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Criticas desde la economía feminista al modelo de desarrollo dominante

M.c Itzel Guevara Felix

Introducción
Las mujeres representan el 49.7 por ciento de la población total a nivel mundial
(Banco Mundial, 2021), y pese a ello, continúan bajo un contexto de desigualdad,
discriminación y violencia tanto en el ámbito público como en el privado. Como
evidencia de esto, el Informe Global de Brecha de Género 20211 alerta que a
pesar de los avances que hasta ahora se han hecho, la brecha de género 2 tardará
135 años en cerrarse, escenario que puede agudizarse pues el estudio aún no
refleja el impacto de la pandemia en la condición de las mujeres (WEF, 2021).
Los países se han propuesto lograr la igualdad entre hombres y mujeres,
mediante el ODS 5 de la Agenda para el desarrollo Sostenible. No obstante, las
brechas no desaparecen en tanto el desarrollo continúe basándose en los
sistemas capitalista y patriarcal. Por ello, en este trabajo nos proponemos analizar
las críticas realizadas desde la economía feminista, una corriente de la teoría
feminista, a los postulados bases del modelo de desarrollo imperante.
El ensayo se divide en tres apartados. En el primero se discute el
surgimiento y las bases del desarrollo dominante y las críticas teóricas realizadas
desde la economía feminista. En el segundo apartado, se discuten los enfoques
que han evidenciado las desigualdades de las mujeres en las políticas de
desarrollo y las propuestas realizadas por académicas, activistas y profesionistas
de diversas corrientes feministas. En el último apartado se lleva a cabo una
revisión de las respuestas feministas a la agenda internacional de desarrollo que
guían la acción de los países en materia de igualdad de género.

1. La economía feminista frente al discurso del desarrollo dominante


El desarrollo se trata de un discurso emergido en el marco de la posguerra y se
incorporó como un objetivo rector en la carta de Naciones Unidas para mantener
la paz entre los países (1945). Al respecto Svampa y Viale (2021), el desarrollo se
trata de un imaginario hegemónico, basado en el ideal occidental del progreso. Por
su parte, Boisier (2001)señala que se trata de una utopía social, que dista de
convertirse en realidad. El desarrollo en su concepción actual se entiende no como
una meta, sino como un proceso que no es lineal, ni se experimenta de igual
manera por todos los países.

1
Este informe que analiza la situación de 149 países es realizado y presentado por el Foro
Económico Mundial anualmente.
2
La brecha de género es una medida que muestra la distancia entre mujeres y hombres respecto a
un mismo indicador. Generalmente estos indicadores reflejan la brecha de género existente
respecto al acceso y control de los recursos económicos, sociales, culturales y políticos.

1
En el primer momento del llamado “desarrollismo”, el enfoque fue
meramente economicista, basado fundamentalmente en la economía neoclásica, y
entendido en términos de crecimiento económico, cuya medición se basaba en el
PIB de los países. El desarrollo implicó la imposición de un sistema económico
basado en el crecimiento ilimitado, la producción y el consumo (Svampa & Viale,
2021). Un sistema económico que no solo sostiene la desigualdad entre los
países, sino también entre mujeres y hombres. En su análisis sobre la relación
entre el patriarcado y el capitalismo, Mies (2019) señala que ambos son sistemas
que se benefician de la opresión y explotación de las mujeres.
En la década de los noventa ocurrió un cambio de paradigma en la
concepción del desarrollo que hasta ese momento se basaba únicamente en la
productividad y crecimiento económico de los países. Con la escuela de
pensamiento de Amartya Sen que alude a considerar el desarrollo como un
proceso que implica el fortalecimiento de capacidades y mejora de la calidad de
vida de las personas (London, 2006), este pasa de considerarse únicamente en
términos económicos a incorporar condiciones como el desarrollo humano. 3
En este periodo surge la economía feminista como una corriente crítica al
desarrollo. Entre las pioneras destaca Ester Boserup, quien estudió los efectos del
crecimiento económico sobre las mujeres en países considerados en vías de
desarrollo (Boserup, 1993). Posteriormente, Marilyn Waring, en su libro, Si las
mujeres contaran (1988) evidencia que las teorías económicas ortodoxas
invisibilizan el trabajo no remunerado de las mujeres. Fue precursora en proponer
la valoración del tiempo que las mujeres dedican a las labores domésticas en la
medición del crecimiento, a través del Producto Interno Bruto (PIB) (Waring, 1994).
Desde la segunda ola feminista que inició a mitad del siglo XlX se gestó la
búsqueda por la igualdad de la mujer en el ámbito económico, entre las demandas
que destacaban eran mejores condiciones laborales e igual salario (Varela, 2013).
Empero, fue hasta principios de los años noventa que se emplea y difunde en la
academia el término “economía feminista”, con la influencia de la creación de la
International Association for Feminist Economics (IAFFE) en Estados Unidos.
Asimismo, en 1944 se funda la revista Feminist Econmics, con el propósito de
debatir y proponer nuevos enfoques que mejoren la vida de las mujeres.
De acuerdo con Picchio (2015) , la economía feminista es un campo teórico
que implica un cambio en la forma de analizar a nivel macro, el funcionamiento de
la economía, y a nivel micro, la concepción de las mujeres como sujetos o agentes
autónomos. Desde su postura, el sistema económico se sustenta en la producción
e intercambio de mercancías, pero también en la reproducción social. Estas
relaciones de producción y reproducción tienen como base la división sexual del
trabajo, en la cual las mujeres son limitadas a las tareas domésticas y de
reproducción del ámbito privado.

3
Este paradigma se legitima con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) presentado en el primer
Informe Mundial sobre Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD) en 1990, el cual toma en cuenta tres dimensiones: educación, salud e ingreso.

2
Desde la economía feminista, además de realizarse una crítica a la modelo
de desarrollo imperante, se abordan el trabajo extradoméstico y la feminización de
la fuerza de trabajo, la economía no remunerada de la reproducción y el trabajo
doméstico. Sobre este último, una de las autoras más emblemáticas que aborda la
remuneración del trabajo doméstico es la feminista marxista italiana Silvia
Federici, quien sostiene que las mujeres deberían exigir un sueldo justo por las
labores del hogar, la crianza de los hijos e incluso el sexo para transformar la
forma en que se valora este tipo de trabajo (Federici, 2020).
Referente a la condición de la mujer en la economía existe una literatura
muy completa que critica la visión androcéntrica y patriarcal que se sostiene en la
economía globalizada. Entre ellas encontramos a autoras como Catherine Hakim
en Key Issues in Women's Work (1996), Celia Amorós en Teoría feminista de la
Ilustración a la globalización (2005), Amaia Pérez en Economía del género y
economía feminista ¿Conciliación o ruptura? (2005). Entre la literatura más
reciente destaca, Mercedes D'Alessandro con su libro Economía feminista: Cómo
construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour) (2016).

2. Enfoques críticos sobre las mujeres en el desarrollo


La situación de desigualdad que sufren las mujeres se ha analizado de distinta
manera en la historia del desarrollo. El enfoque de bienestar surge durante las
políticas de industrialización de los años cincuenta en Europa. En un contexto en
el cual las estrategias de industrialización para impulsar el desarrollo de los países
europeos poco ilustraban las desventajas de la mujer en la sociedad al considerar
que al desarrollar una nación esto beneficiaría automáticamente a todos los
sectores de la sociedad. Es decir que no se cuestionaba la situación de
desigualdad entre mujeres y hombres, como producto de la división sexual del
trabajo. Sino que se percibía a esto como el resultado de una organización natural
de las funciones y la distribución de roles (Espinosa, 2016).
Así, a pesar de que durante la Segunda Guerra Mundial la mujer fue
fundamental para el sostenimiento de los países involucrados en el conflicto,
durante la postguerra la mujer nuevamente fue relegada al hogar como madre y
esposa. Un discurso patriarcal impuesto, donde se definía la feminidad con
relación al hogar. De acuerdo con Nash (2004),” el momento de la reconstrucción
económica de la postguerra, coincidió con la vuelta de los soldados a sus hogares
y con la nostalgia de los arquetipos femeninos tradicionales de la mujer «Perfecta
Casada», amorosa y pendiente de los varones” (p.161). Desde esta visión las
mujeres se concibieron como sujetos pasivos del desarrollo (Espinosa, 2016) lo
que derivó en políticas de desarrollo también definidas a partir del modelo familiar
patriarcal en el cual el hombre ejercía el rol de proveedor del hogar y activo
participante en la economía. Mientras que la mujer es relegada a las labores
domésticas en el ámbito privado.
El enfoque de bienestar fue criticado debido a los resultados que tuvo el
modelo de crecimiento basado en la teoría de la modernización. De acuerdo con
Boserup (1979) la política de desarrollo de la época se sostuvo en la división
sexual del trabajo. Los hombres fueron capacitados para aplicar métodos de

3
cultivo moderno, mientras que las mujeres quedaron excluidas de la educación y
capacitación, lo que derivó en la perpetuación de la desigualdad de género.

Enfoque Mujeres en el Desarrollo (MED)


La década de los sesenta y setenta se caracterizaron por el surgimiento de los
llamados “nuevos movimientos sociales”, que pusieron en escena la agencia o
capacidad de actuar de los individuos y los grupos para luchar contra la opresión.
En este contexto, el movimiento feminista de la segunda ola abordó las causas de
subordinación de la mujer como consecuencia de las políticas de desarrollo. En
este contexto surgió un nuevo enfoque llamado MED que se propuso incorporar
de manera funcional a la mujer en el desarrollo, aunque sin cuestionar las
relaciones de poder y la estructura social que consagran el rol de la mujer como
madre y esposa (Murguialday, 2005, Luttrell, 2009). Fue entonces cuando se hizo
énfasis en la importancia de incorporar a la mujer como agente económico
productivo, sin cuestionar la división sexual del trabajo. Es decir, se buscó que las
mujeres se insertaran en las actividades económicas, pero debían seguir
cumpliendo con su rol en el hogar.
Estas cuestiones se institucionalizaron en el marco del Sistema de
Naciones Unidas. En tanto que el Banco Mundial publicó en 1975 el folleto “La
integración de la mujer en el desarrollo: la experiencia del Banco Mundial” donde
se analizó el papel de la mujer en diferentes aspectos del desarrollo, de entre ellos
la educación la nutrición y el trabajo, e instó a los gobiernos a reconocer el papel
de la mujer. No obstante, se hizo desde una visión en el cual se veía a las mujeres
del Sur global como agentes receptoras pasivas (Portocarrero & Ruiz, 1990).
También en esa época las instituciones internacionales impulsaron a los gobiernos
a ejecutar políticas y programas a través de tres estrategias diferentes: equidad,
antipobreza y deficiencia, mismas que emergieron en el marco del Decenio de la
Mujer de las Naciones Unidas (1976-1985).
La primera estrategia de equidad identificó que la causa de la desigualdad
de las mujeres se debía a su exclusión de la esfera económica y política, de ahí
que enfatizara su incorporación al desarrollo mediante su acceso al empleo
(Espinosa, 2016). La segunda estrategia, antipobreza, consideró que la
desigualdad de la mujer tenía que ver con la desigualdad de ingresos, así como a
la falta de acceso a recursos como tierra y capital al igual que a la discriminación
en el mercado de trabajo (Espinosa, 2016). Es decir que la causa de la pobreza de
la mujer se encontraba en el subdesarrollo. En sintonía con las anteriores, la
estrategia de la eficiencia equiparó las desigualdades de género con la
económica. Desde esta estrategia se consideró que la incorporación de la mujer al
mercado laboral mejora su situación social y económica, y en el mismo sentido,
que el desarrollo de un país se sustenta también en la incorporación de la mujer
como sujeto económico activo (Espinosa, 2016).
Enfoque Mujer y Desarrollo (MYD)
Durante la década de los ochenta y mientras la estrategia MED lograba
establecerse como la voz de las mujeres dentro de las agencias oficiales de la

4
cooperación, en la arena internacional, otras voces disentían tanto de la visión
oficial (neoliberal) del desarrollo, como de la concepción que sostenía que las
mujeres estaban marginadas y necesitaban de políticas específicas para
integrarse al desarrollo (Murguialday, 2005).
Las primeras voces críticas surgieron de las filas de las feministas marxistas
y estructuralistas, tanto del Norte como del Sur. Ellas cuestionaron el enfoque de
bienestar y el MED basadas en dos argumentos: porque estos rechazaban la
discriminación contra las mujeres generada por los procesos de modernización y
ajuste estructural; y porque consideraban que no era suficiente brindar educación,
empleo o ingresos, para lograr su incorporación al desarrollo en igualdad de
condiciones que los hombres (Murguialday, 2005).

Benería y Sen (1982), estudiosas con una crítica fuerte a las políticas MED
plantearon en 1982 que los problemas de las mujeres del Tercer Mundo 4 no
surgieron de una falta de integración al proceso de desarrollo. Por el contrario, las
mujeres del Tercer Mundo estaban bien integradas a ese proceso, pero lo hacían
a escalas inferiores, en una estructura de producción y acumulación jerárquica.
Para estas críticas del enfoque MED, las mujeres nunca habían estado fuera de
las estructuras de producción sino dentro, pero realizando trabajos invisibles, de
acuerdo con la división sexual del trabajo (Murguialday, 2005).

De ahí que, para entender la condición de las mujeres en el Tercer Mundo,


era necesario analizar no sólo los procesos de acumulación de capital, sino
también las relaciones de género, pues mediante éstas las mujeres se posicionan
como grupo subordinado en la división de recursos y responsabilidades, atributos
y capacidades, poder y privilegio (Espinosa, 2016). Esto significó un paso hacia
nuevos campos de estudio entre los que destacan: el trabajo de la reproducción y
los cuidados realizado por las mujeres; la división del trabajo dentro y fuera del
hogar; y el diferente acceso a recursos materiales y simbólicos por parte de
mujeres y hombres. Estos elementos empezaron a ser considerados como
cuestiones relevantes para entender la posición de las mujeres en las diferentes
sociedades y el impacto de los procesos de desarrollo en sus condiciones de vida.

Con el enfoque MYD surgió el empoderamiento como una estrategia que tiene
como elemento central la potenciación de las capacidades y el protagonismo de
las mujeres, de ahí su categorización como estrategia para la potenciación de las
mujeres o para su empoderamiento. El término empoderamiento, entendido como
la capacidad de actuar de las mujeres a través de un proceso de concientización,
es adoptado por feministas del Sur global, especialmente de Asia del Sur y de
América Latina y el Caribe, quienes reaccionaron contra los programas
gubernamentales de asistencia social y propusieron la estrategia de
empoderamiento como una vía de mejora de la situación de las mujeres (Bacqué y
Biewener, 2015; Luttrell, Quiroz, Scrutton y Bird, 2009).
4
Término acuñado en los años cincuenta para referirse a los países de Asia, África y América
Latina que se encontraban poco avanzados tecnológicamente, con economía dependiente de la
exportación de productos agrícolas y materias primas, altas tasas de analfabetismo, crecimiento
demográfico galopante y gran inestabilidad política.

5
El empoderamiento está dirigido a erradicar la condición subordinada de las
mujeres. Pues como vemos, el concepto está relacionado a aquellas personas que
no tienen poder o acceso a los recursos debido a la marginación, exclusión social
y discriminación. Es por ello también que el empoderamiento se centra en las
mujeres y exceptúa a los hombres, quienes históricamente han ocupado una
posición social favorecida en el acceso a los recursos por el contexto patriarcal
(Batliwala, 1997).

Enfoque de Género en el Desarrollo (GED)


En la década de los noventa el enfoque GED retomó los enfoques anteriores y
centró la problemática en el análisis de las relaciones de poder. La insistencia de
las investigadoras en considerar las relaciones de género y su articulación con
otros vectores de desigualdad, combinada con el trabajo de las organizaciones de
países en desarrollo en busca del empoderamiento femenino, dieron como
resultado el enfoque GED, que actualmente orienta las políticas de cooperación de
la mayoría de las instituciones internacionales, y de organismos gubernamentales
y no gubernamentales.
El enfoque GED plantea la transversalización o incorporación del enfoque
de género (gender mainstreaming) como estrategia de desarrollo, con el objetivo
de realizar un análisis de las desiguales relaciones de género en las que se
sustentan los proyectos y políticas de desarrollo (AECID, 2015). Con esta
estrategia se propone valorar el efecto diferenciado que tiene cualquier política o
programa para hombres y mujeres, ya sea en aquellos de naturaleza económica,
ambiental, cultural o política (Murguialday, 2005). Según Espinoza (2016), esta
estrategia considera que no es posible avanzar hacia la igualdad de género sin
cambios estructurales en las instituciones sociales que perpetúan el orden
patriarcal.

3. Revisión de la igualdad de género en la agenda de desarrollo


La Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas (2000) representó un esfuerzo por
avanzar en la agenda internacional de desarrollo. Como resultado de la Cumbre,
los 189 países que forman parte de la organización se comprometieron a alcanzar
en un plazo de 15 años los ocho Objetivos del Desarrollo del Milenio (ODM)
contenidos en la Declaración del Milenio de 2000: erradicar la pobreza extrema;
lograr la educación primaria universal; promover la igualdad de género y la
autonomía de la mujer; reducir la mortalidad infantil; mejorar la salud materna;
combatir las epidemias como el VIH y la malaria; garantizar la sostenibilidad del
medio ambiente; y promover una alianza para el desarrollo.
Si bien los ODM representaron un esfuerzo internacional para avanzar en el
desarrollo, de manera general se señalan tres grandes debilidades de estos
objetivos. En primer lugar, los ODM constituyeron una agenda de desarrollo
impuesta por los donantes a los países en desarrollo. En segundo lugar, los ODM
fueron diseñados por un grupo de especialistas con un mínimo o inexistente
proceso de consulta a otros organismos internacionales, ONG y academia.
Finalmente, los ODM mantuvieron como eje principal la erradicación de la

6
pobreza, no obstante, no atacaron las causas estructurales de esta (Esquivel &
Sweetman, 2016).
En la Declaración del Milenio se dedicaron dos objetivos relacionados con
la situación de las mujeres en el mundo, el ODM3 en el cual se estableció
promover la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer a través de su
acceso a la educación, y el ODM5 que planteó la universalidad del acceso a la
salud reproductiva para las mujeres. Esta agenda fue criticada por académicas y
movimientos feministas debido a la exclusión de otros ámbitos en los cuales las
mujeres también enfrentan una situación de desventaja como la salud sexual y
reproductiva; la distribución del trabajo doméstico; la desigualdad en el ámbito
laboral y en la toma de decisiones políticas; así como por la falta de un análisis de
género de las causas estructurales de la desigualdad por razones de género
(Razavi, 2016).
Al término de la vigencia de los ODM se dio paso a la Agenda 2030 para el
Desarrollo Sostenible que representa el marco global actual para avanzar en el
desarrollo de los países (Esquivel & Sweetman, 2016). Esta agenda de desarrollo
constituye un hito en términos de aplicación a la realidad global, concepción del
desarrollo, e incorporación de un análisis de género. Como primer elemento se
destaca que la agenda se conforma por 17 Objetivos para el Desarrollo
Sostenible (ODS) que fueron resultado de un proceso de diálogo y negociación
entre gobiernos, agencias de cooperación, sociedad civil, y que representan retos
compartidos por todos los países (Bidegain & Rodríguez, 2016).
El segundo elemento de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible
consiste en la visión holística del desarrollo, cuya noción va más allá de la
economicista e incluye las dimensiones social, política y sustentable (Koehler,
2016). Esto fue posible en gran parte por el enfoque de derechos humanos
incorporado a la agenda basado en la Declaración Universal de Derechos
Humanos (1948) y los tratados internacionales en la materia, que se plasma en el
lema central de la agenda: “no dejar a nadie atrás” (Razavi, 2016).
Relacionado con lo anterior, otro elemento de gran importancia en la
Agenda 2030 es la incorporación de un análisis de género que se materializó en
el ODS5 “lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y las
niñas” (Naciones Unidas, 2015). El asunto de la igualdad de género fue sujeto a
consulta de organizaciones feministas, grupos académicos y agencias de
Naciones Unidas, y la decisión de establecer un objetivo específico para ello se
debe a tres motivos:
1. La desigualdad basada en el género ocurre en todas las sociedades.
2. La igualdad de género tiene implicaciones en el logro del desarrollo
humano.
3. Dedicar un objetivo específico es una forma de incidir para que los
gobiernos actúen y presenten avances en esta materia (Razavi, 2016).

7
Los retos para los países en materia de derechos de las mujeres se
plasman en las metas del ODS5. En estas se plantea eliminar la discriminación
que sufren mujeres y niñas en los ámbitos públicos y privados; así como toda
forma de violencia incluida la trata y explotación sexual; el matrimonio infantil
forzado; y la mutilación genital femenina. Se señala que para la igualdad es
imprescindible el reconocimiento y valoración del trabajo doméstico no
remunerado y la corresponsabilidad en el hogar y la familia. En el ámbito público
se busca erradicar los obstáculos para que las mujeres participen en igualdad de
condiciones en el plano político, económico y social (Naciones Unidas, 2015).
Lo trascendental de la Agenda 2030 respecto a los derechos de las mujeres
se refiere a la transversalidad de la perspectiva de género en todos los ODS. Con
la transversalidad de la perspectiva de género en la agenda se reconoce la
relación estrecha entre los derechos de las mujeres y las dimensiones económica,
política y sustentable del desarrollo, así como los efectos diferenciados de cada
objetivo en mujeres y hombres (Bidegain & Rodríguez, 2016). Esto llevó a que la
igualdad de género fuese un principio transversal presente en cada uno de los
ODS, las metas, medios de implementación e indicadores de la Agenda 2030.
La crítica feminista a la Agenda 2030 radica en que, si bien el ODS5 y la
transversalización de la perspectiva de género en todos los ODS constituyen un
avance importante en temas de derechos de las mujeres, la igualdad de género no
será posible en tanto no se cambie el paradigma de desarrollo (Koehler, 2016). La
crítica se centra en que el patrón de desarrollo actual basado en la lógica del
modelo capitalista es uno que produce y reproduce relaciones de género
desiguales (Bidegain & Rodríguez, 2016).

Conclusiones
A pesar de los avances logrados en la condición de las mujeres en cuanto a su
acceso a educación, participación política, inserción económica y ejercicio de sus
derechos sexuales y reproductivos, continúan en una posición de desigualdad,
discriminación y violencia en todo el mundo. En atención a ello, lograr la igualdad
de género se incorporó como un objetivo específico en la Agenda 2030 para el
Desarrollo Sostenible, que representa la actual agenda internacional de desarrollo.
No obstante, el desarrollo se trata de una concepción utópica basada en un
sistema económico que produce y reproduce desigualdades.
En este trabajo se presentaron las propuestas de la economía feminista que surgió
como crítica a la condición de la mujer en los postulados del modelo de desarrollo
imperante, y que fueron la base de los enfoques feministas sobre las políticas de
desarrollo. La contribución desde la economía feminista al desarrollo fue
considerar a las mujeres, no solo sujetos pasivos, sino como agentes de cambio.
No obstante, esta agencia no será capaz de ejercerse en tanto no se cambie el
sistema económico basado en el sistema capitalista y patriarcal que mantienen a
las mujeres subordinadas, oprimidas y desiguales frente a los hombres.

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