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Bennassar. Historia moderna. Siglo XVII.

Europa: problemas demográficos, económicos y sociales.

Los hombres

Variaciones en la ocupación y en valorización del suelo, pero también jerarquía en el poder de los estados, ya que es
cierto que la riqueza es tanta como los hombres.

Cualesquiera que sean las diferencias de densidad, las diversas poblaciones europeas parecen conocer en la segunda
mitad del siglo XVI, una clara tendencia a la expansión.

La demografía de tipo antiguo, es decir, anterior a la mitad del siglo XVIII, se caracteriza por una natalidad y mortalidad
elevadas y por la importancia de las crisis demográficas. La natalidad está en función de la nupcialidad, ahora bien, la
edad del matrimonio es, entonces, relativamente elevada.

El frágil equilibrio se ve brutalmente puesto en tela de juicio por las temibles crisis demográficas. Estas mortalidades se
deben a las epidemias a las crisis cíclicas de subsistencias que acarrean carestías o hambrunas, o a la conjunción de los
factores. El aumento brutal del número de fallecimientos va acompañado de un descenso de los matrimonios y de las
concepciones, lo que contribuye a agravar las consecuencias de tales crisis.

Rasgos permanentes de la economía de tipo antiguo.

La economía de tipo antiguo se caracteriza, en primer lugar, por el predominio absoluto de la economía agrícola.

El hecho de que la mayor parte de las tierras cultivables, rodeadas por bosques y landas, se dedique a la producción de
cereales, es una absoluta necesidad, habida cuenta de la pobreza de los rendimientos.

Pero el estiércol se encuentra en cantidad lo bastante limitada como para hacer obligatoria la práctica del barbecho, que
permite descansar a la tierra.

La importancia del bosque y la existencia, ampliamente extendida, de prácticas comunitarias completan el cuadro, en
líneas muy generales, de una economía que no había evolucionado prácticamente desde el siglo XII.

El trabajo industrial es una actividad esencialmente urbana. El carácter artesanal se manifiesta en primer lugar en la
mediocridad de las herramientas y de las técnicas. Lo esencial sigue siendo la mano y el brazo del obrero, en sentido
estricto, la industria es manufactura, cualquiera que sea la importancia de las fuerzas animal, hidráulica y eólica como
energías auxiliares.

La textil se sitúa en la primera línea de las industrias de consumo: tela de lino o de cáñamo, paños de lana y de algodón.
Junto a la textil, el otro sector importante es la construcción, al que es conveniente asimilar las industrias de lujo que
gravitan en torno a la, ebanistería, vidriería, loza y porcelana, sederías y tapicerías. En cuanto a la industria minera y
metalurgia, viene muy atrás de la textil y de la construcción, por el valor de los productos creados.

Las dificultades y la lentitud de las relaciones comerciales son otro rasgo específico de la economía del antiguo régimen.
En primer lugar, dificultades en el transporte terrestre.

Siempre que es posible se prefiere la vía fluvial. Los ríos, más o menos navegables, se utilizan en todas partes, a pesar de
la molestia que constituyen los molinos, los peajes y en algunos casos, la irregularidad del régimen. La forma de
locomoción y privilegiada es la vía marítima, de cabotaje o de altura, y sin embargo también en ella se da la lentitud y la
incertidumbre.

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Finalmente, la economía de antiguo régimen debe su fragilidad al predominio de la agricultura. Basta una mala cosecha,
debida a un invierno riguroso, o con mayor frecuencia a un verano podrido, para que se desate una crisis de
subsistencias. La caída de la producción cerealista ocasiona la carestía y la subida brutal del precio de los granos. Los
campesinos son las primeras víctimas, los más pobres se ven reducidos a la mendicidad, los más numerosos se ven
privados de lo que se consagra ordinariamente al consumo familiar y obligado a comprar el trigo o el pan a precio
elevado.

Situación económica y antagonismo sociales.

Por encima de los aspectos estructurales permanentes, la situación económica de los años 1600 se inscribe en un largo
siglo XVI, situado bajo el signo de la expansión 1450-15000 1630-1650. Los grandes descubrimientos, lejos de perjudicar
el comercio mediterráneo o báltico en beneficio de un solo comercio oceánico, ocasionaron el desarrollo general de los
intercambios y la creación de un verdadero mercado mundial.

No todos los grupos sociales se benefician de esa prosperidad, la sociedad europea esta dividida a la vez en órdenes y en
clases. La jerarquía de las ordenes-clero, nobleza, stado llano- basada en los valores del honor y la dignidad, sin una
vinculación absolutamente necesaria con las realidades económicas, todavía conserva toda su importancia dada la
permanencia de las estructuras tradicionales.

En esta sociedad compleja, los primeros beneficiarios de la prosperidad del siglo XVI son los que obtienen sus beneficios
de la tierra, los rentistas del suelo, eclesiásticos recaudadores de diezmos.

En cambio, los campesinos son la mayoría de las veces las víctimas de la subida de los precios, con excepción de aquellos
que, aparte del consumo familiar y el pago de los diversos impuestos y gravámenes, pueden sacar provecho de la venta
de algunos productos, como granos, vino o cáñamo, por ejemplo. Igualmente sacrificadas son las clases populares
urbanas, obreros, artesanos, dependientes. Sufren directamente la subida del precio del trigo, de las telas, impuestos, y
sus salarios no aumentan.

Las clases populares, rurales y urbanas, toman conciencia de su suerte: generan agitaciones o levantamientos que
estallan de cuando en cuanto por toda Europa, provocadas por una crisis de subsistencias o por una agravación de las
cargas fiscales, son otras tantas expresiones violentas de la cólera popular.

HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL GENERAL. BARBERO.

La crisis del siglo XVII:

A la crisis comercial que se desató entre 1619 y 1622 se sumó un conjunto de hechos que impidieron la plena
recuperación; la guerra de los Treinta Años, la debilidad de los mercados coloniales y la continua experimentación
monetaria, que incluía habituales alteraciones de la ley de las monedas, cambios en la relación de los valores del oro y la
plata, y emisiones adicionales de monedas de cobre por parte de las monarquías ávidas de recursos.

En los años que siguieron, los indicies de precios, el volumen del comercio internacional y la intensidad de la actividad
industrial se vinieron abajo uno tras otro. Hubo también una crisis demográfica.

La espectacular inflación de los precios producida durante el siglo XVI comenzó a equilibrarse a partir del siglo XVII, y a
declinar entre las décadas de 1630 y 1660, según las regiones.

Varios factores, que incluían el agotamiento de las minas, el declive de la población indígena y la creciente
autosuficiencia de América, causaron la caída tanto de la demanda americana de productos europeos como del
suministro de plata a Europa.
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Dentro de Europa, comenzó el derrumbe del imperio veneciano. La crisis del comercio internacional no pudo dejar de
reflejarse en el sector industrial de la economía europea. La población europea que había crecido de manera notable
desde finales del siglo XV dejo de hacerlo en el siglo XVII.

La caída más intensa se registró en Europa central y oriental. En torno de los campos de batalla de la Guerra de los
Treinta Años, la postración económica y las operaciones militares se combinaron con las epidemias de peste de 1628,
1635 y 1638, y diezmaron a la población.

El Mediterráneo fue la otra gran región que sufrió un descenso demográfico. En la Europa noroccidental, en cambio, las
provincias del sur de los Países Bajos aumentaron su población desde fines del siglo XV a fines del siglo XVII. En Holanda
e Inglaterra, se mantuvo un substancial crecimiento demográfico. En términos generarles, puede afirmarse que la
población europea creció en un siglo y medio.

El cese de crecimiento de la población en el siglo XVII difiere de la caída demográfica del siglo XIV en otro aspecto
esencial; fue en parte el resultado de los esfuerzos de varios grupos sociales por controlar su destino económico y
demográfico.

Es posible que el retraso de la edad el matrimonio, el celibato y consecuentemente, la reducción del tamaño de las
familias fueran una reacción frente a las menores oportunidades de empleo existentes en el siglo XVII, aunque, de ser
así, no podría explicarse el mismo fenómeno verificable también entre la aristocracia. Luego la fertilidad se edujo de
manera considerable y desde 1675 descendió radicalmente.

Los aristócratas, con una familia reducida, podían proteger y concentrar la propiedad de las riquezas, los campesinos, a
su vez, querían retrasar el matrimonio, aliviar la presión sobre la tierra y permitir que los jóvenes solteros de ambos
sexos ahorraran antes de formar sus propias familias.

La crisis demográfica no azotó, a todos los países por igual; en los pueblos de economía cerealista, donde las diferencias
sociales eran muy pronunciadas y las facilidades de transporte eran primitivas, la crisis demográfica causada por la mala
cosecha fue más destructiva. Pero muchos otros podían amortiguar el golpe por la existencia de economías más
diversificadas y transportes baratos.

Otro factor al que se concede importancia en la elevación de la tasa de mortalidad es el de las epidemias.

Si bien las tendencias generales que se han descripto afectaron a casi toda Europa, su alcance no fue universal, ni su
impacto el mismo. Algunos países no pudieron recobrarse de la crisis sino después de mucho tiempo. Analizar la crisis a
escala general, es decir, europea, impide ver, pues, lo que fue su mayor consecuencia: la manera en que las líneas de
desarrollo llegaron a divergir entre las regiones y los Estados, y como ese fenómeno condujo a una sustancial
redistribución del poder entre aquellas y estos.

El liderazgo económico de Venecia en el Mediterráneo se acabó definitivamente. A partir del 1600, una rápida sucesión
de problemas aplastó a este imperio marítimo. Los holandeses e ingleses, al irrumpir en el Océano indico, le arrebataron
el comercio de las especias; su industria textil adolecía de altos costes y se achicó en la siguiente mitad de siglo, porque
los tejidos de lana que aquellos introdujeron reducían a los venecianos a un cuarto del mercado de Constantinopla: la
Guerra de los Treinta Años limitó aún más las exportaciones venecianas, mientras que el coste de la seda y el algodón
importados se incrementó repentinamente. Solo una población comercial innovadora y adaptable podía haber superado
tantos obstáculos. No fue el caso de Venecia, que se convirtió en una ciudad turística a medida que sus acaudalados
propietarios alejaban el capital del comercio para dedicarlo a la agricultura y a la vida placentera.

A medida que avanzaba la crisis, las economías de Europa Central y meridional perdían buena parte de su orientación
internacional. La importancia de los mares Báltico y Mediterráneo fue reduciéndose conforme el tráfico atlántico -por un
cierto tiempo, en torno de España y de Portugal, y más tarde, en el norte-, se convertía cada vez más en el eje del
comercio europeo.

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Una explicación de los orígenes de la crisis asegura, según hemos visto, que la población en expansión chocaba contra
un techo fijo de producción agrícola y provocaba un colapso maltusiano.

Una explicación que tiene la virtud de integrar la historia económica con la política es la que atribuye la responsabilidad
mayor del declive económico a una época en la que predominaron políticas de fuerza y de absolutismo. Las incesantes
guerras, y sobre todo, la de los Treinta Años, los conflictos civiles no podían dejar de destruir importantes recursos
económicos.

Un tercer enfoque se centra en las existencias de dinero. La crisis fue casada por la incapacidad de financiar un volumen
de comercio creciente por la carencia crónica de moneda en circulación.

Otro enfoque plantea, que las condiciones institucionales y sociales vigentes en Europa ponían obstáculos, tanto o más
importantes que las limitaciones técnicas de la producción a un mayor desarrollo. Los comerciantes acumulaban
mayores beneficios, se presentaban pocas alternativas a la inversión que no fueran comprar tierras, cargos en el
gobierno, palacios o incluso obras de arte. El cuadro de una economía en la que el capital estaba condenado a una
frustrante mala inversión es lo que ha sido llamado capitalismo dentro de una estructura feudal.

Historia moderna universal. Alfredo Floristan.


Capítulo 30. El despegue de Europa en el siglo XVIII.
La expansión del mercado y de las oportunidades.

El siglo XVIII significo el despegue económico de Europa. A comienzos del siglo XVIII no era sencillo para los comerciantes
europeos vender sus productos en puertos del imperio otomano o de la india. Pero a lo largo del siglo XVIII, consiguieron
expandir su economía y con ella transformar su capacidad de influir y relacionarse con el resto del mundo.

La economía se desarrolló durante el siglo XVIII, básicamente, porque los europeos se relacionaron y compitieron entre
sí.

Otro rasgo clave para entender su despegue fue la expansión del mercado y, sobre todo, de las oportunidades. A lo
largo del siglo XVIII el capitalismo invadió todas las realidades económicas.

Más población y más dependiente del mercado: el ascenso de la sociedad de consumo.

A lo largo del siglo XVIII se asistió al ascenso de una sociedad de consumo. No se trató de un aumento del consumo solo
porque hubiera más población, sino porque fue una población más dependiente del mercado.

El crecimiento demográfico de los europeos estuvo basado más bien en una mejora constante en las perspectivas de
vida.

Los tímidos avances sobre la mortalidad durante el siglo XVIII hay que buscarlos en el propio desarrollo económico, que
permitieron una mejor, más variada y regular alimentación y sobre todo, en la actuación normativa de los poderes
públicos.

La mejora en las perspectivas de vida no vino por un aumento sustancial en los salarios, que de hecho no mejoraron
considerablemente a lo largo del siglo XVIII, sino por un notable incremento de los niveles de empleo y renta familiar.

El papel del estado y los cambios institucionales.

La extensión de la economía de mercado vino estimulada también por el papel desempeñado por el estado durante el
siglo XVIII. A partir de los principios teóricos desarrollados por el mercantilismo durante el siglo XVII, correspondía a los
estados la tarea de promover el desarrollo económico.

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Todos los estados europeos compartieron una idea esencial: la competencia económica debía ser apoyada por la
potencia militar.

La burocracia de los estados europeos aumentos a impulsos de las necesidades bélicas. La tendencia intervencionista del
estado en la economía tuvo una especial importancia en la creación de instituciones capaces de gestionar este control
económico.

La locomotora del crecimiento: el comercio.

La atracción del comercio.

La actividad que más estimuló el crecimiento económico fue la comercial con diferencia, el comercio fue el sector más
dinámico de la económica del 700.

Durante el siglo XVIII los europeos se emplearon en el comercio en mayor proporción que nunca anteriormente. Las
posibilidades de ejercer como comerciante aumentaron conforme se multiplicaron las oportunidades económicas y
disminuían las restricciones sociales y mentales hacia el ejercicio de esta actividad. Ser comerciante se puso de moda.

El propio funcionamiento de la actividad comercial aseguraba y estimulaba un constante reclutamiento de


comerciantes. Cualquier comerciante necesitaba de otros comerciantes para ofrecer servicios a los mercados. Había que
poner en contacto mercados próximos o lejanos y eso solo se podía hacer recurriendo a personas que tuviera los
contactos precisos.

Durante este siglo, el atractivo del comercio también aumento para las autoridades gubernamentales. La política
económica de la mayoría de gobiernos del 700 era la política comercial.

El comercio europeo.

Durante el siglo XVIII, aumentaron de forma generalizada todos los intercambios y rutas, especialmente las marítimas, se
enriqueció la nómina de productos comercializados, principalmente por la incorporación de los ultramarinos, y triunfo
de forma notable la actividad comercial en el área atlántica. Para los europeos, el mayor mercado mundial siguió siendo
la propia Europa.

El comercio terrestre: mayor seguridad y disminución de barreras institucionales.

La tradicional aspiración de todos los reyes de ofrecer caminos y posadas seguros comenzó a ser una visible realidad
durante el siglo XVIII, y este aumento de la seguridad estimuló la regularidad e intensidad del tráfico.

A comienzos del siglo XVIII, todos los transportes interiores europeos tenían que enfrentarse a innumerables barreras,
como aduanas y peajes en carreteras, puentes, canales. Eliminar estos obstáculos no era sencillo. Para el estado era
importante trasladar estos peajes interiores a las fronteras exteriores del país.

Las comunicaciones fluviales experimentaron un verdadero auge durante el siglo XVIII. A la tradicional superioridad del
transporte fluvial en los países bajos se sumó, Gran Bretaña. La necesidad de desplazar importantes volúmenes de
productos facilito que algunos notables compañías por acciones construyeran una autentica red de canales en GB, lo
que produjo una caída del precio del transporte del país.

La superioridad relativa del comercio marítimo.

Navegar durante el siglo XVIII, tuvo menos riesgos que en las épocas anteriores debido a que el aumento del tráfico y el
marco de seguridad institucional facilito la proliferación de compañías especializadas en seguros marítimos.

El aumento del tráfico comercial y de calado de los buques tuvo repercusiones en las instalaciones portuarias que
redujeron su número en Europa. El tráfico marítimo se concentró en muy pocos puertos, solo en aquellos capaces de
ofrecer la capacidad e instalaciones necesarias.
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El área mediterránea: crecimiento a pesar del giro atlántico.

Durante el siglo XVIII, culminó el proceso de desplazamiento del centro del tráfico marítimo desde el área mediterránea
al atlántico.

El área mediterránea y sus marinas consiguieron durante el siglo XVIII un notable crecimiento, incluso recuperar
posiciones perdidas. Las razones hay que encontrarlas en el propio crecimiento de los países ribereños y en la
reactivación del comercio con el imperio otomano.

Una importante novedad en el tráfico marítimo Mediterráneo fue la incorporación de los austriacos. Su salida tradicional
había sido el Báltico, utilizando el rio Elba, o hacia el mar negro, mediante el rio Danubio. Ambas posibilidades suponían
enormes conflictos con los países que atravesaban Sajonia y Prusia en un caso y el imperio otomano en el otro, por lo
que en el siglo XVIII se apostó por el puerto Trieste, que gracias al fuerte empuje estatal se convirtió en un puerto capaz
de competir con Venecia.

El Báltico, ahora más imprescindible que nunca.

Algunos de los productos tradicionalmente adquiridos en el Báltico, como el hierro, la madera, el lino o el cáñamo, ahora
se convirtieron en mercancías estratégicas para la expansión marítima de Europa. Todas las marinas mercantes y de
guerra europeas necesitaban estos productos en grandes cantidades.

Suecia su capacidad de exportación de hierro, pescado y madera le permitieron tomar la iniciativa e incluso organizar
circuitos comerciales que terminaban en los mercados coloniales. Más notable fue incluso el ascenso de Rusia. La
contribución rusa a este comercio fue importante en cualquier de los productos demandados por las marinas europeas,
pero especialmente el hierro e barras, lino y cáñamo.

El gran triunfo del área atlántica.

Fueron los puertos europeos de Ámsterdam, Londres, Liverpool, Nantes, burdeos, Lisboa y Cádiz los encargados de
organizar la mayor parte del tráfico marítimo de los europeos, así como proporcionar los instrumentos financieros y
medios de pago del conjunto del comercio y de una parte destacada de la economía europea.

El comercio ultramarino.

El comercio ultramarino era el que movía menos cantidad de mercancías pero al mismo tiempo era el que estimulaba las
mayores transformaciones en el sistema económico. La complejidad de sus operaciones hacia una parte importante de
los avances técnicos del siglo XVIII tuviera su origen en la necesidad de resolver problemas del comercio ultramarino.

Durante el siglo XVIII la mayoría de los países europeos se incorporaron a la carrera por el comercio ultramarino. El
método preferido fue el modelo de las grandes compañías con privilegios estatales y capital privado y destinadas a
explotar determinadas regiones o productos.

Los resultados de este proceso de competencia y desarrollo pueden resumirse en dos claves: la intensificación del
comercio en el océano atlántico, estimulada por una autentica reconquista económica de américa, y el aumento de la
función de intermediarios de los europeos en el comercio mundial, de forma significativa de los mercados asiáticos.

La reconquista comercial de américa.

Durante el siglo XVIII los europeos aumentaron considerablemente el grado de relación económica e implantación
humana en sus colonias americanas. La ocupación y explotación europea de sus territorios americanos se había limitado
hasta entonces a zonas muy concretas, principalmente costeras, y una reducida nómina de producciones, de forma
destacada, los metales preciosos. Durante el 700 hubo un significativo aumento de los procesos colonizadores hacia el
interior. Con el poblamiento se pudo entrar en contacto con nuevos ecosistemas, nuevos productos y la posibilidad de
mejorar las condiciones de explotación.
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El sistema de plantaciones también estimulo el comercio atlántico debido a que produjo una complementariedad entre
las producciones americanas y las europeas.

Intermediación y control de los europeos en el comercio asiático.

La competencia entre los europeos llego a los mercados asiáticos y llevo a un aumento constante de la presencia
europea. Los principales cambios fueron el retroceso de los portugueses, la concentración de los holandeses en
indonesia y la resolución a favor de los británicos del enfrentamiento entre ingleses y franceses por el control de la india.

El siglo XVIII estuvo presidido por el intento de los europeos de reducir la desigualdad de este comercio mediante
diversos métodos. Un método fue la intensificación del proceso del acceso directo a los centros de producción para
realizar las compras de productos asiáticos.
Junto al mayor control de los mercados y de la producción, los europeos aprendieron a obtener beneficio en el propio
comercio entre los mercados asiáticos. Los navíos y comerciantes europeos aumentaron de forma notable durante el
siglo XVIII la oferta de servicios comerciales y financieros en los mercados asiáticos.

La expansión del capitalismo financiero. Estabilidad y disponibilidad monetaria.

La experiencia de los europeos durante el siglo XVII les había mostrado los peligros de la inestabilidad monetaria. La falta
de recursos financieros llevo durante aquella centuria a los gobiernos europeos a abusar del viejo recurso de modificar
el nominal de las monedas.

La verdadera aportación del siglo XVIII fue la decisión política de mantener una prolongada estabilidad monetaria, y de
buscar los recursos financieros por otras vías.

A la estabilidad monetaria se sumó una ampliación de la masa monetaria. Al aumento de la masa monetaria disponible
se sumaron las minas de plata de la américa española. La llegada de metal precioso americano durante el siglo XVIII fue
muy superior al registro durante los siglos anteriores.

La multiplicación de los instrumentos de pago y de crédito.

El principal instrumento mercantil y financiero había sido, desde la edad media, la letra de cambio. Era un documento
notarial que permitía a los comerciantes vender a crédito en un sitio y cobrar en otro. Las letras se intercambiaban entre
comerciantes de plazas alejadas evitando los riesgos y las incomodidades del traslado de monedas, a la vez que
permitían el cambio de monedas de diferentes nacionalidades.

La novedad del siglo XVIII fue su extraordinaria difusión. La multiplicación e intensificación de las relaciones comerciales
estimuló su uso. Dejo de ser algo utilizado exclusivamente por grandes comerciantes con vínculos internacionales para
llegar a ser un instrumento bastante popular, empleado por amplios grupos sociales. Otra vía para multiplicar los medios
de pago fue el papel moneda. Los billetes surgieron con el desarrollo de la banca y los cambios introducidos por las
finanzas públicas.

Los cambios en la organización y en la geografía industrial.

Trabajo para mercados distantes.

Una de las principales novedades y estímulo para las transformaciones industriales del siglo XVIII fue que la industria
europea aumento el volumen de producción destinado a un cliente anónimo.

Trabajar para mercados cada vez más distantes provoco una mayor preocupación de los industriales por la eficiencia de
los modos de producción, la cantidad antes que la calidad, así como una mayor sensibilidad y flexibilidad para adecuarse
a los cambios en la sociedad de consumo.

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Si lo que importaba cada vez mas era el mercado, la organización de la producción y su distribución comenzó a ser tan
importante o más que la elaboración del producto.

Superar la pervivencia gremial.

A pesar de su amplia presencia en la Europa del siglo XVIII, el gremio estaba, condenado a desaparecer por el propio
desarrollo de la economía del mercado. Pero la pregunta es por qué resistió hasta finales del siglo XVIII. En primer lugar,
el gremio estaba firmemente instalado en toda Europa, más en los países mediterráneos y de Europa central y menos en
los países bajos y Gran Bretaña. Por otro lado, las autoridades locales y el propio estado eran los primeros que apoyaban
la continuidad del gremio.

El triunfo de la industria a domicilio.

Para atender a las demandas de los mercados, los comerciantes no podían confiar en la capacidad de producción de uno
o varios gremios porque su producción estaba dedicada al mercado local, limitada por cuotas, y su estructura
organizativa impedía un sistema laboral más dinámico y la incorporación de nuevas técnicas. Ante tal situación los
comerciantes encontraron un gran potencial laboral en la población agrícola, pero tenían que ser los comerciantes los
que organizaran la producción.

Durante el siglo XVIII se multiplicaron las iniciativas de comerciantes-industriales que recurrieron a poblaciones agrícolas
para realizar los productos que necesitaban los mercados. Estos comerciantes solían residir en los puertos la materia
prima, y a veces también las herramientas, y pasado un tiempo recoger el trabajo encargado.

La industria concentrada.

La iniciativa estatal constituyo en numerosos proyectos a la concentración del proceso de producción industrial. Durante
el siglo XVIII, el estado estableció fábricas reales y manufacturas estatales con las que pretendían fomentar el desarrollo
industrial del país, conseguir producciones de interés nacional y mercancías para competir en el comercio internacional.

La geografía industrial.

La geografía industrial de este siglo, estuvo presidida por un marcado carácter regional. Antes de hablar de producciones
nacionales, seria más correcto hablar de regiones productoras. Si se compararan solamente las regiones industriales
europeas del siglo XVIII encontraríamos que las diferencias técnicas y de organización de la producción entre países no
eran tan notables.

El predominio de la construcción y de la industria textil.

Desde el punto de vista del empleo, la construcción y la industria textil fueron, de forma muy destacada, las principales
producciones industriales hasta el siglo XIX. Los monarcas dispusieron de unas finanzas más saneadas para multiplicar
sus construcciones, que representaran su poder y se adecuaran a las necesidades del incremento de su administración.
Al mismo tiempo, la expansión de la urbanización y el crecimiento demográfico fueron los estímulos definitivos para la
multiplicación de la construcción.

La mayor novedad en la industria textil del siglo XVIII fue la difusión del algodón. Los europeos ya lo habían utilizado
desde el siglo XVI, mezclándolo con otras fibras, pero en el siglo XVIII se fabricaban tejidos exclusivamente con algodón.
El éxito de su desarrollo fue, en parte, motivado por la moda, la elevada demanda entre los europeos de las telas indias,
llamadas indianas o calicós, un tejido más ligero y con unos diseños mucho más atractivos.

La metalurgia y la minería.

Los principales productores de hierro en bruto eran Suecia y Rusia. Suecia seguía siendo el gran abastecedor de hierro,
que se exportaba en su mayoría en barras, principalmente a gran Bretaña, el 60 % de su producción. La metalurgia

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experimento un notable crecimiento en gran Bretaña desde 1720 debido a la demanda de las flotas mercantes y
marítimas.

La producción minera de carbón experimento también un notable crecimiento durante este siglo. Por toda Europa su
expansión estuvo unida a la demanda para la fundición de cañones, hornos de cerámica, vidrio o ladrillos, manufacturas
de jabón, forjas y calefacción urbana.

La revolución industrial en Inglaterra.

El siglo XVIII aporto una de las mayores innovaciones en el progreso económico de la humanidad, la revolución
industrial.

Una de las causas que más contribuyeron al aumento de la capacidad productiva fue la acumulación de avances
tecnológicos. Lo que se ha podido comprobar en el caso de Inglaterra durante el siglo XVIII es que estos avances no
fueron el resultado tanto de inventos singulares y geniales como de unas condiciones económicas, sociales y mentales
que favorecieron la experimentación, la transferencia de soluciones técnicas de una actividad a otra y en definitiva, la
acumulación de un progreso técnico ampliamente compartido por la economía.

Lo que motivo este interés por intensificar la transferencia y aplicación de soluciones técnicas fue el crecimiento de la
demanda. Una urbanización más intensa y unos mercados más integrados facilitaron la confianza de los consumidores
hacia la provisión en el mercado. El funcionamiento de los mercados llevo a abastecimientos regulares y estos a ganar la
confianza de los consumidores y su dependencia de los mercados. Esta espiral de crecimiento permitió al mercado y a la
economía inglesa ser el principal de la revolución industrial.

Los modos de producción fueron también cambiando. A medida que aumentaba y se regularizaba la demanda se hacia
evidente que era insuficiente la mano de obra domestica dedicada a tiempo parcial a estas tareas. Los telares, por otro
lado, se fueron haciendo cada vez más complejos y costosos y requerían mayores dosis de energía.

Alberto Tenenti. La edad moderna siglo XVI-XVIII.

Los problemas de la economía.

La demografía.

En el siglo XVIII, algunos estados se engrandecieron territorialmente a expensas de otros. En Europa, es bien sabido que
la población resigno en ese continente un incremento notable. Esto fue debido en parte a una mejora casi general de las
condiciones higiénicas y en varios casos urbanas.

Parece que hasta el año 1740 aprox el crecimiento de la población europea fue más bien irregular y probablemente de
no gran entidad. A partir de 1760 en ciertas regiones como los países bajos, Alsacia y Prusia se asistieron a reflujos
parciales de la consistencia demográfica.

En las zonas más occidentales de Europa se tiene más en cuenta las exigencias vinculadas con el nivel de vida estas
exigencias indujeron a veces a un índice más bajo de natalidad.

En el este y en el sur de Europa, en cambio, el matrimonio más bien precoz y casi universal generaba un número de hijos
más elevado. El fuerte incremento demográfico de las regiones del este y del noroeste europeo estuvo relacionado con
la colonización de nuevas tierras y con el asentamiento de las poblaciones en zonas casi vírgenes.

Inglaterra, fue el lugar donde los progresos de la higiene personal, familiar y urbana fueron indiscutiblemente notables,
además del matrimonio anticipado, la revolución agrícola redujo la incidencia de la carestía y aseguro un mejor
aprovisionamiento alimenticio.

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La agricultura.

El siglo XVIII es el último de la historia de Europa occidental del que se puede afirmar todavía que las actividades
económicas estuvieron dominadas por la tierra.

En la producción agrícola de ese periodo, los aldeanos decidían tanto los productos que se iban a cultivar como las
fechas de arado, siembra y cosecha. Esta dependencia de los criterios de la comunidad dificultaba la experimentación de
nuevos métodos. Hay que añadir que la persistencia de campos abiertos y del sistema de cultivo comunal constituyo en
todas partes un obstáculo a la introducción de mejores prácticas agrícolas. Por otra parte, el desarrollo de la propiedad
exclusiva de la tierra era rechazado por los miembros más pobres de la comunidad campesina.

En el plano de la tecnología hay que mencionar el uso del arado de hierro, así como la siembra por el método de
perforación. En el ámbito de las variedades de cultivo hay que señalar que el maíz se difundió tanto en el Languedoc
como en Besarabia y en Rusia meridional, el girasol en Bulgaria y el tabaco en los países bajos austriacos y en ucrania.

Los problemas agrícolas no se reducían solamente a cuestiones de cultivo, de ganado o de técnicas: la agricultura
afectaba de modo directo, amplio y profundo a las relaciones entre los hombres. Desde Francia hasya Rusia y desde
España hasta Austria, el interés del propietario noble era casi por norma introducir cambios o mejoras que no
amenazasen el sistema social cuyo principal beneficiario era el mismo.

En la elite inglesa de propietarios de tierras del siglo XVIII, la antigua nobleza y la alta burguesía se fundían en una sola
clase dirigente, la viva conciencia de formar parte de ella aunaba a los propietarios de tierras y a los grandes
comerciantes, cada vez más amalgamados por matrimonios mixtos. A comienzos del siglo XVIII, se produjo en Inglaterra
una crisis agrícola que indujo a los señores, para no verse privados de sus propiedades, a conceder canones de
arrendamiento reducidos o incluso casi nulos.

En el transcurso de ese mismo siglo, pues, se llevó a cabo una especie de revolución agrícola inglesa, debida además a
un conjunto de innovaciones técnicas.

Esta fuera de duda que este vuelco agrícola estuvo bastante estrechamente relacionado con la revolución tecnológica e
industrial que casi al mismo tiempo empezó a llevarse a cabo en Inglaterra. En la segunda sin embargo, concurrió un
número de otros factores, y esto justifica un análisis por separado de los fenómenos. Las regiones inglesas que en mayor
grado se pusieron al frente en la práctica de la nueva agricultura fueron Norfolk y Suffolk. En el primero, se abandonó
precozmente la tradicional rotación trienal, se habían realizado ya importantes mejoras tecnológicas entre 1660 y 1680.
Se trataba en particular de la aplicación sistemática de abono con estiércol bien conservado, apto para mantener el
propio poder fertilizante.

En Francia los campesinos no eran propietarios de tierras, habitaban las tierras pero no eran propias.

En España solo los grandes estaban exentos de impuestos, es decir, los nobles menores.

En Habsburgo el objetivo fue incrementar la formación de una clase de campesinos propietarios.

El área germánica se dividía en dos zonas agrícolas, la del oeste del Elba y la oriental, caracterizada por extensas fincas
nobles cultivadas por siervos.

En Suecia, mientras que la nobleza tenía menos posesiones que en los demás países, sobre todo por la política real de
parcelación de las fincas nobiliarias, la mayor parte de la tierra estaba en manos de los campesinos. No solo estos
últimos podía retener una porción elevada de sus productos, sino que además no pagaban derechos feudales.

Comercios e industrias.

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Igual que en el plano de la producción agrícola, en el siglo XVIII se produjo un claro progreso comercial, manufacturero y
crediticio. Este desarrollo económico se dio particularmente en algunos países de Europa occidental, donde se registró
un incremento del número de las personas empleadas en las manufacturas.

Los comercios internacionales seguían aun en primer lugar las vías marítimas, hasta el punto de que las naves europeas
transportaron cerca del 75 por 100 del valor conjunto del comercio mundial. El sector dinámico de los intercambios
exteriores resulto ser el de los tráficos de productos coloniales.

Las exportaciones francesas aumentaron de forma considerable y casi recíproca. En la segunda mitad del siglo XVIII,
burdeos llego a absorber casi la mitad de las importaciones coloniales del país, mientras que entre 1780 y 1790 más de
300 navíos al año se hacían a la mar desde su puerto hacia las indias occidentales.

Pasando al caso inglés, no puede evocarse sin referirse en primer lugar a las actas de navegación bajo cuya protección el
comercio exterior, y en particular colonial, conoció una expansión notable. Parece que, orientando los capitales hacían
los tráficos y las construcciones navales, aquellos ordenamientos no favorecieron al comienzo a la industria.

Para impedir la subida de los salarios, el ministro hizo adoptar en 1726 una ley que prohibía las asociaciones de obreros.
Se ha observado que al menos hasta los primeros años del siglo XVIII la más alta aspiración de todo comerciante y
empresario ingles era la adquisición de una finca agrícola.

Los grandes competidores de los ingleses en el siglo XVII, los holandeses, estaban y en franca decadencia, claramente
verificable entre la primera y la segunda mitad del siglo XVIII en la zona del báltico. A partir del 1700, en particular los
comercios de Hamburgo y de Bremen se estaban imponiendo precisamente en perjuicio de los de las provincias unidas.
Mientras que la función holandesa de redistribución de las mercancías aumentaba, la participación que Holanda tenía en
los tráficos con Inglaterra descendía.

Prácticamente durante todo el siglo XVIII el mercantilismo de cuño propio del siglo anterior persistió en Francia. Por lo
demás, el país seguía siendo un mosaico de aranceles, reglamentaciones y medidas diferentes. Sin embargo, las regiones
situadas en las inmediaciones de Lillie y de Ruan estaban entre las zonas más industrializadas del continente.

El trabajo urbano era mucho más costoso que el rural y los comerciantes de las ciudades otorgaban voluntariamente
créditos a las industrias rurales. Lyon y parís figuraban a la vez como las más importantes ciudades manufactureras del
continente.

Hacia la revolución industrial.

Se ha insistido ya en el hecho de que el camino hacia la industrialización fue lento. De este modo, por ejemplo, la
máquina de vapor, experimentada desde la primera mitad del siglo XVIII, fue adoptada verdaderamente solo un siglo
más tarde.

Todas las sociedades y todas las economías europeas no estaban igualmente articuladas de un modo capaz de
promover, aunque fuese poco a poco, la industrialización. Aunque el humanismo fue efectivamente un fenómeno
continental y es difícil reservar su paternidad a un solo país, resulta complicado negar que la Italia de los siglo XIV y XV le
ofreció las condiciones de desarrollo iniciales más adecuadas. Esto es lo que sucedió en Inglaterra con respecto a la
industrialización, aunque se podría sostener, por ejemplo, que en el siglo XVIII el incremento del producto industrial per
cápita francés fue más rápido que el inglés.

La trayectoria del progreso ingles fue todo lo contrario de una trayectoria continua, basta observar que se produjo una
pausa entre 1720 y 1740 o 1750. Es un hecho, como en parte ya se ha sugerido, que el mismo régimen político de la isla
contribuyo a promover una atención pragmática aunque racional, hacia los problemas de la economía. En Inglaterra se
llevó a cabo la libertad de la actividad industrial no solo con respecto a los vínculos corporativos, sino también con

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respecto al paternalismo del estado, además de las barreras internas. Los aspectos industriales y sociales de la actividad
productiva fueron dejados cada vez más al libre juego de las fuerzas que actuaban en el mercado.

Una sociedad jerárquica, fundada en las costumbres y en la posesión de la tierra, se inspiró cada vez más en el espíritu
de iniciativa y de éxito. Los empresarios se encontraron más libres para dar prueba de su talento y de su habilidad en
seguir la trayectoria del mercado o en poner a punto nuevos métodos de producción. La gran expansión del comercio
ingles permitió reducir el coste de los productos manufactureros, diversificarlos y acrecentar su volumen, así como ver
nacer nuevas industrias.

Las maquinas permitieron lanzar productos de serie a precio más bajo en el mercado interior, para luego poder
exportarlos.

Se ha afirmado que los orígenes de la revolución industrial hay que buscarlos en la concentración en grandes empresas
de las actividades textiles, antes dispersas en el campo. La producción en serie en la industria textil inglesa fue
acompañada por la utilización de una fuente de energía potente: el vapor. Los cambios tecnológicos ingleses, como ya se
ha indicado, dependieron también de la disponibilidad de carbón a buen precio.

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