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Más allá de comenzar una guerra, lo peor es apoyar que continúe

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Por David Mandel | 23/02/2023 | Mundo, Opinión

Fuentes: Socialist Project

La naturaleza compleja de la guerra en Ucrania, y especialmente de la cuestión de la


responsabilidad relativa de las diferentes partes, ha dificultado la movilización de un poderoso
movimiento contra la guerra.

Una parte de la izquierda incluso se opone a un alto el fuego inmediato y a la reanudación de


las negociaciones, que se interrumpieron abruptamente a finales de marzo. El objetivo de este
artículo es arrojar luz sobre la guerra con el fin de ayudar a los opositores al imperialismo a
adoptar una posición ilustrada.

En vista de las divisiones dentro de la izquierda, creo que es necesario comenzar con unas
palabras sobre mí mismo. He enseñado la política de la Unión Soviética y de los estados que
surgieron de ella durante muchos años. Como sindicalista y socialista, he participado
activamente en la formación de trabajadores en Rusia, Ucrania y Bielorrusia, desde el
momento en que dicha actividad se hizo políticamente posible. Esa educación es socialista en
inspiración, y definimos el socialismo como un humanismo consistente. Por lo tanto, me he
opuesto activamente tanto al régimen ruso como al ucraniano, ambos profundamente hostiles
a la clase trabajadora.

La situación de la clase trabajadora

La situación de los trabajadores en la Ucrania independiente no ha sido mejor que la de sus


homólogos en Rusia. En ciertas aspectos, es aún peor. Desde la independencia, una sucesión
de gobiernos depredadores ha transformado a Ucrania de una región que fue relativamente
próspera de la Unión Soviética en el estado más pobre de Europa. La población de Ucrania en
los últimos treinta años disminuyó de 52 a 44 millones (incluso antes de que la guerra actual
condujera a una enorme migración adicional). Y de esos 44 millones, un buen número está
trabajando en Rusia.

Es cierto que en Ucrania, a diferencia de Rusia, las elecciones pueden cambiar el gobierno.
Pero no pueden cambiar la naturaleza antiobrera de la política estatal. Un golpe violento en
febrero de 2014, ejecutado por fuerzas ultranacionalistas (neofascistas) y apoyado
activamente por el gobierno de los Estados Unidos, derrocó a un presidente electo, aunque
corrupto, bloqueando un acuerdo, alcanzado el día anterior con la oposición, bajo los auspicios
de Francia, Alemania y Polonia, para formar un gobierno de coalición y convocar nuevas
elecciones.
El golpe de estado y las primeras medidas del nuevo régimen, en particular una ley que elimina
el ruso, que utiliza cotidianamente al menos la mitad de la población, como uno de los dos
idiomas oficiales, provocaron resistencia y, finalmente, un enfrentamiento armado en las
zonas orientales, predominantemente de habla rusa, del país. Esa oposición fue suprimida en
todas partes, a veces por medios violentos y con pérdida de vidas, como ocurrió en la ciudad
de Odessa en mayo de 2014, con la excepción del Donbass. Estalló una guerra civil, con la
intervención rusa del lado de los insurgentes y la intervención de la OTAN apoyando a Kiev.

¿Comienzo?

Esa importante dimensión de la guerra no forma parte de la narrativa utilizada por la OTAN, el
gobierno ucraniano o los principales medios de comunicación occidentales, que prefieren
hablar de una «invasión rusa» ya en 2014. Pero lo que transformó un movimiento de protesta
contra el golpe de estado en una revuelta armada fue la negativa del nuevo régimen ucraniano
incluso a hablar con los disidentes del Donbass. En lugar de negociar, Kiev lanzó
inmediatamente una «operación antiterrorista» contra la región, enviando unidades
neofascistas de la recién formada Guardia Nacional, ya que el ejército regular resultó poco
fiable. (De hecho, si Rusia hubiera querido apoderarse de Ucrania, podría haberlo hecho
fácilmente entonces: Ucrania no tenía un ejército digno de ese nombre). Rusia,
inmediatamente fue acusada de invasor por Kiev, intervino directamente con sus fuerzas
armadas solo varios meses después para evitar una derrota inminente de los insurgentes.

La forma en que uno analiza y evalúa esta guerra depende del punto de partida. El gobierno de
Ucrania, los portavoces de la OTAN, los principales medios de comunicación occidentales, pero
también algunas personas que se llaman socialistas, suelen comenzar con la invasión de Rusia
en febrero de 2022. La imagen que proyecta es la de un estado grande y bien armado que
invade un estado inocente más pequeño que está defendiendo valientemente su soberanía.

En cuanto a los motivos del invasor ruso, solo se le dijo a los ciudadanos de los estado
miembros de la OTAN que la invasión no fue provocada. En una campaña de propaganda sin
precedentes en la memoria reciente, el calificador «sin provocación» se convirtió en
obligatorio para informar sobre la invasión. (Se podría notar, de paso, su ausencia en los
informes sobre las invasiones de Estados Unidos y la OTAN de Vietnam, Irak, Afganistán,
Serbia, Libia…) La palabra «no provocada» sirvió así para bloquear cualquier discusión seria
sobre los motivos del invasor, aparte de su supuesto apetito imperialista.

Simplemente plantear la cuestión de la provocación es suficiente para ganarse la acusación de


ser un apologista del agresor. Y una parte de la izquierda también participa en eso,
típicamente limitando su explicación de la invasión a algunos pasajes seleccionados de los
discursos de Putin, como su famosa observación de que la desaparición de la Unión Soviética
fue la «mayor catástrofe geopolítica del siglo». La frase que sigue rara vez se menciona:
«Quién quiera que desee su vuelta no tiene cerebro«.

Lo que se evitó sobre todo, fue un análisis serio de las relaciones entre Rusia y Ucrania en las
tres décadas anteriores a la invasión, un examen que podría verificar la existencia de los
intereses imperialistas atribuidos a Putin. Pero por qué desperdiciar energías, cuando todo ya
está claro: un gran país con armas nucleares invade a uno pequeño sin armas nucleares.
¿Seguro que eso es suficiente para dar apoyo incondicional al régimen ucraniano? ¿Por qué
molestarse en analizar la naturaleza de clase de ese régimen o los motivos de su patrocinador
de la OTAN para incitar un enfrentamiento y suministrarle armas y entrenamiento?

Otro argumento que a veces se escucha es que la Rusia autocrática teme el ejemplo y la
atracción que pueda ejercer la democracia de Ucrania en el pueblo de Rusia, con quien Ucrania
comparte una larga frontera. En realidad, la triste experiencia de los trabajadores de Ucrania
con su «democracia» es uno de los argumentos más fuertes de Putin contra sus oponentes
liberales y socialistas.

De hecho, Putin presentó sus objetivos cuando lanzó la invasión: la «vuelta a la neutralidad
geopolítica» de Ucrania, su «desmilitarización» y su «desnazificación». Si el primero está claro,
los otros dos requieren alguna explicación. La desmilitarización expresa la oposición de Putin al
armamento y entrenamiento del ejército ucraniano por parte de la OTAN, que, en efecto, se
estaba integrando en la fuerza armada de la alianza, un proceso que comenzó poco después
del golpe de Estado de 2014.

En cuanto a la desnazificación, significa la eliminación de la influencia política de los


ultranacionalistas (neofascistas) en el gobierno y especialmente en sus aparatos de violencia
(el ejército, la policía política y regular), así como en la política lingüística y cultural. La esencia
misma de la ideología de los ultras es el odio a Rusia y todo lo ruso. Su influencia dentro del
aparato estatal no ha dejado de crecer, especialmente desde el golpe de estado de 2014.

¿Seguridad europea?

El calificador «no provocado» junto a la palabra «invasión» sirve especialmente para ocultar el
hecho de que una clara declaración del presidente de los Estados Unidos de que Ucrania no se
convertiría en miembro de la OTAN con toda probabilidad habría evitado esta guerra. La
expansión de la OTAN a Ucrania fue el principal problema planteado por Moscú en los meses
previos a las invasiones. Durante ese tiempo, Putin propuso regularmente negociar un acuerdo
sobre la no expansión de la OTAN en Ucrania.
En diciembre de 2021, solo unas semanas antes de la invasión, Moscú volvió a proponer
formalmente a los Estados Unidos y a la OTAN que iniciaran negociaciones de inmediato con
miras a concluir un tratado de seguridad europeo. La propuesta fue ignorada, al igual que las
que la habían precedido.

Es posible, por supuesto, que Putin estuviera mintiendo sobre su deseo de llegar a un acuerdo
y que solo estuviera buscando una excusa para absorver Ucrania. Pero, entonces, ¿por qué no
probar esa hipótesis, si había la más mínima posibilidad de evitar una guerra que la
administración estadounidense había estado prediciendo durante meses?

Y tenga en cuenta que la CIA, por su parte, ha establecido que la decisión de invadir fue
tomada por Moscú solo unos días antes de que se emitiera la orden. Eso indica que la guerra
podría haberse evitado si la OTAN hubiera aceptado la propuesta de Rusia de iniciar
negociaciones.

Negativas estadounidenses

La negativa de EEUU a reaccionar a las preocupaciones de seguridad de Moscú en los meses y


años anteriores a la invasión, a pesar de una serie de advertencias claras de funcionarios
estadounidenses de alto nivel, incluido Willian Burns, ex embajador en Moscú y actualmente
jefe de la CIA, sugiere que el gobierno de los Estados Unidos de hecho quería esta guerra. En
cualquier caso, los Estados Unidos, con el apoyo entusiasta del Reino Unido y el acuerdo de los
otros miembros de la OTAN, no han hecho absolutamente nada desde que comenzó la guerra
para promover un acuerdo negociado que ponga fin a la horrible destrucción de vidas e
infraestructura socioeconómica.

Más bien lo contrario: Washington ha bloqueado cualquier fin negociado de la guerra.


Tomemos, por ejemplo, las «sanciones del infierno» impuestas a Rusia. ¿Por qué no estaban
acompañadas de condiciones para su levantamiento, si el objetivo era detener la invasión?

Otro objetivo, nunca admitido, es consolidar la dominación de Estados Unidos sobre la política
exterior de Europa. Desde el final de la URSS en 1991, Estados Unidos ha actuado
sistemáticamente para excluir a Rusia de cualquier estructura de seguridad europea para
reemplazar a la OTAN, una alianza nacida de la Guerra Fría con la Unión Soviética. Como era
predecible, esa política provocó la hostilidad de Rusia, incluso antes de que Putin llegara al
poder y en un momento en que los asesores estadounidenses ocupaban cargos clave en la
administración rusa. La hostilidad de Rusia, a su vez, sirvió como conveniente justificación para
la continua expansión de la OTAN. Y, por lo tanto, no tardó mucho en que la OTAN declarara a
Rusia una amenaza existencial para la seguridad de sus miembros. El círculo estaba cerrado.
Antes de continuar, debo dejar una cosa clara: reconocer las preocupaciones de seguridad de
Rusia y el papel de Washington en la provocación y prolongación de la guerra actual no
significa exonerar a Moscú de su responsabilidad por la pérdida de vidas y la destrucción
material causada por la guerra actual. La Carta de Naciones Unidas reconoce solo dos
excepciones a la prohibición del recurso a la fuerza militar por parte de un estado contra otro:
cuando el uso de la fuerza es autorizado por el Consejo de Seguridad o cuando un estado
puede reclamar legítima autodefensa.

La expansión de la OTAN hasta las fronteras de Rusia, el armamento y el entrenamiento del


ejército ucraniano, a partir del golpe de 2014, la derogación por Washington de una serie de
tratados de limitación de armas nucleares, y su estacionamiento de misiles en Polonia y
Rumania, a solo 5-7 minutos de vuelo de Moscú – pueden ser, en mi opinión, considerados
legítimamente por Moscú como graves amenazas a la seguridad de Rusia.

Pero la amenaza no fue inmediata, por lo que no justificaba la invasión. Moscú no había
agotado todas las alternativas. Incluso desde su propio punto de vista, la invasión empeoró su
situación de seguridad al cohesionar a la OTAN bajo el liderazgo de los Estados Unidos, y
especialmente al permitir que Washington consolidara el apoyo de Francia y Alemania a la
política agresiva de la OTAN hacia Rusia. Esos dos miembros de la OTAN fueron los más
opuestos a su expansión antes de la invasión. Y ahora Suecia y Finlandia, anteriormente
«neutrales» (aunque, de hecho, en camino de una integración de facto de sus ejércitos en las
fuerzas de la OTAN) han decidido unirse a la alianza.

En los días previos a la invasión, Rusia afirmó que Ucrania estaba planeando invadir las
regiones disidentes. En la víspera de la invasión, después de abstenerse de hacerlo durante los
ocho años de guerra civil, Moscú finalmente reconoció la independencia de las dos regiones
del Donbass y firmó un tratado de defensa mutua con ellas. Lo hizo para justificar que Moscú
afirmara que estaba invadiendo legítimamente, en respuesta a la solicitud de sus aliados,
víctimas de la agresión.

La validez de la afirmación de que Kiev se estaba preparando para atacar no está clara, aunque
en los meses anteriores a la invasión de Rusia, Kiev había declarado abiertamente su intención
de recuperar todo su territorio, incluida Crimea, con sus fuerzas armadas. Y había concentrado
120.000 soldados, la mitad de su ejército, en la frontera de la región disidente del Donbass. En
los cuatro días anteriores a la invasión, los 700 observadores de la Organización para la
Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) documentaron una enorme intensificación de los
bombardeos, la mayoría desde el lado de Kiev de la línea de demarcación, es decir, de las
fuerzas de Ucrania. En los ocho años anteriores a la invasión, se perdieron 18.000 vidas, de las
cuales 1.304 civiles, una gran mayoría del lado insurgente.
Como se señaló, la CIA confirma que la decisión de invadir fue tomada por Moscú en febrero,
solo unos días antes de que ocurriera. Eso contradice las repetidas afirmaciones de la
administración estadounidense en los meses anteriores de que una invasión era inminente.

Desde mi punto de vista, sean cualesquiera que fueran las intenciones de Kiev antes de la
invasión, Moscú debería haber esperado antes de lanzar a su ejército. Hasta que Kiev se
moviera, podría haber seguido buscando el apoyo de Francia y Alemania para un tratado de
seguridad, ya que estos dos estados eran los que más se oponían a la expansión de la OTAN.
Como tal, la invasión aparentemente empujó al menos a una parte de la población de Ucrania
que hasta entonces había simpatizado con Rusia en brazos de los ultranacionalistas.

Estancamiento político, lucha brutal

Una vez que comenzó la guerra, la posición humanista es exigir un final rápido y negociado
para minimizar la pérdida de vidas y de infraestructura socioeconómica. Porque después de
comenzar una guerra, el acto más censurable es mantenerla en marcha cuando no hay
esperanza de que la continuación de la lucha pueda cambiar el resultado.

Sin embargo, esa es exactamente la política de Kiev y la OTAN, cuyo objetivo, en palabras de
Biden, es «debilitar Rusia«. Increíblemente, este rechazo de la diplomacia es apoyado incluso
por ciertos círculos que se identifican con la izquierda socialista.

Uno debe entender que, a pesar de la imagen falsamente optimista del curso de la guerra para
Ucrania que ha sido presentada por los portavoces de la OTAN y los medios de comunicación
serviles, la realidad es que la continuación de los combates solo pueden aumentar el
sufrimiento de los trabajadores de Ucrania, sin esperanza de que mejore el resultado de la
guerra para ellos. Lo contrario es cierto.

La restauración de la integridad territorial de Ucrania, el objetivo declarado de Kiev, que


cuenta con el apoyo de la OTAN, es ciertamente legítimo (en la medida en que no niegue el
derecho a la autodeterminación cultural o territorial de los grupos étnicos y lingüísticos no
ucranianos). Pero ese objetivo, declarado ahora por Kiev, es ilusorio. Por lo tanto, un
compromiso es inevitable. Insistir en continuar la guerra hasta que se recupere todo el
territorio perdido es, de hecho, igual de criminal, si no más criminal, que la invasión en sí.
Además, la búsqueda obstinada de ese objetivo quimérico corre el riesgo de una confrontación
directa con la OTAN y la guerra nuclear.

De hecho, las negociaciones entre Rusia y Ucrania, que fueron ignoradas en gran medida por
los medios de comunicación serviles, tuvieron lugar en las primeras semanas de la guerra y
parecían estar progresando bien. Según los informes, Ucrania aceptó un estatus neutral, no
alineado y no nuclear, con su seguridad garantizada, en caso de ataque, por los miembros
permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Rusia, por su parte, abandonó su demanda
de desnazificación, y Ucrania prometió restaurar el estatus oficial del idioma ruso, que había
prohibido en la vida pública.

También hubo algún movimiento hacia un compromiso sobre las espinosas cuestiones del
estado del Donbass. En cuanto a Crimea, que Rusia claramente nunca devolverá, se acordó
posponer una resolución final quince años.

Después de cinco semanas de guerra, Kiev y Moscú expresaban optimismo sobre un alto el
fuego negociado. Pero en ese preciso momento, el presidente de los Estados Unidos terminó
su visita europea con un discurso notable. Después de afirmar que Putin quería recrear un
imperio, declaró: «Por Dios, este hombre no puede permanecer en el poder». Unos días
después, el entonces primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, apareció
repentinamente en Kiev. Un asistente de Zelenskyy dijo a los medios de comunicación que
había traído un mensaje simple: «No firmes un acuerdo con Putin, que es un criminal de
guerra».

Como por coincidencia, eso tuvo lugar justo después de que las tropas rusas se retiraran de los
alrededores de Kiev, lo que fue presentado por los medios de comunicación occidentales,
erróneamente, en mi opinión, como una señal de que Ucrania podría ganar la guerra. Y al
mismo tiempo, también como por casualidad, Kiev anunció el descubrimiento de crímenes de
guerra atribuidos a las fuerzas rusas en el pueblo de Bucha. Eso puso fin a las negociaciones,
hasta el día de hoy.

La situación diplomática

Mientras que Moscú repite regularmente su deseo de una reanudación de la diplomacia, Kiev
insiste en sus condiciones para poner fin a la guerra: el regreso de todo su territorio, incluida
Crimea. Incluso agregó a Henry Kissinger a su lista negra de enemigos de Ucrania por haber
pedido un acuerdo negociado que significaría, al menos temporalmente, un retorno al status
quo territorial de antes de la invasión y la neutralidad de Ucrania. Un asesor de Zelenskyy
describió esa declaración como una «puñalada en la espalda de Ucrania«. Alguien comentó
que cuando Henry Kissinger se convierte en una voz de la razón, la situación es realmente
grave.

Debemos recordar que Zelenskyy fue elegido presidente en 2019 con una plataforma pro-paz,
ganando el 73,2 % de los votos. De inmediato declaró su intención de reiniciar el Acuerdo de
Minsk y declaró que estaba dispuesto a pagar el precio de una pérdida de popularidad. Dmitrii
Yarosh, el líder neofascista que había sido nombrado asesor del jefe de gabinete del ejército,
respondió en una entrevista televisada que no era la popularidad de Zelenskyy lo que sufriría.
«Perderá la vida. Colgará de un árbol en Khreshchatyk [una calle central en Kiev], si traiciona a
Ucrania y a quiénes murieron en la revolución y la guerra».

Pero en octubre de 2019, Zelenskyy, sin embargo, firmó un nuevo acuerdo con Rusia y los
disidentes del Donbass para la eliminación de armas pesadas de la línea de contacto, un
intercambio de prisioneros y la concesión de cierta autonomía a la región, todo en el Acuerdo
de Minsk II. Y cuando los soldados del regimiento neofascista de Azov se negaron a trasladarse,
Zelenskyy viajó al Donbass para llamarlos al orden. Pero los grupos de extrema derecha
bloquearon la retirada, y el 14 de octubre de 2019, 10.000 manifestantes enmascarados,
vestidos de negro y con antorchas, marcharon por las calles de Kiev, gritando «¡Gloria a
Ucrania! ¡No a la capitulación!»

Zelenskyy finalmente recibió el mensaje. Desde el golpe de 2014, los neofascistas habían
penetrado cada vez más en las diversas estructuras armadas y de otro tipo del estado
(especialmente el ejército, la policía civil y política). Su ideología, en cuyo núcleo hay un
profundo odio a Rusia y a todo lo ruso, ha penetrado en los círculos políticos más allá de los
abiertamente neofascistas, incluidos aquellos que se consideran liberales.

Por lo tanto, hay una alianza entre el «estado profundo» de los Estados Unidos, que no oculta
su objetivo de debilitar a Rusia, de buscar una » Derrota estratégica», y los neonazis
ultranacionalistas ucranianos, que ejercen una influencia significativa, tal vez decisiva, sobre el
gobierno: en octubre pasado, Zelenskyy llegó a firmar un decreto sobre la «imposibilidad de
negociar con Putin»: una fórmula desastrosa para la clase trabajadora de Ucrania y de todo el
mundo.

Alto el fuego inmediato

La izquierda canadiense debería exigir que el gobierno canadiense presione a favor de un alto
el fuego inmediato y el regreso a la mesa de negociaciones, algo que Moscú ha solicitado
continuamente. El seguimiento informativo profundamente sesgado de los principales medios
de comunicación sobre las «grandes victorias» del ejército ucraniano, cuando, de hecho, se
trata de retiradas estratégicas rusas, llevadas a cabo en buen orden y con un mínimo de
pérdidas, en preparación de una gran ofensiva con fuerzas consolidadas y aumentadas. Nada
ha cambiado un hecho básico: Kiev no puede ganar la guerra, ni siquiera mejorar su posición,
por medios militares, sin la intervención directa de la OTAN, y la amenaza de confrontación
nuclear que implicaría.

A largo plazo, la izquierda debe construir un movimiento amplio, como el que ayudó a
bloquear la participación canadiense en la guerra de Irak o el estacionamiento de misiles
nucleares de alcance medio de Estados Unidos en Europa en la década de 1980, para exigir
que Canadá abandone la OTAN, que es una organización peligrosa e imperialista que amenaza
a toda la humanidad.

David Mandel enseña ciencias políticas en la Université du Québec en Montreal. Historiador y


veterano activista socialista canadiense, ha participado durante muchos años en cursos de
educación sindical en Ucrania y Rusia. Es autor entre otros del ya clásico The Petrograd
Workers in the Russian Revolution.

Fuente: https://socialistproject.ca/2022/12/next-to-starting-war-worst-keep-it-going/

Traducido para Sin Permiso por Enrique García

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