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RESEÑA

El ambientalista escéptico
La calidad del medio ambiente y de la vida humana están mejorando, no
empeorando, porque aprendimos a generar riqueza a través del mercado y la
iniciativa privada Alberto Carrasquilla

En el mundo hay menos pobreza, más y mejor comida, más agua potable, más
energía, más salud y más bienestar que nunca antes en la historia. Y, con
relación a ello, escribí expresando mi admiración y simpatía por el inatajable
optimismo del profesor Julian Simon. Decía —siguiendo a Simon— que el
mundo dista mucho de estar andando el camino del desastre ecológico y, en
áreas como la reducción de la desnutrición y la morbilidad, no ha hecho sino
mejorar en los últimos 50 años. Y sugería que el presidente Bush había hecho
bien en no firmar el protocolo de Kyoto, porque es ridículo en términos de la
relación de costo a beneficio.

Casi todos los comentarios que recibí fueron muy críticos. En la medida en que
me preocupé por chequear muy bien los datos —por ejemplo, sobre
calentamiento global— me sorprendió el grado hasta el cual gente
enteramente razonable mostraba indisposición a mirar las cifras y discutir con
base en ellas. Más bien, con claras excepciones, iban soltando indignaciones
emotivas. Aunque me parece apasionante el tema de sicología social que ello
implica, lo dejo para otra oportunidad, porque hoy voy a dedicarme a repetir
y a insistir.

Lo hago, porque acaba de salir un libro importante, serio y divertido a la vez


llamado El ambientalista escéptico, (The Skeptical Environmentalist,
Cambridge, 2001). La historia del libro es muy interesante. Su autor, el
profesor Bjorn Lomborg, de la Universidad de Aarhus, Dinamarca, estaba un
día husmeando en una librería y leyó una entrevista con Julian Simon en la
revista Wired. En ella, Simon planteaba que la mayoría de los juicios en torno
del medio ambiente estaban basados en preconcepciones sin fundamento y
en mala estadística.

Lomborg quedó tan pasmado como —supongo— habrían quedado muchos de


quienes me dieron raqueta a raíz de la columna de marras. A diferencia de
muchos, él se dedicó a mirar las cosas con cuidado. Nos cuenta que «[Simon]
me provocó. Soy un antiguo izquierdista, miembro de Greenpeace, y había,
por largo tiempo, estado preocupado por las cuestiones ambientales». Y desde
ese momento (1997) se dedicó —junto con sus mejores estudiantes— a
chequear rigurosamente las ideas y tesis de Simon. Más adelante, Lomborg
nos confiesa: «Esperábamos mostrar que la mayoría de lo que dijo Simon era
simplemente propaganda americana de derechas. Resultó, contrario a
nuestras expectativas, que una fracción sorprendentemente elevada de sus
planteamientos soportaron nuestro escrutinio y estaban en conflicto con
aquello que nosotros creíamos».

El resultado de Lomborg se resume en dos frases muy en la línea de Simon:


optimista y desafiante de la visión fatalista tan predominante como errónea.
Primero, la calidad del medio ambiente y de la vida humana están mejorando,
no empeorando. Segundo, ello es así porque aprendimos a generar riqueza a
través del mercado y la iniciativa privada.

La idea tiene expresión concreta, por ejemplo, en las siguientes afirmaciones.


No nos estamos quedando sin energía ni recursos naturales. El calentamiento
global es muy moderado y poco tiene que ver con la acción humana. No
perderemos el 50 por ciento de las especies que hoy existen, sino el 0,7 por
ciento en los próximos 50 años. La lluvia ácida no está matando los bosques.
Hay más bosques hoy que en 1950. La calidad de agua y aire no están
empeorando sino mejorando. Y así sucesivamente.

No obstante el hecho indiscutible de que tenemos problemas ambientales


serios y localizados que requieren soluciones inteligentes —a mi juicio más
centradas en los incentivos y en la propiedad privada de lo que ha sido el caso,
pero ese es otro tema— es importante que el debate en torno de estos
problemas ocurra sobre unos cimientos sólidos.

Dos cosas son ciertas, no obstante la letanía que usted insistentemente


escucha por ahí. Primero, en el mundo hay menos pobreza, más y mejor
comida, más agua potable, más energía, más salud y más bienestar que nunca
antes en la historia. Segundo, podemos apostar a que —no obstante los
terroristas y demás enemigos del crecimiento económico— las cosas
mejorarán todavía más en los años que vienen.

©AIPE
Alberto Carrasquilla es Decano de la Facultad de Economía de la Universidad
de Los Andes (Bogotá).

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