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UNA ROSA PARA EMILY

PERSONAJES:
- Señor Grierson (Padre de Emily)
- Emily Grierson.
- General Sartoris.
- Tobe (Criado).
- Homer Barron.
- Boticario.
- Concejal.
-
ACTO I
En un pueblo sureño olvidado por el mundo, todavía había una familia que
representaba los años idos del orgullo aristocrático de la región, su apellido era Grierson, y
habitaban una mansión que ocupaba prácticamente toda una manzana; ya solo quedaban
dos, Emily, una linda y esbelta muchacha, típica sureña y su padre.
El señor Grierson, siempre adusto, casi huraño, con un látigo en la mano, como en el
tiempo de la esclavitud, solo lo dejaba cuando comía, se bañaba o dormía.
Emily: Hola, padre, ¿Cómo estás?
Padre: Bien, con unos dolores en el cuerpo, y una tos que casi no me deja dormir.
Emily: Eso es por que te esfuerzas demasiado, descansa y olvídate de los problemas.
Padre: Como quisiera yo, pero, debo sacar la casa adelante, sobre todo ahora que los
Yankees nos quitaron nuestras tierras, Tobe (Llamando al único criado que les quedaba).
Aparece Tobe, con la humildad y mansedumbre que caracterizaba a los negros que
recién habían salido de la esclavitud, y que no sabían a ciencia cierta de que se trataba.
Padre: Tobe, prepárame una limonada por favor, que este bendito verano me tiene
sudando como un cochino.
Tobe se retira, y reaparece con la limonada.
En ese momento aparece un joven en el resquicio de la puerta, Emily se emociona, el
padre hace chistar el látigo.

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Padre: Buenas joven, que desea ¿Se perdió o está vendiendo algo? Porque le advierto
que no compro nada, solo en tiendas.
Joven: Buenas tardes, no señor, vengo a pedir su permiso para visitar a su hija.
Padre: Le brillan los ojos de ira; ¿Y quién le dijo a usted que mi hija necesita amigos?,
¡Tobe! ¡Búscame la escopeta, que necesito resolver algo!
El joven al escuchar esto salió despavorido para no volver jamás.
Y así pasaron los años, joven que pretendía entablar una relación con Emily, era
corrido por su padre.
Un día su padre cae gravemente enfermo, el medico del pueblo no pudo hacer mucho.
El pueblo se entera de la noticia, se acercan las matronas del pueblo, tocan a la puerta,
las recibe Tobe y las hace pasar.
Sale Emily, se adelantan para abrazarla.
La matrona líder: Hola Emily, cuanto lo sentimos, estamos aquí para lo que tu
necesites.
Emily: Buenas tardes, no entiendo.
La matrona: Sentimos lo de tu padre.
Emily: ¿Qué pasó con mi padre?
La matrona: Emily ¿Es una broma? La muerte de tu padre.
Emily: Mi padre no ha muerto, está de viaje, en asuntos de negocios.
La matrona: Pero, Emily, nos lo ha dicho el Doctor, no creo que el haya inventado eso.
Emily: Pues si lo hizo, y no sé con que intenciones, bueno adiós estoy muy ocupada,
así que no puedo seguir atendiéndola ¡Tobe! acompaña a las señoras a la puerta.
Pasaron tres días y la intervención del cura, del doctor y de las autoridades del pueblo
para que Emily accediera a enterrar a su padre, el cual fue enterrado con la premura del
caso, por su avanzado estado de descomposición.
Unas semanas después del entierro, se apersonaron a la casa el alcalde, El General
Sartoris, y sus acólitos, fueron recibidos por Emily.
General Sartoris: Buenas tardes Señorita Emily, no sabe como lamento la muerte de
su padre.
Emily: Buenas tardes, ¡Gracias Señor alcalde! ¿A qué debo su visita?

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General Sartoris: (Solemne): Señorita, en honor a los servicios prestados por su padre
a este nuestro amado pueblo, he decidido, vía decreto exonerarla a Usted del pago de los
impuestos municipales de manera permanente y de cumplimiento inmediato.
Emily: No sé qué decir, bueno Señor alcalde le agradezco el gesto y sé que mi padre
desde el cielo se lo agradece.

ACTO II
Pasan los años y empieza a llegar la modernidad a Jefferson, una cuadrilla llega desde
el Norte con la misión de pavimentar las aceras de la ciudad, con ella viene Homer Barron,
el capataz, hombre apuesto, grande, con voz de locutor, de muy buen humor, que se la
pasaba entre gritando a los negros para que trabajaran o estaba contando chistes a las
personas en la plaza.
En uno de esos momentos en la que estaba rodeado de personas, contando sus
habituales chistes, pasó Emily, altiva, con toda esa rancia aristocracia que caracterizaba a
las familias sureñas, era de las pocas veces que se veía caminar por la calle, ya contaba
con treinta años, lucía el pelo corto, había estado enferma por largo tiempo, ya sus
vestidos lucían desteñidos por el tiempo, al igual que su sombrilla, a pesar de todo esto,
Homer quedó prendado de ella.
Homer: Buenas tardes señorita ¿Hacia dónde se dirige?
Emily: Buenas tardes, a un lugar que a usted no le incumbe, Señor.
Homer: Me llamo Homer, y me ofrezco a acompañarla, no vaya a pasarle algo por allí.
Emily: No se preocupe por mí, todos me conocen.
Homer: Pero, igual, algún ladronzuelo quiera robarle.
Emily: Le repito, todos me conocen, y si así fuera, no tienen nada que robarme, no
cargo cosas de valor.
Homer: ¿Cómo qué no? Imagínese que alguien quiera robarle su sonrisa o peor aún
que le quieran robar un beso, no me lo perdonaría.
Emily sonrió, ilumino todo el lugar, y al final accedió a que la acompañara, desde ese
momento no se separaron, se les veía los domingos pasear en una tirolesa, ella con sus
mejores prendas de la época victoriana y él conduciendo el coche, con su sombrero
echado hacia atrás y fumando tabaco, que era su característica, todo el pueblo estaba
complacido, Emily por fin tenía un novio, pero también conocían la fama de Homer, de
picaflor, por lo que decían, ¡Pobre Emily!

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Las cosas iban muy bien entre la pareja, ella había ido al joyero y le había encargado
un conjunto de aseo para caballeros, de plata, con las iniciales, H.B., además de ropa para
hombres, hasta un camisón para dormir, entonces se tuvo la certeza en el pueblo que se
iban a casar o mejor aún, ya estaban casados.
Pero nunca se supo de los preparativos y ya las matronas del pueblo empezaban a
murmurar que era una deshonra para el pueblo, que era pecado, que dejaba mal parada a
la sociedad de Jefferson, entonces le encomendaros a un ministro bautista para que
hablara con ella, lo cual resultó inútil, y de paso el ministro se rehusó a regresar a esa
casa; entonces la esposa del ministro tomó la determinación de escribirle a los parientes
de la Señorita Emily en Alabama, los cuales enviaron a una primas a visitarlas. eran más
estiradas que lo que pudo ser la Señorita Emily en toda su vida.
Para ese momento la obra culminó y con ello Homer desapareció.
Luego de unos días las primas se fueron, y se volvió a ver a Homer merodeando la casa
de Emily, el criado lo dejaba pasar por la puerta trasera.
Desde que se fue Homer Barron del pueblo la Señorita Emily, no había sido vista fuera
de la casa, para sorpresa de todos, un día de manera inesperada se encontraron a la
Señorita Emily en la calle, dirigiéndose a la farmacia y a llegar a la misma sin más
preámbulos ni saludos, se dirige al boticario.
Emily: Quiero un veneno.
Boticario: Si Señorita Emily ¿De qué clase? ¿Para ratas y cosas así? Yo recomien…
Emily: Quiero el mejor que tenga. No me importa de qué clase.
Boticario: Tenemos “Racumin”, Polvo chino, “Ratplus”, “Tres pasitos”, esos matan
cualquier cosa, hasta a un elefante. Pero lo que usted necesita es…
Emily: Arsénico ¿Es bueno ese?
Boticario: ¿Qué si es? ¿El arsénico? Si señorita, pero, lo que usted necesita…
Emily: Quiero arsénico.
El boticario la miró de arriba abajo. Ella le devolvió la mirada, erguida, con sus ojos
altaneros, tensa.
Boticario: Bueno, claro, si eso es lo que usted quiere; pero la ley requiere que diga
para qué lo va a usar.
La Señorita Emily no dijo nada, permaneció erguida, mirándolo fijamente a los ojos,
hasta que el apartó la mirada y trajo el veneno y lo envolvió. Lo mandó con el muchacho
de los mandados. Al abrir el paquete, estaba escrito en la caja, bajo la calavera y los
huesos: “Para ratas”.

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Al poco tiempo se sintió alrededor de la casa un olor nauseabundo, de muerte,
muchas señoras lo achacaron al hecho que ningún hombre podía llevar decentemente una
cocina y menos los desperdicios que se acumulan en una mansión. Unas señoras se
acercaron y trataron infructuosamente de ser recibidas y tuvieron la temeridad de tocar
la puerta, pero no recibieron respuesta.
Una vecina se quejó ante el juez Stevens por el mal olor y posteriormente dos
personas más, lo que obligó a una reunión urgente del concejo municipal, ellos
atribuyeron esos olores a algún animal muerto por el criado o por el veneno que
recientemente había comprado en la farmacia.
Pero en vista de la inconformidad de los vecinos, decidieron ellos mismos, esparcir
clandestinamente cal viva alrededor y en todos los resquicios de la casa, para de esta
manera calmar el olor y apaciguar los ánimos de los vecinos.

ACTO III
Y pasaron los años, nunca más se oyó hablar y menos ver a Homer Barron; de la
Señorita Emily nunca más se volvió a ver fuera de esa casa, que al igual que ella se iba
convirtiendo en ruinas, si no es por las clases de pintura que impartió en un período de 6 a
7 años, la salida y entrada diaria del criado, que cada día se volvía más cano y encorvado,
nadie podía saber si ella permanecía viva.
Y bueno también estaba aquel incidente con el concejo municipal, que desconociendo
el decreto del General Santoris al morir su padre, se habían empeñado en cobrarle los
impuestos municipales; habían utilizado todas las vías sin resultados satisfactorios, hasta
que un día se apersonó a la mansión un representante del mismo.
Representante del concejo municipal: (Toca la puerta y aparece Tobe, que le abre la
puerta): Buenas tardes ¿se encuentra la Señorita Emily?
El criado lo hace pasar a una sala oscura, sin el resplandor de otrora, olorosa a moho,
lo insta sentarse, al hacerlo se elevó una leve cantidad de polvo del mueble.
El criado desaparece y en su lugar entra la Señorita Emily, ya avejentada, pequeña y
regordeta y con su cabello gris cemento, con su vestimenta sobria y una cadena de oro
que le llegaba hasta la cintura y apoyada en un bastón de ébano con una estropeada
empuñadura de oro.
Ella se quedó parada en la entrada del salón, no le pidió que se sentara, tras un
incómodo silencio, el esboza una sonrisa y le comienza a explicar.
Concejal: Buenas tardes Señorita, ¿Cómo está? El motivo de mi visita tiene que ver con
las reiteradas correspondencias que le hemos enviado y no han sido respondidas, el

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alcalde le ofreció su vehículo para que se trasladase hasta nuestras oficinas, lo cual usted
rechazó, porque ya no salía de su casa, entonces en reunión especial me nombraron a mí
como representante del concejo municipal para plantearle a usted la necesidad de que
cumpla con sus obligaciones y se ponga al día con los impuestos municipales.
Emily: Yo no tengo que pagar impuestos en Jefferson. El coronel Sartoris me lo explicó.
Quizá uno de ustedes pueda obtener acceso a los registros del municipio para
convencerse.
Concejal: Pero si ya lo hemos hecho. Nosotros somos las autoridades municipales,
señorita Emily ¿No recibió un aviso del oficial de justicia, firmado por él?
Emily: Recibí un papel, sí. Quizá el mismo se considere el oficial de justicia… reitero, yo
no tengo impuestos en Jefferson.
Concejal: Pero no hay nada en los libros que lo demuestre, vea. Tenemos que seguir
la…
Emily: Vean al coronel Sartoris. Yo no tengo impuestos en Jefferson…
Concejal: Pero, señorita Emily…
Emily: Vean al coronel Sartoris. Yo no tengo impuestos en Jefferson. ¡Tobe! (aparece el
negro) Acompaña al caballero hasta la puerta.
Es de hacer notar que el coronel Sartoris había muerto 10 años atrás.
Y así pasaron los años, nunca se volvió a ver a la señorita Emily por las calles de
Jefferson, en muy pocas ocasiones se logro divisar asomada por la ventana del piso de
abajo de la polvorienta casa, y era prácticamente nulo tratar de saber de ella a través del
negro porque no conversaba con nadie, quizás ni siquiera con la señorita Emily, se llegó a
pensar que era mudo, solo se le veía envejecer y llevar todos los días las bolsas de las
compras.
Y así pasó de generación en generación, siendo querida, ineludible, impertérrita,
tranquila y perversa, hasta que un día cayó gravemente enferma, cuidada por el criado
Tobe, que estaba ya muy viejo, ni siquiera podía cuidarse a si mismo menos a la señorita
Emily, murió como vivió, en total soledad.
El pueblo se volcó a su casa al enterarse de la noticia, unos por verdadero cariño, otros
por curiosidad, el criado los dejó pasar y el se marchó por la puerta trasera y jamás se
supo más de él, llegaron sus primas de Alabama, y al segundo día la enterraron entre
homenajes.
Luego regresaron a la casa y se esparcieron por el jardín, el porche, en fin por toda la
casa para hablar de la señorita Emily, como si ella había sido su más intima amiga, pero
algo le produjo curiosidad a un grupo de personas, el piso superior estaba clausurado.

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Buscaron herramientas para abrirlo, lo lograron, en ese piso había un cuarto celosamente
cerrado, que forzaron para abrirlo, llenando de polvo todo a su alrededor, encontraron la
más dantesca escena; en ese cuarto decorado como para una boda, con cortinas de
encaje de desteñido rosa y de objetos de aseo de hombre con revestimiento de plata, ya
oxidados por el tiempo, ropa de hombre bien ordenada, se encontraba los restos de un
hombre en camisón, lo que quedaba de él se había vuelto inseparable de la cama en que
yacía, pero en la almohada vecina había el molde hueco que deja una cabeza al apoyarse,
alguien levantó algo de esa almohada que puso la carne de gallina a todos los presentes,
era un largo mechón de pelo gris cemento.

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