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Andrea Díaz 1)
“Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras: los astros y los hombres
vuelven cíclicamente; los átomos fatales repetirán la urgente Afrodita de
oro, los tebanos, las ágoras”. J. L. Borges
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(menciona Hechos de los Apóstoles, III, 21), pasa por San Agustín,
posteriormente por John Stuart Mill en su Lógica que hace referencia a
que si bien es concebible no es verdadera una repetición periódica de la
historia. El cuestionamiento de Borges pasa por el hecho de que, siendo
Nietzsche un helenista encumbrado, con toda su formación filosófica,
cómo puede desconocer estos antecedentes e imputarse la autoría de
dicha doctrina. Deduce que esto es improbable, que tiene que haber una
razón por la cual Zaratustra se autoproclama autor de dicha teoría. Borges
atribuye el olvido “consciente” de las fuentes del eterno retorno a un
problema de estilo, propiamente gramatical. Dado el estilo profético de
Zaratustra, tiene más fuerza hacer que hable en primera persona y que se
atribuya de alguna manera la doctrina. El estilo profético, según nuestro
autor, no admite el comillado o la cita erudita. En realidad, el que Nietzsche
no se refiera a las fuentes del eterno retorno no se debe, en nuestro
modesto parecer, a un problema de estilo. Es cierto que el Zaratustra está
escrito en estilo profético, pero existen otras obras — por ejemplo: La gaya
ciencia o La voluntad de poder— que, sin están escritas en estilo profético,
también manejan la idea del eterno retorno sin referirse a sus fuentes. La
idea del eterno retorno, si bien está presente en diversas culturas, y no
sólo en Grecia (como señala Mircea Eliade en su libro El mito del eterno
retorno), en Nietzsche adquiere matices propios y originales, sólo
explicables desde la totalidad de su filosofía. Pero, según Borges, de
alguna manera el pensamiento del eterno retorno es ya de Zaratustra.
Nietzsche, nos dice Borges, quería hombres capaces de inmortalidad,
hombres capaces de enamorarse de su destino. Para ello siguió un
método heroico: “desenterró la intolerable hipótesis griega de la eterna
repetición y procuró deducir de esa pesadilla mental una ocasión de júbilo.
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Buscó la idea más horrible del universo y la propuso a la delectación de
los hombres” (:99). A Borges le parece la idea más horrible de todas.
Nietzsche mismo nos advirtió que ésta podía ser la peor de las ideas,
precisamente desde el marco desde el nihilismo pasivo, de aquél que
simplemente tiene una vida reactiva, disminuida, que padece la vida. Lo
grande y lo pequeño se va a volver a repetir, y sólo aquél que ama su
destino (amor fati) puede aceptar la eterna repetición de las cosas. Sólo
aquél que tiene una relación activa, el creador, aquél que tiene voluntad
de poder, sólo aquél que puede decir “es así, pero así lo quise yo”, es
capaz de soportar el eterno retorno de las cosas. Ésta es la persona que
requiere el eterno retorno, el superhombre. El eterno retorno es por eso
una idea o doctrina que permite seleccionar tipos humanos, que fortalece
la voluntad de poder, que es lo que interesa a Nietzsche. Es por eso que
la idea más horrible puede ser, desde otro punto de vista, la idea más
transformadora y prometedora. Pero Borges sigue insistiendo en refutar
de alguna manera la hipótesis física del eterno retorno, mostrando, por
ejemplo, que la segunda ley de la termodinámica dice que hay procesos
energéticos que son irreversibles. Es el caso de una luz que, proyectada
sobre una superficie negra, se convierte en calor. Sin embargo, este calor
no puede volver a ser luz; es un proceso irreversible; por lo tanto, el eterno
retorno no es cierto. Argumentos por el estilo son los que aduce Borges
para refutar la idea del eterno retorno poniendo hincapié en el aspecto
científico (que para nada es el fuerte de Nietzsche y tampoco, claro está,
el de Borges), dejando de lado, según nuestra opinión, lo importante de la
idea nietzscheana del eterno retorno. Lo que muestra Borges en este
“rodeo” ipso facto es justamente que lo que cabe destacar de esta idea es
su posibilidad de contribuir a la imaginación literaria. Es de alguna manera
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“fantástica” (sobre todo desde el punto de vista de nuestra cultura y su
concepción del tiempo) la idea de que nuestra vida, y todo lo que la rodea,
se va a volver a repetir. Esto puede dar lugar a muchas fábulas, cuentos,
narraciones de todo tipo (recuerdo ahora La insoportable levedad del ser,
de Milán Kundera, que comienza con la idea del eterno retorno de lo
mismo). El mismo Borges, precisamente, retoma esta idea, no en cuanto
a filósofo, que no lo es (al menos desde el punto de vista “profesional”),
sino en cuanto escritor, que sabe encontrar fuentes de inspiraciones
literarias en la filosofía, ricas en posibilidades imaginativas. Borges,
aunque aparece “refutando” el aspecto científico de la teoría nietzscheana
y su supuesta originalidad, con “argumentos”, está explotando, en
realidad, el aspecto “disparatado” de la teoría y resaltando, por ello mismo,
su valor para la literatura. En definitiva, un escritor como Borges, a través
del ensayo, puede mostrar el disparate de una teoría filosófica, porque
sabe que, de alguna manera, con ello alienta su propia fuente de
inspiración literaria.
1 Dra. en Filosofía por la UNAM (uruguaya) con una tesis sobre Nietzsche sobre el eterno
retorno de lo mismo, profesora efectiva con dedicación total en Historia de las Ideas y
Filosofía de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, perteneces al Sistema
Nacional de investigadoras nivel 1, Directora del mismo Dpto. Autora del libro “La
construcción de la identidad en América Latina. Una aproximación hermenéutica”, 2004,
Montevideo, Nordan y del libro “El eterno retorno de lo mismo o el terror a la historia”, Nordan
Comunidad, Montevideo, 2008.
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Bibliografía
Borges Jorge Luis, 2001: Ficciones, Madrid, Alianza Editorial 2001: “La
doctrina de los ciclos” en Historia de la eternidad, Madrid, Alianza,