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Para muchos, la historia es tan odiada como las matemáticas. Otros la consideran un
tema interesante, pero irrelevante. Algo que solo sirve para entretener la mente. Pocos
son los que reconocen el valor de conocer, recordar y aplicar las lecciones de la historia
a la vida presente.
Queremos iniciar una serie que recorra a través la historia de la iglesia. Uno de nuestros
propósitos es que usted pueda descubrir la importancia del conocimiento y la
aplicación de la historia, y en particular de la historia de la iglesia cristiana en nuestro
contexto presente. Nuestro conocimiento de la historia puede salvar a la iglesia de
divisiones y pecados innecesarios; puede también traer aliento y esperanza en tiempos
de prueba; puede incluso salvarnos de herejía y/o apostasía. En contraste, ignorar la
historia de la comunidad de la fe a través de los siglos invariablemente llevará a la
iglesia local a cometer muchos de los mismos errores, fracasos, corrupción y herejías
de la iglesia en el pasado.
Pero si se predica de Cristo que resucitó de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos
entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de
muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra
predicación, vana es también vuestra fe… y si Cristo no resucitó vuestra ve es vana… Si
en esta vida solamente esperamos en Cristo somos los más dignos de conmiseración de
todos los hombres, 1 Corintios 15:12-14, 17, 19.
Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó
que os enseñase, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros…
Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu
corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando
hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, hablarás de ellas estando en tu
casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes… Cuando Jehová tu
Dios te haya introducido a la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac, y Jacob que te
daría… cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de
servidumbre, Deuteronomio 6:1-12.
De pasajes como este, es evidente que no es posible vivir en buena relación con Dios en
el presente cuando se ignora la obra de Dios en el pasado. Es la historia de los actos de
Dios la que informa nuestra fe y nuestro comportamiento en el presente. La obra de
Dios en la historia no terminó con la muerte de los apóstoles en el primer siglo. Dios es
el mismo, ayer, hoy y por los siglos. Tal como él obraba en los tiempos bíblicos, nuestro
Dios soberano ha seguido obrando por medio de su Espíritu en la iglesia por casi 2000
años. Ignorar la historia es ignorar la obra de Dios y la fidelidad constante de sus juicios,
sus promesas, su gracia y su misericordia.
Un teólogo dijo en alguna ocasión que algunos evangélicos bien pudieran definir la
“historia de la iglesia” como “el estudio de cómo todo mundo malinterpretó la Biblia
hasta que llegamos nosotros”. Tendemos a ser muy optimistas respecto a nuestra
condición presente cuando la comparamos con el pasado. Frecuentemente vemos al
pasado como “primitivo”. El estudio de la historia de la iglesia es un fuerte antídoto
contra esta arrogancia contemporánea. Nos permitirá descubrir la deuda tan grande
que tenemos a tantos y tantos pastores, teólogos y santos del pasado quienes hicieron
posible que la fe cristiana fuera preservada fiel y llegara hasta nosotros para
concedernos salvación en Jesucristo. No es posible admirar correctamente nuestra
condición presente si no conocemos la forma en que ha sido influenciada y determinada
por el pasado.
4. EL ESTUDIO DE LA HISTORIA NOS PRESERVA DE DIVISIONES Y HEREJÍAS
Esta afirmación nos recuerda el famoso dicho popular que afirma que “aquél que no
conoce la historia está condenado a repetirla”. Estudiar la historia de la iglesia hace
evidente que muchas iglesias en el tiempo presente sufren de la misma decadencia en
su fe y práctica experimentada por otras iglesias cristianas en el pasado. En muchos de
los casos, estas iglesias ignoran que la solución a sus problemas se resolvió hace muchos
siglos. El estudio de la historia nos ayudará a evitar, o al menos resolver, muchos de
nuestros problemas. Pero lo que es más importante, nos ayudará a evitar la apostasía y
la herejía.
El Dr. John Hannah, profesor de historia y teología histórica del Seminario Teológico de
Dallas suele decir:
“Si algo he aprendido de la historia de la historia de la iglesia es que gente muy buena
hace cosas muy malas por muy buenas razones y que gente muy mala hace cosas muy
buenas por muy malas razones”.
Esta afirmación pudiera parecer cómica, pero ilustra en breves palabras la extraña y
compleja realidad del ser humano en su grandeza y su miseria. La historia eclesiástica,
al igual que la iglesia universal, esta llena de héroes y villanos. De mujeres admirables
lo mismo que otras sagaces y crueles. Al estudiar la historia adquirimos una nueva
habilidad para separar el mito de la realidad y aprendemos a valorar la obra de Dios y
su poder para utilizar a personas pecadoras. En la historia encontramos exhortación y
aliento; esperanza y advertencias. En ella descubrimos a Dios obrando por medio de un
grupo de personas imperfectas pero redimidas y transformadas por gracia.
Existen muchas otras razones para explorar la historia de la iglesia: la forma en que el
estudio de la historia puede ayudarnos a evitar las divisiones en la iglesia, a preservar
una teología sana, a perseverar en la fe, a comprender el abundante legado histórico
que posee nuestra práctica cristiana, a tener una fe balanceada y libre de extremismos,
etc. En conclusión, podemos decir que existen suficientes razones que juntas
construyen un caso convincente a favor del estudio de la historia de la iglesia, y eso
estaremos haciendo en las próximas semanas.