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La producción alfarera

contemporánea en México:
Etnoarqueología de rescate
del patrimonio cultural
intangible
Patricia Fournier*

Alfarería tradicional, modernidad y etnoarqueología


En 2003 pudimos registrar que en Zipiajo, Michoacán, de años a la fecha
las alfareras purépecha y mestizas de la localidad han conformado coop-
erativas asociadas con la producción de loza modelada con bruñido como
acabado de la superficie, que se caracteriza por formas de uso cotidiano
como ollas y comales (figura 1). En los concursos estatales varias veces
han sido laureadas algunas de esas piezas no sólo por los atributos esté-
ticos que las caracterizan, sino por su apego a las pautas tradicionales en
la manufactura de cerámica.
En Mata Ortiz, Chihuahua, hace ya varias décadas que Juan
Quezada recreó los estilos técnicos y decorativos de la cerámica de Pa-
quimé, para desarrollar después otros propios con ciertas reminiscencias
en las lozas precolombinas de Casas Grandes y del suroeste de los Estados
Unidos de América [Fournier y Freeman, 1991]. Las piezas llegan a precios
exorbitantes en dólares pues han atraído a coleccionistas del extranjero y
en la actualidad son de gran estima; a raíz del éxito de Quezada, muchos
otros individuos de Mata Ortiz siguieron sus pasos, por lo que la comuni-
dad hoy día goza de una notable prosperidad económica gracias a la venta
de cerámica. Continuamente acuden al lugar visitantes del país del norte
a adquirir vasijas y a observar a los artesanos en acción, que para ojos de
esos turistas son motivo de admiración por lo folclórico y étnico que les
resulta.
Entre 1990 y 1995 [Aronson y Fournier, 1993; Fournier, 1990 y 1995,
en prensa; Mondragón et al., 1997] realizamos estudios intensivos en Santa
María del Pino (José María Pino Suárez), comunidad agroalfarera otomí
de la región de Tula, Hidalgo, y hasta la actualidad hemos continuado
monitoreando los cambios que ocurren en el poblado respecto a esta
*
profesora del Posgrado en Arqueología, ENAH.
 Patricia Fournier •

Figura 1
Alfarera purépecha de Zipiajo, Michoacán, con un comal que
elaboró por modelado en 2003 (foto de Patricia Fournier)

actividad productiva en aras de lograr un estudio longitudinal. Al menos


desde el siglo XVIII los habitantes de esta localidad se especializaron de
tiempo parcial en la producción de loza rústica hecha en moldes, adecuada
a las necesidades de consumo de las poblaciones del Valle del Mezquital
(figura 2), es decir, de un complejo artefactual asociado con el complejo
económico del agave [Fournier, 1995, en prensa], si bien para la década
de los noventa del siglo pasado se manufacturaban algunas vasijas en torno
(figura 3). Con base en nuestros registros, resultó evidente que la tradición
cerámica agonizaba ante la sustitución de cántaros destinados al acarreo
de la savia fresca del maguey por contenedores de plástico, de vasos tanto
de ese material como de vidrio en lugar de cajetes y apiloles para el ser-
vicio de pulque, aun cuando las ollas para la fermentación de la bebida
se mantenían, mientras que las que se empleaban para almacenamiento
de agua se hacían paulatinamente a un lado al introducirse redes de agua
potable en esa y otras comunidades del Mezquital. La disminución en la
demanda incidió en un decremento en la producción alfarera, el consumo
del pulque ha decaído drásticamente ante la ingesta de bebidas alcohólicas
comerciales, en tanto que los jóvenes que podrían haber aprendido de
sus mayores el oficio tradicional de la alfarería emigran de la comunidad
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en busca de trabajos redituables, proceso que se agudizó ya en el siglo


XXI; hoy día quedan pocos talleres familiares en activo y en la mayoría se
manufacturan formas no tradicionales como miniaturas, ceniceros, macetas
con formas híbridas y juguetes.
Por otra parte, en 1994 entrevistamos a los últimos dos alfareros de
filiación purépecha que se mantenían en activo en Piñícuaro, Guanajuato,
con una producción centrada en la elaboración de una fina loza bruñida
caracterizada por chondas, es decir grandes ollas para el almacenamiento
de agua [Castañeda et al., 2002]. En ese mismo año, un anciano otomí
(figura 4) era el último artesano en activo en Las Flores, comunidad cer-
cana a San Miguel de Allende, que años atrás había sido reubicada a raíz
de la construcción de una presa, bajo cuyas aguas quedaron las arcillas que
se empleaban en la manufactura de loza vidriada decorada con diseños
naturalistas [ídem].
A inicios de 2007 entrevistamos a los dos últimos alfareros que aún se
dedican a esa actividad en Valle, Municipio de Mocorito, Sinaloa, donde
manufacturada por medio de una técnica mixta basada en el modelado,
fundamentalmente ollas para el almacenamiento de agua (figura 5), o vajillas

Figura 2
Alfarera otomí de Santa María del Pino, Hidalgo, en la fase de
moldeado de cántaros para el acarreo de aguamiel, en 1988; la
artesana ya no está en activo (foto de Patricia Fournier)
 Patricia Fournier •

Figura 3
Alfarero mestizo de Santa María del Pino, Hidalgo, empleando un
torno que él mismo creó en 1991; el artesano ya no está en activo
(foto de Patricia Fournier)

de mesa vidriadas con piezas hechas en torno [Fournier y Santos, 2007].


A menudo acuden a Valle grupos de estudiantes de primaria y secundaria
conducidos por sus maestros, para que observen el proceso de producción
de esas lozas como si se tratara de una curiosidad. Un reclamo de estos
alfareros es la falta de apoyo de las autoridades municipales y gubernamen-
tales para que adiestren a jóvenes y, así, les transmitan sus conocimientos
de manera que se evite que la tradición cerámica desaparezca.
En 2003 la industria florecía en San José de Gracia, Michoacán, donde
los artesanos mestizos elaboran vasijas efigie así como con forma de piña,
vidriadas, de gran estima por sus atributos ornamentales, caso análogo
al de Ocumicho, donde las artesanas purépecha confeccionan mediante
la técnica de pastillaje figurillas de pequeñas hasta masivas pintadas con
pigmentos industriales, que exhiben representaciones pletóricas de un
imaginario híbrido con el diablo como motivo recurrente además de
sirenas, árboles de la vida, nacimientos, circos y juguetes, entre otros, de
profusa policromía.
En Patambam, Michoacán, donde también hay una gran actividad
artesanal en los talleres familiares donde se producen tanto lozas vidriadas
como bruñidas hechas en molde (figura 6), respecto a las primeras los
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artesanos expresaron su queja por las imposiciones de instancias guberna-


mentales que les impiden continuar con el uso de óxido de plomo para
lograr la cubierta vítrea, mismo que se han visto forzados a sustituir en
detrimento del brillo que ellos desean lograr en las vasijas -y que tradicio-
nalmente ha sido del agrado de los consumidores-, aun cuando reconocen
que al no utilizar plomo tienen la posibilidad de colocar sus productos en
el mercado de exportación.
A pesar de que en Michoacán persisten múltiples comunidades alfare-
ras, si comparamos con los registros que recabó West [1948] hace más de
60 años, muchas han desaparecido o bien en las que todavía existen las
tradiciones se han transformado e incluso paulatinamente las formas o
técnicas ancestrales se perdieron o están por desaparecer. En Capula las
redituables “catrinas”, figurillas al pastillaje antropomorfas de esqueletos que
recuerdan los grabados costumbristas de José Guadalupe Posada, se forman
al pastillaje en armazones de metal y se pintan con pigmentos y barnices
industriales; estas piezas ornamentales coexisten todavía con los servicios
de mesa vidriados, aun cuando son más abundantes las decorativas.
Cabe señalar que el Banco Mundial de Desarrollo [2006] viene impul-
sando mediante financiamientos para la instauración de sociedades civiles y

Figura 4
Alfarero otomí de Las Flores, Guanajuato, en la fase de moldeado
de cajetes en 1994; el artesano ya no está en activo (foto de Patri-
cia Fournier)
 Patricia Fournier •

Figura 5
Alfarera mestiza de Valle, Sinaloa, en proceso de manufacturar
una olla por modelado, enrollado y la técnica secundaria de
paleta y yunque, en 2007 (foto de Patricia Fournier)

(con aportes de la United States Agency for Internacional Development


American Express, entre otras corporaciones y organismos1 ) programas
para que, en definitiva, se elimine por completo el uso del litargio en los
vidriados, evidente de nuevo en Michoacán en los concursos que premian
a los artesanos que producen “barro sin plomo”.
Éstos son tan sólo algunos ejemplos de lo que hemos atestiguado o
registrado a lo largo de más de dos décadas de estudios entre comunidades
alfareras en nuestro país. Según señala Arizpe [2006] en México parece ser
más aguda la pérdida de conocimientos tradicionales que la de las lenguas
indígenas, tal vez porque los hablantes de éstas se vieron forzados tiempo
atrás a comunicarse en español con otras personas, sobre todo fuera de sus
comunidades y así evitar ser marginados al ser considerados indios, como
ocurriera con muchos de los habitantes de Santa María del Pino, apodados
por los mestizos de la región de Tula “los indios lame lodo” [Fournier, en
prensa].Y a pesar de que la lengua indígena se perdió entre muchos de
los artesanos que citamos, esos individuos continuaron desarrollándose
1
Puede consultarse información sucinta en inglés acerca de esta asociación civil, con
sede en Pátzcuaro, en http://www.barrosinplomo.org/index.html
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como alfareros, transmitiendo sus conocimientos y destrezas de generación


en generación, aunque es de dudarse que en el siglo XXI subsistan estas
actividades productivas y los saberes2 ancestrales asociados. Las habilidades
artesanales son un “patrimonio invisible” en cuya transmisión son cruciales
la identidad3 social y la memoria, bajo la perspectiva de que los productores
son una cultura viviente [Brusaferro, 2005]; en ocasiones y como aquéllos
a los que hicimos alusión, se trata de los últimos portadores de tradiciones
en proceso de desaparición.

Figura 6
. Alfarera purépecha de Patamban, Michoacán, en 2003, en la fase
de pintado de una vasija (foto de Patricia Fournier)

2
En las sociedades tradicionales, preindustriales o que no generan registros escritos
que compendien todo lo relacionado con los procesos productivos, el conocimiento
tecnológico o tecnociencia [Schiffer y Skibo, 1987] pasa de un individuo a otro
mediante la enseñanza de guías para la acción: el novicio requiere que el maestro lo
adiestre para que ponga en práctica los conocimientos que adquiere complementados
por la observación-imitación hasta llegar a dominarlos, conforme a los parámetros
tradicionales de los procesos tecnológicos en una sociedad dada. Así, en los marcos de
enseñanza-aprendizaje“ se transmite el más intangible de todos los conocimientos:“los
saberes” [ibid.: 597] o habilidades.
3
De cualquier manera hay que considerar la relatividad de la construcción de la
identidad así como su dinamismo, heterogeneidad e historicidad, dado que los indi-
viduos se insertan en distintos ámbitos en su vida cotidiana hacia los cuales generan
 Patricia Fournier •

El número de individuos que en la actualidad se dedican a la producción


de cerámica en México bajo parámetros tradicionales es una incógnita,
si bien desde los registros en el nivel municipal, estatal o gubernamental
hay datos limitados acerca de algunos centros productores alfareros o de
talleres existentes en el país, además de fábricas que en este ensayo no
son relevantes4. No obstante, es limitada la información respecto a la
escala de la productividad y características particulares de los procesos
de trabajo. Los pocos registros disponibles han sido recabados asistemáti-
camente entre los que se cuentan, por ejemplo, los que se difunden en
publicaciones como México Desconocido y Artes de México, donde se resalta
lo folclórico y estético de las culturas populares o de piezas ornamen-
tadas estimadas por su belleza [cfr. Hoag Mulryan, 1982, 1996, 2003;
Martínez Marín, 1981; Thompson, 2001; Whitaker y Whitaker, 1978].
Complementariamente, se cuenta con catálogos o listados que obran
en múltiples casas de la cultura donde el interés ha recaído en las artes
populares o artesanías para su comercialización, además de que hay reportes
breves que se anexan en estudios etnográficos o compendios específicos
al respecto que en ocasiones son obra de especialistas en alguna ciencia
antropológica o social [cfr. Foster, 2000; Gouy-Gilbert, 1987; Hernández
Casillas, 1996; Huitrón, 1999; Medina y Quezada, 1975; Moctezuma
Yano, 2002; Wasserspring, 2000; Weigand, 1969; West, 1948]. Podemos
considerar además los estudios etnográficos o antropológicos centrados en
comunidades alfareras [cfr. Bell, 1993; Ejea, 1985; Foster, 1948, 1955, 1960,
1965; Kaplan, 1980; Kaplan y Levine, 1981; Jiménez, 1982; Lackey, 1978;
Papousek, 1982; Rendón, 1950;Thompson, 1958], algunos realizados por
arqueólogos con enfoques en la cerámica como arte popular [cfr. Casasola
y Álvarez, 1977; Castañeda et al. 2002; Charlton, 1976] hasta las escasas
investigaciones etnoarqueológicas5 que se han desarrollado al respecto [cfr.

diferentes sentimientos de pertenencia; es decir, un mismo sujeto tiene una identidad


formada en relación con referentes espaciales, sociales o morales, como perteneciente
a una etnia, nación o según la religión que profesa e inclusive según la colectividad
o grupo corporativo donde se desarrolla conforme a las actividades productivas o de
otra naturaleza que desempeña [cfr. Augé, 1995].
4
Los niveles de producción relevantes en la arqueología son el doméstico, la industria
doméstica, los talleres domésticos y la industria nucleada o manufactura [cfr. Fournier,
en prensa; Santley et al., 1989]. Respecto a los estudios de artesanías en México, hasta
cierto punto pueden equipararse estas categorías con las de taller familiar, taller individual,
pequeño taller capitalista y taller de manufactura [Novelo, 1976; Turok, 1988].
5
Aunque en un gran número de investigaciones se han proyectado analogías et-
nográficas para tratar de comprender aspectos del pasado prehispánico, en términos
generales han sido pocos los estudios etnoarqueológicos que se han llevado a cabo en
México aparte de los que se centran en la cerámica [cfr. Alvarado, 2001; Barba et al.,
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Arnold, D., 1989; Arnold, 1988, 1990, 1991; Aronson y Fournier, 1993;
Balkansky et al., 1997; Charlton y Katz, 1979; Deal, 1982, 1985, 1988,
1998; Deal y Hagstrum, 1995; Dore, 1996; Druc, 2000; Estes, 2003; Fein-
man y Balkansky, 1997; Fournier, 1990, 1995, en prensa; Hardin, 1977,
1979, 1983; Hayden y Cannon, 1983, 1984a, 1984b; López et al., 1988;
Mandeville, 1974; Nelson, 1981; Sheehy, 1988; Shott y Williams, 2006;
Stark, 1984, 1985; Sugiura y Serra Puche, 1990a;Villegas, 2002; Williams,
1994, 2005].
En consecuencia, salvo en el último caso citado, es restringida o nula
la potencialidad de proyectar hacia el pasado la información existente in-
corporándola en modelos que se construyan para comprender elementos
o procesos análogos pretéritos, es decir, para en términos estrictos cumplir
cabalmente con el objetivo de la etnoarqueología como estrategia de
investigación: proporcionar datos etnográficos y explicaciones que son
de relevancia directa en la interpretación o inferencia de los materiales
arqueológicos a partir de la construcción de modelos [cfr. Costin, 2000].
Obviamente la práctica arqueológica en el campo de acción que antes
era de dominio exclusivo de la etnografía se centra en la cultura material,
de manera que son de competencia de la etnoarqueología el estudio de
la producción, tipologías, distribución, consumo y desecho de la cultura
material, respecto a aquellos mecanismos que vinculan la variabilidad y
la variación con el contexto sociocultural, así como la relación entre la
inferencia con los mecanismos de los procesos de cambio, considerando
los ámbitos ideacionales y fenoménicos [David, 1992: 337].
Hablar de etnoarqueología remite de manera necesaria a su desarrollo
reciente y a otras etiquetas que se han aplicado acríticamente o bien que
ya resultan anacrónicas, se han vulgarizado o carecen de un claro con-
tenido. En la década de los setenta del siglo pasado aún eran candentes
los debates en los Estados Unidos de América para legitimar a la etnoar-
queología como un campo de competencia de los arqueólogos y no de
los antropólogos culturales o etnógrafos, lo cual en gran medida se logró
gracias a la demarcación de estrategias de investigación definidas cabal-
mente en la arqueología conductual [Reid et al., 1975; Schiffer ,1978].
En consecuencia, hasta la década de los ochenta se insertó paulatina-
mente como válido el concepto de etnoarqueología en el nivel mundial,
aunque algunos mantuvieron las designaciones que antes se empleaban,

1995; Castellón, 2006, 2007 y en este volumen; Ceja, 2007; Clark, 1991; Cook, 1973;
García Arévalo, 2004; Garchía Vilchis, 2000; Graham, 1994; Hayden, 1987; Hayden y
Nelson, 1981; Killion, 1990; Kolb, 1985; Moholy-Nagy, 1990; Nations, 1979; Parsons,
2001; Parsons y Parsons, 1990; Pastron, 1974; Pierrebourg, 1989; Sugiura, 1998; Sugiura
y Serra Puche, 1990b; Williams, 1999, 2003, 2005].
10 Patricia Fournier •

por ejemplo arqueología viva, arqueoetnografía, arqueología de la acción


y etnografía arqueológica6 [cfr. Brumbach y Jarvenpa, 1990; Donnan y
Clewlow, 1974; Gould, 1971; Lane, 2006; Stiles, 1977; Watson, 1979].
Independientemente de las “guerras de nombres” que han infestado a
la arqueología mundial sobre todo de mediados del siglo XX a la fecha,
en el caso del vecino del norte que continúa incidiendo en lo que ocurre
con la arqueología mexicana, si se parte del postulado básico que da origen
a divisiones e imbricaciones en los ámbitos académicos de profesional-
ización de los campos de estudio, es decir que “la arqueología del Nuevo
Mundo es antropología o no es nada” [Phillips, 1955: 246-247], entonces
cabe cuestionarse respecto a lo que ocurre en México en dónde se ubica
la etnoarqueología. Desde nuestra perspectiva que en gran medida se
deriva de la arqueología conductual, “la etnoarqueología es arqueología
o no es nada”.
En nuestro país y más allá de los sustentos teórico-metodológicos
de esa estrategia de investigación, hay que considerar adicionalmente el
marco de la institucionalización de la arqueología, en donde los estudios
que refieren a lo social o cultural en la escala temporal actual son materia
de la antropología social o de la etnología, bajo esquemas de demarcación
académica derivados de los europeos.
Respecto a la arqueología, cualquiera podría declarar enfáticamente
que dado que se centra en el estudio de lo social con base en la cultura
material, su campo de acción incide en definitiva en el patrimonio cultural
material (sobre todo y de hecho en las zonas arqueológicas y en esa clase
de monumentos así como, en ocasiones, los históricos), mientras que las
investigaciones relacionadas con el patrimonio intangible en absoluto
tendrían cabida en las pesquisas arqueológicas. No obstante, la línea ar-
gumentativa que desarrollaremos permitirá apreciar que en el marco legal
contemporáneo y, en particular, en relación con la etnoarqueología, la
puesta en práctica de esa estrategia de investigación necesariamente debe
abarcar al patrimonio cultural inmaterial.

La materialidad del patrimonio cultural intangible


Recurrimos a la normatividad internacional que México suscribe,
6
Jeffrey R. Parsons ha desarrollado estudios detallados y de amplia aplicabilidad en
México que denomina etnografías arqueológicas, acerca de la explotación del maguey
[Parsons y Parsons, 1990] y la obtención de la sal [Parsons, 2001]. Estas investigacio-
nes partieron de preguntas pendientes de resolución o de elementos que requerían
precisión para inferir aspectos socioculturales a partir de los contextos arqueológicos,
y no como un mero ejercicio casi lúdico en el estudio de algo de la cultura material
contemporánea.
• La producción alfarera contemporánea en México... 11

entre múltiples naciones, sin hacer a un lado en términos epistémicos


que el patrimonio es una construcción discursiva derivada de cánones so-
cialmente establecidos en épocas y lugares particulares, que es del dominio
de especialistas y se inserta en la construcción de sentido y de identidades
conforme a su uso: como práctica social remite a la utilización del pasado
para construir ideas acerca de la identidad individual y grupal, se trata de
un conjunto de valores y de significados. Según el momento, se generan
discursos hegemónicos autorizados acerca del patrimonio que dependen
de los reclamos por el poder y el conocimiento que monopolizan quienes
se constituyen como expertos en el tema, en cuadros institucionalizados
[cfr. Smith, 2006].
Las piezas de cerámica forman parte de las llamadas artesanías, objetos
de consumo en contextos de la vida cotidiana, resultado de la aplicación
de técnicas específicas sobre materias primas determinadas, objetivan
formas de conocimiento, procesos de aprendizaje, procesos económicos,
en fin, procesos creativos, además de que tienen connotaciones sociales,
religiosas y culturales (en términos schifferianos, tecnofunción, socio-
función e ideofunción). En las sociedades modernas industrializadas,
esta clase de objetos a menudo se desvinculan de su función original,
convirtiéndose en constitutivos del “arte popular” cuyo uso es de índole
decorativo o estético entre quienes tienen la capacidad de consumo para
emplearlas como símbolos de su posición de clase, de su conocimiento
y apreciación de lo folclórico. Estos elementos de cultura material están
directamente relacionados con la estructura, valor, historia e identidad
de las comunidades, grupos o individuos que los manufacturan, y como
explicitamos a continuación, constituyen parte del patrimonio cultural
inmaterial o intangible.
Para la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura (UNESCO7) la cultura tradicional o popular, parte
del patrimonio universal de la humanidad, consta del:

conjunto de creaciones que emanan de una comunidad cultural


fundadas en la tradición, expresadas por un grupo o por individuos y
que reconocidamente responden a las expectativas de la comunidad
en cuanto expresión de su identidad cultural y social; las normas y
los valores se transmiten oralmente, por imitación o de otras maneras.
Sus formas comprenden, entre otras, la lengua, ... las costumbres, la
artesanía, la arquitectura y otras artes [UNESCO, 1989].

7
Las políticas que se han instaurado a través de este organismo no son precisamente
la panacea de todos los males ni un portento de neutralidad; Derrida [2002] ha ex-
presado severas críticas acerca de los discursos que emanan de la UNESCO y de las
acciones que se basan en éstos.
12 Patricia Fournier •

En la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial


de 2003 de la UNESCO que se llevó a cabo en París, después de años de
reuniones, discusiones, recomendaciones y acuerdos preliminares entre
expertos y juristas, quedó estipulado que:
Se entiende por ‘patrimonio cultural inmaterial’ los usos, representacio-
nes, expresiones, conocimientos y habilidades o saberes -junto con los
instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales asociados- que las
comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan
como parte de su patrimonio cultural... se transmite de generación en
generación, se recrea... por las comunidades y grupos en función de
su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, y les infunde
un sentimiento de identidad y de continuidad, contribuyendo así a
promover el respeto a la diversidad cultural y a la creatividad huma-
nas... El ‘patrimonio cultural inmaterial’ se manifiesta notablemente
en los ámbitos siguientes... 5. Los saberes relacionados con la artesanía
tradicional [Convention..., 2004: 209-210; la traducción del francés al
castellano es nuestra 8].

Esa misma organización refiere a que “Para muchas poblaciones (y


especialmente para los grupos minoritarios y las poblaciones indígenas),
el patrimonio intangible representa la fuente vital de una identidad pro-
fundamente arraigada en la historia” [UNESCO, 2002a].
Respecto a qué constituye una comunidad o un grupo, la UNESCO
define que:
1. Las comunidades son redes de personas cuyo sentido de identidad
o vinculación surge de una relación histórica compartida que está
arraigada en la práctica y en la transmisión de su patrimonio cultural
inmaterial, o en su compromiso con éste.
2. Los grupos están formados por personas pertenecientes a una
misma comunidad o a varias, que comparten técnicas, experiencia o
conocimientos especiales, y que por ello desempeñan determinadas
funciones en la práctica presente y futura de su patrimonio cultural
inmaterial, así como en su recreación y/o transmisión, como por ejemplo
los depositarios culturales, los practicantes o los aprendices.
3. Los individuos son aquellas personas pertenecientes a una misma
comunidad o a varias, que poseen una técnica, conocimiento, expe-
riencia u otra característica notoria, y que por ello cumplen deter-
minadas funciones en la práctica presente y futura de su patrimonio
cultural inmaterial, así como en su recreación y/o transmisión, como
por ejemplo los depositarios culturales, practicantes y, donde proceda,
aprendices [UNESCO, 2006].

8
En la versión disponible en castellano se tradujo equívocamente “savoir-faire”
como técnica, mientras que en la que se difundió en inglés se utiliza “skills”, es decir
habilidades o destrezas; emplearemos tanto saberes como habilidades a manera de
sinónimos en nuestra exposición.
• La producción alfarera contemporánea en México... 13

Estas y muchas otras definiciones han sido motivo de múltiples con-


troversias, dado que el patrimonio cultural inmaterial no puede disociarse
totalmente del tangible, ya que el primero se manifiesta a través de formas
materiales, caso de los conocimientos, habilidades y técnicas que concurren
en la elaboración de objetos, pues esos saberes y destrezas mediados por
la tecnología se materializan en aquello que se produce [Kirshenblatt-
Gimblett, 2004]. Sin el patrimonio inmaterial el tangible se reduce a una
armazón de materia inerte, ya que el primero forma parte indisoluble de
los individuos y es inseparable de su mundo material y social [ídem].
Si bien la conceptualización de lo inmaterial continúa siendo tema
de debate entre legos, especialistas en lo cultural, filósofos de la ciencia y
diversos científicos, son ya decenas de países, incluido México, los que se
adhieren a la Convención y se han iniciado los registros de propuestas para
las declaratorias definitivas que se emitirán en 2008, y que sustituirán a
las de “tesoros vivientes” y “obras maestras patrimonio de la humanidad”.
En 2006 y según lo que determinó un grupo de trabajo compuesto por
instancias gubernamentales y paraestatales9, México propuso la “Festividad
Indígena Dedicada a los Muertos” para su registro en el inventario mundial
del patrimonio cultural intangible [CONACULTA, 2006].
Cabe hacer notar que según lo que se estipula por parte de la UNESCO,
deben ser los portadores o poseedores de esos bienes patrimoniales intan-
gibles quienes postulen su registro, y no agentes ajenos a las comunidades
o grupos donde alguno de los elementos que se consideran patrimonio
inmaterial podría llegar a desaparecer de no protegerse y revitalizarse para
asegurar su futura sustentabilidad; al declararse alguna entidad como parte
de esa clase de patrimonio, se canalizarán recursos monetarios derivados
de las cuotas de los países miembros de la UNESCO para el beneficio
de esas comunidades o grupos, en absoluto para el uso –o abuso- de los
financiamientos por las instancias gubernamentales que lleguen a captarlos10
[Kurin, 2004; UNESCO, 2003 y 2005].
9
Múltiples dependencias del CONACULTA están representadas, entre otras el
Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Secretaría de Turismo y la Comisión
Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas; la composición de este grupo
de trabajo es de funcionarios y “expertos” del ámbito artístico, cultural, académico, de
los sectores público y privado.
10
Respecto a la propuesta de declaratoria de la “Festividad Indígena Dedicada a
los Muertos”, no nos queda claro exactamente qué comunidad o cuál agencia gu-
bernamental propuso su registro. En páginas poco confiables de internet acerca del
turismo en Michoacán, se afirma que se trata de las ceremonias que se desarrollan en
el Lago de Pátzcuaro. Si en efecto la propuesta se restringe a esa zona, cabría pregun-
tarse si los rituales de Día de Muertos en comunidades mestizas como Mixquic o
algunas otras menos famosas, serían también meritorios para su incorporación en el
14 Patricia Fournier •

Hacia una etnoarqueología cerámica de rescate


Con base en la teoría del manejo del patrimonio, Brusaferro [2005] pro-
pone llevar a cabo una “arqueología de rescate” centrada en la vida social
de las habilidades artesanales; este postulado se fundamenta en la premisa
de que el significado de la cultura material radica en parte en el mismo
acto de la producción, en el cual se expresa la identidad social más que en
el producto o en el objeto. A partir de este argumento, nos interesa abogar
por una “etnoarqueología de rescate” en México, en particular respecto a la
alfarería tradicional, no sólo en lo relativo a los conocimientos y saberes o
habilidades de los artesanos, es decir en el campo del patrimonio cultural
intangible, sino sobre todo en lo relativo a la imperiosa necesidad de con-
tribuir a la conformación de inventarios de esa clase de patrimonio (algo
que se acordó en la Convención de la UNESCO de 2003) paralelamente
a la recopilación de datos que, eventualmente, pueden ser de fundamental
importancia para una mejor comprensión del registro arqueológico11.
Más aún, si se consideran las problemáticas vigentes no sólo en nuestro
país acerca del patrimonio cultural material e inmaterial, su salvaguardia
y gestión, podrían abrirse nuevas oportunidades para dar cauce a las in-
vestigaciones etnoarqueológicas; claro está que para que esto ocurra los
especialistas en el estudio del presente y que dictan las directrices insti-
tucionales con la consecuente asignación y ejercicio de prolijos recursos,
deben comprender la relevancia de las investigaciones que versan acerca de
la relación entre la cultura material y la conducta humana. Paralelamente,
esto posibilitaría que en nuestro país se lograra el desarrollo necesario,
aunque con rezago, para que por fin se equiparara la etnoarqueología
nacional con los niveles y alcances logrados por la que se conduce desde
el Primer Mundo12.
Podría incluso instaurarse la etnografía arqueológica del siglo XXI,

inventario mundial del patrimonio cultural intangible.


11
Estamos conscientes de que la salvaguardia de esta clase de patrimonio difícilmente
será motivo de propuestas o declaratorias entre las instancias facultadas de México,
aunque tal vez podría generarse un campo fértil para su protección en la medida que
los investigadores demuestren la relevancia de estudios de esta naturaleza.
12
En las obras de David y Kramer [2001] y Lane [2006], el lector interesado puede
apreciar la amplia variabilidad temática y cobertura que tienen los estudios etnoarque-
ológicos que se han efectuado en distintos países del mundo. Destacan entre éstos los
que corresponden a la etnoarqueología cerámica, que ha sido una de las más prolíficas
y que muestra avances sustanciales [cfr. Arnold, 2000; Costin, 2000; Hegmon, 2000;
Kolb, 1989; Kramer, 1997; Longacre, 1991; Stark, 2003]; Kramer [1985] fue la primera
en definirla y en sustentar que se aboca explícitamente al estudio de la cerámica con-
temporánea y de los alfareros en términos de problemas particulares que se enfrentan
en la arqueología.
• La producción alfarera contemporánea en México... 15

como ha ocurrido en Sudáfrica recientemente, con una conceptualización


operativa y de impacto en la realidad social actual, en el sentido de una
antropología holística que abarca múltiples formas tradicionales que in-
cluyen a la práctica arqueológica como usualmente se aplica en México
así como análisis representacionales, la observación participante, entrevistas
y trabajo de archivo. Sin dejar a un lado el papel de la cultura material, la
tecnología pretérita, modos de subsistencia y sistemas simbólicos, debería
abarcar la acción participativa en el campo de la investigación, vinculando
la historia, los estudios de la cultura material y la museología. Esta modali-
dad de la llamada arqueología de colaboración con incidencia directa en
las comunidades poseedoras y usuarias del patrimonio, remite al ámbito
de la ética al asumir el investigador un compromiso por hacer patente la
relevancia contemporánea del patrimonio arqueológico [cfr. Meskell, 2005]
y, en general, el patrimonio cultural tanto material como intangible.
La etnoarqueología de rescate podría enmarcarse en las competencias
de la etnografía arqueológica, recurriendo a esa designación en aras de su
legitimación y no como una etiqueta vacía o una regresión a la década
de los setenta. Se trataría de aquélla que implica compromisos asumidos
por el investigador con la salvaguardia del patrimonio y con la sociedad
contemporánea; de esta manera podría sustentarse ante los antropólogos
sociales y etnólogos en México para que no haya trabas en que la lleven
a cabo arqueólogos, si bien esta clase de estudios deberán apegarse para-
lelamente al objetivo de la etnoarqueología, es decir la construcción de
modelos para dar respuesta a problemáticas de investigación de y para el
contexto arqueológico.
En 2002 el Director General de la UNESCO, Koichiro Matsuura,
declaró que “el patrimonio cultural intangible no sólo es la memoria de
las culturas del pasado, sino también el laboratorio para inventar el futuro”
[UNESCO, 2002b]. Más allá de esta idea, nos interesa resaltar los aspectos
vinculados con los conocimientos que se relacionan de manera directa
con la manufactura de alfarería en contextos tradicionales en México, con
una perspectiva de etnoarqueología de rescate. En este sentido, aun cuando
los objetos cerámicos que se producen en esa clase de ámbitos pueden
considerarse como elementos de cultura material parte del patrimonio
cultural tangible, la forma en que se elaboran las vasijas, el uso de los in-
strumentos que se emplean con ese fin, los espacios e instalaciones que
son el escenario de las distintas fases del proceso de manufactura y guardan
tanto posiciones como disposiciones conforme a patrones específicos, e
inclusive las conductas de desecho asociadas con las distintas actividades
que desarrollan los artesanos, responden de manera directa a un con-
junto de acciones intencionales, de elecciones o de rutinas incorporadas
de manera inconsciente por parte de los sujetos, que implican marcos
16 Patricia Fournier •

cognitivos y conductuales13.
Es ese “saber cómo”, esos conocimientos y habilidades tradicionales
según las recomendaciones de la UNESCO, los que se insertan en la amplia
definición del patrimonio cultural intangible, a pesar de que comúnmente
en diversos países del mundo se ha privilegiado la protección y la salva-
guardia de objetos que, según parámetros occidentales, constituyen obras
de arte por los valores estéticos arbitrarios y asignados culturalmente, o en
la promoción de que individuos que se considera son “tesoros vivientes”
por el amplio dominio y destreza que manifiestan en la elaboración de
objetos artesanales, transmitan a las nuevas generaciones sus conocimientos
de manera que éstos se preserven.
Aunque en la UNESCO se haya insistido en la salvaguardia de las
“expresiones que reflejan las creaciones más modestas de la humanidad”
[UNESCO, 2002c], difícilmente se pasa del dicho al hecho. Es poco
probable que a través de las instituciones mexicanas que monopolizan lo
cultural, lleguen a surgir iniciativas para llevar a cabo estudios acerca de la
alfarería tradicional, a menos que se demuestre su sustentabilidad no sólo
respecto al interés que emana de la investigación científica sino, sobre todo,
en función de la salvaguardia de formas inmateriales patrimoniales.
Desde la perspectiva purista científica de la arqueología, rara vez se
consideran de competencia directa entre quienes se abocan a efectuar
13
En este sentido, podría partirse de planteamientos derivados de la teoría de la
agencia y, paralela o complementariamente, aquéllos relacionados con la arqueología
schifferiana en el rango medio, por ejemplo las cadenas o ciclos conductuales para el
contexto sistémico, o bien de los procesos de formación del registro arqueológico [cfr.
Dobres y Robb, 2005; Gosselain, 2000; Schiffer et al., 2001;Walter y Schiffer, 2006]. Un
recurso analítico de utilidad no sólo para recabar registros acerca de las técnicas produc-
tivas sino sobre todo para comprender su significado social es el de cadena operatoria,
que refiere al conjunto de operaciones agrupadas o no secuencialmente, considerando
de qué manera se organizan las operaciones técnicas conforme a la naturaleza de las
causalidades que entran en acción de acuerdo con las limitantes y con las opciones
que enfrenta el productor [Martinelli, 1991]. La transformación de las materias primas
en un objeto determinado conforme a la intencionalidad del sujeto -sus saberes según
hemos fundamentado-, atraviesa por varias acciones programadas en las fases de una
cadena operatoria. Así, las actividades técnicas se organizan en una serie de operaciones
técnicas, que a su vez se organizan en cadenas operatorias que requieren de la existencia
de un conjunto de conocimientos [Lemonnier, 1980]. El surgimiento y transmisión de
las tradiciones tecnológicas ocurre mediante la adquisición de conocimientos norma-
tivizados en cadenas operatorias reguladas socialmente, tradiciones que forman parte
de la identidad de una comunidad o grupo determinado conforme a las características
de las actividades productivas que desarrollan en el marco del sistema de producción
de la sociedad a la que pertenecen [Fogaça, 2003].
• La producción alfarera contemporánea en México... 17

estudios etnoarqueológicos, las temáticas de la salvaguardia o protección


de los conocimientos artesanales, de esa modalidad del patrimonio cultural
intangible. Sin embargo, demostrado está que han quedado pendientes el
registro y la adecuada protección de lo que hoy se concibe como patrimo-
nio inmaterial, sin que se avanzara sustancialmente en ello en el Instituto
Nacional Indigenista –ni siquiera en sus épocas de gloria-, la Comisión
Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, el Fondo Nacional
para el Fomento de las Artesanías (más adelante referiremos a esta instancia),
las casas de cultura regionales o estatales donde suele haber más buenas
intenciones que recursos, y menos aún el CONACULTA vía el FONCA
o bien otros programas o dependencias bajo su control.
En consecuencia, resulta necesario plantear para el caso de México
que de no realizarse investigaciones que registren y recuperen muchos de
esos conocimientos antes de que se pierdan en este dinámico siglo XXI
de la globalización, la proyección analógica derivada de lo observado y
recabado en el contexto sistémico para comprender aspectos del contexto
arqueológico, difícilmente podrá efectuarse a futuro. En el campo de la
estrategia de investigación etnoarqueológica, el contexto sistémico es, en
definitiva, el laboratorio para la construcción de modelos e hipótesis apli-
cables al conocimiento del pasado; sin duda esa memoria que trasciende
de aspectos pretéritos de los saberes, parte del patrimonio intangible, es
lo que le da sentido a nuestra propuesta del rescate de los conocimientos
artesanales vinculados con la actividad alfarera, de los estilos tecnológi-
cos14 [cfr. Lechtman, 1975] que día a día se transforman y eventualmente
se pierden.
Las mismas políticas de la UNESCO constituyen una potencial amenaza,
si acaso se instrumentaran a futuro en México algunos de los acuerdos de
foros regionales para incidir en cambios, considerando por ejemplo que
el “desarrollo cultural... debe abarcar la preservación de las tradiciones...
que pasan de generación en generación, al igual que contemplar aspectos
relacionados con el presente, con la creatividad contemporánea y los ob-
jetivos y valores últimos sugeridos por el futuro” [Botswana, 2001].
14
La tecnología es performativa, es un sistema de comunicación y sus estilos son
símbolos a través de los cuales se logra la comunicación [Lechtman, 1975]. Lo estilístico
se relaciona con conductas de aprendizaje, de interacción social, expresa mensajes y
permite el intercambio de información entre miembros de una o más unidades sociales;
es una forma de ideología, e inclusive constituye parte de los elementos de identificación
de un grupo [Fournier, en prensa]. No sólo se trata de estilos decorativos sino de todas
aquellas acciones que transforman la materia prima en un producto determinado, por
ejemplo el estilo tecnoformal que abarca las técnicas de manufactura o el pirotecnológico
en relación con la cocción de piezas cerámicas [cfr. ibid.].
18 Patricia Fournier •

Cabe destacar que sería por completo insulto abogar por el estatismo
en el campo de la producción alfarera tradicional en México, dado el
intrínseco dinamismo estilístico que la caracteriza además de los cambios
contextuales vinculados con el desarrollo -se le denomine o no sustent-
able-, y la modernización del país en el marco de la globalización: el siglo
XX marcó profundos cambios y transformaciones sociales en México y,
consecuentemente, surgieron especies de relictos en el ejercicio de los
saberes de poco impacto económico o turístico. Dependencias estatales,
el FONART es un ejemplo paradigmático, o distintas instituciones que
afectan a las “culturas populares”, más que recuperar y solidificar los
conocimientos artesanales -es decir el patrimonio cultural intangible-
con respeto a la integridad cultural [cfr. Weatherall, 2001] han incidido
en cambios agudos y negativos en éstos, sentando las bases para la estan-
darización y mecanización de los procesos productivos para capitalizar
con la distribución y venta de las llamadas artesanías, con pocos o nulos
beneficios económicos para los productores directos.
Sin duda en la actualidad gran parte del patrimonio arqueológico mun-
dial está en peligro, por lo que muchos de los conocimientos tecnológicos
ancestrales se pierden; los análisis y la reconstrucción de los procesos de
manufactura al igual que de las conductas de desecho son de utilidad en
la comprensión del contexto arqueológico con la proyección de modelos
analógicos derivados del contexto sistémico. Se trata, pues, de estudios de
la cultura material que asimismo pueden contribuir a la salvaguardia de
las artesanías tradicionales y a promover un mayor sentido de identidad
entre sus productores, además de desarrollar el aprecio por la diversidad
cultural en el nivel nacional [cfr.Vandiver, 2005].
En la Convención de 2003 de la UNESCO queda sentado que el
patrimonio intangible es un recurso objetivado susceptible de manejo, de
manera que es indispensable documentarlo mediante la conformación de
inventarios en cada nación que suscribió los acuerdos de la convención
[Brown, 2005] para, así, encauzar su protección, tarea descomunal de reg-
istro y prácticamente inalcanzable en su totalidad. Su alcance y cobertura
dependerá en definitiva de los recursos humanos y financieros con que se
cuente al igual que del interés por parte del gobierno mexicano, aunque al
menos se logre recabar algunos inventarios del llamado patrimonio cultural
inmaterial a manera de un rescate como comúnmente se conceptualiza
en las intervenciones arqueológicas en nuestro país. Esta labor es tanto o
más relevante que la misma protección integral del patrimonio material
para su salvaguardia y gestión.
En México el patrimonio intangible debe caracterizarse de manera
adecuada además de, hasta donde sea factible, propiciar su integración
en la vida socioeconómica y cultural del país con un respeto irrestricto
• La producción alfarera contemporánea en México... 19

a su diversidad y formas tradicionales, algo que claramente estipula la


UNESCO. Para ello habrá que diseñar desde cédulas hasta formularios
donde se vierta todo lo relativo a las cadenas operatorias asociadas con la
puesta en práctica de los conocimientos de los productores, la intervención
de individuos de ambos géneros en las actividades asociadas y según grupos
de edad, estudiar aun cuando sea someramente los procesos de circulación y
consumo de los objetos, recabar registros detallados de las áreas de actividad
y conductas de desecho e, inclusive, indagar en los imaginarios respecto
a las concepciones y mitos vinculados con los procesos productivos así
como definir cuál es el papel de los productores en su sociedad.
El estudio de este tangible patrimonio intangible desde perspectivas
etnoarqueológicas de rescate debería ser prioritario en nuestro país, caso de
la alfarería que es nuestro principal interés: difícilmente podrá protegerse
aquello que no se conoce.

Agradecimientos
Para los estudios etnoarqueológicos efectuados en el Valle del Mezquital
se contó con financiamiento del Consejo Nacional de Tecnología (0251-
H9107; 5424-H; 29236 H), la University of Arizona a través del Program
in Culture, Technology and Society, así como del Instituto Nacional de
Antropología e Historia. Respecto a los artesanos de Michoacán y Jalisco,
la Smithsonian Institution aportó los recursos requeridos para los trabajos
de campo. Las entrevistas con los alfareros de Valle se recabaron junto con
Joel Santos, del Centro INAH Sinaloa, a quien agradezco todo su apoyo
e interés, con financiamiento de la Foundation for the Advancement of
Mesoamerican Studies, Inc.

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