ¿Cómo la parte de la pierna de una persona?

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El Club de las Excomulgadas
Leeson asintió.

—Un muslo de mujer. Desmembrado.

Los tailandeses flotaban a pocos pasos de distancia. Pétalos de flores y sangre.

Lo mismo tenía que estar en la mente de Leeson.

—Eso no es todo. Al parecer, encontraron un brazo alrededor de la misma hora


esta mañana por Horslydown.

—Horslydown. Esa es mucha distancia por el río.

El bigote plateado de Leeson brilló.

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—Ambos, dicen, fueron atados con cuidado a secciones cortadas de prendas de
vestir.

Mark ponderó los detalles.

— ¿Son las partes del cuerpo de la misma persona?

—No lo sé, señor, pero por supuesto, una gran búsqueda se está llevando a
cabo a lo largo de ambos lados del río.

Mark miró hacia el agua. Asintió

—Este podría ser el trabajo del asesino de torsos de Selene Thames.

*****

Mina se recostó sobre las almohadas, sintiéndose como una niña a la que se le
había ordenado ponerse su camisón e irse a la cama temprano. No eran más que las
siete, y la luz del día aún iluminaba el cielo afuera de sus ventanas.

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El Club de las Excomulgadas
—Ahí—anunció Lucinda. Sentándose a los pies de la cama, metiendo el final
del vendaje en el tobillo de Mina. — ¿Cómo te sientes? ¿Está muy ajustado?
¿Demasiado flojo?

—El vendaje es perfecto, muchas gracias—contestó Mina con calma, a pesar de


sus nervios filiformes. —Pero como he dicho toda la tarde, el rasguño es tan
insignificante, que no podría calificar como herida.

—Lo sé, lo sé—Lucinda acomodó el pie de Mina sobre un cojín con borlas. —
Consentirte me hace sentir mejor. Me siento como si fuera mi culpa lo que debió
haber sido un día terrible para ti. Debería haber insistido en que te quedaras en la
tienda de la papelería hasta que pudiera acompañarte por la calle, y luego ese
horrible suceso con el fallo del arma.

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Mina sonrió con simpatía.

—Por favor, no te preocupes más por mi cuenta.

Lucinda puso una manta de vuelta en sus piernas.

—Mina, querida, a pesar de todo esto... Espero que te des cuenta que siempre
puedes confiar en mí y hablarme en confianza sobre cualquier cosa.

—Gracias por esa oferta, Lucinda.

Presionando sus labios juntos, Lucinda pareció meditar las palabras que diría a
continuación.

Su expresión era de preocupación.

—Debo decir... Me chocó bastante verte en el globo de gas con el Señor


Alexander esta tarde. Sé que debes estar acostumbrada a tomar tus propias
decisiones y vivir más... bien, libremente, pero... esto es Londres.

Mina hizo una pausa antes de contestar.

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El Club de las Excomulgadas
—Nuestro viaje fue muy breve. Admito, sin embargo, que pensé que se
quedaría atado en un solo lugar. Pido disculpas si he hecho un espectáculo de mí
misma.

Su tía echó hacia atrás la cabeza.

—Las señoritas en luto están atadas a un estándar aún mayor que las que no lo
están. No querrás que parezca que estás... impasible ante la reciente muerte de tu
padre.

Mina no dijo nada, pero sus mejillas se calentaron con su discurso.

Tal vez había decidido mal al subir al globo con Mark. Sin embargo, en el
fondo de su corazón no podía lamentar el tiempo que había pasado con él. Aparte

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del beso, que había despertado una parte de ella que se había perdido y admirado.

—Si pudiera darte algún consejo, querida Mina, un consejo sobre todos, sería
que te mantuvieras al margen de los caballeros de la calaña del Señor Alexander.

Mina tragó, tratando de no parecer sorprendida. La discusión sobre la etiqueta


de luto era una cosa, pero no esperaba ningún consejo de ese tipo saliendo de la
boca de su señoría. Todo lo que había sucedido entre su tía y lord Alexander
claramente contaminaba su opinión sobre él. ¿O sería que Lucinda hablaba por
celos?

Lucinda tomó las manos de Mina y las mantuvo entre las suyas.

—Él es todo sonrisas y adornos, pero muy poca sustancia. Es apuesto, sí, pero
sus motivos en lo que al sexo femenino se refiere son de dudosa legalidad.

Mina pensó que era mejor responder de forma conservadora. Ahora


probablemente no era el momento adecuado para informarle a su tía que le había
dado su permiso a su señoría para que la cortejara.

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El Club de las Excomulgadas
—Lord Alexander está aparentemente muy interesado en algunas de las más
arcaicas lenguas en las que mi padre se especializaba, así como en los artefactos que
había recaudado. Tal vez su interés no sea nada más que eso.

La respuesta pareció agradar a Lucinda. La tensión alrededor de los bordes de


su boca se alivió, y con una rápida mirada sobre el rostro de Mina y su cabello,
concluyó.

—Estoy segura de que tienes razón.

Mina no estaba segura de cómo debía responder a eso.

Lucinda le acarició la mejilla.

—Eres muy dulce. Estoy seguro de que encontraremos todo tipo de señores

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maravillosos cuando llegue el momento apropiado. Nadie puede tomar decisiones
sensatas cuando su mente está nublada por el dolor. —Sonrió de repente. —Una
vez que la fiesta del jardín del jueves haya pasado, me gustaría llevarte con mi
modista. ¿Tal vez te gustaría hacer algunas selecciones para ver una vez que tu
duelo haya pasado el año que viene?

Llamaron, y Lucinda dejó a Mina para abrir la puerta. A su regreso, llevaba


una bandeja.

—Pensé que tendrías hambre. He hecho que trajeran la cena para ti.

—Eres muy amable.

Lucinda bajó la bandeja en su regazo.

—Qué delicia con todos los olores. Pero nosotros los Nevils servimos la cena a
las nueve, y luego el baile de lady Winbourne a las once, así que no podría faltar.
De hecho, será mejor que me vista y vea que las chicas están haciendo lo mismo.

Parte de Mina deseó ponerse un vestido de colores e ir a una fiesta también.

125
El Club de las Excomulgadas
Pero, por supuesto, estaba de luto por otros nueve meses. No sólo eso, sino que
su pierna había sido medio arrancada, al menos es lo que decían todos, excepto
ella. Con nostalgia, se preguntó si Mark estaría en la de los Nevils o de la Señora
Winbourne. ¿Cuándo iría a verlo de nuevo?

—Que tengas una noche maravillosa—dijo Mina, mirando hacia abajo a su


plato.

Había chirivías hervidas y... algo que ella no conocía. Un sabroso olor a mezcla
de relleno y carne deshebrada y verduras. Varios objetos estrechos como palos se
asomaban afuera de la montaña culinaria. Ella tomó una. ¿Un hueso? Se mordió el
labio inferior.

—Esto huele muy... bien—. Tragó y levantó la mirada. — ¿Podrías decirme

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qué es esto? No la chirivía, la otra cosa.

Lucinda se detuvo con la mano en el mango.

—Uno de mis favoritos. Es pastel de pichón, por supuesto.

Con una sonrisa, jaló la puerta que se cerró detrás de ella.

Mina desplegó su servilleta y cubrió con la tela todo el plato. Levantando la


bandeja de su regazo, se deslizó hasta el borde del colchón y abandonó la bandeja
sin tocar en el pasillo. De regreso en el interior, consideró algunos de los libros que
había llevado de la biblioteca, pero su mente estaba demasiado dispersa para
centrarse en ninguno de ellos.

Su mirada se posó sobre la cartera de papeles de su padre. No podía posponerlo


para siempre.

Ahora era un momento tan bueno como cualquier otro para comenzar a
ordenarlos. El vendaje se aflojó, y ella hizo una pausa para quitarlo. Ella depositó el
largo trozo de tela en su papelera y tomó su bolsa. Optó por sentarse en su cama en
lugar de en el escritorio.

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El Club de las Excomulgadas
Escalando sobre las sábanas frescas, tiró de la cadena delgada de su cuello. Al
girar la pequeña llave en su cerradura, se levantó la tapa. El olor de su padre flotó
fuera, a papel, a tinta y a tabaco.

Puso los cuadernos en una pila, y los pedacitos de papel en otra. Había unos
diagramas y listas, así como notas y mapas dibujados a mano.

Una gota cayó a la urdimbre de un golpe de tinta. Mina la limpió


cuidadosamente con el borde de su vestido, preservando la palabra en su totalidad.
Se secó los ojos. Sin lágrimas. No más lágrimas. Había dejado de llorar por el
hombre hacía mucho tiempo.

Levantando la página siguiente, se detuvo. Algo se interponía entre los dos


trozos de papel, algo que ella no había visto antes. Levantó la rosa por su tallo.

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Plana y seca, apareció como si hubiera sido presionada entre dos libros pesados
durante algún tiempo, como un recuerdo. Aunque el color se había desvanecido,
era fácil ver que los pétalos eran de rayas... rojas y blancas.

Una alarma se disparó su cabeza, tan fuerte y contundente como un gong en un


templo. Tres meses atrás ella había recogido frenéticamente cada pedazo de papel
que había encontrado en la caja de piel de la tienda de su padre en la ladera de una
montaña tibetana. Se sentía muy segura de que había habido rosas callejeras con
rayas rojas y blancas ahí.

Rodó sobre las almohadas y abrió el cajón de su mesita de noche. Buscó


alrededor hasta que encontró el papelito doblado que había llegado en su lata de
jabón de azahar, el que hablaba sobre el lenguaje de las flores.

Bajó su dedo al papel, al lugar donde las rosas estaban listadas.

Rojas y blancas...

Un amor que no podía ser compartido.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 7
Después de dos días enteros, Mark maniobraba a través de los pasillos de la
casa Trafford. Todos los notables de la sociedad londinense llenaban los salones y
galerías. Había hermosas mujeres con trajes Doucet y Worth. La luz de las velas y
el brillo de las fracturadas luces de cristal iluminaban sus rostros. Los señores se
pavoneaban como pavos reales en trajes de noche.

Varios compañeros mayores tenían fajas vivas y medallas relucientes de las


distintas órdenes del Imperio. Las notas alegres de una banda húngara azul
extendían las voces de la animada multitud.

Gruesos ramos de flores se derramaban de urnas enormes, decorativas y

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colgadas encima de las puertas con arcos. El evento había estado ya en marcha por
varias horas, habiendo empezado al final de la tarde como una fiesta de jardín. La
invitación había especificado que también sería una cena oficial, y más tarde, con
baile en la terraza, siguiendo durante toda la noche. Él examinó el salón de baile,
pero no encontró bailarines ni a Mina. En cambio, los sirvientes habían acomodado
la plata y la porcelana en largas filas de mesas, con restos de una comida formal.

No había llamado a Mina ayer, a pesar de que había enviado a Leeson a


observar la casa Trafford. Después del informe del ataque, al azar, contra ella, y de
los disparos, no podía evitar la sensación de que estaba en peligro. Sin embargo, él,
por necesidad, se había mantenido en el río, observando la búsqueda continua de
las partes del cuerpo. A pesar de que ya no era un Centinelas de las Sombras, los
viejos hábitos perduraban. Esa mañana, el tronco de una mujer había sido
descubierto en Copington Wharf, junto a una sección cortada de ropa y atado con
una cuerda... de nuevo, a sólo un tiro de piedra de los tailandeses. A pesar de que
había intercambiado su camino con el de Selene en numerosas ocasiones, no podía
evitar sospechar que el asesino se burlaba de él. Que lo incitaba.

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El Club de las Excomulgadas
Trataba de sacarlo de la batalla. Tal intención indicaría la existencia de un
poderoso brotoi en Londres, a quien él, como Centinela fuera de orden, no tenía
autoridad para Reclamar.

A pesar de todo, no podía suponer que los restos mutilados eran obra del
asesino del torso que había hecho depósitos similares horribles en la ciudad en
medio de los crímenes del Destripador seis meses antes. Un número de hospitales
estaba en las proximidades de los bancos del Támesis. Era completamente posible
que las partes del cuerpo hubieran sido arrojadas ilegalmente por un médico
negado. No sería la primera vez que esos descubrimientos se hacían. Muerte e
incidentes macabros eran una lamentable realidad, pero esperada en el río. En años
recientes, más de 500 cadáveres habían sido descubiertos en el Támesis.

Por fin captó la esencia de Mina y la siguió hasta que la encontró en la sala de

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


estar amarilla. Con su simple vestido negro, estaba arrodillada delante de
Evangeline. Con aguja e hilo remendaba alguna imperfección en la falda de la
debutante. Astrid estaba en el extremo de la pared, mirándose en un espejo de
marco dorado y pellizcándose las mejillas. Al ver su reflejo, ella se dio la vuelta, en
un torbellino de organza color marfil.

—Lord Alexander—exclamó.

Evangeline dio un tirón a la falda amarilla liberándola de las manos de Mina.


Mina levantó la mirada y su mirada se encontró con la suya. Los músculos del
abdomen de Mark se apretaron, con la evidencia de su atracción, mezclada con
intención sensual. Mucho dependía de esa noche, y podría conseguir con éxito
tener su confianza. Había revisado sus notas de traducción del primer rollo.

Las ondas de corriente de energía Tantalyte... las que desencadenaban sus


hechizos, ya no coincidían con las profecías. Era como si Tantalus supiera, que con
la Recuperación de su Mensajero Jack el Destripador, el juego había cambiado.
Mark no tenía forma de saber cuando la siguiente ola podría viajar a través de
Londres.

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El Club de las Excomulgadas
—Hemos estado esperando horas para que llegara—Astrid se precipitó hacia él.
Ella susurró, fuera del oído de las otras dos—Va a bailar conmigo ¿no?

—Por supuesto—aceptó él. A pesar de que era una invitación más que audaz de
su parte, sería grosero declinarla. —Señorita Limpett, ¿cómo se encuentra esta
noche? ¿Está recuperada de su lesión?

Mina asintió, cortés y distante como antes de su beso.

—Completamente, su señoría—Sólo lo miró fugazmente a los ojos. —Le doy


las gracias por su preocupación.

Astrid suspiró con impaciencia.

No deseando perder de vista a Mina en la casa llena, Mark extendió una

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


invitación.

—Señorita Limpett... Señora Evangeline, ¿Nos acompañan al jardín?

—Por supuesto, su señoría—Evangeline comprendió, moviendo sus faldas y


corrió hacia él, oscureciendo su visión de Mina. Cuando la vio otra vez, ella le
había vuelto la espalda y recogía sus tijeras e hilo.

El mensaje le picó. A pesar de que deseaba tomar su brazo, agarrarla en algún


rincón oscuro de la casa y recordarle la atracción entre ellos, se fue sin otra opción,
yendo a la parte trasera de la casa. Con una debutante en cada brazo, jugó bien su
parte parpadeando sus ojos pícaramente, plenamente consciente de la admiración
femenina y de la envidia masculina que recogía en su camino. Sólo el conocimiento
sonó hueco. La vanidad no era satisfactoria ya. Lo peor de todo, la mujer que había
ido a ver esa noche, la que había imaginado en su cama durante las horas más
oscuras de la noche, apenas le había ofrecido un vistazo.

Él y sus dos hermosos albatros pasaron por una galería llena de gente. Todas las
ventanas estaban abiertas a la noche. En el exterior, lámparas orientales colgaban

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El Club de las Excomulgadas
de los árboles. Un sirviente en ese momento trabajaba para limpiar los fragmentos y
las salpicaduras de una copa de champán rota.

La siguiente hora transcurrió en una borrosa y miserable danza y conversación


aburrida, con Mark a propósito prohibiéndose a sí mismo ir en busca de Mina.

— ¿No le pedirá bailar a su anfitriona?—Mark miró hacia abajo para encontrar


a Lucinda junto a él. Llevaba un vestido de color rosa, cortado para mostrar su
busto y la cintura estrecha de sus mejores galas. Un espeso racimo de diamantes
brillaba en su garganta. La suya era una belleza innegable, pero que no provocaba
la menor reacción en él. ¿Había encontrado verdaderamente tentación en ella
antes?

Su fachada helada se derritió ante sus ojos.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Siento mucho lo que pasó en Hurlingham. Me comporté como una tonta—
Ella tomó el abanico cerrado con ambas manos.

Él la miró atentamente y vio un atisbo de la niña feliz, vivaz, que recordaba.

Ella continuó, con lágrimas brillando en sus ojos.

—Es sólo que el matrimonio no es como yo esperaba. No me entienda mal;


Trafford es una maravilla y complace cada uno de mis deseos—Su mano
enguantada tocó el collar en su cuello. —Aun así, supongo que debo confesar tener
mucha envidia de las chicas por las decisiones que todavía tienen por delante.

Él le ofreció el brazo, aunque fuera más que para permanecer en su buena


gracia y continuar siendo su bienvenido en su hogar.

—No hay disculpa que sea necesaria.

Al entrar en el vals, la guió en medio de las otras parejas. Sillas envolvían al


perímetro de la terraza y estaban dispersas por el césped. Su mirada continuamente
vagaba, pero Mina no aparecía. Sí, ella estaba de luto, pero dado el paso del tiempo

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El Club de las Excomulgadas
transcurrido desde la muerte de su padre... aunque fuera una falsa muerte no estaría
fuera de lugar que se sentara bajo las estrellas para disfrutar de la música con un
vaso de té o limonada.

Cuando el vals terminó, él se extrajo de Lucinda, sin problemas depositándola


entre un grupo de amigos y rivales.

Durante la pasada hora y media, un dolor de cabeza, molesto se había


apoderado de él, pero hasta ahora, sin luces extrañas o esqueletos danzantes. Las
lámparas de papel colgadas ofendían a sus ojos, junto con toda la charla frenética y
el movimiento de los invitados. Su charla, y sus pensamientos, nublaban su mente.
Él siguió un sendero del jardín que llevaba a la sombra más profunda contra la
casa.

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Se dejó caer a un banco y se frotó el puente de la nariz.

Por primera vez en diecinueve siglos, se preguntó en secreto, en el fondo


privado de su mente, cómo se podría sentir la muerte.

Mina estaba sentada en una silla, con los codos apoyados en el alféizar oscuro.
Desde su ventana había visto la fiesta y admirado a las damas y caballeros con sus
mejores galas, el baile, el romance y la politiquería. Se había aprendido los bailes en
el internado, pero sólo los había probado con otros estudiantes, en presencia de un
maestro de baile.

Ciertamente, sería diferente bailar en los brazos de un caballero, sobre todo de


uno por el que tuviera sentimientos.

Mark había pasado de una pareja deslumbrante a la siguiente. Alto, de cabello


dorado y sorprendente, estaba claro que atraía la atención de las damas. Una
sonrisa había roto sus labios cuando había tomado a una matrona anciana por un
giro más lento por el suelo. El cabello plateado continuamente se movía bajo el

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El Club de las Excomulgadas
abanico, y su mano, a su parte inferior. Cada vez que él le quitaba la mano, ésta
bajaba de nuevo. La batalla continuó hasta que la canción terminó, y él
caballerosamente regresó a la señora sonriendo a su silla. Su expresión no había
revelado nada excepto el menor rastro de diversión.

Después, Lucinda había aparecido. Después de una conversación breve pero


intensa, habían bailado.

¿Podría haber alguna pareja más perfectamente adaptada? Dorada y elegante,


habían hecho un gracioso camino por el suelo. Ella no pudo dejar de notar la
manera en que Lucinda se aferraba a su brazo, más aún al final del baile, como si se
resistiera a dejarlo ir.

Incluso si no hubiera habido una relación entre ellos antes del matrimonio de

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Lucinda, incluso si no continuaba, ahora Mina de repente se sintió muy apenada
por Trafford.

Ahora, Mark estaba sentado en la oscuridad, justo debajo de su ventana, como


lo había hecho durante los últimos cinco minutos. Ella luchó contra sí misma sobre
si hacerle saber de su presencia. Aquí, fuera de la luz de los faroles, parecía
tranquilo, incluso pensativo. Se frotó la nariz, como si estuviera cansado.
Finalmente, ella no pudo resistir más.

— ¿Está disfrutando de la noche?

Él miró hacia arriba.

—Ahí estás. ¿Qué estás haciendo ahí arriba?

Ahí estás. Hablaba como si hubiera estado buscándola. Cada centímetro de su


piel se calentó con cauteloso deleite.

—Mirando. Tengo un punto de vista encantador de todos los acontecimientos


de la noche.

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El Club de las Excomulgadas
—Dime algo interesante.

—Bien, si quieres saberlo—respondió ella a la ligera—la facción de América se


está comportando más bien mal.

— ¿Cómo es eso?

—Las señoritas Bonynge acaban de llegar con su padre, y como resultado, su


archi-enemiga, la señora Mackay, se ha ido, llevándose a su séquito con ella. De
acuerdo con Astrid, tuvieron una larga disputa sobre alguna ligera percepción u
otra.

—Ahora eso es interesante.

Mina se rió. Él no.

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— ¿Está bien?—Preguntó ella. —No parece usted.

—Es mi cuello. Me lo estoy rompiendo para hablar contigo allí. ¿Por qué no
vienes aquí y te sientas conmigo?

Su solicitud envió un rizo peligroso de excitación a través del estómago de


Mina. Ella sabía que no debería... Si Lucinda la veía, habría otra conferencia sobre
la propiedad, probablemente estimulada por los sentimientos de la condesa por su
señoría, pero Mina no quería echar sal en las heridas.

Sin embargo, había estado tan aislada en estos últimos dos días. Sí, había
estado constantemente rodeada por gente, ayudando con los preparativos para la
fiesta, pero en gran medida había sido dejada sola para que sus nervios se
rompieran con sus temores, y las imágenes de rosas con rayas, entre los
pensamientos constantes de Mark, por supuesto.

—Voy.

134
El Club de las Excomulgadas
Jaló de las ventanas cerrándolas, y la sujetó de forma segura, siempre de forma
segura. Tomando la escalera de servicio hacia abajo, pasó por la bulliciosa cocina.
De una bandeja desatendida tomó un vaso de té con menta, y salió por la puerta de
servicio.

Evitando las luces de la fiesta, se deslizó a lo largo del sendero del jardín y se
encontró a Mark sentado justo donde había estado momentos antes.

Mina apareció como una ninfa en la sombra de los árboles, con su rostro
luminoso encima de la oscuridad del cuello de su vestido. De inmediato él sintió la
pared que ella puso en su lugar entre ellos, una construida precaución. Él no le dio
ninguna mirada latente o habló alguna palabra lista. Simplemente hizo espacio para
que ella se sentara en el banco.

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—Tengo algo para ti—Él hurgó en su bolsillo interior y le entregó la tarjeta.

— ¿Otra foto?—Su ceño se frunció con confusión. — ¿Qué es esto?

—Eres tú—respondió él en voz baja.

Ella examinó la foto.

—Recuerdo esto. Estaba afuera de la papelería con


Lucinda. Supuse que el hombre en la acera me había tomado una foto. ¿De dónde
sacaste esto?

Leeson había vuelto de los tailandeses de las tiendas de Chelsea esa tarde con
suministros y con la foto. Él recogía esas novedades para su colección de
parafernalia mortal.

—Está publicado en la mitad de los escaparates de las tiendas de Londres, junto


a las de Jennie Churchill y Lilly Langtry.

Ella palideció.

135
El Club de las Excomulgadas
—No puede hablar en serio.

—Lo hago. Cada día tu foto es vista por las señoras de toda la ciudad. La
próxima semana, todas estarán usando tu sombrero.

Ella se rió.

—Pero es un sombrero feo.

—El sombrero no tiene nada que ver con eso.

Ella apartó la mirada, como si estuviera complacida y desconcertada por la


idea.

— ¿Tiene dolor de cabeza? Porque se frota la cabeza como si lo tuviera.

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No, no exactamente un dolor de cabeza... pero no le diría a la señorita Limpett
que malévolas fuerzas del mal actualmente trabajaban para reclamar su mente y su
alma para malos y destructivos fines, y que incluso ahora una sola voz, en
particular, llenaba su cabeza con un chirrido de cacofonía con demandas, que
apenas podía formar una oración.

—Sí—Asintió él. —Un dolor de cabeza.

—Aquí.

Ella apretó el vaso que había estado sosteniendo en su mano. Estaba muy frío y
refrescante y húmedo contra su palma.

—Es un poco de té con menta, lo recogí en mi camino hacia abajo, y no le he


tomado ni un sorbo. Tal vez lo encuentre suave. Dicen que a veces la menta alivia
tales dolores.

Él apretó el frío cristal contra su sien. Si sólo una ramita de menta pudiera
resolver sus problemas.

136
El Club de las Excomulgadas
Ella levantó la vista hacia el cielo.

—Tal vez su dolor de cabeza sea el resultado de toda este peculiar tiempo que
estamos viviendo. ¿Puede creer que puede hacer calor en un momento, y ráfagas de
frío al siguiente? Y no ha habido lluvia. No recuerdo nada como esto antes, no en
Inglaterra. La hierba ha comenzado a crujir y a ponerse marrón.

—Muy desagradable—respondió él, realmente sin pensar en lo que ella había


dicho, mientras ella seguía hablando. Su voz le calmaba la cabeza y precisaba
silenciar las incesantes demandas.

Ella reflexionó.

—Uno tiene que preguntarse si el tiempo terrible en Estados Unidos está de

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alguna manera conectado. Es tan trágico, como lo qué pasó con las inundaciones, y
la ruptura de las presas. Pasé la mañana leyendo todas las cuentas. Muchas vidas se
perdieron—Sacudió la cabeza—La tía Lucinda le insistió a Trafford para que diera
una generosa donación para reforzar las reconstrucciones.

Los acontecimientos estaban relacionados. ¿Le creería ella si le explicaba sobre


la explosión de los volcanes y las ondulaciones residuales de la fatalidad que, si se
vivían intensamente, a la larga traerían la destrucción de la humanidad?

Casi se rió de lo absurdo de todo eso. Él deseaba que su intuición estuviera mal,
que la erupción del Krakatoa y las revelaciones de los meses anteriores nunca
hubieran ocurrido, y que toda ella no tuviera ningún efecto sobre él. Nunca había
querido ser mortal, pero la inconsciencia de los acontecimientos verdaderos del
mundo tenía su interés.

Ella inclinó la cabeza con simpatía.

—Si se sentía tan mal, ¿por qué aventurarse a salir esta noche en absoluto?

—Quería verte.

137
El Club de las Excomulgadas
—Oh... —Ella parpadeó rápidamente y miró a los arbustos. De repente se puso
de pie.

Maldita sea, la había ahuyentado. Pero no… ella caminó alrededor de la banca
para quedar detrás de él.

—Un monje del templo Bhutanian le mostró una vez a mi padre un remedio,
cuando sufrió dolor de cabeza por la altitud. ¿Quieres probarlo?

—Intentaría... cualquier cosa—Él la habría dejado que le cortara un dedo


mientras lo tocara al hacerlo.

Las yemas de sus dedos bajaron en contra de la corona de sus cabezas…


vacilantes al principio, y luego se deslizaron por su pelo. Le dieron vueltas,

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


rascándolo suavemente con las uñas. Su toque dejó un camino de placer en contra
de su cuero cabelludo, que disparó un rayo caliente de placer directamente en su
ingle.

Él cerró los ojos, apretando los dientes contra dar un silbido.

Ella dijo en voz baja:

—Tiene un pelo muy bonito.

De repente, ella agarró su pelo y tiró. Duro.

Su boca se abrió.

—Ay.

No se lo esperaba. Pero para su sorpresa, cada tirón sólido, extendido aliviaba


el dolor.

— ¿Mejor?—preguntó ella.

—Sí.

138
El Club de las Excomulgadas
La mano de Mark tomó su muñeca. Mina calló. Poco a poco, él puso su mano
sobre el corte alto de sus pómulos, y más abajo... presionando los labios contra el
centro de la palma de su mano.

Sus rodillas se debilitaron. Todo en su interior se derritió. Ella movió la otra


mano en su hombro. Esa también fue reclamada, atrayéndola hacia abajo para
sentarla junto a él, con sus rodillas y piernas frente a las suyas en el banco. Sus
pechos apenas tocaron su pecho. Él llevó la parte de atrás de las yemas de sus dedos
a su mejilla, suavemente al principio. Todas las viejas advertencias hicieron eco en
su cabeza, pero en esta ocasión... esta vez, ella cerró una puerta sólida en contra de
ellas. Se dolía por su toque y oró porque no se detuviera. Él levantó su mentón y la
besó suavemente.

Un sonido peculiar salió de la oscuridad... un jadeo entrecortado.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Los labios de Mark se congelaron contra los de ella.

Otro sonido... esta vez un gemido masculino. Una maldición.

Mina sintió la curva de sus labios sonriendo. Se apartó, con los ojos brillantes
de oscura diversión. Las mejillas de Mina se pusieron calientes. Le hubiera gustado
haber fingido ignorancia, pero había pasado muchas noches en hoteles extranjeros
malos y tiendas de campaña. Conocía los sonidos de un hombre y de una mujer,
siendo íntimos. Los sonidos provenían del grupo de espesos árboles entre ellos y la
terraza. Ella y Mark habían sido atrapados con eficacia.

Ella se mordió el labio inferior, mortificada. Mark se rió entre dientes.

—Ah... es mejor que me quede aquí hasta que ellos…

—Terminen.

—Sí.

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El Club de las Excomulgadas
Se sentaron uno junto al otro, rígidos. Con las manos de Mark presionando
ligeramente los hombros de Mina. Los sonidos se hicieron más fervientes y
frecuentes.

—Oh…—susurró Mina, levantando una mano a su boca para ahogar su


nerviosa risa, pero sus pezones se endurecieron contra su camisa mientras se
imaginaba al Señor Alexander tocándola de una manera íntima. Apretó los muslos
contra una profusión repentina de calor húmedo.

Mark puso la punta de su cabeza más cerca, murmurando contra su mejilla.

—No creo que ella esté tirando de su pelo. O... tal vez lo hace.

El calor de su aliento en su piel sólo intensificó su malestar. Ella volvió la

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


cara a un lado por miedo a que le besara.

— ¿Quiénes cree que son?

Dedos firmes le tomaron la barbilla. Ojos azul oscuro se quedaron viendo su


boca.

— ¿A quién le importa?

Él inclinó la cabeza a la suya. Su boca, su aliento, sus labios jugaron con ella
hasta que... ella... en un delirio sin sentido de placer, se tambaleó, y apretó los
labios a los suyos.

Él se quejó en voz baja, desde el fondo de su garganta. Inclinó la cabeza hacia


atrás sobre la almohada dura de su brazo. Con su lengua en su boca, su mano se
deslizó por su cuello. Tibios dedos le acariciaron la base de su cuello desnudo,
desabrochando un botón. Dos. Él la exploró un poco más abajo.

Cuando su mano se deslizó entre su blusa y el corsé, ella se arqueó contra él.

El cielo se rompió fuerte. Un rayo estrecho dividió la oscuridad.

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El Club de las Excomulgadas
Otro crash siguió, y una rotura de luz brillante.

Voces alarmadas se levantaron de la dirección de la terraza. Aturdida, Mina


abrió los ojos hacia el cielo.

— ¿Es eso... un rayo?

Boom. Flash. Crack. La Tierra tembló. Las ventanas encima de ellos se


sacudieron.

Mark se levantó, tirando de ella hacia arriba. Hábilmente abrochándole su


blusa.

—No estamos a salvo bajo los árboles.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Su cara se había puesto pálida, y él apretó la mano a su sien.

Crash.

—Por aquí—Mina lo llevó por el camino, a la entrada de servicio que acababa


de utilizar poco tiempo antes. Entraron, con su unión oculta por la aglomeración de
sirvientes moviéndose por los pasillos traseros. Sin embargo, volteándose, él la
inmovilizó contra la pared, con sus manos contra sus hombros.

—Me tengo que ir—dijo.

— ¿En la tormenta? ¿Por qué no espera...?

—Volveré mañana—Él se veía torturado.

—Mark.

—Ten cuidado, Mina.

Otro boom sonó. El suelo se movió bajo los zapatos Mina. Bandejas de plata y
cristal se sacudieron.

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El Club de las Excomulgadas
Ten cuidado, Mina. ¿Qué había querido él decir con eso? Mark la dejó en
libertad, se alejó y desapareció por la puerta de servicio. Por una estrecha ventana,
lo vio pasar. Él cortó a través de la puerta del jardín, y entre dos carros en espera.
Su andar elegante se había vuelto anormalmente rígido e inflexible. Una lanza de
rayos atravesó el cielo. El lapso muscular de sus hombros se puso rígido. Él se
tambaleó.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 8
La huella de las botas de Mark contra los adoquines hizo eco en contra de los
escaparates y almacenes hasta bien entrada la noche. Su escudo se quebró en el
viento. Las calles estaban abandonadas, a raíz de la demostración extrema de la
atmósfera superior. La luz destelló, brillante y surrealista, iluminando la avenida.

Crash.

Él pasó junto a un gran montón de pavimento arrancado de la calle. Un tubo de


hierro fundido sobresalía del agujero resultante. Una larga columna de fuego
ondulaba y siseaba desde el extremo abierto, un cartel sorprendente para la noche.
En la acera adyacente una linterna vacilaba, evidencia de una reparación

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


interrumpida de gas.

La voz trató de convertir al depredador sin su consentimiento. Él había sido


obligado a dejar a Mina por temor a de pronto transformarse en un demonio
descomunal con ojos brillantes y piel etérea, y todos los atributos terribles que le
habían hecho un vicioso implacable, cazador. Después de haberse retirado de ella,
se había entregado a la bestia que llevaba dentro.

Mark sintió un patrón peculiar de movimiento en la oscuridad a cada lado de la


calle... uno que no distinguió por el deterioro moral de un alma Trascendida, pero
vacante de vacía.

Estelar, su conciencia gruñó. No estaba particularmente en estado de ánimo de


nuevos descubrimientos.

Estaba, sin embargo, en estado de ánimo para matar, y como esa alma en
particular no estaba ni Trascendida ni era ni brotoi, su vida era presa fácil del
Centinelas de las Sombras con su abrumadora necesidad de cazar. Con los hombros
hacia delante y la barbilla hacia abajo, pasó por el callejón que seguía. Inclinando la
cabeza, divisó una figura saltando en las sombras más oscuras. El eco mental que

143
El Club de las Excomulgadas
tenía llenó la imagen, revelando la figura enjuta de la persona que lo acechaba. Dos
seres más corrieron como ratas por los tejados de encima. El poder oscuro de su
hambre a raudales era como fuego por sus venas.

Que vengan. Él se mordió su labio inferior, con ansias de matar.

Ellos lo rodearon más cerca...

Mark se transformó en sombra y salió por el lado de la bodega. Ellos chocaron


como cucarachas con patas delgadas, altas contra la pared del callejón. Rozando
contra los ladrillos, igual que con el golpe vicioso de una cadena, que envió cada
espiral hacia abajo de su percha.

La huella de las botas al aterrizar entre ellos rebotó en las paredes. Los sucios

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


adoquines se llenaron de basura, los tres hombres yacieron gimiendo y resollando.
Curiosamente, los ojos en blanco de sus cuencas eran un torbellino constante de
agitación. Ellos se apresuraron a agacharse y bajar la cabeza en una desconcertante
actitud de sumisión.

—Levántense—dijo él entre dientes. —Mírenme a medida que mueren.

En voz baja se escuchó.

—Su señoría.

—Nuestro amo—se hizo eco el otro.

La consternación, oscura y viciosa, cortó a través de su pecho.

— ¿Qué dijeron?

El demonio más cercano se atrevió a levantar la cara hacia Mark. Una sonrisa
bestial tiró sus labios.

—No estamos está aquí para lanzarte un desafío. Hemos sido enviados para
servirte.

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El Club de las Excomulgadas
Mark plantó su bota contra el hombro del demonio y lo derribó. ¿Para servirle?

Las palabras, la idea misma, lo molestaron.

El sonido de ruedas sobre los adoquines se repitió en las paredes. Desde el otro
extremo del callejón con un enorme coche apareciendo, dirigido por un equipo de
cuatro personas. Volutas de vapor blanco salieron de las ruedas y de las superficies
de la cabina, e incluso de las espaldas de los caballos. El vehículo era como algo
que él había visto en las calles un siglo antes. Las grandes lámparas laterales se
hicieron añicos. Las llamas de color naranja lamían los fragmentos irregulares de
vidrio, altos y sin contención.

El chofer, un tipo de rama delgada con la afección peculiar de un ojo, hundió


los tacones en los pies de la cama y tiró de las riendas.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Los tres demonios se levantaron de un salto. Mark se puso tenso, preparado
para ponerle fin a sus vidas, pero sólo se deslizó a mitad de camino por las paredes
de ladrillo, haciendo un gesto para que él lo siguiera.

Quienesquiera que fuesen, sin duda sabían cómo dar una buena impresión.

El chofer cayó al pavimento. Llevaba librea, de estilo de paño negro.

El mismo vapor salía de sus hombros. Su traje parecía aplastado y moteado y


húmedo, como si hubiera sido arrancado de un cadáver pudriéndose. Una faja
ancha, negra le cruzaba desde el hombro hasta la cadera. Sobre ella, bordado en
costuras color rojo, tenía el monograma “DB”.

—Mi ama le ruega por el placer de su compañía—Él levantó su sombrero de


copa y lo bajó.

—Tu ama... —Repitió Mark. — ¿Quién es tu ama?

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El Club de las Excomulgadas
Los demonios saltaron más de cerca, como ranas, y bajaron sobre sus rodillas.
Un trueno sonó, y en un instante, se vieron como esqueletos, bañados por una luz
naranja. Cuando el rayo se desvaneció, también lo hizo el efecto.

Sus susurros sonaron a coro.

—Ella está esperando por usted.

—Esperando por usted.

—Espera a unirse a usted.

Mark gruñó:

—Cuan halagador.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


El chofer, que había permanecido en su reverencia cortesana todo ese tiempo,
ahora abrió sus brazos y el sombrero en dirección al carro.

—Entre, por favor. Lo llevaremos.

La puerta se abrió, estrellándose contra el lado de la cabina. La escalera se


desplegó, sólo para desalojarse rápidamente del vehículo. Ellos cayeron con un
estrépito metálico en los adoquines entonces. Un puñado de mariposas revoloteó
desde el interior oscuro y se balancearon por la noche.

Él entrecerró los ojos al chofer.

—Llámenme mojigato, pero me gustaría saber más acerca de una mujer antes
de comprometerme en una relación. Porque... ni siquiera sé su nombre.

Los ojos del chofer se abrieron, con sus pupilas girando más rápido.

—Ella es la Novia Oscura.

Los demonios hicieron eco de “La Novia Oscura”.

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El Club de las Excomulgadas
—La conoce.

—Lo hace.

En ese momento, Mark se dio cuenta de que la conocía. Un escalofrío de


anticipación oscuro pasó a través de su pecho.

Él dio unos pasos adelante para agarrar la manija y subió. El chofer lo siguió.
Con un gruñido él se arrojó por las escaleras al interior. Ellos se deslizaron por el
piso para golpear contra la pared al otro extremo. La puerta se cerró. El vehículo
rebotó mientras el chofer volvía a su privilegiada posición, y los tres demonios se
subieron a la parte de atrás.

El carro salió del callejón. Debajo de él, el asiento rebotaba crujiendo, con los

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


muelles oxidados.

El espeso olor de humo y decadencia llenó sus fosas nasales. Una polilla batió
contra su mejilla.

Mark se movió, con cada músculo en su interior rígido con tensión. El vehículo
viajó hacia el sur, pasando por el Palacio de Buckingham y por la Plaza Belgrave.
El barrio de Chelsea voló pasando en una nebulosa. La oscuridad se cerró sobre el
transporte de la ciudad convirtiendo a pueblos y aldeas, volviéndose campo. Con el
tiempo, Mark perdió todo el sentido del paso del tiempo. Finalmente, las ruedas se
sacudieron, poniéndolo alerta con el sonido característico de cruzar un puente.
Otros pocos kilómetros más, y el vehículo fue más lento.

Él saltó a la carretera, incluso antes de que el coche hubiera rodado


deteniéndose completamente.

Una puerta de ladrillo grande se levantó de la tierra. El cartel decía


EMPRESAS CHELSEA DE OBRAS HIDRÁULICAS. Su conciencia se extendió,
buscando en el silencioso edificio y en los árboles y en la oscuridad por cualquier

147
El Club de las Excomulgadas
rastro de la persona que lo había convocado. El aire sólo tenía el sonido del agua
corriendo y del silbido de las máquinas de vapor.

El lugar solo, obras hidráulicas, le daba pie a Mark a preocuparse. Las obras
preveían a decenas de miles de ciudadanos de Londres con agua. Pero también
experimentó un electrizante sentido de esperanza. Sus dedos se curvaron en sus
palmas. Esa noche iba a compartir una audiencia con el que había tratado de
arrebatar el control de su deteriorada mente por algún oscuro propósito.

La Novia Oscura.

Los tres demonios saltaron desde una posición en la parte trasera del carro y
corrieron como niños entusiasmados hacia la puerta. Mark no vio ninguna
evidencia de un equipo de noche o vigilante. Una pesada cadena y un candado

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


colgaban en el suelo, cortándose sin problemas. Lado a lado, empujaron el portal
de hierro hacia el interior. El metal se quejó discordantemente. Con los brazos
aleteando, con entusiasmo lo acompañaron al atravesar.

Dos enormes reservas se extendieron ante él, una al lado de la otra, separadas
por una división de cemento. Desde ambos lados sobresalían un par de arcos, que
él supuso servían para filtrar el flujo de entrada del Támesis.

De repente, la superficie de los embalses brillaron con la aparición de lo que


parecían por lo menos un centenar de lámparas de papel rojo. Que estaban
arremolinadas alrededor de la corriente, emitiendo su resplandor
contra el del agua dando la surrealista apariencia de sangre. Barridas casi
inmediatamente contra los filtros, algunos se volcaban y se extinguían en medio de
una caída de papel arrugado y empapado, mientras otras giraban a un lado a para
tener una muerte más tardía.

Sólo entonces él se dio cuenta de que una figura de las sombras estaba situada
en el extremo lejano de los embalses, en la estrecha división de hormigón entre
ellos. Él se dio cuenta de la silueta de una cabeza, y hombros, y la caída de un largo
manto. Los demonios lo instaron a seguir.

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El Club de las Excomulgadas
—Preséntese—lo instó.

—Dese prisa, ella espera—el otro silbó.

Mark los siguió por el estrecho sendero. A medida que se acercaba, se dio
cuenta de una falta de olor en el aire, como un cadáver dejado mucho tiempo en el
sol, evidencia de que la Novia Oscura era, sin lugar a dudas, un alma Trascendida.

—Viniste—susurró ella.

La voz no era una que él reconociera. Pero claro, habló en voz tan baja...

Apartándose de él, no pudo ver su rostro. La capucha de la capa cubría la


parte de atrás de su cabeza.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—He esperado tanto tiempo.

—Qué sentimiento tan conmovedor. Lo que es difícil de devolver cuando no


tengo idea de quién es usted.

Él escudriñó la altura de la Novia Oscura y su forma. Por desgracia, nada se


distinguía de ella o la identificaba como alguien que conociera.

—Sabes quién soy—respondió ella en broma.

—Cuéntame—Él se acercó.

Los demonios le bloquearon el paso, pero se agacharon, con sus cabezas


inclinadas. Ellos protegían a su ama, pero estaba claro que no querían incurrir en su
ira.

—He dicho muchas cosas... casi constantemente... pero usted es el elegido... —


Su voz se sumergió abajo, en un extremo vicioso. —Ignorándome.

Esa voz coincidía con la de una en su cabeza.

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El Club de las Excomulgadas
—Voltea y dame la cara—le ordenó él.

Sus hombros se ablandaron. Le gustaba recibir órdenes.

Ella se volvió, con su manto al viento en un círculo oscuro. Desde las


profundidades de la campana ella asomó una cara blanca, una máscara de
porcelana, de la especie que se podía ver en un baile veneciano. Los dos agujeros
para los ojos revelaban oscuridad solamente... sin visión de lo humano. Sin nada
blanco, sin pupilas, sin parpadeos de piel.

— ¿Te gustaron mis regalos?—Le preguntó en su tono coqueto de antes, con su


respiración sibilante en contra de la porcelana.

— ¿Me enviaste... regalos?

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Sí, querido—le reprochó ella, sonando como cualquier otra chica normal,
exasperada. —Te los entregué todos arriba y abajo del río para que no hubiera
manera de que pudieras perderlos.

—Mataste a una mujer y la cortaste.

—No, hombre tonto. Yo no la corté. Eso sería tan... desordenado. Tengo


aduladores para eso.

— ¿Aduladores?

Ella agitó sus manos en dirección de los agazapados demonios. Ellos sonrieron
y asintieron, como perros felices a los pies de su amo.

— ¿Por qué hiciste eso?

—Tú sabes por qué. Piensa, querido, piensa. Está todo ahí, en tu inmortal
guapa, cabeza.

—Dime.

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El Club de las Excomulgadas
—Lo hice por ti—cantó ella en voz baja. —Por nosotros.

Las palabras en su cabeza, hablaron con tal fervor vicioso, sensual...

La presentación dramática del carro y de los asistentes aduladores...

Los faroles en el agua.

La Novia Oscura había sentado las bases para una seducción. Los brazos y
piernas cortadas, y todos los demás, no habían caído en el río para burlarse de él o
atraerlo a la batalla.

La perra estaba tratando de atraerlo.

*****

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mina se despertó con un sobresalto. Algo la había despertado. Un sonido.

Ella se tensó y fue consciente, escuchando. Al no oír nada, miró a través de la


habitación su reloj. A pesar de que apenas podía ver las manecillas, parecían ser
casi las tres.

Ella había estado en cama durante una hora. Se había tomado ese tiempo para
que la casa se calmara tras la fiesta, que había continuado en el interior por la
duración de la tormenta.

Después de que Mark se había ido, cayéndose por la calle, ella se había retirado
a su habitación, pensativa y preocupada. Incluso ahora, se preguntaba: ¿Dónde
estaría él?

Ella había sospechando de él y de su interés en los pergaminos. Ahora


suspiraba por él. Ardía en deseos de confiar en él. Todo en ella gritaba que él podría
ser su lugar seguro.

El cansancio la arrastró de nuevo hacia el sueño, un alivio, porque sin él ahí, no


quería permanecer despierta en la oscuridad.

151
El Club de las Excomulgadas
El sonido se repitió, un rasguño o deslizamiento contra la puerta, como si
alguien caminara pasando y arrastrara sus dedos a lo largo de la madera.
Se quedó muy quieta, con su estómago poco a poco convirtiéndose en nudos.

Ella se incorporó, apartando las sábanas. Antes de haberse quedado dormida,


había habido varias rondas de voces y pasos en el pasillo. Todas las habitaciones
estaban ocupadas por invitados para la noche. Tal vez alguien se había enfermado y
necesitaba ayuda. Ella prefería mirar y resolver su mente a esperar e imaginar lo
que el sonido pudiera ser. Se levantó y se puso su túnica.

En la puerta, miró hacia afuera. A mitad del pasillo, una pequeña lámpara
sobre la mesa se había quedado encendida y daba un poco de luz. No vio a nadie.
Una neblina blanca peculiar se enroscó en dirección de las escaleras. Su corazón
dio un vuelco. ¿Humo? ¿Podría haber fuego abajo?

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Ella salió corriendo de la puerta. Más cerca de las escaleras, la cosa era más
gruesa... pero no olió humo. Parecía más... niebla.

No le importaba la niebla.

Había visto una niebla similar con su padre en la montaña que duraba una
noche. Por supuesto allí, a esa altura, las montañas se empujaban hacia arriba en
las nubes. ¿Pero por qué habría niebla en el interior de la casa? El pánico se apretó
en su pecho.

Poco a poco, bajó las escaleras, por el lado grueso de la misma. Una puerta se
cerró detrás de ella.

¿Su puerta?

Ella se dio la vuelta, pensando en volver... pero una densa pared de color
blanco se había cerrado detrás de ella.

152
El Club de las Excomulgadas
Su mente se aceleró. Eso no podría estar sucediendo. Nada de eso tenía sentido.
Ella se dio la vuelta en un círculo cuidadoso por las escaleras, rodeada tan
densamente que no podía ver más allá de su brazo extendido.

Es sólo un sueño, se dijo, un sueño surrealista, absurdo. En cualquier momento


despertaría.

Desorientada por la consumada blancura, tentó en su camino hasta las


escaleras. Pasó las manos sobre la pared y se abrió camino a su habitación. Todo el
tiempo esperaba manos esqueléticas, con garras que la alcanzaran y la agarraran.

Se tocó el pelo y se mordió el labio inferior. Algo había hecho que se cerrara su
puerta.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Con cuidado, le dio la vuelta de la manija. En el interior, sólo había oscuridad.
Astillas de luz de la luna fluían a través de las cortinas. No había niebla. Miró por
encima del hombro.

La niebla en el pasillo había desaparecido.

Virando dentro, cerró la puerta detrás de ella y giró la llave en la cerradura.


Encendió la lámpara. Temblando, envolvió sus brazos alrededor de ella y se volvió
en la habitación.

La cartera de su padre estaba en el centro de su cama. A su alrededor, en la


cama, en el suelo, sobre su escritorio... estaban los restos triturados de sus papeles y
cuadernos. Ella llevó su mano a su garganta, pero sólo encontró su piel desnuda.
Encontró la llave en medio de la destrucción de su cama.

*****

—Quítate la máscara, y déjame ver tu cara—ordenó Mark.

El agujero negro lo miró fijamente, sin pestañear y sin fondo.

153
El Club de las Excomulgadas
—Todavía no.

—Si no confías en mí, ¿por qué estoy aquí? ¿Qué te hace pensar que soy de
alguna utilidad?

—Eres el brotoi más poderoso de todos. El Mensajero.

—El Mensajero—cantaron los aduladores, flotando entre ellas, abajo en la


tierra.

El disgusto onduló a través de él. ¿El Mensajero? Él no era el Mensajero. Jack


el Destripador había sido el Mensajero, y cuando Archer lo había matado, ese
había sido el fin de las cosas... o aparentemente, no lo había sido.

Él sometió la rabia de su voz.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


— ¿Hubo otro mensajero antes de mí?

Bajo el manto, los hombros se encogieron.

—Nunca nos llevamos muy bien. Le envié varios regalos que nunca reconoció.
Incluso uno enterrado profundamente en el corazón de su enemigo, un sacrificio
para frustrar sus esfuerzos contra él. ¿Crees que los apreció? No, creo me gustas
mucho más tú.

En medio de la caza de Jack, el asesino del torso de Selene había depositado un


desmembrado cadáver sin cabeza femenino, metido en la tela de un vestido, debajo
de la base del Nuevo Scotland Yard.

—Tú le sirves... a Tantalus—Sólo decir el nombre le ponía un sabor amargo en


la boca.

Debajo de la capa los hombros se enderezaron.

—Tú y yo juntos le serviremos. Cada sacrificio prepara al río para su llegada.

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El Club de las Excomulgadas
La sangre de Mark se quedó helada. La llegada de Tantalus.

—Pero debe haber más sacrificios. Muchos más. Te necesito, mi amor.


Nuestros aduladores y yo no podemos hacerlo todo solos—Su voz se enfrió. —Sin
embargo, puedo sentir tu rechazo a unirte a mí. En realidad, amor, fuerzas mi
mano.

Mark odió preguntar.

— ¿De qué manera?

Desde las profundidades de su manto, se produjo un globo blanco, del tamaño


de un cráneo, lleno de líquido color marrón-amarillento.

Ella se giró y se dirigió lejos de él, a lo largo del separador central de hormigón.

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Los aduladores cayeron hacia atrás. Mark la siguió entre los siguientes dos
depósitos de agua.

—Novia Oscura—Realmente, ¿Cómo más se suponía que iba a llamarla?—


¿Qué es eso en tu mano?

— ¿Sabes cómo funcionan estos depósitos?

Él no le respondió, simplemente la siguió. Escuchando. Mirando. Ella se movía


con rapidez.

Volteándose ella caminó hacia atrás, perfectamente equilibrada en el angosto


camino.

—El agua del Támesis entra a los depósitos y corre a través de una serie de
filtros—Levantó una mano y habló en un tono agradable, de conversación como de
guía de museo. —En el primer depósito, hay grava. El agua se hunde a través de la
grava, y se lleva por tuberías perforadas a esta segunda piscina que se filtra por
grava menor y por más tuberías.

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El Club de las Excomulgadas
Entraron en el tercer y último depósito ondulando.

—Y, por último, en la tercera piscina, hay un filtro de arena.

—Fascinante—Mark miró el globo.

—Una vez que el lodo del río se filtra a través de estos tres procesos, el agua
potable y limpia es llevada a través de acueductos a la ciudad, y a todos los
encantadores ciudadanos de Londres.

Mark no sabía lo que estaba en su maldito globo, pero se sentía seguro de que
no tenía necesidad de ir al agua. Él había sido despojado de la posibilidad de
Recuperar su alma, pero se puso tenso, preparado para...

—Pero no creo que los filtros funcionen con esto—Ella lanzó el balón al aire

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sobre el embalse.

Mark dio un salto.

Otro brazo se desplegó, empuñando una pistola de cañón largo.

Crack. Líquido llovió. Chocando, él se fundió en las sombras. Se extendió


a través de las frías profundidades, verdes, tratando de tomar el letal veneno,
mientras se iba hacia abajo...

Pero no había veneno. Sólo había... cerveza de jengibre.

Él salió a la superficie. Con la rabia dentro de él, y murmurando con los dientes
una maldición gritó. Nadó hacia un lado. La Novia Oscura lo miraba a unos pasos.

—Oh, cariño, me dejaste sin aliento. La forma en que saltaste para salvar a los
ciudadanos de Londres. ¿De verdad crees que mataría a toda esa gente? Yo no
haría eso. Después de todo, si están muertos, ¿Quiénes se convertirán en mis
aduladores? Tengo grandes planes para esta ciudad. Y para ti. Pero obviamente, no
estás listo todavía.

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El Club de las Excomulgadas
Mark salió, empapado, a la cornisa de hormigón. Se frotó el agua de los ojos.

Cuando los abrió de nuevo...

Ella y los aduladores se habían ido.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 9
Mark se quedó mirando la fachada de la casa Trafford. Unos pocos coches
viajaban por toda la calle, así como los corredores tempraneros se dirigían a la fila,
pero Mayfair, a esa hora, todavía parecía estar frotándose el sueño de los ojos. Miró
su reloj de bolsillo de nuevo.

Las ocho y media. Era temprano. Demasiado temprano para una decisión
correcta, pero no podía esperar más. Podía pensar en una sola forma de acelerar
una relación más estrecha entre él y la señorita Limpett, y llegar más cerca a la
posesión de los manuscritos. Se decía eso ahora, después de todo lo que había oído
anoche, no seduciría a Mina Limpett para salvar su propia piel. La seduciría para
salvar a Londres. E Inglaterra. Era muy posible que, incluso al mundo.

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Un poderoso brotoi había preparado el maldito río Támesis, con sacrificios
humanos, en preparación para la llegada del señor oscuro desde el submundo,
Tantalus. Nunca habían sido de causas más valientes, de una razón más noble, para
seducir a una virgen, exuberante, inglesa. Sí, al mundo.

Y sólo soy el hombre que hará el trabajo. Sus manos sudaban y su corazón saltaba a
cada golpe, una indicación de que sus emociones estaban enredadas en decisión
más que en lo que preferiría. Tocó el timbre.

Con la tarjeta de Mark en la mano, el lacayo desapareció en los rincones de la


casa. Un momento después era llevado al estudio de su señoría.

Su señoría se levantó, con una bata de seda encima de su pantalón.

—Estás afuera y cerca más temprano esta mañana.

Mark se levantó, y los dos hombres se estrecharon la mano.

— ¿La pasaste bien anoche?—Le preguntó Trafford.

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El Club de las Excomulgadas
En lugar de sentarse detrás del escritorio, su señoría se sentó en el sillón
junto a Mark.

—Lo hice, sí—respondió Mark con cortesía.

— ¿Pudiste creer esa tormenta eléctrica? Tenemos suerte de que no hubiera


muertos. Todos esos truenos y ni una gota de lluvia.

—Creo que la tormenta sólo sirvió para hacer la noche más memorable—La
noche había sido sin duda memorable para él. —Espero que Lucinda esté
complacida.

—Sí—respondió su señoría, con los labios apretados en una sonrisa. —Ella...


debería estarlo.

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Mark comenzó:

—Bueno... yo... eh... —Tragó. No era propio de él tartamudear.

— ¿Sí?—Su señoría arqueó las cejas hacia arriba.

—Hay una razón por la que he llegado esta mañana a hablar con usted. Tan
pronto, tan terriblemente temprano, que debo pedir disculpas—Mark sacó un
pañuelo del bolsillo y se secó la frente.

Dios mío, él nunca sudaba.

—No son necesarias las disculpas. Soy un madrugador y le doy bienvenida a la


compañía—Trafford asintió y cruzó las piernas. La zapatilla de cuero colgó de los
dedos de su pie. —Háblame de tu razón.

Atrapado. Apenas podía respirar.

—Tengo una cuestión importante qué discutir con usted. Una... propuesta

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El Club de las Excomulgadas
—Una propuesta. Qué interesante elección de palabras—Trafford se inclinó
para tomar dos cigarros de la caja de madera de su escritorio.

Tomando un pequeño par de relucientes tijeras de plata, con las que hábilmente
cortó los extremos. Chas chas. Uno, dos.

—Me he encontrado a mí mismo golpeado por una joven de su casa.

— ¿Ah, sí?—El placer calentó las facciones de Trafford. De hecho, parecía


francamente vertiginoso.

—Astrid estará fuera de sí. Los dos, ayer por la noche en la pista de baile.
Perfección. Todo el mundo lo comentó.

Mark sonrió ante la incomodidad de la situación.

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—Lo siento, aunque Astrid es una encantadora, encantadora chica....

—Evangeline—Los ojos Trafford se abrieron. —Incluso mejor. Es una notable


conversadora. Una chica inteligente y firme.

—En realidad, su señoría, me gustaría su permiso para pedir la mano de la


señorita Limpett en matrimonio.

Los cigarros cayeron de la mano de su señoría.

*****

Mina no había dormido durante el resto de la noche. Estaba sentada en su


escritorio, completamente vestida, mirando la bolsa. No había podido decidirse a
tirar los cientos de trozos de hojas de papel. En su lugar, los había reunido todos y
acomodado. Primero había sido la rosa, descubierta dentro de la bolsa cerrada, y
ahora esto. Fragmentadas visiones se arremolinaban alrededor de su cabeza. Los
ojos brillantes de la cripta. El actor enmascarado en la calle, manejando el mismo
color de rosa. ¿Estaría toda esto diseñado para volverla loca? Alguien trataba muy

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El Club de las Excomulgadas
hábilmente de asustarla. Y mucho. Pero, ¿quién? ¿Un empleado o
alguien de fuera de la casa? ¿O podría ser un miembro de su propia familia?

No podía pensar con claridad. El recuerdo de la otra niebla hacía que se


cuestionara todo. El que había organizado estos eventos serían sólo gente...
¿Verdad?

Miró su bandeja del desayuno sin tocar. Como se había convertido en su hábito
de mañana, recogió unos pocos trozos en la servilleta y dejó su habitación.
Necesitaba aire. Necesitaba la luz del sol. Tenía que pensar con claridad y decidir
qué hacer.

En el jardín, un vasallo estaba en la cima de una escalera, quitando las linternas


de los árboles. Aquí y allí había trozos de flores aplastadas, y perlas extrañas y poco

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estilizadas. Las mesas y sillas se mantenían, la tormenta eléctrica había hecho las
condiciones demasiado peligrosas para guardarlas anoche. Ella se movió al otro
extremo del jardín, y dio los pocos pasos hasta donde los arbustos se alineaban en
la pared. Puso la servilleta, y se retiró para mirar los escalones.

Los gatos no aparecieron. Tal vez estaban un poco nerviosos después de la


fiesta y de la tormenta.

Esperaría un poco más.

Cansada, apoyó la cara entre las manos. Tal vez debería hablar con Trafford y
contarle todo. Simplemente no lo sabía, y no había nadie para ayudarla a decidir.
Tal vez...

¿Quizá Mark? Lo deseaba

—Se han ido, ya sabes.

Mina levantó la vista y descubrió a Evangeline sobre los escalones a sus


espaldas, vestida con una bata rosa y rayas blancas.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Quiénes se han ido?—Ella se levantó.

—Los gatos. Lucinda hizo que los jardineros pusieran trampas. No los quería a
todos escabulléndose en su fiesta.

— ¿Trampas?

Evangeline murmuró.

—Siento si te gustaron. Los jardineros... bien, se aseguraron de que los gatos no


volvieran. Los mataron.

El dolor atravesó a Mina, una puñalada contundente de dolor. Su estómago dio


un vuelco. Sus pequeños tres gatos, muertos. ¿Por una fiesta en el jardín? La
miseria, agravada con sus miedos anteriores, se combinó para robarle el aliento. El

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cielo, las flores, la gran casona... todo se volvió gris.

Tal vez debería irse. Irse a algún lugar lejos, incluso a Estados Unidos. En
algún lugar donde no la conocieran. Podría tomar un trabajo como institutriz o
niñera. No tenía mucho dinero, sólo lo de la venta de la pequeña casa de su padre
en Manchester.

Sin embargo, Mark...

—Me enviaron a encontrarte—dijo Evangeline. —Mi padre quiere hablar


contigo.

Mina asintió. Sus brazos colgaron a su lado mientras juntas regresaban a la


casa.

Afuera del estudio, Evangeline agregó:

—Creo que hay alguien más allí con él, pero no sé quién.

Mina llamó. Al llamar a su tío, ella misma se dejó entrar.

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El Club de las Excomulgadas
Mark se levantó de una silla, sosteniendo su sombrero y sus guantes, con
expresión solemne. Verlo al paralizó. No porque no quisiera verlo, sino porque
todo lo que quiso hacer fue correr hacia él y arrojarse en sus brazos y llorar en su
camisa por sus tres pequeños gatos tontos y un montón de notas hechas trizas.

—Buenos días, Señor Trafford—dijo. —Lord Alexander.

—Ven, Willomina. Por favor, siéntate—la invitó su tío. Él se movió para estar
al lado de la chimenea.

Mina hizo lo que le pidió. Con piernas temblorosas se sentó en la silla al lado
de Mark. Él también se sentó. Un miedo repentino golpeó través de ella de que
estuvieran ahí para hacerle frente sobre su padre. Su rostro... su cuero cabelludo se
entumeció. Era la peor cosa que podía imaginar, que el señor Alexander, el hombre

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que la había besado con tanta dulzura, con tanta pasión, pensara en ella como una
mentirosa, como una impostora.

La expresión de Trafford no revelaba nada.

—Su señoría ha llegado con un pedido especial esta mañana.

— ¿Ah, sí?—Respondió ella con voz débil. — ¿Cuál?

Mark la miró fijamente. Su tío parecía estar llegando a un acuerdo. En el borde


de su silla, ella esperaba expectante, con sus manos apretadas en puños.

—Lord Alexander—sus labios se abrieron en una sonrisa lenta, y sus ojos


brillaron—ha solicitado y recibido mi permiso para pedir tu mano en matrimonio.

— ¿Él... lo ha hecho?—Fueron todas las palabras que pudo decir. Su boca, su


cerebro no deseaban funcionar.

Miró a Mark. La intensidad de sus rasgos afilados. Él le ofreció una esperanza


torcida de sonrisa.

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El Club de las Excomulgadas
—Sí, lo he hecho—confirmó.

Esto no era en absoluto lo que ella esperaba. Sus pulmones se colapsaron. No


podía tomar aliento.

—Yo... yo no lo sé—Su lengua y labios se sentían hinchados, sintiendo la


conmoción. —En realidad no nos conocemos el uno al otro.

Mark asintió. De cara al Trafford, dijo:

—Tal vez podría hablar a solas con la señorita Limpett.

—Por supuesto—Trafford se dirigió hacia la puerta. —Regresaré dentro de


poco.

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Cerró la puerta detrás de él con firmeza.

—Sé que mi propuesta es repentina. Sé que es totalmente inesperada—Mark le


agarró la mano. —Pero tengo que irme de aquí. Fuera de Inglaterra, y quiero que
vengas conmigo.

Mina le sonrió, y sus ojos se inundaron.

—No quieres casarte conmigo.

—Sí, quiero—Una expresión de desconcierto alcanzó su rostro. —Puedo decir


honestamente que no hay nada que quiera más.

— ¿Por qué?—Exigió en voz baja, parpadeando hacia él a través de sus


lágrimas.

— ¿Por qué?

—Por qué todo. ¿Por qué quieres casarte conmigo? ¿Por qué tienes que irte de
Inglaterra? ¿Por qué ahora?

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El Club de las Excomulgadas
—Porque te deseo. Te necesito. Es así de simple. Y tenemos mucho en común,
Mina. Compartimos el amor por los lugares más auténticos del mundo, y el
descubrimiento de cosas antiguas. Sé que esta ciudad no te hace feliz, igual que a
mí no me hace feliz. Hay demasiadas reglas, e intrigas. Es un lugar sin alma, y
deseo irme y volver a lo que siempre ha sido real para mí. Ven conmigo.

—Ni siquiera me conoces—Ella sacudió la cabeza. —Soy un lío confundido.

—No, no lo eres—le aseguró en voz baja y persuasiva. —E incluso si lo eres,


entonces debe gustarme mucho. Tal vez soy un lío confundido también.

—Hay muchas cosas... —Ella se quedó con sus manos entrelazadas. —Cosas
que debería decirte, cosas de mí que no puedo.

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— ¿Crees que no tengo secretos? ¿Sorprendentes, terribles secretos?—Él sonrió
con tristeza. —Estoy seguro que los míos sacarían a los tuyos del agua—Negó. —
Los compartiremos, cuando el tiempo se sienta correcto.

— ¿Y tú? No sé nada de ti, ni siquiera las cosas más simples. ¿Tienes familia?

—Mi madre y mi padre murieron cuando era un niño—respondió. —En


cuestión de horas uno y otro. Todo fue muy trágico y dramático.

Ahora ella entendía la oscuridad subyacente que había sentido bajo su calidez
contraria y pícara a su disposición.

—Eso es muy triste. ¿No hay nadie más? ¿No tienes hermanos?

—Tengo una hermana gemela. Estamos separados—Hizo una pausa,


apretándole la mano. —Así que ya ves, ambos estamos muy solos en esta vida.
Vamos a estar juntos, y a aprender el resto por el camino—Él dejó la silla, cayendo
de rodillas y sus piernas rozaron sus faldas. Tomó sus dos manos. Sus manos eran
cálidas, y grandes y fuertes. Su lugar seguro. —Sólo di que sí.

— ¿A dónde iremos?

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El Club de las Excomulgadas
—A Europa. A la India. Al Tíbet. A dondequiera que desees.

Tal vez podría tener la aventura y su lugar seguro. Sí, su corazón susurró, tal
vez... tal vez al Tíbet.

Mina miró sus ojos. Sus manos se acercaron a su barbilla, una a cada lado.
Doblándose, apretó los labios en sus mejillas... con sus párpados cerrados calientes,
ardientes con besos, desterrando sus lágrimas.

—Di que sí—susurró él. —Mina, por favor.

La besó en la boca. Todo su miedo y tristeza se desvanecieron.

—Sí—respondió ella. —Sí

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Gracias—murmuró entre besos calientes y suaves. —Gracias, Mina.

Él no declaró su amor por ella, y ella no lo necesitaba. Todavía no. Por ahora,
eso era suficiente.

— ¿Cuándo?—Murmuró él contra su mejilla. — ¿La semana que viene?

Mina le tomó los brazos, borracha por su cercanía.

—Tan pronto como sea posible.

Un golpe en la puerta.

Mark rápidamente se puso de pie, con su mano apoyada en su hombro.


Después de un parpadeo rápido de ojos, ella también se dio la vuelta. Trafford se
asomó, con sonrisa vacilante.

— ¿Tenemos un compromiso?—Preguntó en voz baja.

Con un apretón en su hombro, Mark respondió:

—Sí.

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El Club de las Excomulgadas
Trafford sonrió, su mirada cayó a Mina, como si buscara su confirmación. Ella
asintió y sonrió. Su tío abrió la puerta más, dejando al descubierto tres caras más.
Todas cenizas. Todas sin sonreír.

Lucinda se empujó más allá de él, a la habitación.

—Trafford, no puedo creer que estés apoyando esto—se burló ella, con voz
gruesa. —Apenas se conocen entre sí.

Mina parpadeó, con su alegría por el momento evaporándose rápidamente.

El conde levantó sus manos.

— ¿Qué tiene que ver conocerse entre sí con nada?

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Señorita Limpett, estoy muy decepcionada de ti—replicó la condesa. —Sólo
acaba de enterrar a su padre. Ha estado de luto escasos tres meses. ¿Qué se supone
que dirá la gente?

Mark levantó a Mina de la silla. El firme apoyo de su mano llegó a su espalda.

—No dirá nada. Tendremos una ceremonia tranquila y privada con una
licencia especial.

—Esos son los peores—Su mirada se desvió entre ellos. Rizos pálidos se
balancearon sobre ambos lados de sus mejillas. —Tendrán a todo el mundo
hablando del escándalo.

—No me importa el escándalo—dijo Mark, buscando a Mina. — ¿Te importa


el escándalo?

—No—susurró ella. Se aclaró la garganta y repitió con mayor firmeza:—No.

Los ojos de Lucinda se abrieron como platos, incrédula. Sus pechos subían y
bajaban debajo del equipado corpiño de su vestido azul de la mañana.

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El Club de las Excomulgadas
—Están pensando sólo en sí mismos. El escándalo no sólo los afectará a
ustedes, sino a todos nosotros.

Trafford intercedió.

—Lucinda, estás exagerando las cosas.

Mark añadió:

—Cualquier conversación morirá rápidamente. Y, además, nos iremos


directamente en nuestra luna de miel, con los tailandeses.

—Pues bien, creo que está arreglado, ¿no?—Lucinda miró a su alrededor a


todos. A Mark y a Mina. Y a Trafford. A las chicas con cara pálida. En una voz
más suave, entrecortada dijo:—Tengo que ir acostarme. Tengo dolor de cabeza

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


ahora.

Corrió por la puerta abierta, pasando a Astrid y a Evangeline, que flotaban en


la esquina. No hablaron, pero sus miradas barrieron condescendientemente a Mina.
Al mismo tiempo, también salieron de la habitación.

Trafford se balanceó sobre sus tacones, con los brazos cruzadas en la espalda.
Para Mark, dijo con complicidad.

— ¿Qué tan rápido se puede conseguir la licencia?

—Hoy es viernes. Creo que lo conseguiré para el martes.

Su tío hizo una mueca.

—Ella estará bien hasta entonces.

Mark odiaba abandonar a Mina a una casa en tumulto, pero como no se


casarían hasta el martes, tenía mucho que hacer... además de conseguir la licencia
especial. Oró porque Lucinda, en su ausencia, no hiciera nada drástico para obligar
a Mina a cambiar de opinión. Ayer por la noche, cuando la condesa se había

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El Club de las Excomulgadas
disculpado por su comportamiento en Hurlingham, él realmente había creído que
lo sentía. ¿Habría sido siempre tan maníaca con sus estados de ánimo y
comportamientos?

Un reloj marcaba que el tiempo se acababa rápidamente en su cabeza. Oró por


no sufrir otro hechizo antes de la boda, porque sentía que con cada asalto a su
mente, se volvía menos capaz de defenderse de la influencia malévola de la Novia
Oscura. Su voz había estado notablemente en silencio desde anoche en el
abastecimiento de agua, pero él temía que cuando regresara, lo hiciera como una
venganza.

Su plan era doble: en primer lugar, tenía la certeza de que una vez que
estuvieran en marcha, podría ganarse la confianza de Mina y persuadirla para que
le confesara todo, sobre todo los detalles del lugar donde se ocultaba su padre. En

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


segundo lugar, sospechaba que la distancia silenciaría la voz de la Novia Oscura...
por lo menos el tiempo suficiente para que él tuviera el control de los pergaminos,
los tradujera y localizara el conducto. Restaurando sus poderes Amaranthine
completamente, volvería a Londres, le pediría al Consejo Primordial su
restablecimiento y le pondría fin a la Novia Oscura.

Pero, por supuesto, el viaje no sería todo sobre su cordura. Tenía previsto hacer
el amor con su nueva hermosa mujer por lo menos mil veces a lo largo del camino.
Cerró los ojos, recordando el grosor de la atracción entre ellos que había sentido
anoche, y aún más, esta mañana. Había vivido y amado durante siglos. Algunos
amores se destacaban entre el resto.

Un carruaje pasó junto a la acera donde caminaba. Sus ojos se estrecharon con
sospecha, y miró a un lado. Afortunadamente, no había ningún chofer con ojos
arremolinándose llevando las riendas. En su lugar, Leeson se asomó desde la
cabina abierta de un coche.

—Su Señoría—Detuvo el vehículo. —Entre.

Mark se acercó al vehículo y se subió.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Cómo estuvo su propuesta? ¿Tuvo éxito con su prometida?

El chofer los dirigió a una curva.

—Lo tuve en verdad. Tienes noticias, ¿verdad?

—Las tengo—Leeson tomó un cuaderno y leyó en voz alta algunas notas


garabateadas. —Los descubrimientos de hoy a lo largo del río incluyen un pie
unido a parte de una pierna. Este descubrimiento se produjo en—asomó la nariz a
través de un monóculo redondo—El puente Wandsworth. Y luego tenemos la
pierna izquierda recuperada en Limehouse.

— ¿Todo el camino hasta los muelles West India?

—Es correcto. Ambos estaban envueltos cuidadosamente en secciones de ropa,

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


y atadas con una cadena.

Mark asintió.

— ¿Has podido localizar a Selene?

—No, señor. Dondequiera que esté residiendo, no quiere ser encontrada.

Mark asintió.

— ¿Qué más tienes para mí?

—Hay una revisión post-mortem de las partes del cuerpo recuperadas hasta el
momento programado para esta tarde en la morgue de Battersea con el cirujano de
la policía el Dr. Félix Kempster. El Dr. Kempster trabajó en el asesinato de
desmembramiento en Rainham de 1887. Muy completo. Muy inteligente. Será un
placer trabajar con él otra vez... ah, incluso si no se da cuenta de estamos
trabajando juntos.

Mark sacó su reloj de bolsillo y evaluó el tiempo. Con todo lo demás que
tenía que hacer, tendría tiempo para asistir a la autopsia. Ciertamente, encontraría

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El Club de las Excomulgadas
a Selene ahí. Tenía que decirle todo lo que había averiguado acerca de la Novia
Oscura. A pesar de todo, no podía olvidar que él ya no era un Centinelas de las
Sombras. El misterio de los desmembramientos del Támesis, desde el principio,
había sido su destino oficial, encargado a ella por el Consejo Primordial.
Cualquiera de las acciones que él emprendiera en contra de La novia a su regreso a
Londres tendría que hacerse en cooperación con su hermana.

Miró por la ventana, evaluando su ubicación.

—Gracias, Leeson. Si hemos finalizado, déjame salir en la siguiente esquina.

—En realidad, no hemos terminado todavía—El hombre puso su cuaderno de


notas a un lado y se frotó las manos juntas. —Tengo una sorpresa para usted.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Tengo una tarde ocupada.

—Debe hacer tiempo para esto. Ya he arreglado que el chofer nos lleve allí.

—Sabes que no me gustan las sorpresas, así que dímelo.

—He encontrado una casa para usted. Un lugar que creo que será un refugio,
y... tal vez lo pueda proteger en cierta medida de esos hechizos. De esa voz en su
cabeza. Sé que la Transición no se puede detener, pero tal vez este refugio pueda
disminuir los efectos cuando se encuentre en su estado más vulnerable.

La descripción de Leeson despertó su interés. Sin embargo, si su viaje salía


como estaba planeado, no necesitaría ningún santuario.

—Eso es muy interesante, pero me estaré yendo de Londres el martes y no


necesito una casa.

—Sólo échele un vistazo—le sugirió Leeson, ajustando la correa de su parche


en el ojo. —Eso es todo lo que le pido. Sería bueno tener un lugar preparado para
su regreso con la Señora Alexander.

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El Club de las Excomulgadas
Mark supuso que estaba en lo cierto. Nunca había tenido un verdadero hogar,
una verdadera base de operaciones.

Había preferido el alojamiento transitorio de los tailandeses o los elegantes


hoteles. La idea de crear una casa con Mina tenía su secreto, satisfaciendo su
ambición.

Sin embargo, Archer, El Señor Black, tenía el monopolio de la mejor dirección


en la ciudad, una enorme mansión que había construido casi un siglo antes con
portal sólo para que el Reino Interior existiera en Londres. ¿Cómo podría cualquier
otro bien acercársele?

El carro dio vuelta en una carretera lateral, transportándolos a un pequeño


barrio al sur de Mayfair, no lejos del río. Desde las ventanas, Mark vio que viajaban

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a lo largo de una maleza densamente cubierta, una vez una gran calle. Las casas, en
su mayor parte, habían sucumbido al mal estado.

El coche se detuvo frente a una mansión grande. Leeson lo llevó a un corto


paseo hacia una inmensa puerta negra. Muchas de las ventanas habían
desaparecido. Las malas hierbas y la hierba sobresalían de la tierra, hasta la rodilla.

Leeson hurgó en su bolsillo y sacó una gran llave, con forma caprichosa.

—Lo único que pido es que se vea todo antes de tomar su decisión.

Mark dudó en cruzar el umbral.

—Cuando dijiste que habías encontrado un lugar donde podría estar seguro, un
lugar de protección, esto no fue exactamente lo que me imaginé. No soy un
vampiro, Leeson. No es mi estilo estar al acecho alrededor de corrientes de aire en
viejas mansiones.

—Venga—insistió el hombrecillo lacónicamente.

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El Club de las Excomulgadas
Mark lo siguió a regañadientes mientras Leeson le llevaba de una habitación a
otra. Había dos salones, una biblioteca, un estudio y un salón de baile, todos
magníficamente realzados con colores y con el papel caído y con los techos flojos.
Era evidente que algún tipo de animal grande había pasado por lo menos unos
pocos días viviendo en la cocina. Y recientemente.

—La odio—anunció él, tapándose la nariz con un pañuelo.

Nunca podría esperar que Mina viviera allí. No sólo la casa estaba en muy mal
estado, sino toda la propiedad de los alrededores lo estaba también. Por no decir
qué vagabundos criminales serían sus vecinos.

—Le enseñaré el primer piso—Leeson fue a las escaleras. Su pie se estrelló.

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Él puso a prueba el siguiente.

—Espere a ver la habitación principal. Una vez que quitemos a las golondrinas.

Mark se quitó el abrigo. Estaba empezando a sudar.

—Me voy. Con o sin ti.

—Bien—Leeson rodó sus ojos. —Sólo saltaré al fondo de la cuestión. Vamos.

Su estado de ánimo era cada vez más sucio, siguió al anciano inmortal a la
parte trasera de la casa. Leeson se tropezó afuera, dejando un camino a través de la
maleza aplastada. Parches de sobre-crecimiento puntuaban el jardín, junto con
varios barriles desechados e incluso un sofá y una silla.

—Vamos. Camine—Leeson llegó a un muro bajo de piedra, con una mirada


alrededor de una gran piscina, y saltó a la cornisa. Llena de agua limpia,
resplandeciente, la piscina al parecer, provenía de un manantial saludable.

Mark se frotó la corona de la nariz.

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El Club de las Excomulgadas
—Tienes razón. Esa es una característica muy bonita, pero no es suficiente para
compensar el resto de la casa.

Leeson miró a través de su único ojo por encima del hombro.

—Le dije que viniera.

Mark obedeció, a pesar de que estaba muy cansado de seguirle la corriente al


hombre, un hombre que afirmaba estar a su servicio.

Leeson sacó una moneda de su bolsillo.

—Aquí tiene. Pida un deseo.

—No soy un niño—respondió Mark.

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—Está arruinando el momento—le espetó Leeson. — ¿Podría por favor, sólo
hacer lo que le estoy pidiendo?

La paciencia de Mark se acortó y su temperamento se calentó.

—Así sea.

Tomó la moneda. Con un movimiento de su dedo pulgar, el pequeño disco fue


al aire, girando a través de él. Su metal brilló bajo el sol. Plunk.

— ¿Pidió un deseo?

Déjame vivir. El bello rostro de Mina cruzó por su mente.

—Ahora mire—lo instruyó a Leeson en silencio. —Mire.

La moneda descendió a las profundidades verde oscuro, con su cara pulida


intermitente con cada vuelta... cada vez más débil y tenue, mientras se hundía en la
carpa curiosa de dardos.

Mark vio algo.

174
El Club de las Excomulgadas
Inclinó la cabeza y entrecerró los ojos.

—Oh—Su respiración se atoró. —Ya veo.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 10
Después de salir de la corte eclesiástica, donde hizo los trámites necesarios para
la licencia especial, Mark le dio instrucciones al chofer del coche para cruzar el
Támesis y llevarlo a la morgue de Battersea.

Él había dejado a Leeson en la casa, a la espera de reunirse con el actual


propietario. De hecho, le había dado autoridad a Leeson para negociar la compra
de todas las casas de la calle. Valía la pena, al menos en el mercado mortal jamás
podría acercarse al valor de la piscina adivina.

Una vez que Mark derrotara a su estado de Transición y hubiera recuperado su


estatus entre los Centinelas de las Sombras, volvería a Londres con Mina y

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supervisaría su renovación tomando las pausas necesarias para las tareas de
Reclamación, por supuesto. Se prometió que en dos años la dirección sería la más
exclusiva del distrito, una que le daría un ordenado beneficio.

¿Qué hacían estos pensamientos en su cabeza? ¿Pensamientos optimistas de un


futuro con Mina?

La ciudad pasó por su ventana, y él sonrió para sus adentros. No sabía cuánto
tiempo tal futuro podría durar, pero se comprometió a hacerlo bien.

Después de un viaje de media hora, llegó a la morgue. Le pagó al chofer y pasó


bajo el arco central. Ahí, a la sombra en la tenue luz, se transformó en sombra.

A partir de ahí siguió el olor de la muerte hasta que llegó a la sala mortuoria.

El Dr. Kempster estaba con dos caballeros de traje oscuro. Mark los rozó,
consiguiendo sus nombres: Eran los Detectives inspectores Regan y Tunbridge.
Moviéndose más en el interior, se topó directamente con la sombra de Selene.
Sintiendo el filo de su furia, tomó una posición en el lado opuesto de la habitación.

176
El Club de las Excomulgadas
—Gracias por venir, señores—dijo Kempster, con un aspecto de distinguido
caballero con bigote. —Supongo que deberíamos continuar con nuestro terrible
negocio.

Se movió al centro de la sala, donde una serie de tubos de metal pequeños y


profundos ocupaban una mesa larga.

—Prepárense—advirtió. —Hemos mantenido las partes recuperadas en formol


para frenar su decadencia.

La habitación no tenía ese delicioso olor en primer lugar, pero ambos detectives
sacaron pañuelos de su bolsillo con los que se cubrieron la nariz y boca. Cuando
todos se habían preparado, el cirujano de la policía levantó la tapa del primer
recipiente. El fuerte hedor del formol, subrayado por la descomposición, pasó a

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


través de la habitación.

El Detective Tunbridge tosió.

El Dr. Kempster no pareció afectado en absoluto. Mark sabía que no era la


primera vez que veía una obra tan viciosa.

—Acérquense para que puedan ver.

Los detectives se acercaron y miraron el turbio líquido. Mark ya estaba allí.

Su hermana lo quitó de esa posición. Teniendo en cuenta que el asesino del


torso sabía que se llamaba La Novia Oscura, y que era la asignación de Selene,
cedió su espacio y de nuevo se movió al otro lado de la mesa.

— ¿Qué es eso?—Preguntó uno de los detectives.

El médico señaló con el dedo.

177
El Club de las Excomulgadas
—El muslo descubierto en Battersea. Esta es la parte superior y esta la inferior.
¿Ve aquí? Hay cuatro golpes que parecen hechos con dedos apretados en la piel.
Creo que esto ocurrió mientras la víctima aún estaba viva.

El médico guió a los detectives a través del resto de las partes del cuerpo
recuperado, abriendo y cerrando cada tapa mientras que se movían a lo largo. Un
tronco... una sección de pierna derecha con el pie unido... y, finalmente, la pierna
izquierda.

— ¿No hay cabeza?

—No.

— ¿Igual que el torso, que fue descubierto en New Scotland Yard el año

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


pasado, en el Terraplén del Támesis en 1887?

—Es correcto.

—Pueden ver aquí... los moretones. Ella llevaba un anillo en el dedo.

—Debe de haberle sido quitado poco antes, o incluso después de que la


asesinaran.

—Sus manos. Sus uñas fueron mordidas rápidamente, pero no hay callos. No
las usó en su trabajo. Está claro que no era una trabajadora manual.

A pesar de que Mark ya conocía la identidad del asesino, al menos en la


medida en que era la Novia Oscura, sentía que le debía a la mujer, su respeto y su
atención.

Después de todo, su cuerpo había sido depositado a lo largo del río, en un


extraño acto de homenaje para él.

El doctor volvió a poner la tapa de la bandeja final.

178
El Club de las Excomulgadas
—Creo que estarán muy interesados en ver la ropa que llevaba. Creo que las
sobras nos ayudarán a identificarla. En realidad, hay un nombre figurando en una
pieza en particular. Síganme.

Los dos detectives, seguidos por la sombra de dos inmortales invisibles, lo


siguieron hasta la siguiente mesa. Allí, grandes secciones de piezas de tejido
cortadas de ropa se extendían para su examen, cada una con manchas débiles de
sangre diluida por el agua del río.

Mark cerró los ojos, y luego apretó los dientes. Dos de las piezas cortadas, una
de un oscuro Ulster, y la otra un cuadro de linsey color marrón... coincidían con la
ropa que había usado aquella noche la chica en el puente.

— ¿Ven las iníciales estampadas en la cintura de esta pieza de lino?—El médico

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


dijo.

—“L.E. Fisher”—, dijo el detective Regan.

Tunbridge escribió el nombre en su informe.

Sin embargo, Mark sabía otra cosa. El nombre de la chica había sido Elizabeth.
Elizabeth Jackson.

Probablemente, tras la investigación, encontrarían que su ropa había sido


comprada de segunda mano y sellada con el nombre de su propietario anterior.
Mark no quiso mirarla más.

Sí, él había pasado dos siglos como Centinelas de las Sombras, y durante ese
tiempo había visto cadáveres... muchos, en las peores condiciones. Pero había
estudiado los ojos de esta joven mujer. Le había dado esperanza... y ella le había
dado lo mismo. Eso de haber sido reducido a un monstruo de piezas de
rompecabezas irregulares lo llenaba de rabia.

Dejando a Selene con los oficiales, Mark se precipitó a la sala. Barrió la oficina
vacía sólo lo suficiente para transformarse a forma humana, y luego se dirigió a la

179
El Club de las Excomulgadas
calle. Allí, con la palma de su mano plantada contra una columna de ladrillo,
inhaló el olor de la ciudad, sustituyendo el olor de la muerte en su nariz y
pulmones. Aún así, el hedor se aferraba a su ropa y piel, tan fuerte como su
recuerdo reclamaba su mente. Ella había sido una muchacha sencilla, pero no se
merecía una muerte tan horrible. ¿Estaría su sangre en sus manos?

Había ayudado a que las chicas dejaran la arrogancia como una forma de
mostrarle a la Novia Oscura que estaba en control. De esa manera, ¿Habría
marcado la muerte de Elizabeth? Sí, ella había tenido la intención de quitarse la
vida, pero sin duda la Novia Oscura tenía que saber que con el tiempo se sabría la
identidad de la víctima. ¿Podría enviarle un mensaje más claro que era ella la que
tenía el mango en su mano?

—No vuelvas a hacerlo.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mark se volvió. Selene lo miraba desde el escalón más alto.

Llevaba un vestido marrón de rica seda, y un sombrero de paja de verano,


lujosamente adornado con flores en color naranja y verde y una cinta. Como
siempre, su hermana gemela parecía una reina incluso en el más macabro de los
alrededores. ¿Quién más podría llevar algo así para ver un cadáver?

—Conocía a esa chica—replicó él oscuramente. —Ahora tengo un interés


personal en esto también.

—Tú no tienes nada—dijo ella entre dientes. —Nunca vuelvas a poner un pie
en mi territorio otra vez. Ni siquiera eres más un Centinela, por lo que no tienes
derecho.

—No estoy tratando de robarte tu asignación.

—No podrías aunque lo intentaras—Ella le dio un alboroto y salió fuera.

Él la alcanzó, caminando junto a ella.

180
El Club de las Excomulgadas
— ¿Tienes idea de quién es tu asesino?

Ella le lanzó una mirada oscura.

Mark dijo:

—La conocí anoche.

Se volvió hacia él. La bolsa de plata en su brazo brilló.

— ¿Te reuniste con sus tontos, pequeños ojos-de-perro aduladores también?

Levantando sus brazos, ella movió el dedo índice sobre sus ojos.

—La Novia Oscura. Quiere conocerte—se burló ella.

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Selene siempre había sido buena con las impresiones.

Mark se enderezó, decepcionado.

—Veo que ya la has conocido.

—Fugazmente, y en varias ocasiones. Sólo está detrás de ti debido a... —Selene


levantó la mano junto a su boca, como si compartiera un secreto—que no le gustan
las chicas, si entiendes lo que quiero decir. Ah, y también estás perdiendo tu cabeza
inmortal, lo que te hace el primer hombre a sus ojos. Estoy segura de que tu buen
aspecto y pedigrí familiar no le dolerán tampoco.

— ¿Qué sabes de su verdadera identidad?

Selene contestó bruscamente.

—No es asunto tuyo criticarlo—Con el dedo, pinchó su pecho. —Ella es mi


objetivo. El mío. No el tuyo. Bien, de todos... así, excomulgado de los Centinelas
de las Sombras, debes entender que los límites deben ser respetados, a menos que
estés ya muy lejos para recordarlos.

181
El Club de las Excomulgadas
—No lo estoy—replicó él. —Y lo recuerdo.

Jack el Destripador había sido originalmente su misión. Después de una


petición personal a su Alteza, la reina Victoria, Archer, su favorito desde hace
mucho tiempo, había intercedido en la caza. La invasión masiva de su territorio de
caza le había picado.

Selene parpadeó y miró a través de la calle.

—Supongo que eso es todo lo que tenemos que decirnos, entonces.

—No del todo—Él se deslizó alrededor, con lo que quedaron cara a cara. —
Tienes razón. La caza te pertenece a ti. Y me iré. Saldré de Inglaterra. Cuando
regrese, estaré como nuevo. Plenamente reincorporado a los Centinelas. Si no la

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has Reclamado para entonces... Yo lo haré. Es una advertencia justa, Selene.

Ella soltó un bufido.

—Que tengas un deterioro mental agradable. Espero que sólo me veas de nuevo
una vez que haya recibido el firme pedido de tu asesinato.

En ese momento, un coche enorme negro, tirado por cuatro caballos


monstruosos, rodó hasta la acera al lado de ellos. Un escudo pulido brillaba en la
puerta, con un cuervo negro en su centro.

En el interior sombreado, Mark percibió la silueta de un hombre alto con


amplios hombros.

—Es hora de que me vaya—dijo Selene, alejándose de él hacia el vehículo.

Mark hizo una mueca de desagrado.

— ¿Uno de los Ravens, Selene?

Los Ravens eran un regimiento especializado en la Orden de los Centinelas de


las Sombras. Constaban de ocho guerreros inmortales que, en el año 1066, habían

182
El Club de las Excomulgadas
dado un juramento para proteger al reino de Inglaterra de la destrucción y de la
anarquía, y a su monarca reinante de cualquier daño. A través de los siglos
posteriores, los Ravens habían chocado continuamente con los jefes de sus
compañeros de los Centinelas de las Sombras sobre el territorio, favor y prestigio.

—Adiós, Mark—respondió ella con firmeza.

*****

— ¿Estás segura, Lucinda, que quieres que me ponga tu vestido de novia?—


Mina estaba sentada en el borde de su cama, mirando hacia abajo a la caja grande y
brillante. Anidado en el papel de color rosa pálido estaba el vestido más bonito que
hubiera visto.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Insisto en ello—dijo Lucinda complacida.

Si bien todavía no muy alegre por la ceremonia planeada para esa mañana,
Lucinda se había suavizado considerablemente, y arrojado a sí misma a la tarea de
que Mina que tuviera un buen día de boda.

—Gracias, su señoría.

—Está hecho por Jacques Doucet—anunció con orgullo la condesa, poniéndolo


por sus hombros.

Ella cubrió el satén de seda brillante de la colcha.

—Los diamantes y las perlas son de hecho reales.

Astrid y Evangeline se acercaron para admirar el vestido también.

Se había tardado tan sólo dos días para comprar el ajuar de Mina. Ella no
había, por supuesto, ido a París, pero la mujer en el mostrador de la ropa interior le
había asegurado a Lucinda que estaba lista para llevar corsés, camisones, cubre

183
El Club de las Excomulgadas
corsés, faldas y camisas que habían comprado y que todas llevaban una etiqueta
probando un origen parisino.

—Es hora—dijo Lucinda, señalando el reloj. —Te ayudaremos a vestirte.

Mina se quitó la bata y se puso en su lugar mientras Lucinda, con la ayuda de


Astrid y Evangeline, le bajaban la falda y la blusa por encima de su cruda ropa
interior. Lucinda meticulosamente alineó los botones, y la imagen de su intención
tomó forma.

Lucinda se levantó por encima del hombro de Mina, en el espejo.

—Esto encaja a la perfección. Bueno, casi. —Se puso de rodillas y le ajustó la


falda. —Si hubiéramos tenido más tiempo, habría hecho que la modista le hubiera

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


cogido dos centímetros.

Dobló el dobladillo hacia fuera y se detuvo.

—Mina, ¿qué es esto? No me digas que es tu vieja enagua—Pellizcó un poco de


encaje.

Mina miró hacia abajo.

—Es algo viejo. Además, me gusta. Creo que tiene buena forma.

Lucinda se levantó.

—Supongo que todos tenemos nuestras propias supersticiones. Es demasiado


tarde para que te cambies de todos modos. Todo, excepto tu traje de viaje se ha
embalado en el maletero. Ahora siéntate—Señaló el tocador.

Ahí, Lucinda bajó un velo de encaje de Bruselas sobre el cabello de Mina. La


condesa se bajó para mirar en el espejo al lado de su cara.

—Eres una hermosa novia—la felicitó. Sin embargo, no sonrió.

184
El Club de las Excomulgadas
Un sollozo sonó detrás de ellas, y Astrid salió corriendo de la habitación.

Evangeline la siguió, deteniéndose en la puerta.

—Es una terrible envidiosa. Lloró toda la noche, diciendo una y otra vez que
era nuestra primera temporada y que debería ser una de nosotras la que se casara
hoy.

Siguió a su hermana.

—Oh, Dios mío—dijo Mina con el ceño fruncido. —No me había dado cuenta.

Lucinda le acarició la mejilla.

—No dejes que Astrid te ponga los ojos rojos y llorosos en este día tan

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


especial—Encontró de nuevo los ojos de Mina con reflexión. —Permíteme hacer
eso en tu lugar.

Mina le devolvió la mirada, estupefacta.

— ¿Por qué dices algo así?

Los ojos de Lucinda se pusieron brillantes y crueles.

—Creo que sabes la verdad, Mina. Eres una mujer joven y perspicaz.

Mina no habló.

La condesa reparó algún defecto inexistente en el peinado de Mina.

—Tu atractivo futuro marido... Bien, tuvimos una relación bastante


apasionada. Pero me casé con Trafford en su lugar. Mark te está usando, Mina. Te
está utilizando para castigarme por mi elección. Quiero que recuerdes eso hoy
mientras estés de pie junto a él, diciendo tus votos.

185
El Club de las Excomulgadas
La condesa se echó hacia atrás. En la cama, cruzó la tela y levantó la caja de la
colcha.

Mina recordó a Mark y su breve tiempo juntos en el estudio después de su


propuesta.

Se acordó de sus besos apasionados y de sus palabras profundamente serias.

Lucinda se detuvo en la puerta, con su rostro como una máscara de fría


satisfacción.

—Dejaré que te recuperes por unos momentos.

—No, estoy lista—respondió Mina de manera uniforme. Se puso de pie y


enderezó los hombros. Pasó junto a la condesa, con el mentón en alto. —Lista y

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


recuperada.

Mark tomó las escaleras de la casa Trafford. Detrás de él, Leeson bajó desde su
puesto junto al lacayo que había contratado y lo siguió a un ritmo ligeramente
menor. El lacayo abrió la puerta. Mina estaba en la parte superior de la escalera. Su
pecho se oprimió, incluso le dolió un poco con la vista de su belleza brillante. Ella
sonrió, viéndose igual de feliz de verlo, y voló por las escaleras a su encuentro.

Teniendo en cuenta la conveniencia de su boda, no esperaba que ella se pusiera


un vestido real de bodas. Si el vestido había sido prestado o comprado ya hecho, el
satinado grueso se aferraba a sus pechos, a su cintura estrecha y a sus calientes
caderas, como si hubiera sido diseñado especialmente para ella. No fue hasta que le
tomó la mano que se dio cuenta de que Lucinda, tenía la cara tiesa y pálida, detrás
de ella, llevaba un ramo de rosas blancas.

—Ya tienes las flores—dijo él. —No lo sabía, así que traje un ramo de flores
también.

186
El Club de las Excomulgadas
Le indicó a Leeson, que sostenía un enorme ramo de orquídeas blancas y lirios
del valle, con adornos de encaje.

Ella sonrió.

—Me gusta más el tuyo.

También se había detenido por la oficina de su banco y hecho que sacaran el


anillo de su madre de su caja fuerte. La caja actualmente le quemaba un agujero en
el bolsillo. Confiaba en que la banda de oro, que mostraba una flor de loto abierta
con una piedra turquesa grande en su centro, la valiera al delgado dedo de Mina.

Leeson le presentó las flores a Mina con un broche de oro a lo largo de su


antebrazo.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mark dijo:

—Este es el Señor Leeson. Será mi testigo oficial.

—Gracias por venir, Señor Leeson—dijo ella. Mientras Mark la escoltaba hacia
el salón, ella le susurró—Me resulta familiar.

En una hora la ceremonia había concluido y todos los papeles necesarios


habrían sido firmados y atestiguados. También disfrutaron de un pequeño pero
elegante almuerzo. Más bien, él y Mina disfrutaron de la comida, mientras
Lucinda, Astrid y Evangeline permanecían rígidas en sus sillas, tomando su
comida. Trafford se había visto visiblemente avergonzado. Mark abrió sus sentidos
inmortales y captó todo tipo de pensamientos envidiosos y rencorosos, la mayoría
dirigidos hacia Mina, pero Mina, por su parte, parecía felizmente ajena. Mejor aún,
ella no podía dejar de mirar hacia abajo a su anillo.

El desprecio de las damas hacia Mina inspiró un brillo agudo de ira en su


pecho, pero todo lo que importaba en ese día era que ella estaba feliz, y que
llegaran a los Thais lo suficientemente temprano para hacer su camino por el
Támesis antes del anochecer. Si podían salir de la casa sin ningún tipo de

187
El Club de las Excomulgadas
enfrentamientos, o alguna comida lanzada, habría contado con que su boda había
sido un éxito.

No había podido evitar ver con recelo por la ventana al clima antes de partir.

Había demasiadas cosas que podrían salir mal. Si sufría un hechizo, eso podría
retrasar su salida. Leeson, quien los acompañaría en su viaje, se le habían dado
instrucciones para interferir de forma discreta y llamar la atención por cualquier
comportamiento anormal de parte de Mark.

En la actualidad, Mark se paseaba por la base de las escaleras, esperando a que


Mina bajara. Trafford esperaba con él, tratando de entablar conversación. Los
sirvientes ya habían subido sus equipajes y en la actualidad Leeson supervisaba las
operaciones de carga en el autobús de la ciudad. Finalmente, ella apareció en la

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


parte superior de la escalera, vestida con un traje negro de viaje. Nadie había estado
nunca más hermosa en negro, pero no podía esperar a llenarla con todos los
vestidos y joyas y atavíos femeninos que su belleza merecía.

Después de una ronda de despedidas cordiales, Mark acompañó a Mina al


coche que había alquilado para la tarde. Leeson se subió a la banqueta al lado del
chofer. Una vez que la puerta se cerró y que estuvieron solos, Mark acercó a Mina
a su lado. Todos los días había esperado ese momento. Los músculos a lo largo de
los lados de su estómago se tensaron con una toma de conciencia extendiéndose
hasta su ingle.

—Señora Alexander—Él presionó sus labios en su sien. —No puedo esperar


hasta que estemos solos esta noche, en nuestro camarote, cuando puedo sacarte
todo ese cabello de tus broches.

Sus ojos oscuros se volvieron límpidos.

—Mark...

Él le levantó la barbilla y se inclinó.

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El Club de las Excomulgadas
Ella se apartó bruscamente, con una distancia en sus ojos que no había estado
allí antes.

— ¿Qué sucede?—Preguntó él.

—Tengo que hablar contigo acerca de algo.

—Adelante—Él levantó el mentón, pero la mantuvo estrecha, dentro de su


posesivo abrazo.

—Momentos antes de la ceremonia...

— ¿Sí?

Ella tragó.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—La condesa me informó que te estabas casando conmigo sólo para castigarla.

— ¿Ella dijo eso?—La ira irrumpió en sus mejillas, y quemó sus fosas nasales.
— ¿Esta mañana? ¿Justo antes de que nos casáramos?—Nunca había sospechado
que Lucinda fuera tan maliciosa.

— ¿Es cierto?—Preguntó ella con solemnidad. —No lloraré o te maldeciré ni te


golpearé. Sólo tengo que saberlo.

—No. No es cierto. Lo cierto es que ella y yo compartimos una temporada de


coqueteo en el pasado, antes de estuviera desposada con Trafford. Nos besamos,
pero eso es todo.

Ella examinó su rostro.

— ¿Y eso es todo lo que hay en su reclamo?

—Te lo juro.

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El Club de las Excomulgadas
Mina se estiró y tocó con la punta de sus dedos el centro de su pecho. Sus ojos
eran bochornosos. Agarrando su corbata, lo acercó y le dio un beso en plena boca,
con sus exuberantes labios reclamando los suyos.

Volviendo la cara ligeramente a un lado, le susurró.

— ¿Qué estabas diciendo acerca de esta noche?

Muy pronto llegaron a Cadogan Pier. El Thais brillaba a la luz del sol, con su
casco recién raspado y pintado, y con todos los accesorios de latón y níquel pulidos
hasta tener un brillo radiante. Su equipo recién adquirido estaba preparado en la
cubierta. Mark llevó a Mina a lo largo del paseo marítimo, tomando con el orgullo
la forma en que ella fácilmente andaba por estrecha la pasarela, como si lo hubiera
hecho miles de veces. El nuevo capitán y los diez tripulantes, vestidos con

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


crujientes uniformes blancos, los esperaban. Se hicieron las presentaciones a lo
largo de la hilera.

Mientras los baúles de Mina estaban siendo llevados a bordo, Mark la llevó a
un breve recorrido por el barco. Comenzaron por el salón principal, una sala
amplia con paredes verdes esmeralda, con grandes espejos, obras de arte y
molduras.

— ¿Cuántos camarotes hay?—Preguntó ella.

—Además del alojamiento de la tripulación, hay seis habitaciones individuales


y cuatro dobles. Suficientes para albergar a quince-veinte personas.

—Es maravilloso—respiró Mina. —No puedo creer que esté aquí.

Por una escalera interior, él la llevó bajo la cubierta de la cabina principal.

—Este puede ser tu camarote—En oro y blanco, la habitación, mientras era


íntima, rezumaba confort y elegancia. Dos portales ofrecían una visión de la orilla
del río. —O puede ser... nuestro camarote.

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El Club de las Excomulgadas
Sus ojos marrones brillaban en clara invitación.

—Nuestro camarote, Mark. No me casé para tener habitaciones separadas.

Él la apoyó contra la pared, deslizando sus dedos en el pelo grueso a lo largo de


su nuca y se inclinó para besarla. Cuando respondió, él volvió su rostro,
profundizando la intimidad. Su otra mano se deslizó hasta su torso para tomar su
pecho. Ella suspiró y dio un pequeño gemido.

Sin duda, en cualquier momento, podrían ser interrumpidos por un miembro de


la tripulación para entregarles sus baúles.

Él se retiró, colocando un beso más en su boca. Pasó su pulgar por encima de


su húmedo labio inferior.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Me han dicho que hay champán para disfrutar mientras comenzamos nuestro
camino.

Encima de la cubierta, observaron desde la barra mientras el Thais se alejaba


del muelle. A lo largo de la zona del embalse del río Támesis dos galeras de Policía
dragaban el río.

Mina frunció el ceño.

—Están buscando restos de esa pobre chica, ¿no?

Mark asintió. El domingo, dos días antes, otro de los muslos de Elizabeth había
sido descubierto dentro de las rejas ornamentales de la finca privada de Sir Percy
Florence Shelley, hijo de Mary Wollstonecraft y Godwin Shelley, un autor cuyo
legado incluía una pieza oscura de ficción sobre una criatura hecha de partes de
cuerpo robados de cadáveres. La Novia Oscura claramente tenía un sentido del
humor mórbido.

Durante las siguientes dos horas, vieron los edificios del Parlamento y el Big
Ben pasar, así como la Torre y todo el resto de monumentos reconocibles de

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El Club de las Excomulgadas
Londres. Detrás de ellos, una mesa pequeña se había establecido entre dos sillas de
respaldo alto. El portero sacó dos copas de cristal y vertió la mitad del oro líquido
espumoso antes de presentárselas a Mark.

Mark le dio una a Mina, y se levantó.

—Por esta nueva aventura juntos.

Sus ojos castaños brillaron con anticipación.

— ¿A dónde iremos primero?

—Ya te lo dije es tu decisión.

— ¿Tienes mapas?—Ella miró por encima del agua. —Lo decidiré en el

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


momento en que dejemos el Támesis.

Vuelve a mí. La voz explotó en el interior del cráneo de Mark, y con ella, rompió
una explosión de dolor. El aire salió de sus pulmones.

La cubierta se inclinó. Él se sujetó.

Mina levantó la vista. La sonrisa cayó de sus labios.

—Mark, ¿qué pasa?

Él negó.

—Nada.

¿Nada?, gritó la voz.

Su copa de champán cayó sobre la cubierta y se hizo añicos. El dolor atravesó


su cerebro y abajo en su columna, como si el veneno de su cabeza tratara de invadir
el resto de su cuerpo. Sus piernas se debilitaron, y con todas sus fuerzas luchó por
mantenerse en pie.

192
El Club de las Excomulgadas
—Todo está bien. Recárgate en mí. —Agarrándolo del brazo, lo guió hasta una
silla. Leeson apareció y se apresuró a ayudarla. Mina se arrodilló junto a él,
presionando su palma a su cara. Al portero, le dijo— ¿Podría por favor traerle a su
señoría un poco de agua?

Una vez que el hombre salió corriendo, ella dijo:

—Esto te ha ocurrido antes, ¿no? Esa noche en la fiesta. Estás enfermo. ¿Es
algo que contrajiste en tus viajes? ¿Es malaria?

Mark cerró los ojos, incapaz de responder, ni siquiera asentir. Ya la siguiente


ronda de agonía estaba desollando su interior.

—Estás tan pálido—dijo Mina con preocupación. La preocupación se alineaba

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


en su frente. —Yo te cuidaré.

Leeson flotó detrás de ella, con la frente sombría.

Mark presionó de nuevo la silla, rechinando los dientes contra el dolor.

Tú me perteneces.

—Es cada vez peor, ¿no?—Preguntó Leeson, pero sus palabras se


desvanecieron.

Mark vio a Mina decir su nombre, pero ya no pudo escuchar su voz por el grito
dentro de su cabeza.

De repente, el barco se sacudió y vibró. Él sintió el crujido de los motores, a


través de las plantas de sus pies. Los motores se detuvieron y la nave se retrasó.

Una columna de humo negro se derramó desde el lado de la nave.

193
El Club de las Excomulgadas

Capítulo 11
Con la poca luz de una solitaria lámpara, Mina caminaba en su recamara en La
Casa Trafford. Había colocado la bolsa de cuero que contenía el peine de Mark y
sus artículos de afeitar en su tocador. La verdad era que había fantaseado acerca de
él aquí en su cama, pero no bajo esas circunstancias... no como si estuviera
aquejado con alguna aflicción no identificada.

Afortunadamente, Trafford había escoltado a Lucinda y a las chicas a la feria,


así que no había habido preguntas comprometedoras.

Él yacía en la cama, con su mano apretada sobre sus ojos. Ella procedió a
colgar su abrigo en el vestidor. En el momento que el Thais había sido remolcado al

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


muelle, era demasiado tarde. Simplemente Mina había dado instrucciones al chofer
de llevarlos allí. No había necesidad de exponer a Mark a un vestíbulo y a unos ojos
curiosos.

—Para ya de pensar en eso—dijo él desde bajo el dosel. Yacía en las sombras,


observándola, apoyado en un codo. —Nos quedaremos una noche. No es como si
estuviéramos construyendo una casa.

—Pensé que te habías quedado dormido—contestó ella.

—No.

Era tan atractivo, con su pelo veteado y desordenado escondido detrás de su


oreja. Ella siempre había considerado su cama tan excesivamente grande, pero él
yacía en diagonal a través del colchón y sus botas sobresalían al final.

Mina se sentó en la orilla del colchón a su lado.

— ¿Te sientes mejor?

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El Club de las Excomulgadas
—Vergonzosamente sí—Él frunció el ceño. Claramente, tenía un humor de
perros. Ella sabía que él estaba frustrado por la aparición de su enfermedad, y por el
retraso de su viaje. Tal vez su estado de salud había sido uno de los secretos oscuros
y profundos al que se había referido en el estudio de Trafford. Pero como ella le
había dicho, se haría cargo de él. Era su marido ahora.

Ella sonrió.

—Yo, por mi parte, estoy contenta de que el motor haya explotado. Sé que te
costará una bonita cantidad repararlo, pero es importante que veas a un doctor
sobre esos hechizos antes de que viajemos a una zona aislada donde no haya
médico con quien hablar.

Él no respondió. Frunció el ceño como un niño hosco.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Mark.

—Está bien. Veré al doctor si eso te complace.

—Me complacerá. Y después, regresaremos a bordo del Thais para tener


nuestro hermoso viaje. Pero ahora es tarde—Soltó y le desató la corbata,
sintiéndose muy esposa. —Tienes que estar agotado. Vamos a la cama.

Ella desabrochó el primer botón, el que cubría su garganta, y reveló un


triangulo de firme y dorada piel. Se mordió el labio inferior, y continuó con el
segundo botón. Abruptamente Mark le arrancó el corpiño, soltando el botón
ubicado al centro de sus pechos. Ella miró abajo. La tela se abrió, revelando una
visión de su corsé cubierto de lino por debajo.

— ¿Qué estás haciendo?—Ella rio suavemente. Pero claro… ella lo sabía.

—Necesitas ir a la cama también, ¿no?—Algo oscuro relució en sus ojos.

195
El Club de las Excomulgadas
Ella desabrochó el tercero. Mark arrancó otro. Su ceño fruncido había
disminuido y su atención a sus senos había crecido. Otra andanada de botones
arrancados y sus dos prendas estaban abiertas hasta su cintura.

La respiración de Mina se hizo más rápida. Mark ni siquiera la había tocado,


pero su intensidad, sus ojos clavados en ella, su caliente atención, todavía excitaba
su cuerpo vestido con cada sensación… con una deliciosa abrasión de su camisa
contra sus pezones y la cinta de raso de sus medias, atada alrededor de cada muslo.
Largos dedos y uñas cuadradas se deslizaron debajo de la correa de su camisa para
acariciar las marcas creadas por la estrechez del corsé. Mina se balanceó hacia él,
mareada por un calor febril.

Mark sabía que Mina sería aún más hermosa sin sus ropas que con ellas. Ella se
sentó a su lado, como un misterioso regalo envuelto en capas y capas de fragante,

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embalaje femenino. No podía esperar por deshacerse de cada punto. Cada nervio
en su cuerpo rugía vivo en anticipación de hacerle el amor... casi ahogando la
asombrosa comprensión de que estaba atrapado en la ciudad, de que era un virtual
prisionero de la Novia Oscura.

Con una intensidad furiosa, deseaba nada más que perderse en el sensual olvido
del cuerpo de Mina. Enganchando dos dedos en la más bella muestra de escote que
jamás había visto, tiró de su corsé, para un beso.

Su boca era suave, abierta y expectante. Inclinando su cabeza, él profundizó el


beso, con su hambre voraz y que lo consumía todo.

—Te he deseado…de esta forma… desde el principio. Desde el cementerio.

Demonios desde que la había visto en ese salón pequeño en Manchester, seis
meses antes. Que deberían estar juntos se sentía algo así como el destino.

Tomándola por debajo de los brazos, se dejó caer sobre las almohadas,
arrastrándola encima de él. Dios, ella era suave y exuberante... una deseosa y
brumosa belleza de ojos pintados de negro. Con avidez, metió sus dedos en el pelo

196
El Club de las Excomulgadas
fresco y suave de su nuca, y la atrajo hacia abajo. Saqueó su boca, con su pulgar
presionando contra su labio inferior, más decido que nunca de unirla a él, para
tener una medida de progreso hacia su objetivo final.

—Mark…—ella susurró contra sus labios.

Sus dedos se curvaron en la parte delantera de su corsé. Él tiró de la tela rígida


hacia abajo. Liberados de sus confines, sus pechos se derramaron. Él hizo una
pausa en su beso y con audacia dio un vistazo hacia abajo. Sus pechos sobresalían
plenos y juveniles, enmarcados por su ropa interior. Pezones de color rosados
frambuesa rozaron su camisa.

— ¿Sabes cómo de hermosa eres, Mina?

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Tomándola por el torso, la levantó y tomó uno en su boca. Lo succionó
acariciando el rígido pico con tres golpes concisos de su lengua. Ella gimió y pasó
sus dedos por su cabello.

—Mark... —susurró cerca de su oreja. — ¿Estás seguro de que eres capaz?

Él se dio la vuelta, atrapándola debajo de él, gozando de la aglomeración de sus


pechos, tan suaves, contra de la dureza de su pecho. Apoyado en un brazo, le quitó
un alfiler de su cabello.

—Yo quiero…

Él sacó otro.

—Mi maldita…

Y otro.

—Noche de bodas.

Él se agachó por otro beso.

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El Club de las Excomulgadas
—Espera—Ella se puso rígida en sus brazos.

—No—murmuró él, besándole el cuello, saboreando su piel con sus labios y


lengua. —No más espera.

Ella presionó las palmas de sus manos contra su pecho. Forzó a su mirada a
encontrar la de ella. Sus ojos estaban brillantes, su sonrisa, aturdida.

—Tengo un vestido especial, solo para esta noche.

—Eso no es importante—Él estaba tan duro y tan a punto, que podría


penetrarla incluso a través de sus malditos pantalones.

—Es importante para mí—respondió ella con suavidad, deslizándose debajo de


él. —Quiero que todo sea perfecto. No quiero decepcionarte.

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Ella tiró de su corsé para cubrir sus pechos, pero su cuerpo aún se hundía
seductoramente. Él quiso saltar.

Frunció el ceño, consciente de que debía ser un amante gentil… al menos esa
noche.

—Muy bien.

—Regresaré.

—Date prisa.

Con ojos brillantes, ella desapareció dentro de las profundidades oscuras de su


vestidor. Mark se arrancó la camisa de sus hombros y arrojó la prenda a la silla.
Con los dedos del pie, se sacó una bota, y luego la otra.

Colapsándose de regreso en la cama, cerró los ojos y se defendió de los


pensamientos de la realidad mórbida, eligiendo imaginar cómo se vería ella en esos
momentos, estar dentro de su suave y acogedora esposa.

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El Club de las Excomulgadas
Cuánto tiempo había pasado, no estaba seguro, pero… algo revoloteó por su
piel desnuda. La esencia de rosas perfumó el aire. Los ojos de Mark se abrieron de
golpe... sólo para ser cubiertos por una franja de fría… oscura…tela. Su corbata. La
banda se apretó como si unas manos invisibles amarraran las puntas por detrás de
su cabeza. Ella se sentó a horcajadas sobre él.

—Mina…

—Shhhhhh. —Su frío dedo presionó contra sus labios, silenciándolo. Él no


sondeó en la oscuridad, no deseando verla con su mente. Más bien se rindió a la
sensualidad de su toque. Las manos arrancaron los botones de sus pantalones.

Excitado por su entusiasmo, él la ayudó. Labios y manos se presionaron contra


su torso. Su lengua fue hacia abajo a lo largo del centro de su pecho, sobre su

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estómago.

Abajo…abajo…

Mark gimió y enterró sus manos en su pelo.

Mina pasó el cepillo una vez más a través de su pelo. Apagó la lámpara del
vestidor y abrió la puerta, pensando en encontrar a Mark en la cama justo donde lo
había dejado... guapo, con sus ojos ardientes y esperando retomar donde se habían
quedado. Pero la habitación estaba oscura, salvo por un rayo de luna que entraba
por las ventanas abiertas.

Muy romántico. Después de los acontecimientos dolorosos de los días


anteriores, ella había sido muy exigente en bloquear las ventanas, pero se sentía
completamente a salvo con Mark. La idea de hacer el amor con él en la cama
cubierta con la luz de la luna era una apelación definitiva. Olió, detectando la
fragancia de rosas también. ¿De dónde vendrían esas rosas?

Un sonido vino de la cama... un gemido.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Mark?—susurró ella.

Hubo sólo un sonido de movimiento… un roce contra las sábanas.

El miedo golpeó a través de su corazón. ¿Y si se había enfermado otra vez? Él


no respondió. Ella se acercó, con sus ojos adaptándose a la oscuridad. La colcha
oscura se deslizo fuera del colchón al montón que había en el suelo.

En su lugar había sabanas blancas. Con alguien encima de ellas,


moviéndose…retorciéndose… convirtiéndose no en una sola persona, sino en dos.

—Mina. Querida. Sí.

El impacto sacudió a Mina.

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¿Podría haber una impostora en su cama?

En la mesilla de noche luchó con la lámpara, le temblaban las manos.


Finalmente, la luz fluyó. Mina se quedó cerca de la cama. Una mujer rubia, vestida
solo con una camisola estaba inclinada sobre su esposo.

—¡Mark!—Gritó Mina.

Lucinda echó atrás su cabeza, lanzando su cabello en un arco brillante. El


sonido se su risa gutural inundó la habitación. Mark se quitó la corbata de los ojos.
Los abrió, y sus fosas nasales ardieron. La empujó fuera.

—¡Lucinda!

La condesa volvió el rostro hacia Mina y sonrió.

—Te dije que era mío.

Como algo salido de una pesadilla, sus ojos giraron erráticamente en sus
órbitas. Antes de que Mina pudiera reaccionar ante la imposibilidad de tal cosa.

200
El Club de las Excomulgadas
Lucinda saltó a toda velocidad, y se estrelló contra ella. Mina se fue para atrás. Su
cabeza golpeó la alfombra.

Ella se retorció...rodó y dio patadas, pero todavía su atacante estaba


encaramada encima de ella, a horcajadas en sus hombros, sujetándola con una
fuerza extraordinaria. Como si unas manos de alambre atenazaran alrededor de la
garganta de Mina, sólo para arrancársela.

Mark arrastró a Lucinda lejos por las muñecas. Mina se deslizó hacia atrás,
retrocediendo hacia la esquina.

—No toques a mi esposa—Mark hervía, con su rostro como una máscara de


furia.

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—¡Ja!, tú esposa—Lucinda se retorció y enroscó como una serpiente, con sus
piernas y pies arrastrándose y coleando. —No por mucho tiempo, la cortaré, la
cortaré en pedazos.

Con una maldición, Mark la lanzó contra la pared. Un frasco de aceite se


estrelló contra el piso.

Lucinda se hundió, pero inmediatamente saltó a la vida, extrañamente


trepando a la pared con manos y rodillas, mitad arrastrándose, mitad deslizándose
por la ventana. Mark saltó hacia la ventana, mirando hacia afuera. Los músculos
de sus hombros quedaron al descubierto y su espalda eran un manojo de tensión, y
en ese momento Mina esperaba que fuera a perseguir a Lucinda.

En su lugar, se acercó a ella.

—Mina—Él se puso en cuclillas. — ¿Estás herida?

Mina presionó su espalda contra la esquina, retrocediendo de su contacto.

— ¿Ella te lastimó?—Exigió Mark.

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El Club de las Excomulgadas
—No, No me toques. Por favor—Mina empujó su mano.

Ella se refugió en la esquina todo lo que pudo. En la incursión, la correa


delgada de su vestido de satén blanco se había roto. Ella aferraba su prenda encima
de la curva de sus senos. Madejas oscuras caían sobre sus hombros. Dios, él ardía
en deseos de tocarla pero… el horror brillaba en sus ojos, como su fuera un gran
arácnido con ocho patas articuladas. O peor aún, como si no fuera diferente a uno
de los demonios de ojos desorbitados de la Novia Oscura.

Claro…sus ojos. Brillaban como bronce y su piel fluía con calor, un efecto de su
giro, provocado por la escaramuza con Lucinda. También sería más grande ahora,
alto y más musculoso. De nuevo trató de tocarla para calmar su miedo, pero ella
levantó sus manos y brazos a la defensiva… con temor… de él.

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—He dicho que no me toques.

Él retrocedió, con las manos a la altura de sus hombros. Su pecho se oprimió al


darse cuenta del terror y la incredulidad que ella debía estar experimentando. No
era así como que había querido que ella supiera la verdad sobre él.

—No voy a lastimarte Mina, Jamás te lastimaría.

Sus pensamientos gritaban: Traición. Miedo. Pérdida.

— ¿Qué eres?—exigió ella con sus ojos llenos de lagrimas.

Él no era más “Mark” para ella. Se había convertido en un “qué”... no en un


quién. Él se alejó de ella, queriendo negar el asco de sus ojos. Lo veía como un
monstruo, que por supuesto, a pesar de toda su arrogancia, riqueza y poder, era
exactamente lo que era. Él permaneció mirando la mancha negra de la ventana.

Consideró correr hacia ella y forzar su toque. Mucho tiempo había pasado;
pronto, Lethe, el poder de hacerla olvidar, sería imposible. Su frialdad, cruel
consigo mismo persistía permaneciendo de pie y aceptando su juicio, sin importar

202
El Club de las Excomulgadas
las consecuencias. Su duplicidad había sido revelada, él se merecía no menos que
su desprecio.

—Eres uno de ellos, ¿no?—La pregunta fue susurrada desde la esquina. —


¿Uno de los seres que mi padre trató de demostrar? Un inmortal.

Él cerró los ojos.

—Sí.

De alguna manera, en medio de toda la confusión y la miseria del momento,


encontró alivio en la confesión.

— ¿Qué es Lucinda?

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Como los aduladores, Lucinda había estado vacía. Ella no había emitido
ninguna energía en absoluto, oscura o clara. Solo…nada. ¿Ella sería la Novia
Oscura? No lo sabía. Se apartó de la ventana.

—Algo peor. Tengo que ir tras ella, de otra manera volverá.

Una lágrima resbaló por su mejilla.

—Vete—Asintió ella, como si estuviera quitándose basura. —Vete.

Mina despertó sobresaltada. Con ardor en los ojos y su corazón enfermo.


Mark…

Por un momento esperanzador, se dijo que todo había sido una pesadilla. Por
supuesto que lo había sido. No había tal cosa como los inmortales y Lucinda no
podía haber...

Sus ojos se centraron en la silla que había encajado debajo de la manija de la


puerta. Poco a poco, levantó la colcha y descubrió que sí, había dormido no con

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El Club de las Excomulgadas
uno de sus camisones, sino con dos, abotonados fuertemente alrededor de su
cuello. Y sus botas. Al oír un ruido detrás de ella, se quedó inmóvil. Un bajo,
masculino ronquido. Girando con cuidado para no sacudir la cama, miró por
encima del hombro. Mark estaba tendido a su lado, sobre su estómago…desnudo.
Un puño estaba encrespado en la maraña de su cabello.

Ella no pudo evitar preguntarse si el contacto habría sido intencionado o una


simple coincidencia para compartir su cama. ¿Cómo había llegado al interior de la
habitación? Ella no lo sabía. Su cabeza tronó con los recuerdos de la noche
anterior. Había tantas cosas que no sabía ni entendía.

La tenue luz revelo sus anchos hombros, su espalda, nalgas y piernas


esculpidas. Había también trazos tenues alrededor de la parte superior de sus
brazos, muñecas y tobillos, cicatrices cerradas. Apenas unas horas antes había sido

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


una bestia de ojos brillantes, pero ahora… ahora parecía un ángel guerrero
durmiendo. ¿Cuál sería la verdad? Ambas, sospechaba. Su padre le había contado
acerca de las leyendas antiguas. En ese entonces, ella no las había creído. Debería
estar sorprendida y fuera de sí de alegría al encontrarse en compañía de un
Inmortal. Algo que su mente aún declaraba como totalmente imposible. Pero no
podía encontrar placer en su corazón fracturado. Sólo podía lamentar la pérdida del
hombre que había creído era su marido. Su “lugar seguro”, había resultado ser la
opción más peligrosa de todas... al menso para su corazón.

—Te pesqué mirándome—Mark gruñó adormilado con sus ojos azules


estrechos y ardientes.

Su brazo fue alrededor de su cintura. La ropa se deslizó bajo sus nalgas y sus
hombros mientras él la arrastraba por la sábana, debajo de él, enjaulándola dentro
de la prisión de sus brazos y piernas. Ella empujó sus manos sobre la piel desnuda
de su pecho. El calor y el olor a macho la envolvieron. Dios la guardara, pero sentía
cada doblez de cada músculo… sobre todo de ese músculo, largo, duro y sin
complejos contra su estómago. Su cuerpo ardió en llamas. Su rostro adusto se
cernió sobre ella, tan cerca que su cabello le rozó la mejilla.

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El Club de las Excomulgadas
—Mina…—Pasó los nudillos contra su mejilla… su garganta.

Ella quería fundirse, permitir su toque, sus besos, su posesión. Pero no podía.
Él buscaba controlarla a través del deseo. Ciertamente había tenido mucha práctica
con otras mujeres e incluso con otras esposas a lo largo de su existencia. Su corazón
latió con más fuerza, ella se empujó liberándose, sólo, ella lo sabía, porque él se lo
había permitido...y se escapó debajo de la colcha con las piernas temblando al lado
de la cama. Su mente le ordenó control.

—Asumí que no volverías.

— ¿Por qué no?—Él estrechó la manta contra su cadera y rodó de su lado. Ágil
y musculoso, parecía un emperador sensual y exigente en su cama. Sus ojos azules
brillaban con calor. —No permitirás que algo tan pequeño como la inmortalidad se

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


interponga entre nosotros, ¿verdad? Estamos casados, Mina.

—No digas eso—dijo ella entre dientes, con sus ojos muy abiertos. —No
estamos casados. En realidad no.

Sus fosas nasales se dilataron, se levantó en una mano. Los músculos de su


abdomen se alargaron y doblaron.

—Sí lo estamos.

Su boca se secó como papel. Ella dobló... y triplicó el cinturón de su bata.

—Me casé contigo bajo una identidad falsa.

¿Qué identidad falsa?

—Me hiciste creer que me estaba casando con un hombre—replicó ella.

—Soy un hombre—. El peligro acechaba en las profundidades de sus ojos. —


Puedo probártelo, también…si sólo regresas a la cama.

205
El Club de las Excomulgadas
Todo con respecto a él la hipnotizaba. La manera en que la miraba, la manera
en que pronunciaba su nombre. Dios la guardara, ella ardía por él.

—Quédate aquí—ordenó ella.

Ella tenía que retirarse y fortalecer sus defensas. Se escapó al vestidor, y en


silencio, frenéticamente, se dedicó a vestirse. El recuerdo de su preludio apasionado
de hacer el amor anoche envío a su sangre a hervir por sus mejillas. Ella no había
sido más que una estrategia para él, la estrategia para llegar a su padre y a los
pergaminos. Ni siquiera conocía al hombre al otro lado de la puerta. Era un
extraño. Ella suponía que debería estar temblando, llorando, destruida y temerosa.
Pero los tres meses pasados, la habían preparado por algo. Aún para esto, parecía.
Una vez vestida, se tomó un momento para endurecerse, antes de girar la manivela.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Saliendo, lo encontró en posición vertical sobre el colchón, con los brazos
cruzados sobre las rodillas dobladas. La colcha colgaba abajo alrededor de sus
caderas desnudas. ¿Cómo se suponía que iba a pensar con él luciendo así?

— ¿Por qué no te vistes?—Exigió ella secamente.

—Me dijiste que me quedara aquí.

Ella indicó el vestidor.

—Entra allí, por favor.

—Alguien está en la puerta—Él inclinó la cabeza con indiferencia.

—No oí tocar a nadie.

Llamaron a la puerta.

Al parecer él parecía ver a través de la madera…y, probablemente, a través de


su ropa también.

Ella cruzó los brazos sobre sus pechos.

206
El Club de las Excomulgadas
— ¿Alguien por el que considere que debería estar preocupada?

Una imagen extraña vino a su mente, una de Lucinda esperando al otro lado
con los ojos girando y el pelo revuelto. Teniendo en cuenta los acontecimientos de
anoche, no se podía descarta esa posibilidad.

Una sonrisa irónica torció el labio de él.

—Creo que es el café. Mientras estabas ahí, llamé a la cocina por el tubo
acústico. Muy conveniente.

Mina arrancó el seguro de debajo de la manija y abrió lentamente la puerta.


Justo como Mark había predicho, la criada sostenía una bandeja de plata, coronada
por un servicio de café completo. También había un plato pequeño de pan tostado,

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


tocino y salchichas, que esa mañana solo servía para ofender el estómago de Mina.
La chica hizo una reverencia.

—Buenos días y felicidades por su boda, Lady Alexander. Su señoría pidió


café—dijo la muchacha. —Veo que ya se ha vestido. ¿Requerirá de mi ayuda con
su cabello? ¿Quizás a su señoría le gustaría que preparara el baño?

—No, pero gracias, Jane—Tomando la bandeja de sus manos. Mina cerró la


puerta con la punta del zapato. Dejó la bandeja sobre el escritorio.

— ¿Tienes hambre?—Le preguntó con suavidad. A pesar de que evitó su


mirada, sus ojos siguieron cada movimiento como dos ardientes vigas gemelas.

—No.

Tal vez, él ya había comido. Tal vez se había comido a Lucinda.

—Mina… ¿estás bien?

—Estoy bien.

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El Club de las Excomulgadas
Él murmuró una maldición y se levantó de la cama, llevando la sábana cerca de
su cadera.

—Mina.

— ¿Qué?—respondió ella muy fuerte.

Él acortó la distancia entre ellos. La tenue luz que entraba por las ventanas
revelaba cada corte muscular y estrías a lo largo de sus brazos, pecho y estómago.
Ciertamente, él se daba cuenta de su efecto. Mina se mantuvo firme, negándose a
retirarse.

—Sigo siendo yo. Todavía soy Mark.

Su corazón amenazó con estallar con toda la emoción que trató de contener.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Finalmente, lo miró a los ojos.

— ¿Sabes que nunca le creí a mi padre? Igual que todos los demás, pensé que
era un tonto en la búsqueda de un sueño tonto—. Soltó una risa triste. —Pero, Dios
mío, estaba en lo cierto al creer en la posibilidad de la inmortalidad. Basta con
mirarte. Tú estás aquí. Me encontraste…te casaste conmigo…porque querías esos
malditos pergaminos.

—Sí—dijo él simplemente

— ¿Por qué?

—Mi vida depende de ellos.

— ¿Tu vida? ¿Tu vida inmortal?

—Sí, Mina. —Él asintió. —Durante siglos he sido miembro de una orden de
inmortales conocida como los Centinelas de las Sombras. Hace seis meses,
mientras participaba en la búsqueda de Jack, el destripador.

— ¿Jack, el destripador?—Exclamó, Mina cubriéndose la boca con la mano.

208
El Club de las Excomulgadas
—Sí—Respondió Mark. —Para poder enfrentarme a él en su mismo nivel,
entré en un estado de deterioro llamado Transición. Es una enfermedad lenta y
progresiva de la mente, una afección que normalmente sufren una pequeña
población de mortales.

— ¿Mortales como Jack el Destripador?

—Es correcto.

—Oh, Dios mío.

—Los Centinelas cazan ese tipo de almas, poniendo fin a su vida mortal y
enviándolos a una prisión subterránea segura. No soy un peligro para ti, Mina. Te
lo juro. Pero no sé cuánto tiempo tengo antes de que cambie. Antes de convertirme

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


en una de esas almas que alguna vez cacé.

Su mirada sostuvo la suya. Un gesto se dibujó en sus labios. Serio. Se veía tan
serio. Sin embargo, su confesión le daba miedo.

—Tus hechizos… ¿son el resultado de tu deterioro?

—Es correcto—Él paso una mano por su cabello. —Los Inmortales como yo no
se recuperan. Pero lo haré, Mina. Lo haré. Los pergaminos contienen el
conocimiento que necesito.

Por un instante fugaz, ella vio la desesperación detrás del parpadeo azul
brillante de sus ojos.

La mente de Mina se volvió borrosa con la complejidad de todo eso, tratando


de alinear los conocimientos previos y eventos con el presente. Trató de secuenciar
sus preguntas en categorías ordenadas y sistemáticas, pero una imagen la perseguía:
la de Lucinda, y sus ojos girando.

— ¿Cómo es que Lucinda está involucrada en todo esto?

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El Club de las Excomulgadas
—Te juro que no lo sé—Él examinó su cara con sus ojos azules. —Nuestra
relación fue exactamente como te la expliqué, nada más y nada menos. Su
aparición ayer por la noche en esta habitación fue tanto un shock para mí como lo
fue para ti. Sospecho, sin embargo, que fue reclutada por las fuerzas más oscuras
para trabajar aquí en la ciudad.

— ¿Reclutada? ¿Por... fuerzas oscuras?—Mina se llevó una mano a la sien, y


tuvo una sensación de mareo. —Eso suena de locos—Pero su mente le presentó
todas las peculiaridades de los meses anteriores, y de repente, las fuerzas oscuras
parecían una explicación completamente plausible.

Mark se encogió de hombros.

—Hay mucho sobre el mundo que es probable que no desees conocer. Si

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Lucinda estuvo dispuesta o simplemente la hicieron peón de otra persona, todavía
no puedo decirlo, pero creo que, de alguna manera u otra, fue seleccionada por su
proximidad a ti. Fue elegida para que te observara. Para conocer lo que sabías
acerca de su padre, y de los pergaminos.

Mina se llevó la mano a la sien.

—Ella fue la que me dio las rosas y destruyó los papeles de mi padre.

Sus mejillas se tensaron. ¿Las rosas? ¿Documentos destruidos?

—Mina, ¿Cuándo ocurrió eso?

Mina apretó los labios. No estaba preparada para responder a sus preguntas.

—Lo que le paso a ella, ¿Fue... mi culpa? ¿Si no hubiera venido a vivir con la
familia? ¿Si sólo no hubiera estado sola, la habrían reclutado? ¿He traído su
transformación con mi presencia aquí?

—No lo sé—contestó Mark. —De todos modos, no puedes culparte por el mal
que otros hagan.

210
El Club de las Excomulgadas
Mina se estremeció, recordando el odio feroz de Lucinda.

— ¿La encontraste anoche, después de que te fuiste?

—Esas cosas con los ojos dando vueltas están... vacías por dentro. No emiten
ninguna emoción o pensamientos, lo que los hace difíciles de detectar—. Sacudió la
cabeza, frunciendo el ceño. —La perdí en la ciudad.

Un escalofrío golpeó a Mina.

— ¿Qué pasa si ella está abajo, incluso ahora, bebiendo té y mermelada


s...s...sonriendo en su brindis, esperando a que bajemos?—El estómago de Mina se
tensó. Puso una mano sobre sus labios. — ¿Qué se supone que debemos hacer?
Sólo quiero salir de esta casa.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mark era mucho más alto que ella.

—Vamos, entonces. Te lo juro, Mina, no soy tu enemigo ni de tu padre. Dime


dónde está. Te lo suplico, como tu marido.

—Deja de decir eso—Ella retrocedió. —Tú no eres mi marido, y no puedo.

— ¿Por qué no?

—Mi padre está muerto—insistió ella.

La frustración se mostró en el destello de sus ojos y la estrechez de su boca.

—Solo hay sólo piedras en el ataúd.

Sus ojos se abrieron.

— ¿Estuviste en la cripta? Me levantaste la falda.

—Me gustaría volver a hacerlo también—La agarró del antebrazo. —Y él no


está muerto.

211
El Club de las Excomulgadas
Ella se soltó.

—Bien, él está muerto para mí.

— ¿Por qué?

—Me dijo que regresara a Londres—dijo ella abruptamente. —Para decirles a


todos que había muerto en la montaña. Le dije que no. Cualquiera que fuera el
peligro que corriera necesitábamos estar juntos. Pero me abandonó, Mark. Me dejó
sola en la montaña en esa maldita y susurrante niebla, y no sé a dónde se fue.

Alguien gritó. Mina se quedó helada.

Más gritos... dos voces. La estridencia del sonido envió la sensación de carne de
gallina por la parte trasera de su cuello y brazos.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mark dijo:

—Viene de afuera.

Ella corrió a la ventana y recorrió la cortina justo a tiempo para ver a


Evangeline y Astrid en una carrera hacia la casa. Ambas miraban por encima de
sus hombros en dirección a la fuente del jardín.

La fuente.

Los ojos de Mina se clavaron en ella. Agua de color rosa se derramaba, y algo
flotaba en la superficie.

El cuerpo sin cabeza de una mujer, vestida sólo con ropa delgada.

Sintió a Mark a su lado, sintió su poder y su calor.

—Infiernos—dijo él. —Es Lucinda.

212
El Club de las Excomulgadas

Capítulo 12
Mark siguió a Mina a través de un grupo de agentes uniformados, con el brazo
extendido junto a ella para evitar que la empujaran. Más abajo de la sala, el estudio
de Trafford estaba cerrado tan herméticamente como una cripta.

—Por aquí mi lady. Por favor—El Comisionado Adjunto Anderson de la


Policía Metropolitana extendió su mano hacia la sala amarilla. Después de que
entró, los siguió y tiró de las pulidas puertas cerrándolas. Durante la noche, las
paredes color amarillo sol y las cortinas y muebles tapizados parecían haber
tomado un tono chillón.

Anderson los guió con una mano, indicando unas sillas arregladas cerca de las

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ventanas. Hacia la calle, Mark vislumbró la fila de carros de policía, y una acera
ancha con sombreros de copa negros flotando y jugadores, un conjunto curioso.

—Lord y lady Alexander, gracias por su paciencia. Era, por supuesto,


importante que habláramos primero con Lady Astrid y Lady Evangeline, quienes
descubrieron primero el cuerpo, además del desafortunado Lord Trafford.

Mark levantó la mano asegurando.

—Todo está bien.

Lo que era mentira, una maldita mentira. Mark no estaba muy bien. Desde el
momento de que el cuerpo sin cabeza de Lucinda había sido encontrado en la
fuente, la casa había caído en un estado de histeria. Mina se había dividido entre
dos chicas incoherentes, llorando, temblando y la pálida cara de Lord Trafford,
quien recién había regresado de un paseo por la mañana en Row cuando el cuerpo
de su esposa fue descubierto.

Mark, por su parte, había salido con una sábana y cubierto el cadáver de la
condesa y lo había movido, llevándose la cabeza de los ojos curiosos de los

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sirvientes boquiabiertos de las ventanas del piso de arriba. Curiosamente, su cuerpo
se veía y olía, como si hubiera estado muerta por semanas.

Después había convocado a las autoridades, porque, maldita sea, no tenía otra
opción dada la disposición extravagante del cuerpo. En medio de esa locura no
había tenido tiempo de hablar con Mina a solas.

Así que no fue con gran confianza a esa entrevista con el sangriento
Comisionado Adjunto de la maldita CPDI, sabiendo que su esposa podría muy
bien apuntarlo a él como el maldito asesino. Desde que habían dejado su
habitación sobre el jardín, ella ni una vez lo había mirado, y sus pensamientos
internos habían permanecido contundentemente cerrados, como si ella tuviera
miedo de confiar en alguien, especialmente en él.

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Anderson los instruyó gentilmente.

—Por favor tomen asiento. Sé que todo esto debe ser extremadamente
preocupante sobre todo para su Señoría.

Mina asintió, sus mejillas estaban desprovistas de sus colores habituales.

—Gracias.

Ella se sentó en un sillón. Sus manos retorcieron un pañuelo de lino en su


regazo.

Mark se situó detrás de ella, con sus manos descansando sobre la curva del
respaldo de la silla.

—Prefiero estar de pie, si está de acuerdo.

El comisionado asintió. Él también permaneció parado.

—Como ya me presenté anteriormente en el pasillo, soy Robert Anderson,


Comisionado Adjunto de la Corte Penal del Departamento de Investigación de

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Scotland Yard. Aunque no estoy acostumbrado a participar en el día a día de las
investigaciones actuales de la policía, debido al alto perfil de esta trágica y
perturbadora muerte, siento la necesidad de involucrarme a un nivel muy personal.
Como ustedes probablemente saben por los periódicos, ha habido una serie de
desagradables descubrimientos a lo largo del Támesis durante la semana pasada.
Debido a la violencia poco común de la muerte de Lady Trafford, debemos estar
absolutamente seguros que los incidentes no tienen relación alguna.

No era una sorpresa que Anderson tuviera un especial interés en el asesinato de


Lucinda. Su predecesor, Sir Charles Warren, había sido obligado a renunciar a su
puesto después de perder la confianza de la ciudad por la manera en que había
manejado la investigación sobre los asesinatos de Jack el Destripador. Ciertamente
Anderson no deseaba tener un asesino similar rondando por todas partes.

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El comisionado adjunto extendió sus manos con gracia.

—Dicho esto, espero que entiendan que esta entrevista no implica en absoluto
que estén bajo sospecha. De hecho, en este momento ni siquiera estamos seguros
que estemos tratando con un asesino... y le voy a explicar ese comentario en este
momento. Pero para tener una educada resolución, debemos hablar con todos los
presentes anoche en el edificio—Anderson cruzó sus brazos—Tengo entendido que
los dos se casaron ayer.

Mina asintió.

—Si comisionado, eso es verdad.

La mirada de Mark se asentó en la brillante y oscura corona de la cabeza de


Mina. En algún momento de la noche se había quitado el anillo de su madre, algo
que lo había herido más profundamente de lo que podría haber esperado.

Anderson continuó.

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—Por favor acepte mis felicitaciones por su boda, pero también mis simpatías
porque una ocasión tan feliz haya sido oscurecida por los terribles descubrimientos
de esta mañana.

—Gracias—respondió suavemente Mina.

Anderson era pulcro, de maneras tranquilas, pero profundamente observador


con los ojos. No había duda que el comisionado tomaría nota de cada expresión
facial y gestos reveladores.

Percibía hasta la más mínima inflexión de voz, y trataba de convertirla en


alguna pista, sin importar cuán leve fuera, trataba de descubrir la verdad detrás de
la muerte de Lucinda.

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—Ahora si pudiera compartir conmigo…—la voz del comisionado se suavizó.
— ¿Cuándo fue la última vez que vieron a su señoría viva?

Mark respondió.

—Ayer, en nuestra boda. Fue pequeña, privada... sólo la familia, aquí en la


casa.

Mina asintió.

—Tuvimos un almuerzo después de la ceremonia, y luego partimos a nuestra…


a nuestra luna de miel—su voz fue ronca al pronunciar la última palabra. Mark se
estremeció por dentro. No podía ni quería cambiar la forma despiadada en que la
había perseguido, pero lamentó el dolor que le había causado.

— ¿Todo parecía estar bien con Lady Trafford, entonces?

—Si—respondió Mark.

Mina asintió.

— ¿No había problemas entre ella y su señoría?

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El Club de las Excomulgadas
—Ninguno en absoluto—respondió ella.

Los ojos de Anderson se estrecharon.

— ¿Ninguno de ustedes oyó algún rumor de….apuestas de juego o deudas?

—No.

— ¿Infidelidades?

—No señor—respondieron al unísono.

El comisionado Anderson recogió sus notas del aparador de caoba y


rápidamente las revisó.

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—Entiendo que, como acabamos de compartir, los dos salieron a su viaje de
luna de miel ayer a bordo del yate de Lord Alexander... y en realidad, sé que es
verdad porque su partida y fotos están en los periódicos de esta mañana.

Debajo de su cuaderno de notas sacó un diario, doblando el marco de varias


fotos. Anderson entregó a Mina el papel. Mark miró por encima de su hombro.

El fotógrafo había capturado su cara en su forma más hermosa y optimista. La


sombra de su sombrero ocultaba la de él.

Anderson continuó.

—Obviamente, a medida que se ponían en marcha, algún tipo de percance los


obligó a abandonar sus planes y volver aquí a la casa.

Mark ofreció:

—Uno de los motores se estropeó.

Anderson borroneó unas pocas líneas.

— ¿A qué hora llegaron?

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—Fue muy tarde antes de que el yate finalmente fuera remolcado hasta el
muelle—respondió Mark—No regresamos a la casa hasta quizás… la una de la
mañana.

—Aproximadamente—confirmó Mina tranquilamente. —Aunque no puedo


específicamente decir que tomé nota de la hora.

—Una vez que regresaron, ¿Visitaron a Lord Trafford o a su señoría? ¿A


cualquiera de sus hijas?

—Aún no habían regresado de sus compromisos de la noche—Mark apoyó su


mano en el respaldo de la silla. —Fuimos recibidos solo por los sirvientes. Mi
esposa y yo nos retiramos directamente para la noche.

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—Me dijeron que su ventana da al patio. ¿Alguno de ustedes oyó algún ruido
peculiar en la noche que pudiera haber indicado violencia o la eliminación de un
cuerpo?

Negaron.

El comisionado se frotó la barbilla.

— ¿Y alguno salió de la habitación en algún momento de la noche?, ¿por una


botella de vino para celebrar? ¿Un viaje nocturno a la cocina? ¿Alguna cosa?

—Señor, sí puedo decir algo—dijo Mina.

Mark se tenso, preparándose para lo que ella pudiera decir.

El comisionado Anderson asintió.

—Por supuesto, señora. Por favor hable libremente.

La expresión de Mina, aunque solemne, parecía totalmente tranquila. Su


mirada no vaciló con la del comisionado.

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El Club de las Excomulgadas
—Anoche fue nuestra noche de bodas. Estoy segura que entenderá, cuando
digo más enfáticamente que mi marido y yo estuvimos juntos toda la noche, por
razones que debe seguramente entender, no fuimos consientes de nada que saliera
de nuestra habitación, ni salimos hasta esta mañana cuando oímos los obvios
sonidos de perturbación afuera.

¿Mark se imaginó cosas o Anderson se ruborizó en realidad? Infiernos, él sintió


un similar calor en sus mejillas, pero inspirado por el placer de la esperanza. Tal
vez las cosas con Mina no tenían daños irreparables.

Anderson inclinó la cabeza y levantó las cejas hacia Mark felicitándolo en


silencio. Él emitió una sonrisa ronca.

—En ese sentido, creo que la entrevista ha concluido. ¿Tienen alguna pregunta?

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Curioso Mark preguntó.

—Hace un momento no estaba seguro de que la muerte de la condesa fuera un


asesinato. Vi el cuerpo poco después de su descubrimiento. ¿Qué quiso decir con
eso?

Anderson apretó sus labios.

—Este es un caso peculiar—Miró con consideración hacia Mina.

—Por favor hable con franqueza—lo alentó en voz baja.

—Bien... —Anderson arrugó el ceño—Por la condición del cuerpo, parece que


ella ha estado muerta desde hace bastante tiempo.

Mina respondió.

—Bueno todos la vimos ayer. Ella era la imagen de la salud.

Él asintió.

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—El doctor Bond, el cirujano de la policía, tendrá que examinar el cuerpo, por
supuesto, pero debo decir… dada la falta de explicación o motivo del asesinato y la
condición de deterioro del cuerpo de su señoría, estoy empezando a creer que lo
que tenemos en manos aquí es algún tipo de enfermedad poco frecuente de
deterioro. Es casi como si el hueso y la carne que tenía el cuello... se hubieran
derretido.

Mina tosió sobre su pañuelo.

Mark abrió los ojos.

— ¿Cree que...una enfermedad hizo caer su cabeza?

Anderson asintió.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


— ¿Ha visto las gallinas o los gansos cuando sufren de una enfermedad de
cuello flácido?—giró su dedo índice en dirección a su cuello. —Tal vez esto sea
alguna extrema mutación humana de similar naturaleza—Cruzó sus brazos y se
acarició la barbilla. —Es una posibilidad terrible, pero ciertamente no contagiosa,
además hubiéramos oídos de otros casos de muerte similar.

Mark asistió a Mina para que se levantara de la silla.

—Mi esposa y yo habíamos planeado salir de la casa Trafford hoy, ¿Será eso
posible?

Anderson sacó una tarjeta del bolsillo de su chaleco y se la extendió a Mark.

—Cuantos menos civiles transiten, menos tendremos para enturbiar la


evidencia. Hemos pedido a Lord Trafford que conserve sólo el mínimo de personal
hasta este momento. Solo tiene que mandar unas palabras a mi oficina una vez que
se haya instalado en otro lugar, en el caso de que debamos contactarlo para
preguntas adicionales.

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El Club de las Excomulgadas
No había evidencia en el barro. Ni rastro. Solo una maloliente, sin cabeza
Lucinda.

Había sido decapitada en otro lugar por una hoja de plata Amatanthine, y su
deteriorado cuerpo depositado a propósito en el mismo terreno. Sin duda, era un
trabajo hábil de su gemela.

Mina se levantó de la silla.

—Gracias comisionado.

Una hora más tarde, después de que Mina había dicho adiós a la familia, dos
oficiales se empujaron detrás de una aglomeración de espectadores que se habían
reunido a curiosear en la acera frente a la casa.

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—Retírense—gritó uno—Den espacio, den espacio.

De repente, Mina se detuvo en las escaleras y miró a la multitud. Mark se


inclinó llevando su brazo protectoramente alrededor de su hombro.

— ¿Qué es eso?

El ligero toque contra su codo le concedió a Mark la visión de un hombre... un


hombre guapo de pelo negro con furiosos ojos verdes.

Los hombros de Mina se juntaron, en un leve rechazo a su toque, y ella


continuó hacia el carruaje. Mark miró por encima de la multitud para ver a un
hombre alto, de anchos hombros en un traje negro y sombrero de copa dando
zancadas alejándose. Le tomó un momento identificar sus celos enfermizos,
experimentando una sensación de agua fría en las venas. Desconcertado la siguió
hacia el vehículo y se sentó en el asiento opuesto a ella. A pesar de la tentación de
demandarle la identidad del hombre y su relación con ella, Mark rechazó el papel
de amante celoso y habló de la segunda cosa importante en su mente.

— ¿Por qué le dijiste al comisionado que estuvimos juntos toda la noche?

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Ella miraba por la ventana afuera. Pronto el coche se mecía con el movimiento,
y el revuelo de rostros desapareció.

—Tú no mataste a Lucinda. Me dijiste que la perdiste en la ciudad. A menos


que me hayas mentido.

—No, no lo hice.

— ¿Quién la mató?

—Tengo mis sospechas.

— ¿Hay más como tú allá afuera?.... ¿Más...inmortales?

—Sí.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


— ¿Cuántos?

Él se encogió de hombros.

—No tantos como antes. La mayoría permanece dentro de la protección de las


fronteras del Reino Interior.

—El Reino Interior…—Ella susurró.

—Otra dimensión de existencia, aquí en la tierra. Es hermoso ahí.

Mirándolo cansada, apretó los dedos enguantados en su sien.

—Pero tú estás aquí en esta dimensión… ¿para cazar almas? ¿Cómo las
llamaste antes?

—Para Trascender almas. Si. Almas malvadas. Almas débiles. Mortales


peligrosos quienes no merecen nada menos que una muerte eterna.

Ella le lanzó una mirada a su mismo nivel.

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El Club de las Excomulgadas
—Y si no encuentras los pergaminos…

—Es correcto—asintió—con el tiempo me convertiré en uno de ellos. Pero eso


no va a suceder, porque...

—Tendrás tu deseo—interrumpió ella en voz baja.

— ¿Qué deseo es ése?—su deseo, en ese momento, era que ella lo mirara en la
forma que lo había hecho antes. No de la manera fría y distante en que actualmente
lo consideraba. Su ropa oscura, recatada se burlaba de él, escondiendo la
combinación precisa de piel pálida y femeninas curvas que él había llegado a
desear. Con esos límites, su delicada fragancia jugaba con su nariz, mofándose de
que solo pudiera mirarla pero no tocarla.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Ella se acercó y apuntaló su sombrero.

—No tengo idea de donde está mi padre, pero… pero… estoy segura que
contigo como incentivo, con el tiempo hará acto de presencia. Estoy colgada con
los dedos de mis pies sobre un pozo de fuego ¿No?—ella se rió bajo con su
garganta, aunque el humor no llegó a sus ojos marrones. —Pero tú, sí. No tengas
miedo. Estoy segura que es solo cuestión de tiempo.

— ¿Y luego qué? ¿Una vez que lo encontremos?

Ella cruzó sus manos sobre su regazo.

—Ustedes dos podrán irse y hacer cualquier cosa que deseen. Leer los
pergaminos. Recuperar los artefactos. Salvar el mundo a través de su conocimiento
compartido. Admirándose mutuamente uno al otro. No me importa. Solo que
ambos…

—Mina.

Ella sacudió su cabeza, en indicación de que no quería escuchar nada de lo él


tuviera que decir.

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—Solo que ambos me dejen en paz.

Él se puso rígido y cerró los ojos.

—No.

—He tenido aventura suficientes para una vida, gracias, y he terminado con
ellas. No pedí esto. De ti. Sólo quiero…si, una vida. Una aburrida y pequeña vida
feliz.

—No te dejaré sola—respondió él con dureza. —Me casé contigo ayer.

Una súbita humedad iluminó sus ojos.

—No digas eso.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mark sólo pudo sentir alivio al ver las lágrimas de ella... alivio de que sintiera
algo por él, incluso si ese algo era miseria. Con un irritado gesto, ella parpadeó y
señalo con un dedo enguantado el rabillo de su ojo.

—Oh me has hecho llorar. No soy del tipo de mujer que llore.

—Entonces ¿Por qué estas llorando?

—Ni siquiera me mires.

Mark se sentó rígido sobre el banco, con sus hombros hacia atrás y el sombrero
en sus manos.

—Tienes todo el derecho de estar enojada, Mina. Te mentí.

—No entiendes—ella se centró en el techo de la cabina. Justo encima de su


cabeza. Pero entonces su mirada cayo sobra la de él. —No estoy enojada. ¿Cómo
puedo estarlo? Te dije mi parte de mentiras, así que ¿Cómo puedo emitir un juicio
sobre ti por hacer lo mismo? Me doy cuenta que no habrías tenido que hacer todo

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ese extravagante esfuerzo de acercarte a mí a menos que los pergaminos no fueran
tan importantes para ti.

—Entonces… ¿Por qué no me dejas acercarme?

Ella suspiró y respiró hondo varias veces.

—Por favor entiende que estaba muy impresionada contigo…—ella le ofreció


una fracturada sonrisa—deslumbrada incluso pero…

— ¿Qué Mina?

Una solitaria lágrima recorrió su mejilla.

—Perdí a mi marido ayer en la noche.

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—No, no lo hiciste—Él se lanzó a través de la cabina para sentarse a su lado,
tan cerca que su muslo aplastó firme el de ella, a través de la seda y las enaguas. Su
sombrero desechado cayó al suelo. Él levantó su mano para borrar su lágrima,
haciendo que se fuera.

—No lo hagas—ella sacudió su rostro, y con un empuje de sus delgados brazos,


huyó al otro lado, tomando el espacio que él acababa de abandonar. Su falda negra
estaba enrollada como una negra cola de sirena alrededor de sus pies.

Él podía hacer eso bien, hacer que su tiempo juntos fuera suficiente.

—No lo niego Mina... me proponía llegar a tu padre. Pero yo elegí casarme


contigo— insistió, enojado de que incluso con esa proximidad, ella se resbalara de
su agarre. —Porque quiero estar casado contigo.

—Pero yo no quiero estar casada contigo—insistió, con los ojos muy abiertos y
vidriosos. —No ahora, ya no.

La tráquea de Mark se tensó. Siglos de recuerdos antiguos se arrancaron como


garras en su pecho.

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El Club de las Excomulgadas
Ella susurró.

—Quiero niños. Quiero un marido que pueda envejecer conmigo. Quiero


lápidas una al lado de la otra que digan “Amada esposa y amado esposo” ¿Puedes
darme eso Mark? Quizás seas inmortal, pero no puedes darme el para siempre. No
de la clase de para siempre que yo quiero.

Él la miró. Podía darle protección, riquezas, placer sensual. Pero no…. no


podía darle la clase de ‘para siempre’ del que hablaba.

—Así que sí, Mark, ya ves…. perdí a mi marido ayer por la noche—sus
oscuras, puntiagudas y húmedas pestañas bajaron contra sus pálidas mejillas. —Y
me he quedado contigo en su lugar.

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Me he quedado contigo en su lugar… la elección de sus palabras lo hirió
profundamente.

Las defensas de Mark salieron en forma de rabia latente en la boca de su


estómago. No era la primera vez que le habían dicho que no era lo suficientemente
importante, que no valía la pena amarlo. Su propia madre había elegido morir para
estar con su amado por encima de él. No había habido una diferencia para un niño
de diez años del hombre que había sido su padre. Él había pasado su existencia
inmortal trabajando para sofocar el recuerdo y el dolor. Había encontrado
satisfacción en los brazos de un sinfín borroso de mujeres... reinas, cortesanas y
famosas bellezas, pero siempre, siempre había dejado su corazón entero e intacto,
para demostrar que era él quien tomaba la decisión de irse. Estaría condenado si
dejaba que Willomina Limpett, hija de un profesor, lo echara fuera.

Mina miró los cambios en la cara de Mark, y por primera vez, realmente le
temió. La gentileza había dejado sus rasgos. Sus pómulos y mandíbula se pusieron
tensos y duros en los bordes. Sus ojos celestes estaban fríos y brillantes. ¿Lo habían
golpeado tan profundamente con sus palabras?, ¿Podría ser posible que le importara
más profundamente de lo que ella se había imaginado? ¿Cómo? ¿Cuando ella no
podía ser más que un borrón en el paso del tiempo para él?

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El Club de las Excomulgadas
El carro giró, viajando en un corto medio arco. Sus cuerpos se balancearon con
el movimiento. Mina parpadeó la humedad de sus ojos y miró afuera por la cortina
de la ventana. Había estado tan centrada en el conflicto, que no era consiente
exactamente de su ubicación, pero parecía estar en algún lugar de Strand cerca del
terraplén del Támesis. El vehículo retumbó deteniéndose en un patio con sombra
de la estructura de una torre oculta por andamios y pesadas cortinas de lona. Piedra
gris se asomaba por debajo. Jardines exteriores y pasillos parecían muy nuevos,
como si hubieran sido recientemente instalados.

— ¿Dónde estamos?—pregunto ella con cautela, imaginando el lugar para ser


abandonada. Pero justo entonces, un portero vestido con un original negro,
sombreo y guantes, se acercó desde la entrada.

—En el hotel Savoy—respondió Mark fríamente. —Estaremos aquí unos días

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


hasta que la casa esté lista.

— ¿Tienes una casa?—Creía que el Thais era su única residencia.

—Tenemos una casa.

Su corazón se estremeció, oyendo el énfasis de sus palabras. En voz baja reiteró


su anterior decisión.

—Te lo acabo de decir, Mark. No hay un nosotros.

Le puerta se abrió. Mark tomó su sombrero del suelo y salió. Sin mirarla, le
extendió la mano enguantada. Ella miró desde el interior, y por un momento
consideró negarse a reunirse con él.

Él respiraba agitadamente, y entrecerró los ojos.

—Puedes caminar…o puedo cargarte.

Los latidos del corazón de Mina se aceleraron, y su nuca se apretó. Era obvio
que la batalla entre ellos acababa de empezar, y no dudó ni por un segundo que el

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El Club de las Excomulgadas
haría lo que le había dicho, la promesa estaba en sus ojos sin fondo. No tenía
ninguna otra opción excepto la casa Trafford, ciertamente no tenía ningún deseo de
volver.

Admitía que se sentía segura bajo la protección de Mark... a salvo de todos


menos de él.

Ella agarró la cadena de plata de su bolso y se paró en la escalera. Se apoyó


firmemente en la mano de él. Inclinando su cabeza hacia arriba evaluando el
edificio, preguntó:

—Este hotel no está abierto aún ¿Verdad?

Asistentes adicionales del hotel aparecieron, todos moviéndose en dirección del

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


carro que tenía sus baúles. El portero ladró órdenes.

—Pronto—gruñó Mark. La ayudó hasta que estuvo parada a su lado. Su


sombra se la tragó. Él parecía haber crecido. Más grande. Más peligroso.

La idea de estar en un edificio así de grande, a solas con él la puso nerviosa.

—Entonces ¿por qué estamos aquí?

Su brillante mirada azul barrió sobre ella, desconcertantemente rapaz.

—Porque aquí, nadie oirá tus gritos.

Su mano abierta y firme en la parte baja de su espalda, la llevó por el camino.


Ella tuvo que alargar la zancada para mantenerse junto a él.

El calor picó sus mejillas.

—Eso no es divertido.

Tirando de la estrecha puerta, él sostuvo el panel con su espalda. Mirándola


depredadoramente mientras ella caminaba a través de ella.

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—No estaba tratando de divertirte.

Para su alivio el interior del Savoy no consistía en andamios o pilas de basura


de construcción. Juntos Mark y ella viajaron sobre un mar de azulejos negros y
blancos.

Todo olía a nuevo y caro. Gruesas columnas de madera soportaban el alto


cielo, el cual estaba muy tallado y decorado con escenas de algunos lugares, y
murales pintados en los demás. Sombras de aparatos eléctricos proveían la cantidad
ideal de luz ambiental.

Lo más interesante, sin embargo, era la fila de diez hombres vestidos de levita
parados hombro con hombro, con sus manos a los lados, obviamente esperándolos.
Un caballero de corta estatura y barba salió del resto y se abalanzó con las manos

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abiertas.

—Lord Alexander—sonrío con picardía. —Cuán emocionado estuve cuando


recibí su nota.

Mark asintió bruscamente, con su expresión no menos peligrosa que antes. A


Mina le dijo:

—Este es el señor Richard D’Orly Carte, gerente del teatro Savoy y un hotelero
extraordinario—Inclinó su cabeza hacia el activo caballero y continuó—D’Orly
Carte permítame presentarte… a mi esposa.

El hombre no parecía preocupado para nada porque Mark había gruñido las
dos últimas palabras.

Más bien, sonrió con placer, y con ojos desorbitados y boca abierta, evaluó a
Mina con mucho entusiasmo, como si fuera la Venus de Milo vuelta a la vida. Ella
se sonrojó ante la intensidad de su admiración, pero sospechaba que estaba bien
instruido en el arte de cortejar.

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El Club de las Excomulgadas
—Un placer, Lady Alexander—dijo efusivamente D’Orly Carte, haciendo un
clic con los talones y haciendo una profunda reverencia. Le tendió la mano y
después de que ella le puso la suya dentro, bajó la cabeza y presionó un beso en la
parte trasera de su guante. —Qué agradable sorpresa fue saber que nuestro
financiero favorito se había casado. Nadie estuvo más sorprendido que yo al ver las
noticias en el periódico esta mañana. Al verla, puedo ciertamente entender la
decisión de su Señoría de poner fin a su gloriosa carrera de soltería. La maldición
de fallarle el motor de su bote, claramente tenía intención de haceros pasar su luna
de miel aquí, en el Savoy—Sonrió—Yo, por mí mismo, no puedo pensar en un
lugar más grande.

Teniendo en cuenta su comportamiento, Mina concluyó que el todavía no


sabía lo del asesinato que estaría en todos los periódicos al día siguiente. ¿Cómo

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uno podía compartir noticias de un asesinato? ¿De la cabeza de alguien cortada?

Ella decidió dejar a Mark sobre la materia.

Él no dijo nada.

—Estaremos aquí dos o tres noches solamente, hasta que nuestra residencia
esté preparada—Frunció el cejo ante la fila de hombres que todavía estaban
parados a unos metros de distancia, como una hilera de congelados y sonrientes
pingüinos. — ¿Qué es esto?

D’Orly Carte miró para atrás.

—Lo usamos para práctica. Tenía al portero mirándolo como si fuera el


príncipe regente mismo. Al pulsar el timbre de la realeza todos nosotros nos
mezclamos en nuestros lugares—sonrió con orgullo. — ¿No se ven muy
inteligentes? Debemos estar preparados. Es cuestión de tiempo antes que Su Gracia
pase por esa puerta.

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El Club de las Excomulgadas
Llevándolo hacia adelante, D’Orly Carte les presentó a cada miembro del
personal por su nombre y posición, y los despidió para que siguieran adelante con
su tareas.

Mark preguntó:

— ¿Tenemos a Cesar Ritz a bordo como director todavía?

—Él insiste que no está interesado. Señor, pero—el hotelero le guiñó un ojo—
Su carta pareció haber funcionado mágicamente. Está de acuerdo en venir a la
inauguración.

—Se quedará—Mark dedicó una sonrisa apretada. — ¿Tiene una llave para mí?

D’Orly Carter sacó una llave etiquetada del bolsillo de su chaqueta y se la

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entregó. Mina clavó la vista en el traspaso. Mark apretó el puño alrededor de la
llave.

— ¿Se acuerda de cómo funciona el elevador, su señoría, o debo llamar a un


operador?

—Lo recuerdo.

Sin más simpatía, Mark llevó a Mina hacia una ancha fila de escaleras
descendientes.

Ella se lamió el labio inferior, sintiéndose como una gacela que se arrastraba a
ser mutilada por un león hambriento. Suponía que podía arrojarse a la misericordia
de D’Orly Carte, pero dada su aparente adoración por su “esposo”, se imaginó que
sólo llamaría a un equipo de asistentes para ayudar en su secuestro. Reconocía
también en su corazón con preocupación que no confiaba en si misma a solas con
Mark. Su yo racional estaba en pánico con la idea de dejar la seguridad de otros...
pero la aventurera en ella estaba sin lugar a dudas curiosa sobre lo que vendría
después.

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El Club de las Excomulgadas
Un puñado de escalera abajo, y llegaron a un gran hall de entrada. Las puertas
del elevador abiertas le revelaron a Mina la más elevada habitación perversamente
extravagante que jamás había visto, adornada de pared a pared con paneles lacados
de color rojo y acentuado por volutas de oro. Una especie de vertiginoso pánico
estalló en su pulso. Mark se quedo a un lado, en silencio, mirando…esperando que
ella entrara.

—Esa llave es para la suite, ¿cierto? No entraré a menos que tengamos dos
habitaciones—ella insistió en voz baja. —Dormitorios separados.

Incluso ahora, los recuerdos de su cuerpo desnudo, tendido en las sábanas


pálidas, la asaltaron.

Mark se encogió de hombros.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—No hay escasez de habitaciones.

Mina asintió. Reforzó su valor y entró, ocupando un lugar contra la pared


posterior. Él la siguió adentro. La puerta se cerró suavemente detrás de él,
delineándolo en carmesí.

—Pero no me casé contigo para dormir en camas separadas.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 13
Sus ojos se ensancharon.

—No me estas escuchando—insistió ella con voz firme y fuerte. —Se acabó,
Mark. Esta farsa de matrimonio ha terminado.

—Por un nuevo comienzo, entonces—Sus ojos tenían una mirada oscura y


malvada.

El suave siseo del sonido hidráulico, y la presión alzándose debajo de sus


plantas anunció su ascenso. Ella se quedó atrapada en cuatro inicuas y escarlatas
paredes con el más bello, y tentador hombre que jamás había conocido.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Ven aquí.

—No.

Pero ella lo deseaba. Como una flor, con toda la superficie frontal de su cuerpo
despierto hacia él, como si fuera un brillante y sensual sol. Ella se tambaleó hacia
atrás, presionando sus hombros al panel de la muralla como si con ese mero
esfuerzo, pudiera anclarse y no arrojarse a los brazos de él. Porque, maldición,
quería sentir la presión de él contra ella.

Quería darle un beso y ver desnudo hasta lo último de él. Quería experimentar
todo su espectacular calor, su fuerza y su ardiente deseo.

Golpeó con su bolso el centro de su pecho.

—Maldito seas.

Los ojos de él se pusieron blancos, y sus labios se apretaron.

Ella juntó sus manos sobre su cara.

233
El Club de las Excomulgadas
—Por favor. No hagas esto. Me estás haciendo muy miserable.

Su pie sonó contra la alfombra, y luego todo se oscureció como si su sombra


cayera sobre ella.

No…no….no…

Manos grandes y cálidas la cubrieron….inclinándose sobre su cara, casi ásperas


en su agarre.

El condimento de su piel llenó su nariz.

— ¿No lo ves? No puedo detenerme—jadeó él.

Entre el marco triangular de sus manos juntas, sus labios descendieron hacia

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ella. Mina mantuvo los ojos cerrados. Era más fácil de esa forma, pretender por un
momento que él no era real, que todo era alguna oscura y prohibida fantasía.

Oh si, por favor. Más.

Sus labios se separaron con un suspiro. Él inclinó su boca y profundizó el beso.


Su lengua se movió sobre sus labios y dientes en una caricia caliente y posesiva.
Todo dentro de ella le dolió, se regocijó. Como una llave secreta, sus palabras y su
beso habían abierto su resistencia, y su corazón.

Él la había lastimado.

Ella se retorció lejos, presionando su frente febril contra el frio panel. Sus
brazos, sus hombros alrededor de ella, se sentían una asfixiante y perfecta prisión.
Húmedos y calientes besos cayeron sobre su cuello. La fricción de su boca y barba
crecida de la mañana forjaba una seducción en sí misma, enviando un remolino de
calor a través de su pecho, a sus pechos y a sus pezones. Su lengua jugó en su piel,
nuca y lóbulos de las orejas. Instintivamente ella presionó sus nalgas contra su
ingle. Él se deslizó contra la cresta hinchada y dejó escapar un gruñido bajo. Los
ojos de Mina rodaron de placer.

234
El Club de las Excomulgadas
Atrapada entre Mark y la pared escarlata, Mina se quejó, odiando y amando su
toque, todo a la vez. Su tamaño y potencia la abrumaba. El olor de su piel y aliento
llenaron su nariz y boca, embriagándola. El adolorido, pesado punto entre sus
piernas creció en calor y humedad.

Él capturó sus muñecas y las presionó a ambos lados de su cabeza, en contra de


la laca. Deliciosamente sus manos se movieron tanteando, bajo sus brazos, sobre
sus pechos con reconocimiento, en un masaje circular a través de la seda negra y
del corsé. Su piel siseó contra la seda. Los sonidos de sus rápidas y mutuas
respiraciones se mezclaron en una secreta y elemental canción. Los dedos largos se
deslizaron entre los tres primeros botones de su blusa a través de sus agujeros, y su
mano se deslizó hábilmente dentro apretando su hinchado y dolorido pecho.

—Creo…—gruñó ella.

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— ¿Crees que?—murmuró él contra su cuello.

—Creo que te odio.

Ella había querido decir las palabras también. Y por supuesto, al mismo tiempo
no lo hacía.

Una vez más, por las muñecas, él la obligó en torno con la presión de su
cuerpo, de su pecho y de su rodilla entre sus muslos, fijándola a la pared.

—Puedo vivir con eso—sus rasgos eran tensos, con halos de color púrpura
llenando su visiones. El resto era una sensación: el aire frío contra sus tobillos con
medias; su respiración, cálida y fuerte contra su expuesta parte superior del pecho.
El gancho de su cadera contra la de ella, presentándole con valentía su excitación
contra su muslo. Ella se arqueó, igualando su cuerpo contra el suyo, dolorido…
deseoso.

Su mano le tomó la cara.

235
El Club de las Excomulgadas
—No llores, no llores, mi amor—Rozando con su pulgar las lágrimas que no se
había dado que ella había derramado. —Déjame amarte. Voy hacer las cosas bien.

Él se inclinó, arrastrando su labio inferior contra el suyo en una tormentosa


invitación a su boca abierta. Ella avanzó, aceptándolo. Sus dedos marcaron su
cabello, quitándole el sombrero.

Ella no sintió el ascensor. Sólo oyó el deslizamiento de la puerta. Y luego… sus


brazos estuvieron alrededor de ella, alzándola del suelo, contra la rígida pared de su
pecho.

El mundo giró en visiones fragmentadas de un techo de paneles… De un largo


pasillo de puertas…. con poca luz eléctrica. Él la llevó como un botín de guerra
medieval, y oh, ella se lo había permitido, incluso le había gustado. Ella debería

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estar avergonzada al haber cedido tan fácilmente. Pero estaban solos aquí, y no
había nadie para verlo, nadie para castigarla por lo mala que se había vuelto en los
brazos de un inmortal que no era su marido, no realmente, a pesar de los votos, del
clero y de los papeles.

Él abrió la puerta, ingresando a una gran habitación con olor a limpio.


Decorada en azul, crema y rococó. Él la dejó sobre sus pies, y ella anduvo unos
pasos con piernas temblorosas, que apenas la podían sostener. La luz de la tarde se
filtraba a través de la elegante persiana roja y blanca. Él puso sus brazos alrededor
de su cintura, y hábilmente le desabrochó los tres últimos botones de su blusa,
empujándola más lejos dentro de la sala de estar. Tirando de sus puños, él deslizó
la chaqueta por sus mangas y dejó caer la prenda al suelo. El aire frio besó sus
hombros, pero su espalda le quemaba con la presión de la pechera de la camisa de
él. Una vez más, él encontró con su boca ese lugar en su cuello, y ella se convirtió
en cera derretida. Se sentía ardiendo, deliciosamente mutilada. Un tirón en la parte
trasera de su cintura, y su falda cedió.

Él de repente se apartó. Ella oyó el roce de la tela contra su piel. Vislumbró su


espalda. Él se arrancó la corbata de su garganta. Su expresión era dura y sus

236
El Club de las Excomulgadas
mejillas estaban llenas por la pasión. Los ojos que se clavaron en ella, prometían
mucho más de las intimidades que habían compartido en el ascensor.

Perdida. Estas perdida Mina. Una esclava miserable, a menos que lo detengas ahora.

—Espera…—Susurró ella, levantando una mano y tambaleándose hacia atrás.

—No.

Él la acechó, dejando su abrigo en el suelo. Una hábil manipulación de los


botones de la parte delantera de su camisa reveló su firme, vital piel entre su ropa
abierta. Ella apretó su puño en su cadera, dentro de la falda, suspendiendo a la
prenda en ese lugar.

—Quiero hablar algo más primero. ¿Podemos hacerlo por favor Mark?

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—Hablar siempre complica las cosas—él inclino su cabeza. El borde de sus
labios se levantó. —Nunca hablaremos de nuevo. Empezando ahora.

Ella se rió, un trino agudo que no era como ella en absoluto. Mark era tan
gracioso cuando quería serlo. Divertido, aterrador y hermoso.

Su mente le gritó que sólo tenía un arma a su disposición, una distracción digna
de alejarlo de su camino de seducción, una que ella sola era incapaz de detener.

— ¿Tú... verdaderamente me deseas?— Ella jadeó entre sus resecos y tiernos


labios.

Soltando el agarre de su falda, ella empujó la cintura hacia abajo alrededor de


sus rodillas y salió del medio del charco de seda. De pie en su corsé, camisa y
enaguas, retrocedió hacia el centro de la habitación.

—Oh sí—Él la siguió. Su sonrisa se ensanchó, lujuriosa y atractiva a la vez—


Yo verdaderamente… realmente te deseo.

Ella sonrió.

237
El Club de las Excomulgadas
—Creo que tengo algo que podrías desear más.

La parte de atrás de sus piernas chocaron contra algo. Fuera de balance, ella se
giró para dar un paso, pero cayó sobre su estómago a lo largo de un diván
rectangular. Así como una pequeña cama.

Que conveniente.

Ella se arrastró, gateando sobre sus manos y rodillas. Una mano grande se cerró
en su tobillo arrastrándola de vuelta.

—Oh—su estómago y pecho se aplastaron contra el brocado a rayas.

Un ruido sordo. El de rodillas detrás de él. Sus manos se deslizaron por sus
piernas, por encima de sus pantorrillas y por la parte trasera de sus muslos cubiertos

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de lino. Él le apretó las nalgas con ambas manos.

—No hay nada…. nada que deseé más.

Mina se giró de espaldas y luego se apoyó en ambos codos.

—Mira bajo mi enagua—jadeó.

—Oh, sí, cariño—. Él rió malvadamente, deslizando sus manos por debajo,
hasta sus medias. —Quiero mirar bajo tu enagua.

—No, Mark—Ella susurró, desesperada por hacerle entender, antes de rogarle


que no se detuviera de todas las cosas maravillosas que estaba haciendo con sus
manos. Ella se puso rígida, mientras la yema de sus dedos cuadrados rozaban las
bandas de sus medias, y más arriba, a través de la desnuda carne del interior de su
muslo. Su espalda se arqueó en el cojín. —Quiero decir que mires. Mira bajo mi
enagua.

238
El Club de las Excomulgadas
Sus ojos se encontraron con los de ella. Él agarró el borde del encaje de la parte
inferior de su enagua. Como la mayoría de las damas, ella llevaba dos. La cabeza
de él desapareció bajo la ropa acolchada de color crudo.

—De la de abajo—le indicó ella sin aliento. — ¿Ves?

—Sí.

Por un largo momento él no se movió.

Ella sintió un tirón, y sintió la resistencia de sus bragas bajos sus piernas.

— ¿Qué estás haciendo?—murmuro alarmada.

Manos se apoderaron de la parte superior de sus muslos. Dos pulgares se

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arrastraron pesadamente a lo largo de su húmeda costura del centro. Su cuerpo
explotó de placer.

—Creo que es obvio—Su respuesta fue amortiguada. La firme presión


convenció a sus muslos de separarse, y el bulto que era su cabeza bajo la enagua,
emergió desde debajo.

Sus manos retorcieron la ropa a ambos lados de su cabeza.

—Pero, pero es Akkadian, Mark—Su cabeza cayó hacia atrás con el primer
golpe audaz de su lengua, un erótico y cómico momento a la vez. Ella rió
tristemente. —Yo… yo… lo copié… uno de los…— él fue más profundo. Ella se
retorció. —Oh, Dios mío. Copié uno de los rollos en mi enagua. ¿No lo ves?

—Gracias—murmuró él, con su respiración clavada contra su carne más


sensible. —Gracias, cariño, pero ya es demasiado tarde. No puedo detenerme. En
este momento te deseo más a ti.

Mark sintió su rendición en la repentina flexibilidad de sus muslos. Ellos ya no


agarraban su cabeza como un tornillo. No importaba qué hubiera querido decir, por

239
El Club de las Excomulgadas
supuesto. Porque en ese momento se dio cuenta de algo más grande que el placer
sensual. Él la necesitaba. Necesitaba estar cerca de ella, perderse en su brillantez,
sólo por la noche, y nadie más serviría.

— ¿No deberíamos ir a la habitación?—susurró ella, sin aliento. —Es tan


brillante aquí. Las persianas están abiertas.

Él pasó su camisa sobre su cabeza, con su deseo chocando con una


aglomeración de encaje, de corsé quitado y con la suave piel contra su pecho
desnudo.

—No, esto es perfecto.

Además, no podía arriesgarse a perder su lugar en ella entre aquí y allá. Una

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


sensual urgencia que no había sentido en siglos -desde que era un hombre mortal- le
ordenó que se apurara.

Él empujó sus enaguas hacia arriba, y las enganchó encima de sus, oh tan
elegantes, muslos y nalgas.

Había tenido la intención de ser más suave, más romántico, pero no podía
esperar. Su sexo se alargó. Él gimió ante la exquisita oleada de sangre. La caliente
punta hinchada subió por encima de la cintura de su pantalón. Él se desabrocho los
pantalones con una mano y exclamó con alivio cuando la carne hinchada cayó
pesada contra su muslo.

Sus ojos se abrieron, y su lengua salió como flecha para mojar su labio inferior.

—Si Mark…. antes de que cambie de opinión.

El frotó su pulgar a lo largo de su rosado, brillante centro, extendiéndola.

Agarrándose el mismo, se deslizó un par de veces por ella, arriba y abajo, sin
entrar, pero luego se metió completamente en ella. Ah, Dios, qué sensación….
húmeda, cálida, cerrándose a su alrededor. Como un erótico primer beso.

240
El Club de las Excomulgadas
—Ahora…—Ella lo urgió en voz baja, levantando sus caderas. Le acarició el
pecho y enterró sus uñas a lo largo de sus músculos bien dibujados de su bajo
vientre. —Vente dentro mí.

Su voz era como de terciopelo. Su hermoso rostro y desordenado cabello


estaban contra el telón de fondo azul a rayas. Sus ojos estaban en blanco. Sus
caderas se sacudieron. Él se empujó entre sus muslos, pero su estrecha rendija le
permitió la entrada solo hasta la mitad del camino. Oh, Dios, deliciosa tortura, pero
el diván. El bendito y hermoso diván… ¿Por qué molestarse con una cama otra
vez? El afelpado cuadrado proveía el perfecto escenario para apoyarse en él. Con
los dedos de los pies en ángulo contrario a la alfombra, maldijo, susurró y alabó. La
gravedad tiró, empuje tras empuje, centímetro a centímetro, él se hundió dentro de
ella completamente. Cuando ella se arqueó, la agarró debajo de su arrugada

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


enagua. Sus manos se extendieron sobre sus nalgas desnudas apoderándose de
ellas.

Presionó su mejilla contra su pecho encorsetado, él se metió una y otra vez,


mientras ella apretaba sus brazos alrededor de su cuello. Sus muslos se apretaron a
su cintura. Ella deslizó sus fríos y delgados pies contra sus nalgas.

—Hay alguien… en la puerta—susurró ella.

Oh, si alguien estaba golpeando. Muy lejos.

—Dejemos… que… espere.

Él se preparó para hacer palanca y perforar dentro de ella, con cada embestida
frenética llevándola a un borde brillante. Estrechas paredes se estremecieron contra
su pene. Ella gimió, agarró sus brazos…. gritó. Ciertamente, quien fuera que
estuviera al otro lado de la puerta la habría escuchado, pero a Mark no le importó.
No podía detenerse. El diván se corrió algunos centímetros por la alfombra de pelo
largo, forzándolo a reajustarse.

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El Club de las Excomulgadas
El cambio de ángulo creó una diferente y firme fricción. Detrás de su ojo un
prisma de colores explotó en mil puntos.

—Oh. S-s-sí. Mina perfecto.

Su pene se sacudió, pulsando. Latiendo en su interior.

Con un gemido, lentamente él se sentó entre sus piernas. No había espacio


suficiente para ellos en el diván. Él se dio vuelta, cayendo primero al suelo. La
arrastró encima de él. El movimiento lanzó su pelo oscuro y sedoso sobre sus
hombros. Él tanteó con sus manos enmarcando su rostro y la atrajo hacia abajo
para un beso. Él levantó la cabeza, gimiendo de placer saciado, y llenó su boca con
su lengua.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Regresando del colapso, él miró el techo.

—Dios, fue incluso mejor de lo que imaginé.

Extendida sobre él, ella habló con voz entrecortada.

—Yo… creo... que no… podré… caminar… hasta la próxima semana.

El sexo había sido delirante, había alterado su mente.

Pero él no había sido su primer amante. Él no tenía derecho a la punzada de


pesar, muy profunda dentro de su pecho. ¿Quién? No quería preguntar. Tal vez,
con el tiempo, ella se lo diría.

Estuvieron tendidos un largo rato, besándose y hablando cosas sin sentido.


Pretendiendo que el mundo era normal. Ella se sentía perfecta a su lado, bajo su
brazo, con su cabeza apoyada en su pecho. Si le daban a elegir, podría estar con ella
sobre la alfombra, junto al diván, por el resto de sus días. Sonrió.

Ciertamente el pensamiento surgía en el post resplandor del sexo, pero…. deseó


que las cosas fueran diferentes.

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El Club de las Excomulgadas
Tic-tac, tic-tac. El reloj seguía corriendo. Él se dio la vuelta debajo de ella y se
inclinó para besarle el hombro. Se puso de pie, tiró de sus pantalones encima de sus
caderas, y le dio la mano para ayudarla a levantarse.

—Echemos una mirada a esa enagua ahora.

Sus manos fueron a su corbata de satín en la parte de abajo de su espalda. Mina


se inclinó y tiró de la prenda hacia abajo y afuera.

—Se suponía que no me tendrías a mí y a la enagua.

—Gracias de todos modos—Le besó la nariz.

A pesar de la intimidad que recién habían compartido, él vio cautela en sus


ojos. Ella aún no confiaba en él completamente. Sin embargo, le entregó su prenda

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


y fue alrededor de la habitación a recoger la suya. Dobló la enagua encima de una
silla, y fue a la puerta, donde miró por el pasillo. El portero había dejado sus baúles
en una fila contra la pared. Él sonrió. El sombrero de Mina estaba encima. Por
primera vez le pareció cómico que su baúl fuera más grande que el de ella, como si
fuera un pavo real que necesitara más ropa. Más cosas. Quería comprarle más
cosas a ella. Cosas de seda. Cosas brillantes. Cosas caras. Suficientes para que
cuando viajaran, ella necesitara diez baúles. Todos grandes como el suyo. Él sabía
que la ropa y las joyas no eran importantes para ella, y suponía que era
exactamente por eso que deseaba mimarla con ellos.

Lo haría también, una vez que se hubiera salvado a sí mismo y al mundo. Él


sería una leyenda entonces. Ella podría ser una con él.

Mark levantó el baúl de ella primero y llevó el suyo después dentro. Una vez
ella encontró su bata, se le unió en el sofá. Fue entonces cuando él le contó todo,
todo de como la había perseguido a ella y a su padre en la India, pero que se había
despertado tres meses después en Londres. También le habló sobre Elizabeth
Jackson, y su presentación con la Novia Oscura.

243
El Club de las Excomulgadas
—No quiero atemorizarte—concluyó él.

—No—murmuró ella, pálida y con ojos grandes. —Quiero saberlo todo. Me


alegro que me lo digas.

Él esparció la enagua sobre el mismo diván donde acababan de hacer el amor.


Entrecerró los ojos.

—Tiene un poco de barro.

—Me he puesto esa cosa por tres meses, recuerda.

— ¿Este es sólo uno de los rollos?

—El primero de los dos que mi padre tuvo en su poder—Confirmó ella. —

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Marcó uno de ellos con una etiqueta. No tuve tiempo de copiar el segundo. ¿Eres
consciente de que el tercer rollo se encuentra en el Museo Británico?

Él asintió.

—He traducido ese.

Sus ojos fueron cálidos con admiración. El pecho de Mark se hinchó. Dios,
amaba a una mujer que encontraba atractiva la traducción de antiguos manuscritos.

—Mi padre tenía la esperanza de hacer lo mismo. Me dijo que el papiro estaba
terriblemente deteriorado.

—Que era un maldito desastre.

Mina miró hacia abajo a sus pies con zapatillas.

—Él estaba tan excitado por conseguir la posición de las antiguas lenguas en el
museo y descubrir el final del rollo que completaba el conjunto de los tres. Incluso
consideró la donación del suyo a su colección. Eran extremadamente raros. Raros
incluso para un rollo de museo.

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El Club de las Excomulgadas
—Porque las tablas del cual fueron copiados no existen más.

—Sí—su sonrisa se desvaneció. —Pero las cosas cambiaron después que el


museo acusó a mi padre de robar la tabla cuneiforme original de la cual se
transcribe el primer rollo.

— ¿Él tomó la tabla?

—Tengo que admitir, que en este momento no estoy segura. Cuando se fue
para un nuevo empleo en Londres, me quedé en nuestra casa en Manchester con la
idea de reunirme con él a mitad del año. Pero poco después de empezar en su
nueva posición, empezó a comportarse extraño. En secreto. Y de pronto, con un
críptico telegrama para mí, partió a Bengala. Cuando la acusación salió del museo,
viajé todo el camino para confrontarlo sobre todo.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


— ¿Sola?

Ella se encogió de hombros.

—El capitán del barco era amigo de mi padre, y yo lo conocía de sus viajes
anteriores, y me sentía bien viajando sola. Conociendo la ciudad, encontré a mi
padre con bastante facilidad. Todavía estaba allí en Kolkata, aprovisionándose para
una expedición.

— ¿Qué te dijo?

—Me aseguró que no había robado nada del museo. En cambio, me habló de
una sociedad secreta de hombres quienes, como él, buscaban los secretos de la
inmortalidad. Pero a diferencia de mi padre, no sólo deseaban descubrir la
existencia de la inmortalidad, querían llegar a ser inmortales. Él temía que
quisieran los pergaminos para sus nefastos propósitos. Eso todo lo que puedo
decirte. Me dijo que era mejor que no supiera todo.

— ¿Podías identificar a esos hombres?

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El Club de las Excomulgadas
Ella negó.

—Él no sabía quiénes eran. Sólo me dijo que lo habían seguido a Londres, y
que habían irrumpido en su habitación en la pensión buscando los manuscritos. Me
siento muy mal ahora, porque dudé de él entonces—Se mordió el labio inferior. —
En ese momento, temí que se estuviera volviendo loco. Él insistió que me fuera.
Que volviera a Inglaterra, pero me negué.

— ¿Por qué fuiste en primer lugar a Bengala, y que pasó allí? Cuando volviste a
Londres, traías una pistola en tu cartera.

Una ligera sonrisa curvó sus labios.

— ¿Cómo sabes eso?

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


— ¿Qué te asustó?—Mark preguntó suavemente. —Y ¿Por qué decidiste fingir
su muerte?

Los ojos de Mina se nublaron.

—Sólo salimos de Bengala. Nuestra expedición viajó al Tíbet, a un templo


cerca de Yang poong, a los pies de los Himalayas. Mi padre solicitó una audiencia
con los monjes residentes.

Mark interrumpió.

— ¿Qué tenían que ver los monjes con todo esto?— El origen de los rollos eran
de la antigua biblioteca de Alejandría. Eran copias de tablas Akkadian. Esos son
artefactos de Egipto y Persia. Estaban en un sitio completamente diferente del
mapa.

—Me pregunté lo mismo—Mina apoyó las manos sobre las rodillas. —Fui con
mi padre al templo, y él les mostró los rollos.

— ¿Qué pasó entonces?

246
El Club de las Excomulgadas
—Bien…—Ella se deslizó de su asiento, claramente emocionada con el
recuerdo. —Primero que todo, empezaron a tocar inmediatamente el gong. Una y
otra vez. Y luego le dieron a él las barras de desplazamiento.

—Espera un minuto—Mark entrecerró los ojos— ¿Barras de emplazamiento?

—Sí. Mi padre tenía dos papiros. Dos rollos, pero no barras. Le dieron cuatro
barras de marfil, dos para cada rollo—Ella dobló las rodillas sobre el sofá y las
rodeó con sus brazos. —Y ahí, Mark, fue cuando los problemas empezaron.
Nuestra primera noche de vuelta en el campamento, una espesa niebla se asentó
sobre la ladera de la montaña. La niebla es común en el Tíbet, por supuesto, pero
esta niebla susurraba. Los bengalíes que habíamos contratado para transportar
nuestras pertenencias en la montaña se pusieron frenéticos.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—No tienes que convencerme—le aseguró Mark. —He vistos cosas extrañas.
Te creo.

Mina tocó con sus dedos sus labios.

—A la mañana siguiente, encontramos el cuerpo de uno de nuestros bengalíes


en el fondo de un barranco. Nuestro guía inglés, el teniente Maskelyne, dijo que
debió haber vagado en la oscuridad, pero por lo que me dijo mi padre, el cuerpo del
hombre había quedado destrozado malamente. Demasiado destrozado por las
heridas que habría tenido por una simple caída. La noche siguiente, nuestro guía
nativo desapareció. Si nos abandonó por miedo o por un destino peor, dudo que
alguna vez lo sepamos. La noche siguiente perdimos más hombres.

— ¿Y por eso tu padre te dejó?

Ella asintió.

—Me dijo que nos habían encontrado. Que no arriesgaría mi vida aún más, y
por eso tuvimos que separarnos. Me dijo que regresara a Inglaterra y que les dijera
a todos que había muerto en la montaña. Me dijo que… que nunca lo vería de

247
El Club de las Excomulgadas
nuevo—Las lágrimas se amontonaron en sus pestañas. —Aparentemente ya había
considerado la idea de desaparecer bajo el disfraz de una mentira, porque me dio el
nombre de un hombre en Kolkata quien me proporcionaría todo los documentos
falsos que necesitaría.

— ¿Qué pasó después?—Mark la empujó suavemente.

—Me negué. Estaba molesta. Me fui afuera de la tienda. No fui lejos, para nada
lejos. Pero una nube se movió contra la montaña—Mina se estremeció. Mark le
tomó la mano y se la apretó. —Traté de seguir mis pasos de vuelta al campamento,
pero no pude ver nada por la niebla. Tuve miedo de caerme dentro de una grieta y
terminar como esos hombres. Así que me senté y esperé. Esperé por horas, casi
hasta la mañana. Al fin la niebla se levantó lo suficiente para ver. Yo estaba justo al
lado de las tiendas. Tan cerca que podía haberme arrastrado un par de metros y

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


tocarlas. Pero él se había ido. Él y el teniente Maskelyne se habían ido.

Ahora Mark entendía la mezcla de emociones que Mina demostraba hacia su


padre, el amor, enredado con la ira.

Ella continuó.

—Y así hice mi camino de vuelta a Kolkata. Sola. Esperé unas pocas semanas
hasta que el dinero casi se me había acabado. Y luego, una vez que me di cuenta
que no volvería, hice lo que me dijo que hiciera.

—Fuiste muy valiente—Mark deslizó su mano sobre su hombro, en la parte


trasera de su cuello. La atrajo más cerca y apoyó su frente contra la de ella— No
tenías otra opción.

—No lo sé—Ella le apretó la pierna. —Le mentí a la gente. A la gente que no


fue sino amable y me aceptó. A Trafford, a Lucinda. Todavía no puedo creer que
ella estaría viva hoy si yo no hubiera venido aquí.

—No sabemos eso—Él le besó la oreja.

248
El Club de las Excomulgadas
Ella se apartó, parpadeó y se secó los ojos.

—Encuéntralo por mí ¿Lo harás? Cuando aclares todo esto.

—Lo haré—le aseguro él.

—Ahora mira mi enagua y dime que escribí.

—Ya la he traducido.

Los ojos de Mina se agrandaron.

— ¿Qué quieres decir con que ya la tradujiste? ¿Mientras estábamos sentados


aquí conversando?

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Él se encogió de hombros.

—Soy bueno. También ayudó que tu enagua se encontrara en una condición


mucho mejor que el primer maldito rollo.

— ¿Qué dice?

—Que tengo que poner mis manos en un Ojo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 14
Mina agarró su brazo.

—Mi padre me habló de un Ojo. Había visto el carácter en los rollos, pero no
entendió el contexto.

Mark inclinó la cabeza hacia la enagua.

—Los rollos hablan en términos de profecías. De cosas que ocurrirán en los


próximos siglos. Estoy casi seguro de que el Ojo al que se refiere el rollo es un gran
espejo que con el tiempo se convirtió en el Ojo de Pharos.

—Pharos… ¿cómo el faro de Alejandría? ¿Una de las siete maravillas del

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


mundo antiguo?

—Ese mismo—afirmó él—Cuenta la leyenda que un Ojo, un espejo grande,


podría ser utilizado como una lente especial, no sólo para quemar los barcos de
guerra que se acercaban, sino para destruir el avance de los ejércitos.

Sus ojos se abrieron.

— ¿Es cierto eso? ¿Sostenía ese espejo tal poder?

Mark se frotó la barbilla.

—No puedo decirlo con seguridad. Nunca he visto realmente el Ojo. A todas
luces, el espejo fue robado del faro, quizás tan pronto como en el siglo 1 D.C., y
según se afirma fue arrojado al océano. Por quién, o por qué, nunca se ha dicho.
Tal vez, si sus poderes eran reales, se hizo para mantenerlo fuera de aquellas manos
que deseaban usarlo para malos fines.

250
El Club de las Excomulgadas
—Tal como los hombres que nos seguían. Pero, ¿por qué desearía mi padre
descubrir el espejo? No tenía ningún deseo de hacer daño. Es un hombre
excéntrico, pero suave.

—Tal vez estuviera tratando de detenerlos. Para impedir que llegara a manos de
estos hombres.

Las lágrimas llenaron sus ojos.

—Mi padre… ¿un héroe? Debería habérmelo dicho. Pero entonces… Creo que
sabía que no le creería—Parpadeó rápidamente y tragó. — ¿Y a ti? ¿Puede ayudarte
el Ojo?

Mark contestó simplemente.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Sí—Había condiciones, por supuesto. Tendría que tratar con ellas cuando
llegara el momento.

—Tenemos que encontrarlo—dijo ella.

—Si tu padre no lo ha encontrado ya. Tiene el otro rollo con todas las
instrucciones sobre dónde buscar.

—Pero yo pensaba…

Mark manoseó el cordón del dobladillo de su enagua.

—Este es el tercer rollo, el que cuenta cómo usar el Ojo. No donde encontrarlo.

Ella se mordió el labio inferior.

— ¿Recuerdas cuándo te dije que mi padre confunde las cosas a veces?

—Está bien. Eso será maravilloso saberlo cuando llegue el momento—Mark se


puso de pie, pasando sus dedos a través de la parte superior de su cabeza. Fue a la
ventana y miró fijamente.

251
El Club de las Excomulgadas
—Lo siento—Ella se acercó y le tocó la espalda desnuda—Sé que estás
frustrado.

—Un poco.

—Mark…

— ¿Sí?

— ¿Quién eres?

Él se apartó de la ventana.

—Soy yo—Se inclinó. La besó en los labios. Acarició su cintura.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Quiero decir, ¿Quiénes son ustedes? Eres un inmortal—Ella cerró los ojos—
Todavía tengo problemas creyéndolo. ¿De dónde viniste? ¿Cuánto tiempo llevas
existiendo en la tierra?

—Te lo diré más tarde. Hemos tenido bastante conversación por el momento.

Con su pulgar, él enganchó el borde de su bata, y apartó la delgada tela.


Presionó un beso en su cuello y deslizó su boca más abajo, lamiéndola, probando la
piel caliente de su hombro desnudo. Mina suspiró y levantó su mano a la parte
trasera de su cabeza. Con un empuje suave, la copa de su corsé dejó caer su pecho
en su palma abierta. Él le chupó el pezón, lo suficiente para provocarle un grito
ahogado. Retorciéndose, él admiró el anillo rosado que había dejado alrededor de
su areola, y acarició la carne húmeda con el pulgar.

— ¿Qué dices si probamos la cama?

La siguiente mañana, ya tarde, Mina se despertó con el sonido de voces


masculinas y una puerta cerrándose. Yacía desnuda encima de las sábanas que
estaban esparcidas en todas las direcciones, en sus esquinas y bordes, ya no metidas

252
El Club de las Excomulgadas
bajo el colchón, como resultado de una larga noche de amor. Habían hecho cosas…
cosas salvajes… cosas perversas. Cada parte de su cuerpo le dolía, como si hubiera
librado una gran batalla. Suponía que lo había hecho. Habían luchado, se habían
enroscado y derribado el uno al otro hasta la mañana.

Ponte encima.

No, tú.

Sobre tus manos y rodillas. Sí. Así. ¡Oh, qué bonito!

Sonrió, alejando el dolor de la melancolía triste dentro de su pecho, el que le


decía que no había cambiado nada entre ellos. No realmente. Su corazón
permanecía encerrado, sano y salvo… pero sacudiéndose en su jaula, descontento y

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


quejándose. ¿Cuándo permitiría que el enredo en su pecho se desenmarañara y
simplemente se enamorara?

Todavía no. Ahora no. No de él.

Sonidos reconfortantes vinieron de la sala de estar. El vertido de líquidos, y el


choque de una taza de té contra un platillo. Ella se apartó de las mantas y se puso la
bata. Sin molestarse en mirarse al espejo o cepillarse el pelo, se aventuró a salir.

Mark estaba de pie cerca de la ventana con vista al Támesis. A lo lejos, y visible
sobre su hombro desnudo, se levantaba el obelisco egipcio, la Aguja de Cleopatra.
Llevaba sólo un par de pantalones sueltos a rayas. Su piel dorada se doblaba sobre
los músculos tensos de sus hombros y brazos, y se afilaba hacia sus esculpidas
caderas. Se le secó la boca. Sabía perfectamente cómo se sentía esa piel, caliente y
suave.

—Buenos días—Él se volvió para darle la bienvenida. Perecía un león grande,


desastrado, con una taza de té diminuta. Tenía una expresión pensativa, pero sus
ojos… su mirada se calentó cuando la vio. —Hice subir de la cocina el desayuno.
Hay té para ti, si te gusta.

253
El Club de las Excomulgadas
Una pequeña chispa de timidez se disparó por su espalda y piernas. Las cosas
habían sido tan fáciles entre ellos en la oscuridad. Pero aquí… ahora… ella no
podía negar un sentimiento de incomodidad.

—Gracias—dijo avanzando hacia un carro de bronce, situado entre un banco


sólido de flores. Se sirvió una taza llena de té. — ¿De dónde vinieron todas estas
flores?

—Hay un montón de cartas y telegramas, también en el escritorio—Mark se


levantó para estar de pie a su lado. Dejó su taza vacía en la bandeja. —El portero
dijo que las trajeron de la casa Trafford. No he mirado las notas, pero estoy
completamente seguro de que el arreglo ridículamente enorme de la esquina es de
mi banquero.

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—Por lo menos no hay ninguna rosa roja y blanca a rayas.

—Admito que pensé lo mismo.

Ella sacó la tarjeta del arreglo más cercano.

—Interesante.

— ¿Qué dice?

Sus cejas se levantaron.

—Solo una palabra. Idiota. Y está subrayada unas veinte veces.

Él sonrió.

—Ese será de mi gemela.

—Tu gemela. ¿Cómo se llama?

—Su nombre es Selene.

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El Club de las Excomulgadas
—Parece encantadora—Mina se rió entre dientes, devolviendo la tarjeta a su
lugar— ¿Cuándo podré conocerla?

—Estoy seguro que hará acto de presencia más pronto de lo que deseo.

— ¿Saldremos hoy?

—Aunque me gustaría largarme lejos de aquí y hacer el amor contigo durante


un tiempo… tenemos que ponernos en contacto con tu padre, y averiguar si tiene
en su posesión al Ojo.

Su frente se arrugó.

— ¿Has oído la voz de la Novia Oscura de nuevo?

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—No, y es un alivio, sin duda. Pero la Transición no sólo desaparece. Incluso si
Lucinda fuera la Novia Oscura, es sólo cuestión de tiempo antes de que algo tome
su lugar. Sólo tengo hasta la siguiente onda de energía moviéndose por Londres
para intentar hacer algún tipo de progreso. No puedo predecir en qué clase de
condición estaré después.

Ella asintió.

—Empecemos en la oficina de telégrafos. Conozco un puñado de los


colaboradores más cercanos de mi padre. Contactos que deberá utilizar con el fin
de moverse alrededor, de país en país. Geográficamente, están ahora bastante
apartados de Londres y de su sociedad, dudo que hayan oído la noticia de su
supuesta muerte.

—Bien—Él se inclinó para darle un beso en el hombro—Tengo una pregunta


para ti.

— ¿Sí?

Los labios de Mark se curvaron. Parecía ligeramente avergonzado.

255
El Club de las Excomulgadas
— ¿Quién era ese hombre que estaba fuera de la casa Trafford?

— ¿Qué hombre?—Ella se alejó de él y fingió mirar la selección de mermeladas.

—El de las escaleras, cuando nos marchábamos—Él tiró de un mechón de pelo


del centro de la parte trasera de su cabeza. —Alto. Pelo oscuro.

Él tiró, jugando, con una tensión estable, hasta que ella inclinó la cabeza hacia
atrás. Él le dio un beso en la nariz.

Ella sonrió con tristeza.

—No podré ocultarte nada, ¿verdad?

—No. Así que no te molestes.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Ella apretó los labios.

—Es el teniente Philander Maskelyne. Lo mencioné anoche. ¿Recuerdas? Antes


de que me dijeras que estabas cansado de hablar.

—Es el guía inglés que tu padre contrató para la expedición tibetana.

Ella bebió un sorbo de su taza y tragó, lamiendo su labio inferior.

—Es un aventurero. Un montañista conocido. Y sí. La última vez que le vi—Él


le ofreció una sonrisa esperanzada—estaba con mi padre.

Mark parpadeó.

—Así que hay una posibilidad de que el teniente sepa dónde está el profesor.

Ella asintió.

—O se separaron, o mi padre está aquí en Londres, también.

256
El Club de las Excomulgadas
—Muy bien, entonces—Las fosas nasales de Mark llamearon. — ¿Dónde
podemos encontrar al Teniente Maskelyne?

Ella dejó su taza en la bandeja.

—Ese es el problema—susurró, agarrando sus brazos. —No tengo ni idea.


Estoy tan asustada de arruinar las cosas. Después, su aparición en las escaleras me
tomó por sorpresa. No quería que supieras sobre él. Las cosas eran diferentes entre
nosotros ayer por la mañana. Quería encontrarlo yo misma y ver lo que podía
decirme sobre mi padre. Así que sí, ahora está por ahí en alguna parte de esta gran
ciudad, y yo no tengo ni idea de dónde. Lo siento, Mark. Sospecho que tratará de
contactarme, pero no sé cuándo.

Mark asintió.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Está bien. Lo encontraremos.

—Pero, ¿qué clase de periodo de tiempo es sobre el que estamos trabajando?


¿Cuánto tienes hasta que… bueno… hasta que te hagas…?

— ¿Un demonio loco, empeñado en destruir a la humanidad?

Ella frunció el ceño, sorprendida.

—No lo digas así.

Mark pellizcó y rompió el tallo grueso de una rosa rosada y la sacó del arreglo.

—Basándome en la frecuencia de ondas anteriores del Krakatoa, diría que una


semana hasta el siguiente. Tal vez dos, si tengo suerte.

— ¿Y luego?

—Entonces… no me verás más.

— ¿A dónde irás?

257
El Club de las Excomulgadas
Mark deslizó la rosa sobre su oreja.

—A encontrar a mí asesino.

Ella jadeó.

— ¿A tu asesino?

Él se encogió de hombros, como si su revelación no fuera nada.

—Así son las cosas, Mina. Los Centinelas de las Sombras no me permitirá
convertirme en una verdadera amenaza para ellos. Me destruirán primero. Y tendré
que dejarlos.

—Oh, Mark, no.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Él miró las flores, y luego la cafetera.

—Quiero que sepas… que estarás protegida. Si las cosas salen mal, siempre
tendrás una ventaja en este corto matrimonio nuestro. Serás la viuda más rica de
Inglaterra y serás capaz de tomar todas tus propias decisiones.

—Me gusta tomar mis propias decisiones, pero no quiero ser la viuda más rica
de Inglaterra. No quiero que mueras.

—Todo esto forma parte del riesgo que tomé cuando crucé la Transición, Mina.
Sabía que esto podía suceder. Pero quiero que sepas que no tengo la intención de
que tal cosa llegue a ocurrir alguna vez. Tendrás que aguantarme durante un buen
tiempo. Voy a ganar—Sus ojos brillaron con fervor. —A pesar de todo lo que pasó,
nunca he estado más seguro.

Mina frunció el ceño malhumorada, y volvió su atención a la pila de telegramas


y tarjetas de visita. Se encontró que eran una mezcla de mensajes de enhorabuena
por su boda, y notas de condolencia por la muerte de su tía. Y otra vez, una tarjeta
del Señor Matthews. Ella se detuvo en la siguiente tarjeta de la pila.

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El Club de las Excomulgadas
Su corazón dio un salto dentro de su pecho.

—Oh, Mark. Mira.

— ¿Qué sucede?

Ella lo levantó.

—Es del Teniente Maskelyne. Debe haber venido al hotel y la dejó. En la parte
de atrás ha dejado la dirección de una casa de huéspedes.

Mark reclamó la tarjeta y examinó las palabras garabateadas.

—Vístete, cariño.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Una hora después, bajaron de un coche frente a una envejecida casa de tres
pisos, distinguida del resto de otras estructuras de la estrecha calle por su pintura
verde intensa. Mark le pagó al chofer para que los esperara en la acera. A medida
que entraban en un pasillo oscuro, Mina miró el papel desconchado de las paredes.

—El Teniente Maskelyne puede ser bastante snob. Este lugar no cumple en
absoluto con sus estándares. Debe estarse escondiendo, o se ha quedado sin fondos.

Mark exploró las puertas.

— ¿Cuál era el número de la puerta?

Ella echó un vistazo a la tarjeta.

—C2.

—Es esa—Él levantó la mano para llamar. Mina lo alcanzó para detenerlo.

—Mark…

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Qué pasa?

Ella lo miró debajo del ala de su sombrero.

—Bien… es sólo que podría enfadarse.

— ¿Por qué?

Sus labios se retorcieron.

—Por un montón de cosas.

—No me importa cuales, siempre y cuando nos diga dónde está tu padre—
Golpeó con los nudillos la madera. Se apoyó en el marco de la puerta, pensándolo
mejor, para permitir que el hombre viera primero una cara familiar. El pomo de

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


latón giró. La puerta chirrió abriéndose.

Una voz baja, masculina murmuró:

—Willomina.

Mark frunció el ceño por el tono íntimo.

Mina miró detenidamente hacia dentro, sonrió alegremente.

—Teniente Mask…

Unas manos la agarraron por las muñecas y la arrastraron al interior.

—Philander, espera…

La puerta se balanceó para casi cerrarse. Mark paró el movimiento con la


palma de su mano. Con un empujón rápido, se metió dentro, detrás de Mina. Allí
se quedó de pie cara a cara con el hombre que había visto afuera de la casa de
Trafford. Sólo que ahora, en vez de traje y sombrero, el tipo llevaba un pantalón de
lino y una camiseta blanca. Los músculos magros eran como cables desde sus

260
El Club de las Excomulgadas
hombros a sus brazos y cuello. Llevaba su pelo oscuro corto, estilo militar, un corte
que hacía hincapié en la masculina angulosidad de su cráneo. Aunque el hombre
era más alto que la mayoría, Mark le sacaba al menos cinco centímetros. Aun así,
tenía que admitir… que Philander Maskelyne era inquietantemente guapo.

Preocupante por la forma que miraba a Mina.

La mirada de Mark se centró en sus manos, donde seguía tomando a su esposa.


Quemada. Quemada. Quemada.

El teniente separó sus manos lejos, luego contempló sus palmas. Parpadeó con
incredulidad.

Miró entre ellos, sus labios se curvaron en una mueca de desprecio.

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— ¿Así que es él? ¿Tu rico vizconde?

La expresión de Mina se quedó en blanco. Obviamente, su saludo redactado sin


rodeos la aturdió.

—Te vi ayer en la calle afuera de la casa de mi tío. Estoy tan aliviada de verte a
salvo aquí, en Inglaterra.

— ¿Seguro?—Se rió sarcásticamente. —Gracias a tu padre, tengo un objetivo


en mi cabeza. Es sólo cuestión de tiempo antes de que los fanáticos enloquecidos de
la inmortalidad me encuentren. No esperes que lo cubra tampoco. Lo venderé en
un segundo. El hijo de puta me robó novecientas libras.

Había periódicos esparcidos en el escritorio. Doblados en un rectángulo


ordenado encima de todo lo demás estaba un recorte de su boda y luna de miel.
Había también dos pistolas, un rifle, pulidas hasta el brillo.

—Siento que estés el peligro y que no te haya pagado—Respondió Mina,


entrelazando sus manos—Pero dime… ¿mi padre está vivo?

261
El Club de las Excomulgadas
—Lo bastante vivo para recogerlo todo y desaparecer en medio de la noche.

— ¿Dónde le viste por última vez?

—En Alejandría.

— ¿Egipto?—Intervino Mark

Maskelyne asintió bruscamente, con sus fosas nasales llameando.

—Lo que sea que buscaba… bien, no estaba allí. Le exigí que me pagara en la
siguiente etapa del viaje. A la mañana siguiente, se había ido.

Mina le preguntó:

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— ¿Cuál era la siguiente etapa del viaje?

—No lo sé. El hijo de puta no me lo dijo.

— ¿Todavía tenía los manuscritos?

—Maldita sea, los tenía. Si hubiera tenido mis manos sobre ellos, te juro que los
hubiera tirado al Nilo. Eran una maldita maldición para nosotros.

Mark le advirtió.

—Cuida tu lengua delante de mi esposa.

—Tu esposa—Él se rió entre dientes. Una sonrisa lasciva apareció en los labios
del teniente. — ¿Quieres apostar a que conozco mejor a tu esposa que tú?

Mark se lanzó, plantando el puño en la cara de él. Sintió el satisfactorio


chasquido del hueso contra sus nudillos.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Te gusta la palabra ‘maldito’?—Gruñó Mark. — ¿Don Juan1 masculino? Ve
a mirarte al espejo—Él levantó su puño otra vez.

—Mark, no—La voz de Mina se abrió camino en la neblina densa de su furia.


Estaba sobre él, una imagen borrosa de brazos, faldas y olor a flores de naranjo, y
sus dos pequeñas manos le agarraban la muñeca.

—Me rompiste la nariz—gritó el teniente. La sangre salía de su nariz, sobre sus


labios.

—Lo siento mucho—Exclamó Mina. —Por favor envía la cuenta del médico al
Hotel Savoy—Mina tiró del brazo de Mark, y lo llevó al pasillo. —Hemos
terminado aquí. Vámonos.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Con una maldición gritada, Maskelyne cerró de golpe la puerta detrás de ellos.

— ¿Por qué hiciste eso?—siseó ella. — ¿Fue la voz? ¿Te dijo la voz que lo
hicieras?

— ¿La voz?—refunfuñó él. —Tienes toda la razón, era una voz. Mi voz. Él fue
el primero, ¿verdad?

— ¿El primero, en qué?

Sus mejillas se tensaron.

—Sabes de lo que te hablo.

Mina enrojeció y su boca cayó abierta, y luego la cerró.

—Eso no es asunto tuyo—Mark se lanzó hacia la puerta de Maskelyne.

1
La palabra original es Philanderer, que significa Tenorio, Don Juan, mujeriego, y es un juego de palabras con su nombre,
Philander.

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El Club de las Excomulgadas
Mina se metió entre él y la madera. Él se quedó mirando su cara, con la
mandíbula rígida y sus ojos reflejando la violenta emoción de su interior.

Ella aferró sus hombros.

—Lo siento, cariño. No me di cuenta de que eras virgen cuando nos casamos.
Debería haber sido más suave contigo esa primera vez.

Él sacudió la cabeza.

— ¿Qué dijiste?

— ¿Fui yo la primera?—ella exigió irónicamente.

—Por supuesto que no.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Ella golpeó su hombro.

—Entonces no tienes necesidad de ir golpeando a nadie.

—Él te sedujo.

—No, no lo hizo—Su cara se arrugó con impaciencia. Ella salió hacia el


vestíbulo. —Nos sedujimos uno al otro. Yo tenía curiosidad. Y para tu
información, estaba totalmente dispuesta. Estúpida, pero complaciente.

— ¿Lo amaste?—le dijo detrás de ella.

—No seas ridículo.

Persiguiéndola, agarró su brazo.

— ¿Lo amas?

Ella tiró de su mano y se frotó las sienes.

264
El Club de las Excomulgadas
—Tú dímelo. Puedes hacerlo, ¿verdad? ¿Leer mis emociones? Mis
pensamientos. Sí, sí, he notado los pinchazos alrededor, sobre todo ayer por la
noche cuando estábamos… bien, ya sabes. De todos modos, tómalos. Soy un libro
abierto.

Él tomó su mano y la apretó en una bola.

—Quiero que tú me lo digas.

—No lo quise—Declaró ella. —Y para tu información tampoco lo amo.

— ¿No?—Él levantó su mano hacia su frente.

Ella se la golpeó alejándola y volvió a bajar por las escaleras, hacia la calle. Con
un tirón de sus faldas, subió al coche. En la entrada, le habló al chofer.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mark subió detrás de ella, y se dejó caer a su lado. Su peso hundió el banco, y
Mina rebotó en el aire.

Ella soltó un bufido.

—Estás celoso. Me gusta eso.

—No estoy celoso—No estaba celoso. Él no se ponía celoso.

Oh, Dios. Estaba celoso. Su cabeza bullía de odio al otro hombre, y todo
porque el tipo había tenido… ah, sus pensamientos se enturbiaron con la imagen
horrible de ellos dos juntos en alguna tienda oscura en una ladera, mientras su
maldito padre roncaba, sin enterarse de la tienda de al lado. Como un niño con mal
comportamiento, puso mala cara, y quiso agarrar los lados de su sombrero de copa
y tirar de esa maldita cosa sobre su cabeza y asfixiarse a sí mismo por la envidia.
Odiaba la debilidad. Odiaba todo el maldito conjunto de la idea de ella con alguien
más. Dios, nunca había actuado tan estúpidamente antes.

Mujeres. Bah. ¿Quién las necesitaba?

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El Club de las Excomulgadas
Él lo hacía. Maldita sea, la necesitaba.

— ¿A dónde vamos?—Preguntó hoscamente. Su mano se deslizó a su muslo.


Ella le golpeó otra vez.

—Si mi padre se ha quedado sin dinero, podría haber vuelto muy bien a
Londres. Y si lo ha hecho, pienso que se dónde podría ir a por más.

— ¿A dónde?

—Hay un hombre en el East End. Colecciona cosas.

— ¿Cosas? ¿Qué clase de cosas?

—Ya lo verás. Si todavía existe. No lo sé. Ha pasado mucho tiempo.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Él se quedó sentado al lado de ella, rígido y silencioso. Su mano se apretó sobre
el riel al otro lado del banco. La tensión irradiaba de ella. La había hecho enojarse.
Por supuesto él lo estaba también. Se había enojado también. El coche traqueteaba
en medio del tráfico, y una neblina densa de polvo y calor, se paró y se detuvo al
menos mil veces antes de que por fin el vehículo se detuviera delante de un
almacén.

—Puedes esperar aquí si lo prefieres—dijo Mina.

—No te dejaré fuera de mi vista.

—Sólo mantén tus manos en los bolsillos, si vienes—Le instruyó, abriendo la


puerta y bajándose sin esperar al conductor. —Ningún puñetazo a nadie.

Él la siguió alrededor de la parte de atrás del almacén, a una escalera a la


entrada en el segundo piso. Ella apretó un timbre negro. Esperaron en silencio, pero
nadie contestó. Ella lo apretó de nuevo. Nada.

—No oigo nada—dijo él. —Tal vez el timbre no funcione.

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El Club de las Excomulgadas
Mark golpeó la madera con el puño. Eso no atrajo a nadie tampoco. Rodeando
el pomo con las dos manos, Mina le dio un fuerte empujón. Una mirada de
sorpresa iluminó su rostro cuando la puerta se abrió.

—Entremos.

—Oh, estoy de acuerdo—Sus cejas subieron. —Me gusta ser invitado por
extraños en los almacenes de East End, donde nadie abre la puerta. Lo único mejor
son las casas abandonadas y las criptas, las cuales, de hecho, he visitado más
durante las últimas semanas.

Ella lo miró divertida, y Mark lo tomó como un signo muy bueno para que lo
perdonara por golpear a Maskelyne. Ahora, si podía evitar golpear a alguien más, o
perder el juicio por la Transición, podría haber una oportunidad más para hacer el

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


amor de nuevo esa noche.

—Oh, sí—suspiró Mina. —Este es todavía el almacén del Señor Thackeray.

Los ojos de Mark se abrieron. Antiguas columnas dóricas se apoyaban en las


equinas, y cinco de ellas eran de diferentes épocas y lugares del mundo. Podía
decirlo por sus tamaños y texturas. Al parecer el Señor Thackeray también tenía
interés por los animales exóticos. Cuando fueron al centro de la nave, Mark golpeó
el pecho relleno de un oso polar. Movió el colmillo amarillento de un puma. Más
animales se encaramaban en las estanterías de todo el almacén. Dos máquinas
voladoras, con alas, motores y aletas, colgaban del techo.

Mina señaló a las sombras, hacia un enorme carro, blanco y dorado.

—Ese fue siempre mi favorito. Solía fingir ser una princesa mientras el Señor
Thackeray y mi padre discutían cualquier negocio en el que anduvieran.

Mina se inclinó, levantando la tapa de un sarcófago caído.

Continuó.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Mark? ¿Vas a venir?

—Sólo estoy esperando ver si hay alguien que conozco.

De repente, un sonido salió de la oscuridad… un gemido bajo, torturado.

Mina se quedó helada.

— ¿Oíste eso?

—Lo hice—Lo había hecho. Y no le gustó. Se movió sigilosamente por delante


de un barril lleno de herraduras hasta llegar a su lado.

Ella gritó.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


— ¿Señor Thackeray? ¿Es usted?

Algo voló sobre ellos desde la oscuridad, un demonio enorme, con la boca
abierta. Mark tomó a Mina y la empujó detrás de él. Un esqueleto viró sobre sus
cabezas, pedaleando en una bicicleta.

Esqueletos. Cabezas cortadas. Maldita sea.

La sangre caliente se fundió bajo su piel. Sus ojos se volvieron.

—Willo-mi-na Lim-pett—Bramó una cabeza cortada, en lo alto de la pared. —


Sé bienvenida a mi fant-as-mago-ricoooooo lugar.

—Espera un minuto—Mina agarró su brazo por detrás. —Reconozco esa


cabeza cortada. Es el Señor Thackeray.

Ella saltó por delante de él, hacia un tabique de madera. Una astilla sospechosa
de luz emanaba entre los paneles con bisagras. Mark la siguió. Si el Señor
Thackeray era el que hablaba por una cabeza cortada, podría tener que faltar a su
promesa de no golpear a nadie. Mina se deslizó sigilosamente tras una caja
formada por grandes espejos.

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El Club de las Excomulgadas
—Mina—advirtió Mark.

Pero entonces los vio. Dos pies calzados sobresalían, unidos a unos flacos
tobillos, que sólo estaban medio ocultos por caídas medias rojas.

— ¿Señor Thackeray?—Preguntó Mina.

— ¿Podría alguien ayudar a un anciano?—gritó una voz.

Mark palpó sus bolsillos hasta encontrar sus gafas y rápidamente se las deslizó
en su nariz. Pasó por delante, y sacó, sí, a un hombre de edad avanzada de una caja
acolchada en el suelo.

El cabello del anciano, seguía siendo sin embargo una bandera gris rígida
encima de su cabeza. El desafortunado efecto de la gravedad y demasiado

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


ungüento durante el cepillado.

— ¿Te gustó el espectáculo? Compré todo el inventario de un viejo


phantasmagorium de Cheshire, y acabo de conseguir que la linterna mágica
funcione. La cosa no venía con instrucciones. Lamentablemente, tengo que estar al
revés, para que la imagen aparezca derecha.

—Por favor permita que le presente a mi marido, el Señor Alexander.

—Ah, buen Dios. Te has casado—Thackeray entrecerró los ojos. —


Felicidades—Palmeó las mejillas de ella y alcanzó la mano de Mark. —Felicidades.
Er... ¿qué está mal en sus ojos, joven?

—Nada serio, sólo una… sensibilidad a la luz.

—Oooh—Sus labios se aplastaron y presionó su dedo índice contra ellos. —


Tengo unas gafas especiales que podrían funcionar mejor que las tuyas. Ven. Ven.

Siguieron al anciano a través de pilas inclinadas de enciclopedias polvorientas.


Mina se giró hacia Mark. Le dio un toque sobre su ojo.

269
El Club de las Excomulgadas
¿Qué es esto?, articuló con la boca.

Él deslizó sus gafas hacia abajo por su nariz. Su boca se abrió.

Ajeno a todo, el anciano rebuscaba algo.

—Compro un montón de cosas. Muchas cosas interesantes y valiosas. Cosas


que la gente ya no quiere. Como el phantasmagorium. ¡Qué divertido! Pero los
jóvenes de estos días no están impresionados por la tecnología obsoleta anterior.
Siempre están desconectados, siguiendo los destellos al otro lado de la cazuela.

Los condujo a una oficina, llena de pared a pared de cajas. Una montaña de
papeles de todas formas y colores oscurecía el escritorio. Tiró de un cajón y
revolvió.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—No, no están aquí—Poniéndose de rodillas, se arrastró debajo de la mesa. —
Ah, aquí están. Ven aquí, joven.

Levantó una caja de madera estrecha, abierta en ambos extremos. Aberturas


para los ojos habían sido cortadas en el frente, y estaban cubiertas por cristal verde
y listones verticales. Él murmuró.

—Ingenioso. Un invento ingenioso.

Mark se preguntó si debería plantarse. Negarse. Incluso huir. Echó un vistazo a


Mina, y ella le sonrió alentándole. Por lo visto, ella pensaba que era mejor
mantener al hombre contento, y se suponía que tenía que confiar en ella. Lo hacía,
después de todo, deseaba complacerla después de haber ido y haber hecho el
estúpido de un modo tan completo ante Maskelyne.

El mechón de pelo gris de Thackeray se tambaleó cuando se subió de puntillas


y levantó la caja arriba, arriba, arriba… Mark cerró los ojos y dobló las rodillas para
facilitar la concesión del polvoriento artilugio en su cabeza. Así de fácil, todo se
convirtió en un suave verde.

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El Club de las Excomulgadas
—Creo que si llevas estas gafas las siguientes… ah... cuatro o cinco semanas, tu
sensibilidad a la luz debería desaparecer. Yo no me las quitaría ni siquiera para
bañarme o dormir, si estuviera en tu lugar.

Mina se cubrió la boca con la mano. Sus ojos brillaban con… bien, con algo
más que diversión. Alegría. La tensión de Mark se alivió y sonrió también.

—Muchas Gracias, Señor Thackeray—Dijo Mina con ternura. Mark podría


decir que tenía un verdadero afecto hacia ese hombre. No sabría decir que extraños
artilugios se habría visto obligada a sufrir en el pasado—Supongo que se estará
preguntando por qué estamos aquí.

—Bien, no… En realidad no lo hacía. Es agradable recibir visitas de vez en


cuando, sin ninguna razón en absoluto.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Realmente tengo una razón—Su expresión se puso seria. —He venido a
preguntarle si ha tenido noticias de mi padre.

—Tu… padre—Él se rascó la barbilla.

—Sí—Ella se mordió el labio inferior. —Me preguntaba si podría haber venido


aquí tratando de venderle algo.

Él meneó sus cejas.

—Sería difícil, ya que está difunto, ¿verdad?

Una pesada desilusión como una piedra cayó en el pecho de Mina.

—Sí, y-yo supongo que lo sería.

El Señor Thackeray tarareó una melodía. Buscó en su escritorio, encontrando


un lápiz y una hoja de papel. Garabateó unas palabras. Las sostuvo, de modo que
ambos pudieran verla.

Sí. Sí. Sí. Vivo y bien. Vendió cosas. Muchas cosas.

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El Club de las Excomulgadas
Mina sonrió, moviéndose sobre sus pies. Ella y el Señor Thackeray habían
jugado a eso cuando era una niña. Le diría una cosa -como que pensaba que las
niñas debían tener dulces- y luego escribiría instrucciones silenciosas de dónde
encontrar el caramelo. También sospechaba que el juego era un método de poder
moverse a través de cualquier voto secreto que le hubiera jurado a su padre. Él
sonrió a Mina, quizás con un poco de aire de culpabilidad.

Desapareció de nuevo bajo el escritorio. Cuando se levantó, sostenía una caja


de madera, que abrió ceremoniosamente, una cosa oscura, curtida cosa, se
acomodaba en el terciopelo azul. Mina se inclinó más cerca. La mano de una
momia.

Al otro lado del escritorio, los hombros de Mark se unieron en una mueca de
dolor, y se frotó la muñeca.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mina tomó el lápiz y garabateó. ¿Dónde está?

Más garabateos.

No lo sé. Londres. En algún sitio.

—Bien, entonces, ya que no lo ha visto, supongo que deberíamos irnos y


dejarlo para que pueda volver a poner en perfecto funcionamiento su demostración
de phantasmagorium.

Volvieron hacia atrás por el almacén.

—Vuelvan pronto—dijo Thackeray, cuando llegaron a las escaleras. —Les


pondré todo el espectáculo.

La puerta se cerró.

Mark la siguió hacia abajo por las escaleras.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Crees que está mirando por una ventana, o puedo quitarme esta cosa de la
cabeza?

Mina soltó un bufido detrás de su mano enguantada.

—Será mejor que lleguemos hasta el coche. No quiero herir sus sentimientos.

El conductor lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos.

—Está bien—le gritó al hombre. —Es un invento ingenioso.

Una vez que subieron dentro, el conductor espoleó los caballos, y el coche se
puso en marcha. Mina se giró hacia él. Levantó la caja y le miró fijamente a los
ojos. Durante un momento él creyó que le besaría, pero… no lo hizo.

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—Gracias—Susurró ella.

— ¿Gracias por qué?

—Por ser tan dulce con él.

Él sonrió.

—No sé tú, pero volveré para ver el espectáculo completo del


phantasmagorium—Su sonrisa se desvaneció. —Siempre que aun esté aquí hasta
entonces.

¿Por qué había dicho eso? No había perdido la confianza, no había perdido la
esperanza.

Mina palmeó su mano. Sus palmaditas lo molestaron. Las madres las daban.
También las hermanas y los amigos tiernos. Los amantes no se palmeaban.

—Vas a durar mucho tiempo. Mi padre está aquí, Mark, Está aquí en Londres
con los rollos. Averiguaremos todo lo que necesitas saber sobre ese conducto de

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El Club de las Excomulgadas
inmortalidad, y luego conseguiremos arreglarte. Más correcto que la lluvia. Sólo
tenemos que permanecer visibles, para que él pueda encontrarnos.

El resto de la tarde la gastaron en el West End, en Mayfair, con el triste tío de


Mina y con sus primas, que les comunicaron que las autoridades deseaban
mantener el cuerpo de Lucinda para autopsias adicionales. Teniendo en cuenta que
el cirujano de la policía se inclinaba hacia un resultado final de enfermedad, en el
interés de la ciencia y de la salud pública, Trafford había estado de acuerdo.

Debido a las circunstancias, y al deseo de su señoría de intimidad, habría


solamente un servicio privado en la capilla en memoria de la condesa, con la
asistencia de la familia inmediata. Como las muchachas todavía estaban demasiado
afectadas, Mina ayudó a su tío a escribirles cartas a sus parientes y amigos,
cercanos y lejanos, retransmitiéndoles la noticia de la muerte de su esposa. Trafford

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también compartió sus planes para llevar a sus hijas a su finca de Lancashire
durante las tres semanas siguientes al servicio. La ciudad, y todas sus atenciones
como consecuencia de la muerte de su esposa, eran demasiado para que él pudiera
sobrellevarlas.

Mina, por su parte, no podía quitarse la persistente culpa de que ella había
llevado la miseria sobre la familia, de que era la culpable del reclutamiento y
muerte de Lucinda. Cuando la tarde acabó, ella y Mark volvieron al Hotel Savoy,
donde habían llegado más flores y mensajes. Las leyeron rápidamente sobre una
cena de pollo frío y ensalada, que hicieron subir de la cocina del hotel.

Mina frunció el ceño a los montones de cartas y sobres rotos.

—Aquí no hay nada de mi padre.

Mark cerró el periódico. No había ninguna mención a más partes de cuerpos


descubiertas a lo largo del Támesis.

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El Club de las Excomulgadas
—No te preocupes—Murmuró. —La noticia de nuestra boda salió en el
periódico de ayer, y la necrológica de Lucinda saldrá hoy. Él lo verá todo. Entrará
en contacto. ¿Qué clase de padre no lo haría?

Mina sonrió con esperanza.

—Tienes razón, ya sabes. He estado tan enojada porque me dejó en esa


montaña, pero… sólo hizo lo que pensaba que tenía que hacer para mantenerme
segura. No creo que considerara alguna vez que ellos vendrían tras de mí.

—Yo tampoco—Respondió Mark, pero sus pensamientos estaban ya en el cielo


oscureciendo tras la ventana. Su instinto le obligaba a salir a la ciudad, y a pasar las
noches en las calles, sondeando, buscando al profesor, o examinando todo lo malo
que pudiera encontrar. Una vez que la casa estuviera terminada, mañana tal vez,

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


podría dejar a Mina bajo la protección de Leeson. Pero por esa noche, sin otras
opciones más interesantes para pasar su tiempo… su reloj interno masculino
contaba los minutos hasta que pudiera seducirla a ir a su cama del hotel.

Un golpe sonó. Mark se levantó de la mesa y abrió la puerta. Un joven


atractivo, con una librea real estaba al otro lado.

Mark se volvió a Mina con un sobre cuadrado grande, y una amplia sonrisa.

—Entrega del caballerizo real.

— ¿Un caballerizo real, de verdad?—Mina saltó de la silla para tocar su brazo.


—Ábrela. ¿Qué dice?

Mark levantó la tapa y sacó una gruesa tarjeta desde dentro. A medida que leía,
una sonrisa lenta curvó sus labios.

— ¿Qué dice?

Entre dos dedos, hizo rotar la tarjeta hacia ella.

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El Club de las Excomulgadas
Sus ojos rápidamente buscaron a través del Escudo Real… Ascot… admisión
para el vizconde y la vizcondesa Alexander.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 15
Sus ojos se abrieron.

— ¿El príncipe de Gales nos ha invitado a Ascot?

—No sólo a Ascot, querida—murmuró él. —Al palco real.

Su rostro se iluminó.

— ¿Conoces al príncipe?

Él se encogió de hombros.

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—Supongo.

—Supones—Ella le apretó el brazo— ¿Es aceptable para mí asistir? Ahora estoy


de doble duelo. Por mi padre, y por Lucinda.

—Yo también. Soy tu marido. Pero la gente va a Ascot de luto. Eso sí, no
hacen un espectáculo de sí mismos, querida—Sonrió.

Ella se mordió el labio.

—Si estás seguro. Me gustaría asistir.

—No podemos hacernos más visibles que en el palco Real de Ascot. Estaremos
seguros de ser mencionados en los periódicos.

—Tienes razón—Ella tocó con las yemas de sus dedos su pelo—Pero tengo que
conseguir un sombrero bonito.

—Te compraré lo que quieras—Le prometió con voz ronca.

277
El Club de las Excomulgadas
—Mañana iré de tiendas. Y en realidad… enviaré una nota a Astrid y a
Evangeline, las invitaré a venir conmigo.

Mark hizo una mueca.

— ¿Por qué cuando han sido horribles contigo?

—No son horribles. Sólo están tan mimadas. Necesitan ropas de luto antes de ir
a Lancashire. Soy su prima casada y pariente de sexo femenino más cercana. Sólo
es justo que mire que se ocupen de esos detalles.

—Eres demasiado amable—Él llegó más cerca y frotó sus manos a lo largo de
sus brazos—Pero eso es lo que te hace tan especial. Eso, y que eres tan
condenadamente bonita.

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—Me alegro que pienses que soy bonita—Sus mejillas se iluminaron. Vaciló de
alguna manera. Finalmente, se acercó a la mesa donde recogió su libro—Creo que
leeré un rato.

¿Leer? Mark frunció el ceño, atónito. ¿Quién quería leer cuando había una
cama?

Abriéndolo, ella le dijo:

—Mark. Odio decirte esto.

— ¿Qué?

Ella giró el libro hacia él.

—Creo que el hotel tiene ratones. Se han comido la mitad de las páginas de mi
libro.

Ah, maldita sea. Selene había estado allí husmeando. Sólo la suerte había
hecho que decidiera alimentar su fetiche de palabras también.

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El Club de las Excomulgadas
Con paso llegó a ella.

—Hablaré con D’Oyly Carte—Él acarició su mejilla, y luego bajó su cara—Ya


que tu libro está arruinado…

Ella exhaló y… desvió la cara.

—Mina…

Había sentido su renuencia. Había sabido que algo estaba mal. Ella negó, y
retrocedió ante él, hasta que sus hombros tocaron la pared.

—No lo hagas, Mark. No si sientes cariño por mí—Sonrió, pero en sus ojos
había lágrimas.

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— ¿Por qué?—El disgusto salió por sus labios.

—Porque estoy a poca distancia de enamorarme de ti—Ella sostuvo su pulgar e


índice espaciados un centímetro. —Muy cerca, ¿ves? No digo que lo de anoche
fuera un error. No lo fue. Todo fue hermoso. Un sueño. Pero no hagas que te ame.
Dolerá demasiado, demasiado profundamente cuando te marches. Y me dejarás de
una u otra forma. Si yo te amara… No creo que pudiera sobrevivir—Mark se quedó
de pie rígido, entumecido por sus palabras.

—Buenas noches, Mark.

Él asintió. Ella desapareció en el dormitorio. Él se quedó de pie en el centro de


la alfombra y escuchó. Se torturó con el sonido de su vestido y ropa interior al
quitárselas, con el roce de su piel contra las sábanas. Finalmente ella se quedó en
silencio y quieta.

Mark cruzó el cuarto y abrió el pestillo de la puerta del balcón. Salió a la


estrecha repisa y agarró la barra de hierro. Aire. Dios, necesitaba aire. Las cortinas
de lona se movieron a ambos lados, volando suavemente con el viento. El deseo se
lo comía por dentro, un deseo infinitamente más complejo y aterrador por la

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El Club de las Excomulgadas
necesidad simple de estar cerca de ella. Una mujer. Mina Limpett. Le había
tomado hasta la última gota de su determinación respetar su petición. Mantenerse
alejado.

La Aguja de Cleopatra se levantaba sobre el borde de Thames Embankment, a


sólo una tirada. No podía explicar por qué, pero siempre se sentía más fuerte cerca
del objeto, aunque el Obelisco, uno del trío de esas agujas, sostuviera muy poca
conexión con su madre. Hecho de granito rojo, tenía unos veinte metros de altura,
y habían existido siglos antes de que la reina egipcia caminara sobre la tierra. Ella
había pedido, sin embargo, que los retiraran de la ciudad de Heliópolis, y los
trasladaran a Caesareum en Alejandría, un templo que había sido construido en
honor de su padre, Marco Antonio. Unos siglos más tarde, la política y los nuevos
poderes del mundo lo habían traído a Londres. Los otros estaban localizados en

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Paris y en Nueva York.

—Alexander.

Echó un vistazo al balcón superior. Su pelo largo y oscuro ondulaba con el


viento.

—Hola Selene.

— ¿Qué recibiste del escudero real?

—Una invitación a Ascot. Al palco Real.

Una maldición asquerosa llegó de abajo. Mark se rió entre dientes.

—He estado tratando de atrapar una invitación así… bien, durante el último
siglo—se quejó ella.

—Lo siento. Quizás el próximo año.

El silencio se prolongó.

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El Club de las Excomulgadas
—No tenías que casarte con la chica para llegar a esos pergaminos.

—Me doy cuenta de eso.

— ¿Lo sabe?

— ¿Qué soy un Amaranthine? Sí.

Otro silencio largo.

— ¿Quieres que vaya ahí arriba?—Preguntó Mark.

—Cállate. Ni siquiera vine a verte. Sólo a dar un vistazo.

—Te quiero, Selene.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Una gota de humedad cayó en su mano desde arriba.

A la mañana siguiente, Mina se movió en la suite, totalmente vestida. Mark


estaba tumbado a través del sofá. Sólo verlo, despeinado, sin camisa, con su
pantalón medio desabrochado, hacía que su boca se secara.

—No tenías porqué dormir aquí fuera—criticó ella suavemente.

—Sí, tenía—Él se frotó el cuello.

— ¿Tienes dolorido el cuello?

—Mi cuello no es la única cosa dolorida—Sus ojos quemaron los suyos.

Mina se sonrojó. Ella misma había dormido irregularmente.

—No me gusta dormir sin ti—gruñó él.

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El Club de las Excomulgadas
Ella sonrió. No demasiado ampliamente, sin embargo, porque no quería
bromear o animarlo.

— ¿Cuándo hemos dormido juntos durante más de media hora?

Él frotó sus ojos con la palma de su mano.

—Dime que no tengo que hacerlo otra vez.

—Sólo te dije que no tenías por qué dormir en el sofá.

—Sabes lo que quise decir—Una vez más, dos haces de luz azul carnales
quemaron a través de su ropa. Ella sabía exactamente lo que él había querido decir,
pero no quería hablar de ello.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Las chicas estarán aquí pronto—Dijo ella con ligereza. —Envié una nota
ofreciendo un coche para recogerlas, pero creo que querían ver el hotel y nuestra
suite.

Mark se puso de pie.

—Me vestiré.

—No tienes porqué venir con nosotras. Sólo iremos a la tienda de la modista en
Tavistock Street. Puedes ir a investigar a Leeson y a la casa.

—No quiero que vayas sola. No quiero que vayas a ninguna parte sola, hasta
que todo esto con tu padre y los royos, y… y…—Él hizo gestos con la mano.

—Y las fuerzas oscuras.

Él la señaló.

—Sí, hasta que todo eso esté arreglado.

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El Club de las Excomulgadas
Él se vistió y afeitó. Cuando salió del cuarto de baño, llamaron a la puerta.
Mina contestó.

Astrid entró primero, vestida de pies a cabeza de negro, seguida por Evangeline
con un traje similar. Sus caras brillaban de emoción, pero Mina percibió un
enrojecimiento en sus ojos, y debajo unas sombras oscuras.

—Oh, Willomina, ¿sabes a quién vimos abajo en el vestíbulo?—Dijo Astrid a


borbotones.

Evangeline exclamó.

—A la divina Sarah. La actriz, Sarah Bernhardt. El Señor D’Oyly Carte nos la


presentó. Ha venido para mirar una suit—.

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Astrid se rió.

—Dicen que solía dormir en un ataúd, así entendería mejor la tragedia para sus
papeles. ¿Puedes imaginarte la morbosidad de despertar en un ataúd?

Evangeline susurró lo suficientemente alto, para que cualquiera dentro de las


tres cuadras alrededor de la ciudad la oyeran.

—También dicen que es la amante del Príncipe de Gales. ¿Crees que es cierto?

—Es una mujer muy guapa—afirmó Astrid.

—Supongo que lo es. Para alguien de su edad.

—Muchachas—interrumpió Mina, sintiéndose como cincuenta años más vieja


que cualquiera de ellas, cuando en realidad sólo las separaban unos pocos años.

Sus ojos volaron a Mark. Ambas se ruborizaron.

Astrid murmuró.

283
El Club de las Excomulgadas
—Mis disculpas, su señoría. Es sólo que el hotel es tan hermoso, y hemos
estado confinadas en casa durante tantos días.

—Sólo un día—susurró Evangeline.

—Bien, parece que han sido días.

Mina mostró a las chicas toda la suite. Mark permaneció en la sala, de pie y
silencioso, con las manos en los bolsillos. Después, todos fueron abajo. El coche
Trafford les llevó la breve distancia entre el Savoy y la tienda de la modista.

Detrás de una extensión de limpias ventanas, una sala de recepción elegante


esperaba, arreglada con ricas alfombras azules y cortinas doradas. Mesas de caoba
mostraban todo tipo de telas, adornos y accesorios. Otros compradores, en su

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


mayoría mujeres, llenaban el espacio. Los asistentes y las dependientas de la tienda
estaban con ellas. En unos momentos, apareció la propietaria desde los cuartos de
atrás, con unas cintas de medir sobre los hombros. Las llevó detrás de una pantalla
para mirar dos mesas llenas de pertrechos de luto, fuera de ojos curiosos. En una
mesa había bolsos, chales, guantes y velos, y en la otra, rollos de seda y diversas
bombazines y todo tipo de adornos aceptables.

—Ven, prima Willomina—Astrid apretó su mano y la atrajo—Dame tu opinión


para cada cosa de medio luto. Mi primera temporada puede estar arruinada, pero,
¿quién dice que en verano no puedo terminar con una proposición? Después de
todo, el negro funcionó bien para ti.

—Pide algunas cosas—Mark se puso detrás de ella, alto y protector. Ella


saboreó el timbre profundo de su voz. —Algunos vestidos. Algo fino para Ascot—
Él agitó sus dedos hacia la mesa. —Me gusta ese, el rollo negro que tiene unos
reflejos púrpuras.

La modista sonrió.

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El Club de las Excomulgadas
—Una elección perfecta. Nuestra más fina seda paduasoy2.

Con estilo, ella levantó el rollo, y desplegó la seda para que Mina la examinara.
Al momento presentó un libro encuadernado con figurines, mientras que una
ayudante ofrecía un libro similar para que las muchachas lo miraran. Con Mark
gruñendo y haciendo gesto a las imágenes sobre su hombro, Mina hizo tres
selecciones.

—Tengo que ir para que me tome las medidas.

—Estaré aquí—Por su ceño, estaba claro que Mark odiaba totalmente estar en
la tienda. Pero igual que un mastín impaciente, se instaló en el sillón.

En el vestidor, Mina permitió que la asistenta le ayudara a quitarse el vestido.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Sólo será un momento, mi señora—dijo la chica, colgando su vestido y
mantón en una percha.

—Gracias.

Mina se quedó de pie en ropa interior. Con nada que hacer con su tiempo, se
contempló en el espejo. ¿Qué habría visto él en ella? Se tocó el pelo.

Su olor llenó sus fosas nasales, especias exóticas y piel masculina. Un aliento
caliente rozó su mejilla. Lo había imaginado. Pero entonces… Mark había sido
invisible en la cripta.

Un muro de calor la abrazó desde atrás. Mina jadeó. Sus manos subieron,
buscando, pero no tocando nada más que su propia piel.

— ¿Mark?—susurró ella.

Sí…

2
Una variante del satén.

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El Club de las Excomulgadas
Su voz respondió dentro de su cabeza. Su ropa se deslizó y se aplastó contra su
piel mientras manos invisibles y dedos corrían por sus brazos, sus hombros. Una
cálida boca se apretó contra su cuello.

Ella cerró los ojos. Exquisito. Cada uno de sus toques era exquisito.

—Mark, por favor…—susurró ella.

Por favor, ¿qué?

La presión onduló sobre sus caderas… cintura… sobre su corsé. Sensual y


electrizante. Una mano se cerró sobre su pecho. Otra aplastó su combinación y
acarició su muslo.

Mina miró el espejo, y no vio nada más que una joven mujer en ropa interior

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


enrojecida, desaliñada y con pechos rechonchos, aplastados.

Ella se lamió los labios. ¡Qué maravilloso! Que erótico. Qué astuto por parte de
Mark usar ese talento en su contra.

—Por favor, detente.

Repentinamente, la soltó. Su combinación cayó en su lugar. Mina se balanceó.

La modista se paró al entrar.

— ¿Mi señora?—La mujer se apresuró para estabilizarla— ¿Se encuentra


enferma?

—No…

—Sus mejillas están sonrojadas y parece débil—Ella instó a su ayudante para ir


por un vaso de agua.

Ah, pero le dolía. Le dolía por más.

286
El Club de las Excomulgadas
Cuando estés lista, Mina. Cuando estés lista, ven a mí.

Dos días más tarde, Mina entró a la sombra de Mark a través de la enorme
multitud. El cielo se extendía sobre ellos, un dosel interminable de azul. El tiempo
era precioso, cálido sin sentir calor. Circularon a lo largo del Recinto Real,
habiendo sido escoltados a través de allí por Lord Coventry, el Maestro del Royal
Buckhounds, en persona. La tribuna surgía sobre la multitud adornada con flores y
vegetación. Los espectadores atestaban las ventanas y techos. Banderas de todos
colores se batían en el viento.

—Mi madre solía hablar sobre asistir a Ascot, pero nunca imaginé algo tan
impresionante como esto.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Habían logrado coexistir amablemente durante dos días. Mina había cumplido
con su decisión de mantener el matrimonio fuera del dormitorio, y Mark no la
había presionado, con un escalofrío de tensión sensual que electrificaba el aire ente
ellos.

—Realmente es algo, ¿verdad?—La hizo acercarse a su lado, protegiéndola de


los empujones de la muchedumbre. —Han hecho mejoras recientemente, hasta
ampliar el Recinto Real, aunque no sabrías si esta aglomeración es ridícula.

Mina vislumbró unos carriles blancos, y más allá, el césped verde brillante.

—Hay tantas personas, ¿cómo puede ver alguien la carrera o a los caballos?

Él sonrió.

—La mayoría no viene aquí para ver la carrera.

Varios señores gritaron saludos a Mark. Seguramente lo había imaginado, pero


parecía un eco a su alrededor, una forma de susurros y murmullos.

287
El Club de las Excomulgadas
—Es el punto del caso—La cabeza de Mark bajó, con sus labios cerca de sus
oídos—Hablan todos de ti, cariño.

Mina se tocó el sombrero, sintiéndose como una mancha de tinta perdida en


una extensión de lino blanco. A su alrededor, las damas llevaban creaciones
diáfanas de sedas, chiffon y encaje en vibrantes colores veraniegos. Mark había
pagado unos honorarios adicionales para garantizar la entrega oportuna de sus
nuevos vestidos y sombreros, y ella había elegido el mejor para usarlo hoy. Se
sentía contenta por el ajuste experto en su corpiño, y la estrechez de sus mangas,
pero en cuanto a la ornamentación, sólo una larga fila de botones corría desde el
centro de su pecho y un poco de satén se plisaba en sus puños y dobladillo.

Se suponía que se veía tan fina como podía llevando su vestimenta de luto. Lo
mejor de todo era que llevaba una insignia que la proclamaba como la Vizcondesa

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Alexander. No tenía ningún deseo de arreglarse en su estado, pero sabía que
siempre recordaría ese día. Quizás años después sacaría la insignia de una caja
especial de tesoros y regalaría el recuerdo a una nieta.

El pensamiento le puso un pequeño dolor en el pecho, porque Mark, por


supuesto, sería la pieza central de cualquier recuerdo. Mina no podía menos que
tener en secreto el corazón inflamado de orgullo por él. No sólo era guapo y
apuesto, sino también inteligente, y completamente capaz de hacer… bien… todo,
por lo que ella sabía. Se advirtió de esa admiración entusiasta, sabiendo que tales
sentimientos solo agravarían su pena cuando inevitablemente se separaran.
Simplemente disfrutaría de ese día y lo sostendría muy querido una vez que él se
hubiera ido.

Las voces se elevaron a su alrededor, y una oleada de excitación recorrió la


multitud. Casi todo el mundo se dio la vuelta al unísono hacia New Mille.

—Es la comitiva real—Mark la llevó hacia la valla, donde encontraron espacio


suficiente para uno. Con una mano en su espalda, la puso delante de él. Él se quedó

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El Club de las Excomulgadas
muy cerca de ella, con sus piernas aplastando sus faldas. Ella resistió la tentación de
apoyarse contra él.

Entre los aplausos de la multitud, una carreta abierta rodó por delante con el
barbudo y sonriente príncipe Albert Edward dentro, y junto a él, la princesa
Alexandra, elegante y serena. Cuatro carrozas más seguían, llenas de personajes
elegantes. La comitiva siguió hasta el centro del recinto.

Con ellos fuera de la vista, la multitud se movió, aunque sólo ligeramente.


Mark la dirigió al centro de la tribuna. En la base de un estrecho túnel de la
escalera, un sirviente comprobó su nombre en una lista, y con una sonrisa cortés,
los hizo subir. La escena que les dio la bienvenida casi la abrumó. En medio de
caras conocidas de la nobleza, también había políticos, artistas y actrices. Una mesa
buffet ocupaba la pared trasera, cubierta de salmón ahumado, queso y fruta. Una

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


fuente de plata, rodeada de reluciente cristal, arrojaba arroyos de champán. Una
cara conocida apareció entre la multitud: la Señora Avermarle, la mujer de la
papelería.

—Señora Alexander—La Señora Avermarle extendió la mano. Sus conocidos


la seguían de cerca, con sus ojos llenos de interés. La misma sonrisa comprensiva
estaba en todos los labios. — ¿Cómo está tu querido tío? Desconsolado, estoy
segura. Todos estamos simplemente sorprendidos por la noticia de la muerte de la
Señora Trafford. Ven, vamos, tienes que contarme todo.

—Alexander—retumbó una voz.

Mina echó un vistazo sobre su hombro. El príncipe Edward hacía gestos hacia
Mark desde el carril con vista a la pista. Su Gracia despidió a unos cuantos señores,
en una petición obvia de intimidad. Mina se volvió a la Señora Avermarle y forzó
una sonrisa.

Por necesidad, Mark dejó a Mina con las señoras. Se deslizó a través de cuatro
filas de sillas blancas relucientes.

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El Club de las Excomulgadas
—Su Gracia—hizo una reverencia.

—Un buen día para las carreras, ¿eh?—El príncipe deslizó una mano en el
bolsillo delantero de su abrigo. Llevaba un brillante sombrero de copa negro y un
chaqué gris exquisitamente adaptado y pantalones. Una cadena de oro salía a
través de las ondas gruesas de su chaleco, terminando en un reloj de oro oscilante.
—Estas cosas tardan una eternidad en comenzar. A veces aprovecho la
oportunidad de renunciar al pequeño negocio de la corona.

— ¿Negocio?

Edward se acercó. Sonrió con picardía y murmuró en tono clandestino.

—Para pensar… en todas las fiestas. Juegos de cartas. Derrotas aplastantes.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Nunca sospeché que fueras uno de ellos.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 16
Mark sostuvo su mirada.

Edward sonrió.

—Su Majestad manda sus saludos. Bien—soltó una risita ahogada—su castigo.
Ha estado mal humor, incapaz de dar con el otro Centinela, Lord Black.

—Ya veo—respondió Mark. Dudó de informar al príncipe de su estado actual


de destierro de los Centinelas de las Sombras. Imaginó que tal confesión sería la vía
más rápida de mandarlos a él y a su bonita y nueva esposa escaleras abajo, y
demonios, serían más bien expulsados del país. —Voy a transmitirle eso a su

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Señoría.

Quizás cuando Archer llegara para matarlo.

Archer siempre había sido el favorito de Victoria. La envejecida reina se había


negado incondicionalmente a comunicarse con cualquier otro Centinela. Había
sido ella la que había insistido en que Archer reemplazara a Mark en la búsqueda
del Destripador.

—Como bien sabes, la monarca se está volviendo... más vieja—Edward susurró


la palabra, como si incluso ahí, tan lejos de Bamoral, Victoria pudiera oírlos. —Más
y más de los asuntos de la Corona están cayendo sobre mí—Él inclinó su cabeza en
un ángulo descuidado. —Después de los desagradables asuntos del último otoño,
estamos bastante preocupados con esas partes cortadas de cuerpos femeninos que
han sido recuperados a lo largo del Támesis—Sus ojos se alzaron hacia Mark. —
No habrá más, ¿o sí?

Mark evadió cualquier respuesta directa.

—Los Centinelas trabaja ahora para asegurarse de eso.

291
El Club de las Excomulgadas
Edward asintió y movió la mano en conocimiento de la multitud que estaba
abajo.

—No queremos a otro de esos bro-bro, por Dios, ¿Cómo llamas a esas
desagradables criaturas?

—Brotoi.

El príncipe se encogió de hombros.

—Demasiado cerca de Bertie para mi gusto. No queremos a otro brotoi por ahí
suelto, causando una nueva ola de pánico.

Mark cruzó los brazos sobre el pecho. La verdad sea dicha, no sabía si había
todavía algún brotoi suelto.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Entiendo su preocupación.

El príncipe tamborileó las yemas de los dedos contra la barandilla.

—A lo largo de esas líneas, estamos autorizando al comisionado para que


dictamine que la causa de muerte de Lady Trafforf fue por enfermedad.

Las cejas de Mark se alzaron.

—Estoy seguro que el Consejo Primordial estará de acuerdo con esa decisión.

El príncipe le dio una palmada en el hombro.

—Estoy condenadamente satisfecho de tratar contigo en este asunto. No estoy


opuesto a algo de sangre nueva, y a cambiar los rangos actuales.

El príncipe sería de hecho un contacto valioso en el futuro. Sólo entonces, los


ojos de Edward se fijaron en algo que estaba al otro lado de la sala. Mark miró por
encima de su hombro para darse cuenta que la atención del príncipe estaba
concentrada en... Mina, en el centro de la sociedad de la Inquisición.

292
El Club de las Excomulgadas
—La joven de negro—murmuró Edward. —Es tu nueva vizcondesa, ¿no es así?

El orgullo se expandió a través del pecho de Mark.

—Nos casamos la semana pasada.

Su Gracia asintió. Lentamente sus cejas se levantaron.

—Tu... er... viajas mucho, ¿no es así?

—No—Mark frunció el ceño ante el notorio mujeriego y estrechó los ojos. —


Casi nada, nunca más.

El príncipe apretó el hombro de Mark y caminó con él hacia las mujeres.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


— ¿Te apetece una copa de champagne?

Esa tarde, después de las carreras y de que todas las festividades asociadas
terminaran, un carruaje alquilado llevó a Mark y a Mina a Londres. Ella se reclinó
contra su hombro, exhausta por las actividades del día. Un bache en el camino la
despertó de una sacudida y alzó la vista. Había una tensión evidente en los
músculos de las sienes y en la mandíbula de Mark.

—No te sientes bien.

—No.

— ¿Oyes esas voces?

—Sólo una.

— ¿Qué puedo hacer?—murmuró ella.

—Nada, Mina. No hay nada que puedas hacer.

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El Club de las Excomulgadas
Mark se levantó y asió el tirador de la campanilla para hacerle una señal al
chofer. A través del tubo de comunicación, le dio al chofer una dirección que no le
fue familiar a Mina. Para el momento en que atravesaron Mayfair, la noche
oscurecía el cielo. El carruaje giró en una avenida corta, alineada con unas casas
inmensas. Pilas amontonadas de vigas de madera y basura se juntaban en el
pavimento, como si cada casa estuviera bajo una remodelación. Eventualmente
pararon enfrente de la más grande. Había luz que se escapaba de las ventanas
frontales.

— ¿Dónde estamos?—le preguntó Mina a Mark mientras le ayudaba a bajar las


escaleras.

—En mi hogar—La dejó en la acera pavimentada. —Al menos por la noche.

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Su malestar se estaba intensificando, como evidenciaban sus mejillas
demacradas y la sombra que tenía debajo de los ojos.

El señor Leeson, a quien ella no había visto desde su malograda salida de


Londres, bajó las escaleras frontales.

—Está aquí. ¿Por qué no mandó un mensaje? No estoy listo.

—Enséñale a Mina la casa—Dijo él ásperamente. —Y ve que tenga cualquier


cosa que pueda necesitar.

La comprensión apareció en las facciones del viejo.

—Oh, señor. Sí, por supuesto.

Mark se alejó por el césped.

— ¿A dónde vas?—Mina lo siguió, trotando a su lado para mantener su ritmo.


Sus enaguas y su falda se arremolinaron entre sus piernas.

—A dar un paseo.

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El Club de las Excomulgadas
—Voy contigo—Ella lo alcanzó para tocarle el brazo.

—No, no puedes.

Ella plantó las suelas de sus zapatos en el pasto y se interpuso en su camino.

—No quiero que estés solo.

Él se paró, tomándola de los hombros lo suficientemente fuerte como para


hacerle estremecer.

—Pero estoy solo en esto. No importa cuánto quiera que las cosas sean
distintas, tengo que hacer esto solo. Tenías razón cuando dijiste que éramos muy
diferentes, Mina. No debí involucrarte en eso. No de la manera en como lo hice. Es
que sólo pensé, con toda mi arrogancia, que podría hacer que funcionara. Por

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ahora, lo único que quiero es que estés a salvo. Quiero que entres en la casa con
Leeson y te quedes ahí hasta que esto haya terminado. Él te protegerá.

— ¿Por qué estás hablando así, Mark?—Mina parpadeó para espantar sus
lágrimas. —Como si estuviéramos despidiéndonos. ¿Qué es diferente ahora?

Mark presionó su puño contra un lado de cabeza.

—Puedo escucharla, cada vez más fuerte y más furiosa que nunca. Puedo oler
su rancio aroma en mi nariz.

Sus palabras le hicieron daño, la torturaron. Estaba herido, y ella quería estar
con él.

—No me despediré así de ti. No iré a esa casa, y no me quedaré así, no después
de todo lo que hemos...

Él se abalanzó, tomando su rostro entre sus manos, y besándola. Suspendida,


con los dedos de sus pies apenas tocando el césped. Mina sintió la intensidad de sus
emociones y su adoración a través de sus labios, de su garganta y de su pecho. Con

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El Club de las Excomulgadas
un gemido, la apartó de él.

—Quédate—Se dio la media vuelta, haciéndole un gesto con la palma de la


mano.

—Mark... —Lo siguió.

—Maldita seas, Mina—Le gritó. —Dije que te quedaras ahí.

El rugido de sus palabras la horrorizaron, quitándole el aire de sus pulmones.


Afligida y pálida, se quedó en su sitio, paralizada, mientras él se retiraba,
desvaneciéndose al doblar la esquina de la casa.

—Más vale que haga lo que él dice, hija mía—la consoló una suave voz. Lesson
estaba a unos pasos detrás de ella.

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— ¿Se ha ido? ¿Para siempre?

—Seguramente no. No se preocupe.

Sus palabras no la tranquilizaron. ¿Mark habría perdido la esperanza?


Entumecida, siguió al señor Leeson por las escaleras y dentro de la casa. Incluso a
esa hora tardía, los carpinteros aserraban y martillaban. Cortaban molduras de
madera y las fijaban en su sitio. Los pintores cubrían las paredes con una suave
capa de pintura blanca. Leeson la llevó de habitación en habitación, hablando de la
selección del papel tapiz y de las alfombras, y de cómo la casa era una pizarra en
blanco y que ella podría hacer los cambios que quisiera. La estructura entera había
sido equipada con iluminación por gas, así que en cada habitación él giraba las
válvulas, como si quisiera probarle que funcionaban. Pero sin importar cuán
valientemente intentaba distraerla, a ella no podía importarle menos la casa. Mina
sólo podía pensar en Mark.

Leeson la exhortó en las escaleras centrales.

—Una vez que todo esté bien en el mundo otra vez, y que su mente pueda

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El Club de las Excomulgadas
volcarse a pensamientos satisfactorios, podemos cruzar la ciudad a los almacenes
de su señoría y hacer las selecciones que usted quiera.

— ¿Tiene almacenes?

Su bigote se ladeó con una sonrisa.

—Tiene tres, llenos con muebles, piezas de arte y cualquier cosa deliciosa que
pueda imaginar. Jarrones. Esculturas. Urnas. Viejas y nuevas. Es casi como si
hubiera estado esperando todo este tiempo por...

— ¿Esperando para qué?—murmuró Mina.

—Para tener un hogar.

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Las lágrimas se agolparon en los ojos de Mina. Surgieron en los ojos del señor
Leeson también.

—Oh, Dios querido. Mírenos—Gimió ella. Él tomó dos pañuelos de su bolsillo


y le tendió uno a ella. —Gracias—ella se sonó, cerrando los ojos.

Él se limpió el rostro, incluso levantando el parche del ojo para limpiar debajo.

—No ha sido nada, querida.

—Es sólo que no sé cómo ayudarlo.

—Todo va a salir bien. Ya lo verá. Él es fuerte.

Mina se paró en el descanso del tercer piso.

—La casa es encantadora, pero no deseo ver más esta noche. Creo que
solamente quiero estar sola por ahora—Había muchas puertas a lo largo del pasillo.
— ¿Hay algún lugar en donde me pueda recostar?

—Por supuesto. Por aquí, sígame—El señor Leeson la guió por el corredor.

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El Club de las Excomulgadas
Había parches estriados horizontales, como evidencia de los nuevos conductos de
gas. —Por supuesto, cubriremos este desorden con papel tapiz, cuando esté
preparada para hacer la selección.

Giró la perilla y empujó la puerta.

—Santo cielo—Mina se quedó sin aliento.

Aunque el resto de la casa podía estar incompleto con respecto al mobiliario y a


la decoración, la habitación principal había sido terminada a la perfección. Los
paneles de madera relucían. Cortinas de color azul marino colgaban de las
ventanas, y un sólido mobiliario ocupaba cada parte de la habitación,
perfectamente colocado. El aire olía a madera y a cera para muebles.

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—Es libre de cambiar cualquier cosa que no le guste—dijo él.

—Es perfecto. No podría cambiar nada. Es muy talentoso, señor Leeson.


Espero que alguien se lo diga por lo menos un centenar de veces al día.

El diminuto hombre sonrió orgulloso.

— ¿Tendremos que traer su baúl desde el Savoy, entonces?

—Sí, gracias.

—Voy a despachar el carro para eso ahora. Le avisaré en cuanto hayan llegado.

Cuando se fue, Mina se quitó el sombreo y su insignia de Ascot y entró en el


cavernoso vestidor. Unas cuantas cajas se alineaban en las estanterías. Cajas verdes,
del mismo tipo que se usaban en la tienda de la modista donde compraron su
vestido de luto. Tirando de un lazo, levantó la tapa de la primera caja. Y luego de la
segunda. Y de la tercera. Todos eran vestidos. Hermosos vestidos, cada uno en un
vibrante color diferente. Azul, rojo y verde. En la caja final descubrió una profusión
de vaporosa ropa interior de encaje y una tarjeta.

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El Club de las Excomulgadas
Con devoción. M.

Mark. Sujetando la tarjeta contra su pecho, cruzó la habitación hasta la


ventana, y miró detenidamente al ensombrecido jardín. Devoción. Le ofrecía
devoción, incluso cuando ella lo había mantenido a raya.

Algo se deslizó por el dedo de su pie.

Mina parpadeó. ¿Se deslizó? No podía pensar en nada que debiera deslizarse
dentro de las paredes de una habitación.

Buscó en la alfombra. Los colores oscuros y el patrón entretejido de hojas y


flores casi ocultaban la estrecha cola mientras desaparecía bajo el brazo de una
silla. Mina soltó un gemido ahogado.

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Su pulsó se aceleró. Una serpiente. Había visto serpientes antes, casi siempre en
la India. Una incluso la había sorprendido en su saco de dormir una noche. Podría
solicitar la ayuda de Leeson, pero ciertamente si se ausentaba aunque fuera
brevemente para llamarlo, la serpiente podría desaparecer y no podrían encontrar a
la criatura de nuevo.

Cómo podría descansar en esa casa, sabiendo que una serpiente, probablemente
una serpiente venenosa, estaba suelta. ¿De dónde vendría? Con el corazón latiendo
fuertemente, se inclinó por la cintura y se quitó el zapato. Con los músculos
cargados de tensión, envolvió los dedos en la punta del zapato para así poder
utilizar el fuerte y puntiagudo tacón como garrote.

Avanzando hacia la silla, se arrodilló y miró debajo. La serpiente, oscura y


brillante, un áspid, creía ella, salió del lado opuesto en dirección a la cama. Ella
saltó y poniéndose de pie persiguió a la serpiente, levantando su brazo...

—No, no, nooo.

Una voz de mujer. Una mano sujetó su muñeca, titubeando mientras tiraba de
su brazo. Un remolino de faldas negras desdibujó la visión de la presa de Mina.

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El Club de las Excomulgadas
Mina se escabulló, con la parte trasera de sus piernas golpeando contra el colchón.
Ella parpadeó, y abrió los ojos.

Tal alta como un hombre, y de pie tan orgullosa como una reina, una mujer la
estaba mirando. Pelo oscuro, tan brillante y espeso como la visón, caía sobre sus
hombros, hasta su cintura. Pasadores de marfil sujetaban su pesado moño en su
coronilla. Usaba un vestido del color canela, hecho de rica y pesada seda. Un
granate del tamaño de una cereza brillaba en su dedo.

— ¿De dónde has salido?—murmuró Mina.

— ¿Qué intentabas hacer con ese pequeño zapato tuyo?—Sus ojos negros
reflejaban desagrado.

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Mina bajó el zapato, respirando fuertemente.

—Bien... hay una serpiente, y está en mi tocador. La iba a aplastar. ¿Quién eres?

—Soy Selene. La Condesa Pavlenco. Y la serpiente es una hembra—Sorbió con


la nariz.

Mina presionó su pecho con una mano.

—Se me debe de haber pasado de alguna manera, con todo el alboroto.

Ella sólo le llegaba a la nariz de la condesa.

—Eres la hermana de Mark.

—Bien, por supuesto que lo soy—respondió con aire de superioridad. Con


largas zancadas, se apresuró hacia la serpiente y la recogió. Susurró. —Todo está
bien, señora Hazelgreaves. Esa pequeña malvada no le hará daño.

¿Pequeña? Ciertamente lo era, comparada con esa amazona.

— ¿Señora Hazelgreaves?

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El Club de las Excomulgadas
Una ceja oscura se levantó.

—Llamada así por una amiga.

—La señora Hazelgreaves es un áspid—Mina acusó. —Las áspides son


venenosas. ¿Estás tratando de matarme?

—Nooo— Selene metió la serpiente en una bolsa de terciopelo que tenía atada
a la cintura. —Sólo quería algunos gritos y unos saltos alrededor. Eso es todo, te lo
juro—Sus labios dibujaron una amplia sonrisa. —Todo en sana diversión.

Mina no le devolvió la sonrisa.

—Disculpa si mi reacción te ha decepcionado. ¿Por qué estás en mi habitación?

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La sonrisa se evaporó.

—Porque todavía no te lo ha dicho.

— ¿Decirme qué?

—Quién es él.

—Es Mark—Mina enderezó los hombros. —Y eso es todo lo que me importa.

—Esa es una respuesta perfectamente encantadora—Selene apretó con una


mano de dedos largos y bien cuidados su pecho. —Aunque eres curiosa. Sé que lo
eres.

Los Centinelasna de las Sombras se desplazó lentamente hacia el asiento cerca


de la ventana. Se sentó y se reclinó contra los cojines. Capas de enaguas de encaje
se arremolinaron contra sus tobillos decididamente femeninos y sus lustrosos
zapatitos negros. La pesada tela siseó con su movimiento.

—El verdadero nombre de Mark es...

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El Club de las Excomulgadas
—No, no me lo digas...

—Alexander Helios.

Mina cruzó los brazos sobre su pecho y exhaló.

—Será mejor que te vayas.

La condesa solamente sonrió y se hundió más profundamente entre los cojines.

—No reconoces el nombre, ¿verdad?

Mina titubeó.

— ¿Debería?

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—Cleopatra y Marco Antonio fueron nuestros padres—Ella volvió su barbilla
contra su hombro. — ¿Ves el parecido? Con las representaciones más amables, por
supuesto. Mark se parece más a nuestro padre.

Mina se tragó su incredulidad. Si las revelaciones de Selene eran ciertas, eso


haría que Mark tuviera diecinueve siglos de edad.

De todas maneras, negó. Simplemente no estaba bien.

—Por favor detente aquí. Creo que debo escuchar todo esto de él. Cuando esté
listo.

—Nunca estará listo—Selene examinó su uña.

—Eso debe decidirlo él.

—Conoces la historia, y sí, estuvimos ahí. Nuestra madre consideró un honor


que nosotros fuéramos testigos de su suicidio.

La revelación de Selene la dejó sin aire en los pulmones, y sin réplica en sus
labios.

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El Club de las Excomulgadas
—Eso es... terrible.

Selene se encogió de hombros. Sus faldas de seda reflejaban el cálido resplandor


de la luz de gas.

—Intriga. Traición. Asesinato político. Eventos así eran la piedra angular de


nuestra familia, si le puedes decir así a lo que tenemos—Aunque la condesa adoptó
una pose de languidez indiferente, sus ojos brillaban tan negros y duros como el
ónice. —Teníamos diez años. No éramos todavía Amaranthines. Ella tenía el poder,
ves. Podía haberse hecho inmortal. Mientras Octaviano y su ejército avanzaban
hacia Alejandría, el Consejo Primordial le concedió el poder para hacerlo. Pero una
vez que se enteró de la muerte de Antonio... ella perdió la razón. Deliró y gritó.
Nos hizo a Mark y a mí inmortales en cambio.

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— ¿Para salvarlos de Octaviano?

Ella rodó los ojos.

—En absoluto. Íbamos a ser sus armas, sus caballos de Troya después de su
muerte, si quieres. Nos hizo prometer que íbamos a llevar a cabo su venganza
contra Octaviano.

Ella se movió y ajustó el bolso de terciopelo de su cintura.

— ¿Qué pasó después?

Una cierta cantidad de culpabilidad acompañó esa pregunta. No debería


preguntarle nada; no debería ser curiosa. No con Selene haciendo todas esas
revelaciones.

Selene miró por la habitación.

— ¿Tienes algún libro?

—No en la habitación. Lo siento.

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El Club de las Excomulgadas
Su aquilina nariz se arrugó con irritación.

—Bien entonces... para entender, tienes que saber que cuando a los niños se les
es concedida la inmortalidad, deben madurar su edad de máximo rendimiento, a la
edad en donde son más fuertes mental y físicamente. Así que sí, por años tuvimos
la inmortalidad en nuestra sangre, pero ninguno de sus poderes asociados.
Estábamos sin ayuda, y a merced de Octaviano. Nos convertimos en los premios de
la guerra, Cleopatra debió saberlo. Octaviano nos regresó a Roma—Su voz se hizo
más silenciosa. —Nos tenía atados con pesadas cadenas de oro, así apenas
podíamos caminar, y nos llevaron por las calles. Los ciudadanos se burlaban. Nos
lanzaban basura rancia y cosas peores.

—Mark tiene cicatrices...

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Selene jaló el puño de su manga y la sujetó contra su muñeca, revelando unas
cicatrices idénticas a las de Mark.

—Como insulto final, Octaviano nos obligó a cuidar de su hermana, la


verdadera esposa que nuestro padre había abandonado para irse con nuestra madre.
Puedes imaginar lo que hizo por una educación satisfactoria.

—Lo siento—susurró Mina.

Una ceja oscura se alzó.

—No me tengas compasión, pequeña. Y ciertamente no le tengas compasión a


él. La experiencia sólo nos hizo más fuertes. Más implacables. Más determinados a
abrir un sendero hacia nuestra propia leyenda, opuestos a convertirnos en un pie de
nota del histórico, y en mi opinión excesivamente cobarde, fallecimiento de
nuestros padres. Es por eso que ganamos la atención de los Primordiales, como
candidatos apropiados para la orden de élite de los Centinelas de las Sombras—Sus
ojos se estrecharon. —Mirando hacia atrás, no cambiamos nada.

— ¿Por qué me dices todo esto?

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El Club de las Excomulgadas
—Dime tú la respuesta.

— ¿Para qué lo entienda a él mejor?

—Detén los violines—Selene alzó una mano y se arqueó en una carcajada. —


Equivocada.

Un ardor cubrió las mejillas de Mina. El Señor tendría que ayudarla si iba a
tener pasar las festividades con esta mujer.

— ¿Entonces por qué?—inquirió crispada.

—Para decirte, en los términos más claros... que lo dejes. No vales su


sufrimiento o su legado. Huye y huye ahora, tan rápido como tus pequeñas y
mortales piernas te dejen—Selena se puso de pie. — ¿Necesitas dinero para poder

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irte? Tengo mucho.

—No—respondió Mina firmemente. —No lo dejaré. Estamos casados.

Casados. La intensidad de su convicción la asustó. Estaban casados. Mark era


su esposo, y ella era su esposa.

—Casados—Selena se mofó. —Montones de personas están casadas. Y eso no


significa nada—Selena se acercó lentamente. —Solamente eres una distracción para
él en esto, en la víspera de su mayor batalla.

—Él detendrá a la Novia Oscura.

Ella resopló.

—No estoy hablando de la Novia Oscura. Estoy hablando de mí. Cuando lo


veas de nuevo, si lo ves de nuevo, dile que los portales se han abierto lo suficiente
para que mis órdenes puedan pasar a través de ellos.

Su imagen se tambaleó. Se disolvió. Poco antes de desaparecer... su sonrisa


flaqueó. Entonces se fue.

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El Club de las Excomulgadas
Mina dio un alarido de frustración. Vociferó alrededor de la habitación. Qué
horrible mujer. Qué horrible historia. Mark. Fue hacia la ventana y miró hacia la
noche.

Él estaba afuera. Solo. Sí, ella había visto a la aterradora criatura en la que él se
podía convertir. Pero también había visto otra parte de él. Había algo en medio del
césped, algo que se parecía sospechosamente a un sombrero de copa. Su mente
trabajó, zumbando y haciendo ruido con cada pensamiento. Cuando Mark escuchó
la voz de la Novia Oscura, había ido allí por una razón, y ciertamente no sólo era
dejarla en su casa a medio terminar con Leeson.

En el momento en que la dejó, gritándole que se quedara detrás, no regresó al


carruaje. Se fue en dirección al jardín. Mina salió de la habitación y bajó por las
escaleras de servicio. Se las ingenió para evitar a Leeson, y después fue de

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habitación en habitación, eventualmente encontró la puerta que daba al jardín
lateral de la casa. Sí, su sombrero. Y poco más allá, su capa, que había descartado a
lo largo de su camino. Los dos objetos la condujeron a un pequeño nicho de
árboles.

Un muro de piedra se levantaba, de menos de medio metro o algo así, rodeaba


una especie de piscina. No había nada más.

Ningún sendero o alguna torre mágica. Ella puso sus cosas sobre las piedras y
se sentó, desilusionada.

Una suave brisa barrió la superficie del agua, pandeando el reflejo de la luna
llena. Las carpas ornamentales naranjas y plateadas se retorcieron bajo la
superficie, con sus escamas brillaban a la luz de la luna.

Su reflejo apareció, como un comprensivo confidente.

— ¿Qué voy a hacer?—murmuró ella con el corazón suave. —Lo amo. Oh, sí,
lo hago. Y me siento miserable sin él.

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El Club de las Excomulgadas
La imagen le sonrió, aparentemente con los dientes expuestos. Ausente, Mina
tocó la parte trasera de su cabeza y encontró que su pelo, aunque desordenado por
todo el día, seguía sujeto en su sitio, nada que ver con el largo y oscuro pelo que se
arremolinaba debajo.

Una mano salió del agua y la tomó de la muñeca, haciéndola caer de frente
contra el agua.

El impacto del agua fría forzó la respiración de sus pulmones.

Instintivamente ella inhaló. Aire, no agua, invadió su boca y su nariz. Las


manos en sus muñecas tiraban de ella, hacia bajo... y abajo. La luz de la luna se
volvió apenas visible. Mina luchó.

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Se retorció. Pateó para liberarse.

Un rostro pálido se cernió sobre ella. Una afilada, dolorosa presión, dientes, la
sujetó por la nariz, terminando con un onda de pelo oscuro y un vistazo de escamas
plateadas. Dos manos la jalaron y la empujaron a través de un agujero, de un túnel.
Sus pies se toparon con piedra sólida. Escaleras. Con los ojos abiertos, miró un
brillo ondulante de color naranja.

Mina salió de golpe del agua. Se colapsó, jadeando, en una extensión de suelo
de mosaico. Miró las baldosas azules y blancas. Su pelo. Su piel. Sus ropas. Estaban
completamente secas.

Mark se puso en cuclillas a un lado de ella, completamente serio.

— ¿Qué estás haciendo aquí?

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 17
—Me mordió la nariz—exclamó Mina.

Sus cejas se levantaron.

—Veo las marcas de sus dientes—Él quitó su mano y pasó la punta acolchada
de su dedo índice sobre el doloroso punto. —No te rompió la piel sin embargo.

— ¿Qué es ella?

—Es... una mujer. —Él se encogió de hombros, indiferente. —En el agua.

Mina se levantó para sentarse.

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—Espero una explicación mejor que esa.

Él se puso de pie.

—Ella es una Nereida paria, pasando tiempo hasta que pueda volver a casa.

—Una Nereida—repitió ella con incredulidad.

Pero, por supuesto, lo creía.

Él le tendió la mano y la levantó en brazos.

—Por el momento, ella es la encargada de esta primavera. No se supone que


deba dejar que cualquier venga abajo. Debes haberle gustado.

Una caverna de bloques de piedra muy juntos se extendía por encima de ellos.
Dos candelabros iluminaban la oscuridad. Las baldosas bajo sus pies formaban un
gran pulpo, extendiendo sus tentáculos en espiral en todas direcciones. Contra la
pared había una tarima estrecha, cubierta de mantas. El aroma mineral de
manantial llenó su nariz.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Qué es este lugar?—Su voz se hizo eco débil.

—Es un baño romano, cubierto por la ciudad hace mucho tiempo.

— ¿Puedes oír la voz de la novia oscura aquí abajo?

Mark sonrió con fuerza.

—No mucho.

Mina abrió la boca, con su corazón creciendo con esperanza.

— ¿Así que te puedes quedar aquí, protegido, hasta que la ola acabe?

—Algo así.

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Ella no le quería decir nada más de su padre, del Ojo o de la novia oscura. No
había nada más que discutir. Cuando la ola terminara, él la cazaría. Y como
resultado, él viviría o moriría.

— ¿No estás enfadado conmigo por haber venido aquí?—Preguntó ella.

—No tan enojado como debería estar—La luz de las velas se reflejaban en la
mandíbula y en los huecos de sus mejillas.

Mina se movió a su sombra y con su mano tocó el centro de su camisa.

—No, Mina—Él retrocedió un paso.

Ella dejó caer sus brazos a los costados.

—He venido en busca de ti por una razón.

Él negó.

—No deberías haber venido.

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El Club de las Excomulgadas
—Quería estar con mi esposo.

Él miró hacia abajo y cerró los ojos.

—Tenías razón cuando dijiste que un día... que un día tendría que irme—El
músculo de su cuello se movió al tragar. —No me quedaré, Mina. Nunca lo he
hecho. Nunca podría ser el marido que mereces. Incluso si logro salir de esto, con
el tiempo me tendré que ir. No es justo que te impida todas las cosas que te traigan
felicidad.

—Felicidad—Ella sonrió, y su visión se volvió borrosa por las lágrimas. —Este


momento... estar contigo, me trae felicidad. Eso es suficiente.

Mina retrocedió hacia la tarima. Con dedos temblorosos se desabrochó los

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botones de la parte delantera de su corpiño.

—Alexander Helios, hijo de Cleopatra y Marco Antonio, sé mi esposo. Sé mi


lugar seguro ahora, esta noche, y déjame ser tuya.

Sus labios se separaron con un aliento.

—Tú... sabes.

Ella asintió.

—Tú viciosa hermana, a quien me temo no me importa casi nada, me visitó


esta noche y me lo dijo todo—Mina empujó la ropa por sus hombros. —Ella quiere
que sepas que le dieron órdenes de matarte.

Mark no hizo más que parpadear. En su lugar, observó, fijamente mientras ella
se quitaba la blusa y se desataba la falda.

—Me ocuparé de ella mañana.

Quedándose en su mirada caliente, ella apenas sintió el aire frío de la cámara


subterránea.

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El Club de las Excomulgadas
Con una suave maldición, él cerró la distancia entre ellos y la agarró por la
cintura, levantándola en su contra, llevándola a su cama. Ella se acurrucó en torno
a él, inhalando su aroma y enterrando las manos en su pelo.

Suavemente, él se arrodilló y se apoyó en la cima de las mantas. Él tiró la


camisa de sus hombros.

—Mi esposa. Mi bella esposa. —Apoyándose en sus brazos, él se sentó encima


de ella. —Tú eres la única. En toda mi vida, eres la única mujer a la que he amado.
La única mujer con la que me he casado.

*****

—Despierta, cariño. Es por la mañana—Mark estaba apoyado en el codo,

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mirando hacia abajo el rubor de Mina, su cara de sueño.

Desnuda, ella hundió la cara en su cuello.

— ¿No podemos quedarnos aquí?

—Sabes que no podemos—Él se inclinó para darle un beso en la sien.

Había llegado el momento para que él dejara a Mina y saliera de la ciudad. Se


vistieron en silencio, cada uno ayudándole al otro a abrocharse los botones. Un
momento después, se situaron en el borde de las escaleras. Negra-azul, el agua
ondulaba y golpeaba las piedras.

El nerviosismo de Mina era evidente.

—Aquí—Mark puso una moneda en la palma de su mano. —Dale algo


brillante para el camino. A ella le gustan las cosas bonitas.

Con un apretón, la llevó a las escaleras.

— ¿Estás lista?

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El Club de las Excomulgadas
Mina asintió.

—Uno. Dos. Tres.

En conjunto, se hundieron bajo la superficie. Familiarizado con la estrecha


dimensión del túnel, él la dirigió y tiró de ella. Una vez dentro de la columna del
pozo, ascendieron. Temprano por la mañana la luz reveló el esquema ágil de la
Nereida contra la piedra gris.

Como una princesa antigua, unida para siempre a una torre acuosa, ella los
rodeó, agitando el agua con su cola plateada. Sin embargo, sus ojos estaban muy
abiertos, y ella evitó ofrecérselos a Mina.

En cambio, apuntó hacia arriba.

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Mark miró. Las manos de Mina se cerraron en sus hombros.

En la superficie de arriba, un rostro miró hacia abajo, un parche negro fue


claramente visible.

Con una serie de patadas fuertes, Mark llevó a Mina a la superficie. Ella se
agarró a la cornisa, y él la levantó hacia arriba. La mano abierta de Leeson se
agachó. Mark tomó la palma de su mano, y con la presión de sus botas contra la
piedra, se apeó. El agua salió fuera de su ropa, de su piel, dejándolo seco.

—Su señoría, tiene visitantes—anunció Leeson.

— ¿Visitantes peligrosos?—Preguntó Mark oscuro. — ¿O visitantes que me


gustaría que me... visitaran?

—Ambos, diría yo.

La curiosidad de Mark se despertó, tomó a Mina de la mano. Por primera vez,


llevó a su esposa a la casa que él había esperado podrían compartir como marido y
mujer. Una casa en construcción. Una con muchas mejoras por realizar.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Dónde?—Preguntó Mark.

—Es en el estudio.

Mark hizo a Mina a un lado. Leeson esperó cerca de la puerta del estudio, con
la mirada enfocada hacia el hall de entrada de la casa. Todavía era temprano, y los
obreros no habían llegado. Los pasillos y las habitaciones estaban en silencio.

Mark pasó la punta de los dedos a lo largo de la mandíbula de Mina.

—Gracias.

Fue todo lo que podía decir. Más grandes, palabras más atrevidas patinaron
hasta detenerse en la parte trasera de su garganta. Ella asintió.

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Él se inclinó y la besó con dulzura en la comisura de su boca, y luego en el
tope. Un posible adiós. Ella se dio cuenta también, él lo vio, porque ella parpadeó
con repentina humedad en sus ojos.

Mina dejó a Mark de mala gana. Temía que en cualquier momento se fuera, y
ella se quedaría con sólo recuerdos. Arriba, se lavó. Sus baúles se habían entregado
del Saboya. Enfocada en sus tareas con normalidad, se puso de pie en ropa interior
en el amplio vestidor y guardó sus cosas. Cuando llegó a uno de sus vestidos negros
de luto, se detuvo. No. Hoy se pondría el vestido azul que Mark había comprado
para ella. El de colores fuertes. Del color de sus ojos. Una vez vestida, volvió la
planta baja.

Del estudio hubo una andanada de maldiciones gritadas. La madera, las


lámparas de araña, se estremecieron con su intensidad. Algo se estrelló contra la
puerta y cayó haciéndose añicos. Ella se estremeció. ¿Se quedaría de pie,
simplemente allí y escucharía? ¿Debería tratar de interceder?

Una joven apareció de la dirección de la cocina. Vestida con un elegante traje


azul oscuro de viaje, llevaba una bandeja redonda de plata con un servicio de té.
Una sonrisa fácil se levantó en sus labios.

313
El Club de las Excomulgadas
—Usted debe ser la señora Alexander.

Un poco más corta en estatura que Mina, la mujer era, simplemente, hermosa.
Pelo claro se retorcía en rollos complejos en la base de su cuello. Sus rizos
brillaban, perfectamente doblados, a ambos lados de su cara.

Crash. Más maldiciones vociferadas.

Ella no se inmutó siquiera. En lugar de eso preguntó alegremente.

— ¿Le apetece una taza de té?

Mina la siguió hasta la sala de dibujo, directamente a través del hall de entrada
del estudio de Mark.

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La mujer rubia más pequeña, bajó la bandeja a una mesa. Con un giro de
hombros, saludó a Mina de nuevo.

—Estoy muy emocionada de conocerla. ¿Mark, casado? No puede ser cualquier


mujer, la que ha capturado su corazón.

Mina sonrió. Ella había capturado su corazón. Después de su noche juntos, no


tenía ninguna duda de eso. Días después de su ceremonia de matrimonio, sin duda
se habían convertido realmente en un hombre y su esposa. A pesar del peligro
inminente, el resplandor del amor surgió con calor en sus mejillas.

Ella se acercó a la mujer.

—Está claro que sabe quién soy, pero estoy un poco asustada por la oscuridad
en cuanto a su identidad.

Ella se echó a reír.

—Por supuesto. Cuán descortés por mi parte. Soy Elena, la Señora Black. El
Señor Black es mi marido.

314
El Club de las Excomulgadas
—Lord Black—Mina se puso tensa. Mark había mencionado al antiguo
Centinela en una serie de ocasiones, siempre con el entendimiento de que cuando
regresara del Reino Interior, sería para asesinarlo. Selene ya había recibido las
órdenes en ese sentido. ¿Estarían todos de vuelta ahora, como buitres?

—Oh, Dios mío. Puedo ver que te he disgustado—La sonrisa de Elena cayó.
Ella se sentó en el sofá y palmeó la almohada a su lado. —Por favor, siéntate.

Mina se sentó, pero sólo porque la sala daba vueltas salvajemente a su


alrededor. Con el ceño fruncido, ella miró los ojos de la otra mujer.

— ¿Por qué están tú y Lord Black aquí?

—Porque me ayudarán—dijo Mark desde la puerta.

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Otro hombre apareció detrás de él, tan alto como Mark. Su cabello era más
oscuro que la noche.

Intensos ojos grises se asentaron en Mina. Un escalofrío la atravesó como si por


esa simple mirada la evaluara por completo, por dentro y por fuera.

—Buena elección, Alexander.

Mark le hizo un guiño a Mina.

Mina frunció el ceño, perpleja.

— ¿Qué quieres decir, con que nos ayudarán? Siempre me dijiste que Archer
era de temer.

Archer le dio un codazo a Mark.

— ¿Le dijiste eso? Me siento halagado.

Mark puso los ojos en blanco.

315
El Club de las Excomulgadas
Elena le tocó la mano.

—Archer le solicitó al Consejo Primordial retrasar las órdenes de asesinar a


Mark. Ellos se negaron y él accedió a la petición de Selene.

—Creo que es terrible—dijo Mina con el ceño fruncido—Esa hermana se


ofreció de voluntaria para asesinar a su propio hermano. A su gemelo, no menos.
Llegó a la casa ayer por la noche sólo para burlarse de mí con sus viciosas órdenes.

Mark la interrumpió:

—Pero de nosotros, como Centinelas de las Sombras se espera que seamos


vicioso. Temibles. Despiadados. Entiendo el reto y soporto su mala voluntad.

Archer asintió, y levantó un trozo de pergamino sellado con un sello triangular,

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


negro.

—Sin embargo, debido a circunstancias especiales, se nos ha otorgado a Elena


y a mí permiso para ofrecer cualquier ayuda que podamos darle a Mark—Él
depositó el documento sobre una mesita, y se movió para pararse frente a la
ventana.

La mirada se desvió de Mina a su marido y al oscuro Centinela.

— ¿Circunstancias especiales?

—Debido a que hace seis meses, Mark se sacrificó trascendiendo para salvar a
Archer—reveló Elena en voz baja. —No sólo a Archer, sino a su hermana y a mí, y
a toda la ciudad de Londres. Él se sacrificó por el bien de muchos.

—Estás exagerando mucho—respondió Mark. Sus mejillas se sonrojaron con


una sombra rubia y masculina.

316
El Club de las Excomulgadas
—No estoy exagerando—murmuró Elena. —Si no fuera por tu marido, Archer
no estaría aquí hoy y tampoco yo. El Consejo, a pesar de su cautela, está
agradecido. Archer los persuadió para premiar a Mark con esta última oportunidad.

Mark se acercó más y tocó con su mano la parte trasera del cuello de Mina.

—Los trozos de tiempo que faltan... fueron causados por el Consejo


Primordial. Ellos utilizaron olas centradas de poder Amaranthine para debilitarme
durante los tiempos en que me vuelvo más vulnerable con la novia oscura,
efectivamente impidiéndome ser utilizado para sus oscuros propósitos. Eso retrasó
los efectos de mi deterioro.

Archer asintió.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Porque quiero que sobrevivas.

— ¿Entonces por qué la orden de asesinarlo?—Exclamó Mina enojada.

Ella se levantó y se acercó a la mesa, donde tomó el pergamino que Archer


había dejado detrás momentos antes. Ella lo levantó para leerlo, pero los personajes
se desdibujaron... y desaparecieron. Ella parpadeó y una fracción de segundo
después abrió los ojos, y vislumbró grandes rasgos, oscuros otra vez, pero igual que
antes, se desvanecieron demasiado rápido para que ella los examinara. Volviendo
la página, pasó los dedos sobre el sello de cera y profundamente por la imagen
impresa de tres flores de loto. Se volvió hacia sus compañeros. —Díganme, por
favor, ¿por qué?

Archer le explicó en un tono paciente.

—Porque más allá de todo lo demás, debemos proteger la integridad del Reino
Interior. No pueden tener la oportunidad de que este esfuerzo final por salvar a
Mark falle. Selene es consciente de que estamos aquí en nombre de Mark. Ella nos
estará vigilando y esperará hasta el último momento posible para ejecutar sus
órdenes.

317
El Club de las Excomulgadas
Mina se llevó una mano a la frente.

—No me gusta esa mujer.

—Es un gusto adquirido—le aseguró Elena. —Creo que en otras circunstancias,


habrías llegado a quererla como yo—Sus labios dibujaron una sonrisa. — ¿Has
conocido a alguna de sus mascotas?

Mina asintió.

—A la señora Hazelgreaves, de hecho.

—Querida—Archer intervino,—no tenemos tiempo para charlar.

Elena apretó los labios.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Tienes razón. Tenemos que encontrar a tu padre. Todo nuestro Amaranthine
de inteligencia indica que él está aquí en Londres, buscando El ojo.

Mina suspiró, aliviada.

— ¿Así que sabemos a ciencia cierta que el Ojo está aquí?

Mark respondió:

—Así es, cariño—Con voz tranquila, agregó:—Tu padre, desafortunadamente,


ha sido utilizado.

La cara de Mina se vació de calor.

— ¿Qué quieres decir?

La expresión de Archer se convirtió en cruda.

—Hemos hecho algunas observaciones desde el Reino Interior. Trazando los


caminos de los individuos a través de la historia, y encontrado patrones

318
El Club de las Excomulgadas
perturbadores. Ese movimiento Tantalyte ha estado en curso con sigilo desde hace
bastante tiempo.

—Pero mi padre... Dices que fue utilizado. ¿Cómo?

—Es como una partida de ajedrez, que se despliega sobre la superficie de la


tierra—respondió él. —Pero con personas y los artefactos poderosos.

Elena añadió en voz baja:

—Esto se ha prolongado durante siglos, bajo la conciencia del Consejo


Primordial.

—Es él... —Una repentina opresión en su pecho la cortó.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


— ¿Malo?—Mark completó. —No, en absoluto. Sus motivos son puros. Pero
igual que una larga línea de los demás, ha sido blanco de ataques debido a sus
fortalezas e intereses, e insidiosamente presentado con información. Sin saberlo, ha
actuado en nombre de Tántalus.

Archer asintió.

—Es un títere. Tántalus ha manipulado una larga sucesión de eventos, una vez
más, a lo largo de siglos poniendo los pergaminos en su camino. Tántalus
necesitaba que un mortal los tradujera y llevara a sus seguidores.

Mina miró a Mark.

—En su deseo de descubrir la verdad, ¿Ha estado realmente ayudando a


ejecutar alguna estrategia de siglos de antigüedad?

—Así es—contestó Mark uniformemente. —En este mundo existen reliquias de


extraordinario poder. Reliquias que, cuando se reúnen de manera precisa, se
pueden utilizar para el bien o para el mal.

—Y este Ojo es uno de ellos—conjeturó ella.

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El Club de las Excomulgadas
—Así es—confirmó él. —Está claro que el espejo no comenzó en Londres, pero
de alguna manera, a través del tiempo, se abrió camino hasta aquí. Archer, me dice
que los Primordiales todavía están tratando de determinar la forma en que lo
hicieron. En cualquier caso, no estamos seguros de cuál es la intención final de
estar aquí, pero no puede ser buena. Tenemos que encontrar a tu padre antes que
ellos.

—Entonces, ¿qué estás esperando?—Lo instó, moviendo sus manos sobre él y


apretándolo—Ve.

Archer sonrió.

—Es hora de salir a la ciudad. Nos dividiremos los distritos entre nosotros.
Elena, aunque no es una Centinelas de las Sombras, puede ayudar en la búsqueda

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


también.

— ¿Elena no es un Centinela?—Preguntó Mina.

—Soy una interventora—Elena sonrió—Soy experta en sanidad, y en su caso,


intervengo cuando las vidas mortales son injustamente amenazadas con una muerte
prematura.

Archer continuó.

—Entre los tres, lo encontraremos. Se menciona en the Times de Londres de


hoy que los trabajadores de la ciudad descubrieron una porción vieja de la muralla
de la ciudad cerca de Ludgate Hill, cerca del puente Little. De origen romano.
Quiero investigar la pared. Nunca se sabe, el Ojo podría haber sido escondido allí
desde hace siglos.

Leeson entró, llevando dos cajas negras grandes. Mina observó la mirada de
Mark ir a la caja con una nostalgia feroz, intensa.

Archer, miró a Mark.

320
El Club de las Excomulgadas
—Una cosa más. Estoy autorizado a transmitirte que para en las próximas
veinticuatro horas, el Consejo Primordial rescinde tu orden en contra de tu
posesión y uso de la plata Amaranthine—Sonrió, pero sus ojos y sus labios fueron
duros—Puedes cazar completamente armado. Si encuentras a la Novia Oscura
antes que Selene o yo, Reclámala. Ella hará cualquier cosa para preservar el agarre
cada vez mayor de Tántalus en esta ciudad. Él quiere que Londres sea su trono.

— ¿Por qué Londres?—Preguntó Mina. Le dolía la cabeza con la enormidad de


todo lo que había oído.

Mark le explicó.

—Londres tiene, por lejos, la mayor concentración de pobreza, pero también de


excesos y vicio. Creemos que el volumen de la miseria, que el deterioro del alma

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


mortal, lo ha atraído aquí. Una vez que llegue, tendría acceso a miles y miles de
reclutas para su ejército de aduladores.

La frente de Archer se levantó.

— ¿Aduladores?

Mark asintió.

—Nunca he visto nada igual antes. Pero asisten a la Novia Oscura. No dejan su
sentido del mal. No están más que vacíos.

—Hemos observado la proliferación de tales sirvientes—reveló Archer. —Son


humanos que han tenido sus almas sometidas, mientras sus defensas morales
estaban en un estado débil. Durante un ataque de ira o un ataque de celos. Son
condenadamente difíciles de rastrear.

Los labios de Mark bajaron:

321
El Club de las Excomulgadas
—Pero ¿qué pasa si mi deterioro avanza? No importa cuánto que lo desee... No
debe tener el poder de Reclamar. No, cuando puedo plenamente ser consumido,
cuando podría voltear el poder en contra de ti.

Archer subió hacia él, por lo que quedaron nariz con nariz. Una pequeña
sonrisa tiró de sus labios.

— ¿Escuchas su voz ahora?

—No por el momento.

—No, es porque ella no está hablando, y tratando malditamente de ponerte en


contra de nosotros.

Mark ladeó la cabeza.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


— ¿Qué estás diciendo?

—Ese mismo poder concentrado que los Primordiales emplean para debilitarte
es lo que te protegen. Ahora estás siendo exigido por toda la ciudad para silenciar
sus órdenes. Pero sólo tienen suficiente almacenada, para utilizar ese grado de
intensidad, hasta mañana. Por lo tanto, esas son las mencionadas veinticuatro
horas de límite.

Mark sonrió.

—Entonces empecemos.

Mina se acercó a los bordes de la habitación por la siguiente media hora. Los
tres inmortales propusieron estrategias, sacaron las armas y se prepararon para
partir. Una cierta excitación, incluso optimismo, electrizaba la habitación.

Finalmente Mark se acercó a ella.

—Este no es un adiós.

322
El Club de las Excomulgadas
—Sé que no lo es—Ella sonrió hacia él. —Me gustaría ir contigo, pero sé que
no es posible.

—Quédate con Leeson—Él se inclinó para poner un beso en sus labios.

Sus manos se deslizaron sobre sus hombros, y se doblaron en su cuello de lino.


Ella lo acercó para un segundo beso, más ferviente. En ese, le susurró.

—Regresa a mí, marido. Estaré esperando aquí por ti.

Trece horas completas más tarde, la noche oscurecía la tierra. Mark continuaba
su búsqueda, examinando metódicamente los distritos a lo largo del Támesis. La
frustración atenuó su anterior optimismo. No había encontrado nada. A ningún

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


profesor. A ningún Ojo. A ninguna Novia Oscura. Ni siquiera un criticado Toadie.
Las horas azotaban pasando con demasiada rapidez. Trece horas. Once horas
quedaban.

El Savoy se levantó antes que él, con su belleza envuelta en cortinas de lona y
andamios.

La Aguja de Cleopatra brillaba luminosa en el marco del cielo nublado. Cuatro


piedras colosales de esfinges custodiaban las esquinas del sitio. El aire de la noche
aún llevaba el sonido de las ruedas de los carros rodando ruidosamente sobre el
pavimento. Las campanas repicaban desde los barcos lejanos. Pero aquí el terraplén
estaba desierto. Su mirada se deslizó hasta el obelisco de granito. Por primera vez
se dio cuenta de que su madre debió haber sentido como los ejércitos de Octaviano
se acercaban a ella.

Date prisa. Date prisa William. Antes de que te encuentren.

Mark escuchó los pensamientos mortales, tan claros como el día.

323
El Club de las Excomulgadas
Su pulso se aceleró. Con una estocada, rodeó el monumento. Una oscura figura
estaba encorvada en la sombra más oscura, en una de las esfinges de piedra. Un
alivio, mayor del que había conocido, pasó como el sol a través de sus venas.

—Profesor Limpett.

El hombre se abalanzó encima de su posición en cuclillas y se alejó a


trompicones. Tenía un martillo y un cincel. Su expresión se volvió intensa por la
tensión del miedo.

Era uno de ellos.

—No, no lo soy—Mark sostuvo su postura y negó.

—Me acuerdo de ti. Tu rostro. Nos conocimos en...

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Hace treinta años, se hizo eco en sus pensamientos.

—En Petra, sí.

—Pero tú eres... eres...

—Soy al que ha estado buscando—Sonrió Mark. —Y yo he estado buscando


por usted.

La mandíbula del profesor cayó.

—Soy uno de los inmortales que has tratado de demostrar. Y los pergaminos
que posee, el Ojo que busca... es imperativo que los encontremos, y rápidamente.

—Ellos quieren lastimar a la gente.

—Por eso los detendremos.

El profesor lo miró con recelo.

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El Club de las Excomulgadas
Un gruñido salió de la oscuridad. Una sombra saltó por el aire, hacia el
profesor.

Con un toque de su mano, Mark emitió su espada. Su piel, sus ojos, habían
cambiado.

La plata Amaranthine brilló.

Mark se lanzó y cortó. El Toadie se desplomó sin cabeza. El hedor de su


repentino deterioro nubló el aire. El profesor se agachó sobre el pavimento,
jadeando. Miró los restos.

— ¿Tengo que convencerlo de qué lado estoy?

—Oh, no—respondió el profesor. —Eso es más que suficiente para mí. ¿Tienes

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


alguna otra de esas espadas para mí?

—La plata le quemaría las manos. La hoja está formada de plata virgen, y de
fuego.

—Maravilloso—se maravilló el hombre viejo.

—Debo informarle, me he casado con su hija.

—¡Tú! Lo supe por el anuncio del periódico que se había casado, pero su cara
estaba borrosa.

—Lo llevaré con ella más tarde—Mark hizo un gesto con la cabeza hacia las
herramientas que el profesor todavía apretaba en sus manos. — ¿Por qué está aquí?
¿Tiene los pergaminos?

El profesor asintió.

—Sin embargo, están malditos por el momento. Consigamos el Ojo.

El Ojo.

325
El Club de las Excomulgadas
Mark dobló los puños. Concentrándose, le transmitió la noticia a Archer.

Aguja de Cleopatra. Ven ahora. El Ojo.

Limpett señaló el martillo.

—Tenemos que hacer palanca para extraer esos agujeros perforados a cada lado
de la aguja.

— ¿Perforar agujeros?

Sus cejas grises se levantaron.

—Los verás cuando mires. Es una palanca para extraer—. Él le ofreció un


cincel.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Mark levantó su espada.

—Estoy cubierto.

—Voy por el otro.

Con una presión de la punta de sus dedos contra la superficie de granito, Mark
descubrió un agujero circular en la base de la aguja. Metió la punta de su espada en
él. El agujero salió. Por otro lado, Lim luchó para avanzar en su obra.

—Retroceda—le ordenó Mark. Cuando el profesor se movió, él abrió el agujero


con la misma eficacia.

— ¿Y ahora qué?

—Sólo mira—El profesor señaló un lado de su chaqueta. Allí, atado a sus


lados, estaban cuatro rollos de color marfil moviéndose.

Otro rugido salió de la oscuridad, y luego un silbido bajo. Dos aduladores


fueron hacia ellos, enfrentándolos con miradas lascivas, con los brazos extendidos.

326
El Club de las Excomulgadas
Mark tapó al profesor, luego lanzó la espada. Las cabezas volaron y rebotaron en el
concreto antes de rodar a la hierba.

—Maldita sea, William. Date prisa.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo 18
Leeson saltó de su asiento.

—Alguien se acerca a la puerta.

Mina hizo a un lado el periódico que no había estado leyendo.

— ¿Sabe quién es?

Sus ojos se estrecharon.

—Es tu tío, el Señor Trafford y sus hijas.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Oh, Dios mío—Ella presionó sus manos en sus mejillas. —Han pasado días
desde que les llamé o les envié correspondencia.

—No los dejaremos entrar—dijo él con firmeza. Se acercó a la puerta del salón
y se asomó a la sala de entrada.

Llamaron a la puerta.

Mina se mordió el labio.

—No podemos permitir que se queden en las escaleras.

—Por supuesto que sí.

—Todas las luces están encendidas. Saben que hay alguien en casa.

—Cerraré el gas ahora.

—Señor Leeson.

—Oh, está bien—Él se debilitó visiblemente. —Simplemente habla con ellos a


través de la puerta.

328
El Club de las Excomulgadas
— ¿Cuál de mis parientes es sospechoso de qué?—A pesar de la tensión del día,
Mina se rió entre dientes. — ¿Trafford, o una de las chicas?

—En la actualidad, todos en Londres son sospechosos. Sobre todo con todas
esas mutaciones-de-almas de nuevos aduladores al acecho—Movió uno sus
hombros y fingió un escalofrío. Sonrió. —Sólo abre la puerta. Diles que estás
enferma. La fiebre tifoidea siempre funciona bien para enviarlos corriendo de vuelta
a sus carros.

Como si ella fuera a cumplir su orden, él se deslizó detrás de la puerta. Giró la


llave y retorció el mango. Él le permitió a ella un, sí, con un crack.

—Buenas noches—dijo ella. Nunca había sido buena para fingir una
enfermedad, tal como un niño.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


La puerta se abrió hacia adentro.

—La casa es hermosa—dijo efusivamente Astrid, corriendo por el costado.

—Grandiosa—coincidió Evangeline, entornando los ojos hacia todas las


esquinas. Siguió a su hermana. —Debes darnos un tour.

Desde detrás de la puerta abierta, Leeson dejó escapar un gemido de


frustración. Las chicas las dos con sombreros negros corrieron de habitación en
habitación.

Trafford se quedó tímidamente en el umbral, con una tarjeta de visita en la


mano.

—Siento mucho la intrusión. Nos iremos al norte de mi estado por la mañana,


y queríamos decirte adiós. El caballero del Savoy nos dio esta dirección.

—Está todo muy bien—contestó Mina. —Pero me siento un poco enferma con
el clima y no quisiera darle a las chicas una sorpresa desagradable.

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El Club de las Excomulgadas
Él asintió.

—Déjame que las recoja. Sin Lucinda aquí, se han convertido en unas
impulsivas. Oh—Él levantó un dedo, como si recordara algo.

— ¿Sí?

—Había otro señor en el hotel haciendo preguntas sobre ti—Él se volvió para
echar un vistazo sobre su hombro. —Le dije que eras mi sobrina. Espero que todo
esté bien. Dice que fue un conocido de tu padre. Creo que nos siguió.

El corazón de Mina se hundió. Claro como el fuego, el Señor Matthews,


llevaba un bombín negro, y se precipitó caminando.

Trafford entró en el edificio.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Señorita Limpett—Un sonriente Señor Matthews trepó por las escaleras.

—Señor Matthews—Ella le dio una sonrisa forzada.

Una vez más, desde algún lugar detrás de la puerta, Leeson dio un poco
graznido.

—Estoy tan contento de finalmente encontrarla aquí en casa. He estado


intentando desesperadamente darle mis respetos. Estoy avergonzado de haberme
perdido el servicio del funeral de su padre, pero estaba fuera del país por asuntos del
museo.

—Gracias, señor. Sus sentimientos son profundamente apreciados.

Pasó con valentía. Ella miró a Leeson. Sus mejillas estaban rojas, sus labios
planos con disgusto. Ella cerró la puerta.

Un grito salió del piso de arriba, de una de las chicas. Mina se mordió el labio
inferior. No podía dejar de recordar la última vez que había oído el grito de las
chicas.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Qué fue eso?—Preguntó el Señor Matthews, girando sobre sus tacones.

Trafford salió corriendo de la sala de dibujo.

— ¿Acabo de escuchar a una de las chicas?

—Todo está bien—Mina levantó una mano. —Tal vez es sólo sea un ratón—O
una serpiente. —La casa es vieja, y la renovación podría haber logrado incitarlas.
Haré que las chicas den marcha atrás.

Con una mano en su falda, Mina subió las escaleras al primer piso. Encontró a
Astrid y a Evangeline en la primera habitación, agarradas una a la otra por las
manos. La habitación todavía tenía que ser amueblada. Sólo había alfombra, y una
puerta abierta que conducía a un sombreado armario.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


— ¿Están bien?

Evangeline soltó una risita.

—Lo siento mucho, Willomina. Astrid me asustó, niña mala. Dijo que vio un
rostro en la ventana y me agarró, así que grité.

Astrid se quedó mirando el panel de la noche oscura.

—Vi una cara. Un rostro blanco. Uno que parecía una máscara.

Un escalofrío recorrió la espalda de Mina.

De repente, la luz de gas que iluminaba la habitación se encendió con un


silbido repentino... y murió.

Mina parpadeó en la oscuridad. La luz de la luna se filtraba por los cristales de


la ventana, pero débilmente.

— ¿Willomina? Las luces—dijo Astrid.

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El Club de las Excomulgadas
—Por aquí—Ella indicó con tanta calma como su corazón palpitante le
permitía. —Vengan conmigo.

Una oscura figura se precipitó afuera en la oscuridad, nada más que una
sombra, excepto por la máscara blanca que llevaba como cara.

Demasiado tarde, ella vio el destello de una larga hoja de plata.

Mark escuchó el grito de Mina en su cabeza. El pánico rasgó a través de él con


tanta violencia, que casi dejó caer su espada.

El profesor murmuró entre dientes.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Sopas. Esos dos no seguirán, no así de todos modos. Ya ves, hay dos
agujeros, pero tengo cuatro rollos. Todo es cuestión de encontrar la combinación
correcta.

Archer. Date prisa. La Aguja de Cleopatra.

Sólo un minuto, Archer contestó. Retrasado por aduladores.

—Me tengo que ir—dijo Mark.

— ¿Irte?—Los ojos de William se abrieron con alarma. — ¿Qué pasa si hay más
de esas cosas?

—Es Mina.

Él se puso pálido.

—Entonces, vete. Sí, ve. Yo terminaré aquí y me uniré a ti en tu residencia. Sí,


sí, conozco la dirección. No siempre he sido el padre perfecto, pero amo a mi hija y
me he mantenido informado de su situación y de su bienestar.

332
El Club de las Excomulgadas
—Otro inmortal llegará en un momento. Su nombre es Archer.

Con el ceño fruncido sombrío, el profesor asintió encajando una barra de


desplazamiento en el estrecho agujero.

—Dale un beso de su papá. Dile que le explicaré todo muy pronto.

Mark se transformó en sombra. La luz brilló pasando arroyos brillantes


mientras él se juntaba, torcía y se elevaba sobre adoquines, casas y coches. Se
detuvo, tensando su poder más allá de sus extremos anteriores.

En tres minutos, había llegado a la casa. El miedo lo atenazó en el fondo de sus


entrañas. Las ventanas estaban negras y la puerta estaba abierta. Con un gruñido
agónico, se materializó y se metió al interior.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Mina—espetó.

—Se la llevaron—gritó la voz de Leeson desde la sala de dibujo. —Malditos


Bastardos.

Mark se encontró el cuerpo decapitado del inmortal en el centro de una


alfombra manchada de sangre.

—Por aquí. Por aquí.

Su cabeza estaba detrás del sofá. Mark se inclinó sobre él y volvió su barbilla
para mirar sus ojos.

— ¿Quién se la llevó?

—No estoy seguro—Leeson movió los labios manchados de sangre. Un ojo le


vaciló, buscando su enfoque. El parche se mantuvo en su lugar. —O bien fue
Trafford o ese tipo Matthews, del museo el que me cortó.

Mark hirvió. El culto a la inmortalidad que originalmente había sospechado


que había comenzado a tomar forma.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿A dónde? ¿A dónde se la llevarían?

Una voz respondió:

—Hay una nota clavada en su pecho.

Mark se volvió. Archer se inclinó sobre el cuerpo de Leeson.

—Oh, Dios mío—Elena se apresuró a tomar la cabeza de Leeson. —Una


decapitación. Una lesión difícil, pero no te preocupes, mi querido pequeño hombre.
Te repararé en un momento.

—Te dije que fueras a la Aguja de Cleopatra—gritó Mark.

—Lo hicimos—Los ojos de Archer brillaron. —No encontramos nada, excepto

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


un enorme agujero en la base.

— ¿Qué pasó con el profesor?

Archer sacudió la cabeza.

—No estaba allí.

—Maldito infierno—maldijo Mark. — ¿Qué dice la nota?

—Es una invitación—Archer la miró con ecuanimidad. —Es para ti.

Mark arrebató la tarjeta cuadrada de la mano enguantada del inmortal otro. Un


familiar olor ofendió a su nariz.

Frenético por la desaparición de Mina, él rozó las palabras, que eran de tipo
negro brillante.

La Novia Oscura solicita su presencia en las bodas de ella misma. La Novia Oscura y
Jack el Destripador esta noche a la medianoche en la Torre del Reloj de Westminster. Salvo
preocupante, una X negra gruesa pasaba a través de las palabras “Jack el

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El Club de las Excomulgadas
Destripador”. El puño y letra eran redondos e infantiles, el nombre de Mark había
sido sustituido debajo. En el fondo, ella añadió: Posdata Ven solo.

—Eso está a una hora de aquí.

—Entonces será mejor que elaboremos las estrategias en el camino.

Hicieron una pausa sólo para ayudar a Elena a acomodar el cuerpo de Leeson
en el sofá. Lo dejaron allí, maldiciendo y quejándose por haber sido dejado atrás,
con el grueso cuello vendado.

Mina despertó en la oscuridad y por el grito de un hombre. A ciegas, apretó sus


manos. La habían encerrado en una especie de armario, con sólo una rendija de luz

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visible debajo de la puerta.

Sus labios estaban secos y ella probó y olió a productos químicos. Alguien se
dirigió hacia ella.

—Ay, ay. Detente—Ella se apoderó de una bota y se dirigió la ofensiva.

— ¿Willomina?

Su corazón dio un salto por la voz familiar.

— ¿Padre?

Él se dejó caer a mitad de camino sobre ella, y después de un momento, se


encontraron uno en brazos del otro. Oh, Sí. Ella inhaló. Tinta, papel y tabaco. Le
tocó la cara. Bigotes. Su nariz estaba completa. Él hizo lo mismo.

— ¿Te lastimaron?—le preguntó él.

—No.

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El Club de las Excomulgadas
—Lo siento mucho. Sólo buscaba a protegerte.

—Ahora lo sé, padre.

—Pensé que había sido tan inteligente, al evitarte que todo este tiempo. Pero
una vez que descubrí el Ojo, ellos se acercaron. Había tantos. Demasiados para
haber escapado.

— ¿Encontraste el Ojo?—Ella apretó su brazo. — ¿Y ahora ellos lo tienen? Oh,


no. No, no, no.

—Lo quieren para el mal, Mina. Pero no te preocupes. Él nos encontrará.

— ¿Quién?

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—Tu esposo inmortal.

Ella se rió y lloró al mismo tiempo.

— ¿Conociste a Mark?

—Sí, otra vez. Lo conocí hace mucho, en realidad. No me di cuenta de lo que


era entonces, por supuesto. No puedo decir que estoy seguro de cómo los ustedes
dos harán que su matrimonio funcione, pero no podía esperar tener un yerno más
interesante.

—Oh, Padre—Ella puso su cabeza contra su pecho. Las lágrimas le picaron los
ojos. —Te extrañé. Estaba tan preocupada por ti, de que te hubieran atrapado, y
ahora míranos. Nos tienen a los dos.

—Hija, ¿Quién te trajo aquí?

—Trafford y el Señor Matthews.

— ¿Tu tío? ¿Y Matthews?—repitió él con incredulidad.

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El Club de las Excomulgadas
—Me secuestraron. Estoy segura de que son parte del grupo que te ha estado
persiguiendo.

Su cuerpo se puso rígido estrechamente en sus brazos.

—Dios me perdone, te envié directo al peligro…

—No es tu culpa. ¿Cómo podrías haberlo sabido?—Se quejó ella en voz baja.
— ¿Qué nos harán?

¿Y qué pasaría con Mark?

Desde la sombra de la Cámara de los Comunes, Mark miró hacia arriba a la

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cara iluminada del Big Ben.

Susurró.

— ¿Qué quieres decir con que no puedes escalar paredes?

Elena interrumpió.

—Dejen de pelear, señores. Todos estamos aquí con el mismo propósito.

Archer frunció el ceño y luego exhaló bruscamente.

—La torre emite algún tipo de energía repelente. Sabes tan bien como yo que,
incluso en las sombras no tenemos la capacidad de simplemente elevarnos hacia el
cielo y entrar por las ventanas. Tenemos que tener algún tipo de tracción o de
agarre. Incluso la puerta está atrincherada con el mismo material, no puedo ni
siquiera atravesarla como sombra. Probablemente sólo te permita entrar a ti.

—Maldita sea—maldijo Mark.

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—Sospecho que, así como los Primordiales están ejerciendo su poder esta
noche, en apoyo a esta batalla, también lo hace Tántalo.

—Faltan cinco minutos para la medianoche. Tendré que ir solo.

Archer se quedó en la oscuridad.

— ¿Sabes si Leeson todavía tiene ese globo?

—Esa es una idea estúpida.

La frente de Archer subió, como única indicación de una bengala en su


temperamento.

Mark murmuró:

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—Pero es mejor que alguna idea de las que tengo, y no tenemos tiempo de más
estrategias.

—El almacén no está lejos.

—Está bien—Asintió Mark con la cabeza. —Pero yo iré arriba. Trataré de


retrasar las cosas tanto como me sea posible, una hora media en el mejor de los
casos.

— ¿Qué sucederá una vez que estés ahí arriba? ¿Qué es lo que dice el tercer
rollo?

Mark estiró el cuello, tratando de aliviar la tensión en sus músculos.

—Que cualquier uso del Ojo es un maldito buen disparo. Por ejemplo, el
conducto no se pudo utilizar en varias ocasiones para que una persona fuera y
viniera entre los estados mortal e inmortal.

—Entonces, ¿cuál es tu plan?

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El Club de las Excomulgadas
Mark se rió oscuro.

—No tengo uno. Pero tengo que poner mis manos en el Ojo con el fin de
revertir mi Transición. Una vez que logre eso, Reclamaré a la Novia Oscura antes
de que tenga alguna oportunidad de transformarse en un ser inmortal. Estoy seguro
de que la perra está esperando hacerlo durante la ceremonia—Mark dio unos pocos
pasos. No mencionó el peor escenario, porque no quería reconocer su propia
posibilidad. —Te necesito allá arriba, Archer. Haz lo que debas para salvar a Mina.

—Confía en mí, Mark. Estaré allí. ¿Hay alguna otra cosa que necesite saber?

—Conoces el orden de las cosas. Si las cosas van mal... si van mal, haz lo que
tengas que hacer. Mátame si quieres.

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Mark cerró los ojos y pensó en Mina. Por favor, Dios. Permite que esté viva todavía.
Haría cualquier cosa por salvarla. Daría cualquier cosa.

Archer le tendió una mano.

—Bien entonces, parece como si de hecho, tuviéramos un plan.

Mark aceptó, y se estrecharon las manos.

—Lo que sea que me pase esta noche, hazte cargo de ella.

—Lo haremos—respondió Elena.

Él los dejó, como dos sombras en la oscuridad, y corrió hacia la torre. No había
centinelas vigilando. A pesar de que escuchaba el ruido de carros en las calles
cercanas, la torre y los edificios del Parlamento adyacentes parecían desiertos.
Abandonados. Muertos. Ver eso lo llenó de malos presentimientos.

Se abrió paso entre las puertas. El calor, el calor del horno del sótano le tocó la
piel. Viajó a través de varios apartamentos, y llegó como una sombra a la puerta de
entrada a las escaleras, y se detuvo a escuchar. No oyó ningún sonido.

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El Club de las Excomulgadas
¿Sería todo esto una trampa? Sin duda alguna.

Él se adentró por el pozo rectangular. En la parte superior del primer vuelo,


dobló la esquina para subir al siguiente.

Se quedó paralizado. Rostros lo encontraron, grises y lascivos, con los ojos


dándoles vueltas. Había vendedores ambulantes y prostitutas, y caballeros y damas.
Salieron a las escaleras a ambos lados, los aduladores de la Novia Oscura. Su
corazón se aceleró. Había más de los que jamás había imaginado.

—Renuncia a la espada—ordenó el más cercano.

—Apártate de la hoja—dijo otro.

Dios, sus susurros... su aliento fétido llenó la escalera. Él podía matarlos a

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todos, pero La Novia Oscura sin duda sostendría a Mina en el campanario de
arriba. No podía poner en peligro su vida con tan imprudente reacción. Sin otra
alternativa, abriendo de par la palma de su mano. Su espada arremetió, un destello
ardiente de metal blanco. Los gritos de admiración se hicieron eco en las paredes,
casi sensuales con fervor. Con reverencia, él dejó el arma a las escaleras. Una
sonrisa curvó sus labios mientras se hundía hasta el estrecho espacio entre la
multitud de aduladores.

La horda hizo un gesto, echándose a reír, aguijoneados y malditos. Las manos


se acercaron para tocarlo. A su paso escuchó silbidos y gritos de dolor de los que
habían osado tocar la plata Amaranthine. Él subió doscientos noventa y dos
malditos escalones en total. Por fin, llegó al final de la escalera y salió a la
plataforma. Las cuatro caras grandes del reloj colgaban como ópalos enormes,
iluminados por quemadores de gas y segmentado de hierro fundido enmarcado. Un
piano se había colocado en la base de la línea norte. Allí el aire parecía más pesado.
Un olor fétido le nubló su nariz con azufre y descomposición, el olor distintivo de
un brotoi.

Un tranquilo tick rompió el silencio, y se repitió cada dos segundos. Tick.

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El Club de las Excomulgadas
—Estoy aquí—le espetó él. —Pongamos esta boda en camino.

Tick.

Desde los rincones oscuros, cinco hombres cubiertos de pies a cabeza


aparecieron. Él miró sus rostros. Matthews, Trafford y otros a los que no reconoció.

Y entonces la vio... La Novia Oscura.

No una sola mujer, sino dos.

Evangeline. Astrid. Sonreían con picardía, con maldad, y tenían impenetrables


velos negros abajo para cubrir sus rostros. La inquietud le rascó la espalda. Pero
sólo había una Novia Oscura. Sus pasos se recortaron contra el piso de madera.

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—Amante, esposo. Has venido, como sabía que lo harías. —Las dos chicas
hablaron al unísono, con sus voces entrelazadas en un misterioso tono de doble
armonía. Unieron sus manos enguantadas negras y volaron en círculos entre sí. El
silbido de sus faldas oscuras llenó la cámara sombreada. Antes de que los ojos de
las dos se combinaran y se mezclaran en una sola.

Mark había visto muchas cosas extrañas... pero esto, sus ojos se abrieron con
asombro.

Por supuesto. Era por eso que no había percibido su deterioro en Hurlingham o
en la casa de Trafford. Eran brotoi sólo cuando se unían.

La Novia Oscura se deslizó en el banco del piano y pasó los dedos sobre las
teclas. Las notas discordantes se hicieron eco a través del espacio cavernoso.

—Siempre me gusta un poco de música para poner a tono una noche, ¿no?—
Preguntó.

Pero después de sólo unas cuantas estrofas, ella saltó desde el banquillo y
caminó entre él y los hombres en los obenques.

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El Club de las Excomulgadas
Con una inclinación de cabeza, ella se echó hacia atrás el velo. Llevaba la
misma máscara blanca de antes, pero se había aplicado cosméticos: una raya
vertical de color rojo gruesa a través de la boca; Kohl de oscuros garabatos,
alrededor de los ojos.

—Vayamos a la torre—Ella señaló hacia una pendiente de escalones. —La


iluminación es mejor allá arriba. Perfecta para una boda.

Se escabulleron hacia arriba. Sus zapatos resonaron contra el metal.

—Date prisa—ella lo instó en una voz baja y seductora. —No te quedes


demasiado atrás.

Mark la siguió, ansioso por ver a Mina, por confirmar que estaba viva. Los

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cinco hombres se le acercaron por detrás. La oscuridad reclamaba el campanario. Si
no fuera por su vista Amaranthine, él no habría podido ver siquiera la campana
colosal en su centro. Una de las cubiertas de las ventanas enrejadas había sido
quitada para proporcionar una visión clara del Támesis. Allí, en un soporte de
madera, estaba el Ojo en un espejo plano, circular del tamaño de una tapa de barril.
La luz de la luna iluminó su superficie. Mark vio algo más. A través de la ventana,
a cierta distancia, vio la punta de la Aguja de Cleopatra en perfecta alineación con
el Ojo.

Es como una partida de ajedrez, que se despliega sobre la superficie de la tierra,


pero con gente y poderosos artefactos.

Un movimiento desenfocado le llamó la atención. En la esquina opuesta, un


grupo de aduladores apareció, arrastrando a Mina y empujando a su padre.

—Mark—exclamó Mina.

La novia le susurró:

—Su sacrificio será tu regalo de bodas para mí.

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El Club de las Excomulgadas
Mark apretó los dientes para evitar dar un grito. No podía desagradar su
oportunidad con la brotoi.

No hasta que Mina estuviera a salvo.

—Vamos, cariño—La cara pintada, sin expresión se inclinó y lo consideró. —


No es realmente un sacrificio, a menos que te duela ahora, ¿verdad? Como muestra
de mi compromiso contigo, yo sacrificaré a alguien también.

Ella lanzó un brazo hacia la fila de hombres. Trafford tosió y emitió una serie
de estrangulados ruidos. Más aduladores aparecieron desde las sombras para
capturarlo. Él luchó.

La cubierta se deslizó de su cabeza.

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—Me prometiste la inmortalidad—gritó, mientras lo arrastraban. —Matthews
me exigió renunciar a las chicas por su causa. Todo esto se ha ido de las manos.

Alguien se rió. Matthews. Los aduladores abandonaron a Trafford y se


apartaron.

La Novia Oscura giró en torno al conde en un círculo. Él se quedó helado,


como paralizado por el miedo. Ella se rió, con un sonido oscuro, malvado.

—Yo soy tu padre—susurró él.

—Pero, papá—lo arrulló ella—nos diste a Tántalo para la creación de una


novia para tu Mensajero.

Él tembló y envolvió sus brazos alrededor de su cintura.

—¡Sorpresa!—Gruñó ella—Las chicas no viven aquí.

Ella echó los brazos sobre su cabeza. Una ráfaga de viento atravesó el
campanario. Trafford gimió y se dobló. Se desplomó en el suelo. Un ruido sordo.
Mina lanzó un grito.

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El Club de las Excomulgadas
Mark se adelantó y se inclinó sobre el conde, poniendo una mano en su
garganta. Su señoría estaba muerto. La realización oscura de que si la novia lo
podía matar con tanta facilidad, podía matar a Mina, también le disgustó.

Una campana sonó alto, y luego otra las campanadas del cuarto de hora en
cada esquina del campanario. La familiar canción subió y los pájaros revolotearon
en la oscuridad encima de las vigas del techo. Un minuto de silencio pasó, y luego
el martillo enorme del Big Ben se levantó y cayó duro en contra de la campana, la
medianoche llegaba. El viento y el sonido se estrellaron contra el campanario.

—Sigamos adelante, mi amor. Es hora de que nos reunamos. Es hora de que


nos casemos. Continuaremos con los sacrificios después. —La novia se acercó al
Ojo. —Dame tu mano.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Su intención de llevar a cabo el peor de los escenarios se hizo evidente. Ella
quería una unión, una verdadera unión, para que sus almas de brotois y su
Transición se entremezclaran. Llegarían a ser más poderosamente malvados
compartiéndose.

De un tirón, ella sacó el guante de su mano, dejando al descubierto los dedos


retorcidos y anudados de sus articulaciones. Ella extendió su mano sobre la
superficie del Ojo, aún sin tocar el cristal. Una vez que tocó el espejo, el conducto
se llenó de su mal, y mientras ella lo disfrutaba, él no pudo revertir su transición
que sólo podía empatar el mal de la novia y compartir su propio deterioro. Su
corazón se sintió partido por la mitad.

O bien él podría retroceder y negarse a tocar el Ojo, con el riesgo de la muerte


instantánea de Mina y probablemente con la muerte de miles, si el artefacto era una
especie de arma de destrucción en masa cuando estuviera alineado con la aguja o
podría utilizar su energía, su más fuerte energía, para tomar todo el mal de su novia
dentro de él, efectivamente sangrando su energía. Él se quedaría en control de sí
mismo lo suficiente como para morir por la espada Amaranthine de Archer.

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El Club de las Excomulgadas
Él miró a su hermosa Mina, su esposa y se dio cuenta de que no había elección
para nada. Haría cualquier cosa por salvarla. La amaba, mucho más de lo que
nunca había amado a su maldita arrogante persona.

Caminando hacia el espejo, Mark miró a Mina. Te amo, mi amor, le dijo en el


silencio, deseando poder gritarle las palabras, deseando poder decírselo, sólo por
una vez, con sus labios apretados en los suyos.

—No, Mark. No—Ella sollozó en sus manos.

La novia agarró su muñeca.

—No hay vuelta atrás.

Ella era más fuerte de lo que esperaba. Jaló su mano más cerca... más cerca... .

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


Con la proximidad de su toque, el espejo emitió una brillante luz verde,
hipnótica. Él ya no trató de liberarse.

Un ruido diferente llenó el aire, un zumbido repetitivo, en el fondo... whoosh...


whoosh.

Más cerca... y más fuerte. Sombras ondularon sobre ambos, y en toda la


superficie del espejo. A lo largo del perímetro, los aduladores gritaban y gritaban.
Pasos sonaron en la plataforma. Matthews gritó en evidente agonía. Sin embargo,
Mark no podía apartar la mirada del espejo. La luz lo hipnotizaba.

—Estoy aquí, hermano—Una voz de mujer.

La Novia Oscura empujó su muñeca. Poniéndola en contacto con el espejo. En


el mismo momento, una mano los empujó a los dos para presionarse contra el
espejo. Con un grito, la novia voló hacia atrás, desapareciendo de la vista.

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El Club de las Excomulgadas
Selene, su hermana gemela, había tomado su lugar. Mark la miró a los ojos, y
por un momento regresó a una época en que tenían diez años de nuevo, sin nadie
excepto el uno al otro.

Su pestañas revolotearon y puso los ojos en blanco... de nuevo se centró en él.

—Vete ahora. Salva a tu chica.

Antes de que él pudiera reaccionar, ella lo empujó liberándolo. Él se tambaleó


hacia atrás, mientras se dejaba caer al suelo. ¿Qué había hecho ella? Luz. La luz se
movió bajo su piel. Calor. Despertar.

Él se miró las manos, sabiendo... con la sensación de que algo había cambiado,
de que el deterioro de su mente y alma se habían detenido o revertido. Pero había

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


otra cosa.

La novia se volvió, se abalanzó sobre él, alcanzándolo. Furiosa porque su


hermana se había sacrificado a sí misma, Mark plantó su bota contra el centro del
pecho de la brotoi. Ella voló hacia atrás y se estrelló contra la pared. La máscara
cayó. Él se estremeció al ver la cabeza deforme, la piel manchada y sus ojos ciegos,
con agujeros negros como ojos. Ella gritó, mostrando filas y filas de irregulares
dientes amarillos. Se levantó de un salto, para ir sobre Selene, y arrancó el espejo
liberándolo de su base.

—¡Detente!—Mark se lanzó sobre ella, pero demasiado tarde. Ella se precipitó


al Ojo en la noche. El disco brillando intensamente voló... voló... y descendió sobre
el río. La superficie del Támesis brilló tanto como un rayo, antes de decolorarse al
instante.

—¡Mark!—La voz de Archer sonó.

Él se giró. A través de la angosta ventana del campanario, Mark vislumbró el


globo, tripulado por Leeson y Elena. Archer saltó a la plataforma.

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El Club de las Excomulgadas
—Reclámala—El Centinela le lanzó una daga larga, brillante, y él giró sobre
sus tacones en un segundo.

Mark la capturó por los puños. El calor arrasó sus palmas. La sensación de
desconcierto lo llenó. Siseó y apretó duro.

La novia se lanzó sobre él, como una nube púrpura de negro. Él sumergió
profundamente la hoja en su pecho. Ella gritó, con un sonido lamentable. Archer se
lanzó hacia adelante, con la espada nivelada. Mark se agachó. La cabeza de la
Novia se precipitó por el campanario, sobre un alto, moreno, guerrero vestido de
cuero negro con alas, que sacó una espada del pecho de Matthews y salió de un
círculo de aduladores muertos. El Maestro Raven. Mark ahora entendió cómo
Selene había llegado al campanario.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


La Novia se tambaleó unos pasos, caminando, con su cadáver sin cabeza, y se
desintegró en un montón de arena volcánica negra, con la desaparición final de un
brotoi.

Mark dejó caer la hoja y se miró las palmas de las manos. Ampollas habían
aparecido en su piel, en su piel mortal. Su hermana se había quitado la Transición a
sí misma, dejándolo como un inmortal.

El conducto había percibido al instante la inmortalidad como el estado


existente y lo había convertido en mortal.

—¡Mark!—Mina se arrojó a sus brazos. Él envolvió sus brazos alrededor de


ella, desgarrado entre la euforia y el dolor. Se había preparado para decirle adiós.

El Maestro Raven estaba agachado en el suelo, con sus alas oscuras abiertas.
Sostuvo a Selene en sus brazos. Dio una mirada fría con sus ojos verdes a Mark.

Mark atrajo a Mina, junto a él, y se arrodilló a su lado.

—Reclámame—susurró ella. —Reclámame a mí también.

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— ¿Por qué hiciste esto, Selene?—Exigió Mark ronco por el dolor.

—Vaya, Avenage—Ella empujó los brazos del Raven con suavidad hasta que
finalmente la dejó en libertad en el suelo y se alejó.

Ella levantó la cabeza y se la apretó.

—Porque la Novia era mi objetivo. Mi tarea. Yo debo ser quien haga el


sacrificio—Sus fosas nasales se dilataron. —Y Mark... oh, Mark, tienes a alguien
por quién vivir. Tú y tu chica—Su mirada se deslizó a Mina. —Toda una vida
mortal de amor es mejor que nada de amor. Nuestra madre lo sabía. Tú también lo
sabes.

Él sintió el tacto de una mano sobre su hombro. El rostro de Elena, sereno y

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


luminoso, sonrió hacia él. También ella se arrodilló junto a Selene, con sus faldas
oscuras en el suelo a su alrededor.

— ¿Puedes salvarla?—Preguntó él.

—No. Pero puedo protegerla hasta que aprendamos cómo.

Esperanza. Era todo lo que él podía desear.

—Elena—susurró Selene, agarrando la mano de la Interventora. —Amiga.

La palma de Elena se movió sobre el de su hermana, con sus ojos oscuros, y


pronto la tensión en los miembros de Selene se calmó. Su cabeza rodó hacia un
lado.

Mark se unió a Archer en la ventana con vista al Támesis.

Un círculo de agua brilló... y se desvaneció.

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El Club de las Excomulgadas
Tres días más tarde, Mark y Archer estaban sentados en el salón de la casa
Alexander. Leeson entró a la habitación, con una gran bandeja de plata y servicio
de té en sus brazos.

Mark tenía un periódico. Leyó el titular de la portada en voz alta.

—El señor Trafford y sus dos hijas desaparecidos.

—Y seguirán desaparecidos. Siempre—Archer se levantó y fue a la ventana del


frente.

— ¿Qué están tramando las damas? Hay un vagón. Y el señor D'Oyly Carte
está aquí.

Mark se unió a él.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Es una entrega del Saboy.

— ¿Qué es?—Archer entornó los ojos.

—Ah... bien, es una pieza de mobiliario de nuestra habitación en el Savoy—


Mark se encogió de hombros. —A Mina le gustó la pieza. Por lo tanto... Hice que
la enviaran aquí.

—Pareces muy feliz, Mark—Archer tomó su hombro. —Muy contenido con la


perspectiva de la vida como un mortal.

Mark sonrió. La verdad sea dicha, era más feliz de lo que jamás había sido.
Siempre había pensado en sí mismo como en un rompecabezas sin esperanza, con
sólo la gloria y el reconocimiento para completar. Pero Mina era la pieza que le
había faltado. Su novia. Su chica.

La vida sería perfecta una vez que recuperaran el Ojo del Támesis, y
determinaran cómo salvar a Selene. Él había insistido en cuidarla, pero los deseos
de una reina habían reemplazado a los de un hermano. Después de oír hablar del

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El Club de las Excomulgadas
sacrificio de Selene, y del papel fundamental que ella había jugado en la protección
de los ciudadanos de Londres, Victoria había insistido en que su gemela
permaneciera bajo protección constante en la Torre de Londres. En la actualidad,
su hermana estaba siendo vigilada en todo momento no sólo por el propio Maestro
Raven, sino por los ocho guerreros de Raven.

Archer se inclinó.

— ¿Qué pasó, Mark? ¿Qué pasó con toda tu arrogancia y jactancia? ¿Con tu
determinación de ser la mayor leyenda inmortal en la historia Amaranthine?

—Soy un inmortal—Sonrió Mark. —Inmortal de la única manera en que me


importa. Viviré en los corazones y en las mentes de los de mi esposa y de mis hijos
y de sus hijos. Es suficiente, Archer. Es más que suficiente.

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


—Entonces has tenido éxito en esta vida—Archer estrechó su mano,
agarrándosela con fuerza. Su frente se elevó—Pero no crees que una pequeña cosa
como la mortalidad te impedirá hacer tu parte... ¿verdad?

Mina pasó por delante de la puerta del estudio y fue a las escaleras. Sonrió, al
oír cómo las botas en las escaleras alfombradas iban detrás de ella. Echando un
vistazo por encima del hombro, se volvió con una sonrisa. En su habitación,
consideró su entrega del Savoy.

— ¿Un regalo? ¿Para mí?

—Para nosotros—Sonrió él.

— ¿Qué podrá ser?—Ella rompió el papel de estraza, dejando al descubierto el


diván en el que por primera vez habían hecho el amor.

—Qué regalo.

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El Club de las Excomulgadas
Mark se inclinó para presionar un beso en sus labios.

—Pensé que lo disfrutarías.

—Creo que debemos ponerlo a trabajar de inmediato.

—Estoy de acuerdo, cariño—Con otro beso, él la bajó sobre el brocado a


rayas—Estoy totalmente de acuerdo.

Fin

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II

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El Club de las Excomulgadas

Serie Centinelas de las Sombras


01 - La Noche Cae Oscura

Un inmortal astuto ha sido llamado para recuperar un


alma marcada… Desde que un accidente le quitó la
memoria, la señorita Elene Whitney no puede recordad los
secretos de su propio pasado. Lo único que sabe es que su
misterioso benefactor Archer, El Señor Black, ha regresado
a Londres a instancias de la reina Victoria, y debe
aprovechar la oportunidad para conseguir algunas
respuestas.

Miembro de los Centinelas de las Sombras inmortales,


Archer ha sido convocado a Londres para eliminar el alma
de un malvado demonio, Jack el Destripador. Archer no
solo se siente obligado a proteger a las mujeres de la noche,
sino también a su joven y hermosa Elena, a quien salvó de
la muerte dos años antes. Pero con una ola de pánico

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II


extendiéndose por Londres, los temores de Archer son que
Elena sea su debilidad - una distracción que no puede
permitirse - sobre todo porque es probable que se convierta
en el próximo objetivo del Destripador…

02 - Tan Quieta la Noche

Marcus Helios era un miembro de los Centinelas de las


Sombras hasta que un acto temerario lo cambió todo.

Su esperanza de salvación consiste en un pergamino


antiguo que ahora está en posesión de una belleza
enigmática llamada Mina, quien no tiene intención de
entregarlo.

Pero alguien tiene diseños de los misteriosos rollos y de


Marcus. Ella es la novia despechada de Jack el Destripador,
cuyos propios y oscuros secretos pondrán a prueba los
poderes de todos los miembros a su alcance.

352
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Próximamente
Serie Centinelas de las Sombras III

Kim Lenox – Tan Quieta la Noche – Serie Centinelas de la Sombras II

Más Negro Que La Noche

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