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Primeras manifestaciones[editar]
El primer texto al que se suele hacer referencia es La vida y opiniones del caballero Tristram
Shandy (1759), de Laurence Sterne. No se puede considerar que este texto rompa
convenciones en la historia de la novela, ya que estas aún no estaban consolidadas en el
momento en que se escribió. Es su parodia de la narrativa y su inclinación a usar elementos
gráficos como una página en negro para lamentar la muerte de un personaje, lo que hace que
la novela de Sterne sea considerada fundamental para muchos autores posteriores a la
Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, esta obra ya contaba con detractores en su época,
como lo fue Samuel Johnson, que según recoge su biógrafo Boswell declaró: "Nada
extravagante puede perdurar. Tristram Shandy no perduró". Denis Diderot incorporó
elementos de Tristram Shandy en su obra Jacques el fatalista y su maestro, un hecho que no se
oculta en el texto, dando lugar así a uno de los primeros ejemplos de metaficción.
El siglo XX[editar]
Los años 60 supusieron un breve retorno a la época de esplendor del Modernismo y una
primera toma de contacto con el Posmodernismo. La controversia que supuso el juicio por
obscenidad de El almuerzo desnudo, de William S. Burroughs, generó una gran toma de
conciencia y admiración por la libertad extrema y sin censura. Burroughs también fue pionero
en una técnica conocida como “cut-up”, que consistía en recortar periódicos o escritos
mecanografiados y luego reorganizarlos para construir nuevas frases en el texto. A finales de
los 60, los movimientos experimentales adquirieron tanta importancia que incluso autores
considerados más convencionales como Bernard Malamud y Normal Mailer mostraron
inclinaciones hacia esta tendencia. En este periodo tuvo gran importancia la metaficción,
ejemplificada de manera más elaborada en las obras de John Barth y Jorge Luis Borges. En
1967, Barth escribió su ensayo La literatura del agotamiento,1 que algunos han considerado un
manifiesto del posmodernismo. Un gran referente de esta época fue El arcoíris de gravedad,
de Thomas Pynchon, que con el tiempo acabó convirtiéndose en best-seller. Otras figuras
relevantes son Donald Barthelme, que destaca como autor de relatos breves, y Robert
Coover y Ronald Sukenick, tanto por sus relatos breves como por otros de mayor extensión.
Algunos de los escritores más conocidos de los 70 y 80 son Italo Calvino, Michael
Ondaatje y Julio Cortázar. Las obras más famosas del primero son Si una noche de invierno un
viajero, compuesta por unos capítulos en los que se presenta al lector preparándose para leer
dicha obra y otros que forman la propia narración, y Las ciudades invisibles, donde Marco Polo
cuenta las historias de sus viajes a Kublai Khan, aunque en realidad éstas sólo sean meros
relatos sobre la ciudad en la que conversan los personajes. Por su parte, en Las obras
completas de Billy el niño Ondaatje emplea el estilo scrapbook, y en Rayuela, de Cortázar, los
capítulos se pueden leer en cualquier orden.
El argentino Julio Cortázar es sólo uno de los muchos escritores latinoamericanos que han
creado verdaderas obras maestras de la literatura experimental en los siglos XX y XXI,
mezclando escenas oníricas, periodismo y ficción. En los clásicos hispanoamericanos se
encuentran la novela mexicana Pedro Páramo, de Juan Rulfo, la saga familiar Cien años de
soledad, del colombiano Gabriel García Márquez, la crónica política de La guerra del fin del
mundo, del peruano Vargas Llosa, el diálogo dramático en espanglish Yo-Yo Boing! de la
puertorriqueña Giannina Braschi y la novela revolucionaria Paradiso del cubano Lezama Lima.
A principios del siglo XXI, muchos ejemplos de la literatura experimental reflejan la aparición
de los ordenadores y la tecnología digital, y algunos de ellos usan, en efecto, estos medios al
tiempo que reflexionan sobre sus posibilidades. Este tipo de escritura ha sido denominada
literatura electrónica, hipertexto o codework.