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En las políticas de protección social cada vez resulta más frecuente la cooperación
entre los efectivos de la policía y los educadores, los trabajadores sociales y otros
agentes de lo social que intervienen con las poblaciones más pobres. La
progresiva policialización de lo social tiene su reflejo en ciudades como Madrid, en
la apuesta decidida por aumentar los presupuestos destinados a las políticas de
seguridad ciudadana de manera independiente a la variación, en uno u otro
sentido, de las tasas de criminalidad.
Hay un respaldo permite a la policía salir del estigma represivo que la acompaña,
penetrar en campos de lo social hasta entones vetados y presentarse a los ojos de
los ciudadanos como un servicio público más, casi al mismo nivel que, por
ejemplo, la educación o la sanidad. Progresivamente reducida la labor de estos
profesionales a la contención de los riesgos y de las insatisfechas demandas
sociales, no debe extrañar la construcción de refugios bélicos y trincheras en la
profesión frente a los usuarios.
Desde una perspectiva que busca hacer que lo social funcione a la manera del
mercado, las desigualdades sociales no son sino palanca del deseo y estímulo de
la rivalidad y la competencia, auténticos motores de lo social. En términos
sociales, las consecuencias de esta forma de gubernamentalidad implican unos
costes elevados si se piensan en relación con la estabilidad social.
De la policialización de lo social
El control policial se ejerce así de manera variable sobre distintos grupos sociales,
dando como resultado una seguridad ciudadana diferencial, o mejor dicho, una
seguridad dependiente del grado de ciudadanía.
En un contexto de crisis económica, es posible observar que el aumento de las
desigualdades y de los umbrales de pobreza no preocupa tanto como las
manifestaciones violentas que éstas puedan tener en forma de extensión de la
microdelincuencia, de las tensiones y de la conflictividad social.
Se representa con asociación cada vez mayor con la intervención social, que
cristaliza en una creciente colaboración, no solo en las calles, sino también en los
despachos, posibilita un proceso de legitimación social que otorga a los cuerpos
de seguridad un respaldo inédito social.
Intentan transmitir esa cercanía más propia del trabajador social de calle, mientras
que en centros de reclusión como los Centros de Internamiento de Extranjeros
algunas instituciones como la anterior defensora del Pueblo proponen como
medida para mejorar las garantías la sustitución de los policías por trabajadores
sociales.