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Etnoarqueologia Ceramica de Rescate
Etnoarqueologia Ceramica de Rescate
contemporánea en México:
Etnoarqueología de rescate
del patrimonio cultural
intangible
Patricia Fournier*
Figura 1
Alfarera purépecha de Zipiajo, Michoacán, con un comal que
elaboró por modelado en 2003 (foto de Patricia Fournier)
Figura 2
Alfarera otomí de Santa María del Pino, Hidalgo, en la fase de
moldeado de cántaros para el acarreo de aguamiel, en 1988; la
artesana ya no está en activo (foto de Patricia Fournier)
Patricia Fournier •
Figura 3
Alfarero mestizo de Santa María del Pino, Hidalgo, empleando un
torno que él mismo creó en 1991; el artesano ya no está en activo
(foto de Patricia Fournier)
Figura 4
Alfarero otomí de Las Flores, Guanajuato, en la fase de moldeado
de cajetes en 1994; el artesano ya no está en activo (foto de Patri-
cia Fournier)
Patricia Fournier •
Figura 5
Alfarera mestiza de Valle, Sinaloa, en proceso de manufacturar
una olla por modelado, enrollado y la técnica secundaria de
paleta y yunque, en 2007 (foto de Patricia Fournier)
Figura 6
. Alfarera purépecha de Patamban, Michoacán, en 2003, en la fase
de pintado de una vasija (foto de Patricia Fournier)
2
En las sociedades tradicionales, preindustriales o que no generan registros escritos
que compendien todo lo relacionado con los procesos productivos, el conocimiento
tecnológico o tecnociencia [Schiffer y Skibo, 1987] pasa de un individuo a otro
mediante la enseñanza de guías para la acción: el novicio requiere que el maestro lo
adiestre para que ponga en práctica los conocimientos que adquiere complementados
por la observación-imitación hasta llegar a dominarlos, conforme a los parámetros
tradicionales de los procesos tecnológicos en una sociedad dada. Así, en los marcos de
enseñanza-aprendizaje“ se transmite el más intangible de todos los conocimientos:“los
saberes” [ibid.: 597] o habilidades.
3
De cualquier manera hay que considerar la relatividad de la construcción de la
identidad así como su dinamismo, heterogeneidad e historicidad, dado que los indi-
viduos se insertan en distintos ámbitos en su vida cotidiana hacia los cuales generan
Patricia Fournier •
Arnold, D., 1989; Arnold, 1988, 1990, 1991; Aronson y Fournier, 1993;
Balkansky et al., 1997; Charlton y Katz, 1979; Deal, 1982, 1985, 1988,
1998; Deal y Hagstrum, 1995; Dore, 1996; Druc, 2000; Estes, 2003; Fein-
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1979, 1983; Hayden y Cannon, 1983, 1984a, 1984b; López et al., 1988;
Mandeville, 1974; Nelson, 1981; Sheehy, 1988; Shott y Williams, 2006;
Stark, 1984, 1985; Sugiura y Serra Puche, 1990a;Villegas, 2002; Williams,
1994, 2005].
En consecuencia, salvo en el último caso citado, es restringida o nula
la potencialidad de proyectar hacia el pasado la información existente in-
corporándola en modelos que se construyan para comprender elementos
o procesos análogos pretéritos, es decir, para en términos estrictos cumplir
cabalmente con el objetivo de la etnoarqueología como estrategia de
investigación: proporcionar datos etnográficos y explicaciones que son
de relevancia directa en la interpretación o inferencia de los materiales
arqueológicos a partir de la construcción de modelos [cfr. Costin, 2000].
Obviamente la práctica arqueológica en el campo de acción que antes
era de dominio exclusivo de la etnografía se centra en la cultura material,
de manera que son de competencia de la etnoarqueología el estudio de
la producción, tipologías, distribución, consumo y desecho de la cultura
material, respecto a aquellos mecanismos que vinculan la variabilidad y
la variación con el contexto sociocultural, así como la relación entre la
inferencia con los mecanismos de los procesos de cambio, considerando
los ámbitos ideacionales y fenoménicos [David, 1992: 337].
Hablar de etnoarqueología remite de manera necesaria a su desarrollo
reciente y a otras etiquetas que se han aplicado acríticamente o bien que
ya resultan anacrónicas, se han vulgarizado o carecen de un claro con-
tenido. En la década de los setenta del siglo pasado aún eran candentes
los debates en los Estados Unidos de América para legitimar a la etnoar-
queología como un campo de competencia de los arqueólogos y no de
los antropólogos culturales o etnógrafos, lo cual en gran medida se logró
gracias a la demarcación de estrategias de investigación definidas cabal-
mente en la arqueología conductual [Reid et al., 1975; Schiffer ,1978].
En consecuencia, hasta la década de los ochenta se insertó paulatina-
mente como válido el concepto de etnoarqueología en el nivel mundial,
aunque algunos mantuvieron las designaciones que antes se empleaban,
1995; Castellón, 2006, 2007 y en este volumen; Ceja, 2007; Clark, 1991; Cook, 1973;
García Arévalo, 2004; Garchía Vilchis, 2000; Graham, 1994; Hayden, 1987; Hayden y
Nelson, 1981; Killion, 1990; Kolb, 1985; Moholy-Nagy, 1990; Nations, 1979; Parsons,
2001; Parsons y Parsons, 1990; Pastron, 1974; Pierrebourg, 1989; Sugiura, 1998; Sugiura
y Serra Puche, 1990b; Williams, 1999, 2003, 2005].
10 Patricia Fournier •
7
Las políticas que se han instaurado a través de este organismo no son precisamente
la panacea de todos los males ni un portento de neutralidad; Derrida [2002] ha ex-
presado severas críticas acerca de los discursos que emanan de la UNESCO y de las
acciones que se basan en éstos.
12 Patricia Fournier •
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En la versión disponible en castellano se tradujo equívocamente “savoir-faire”
como técnica, mientras que en la que se difundió en inglés se utiliza “skills”, es decir
habilidades o destrezas; emplearemos tanto saberes como habilidades a manera de
sinónimos en nuestra exposición.
• La producción alfarera contemporánea en México... 13
cognitivos y conductuales13.
Es ese “saber cómo”, esos conocimientos y habilidades tradicionales
según las recomendaciones de la UNESCO, los que se insertan en la amplia
definición del patrimonio cultural intangible, a pesar de que comúnmente
en diversos países del mundo se ha privilegiado la protección y la salva-
guardia de objetos que, según parámetros occidentales, constituyen obras
de arte por los valores estéticos arbitrarios y asignados culturalmente, o en
la promoción de que individuos que se considera son “tesoros vivientes”
por el amplio dominio y destreza que manifiestan en la elaboración de
objetos artesanales, transmitan a las nuevas generaciones sus conocimientos
de manera que éstos se preserven.
Aunque en la UNESCO se haya insistido en la salvaguardia de las
“expresiones que reflejan las creaciones más modestas de la humanidad”
[UNESCO, 2002c], difícilmente se pasa del dicho al hecho. Es poco
probable que a través de las instituciones mexicanas que monopolizan lo
cultural, lleguen a surgir iniciativas para llevar a cabo estudios acerca de la
alfarería tradicional, a menos que se demuestre su sustentabilidad no sólo
respecto al interés que emana de la investigación científica sino, sobre todo,
en función de la salvaguardia de formas inmateriales patrimoniales.
Desde la perspectiva purista científica de la arqueología, rara vez se
consideran de competencia directa entre quienes se abocan a efectuar
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En este sentido, podría partirse de planteamientos derivados de la teoría de la
agencia y, paralela o complementariamente, aquéllos relacionados con la arqueología
schifferiana en el rango medio, por ejemplo las cadenas o ciclos conductuales para el
contexto sistémico, o bien de los procesos de formación del registro arqueológico [cfr.
Dobres y Robb, 2005; Gosselain, 2000; Schiffer et al., 2001;Walter y Schiffer, 2006]. Un
recurso analítico de utilidad no sólo para recabar registros acerca de las técnicas produc-
tivas sino sobre todo para comprender su significado social es el de cadena operatoria,
que refiere al conjunto de operaciones agrupadas o no secuencialmente, considerando
de qué manera se organizan las operaciones técnicas conforme a la naturaleza de las
causalidades que entran en acción de acuerdo con las limitantes y con las opciones
que enfrenta el productor [Martinelli, 1991]. La transformación de las materias primas
en un objeto determinado conforme a la intencionalidad del sujeto -sus saberes según
hemos fundamentado-, atraviesa por varias acciones programadas en las fases de una
cadena operatoria. Así, las actividades técnicas se organizan en una serie de operaciones
técnicas, que a su vez se organizan en cadenas operatorias que requieren de la existencia
de un conjunto de conocimientos [Lemonnier, 1980]. El surgimiento y transmisión de
las tradiciones tecnológicas ocurre mediante la adquisición de conocimientos norma-
tivizados en cadenas operatorias reguladas socialmente, tradiciones que forman parte
de la identidad de una comunidad o grupo determinado conforme a las características
de las actividades productivas que desarrollan en el marco del sistema de producción
de la sociedad a la que pertenecen [Fogaça, 2003].
• La producción alfarera contemporánea en México... 17
Cabe destacar que sería por completo insulto abogar por el estatismo
en el campo de la producción alfarera tradicional en México, dado el
intrínseco dinamismo estilístico que la caracteriza además de los cambios
contextuales vinculados con el desarrollo -se le denomine o no sustent-
able-, y la modernización del país en el marco de la globalización: el siglo
XX marcó profundos cambios y transformaciones sociales en México y,
consecuentemente, surgieron especies de relictos en el ejercicio de los
saberes de poco impacto económico o turístico. Dependencias estatales,
el FONART es un ejemplo paradigmático, o distintas instituciones que
afectan a las “culturas populares”, más que recuperar y solidificar los
conocimientos artesanales -es decir el patrimonio cultural intangible-
con respeto a la integridad cultural [cfr. Weatherall, 2001] han incidido
en cambios agudos y negativos en éstos, sentando las bases para la estan-
darización y mecanización de los procesos productivos para capitalizar
con la distribución y venta de las llamadas artesanías, con pocos o nulos
beneficios económicos para los productores directos.
Sin duda en la actualidad gran parte del patrimonio arqueológico mun-
dial está en peligro, por lo que muchos de los conocimientos tecnológicos
ancestrales se pierden; los análisis y la reconstrucción de los procesos de
manufactura al igual que de las conductas de desecho son de utilidad en
la comprensión del contexto arqueológico con la proyección de modelos
analógicos derivados del contexto sistémico. Se trata, pues, de estudios de
la cultura material que asimismo pueden contribuir a la salvaguardia de
las artesanías tradicionales y a promover un mayor sentido de identidad
entre sus productores, además de desarrollar el aprecio por la diversidad
cultural en el nivel nacional [cfr.Vandiver, 2005].
En la Convención de 2003 de la UNESCO queda sentado que el
patrimonio intangible es un recurso objetivado susceptible de manejo, de
manera que es indispensable documentarlo mediante la conformación de
inventarios en cada nación que suscribió los acuerdos de la convención
[Brown, 2005] para, así, encauzar su protección, tarea descomunal de reg-
istro y prácticamente inalcanzable en su totalidad. Su alcance y cobertura
dependerá en definitiva de los recursos humanos y financieros con que se
cuente al igual que del interés por parte del gobierno mexicano, aunque al
menos se logre recabar algunos inventarios del llamado patrimonio cultural
inmaterial a manera de un rescate como comúnmente se conceptualiza
en las intervenciones arqueológicas en nuestro país. Esta labor es tanto o
más relevante que la misma protección integral del patrimonio material
para su salvaguardia y gestión.
En México el patrimonio intangible debe caracterizarse de manera
adecuada además de, hasta donde sea factible, propiciar su integración
en la vida socioeconómica y cultural del país con un respeto irrestricto
• La producción alfarera contemporánea en México... 19
Agradecimientos
Para los estudios etnoarqueológicos efectuados en el Valle del Mezquital
se contó con financiamiento del Consejo Nacional de Tecnología (0251-
H9107; 5424-H; 29236 H), la University of Arizona a través del Program
in Culture, Technology and Society, así como del Instituto Nacional de
Antropología e Historia. Respecto a los artesanos de Michoacán y Jalisco,
la Smithsonian Institution aportó los recursos requeridos para los trabajos
de campo. Las entrevistas con los alfareros de Valle se recabaron junto con
Joel Santos, del Centro INAH Sinaloa, a quien agradezco todo su apoyo
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