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PEQUEÑA GUÍA DE LITERATURA CONTEMPORÁNEA (SIGLOS XIX Y XX)

Podríamos hacer una enorme lista con autores y obras fundamentales en la formación
literaria de una persona, pero creo que eso no serviría de nada. Por lo tanto, os propongo unos
pocos nombres de algunos países y del siglo XX (con alguna entrada en el XIX).
Habría que leer a los clásicos (Homero, y Virgilio, Horacio y Ovidio al menos), algún autor
medieval, como Dante Alighieri (el Infierno de la Divina comedia es realmente duro) o
Boccaccio (el Decamerón es para mayores de 18 años, pero muy divertido). En el Renacimiento
y el Barroco, citaré sólo a Shakespeare.
Por supuesto, cualquiera de los grandes escritores del siglo XIX merece la pena: Balzac,
Stendhal (Rojo y negro), Hugo (Los miserables), Flaubert (Madame Bovary), Maupassant
(cualquiera de sus cuentos es una obra maestra) Dickens (Pickwick), Dostoievsky, Tolstoi,
Federico de Roberto (Los virreyes), Eça de Queiroz, Hermann Melville (Moby Dick, Bartleby),
Poe... Para mí, el mejor autor del XIX es Alexandre Dumas, por su trilogía Los tres
mosqueteros – Veinte años después – El vizconde de Bragelonne, y, especialmente, por la
maravillosa novela El conde de Montecristo.
Pasemos al siglo XX:
En Gran Bretaña, destacaré a Robert Louis Stevenson (aunque del XIX): todos habremos
soñado con La isla del tesoro, pero añado El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, un relato
sobre el tema del doble, sin despreciar sus cuentos (especialmente El diablo en la botella, que
hay que leer por obligación). Otro de mis autores favoritos es un polaco nacionalizado británico,
Joseph Conrad, con El corazón de las tinieblas (descripción del horror del colonialismo en la
que se basó la película Apocalypse Now de Coppola) o Lord Jim (acerca de la cobardía y el
valor); casi cualquier obra de Conrad merece la pena, sobre todo si os gustan el mar, el exotismo
y la aventura (aunque sea interior). De los modernos sólo voy a nombrar a Julian Barnes, cuya
Historia del mundo en diez capítulos y medio tiene momentos hilarantes.
En Francia es difícil nombrar a alguien después de Proust (que hay que leer cuando uno se
jubila); Boris Vian es un autor extraño, con sus historias policiacas y existencialistas, llenas de
espíritu moderno y jazz (Escupiré sobre vuestra tumba, El lobo-hombre en París, que utilizó el
grupo español La Unión para una preciosa canción); tengo especial preferencia por Romain
Gary, sobre todo La vida ante sí, una historia de la banlieu (extrarradio) con judíos, negros,
musulmanes y prostitutas (es mucho más, pero así os engancho). Ahora se lleva mucho la belga
Amélie Nothomb, que no está mal. En teatro algunas obras de Ionesco (La lección, La cantante
calva) son absurdas y divertidas, aunque con cargas de profundidad.
En Italia me es difícil señalar pocos autores; se puede leer a Cesare Pavese, a Vasco
Pratolini (Crónicas de pobres amantes), a Alberto Moravia... Señalo especialmente a tres
autores: Primo Levi, químico judío que acabó en Auschwitz y contó su experiencia en varias
obras, como Si esto es un hombre y La tregua (sobrevivió al campo de concentración para
suicidarse en su vejez). Italo Calvino es uno de los referentes de la literatura posmoderna y de
fantasía; El barón rampante (un noble que se sube a un árbol para no volver a bajar), El
vizconde demediado y El caballero inexistente son sus novelas fundamentales. Leonardo
Sciascia fue un terrible crítico de la Italia del siglo XX, y en sus novelas denunció la mezcla de
política y crimen (mafia), a veces desde una estructura de novela policiaca; Todo modo, Negro
sobre negro, El contexto, o El archivo de Egipto son historias apasionantes. De los modernos, el
viaje más maravilloso que podéis hacer por la literatura se encuentra en El Danubio, de Claudio
Magris; Seda de Alessandro Baricco es una novela corta deliciosa, y es un autor a seguir. Y
Antonio Tabucchi, entre otras cosas, es el autor de Sostiene Pereira, obra de crítica social y
terriblemente tierna.
En Portugal, sólo nombraré la poesía de Fernando Pessoa, uno de los poetas que han
marcado el siglo XX, pero también sus obras en prosa, como El libro del desasosiego, si os
gustan las obras “filosóficas”, es decir, de reflexión sobre la vida. Y las primeras novelas de
José Saramago, como El año de la muerte de Ricardo Reis (nombre de un heterónimo de
Pessoa) o la Historia del cerco de Lisboa.
En la antigua Checoslovaquia nos encontraremos con algunos autores muy divertidos,
como Jaroslav Hásek, con la desternillante Las aventuras del valeroso soldado Schweik, alegato
antimilitarista y antiimperialista; Karel Capek, creador de la palabra robot en su obra teatral
RUR; Bohumil Hrabal, de raíz surrealista, con obras tan divertidas como Yo que he servido al
rey de Inglaterra o Los palabristas; también hay que nombrar a Milan Kundera, autor muy
influyente en el final del siglo XX, cuya obra más destacada es La insoportable levedad del ser.
En Alemania, antes de la Segunda Guerra Mundial sobresale Thomas Mann, con relatos de
profundidad filosófica como La muerte en Venecia o La montaña mágica (aunque yo prefiero a
su hijo Klaus Mann, especialmente con ese análisis de los “trepas” que se apuntaron al nazismo
que es Mefisto). Tras la guerra, Heinrich Böll marcará un nuevo inicio con sus Opiniones de un
payaso, que hay que leer. Y entre los últimos, aunque ya fallecido, W. G. Sebald, que
deconstruye la novela a base de fragmentos, fotografías y recortes de prensa, por ejemplo en
Austerlitz.
La novela en Austria llegó a un alto nivel en el periodo de entreguerras, con autores que
fueron traducidos a todos los idiomas, como Stefan Zweig y Arthur Schnitzler. Del primero,
además de alguna novela de éxito, como Carta a una desconocida, destacaré El mundo de ayer,
memoria de esos años anteriores al desastre del nazismo. Del segundo, una novelita corta, El
teniente Gustl, y una obra de teatro, La ronda. Pero el autor que mejor retrata la decadencia de
Austria y la aparición de un nuevo mundo tras la Gran Guerra es Joseph Roth, con novelas
como Job, Confesión de un asesino, La cripta de los capuchinos o La marcha Radetzky.
En Estados Unidos hay que leer a los autores de la llamada “generación perdida”, desde los
cuentos y novelas de Francis Scott Fitzgerald (cualquier recopilación de cuentos es buena) a las
duras novelas de Hemingway (aunque la que más me gusta es París era una fiesta, recreación
de los años pasados en la Ciudad de la Luz), pasando por la magistral crítica de la sociedad
moderna de Manhattan Transfer, de John Dos Passos. Entre los últimos autores hay que entrar
en el “realismo sucio” de Carver (De qué hablamos cuando hablamos de amor, ¿Quieres hacer
el favor de callarte, por favor?), o las novelas de éxito de Paul Auster, empezando
preferentemente por la Trilogía de Nueva York.
En Rusia, me remitiré sólo al comienzo del siglo XX; los cuentos de Chéjov son pequeñas
piezas de relojería, obras maestras de la narrativa; los Caballería roja de Isaak Bábel narra la
guerra civil entre comunistas y rusos blancos, pero me gustan más los Cuentos de Odessa, que
recrean la vida tradicional de los judíos en esa ciudad del mar Negro; otra obra destacable es El
diablo y Margarita, de Mijail Bulgakov, en la que el diablo se pasea por la Moscú
revolucionaria. Y si queremos reírnos muchísimo con las aventuras de un truhán de los primeros
años de la revolución, podemos leer las de Bender (no es el de Futurama, pero casi) en Las
doce sillas o en El becerro de oro de Ilf & Petrov.
Japón está lleno de historias crueles y bellas a la vez; desde Confesiones de una máscara de
Yukio Mishima a cualquier obra de Yasunari Kawabata. Ahora, el más moderno es Murakami,
pero aún no lo he leído.
En el mundo árabe hay tantos narradores que sólo vamos a destacar al egipcio Naguib
Mahfuz, premio Nóbel, con historias que recrean el viejo Cairo entre tradición y modernidad, y
el franco-libanés Amin Maalouf, sobre todo si os gusta la novela histórica.
Por supuesto, me dejo muchos países, como China o India, pero éstos son continentes que
aún estoy empezando a descubrir.
Y hablando de continentes, nos queda hablar de Hispanoamérica. Podríamos llenar muchas
páginas sobre los mejores escritores en español de los siglos XX y XXI, pero vamos a
centrarnos en unos pocos de algunos países.
En Argentina encontramos una amplia selección de grandes autores; sólo nombraré unos
pocos: el más importante es Jorge Luis Borges, ciego como Homero, y hábil contador de
historias de carácter maravilloso con elementos matemáticos (“La Biblioteca de Babel”),
policiacos (“El jardín de los senderos que se bifurcan”) o míticos (“El inmortal”), siempre llenos
de paradojas (“Funes el memorioso”); sus libros de cuentos más famosos son Ficciones y El
Aleph. Julio Cortázar, siempre entre Argentina y Europa, autor de una novela-mecano como
Rayuela, también destacó en el arte del cuento (“Casa tomada” es un ejemplo de cuento
fantástico, en sus dos sentidos; cualquier libro de cuentos de Cortázar promete entretenimiento y
diversión, pero los más divertidos son Historias de Cronopios y de Famas y Un tal Lucas).
Ernesto Sábato es el autor de una trilogía terrible, El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abbadón el
Exterminador. Adolfo Bioy Casares, el “otro yo” de Borges, también cultivó la narrativa
maravilloso-fantástica, especialmente en La invención de Morel. Osvaldo Soriano es uno de los
autores más divertidos, con sus cuentos de fútbol (El penalty más largo del mundo, por
ejemplo), pero también sus novelas analizan la situación política de Argentina muchas veces
desde un punto de vista humorístico; su primera novela, Triste, solitario y final, tiene por
protagonistas a Oliver & Hardy, el Gordo y el Flaco. Y Mujica Lainez es el autor de una de las
mejores novelas históricas que he leído nunca, Bomarzo, ambientada en la Italia renacentista y
con un protagonista eterno.
En Chile, Donoso crea una novela claustrofóbica y dura en El obsceno pájaro de la noche;
Skármeta es el autor de una obra deliciosa como El cartero y Neruda (de la que se hizo una
película igualmente deliciosa); el autor más leído actualmente de toda Hispanoamérica es
Roberto Bolaño, especialmente sus cuentos y su novela Los detectives salvajes, un poquito
difícil.
En Uruguay, la poesía y cuentos cotidianos de Mario Benedetti le han dado una fama
justificada, aunque algunos le reprochan su facilidad. Juan Carlos Onetti es el creador del
mundo de ficción de Santa Marta en novelas como Juntacadáveres.
En Perú, destaca Mario Vargas Llosa, uno de los grandes de nuestra literatura, con obras
como La tía Julia y el escribidor o Conversación en La Catedral, que analizan críticamente su
país; quizás sea más divertida Pantaleón y las visitadoras (que son unas prostitutas que el
ejército peruano lleva a los soldados de un puesto interior). Alfredo Bryce Echenique es un
autor que a veces usa el absurdo, como en La vida exagerada de Martín Romaña (uno aprende
qué es un fecaloma).
En Colombia encontraremos a alguno de los mejores escritores en español, por el uso de la
lengua y de la fantasía. El primero en todos los sentidos es Gabriel García Márquez cuya Cien
años de soledad marcará un antes y un después en vuestras lecturas; es una historia mítica y
exagerada de una saga familiar, con crímenes, santas, gente que vuela... y un resumen de lo que
es Colombia; sus cuentos abundan en eso que se llamó “realismo mágico” (“Historia de la
cándida Eréndira y su abuela desalmada”, “Un señor muy viejo con unas enormes alas”, “El
ahogado más hermoso del mundo”); entre sus novelas cortas, citaré El coronel no tiene quien le
escriba. Álvaro Mutis es el creador de un personaje muy especial, Maqroll el Gaviero,
aventurero culto y misterioso a lo largo de varias novelas (como Abdul-Bashur, soñador de
navíos o Ilona llega con la lluvia). De los más jóvenes me gusta mucho Santiago Gamboa
(Perder es cuestión de método, de ambiente policiaco; Vida de un joven llamado Esteban, sobre
la historia reciente de Colombia; y su continuación El síndrome de Ulises, ya de emigrante en
París, calificada para mayores de 18).
En Cuba, Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante es una novela basada en el juego
lingüístico que exige mucho del lector, pero que puede llegar a ser muy divertida; Alejo
Carpentier es el fundador de eso que hemos llamado “realismo mágico”, por la mezcla de los
dos elementos del término, como en El reino de este mundo, Los pasos perdidos o El Siglo de
las Luces. Entre los modernos, la Trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez ya
invita a leerlo sólo por el título: ron, sexo, decadencia y un enorme espíritu poético de captación
de la realidad cubana.
En México, Carlos Fuentes es uno de los escritores fundamentales, de quien sólo destacaré
La muerte de Artemio Cruz y Gringo Viejo. Juan Rulfo es el autor de Pedro Páramo, novela en
que la realidad del páramo mejicano se mezcla con una ultratumba sobrecogedora. Y entre los
últimos, me gustó mucho En busca de Klingsor, de Jorge Volpi, novela policiaco-científica
ambientada en el final de la Segunda Guerra Mundial (hasta se aprende algo de Física con ella).
En Guatemala nació Augusto Monterroso, aunque, exiliado político, acabó
nacionalizándose mejicano. Autor de cuentos estupendos, como “El dinosaurio” o “Mr. Taylor”
(en su breve libro de título paradójico, Obras completas y otros cuentos), o de las fábulas
transformadas e hilarantes de La oveja negra y demás fábulas, es un autor inexcusable en
nuestra pequeña guía.

Entre los poetas del siglo XX, nombraré sólo a unos pocos, como el griego Kavafis, el
austríaco Rilke, el italiano Pavese, el portugués Pessoa, el peruano César Vallejo, el inglés
Auden, el argentino Borges, la rusa Ajmátova o el chileno Neruda. Y si bajo al siglo XIX, el
melancólico Verlaine.

NOIR, GIALLO, HARDBOILED... GÉNERO NEGRO


El género policiaco o negro es un tipo de novela creado con el nuevo mundo que surge de
las revoluciones burguesas, en el que el viejo orden se ha roto y el mundo está lleno de
misterios; para muchos, el primer escritor policiaco es E. A. Poe, con sus cuentos “El misterio
del cuarto cerrado” y “La carta robada”, en los que presenta al primer detective intelectual, Ch.
A. Dupin. Si seguimos por ese camino, encontraremos en el siglo XIX todavía a dos
grandísimos autores, Arthur Conan Doyle con su Sherlock Holmes, y a Gilbert Keith
Chesterton, con sus historias del padre Brown (¡un cura católico de detective!). Entre los
clásicos, las historias de Hércule Poirot o de Miss Marple de Agatha Christie tienen también
muchos seguidores (aunque a veces aburre la descripción de la sociedad británica de los años
20).
Un giro al género lo dan los autores norteamericanos de los años 30 y 40 del siglo XX,
como Dashiell Hammett o Raymond Chandler, con sus detectives privados que se saltan la ley
cuando quieren, personajes, como Marlowe, que encarnó en el cine Humphrey Bogart en varias
películas. Otros norteamericanos son Jim Thomson o Chester Himes. Por esa zona se moverá
también la británica Patricia Highsmith, con sus seres normales pero malvados de Extraños en
un tren o El talento de Mr. Ripley.
El belga Georges Simenon es el creador del comisario Maigret, antepasado de múltiples
comisarios de la novela negra actual; sus novelas suelen ser sencillas, y muchas de ellas muy
entretenidas.
Ahora ya van mis preferidos entre los preferidos: el primero, el italiano Andrea Camilleri,
cuyo comisario Montalbano, trabaja en una pequeña ciudad siciliana; hay que seguir la
evolución del personaje, con su gusto por el buen comer y su relación con una serie de
personajes fijos, algunos verdaderamente desternillantes (hay muchos autores italianos de
“gialli”, novelas negras, pero son más difíciles de conseguir: Lucarelli, Vichi...).
En Venecia se ambientan las historias del comisario Brunetti, de la americana Donna Leon.
Son quizás las novelas que más fácilmente se leen, y, aunque el personaje evoluciona poco,
también los secundarios fijos son muy interesantes.
Dos británicos: la serie de Philip Kerr sobre el comisario Bernhard Gunther comienza en la
Alemania pre-nazi, sigue durante el Reich y luego en la posguerra en Austria, Argentina y
Cuba. Si os interesa una novela bien construida, policiaca y con nazis, las de Kerr son las
mejores. Ian Rankin ambienta sus obras en Edimburgo, donde ya se hace una visita turística por
los lugares típicos de su inspector John Rebus, divorciado, alcohólico, a veces violento; si leéis
Black & Blue, la primera novela de la serie, ya no lo dejaréis.
Dos franceses: el anarquista-surrealista Léo Malet triunfó en los años cuarenta y cincuenta
con otro duro, el detective Néstor Burma, que incluso ha pasado al cómic; sólo se han publicado
de él Niebla en el puente de Tolbiac y Calle de la Estación, 120. Jean-Claude Izzo, ya fallecido,
retrata en su trilogía Total Khéops, Chourmo y Soleá una Marsella canalla que se ha convertido
en criminal, de los pequeños rateros a los narcos, pasando por el mundo de la emigración del
extrarradio, por donde Fabio Montale intentará encontrar la verdad. Otro poli duro, amante de la
buena cocina, de navegar, y de sus amigos.

Podéis encontrar muchos textos en la red; por ejemplo www.literatura.org para la argentina;
www.ciudadseva.com, para los cuentos; www.amediavoz.com, para la poesía. Y comentarios
sobre libros, en www.solodelibros.es, y en muchos blogs, entre ellos el mío
www.elreinodeestemundo.blogspot.com (aunque hace tiempo que no escribo).
Disfrutad de la vida, disfrutad de la lectura.

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