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Inteligencia emocional

“La ventaja de ser inteligente es que así resulta más fácil pasar por tonto”.

Nuestra vida está caracterizada por un conglomerado de factores que tiene como pilar

fundamental lo efímera que es la existencia humana. Todos estos estatutos están

principalmente cimentados sobre una base; la inteligencia y el conocimiento.

Muchas veces cometemos el grave error de confundir estos dos conceptos y vaya que nos

causa muchos problemas. Estamos acostumbrados a pensar en que si alguien sabe mucho

sobre un determinado tema es una persona con una gran aptitud para triunfar en la vida

puesto que posee una gran cantidad de conocimiento; sin embargo, podemos notar, en

situaciones de la vidas cotidiana y hasta en el ejemplo proporcionado por el libro, que no

siempre es el que “más sabe” el más “inteligente”.

La respuesta necesariamente radica en que la inteligencia académica tiene poco que ver

con la vida emocional. Hasta las personas más brillantes y con un coeficiente intelectual

elevado, pueden ser pésimos administradores de su vida y llegar ceder frente a la tentación

de las pasiones desenfrenadas y los impulsos ingobernables.

Existen muchas más excepciones a la regla de que el coeficiente intelectual de un

individuo predice del éxito que este tendrá en la vida ya que podrían presentarse un

sinnúmero de situaciones que se adapten a la norma. En el mejor de los casos, el CI parece

aportar tan sólo un 20% de los factores determinantes del éxito de una persona; lo cual,

supone que el 80% restante depende de otra clase de factores, tales como, el entorno en

dónde se desarrolló el sujeto, su cultura, nivel de formación, familia, etc. Como ha se ha

subrayado “en última instancia, la mayor parte de los elementos que determinan el logro

de una mejor o peor posición social no tienen que ver tanto con el CI como con factores

tales como la clase social o la suerte”


Como resultado de ello, podemos determinar un denominador común que tal vez sea la

base de un pseudo éxito en la vida, adentrándonos en uno de los principales temas del

libro; la “inteligencia emocional”.

Muchos de nosotros acostumbramos a pensar que el que tiene una amplia gama de

conocimientos en la parte académica es quien va a ser el que esté por sobre nosotros en

la vida y éste es precisamente el problema, porque la inteligencia académica no ofrece la

mayor preparación para la multitud de dificultades u oportunidades que deberemos

enfrentamos a lo largo de nuestra vida; no obstante, aunque un elevado CI no constituya

la menor garantía de prosperidad, prestigio ni felicidad, nuestras escuelas y nuestra

cultura, en general, siguen insistiendo en el desarrollo de las habilidades académicas por

encima de la inteligencia emocional.

Algo que debemos tener en claro es que el CI y la inteligencia emocional no son conceptos

contrapuestos sino tan sólo diferentes. Todos nosotros representamos una combinación

peculiar entre el intelecto y la emoción. Las personas que tienen un elevado CI, pero que

manifiestan una escasa inteligencia emocional o que, por el contrario, muestran un bajo

CI con una elevada inteligencia emocional, suelen ser relativamente “raras”. Se podría

decir que parece como si existiera una débil correlación entre el CI y ciertos aspectos de

la inteligencia emocional como para dejar bien claro que se trata de entidades

completamente independientes. Debido a ello, una de las principales habilidades que un

individuo debe desarrollar es el “conocerse a sí mismo”.

A primera vista tal vez pensemos que nuestros sentimientos son evidentes, pero una

reflexión más cuidadosa nos recordará las muchas ocasiones en las que realmente no

hemos reparado en lo que sentíamos con respecto a algo. Los psicólogos utilizan el

engorroso término metafórico cognición para hablar de la conciencia de los procesos del

pensamiento y el de metaestado para referirse a la conciencia de las propias emociones.


Sin embargo, todo eso que se menciona con anterioridad tal vez se puede resumir en un

solo término; “la conciencia”.

La conciencia se define como la atención continua a los propios estados internos. Esa

conciencia autorreflexiva en la que la mente se ocupa de observar e investigar la

experiencia misma, incluidas las emociones: Esta cualidad en la que la atención admite

de manera imparcial y no reactiva todo cuanto discurre por la conciencia. No obstante,

también debemos manifestar un equilibrio entre la cognición y lo emocional puesto que,

muchas veces dejamos salir a flote nuestro lado entusiasta y somos presa de la pasión,

siendo manipulados por nuestro lado más sensible y haciendo que cometamos errores y

atentemos en contra de nuestro bienestar.

El dominio de uno mismo, esa capacidad de afrontar los contratiempos emocionales que

nos depara el destino y que nos emancipa de la “esclavitud de las pasiones”. El hecho de

mantener controladas a las emociones angustiosas constituye la clave de nuestro bienestar

emocional. Los extremos o emociones que son desmesuradamente intensas o que se

prolongan más de lo necesario atentan contra nuestra estabilidad; de todos modos, ello no

significa, en modo alguno, que debamos limitarnos a experimentar un sólo tipo de

emoción, simplemente debemos ser sensatos y “sentir la necesario”

En conclusión, podemos establecer que la inteligencia emocional y la cognición son dos

procesos que están separados pero íntimamente correlacionados ya que tanto el uno como

de otro dependen para poder garantizarle el éxito a una persona puesto que; de amor no

se vive y el que más sabe no es el más inteligente.


Referencias
Goleman, D. (2014). La Inteligencia Emocional. Boston: LELIBROS.

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