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Por una economía al servicio de las personas

Principios para una economía justa:


Desarrollo, economía feminista, finanzas y economía social y solidaria

MÓDULO Nº 3
Economía feminista: la apuesta por la sostenibilidad de la vida

Tema 1: Elementos fundamentales en las miradas


feministas a la economía
Tutora: ASTRID AGENJO CALDERÓN
Principios para una economía justa: Por una economía al servicio de las personas. Desarrollo, economía feminista, finanzas y
economía social y solidaria

Módulo 3

TEMA 1: Elementos fundamentales en las


miradas feministas a la economía1

1. Introducción y antecedentes

En este primer tema vamos a abordar de forma sintética algunos de los


aspectos centrales de los enfoques feministas de la economía. “Enfoques”, en
plural, porque lo que denominamos como Economía Feminista (EF) no es un
cuerpo único de ideas sino, más bien, un “abanico de posicionamientos”
(Carrasco, 2014) que buscan cuestionar los aspectos centrales que imperan en
la disciplina, introduciendo el género como una categoría fundamental de
análisis y atendiendo a las dimensiones económicas de la desigualdad entre
mujeres y hombres.

Es, por tanto, una rama de pensamiento económico heterodoxa o crítica


(porque rompe con la economía neoclásica ortodoxa) pero caracterizada por
una gran diversidad de puntos de partida: por un lado, las (y los) economistas
que han incorporado las preocupaciones por la desigualdad de género
provenían de diversas escuelas económicas: marxismo, keynesianismo,
institucionalismo… Por otro lado, las feministas que se han preguntado por la
economía venían de diversos feminismos: liberal, radical, marxista,
ecofeminismo…Esta diversidad, lejos de ser señal de debilidad, otorga una
gran riqueza y versatilidad a los debates ya que permite entrar en diálogo con
otras perspectivas y aprender a mirar desde otros puntos de vista.

En este primer tema no nos vamos a centrar en la multiplicidad de enfoques


sino en los elementos comunes a todos ellos y que van definiendo un corpus
teórico propio- Subrayamos aquí TRES ASPECTOS CLAVE sobre los que
pivotan todas las perspectivas que integran la EF, y que a su vez son los
movimientos estratégicos fundamentales para revertir los sesgos de los que
adolecen nuestras miradas habituales al sistema económico.

1) En primer lugar se pretende subrayar los límites de lo que


precisamente se entiende por "economía".

1
Estos materiales están basados en las sesiones didácticas impartidas por Amaia Pérez Orozco para
FLACSO-Ecuador y en el curso de Economía Feminista impartido por Astrid Agenjo para el Postgrado
CIDES_UMSA de la Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia).

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Se entiende que la noción dominante de economía está basada en un


consenso social en torno a qué parte de la realidad se quiere mirar (y cuál no),
desde dónde se mira (con qué “gafas”) y cómo se interpreta (en función de qué
intereses). Abordar este cuestionamiento implica, por un lado, analizar el
componente social, político e histórico que existe en la construcción del
conocimiento, y por otro, hacer un repaso a la evolución histórica del
pensamiento económico y el núcleo de presupuestos básicos no-demostrables
que se encuentran detrás de la delimitación de la economía como ciencia y de
la definición de sus categorías y relaciones teóricas básicas. El primer objetivo
será descubrir, para cuestionarla, la ideología no consciente pero asumida que
se encuentra tanto en la determinación de las categorías de análisis y de las
principales relaciones establecidas entre ellas –en base a la teoría neoclásica
dominante -, como en la misma definición del objeto de estudio de la economía
y, por ende, de los problemas considerados como “económicos”.

2) En segundo lugar, se analiza el papel de las relaciones de género en la


economía.

No se trata de añadir una variable más que nos permita obtener datos
desagregados por sexo, sino de cuestionar el análisis en su conjunto utilizando
el género como categoría central. La visión convencional niega el significado
económico de las relaciones de género, bien porque se considera que la
economía es un terreno libre de relaciones de poder (tal y como plantea la
economía ortodoxa: perspectiva neoclásica/neoliberal), bien porque se piensa
que las relaciones sociales relevantes son sólo las de clase (economía
heterodoxa: perspectiva neo-marxista). La EF introduce el género como una
categoría fundamental de análisis económico y analiza las dimensiones
económicas de la desigualdad entre mujeres y hombres.

3) En tercer lugar, se plantea el compromiso feminista que la propia teoría


tiene con la transformación de las desigualdades, con una forma
distintiva de organizar de facto el sistema económico.

La economía feminista hace una apuesta no sólo por conocer más y mejor,
sino, sobre todo, por crear un conocimiento que sea liberador para las mujeres,
y para el conjunto social.

En este tema abordaremos tales elementos en profundidad, pero antes será


necesario realizar un BREVE RECORRIDO POR LOS ANTECEDENTES de
esta corriente de pensamiento que, como veremos, está continuamente a
caballo entre las reivindicaciones del movimiento feminista y las formulaciones
teóricas de la academia:

La EF como escuela de pensamiento es bastante joven, ya que surge como tal


en la década de los ’90 del siglo XX. Si bien, los análisis feministas sobre la
economía existían desde mucho antes. Por exponer un breve recorrido,

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seguiremos la genealogía occidental del feminismo en base a las Grandes


Olas2:

Durante la denominada Primera Ola del Feminismo (que remite al contexto de


la Ilustración y a la tradición política liberal), y frente a los pensadores clásicos
que estudiaremos en siguientes apartados, los debates feministas giraban en
torno al derecho al empleo de las mujeres y las desigualdades salariales de la
mano de autoras como Barbara L. Bodichon, Charlotte Perkins, Harriet Taylor.
En estos años también surgen los debates en torno a los nuevos valores de la
maternidad y las políticas familiares. Recordemos que en esta época se
produce una transferencia hacia las mujeres de la carga del cuidado del hogar
a partir de una operación política de enorme alcance:

• En primer lugar, a partir de la construcción teórica, social y política del


hogar como espacio exclusivamente de consumo: anteriormente, en las
sociedades preindustriales, la familia era una unidad productiva
fundamental, y en ella, las distinciones en el trabajo de mujeres y
hombres no respondían a los patrones actuales: no existía la idea de
que las mujeres no tuvieran que trabajar fuera del hogar, si bien, tenían
que hacerlo dentro de la jerarquía familiar, en un espacio tutelado y en
condiciones de moralidad. Con el avance de la industrialización, estas
funciones productivas se trasladaron al mercado, y la familia quedó
como un espacio para los cuidados. En su interior, las madres fueron
llamadas a asumir personalmente estas tareas, ya que anteriormente -y
al contrario de lo que pueda pensarse- las nociones en torno a la
maternidad y el cuidado eran distintas: en los estamentos aristocráticos,
estas tareas eran realizadas fundamentalmente por el servicio doméstico
(nodrizas, institutrices, etc.), y en el caso de los sectores populares, al
tener trabajos que les impedían ocuparse de la crianza de los hijos/as,
ésta se “externalizaba” a instituciones comunales, a parientes o a la
vecindad. Con la transición a la sociedad industrial, se van diluyendo
estas posibilidades, de forma que son las mujeres quienes van
asumiendo en exclusiva el cuidado de la familia.

• En segundo lugar, y al tiempo que el proceso de industrialización


vaciaba a las familias de sus funciones productivas, se generaliza el
modelo de familia del “hombre como ganador de pan/mujer ama de

2
El paradigma de las olas del feminismo es ampliamente utilizado en el conjunto de las Ciencias
Sociales. Según este paradigma, la primera ola suele identificarse con los movimientos de finales del
siglo XIX y principios del XX; la segunda con el resurgimiento del feminismo a partir de los años 60; la
tercera desde finales de los años 80 y principios de los 90; y la cuarta ola, desde los inicios del nuevo
milenio. No obstante, no todas las teóricas feministas comparten esta periodización. Adicionalmente,
como plantea Medina (2016) dicho paradigma es objeto de críticas desde los feminismos descoloniales,
puesto que consideran que este hace referencia fundamentalmente a una genealogía occidental y, por
tanto, a una construcción eurocéntrica del feminismo como epistemología vinculada al pensamiento
ilustrado, liberal e igualitarista.

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casa”3. Con ello, se produce un cambio radical en la división sexual del


trabajo y en la construcción de las identidades de género (aspectos que
trataremos más adelante). En la extensión de esta idea de domesticidad
de las mujeres coincidieron todo un espectro de corrientes ideológicas:
los economistas liberales, el incipiente catolicismo social, o los propios
teóricos higienistas. Comienza así una etapa en la que se crean
escuelas para madres, manuales de economía doméstica, y toda una
literatura de carácter moral y pedagógico en torno al “ángel del hogar”,
en la que se demanda a las mujeres dos cualidades fundamentales:
amor y sacrificio.

• En tercer lugar, la exclusión de la ciudadanía y el subsiguiente acceso a


una ciudadanía tardía e inacabada por parte de las mujeres (de ahí las
reivindicaciones de las sufragistas). Bajo esta nueva fórmula, las
mujeres se harían cargo del cuidado de criaturas, personas ancianas y/o
enfermas y también de los varones adultos para que estos pudieran
ofertar su trabajo en buenas condiciones en el mercado de trabajo,
aspecto clave para comprender el funcionamiento de los mercados de
trabajo contemporáneos ya que esos varones "liberados" de su cuidado
y del cuidado de otros, demostraban tener una disponibilidad y movilidad
que se convirtió en "norma" de lo que se consideraba y aún considera
trabajo. La domesticidad se convirtió en una estrategia política, el trabajo
doméstico dejó de ser denominado trabajo y los procesos de la vida
humana se hicieron económica y políticamente invisibles (Carbonell,
Gálvez y Rodríguez 2014). De hecho, a partir de la segunda década del
siglo XX, las “amas de casa” pasaron a ser consideradas como
“inactivas” o “improductivas” por las estadísticas y los análisis
económicos, contribuyendo así a la desvalorización social de su trabajo
y a su invisibilidad.

Al interior del movimiento feminista, en esta etapa se abre todo un terreno de


debate en torno al nuevo valor de la maternidad y las políticas familiares. Por
un lado, había quienes reivindicaban la maternidad como trabajo y, por tanto, el
derecho a la “huelga de vientres”, (control de la natalidad, uso de métodos
anticonceptivos, derecho al aborto y otras técnicas de higiene y práctica
sexual); por otro, las posturas maternalistas defendían la maternidad en tanto
que entrega y utilidad social. Estas distintas concepciones van a estar
presentes en la base de las primeras reivindicaciones del salario para las amas
de casa de finales del siglo XIX: unas, con el objetivo de garantizar la libre
maternidad y el reconocimiento de su valor social, y otras, como protección
para los hijos/as. En cualquier caso, y aunque no planteaban un cambio en el
modelo de división sexual del trabajo familiar y mucho menos la

3
Si bien, dicho modelo respondería más bien al contexto burgués, porque la reconstrucción de las tasas
de actividad femeninas del siglo XIX está sacando a la luz el hecho de que las mujeres de las clases
obreras trabajaban en el mercado prácticamente al mismo nivel que los hombres.

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corresponsabilidad de los hombres en los cuidados, dichas reivindicaciones


trataban de reconocer el valor social del trabajo familiar.

En la Segunda Ola del Feminismo4 se producen cambios históricos en los


roles de las mujeres en los países industrializados: la especialización "natural"–
y/o divina- en el trabajo doméstico y de cuidados se cuestiona políticamente y
comienza a ser objeto de análisis científico, ya que en paralelo se produce la
irrupción de la teoría feminista en las Ciencias Sociales.

A medida que fue avanzando la electrificación, la producción en masa de


enseres domésticos y su mecanización, cabía esperar una reducción de las
largas jornadas de las nuevas amas de casa de las sociedades industriales y
postindustriales, pero no fue así, al menos hasta la década de los sesenta y
setenta del siglo XX, cuando mercado y Estado comenzaron a absorber parte
de estas tareas. Esto hacía más relevante que nunca el papel mediador del
hogar entre estas esferas, y así comenzaba a contemplarse en las nuevas
reivindicaciones feministas: el objetivo era tratar de “descubrir” y visibilizar las
tareas realizadas por las mujeres en el ámbito doméstico, haciendo hincapié en
su importancia para la provisión de bienestar y para el funcionamiento del
sistema económico en su conjunto. Por ello, en lo que se ha denominado como
el “Debate sobre el trabajo doméstico”, las aportaciones fueron más allá de las
discusiones sobre el salario y el trabajo. Este debate de tradición marxista, de
la mano de autoras como Benston, Morton, o Himmelweit, analiza el trabajo
realizado por las mujeres en los hogares con el fin de determinar la base
material de la opresión femenina y proponer vías políticas de emancipación:
comienza a cuestionarse la insuficiencia de las políticas de protección social
del Estado de Bienestar (en las que las mujeres quedaban protegidas en tanto
que esposas, madres o hijas de los cabezas de familia); se plantean nuevas
nociones en torno a las implicaciones subjetivas del trabajo doméstico,
incluyendo la afectividad y la sexualidad; comienzan a cobrar fuerza las
reflexiones en torno al “tiempo necesario” para llevarlo a cabo (consolidándose
la utilización de las encuestas de usos del tiempo); se comienza a exigir a los
estados la contabilización de la producción realizada desde los hogares y su
reflejo en las cuentas nacionales5; se introducen nuevas ideas en torno a la
noción de reproducción social, etc. Carrasco et. al. (2011)

4
Este periodo ocuparía desde la finalización de la Segunda Mundial hasta la década de los 60 y 70 del
siglo XX. Suel realizarse una clasificación entre el feminismo liberal, radical y socialista —como
feminismos igualitaristas— de un lado, y el feminismo cultural, posmoderno y de la diferencia “dentro
de la diferencia” —como feminismos de la diferencia—, de otro (Beltrán y Maquieira, 2001). Si bien.
algunas autoras consideran que esa clasificación no reconoce las reformulaciones conceptuales y
epistemológicas realizadas desde los feminismos poscoloniales y descoloniales (como el feminismo
negro, chicano, lesbiano o de las “mujeres de color”) y que ya trascendían el debate entre el feminismo
de la igualdad y el feminismo de la diferencia a finales de los años setenta (Medina, 2016).

5
La Campaña Internacional un “Salario para el Trabajo del Hogar y todo el Trabajo sin Sueldo”, fundada
en 1972, fue pionera al proponer en la I Conferencia Internacional de la Mujer de Naciones Unidas

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En este sentido, la inclusión del enfoque de género en las Ciencias Sociales


fue una herramienta clave. Siguiendo los clásicos análisis de Joan Scott (1988)
esta herramienta no solo viene a decir que lo masculino y lo femenino y las
relaciones de género son construcciones sociales e históricas, sino que han
supuesto y suponen un perjuicio y discriminación para las mujeres, y que por
tanto, es necesario transformar los paradigmas científicos para avanzar hacia
una sociedad igualitaria.

Durante la Tercera Ola del Feminismo6 que caracteriza los últimos treinta
años, se ha producido el desarrollo de la economía feminista como línea de
investigación propia y como cuerpo teórico específico. El nombre concreto de
“economía feminista” surgió a principios de los 90 y recibió un espaldarazo con
la creación de la Asociación Internacional de Economía Feminista (IAFFE)7. Se
inicia con fuerza la crítica metodológica y conceptual a las tradiciones
existentes pero, más que incluir a las mujeres en el marco de supuestos y
axiomas legitimados en la disciplina, se pretende desafiar el orden social
existente. Esta importante contestación teórica hay que entenderla también en
el marco de un conjunto de fenómenos económicos, culturales y sociales que
se han retroalimentado mutuamente en las cuatro últimas décadas en los
países occidentales. Entre ellos cabría destacar: la incorporación masiva de las
mujeres al mercado de trabajo; los efectos en la legislación y las políticas
públicas de las reivindicaciones y el pensamiento feminista; el mantenimiento
de las desigualdades de género en ausencia de corresponsabilidad de los
hombres; los nuevos modelos de familia y la disminución de la tasa de
fecundidad; el aumento de la esperanza de vida y el envejecimiento de la
población en los países desarrollados; la naturaleza y dirección de los
movimientos migratorios; la falta de sostenibilidad de los estados de bienestar
como consecuencia de la desigualdad de rentas y la caída de la masa salarial
como porcentaje del PIB, agravada por los cambios demográficos
anteriormente expuestos; así como del triunfo -¿imposición?- de las políticas
neoliberales y las políticas económicas deflacionistas que han llevado a la
población a un proceso de “neo-mercantilización” e individualización del riesgo
(Gálvez et. al., 2016).

(1975), que la comunidad internacional reconociera el trabajo no remunerado de cada país en


cuentas satélite. Este objetivo se logró en 1995 en la IV Conferencia en Pekín, aunque en la
actualidad continua siendo una promesa incumplida.

6
La Tercera Ola implicó el comienzo de una reformulación paradigmática a través del
feminismo posmoderno, la teoría de los géneros, los feminismos poscoloniales, el feminismo
lesbiano, nómada o la teoría queer, etc.

7
En el Estado español, desde el año 2000 hay un área de EF en las Jornadas de Economía
Crítica, y desde 2006 se celebra cada dos años un congreso de economía feminista. EL
próximo tendrá lugar en 2017.

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Algunos de los temas fundamentales que se abordan (y que esbozaremos


brevemente a lo largo de este módulo) son los siguientes:

1. El "sesgo androcéntrico" del pensamiento económico.

2. El trabajo doméstico y de cuidados (concepto, medición y valoración)


y diversos aspectos de la participación y discriminación de las mujeres
en el mercado laboral.

3. La "falsa neutralidad " de las políticas económicas y sus efectos


diferenciados, así como la invisibilidad de las mujeres en la
macroeconomía y la crítica y nuevas propuestas a las estadísticas, la
contabilidad nacional y los presupuestos.

4. El desarrollo de nuevos enfoques que permitan analizar a la sociedad


en su globalidad.

De este listado, que no pretende ser exhaustivo, se desprenden una


multiplicidad de interesantes debates. Si bien, como decíamos antes, es
posible extraer ciertos elementos comunes a las diferentes vertientes.
Retomamos ahora los TRES ASPECTOS CLAVE sobre los que pivotan las
diferentes perspectivas que integran la EF y que nos servirán para estructurar
los próximos apartados del tema.

1. Cuestionar y ampliar la noción de economía

2. Incorporando las relaciones de género en la economía

3. EF como propuesta de transformación económica y social

1.1. Cuestionar y ampliar la noción de economía

Hoy día hemos aceptado socialmente una determinada forma de ver y


comprender la economía (como actividad y rama de pensamiento que la
estudia) asociándola únicamente a lo que ocurre en el espacio mercantil-
monetario, y no solemos cuestionarnos de dónde procede esa forma de
comprenderla o de estudiarla, ni qué otros espacios estamos dejando de mirar.

Ese es uno de los primeros objetivos de la EF comprender que esta idea de


“economía” no ha existido siempre, ni es incuestionable, sino que se trata de
una construcción social y, por tanto, es reflejo de las relaciones de poder
imperantes en un espacio y momento concretos. En última instancia, se
entiende que la construcción de lo que se entiende por economía es un
proceso político plagado de sesgos y cargas valorativas, el cual se encuentra
atado a una concepción histórica eurocéntrica y androcéntrica de la economía,

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a partir de las circunstancias de un espacio concreto (los países


industrializados) y un sujeto particular (blanco, burgués, varón, adulto y
heterosexual) que se han pensado a sí mismos como el centro del saber.

Ello ha contribuido también a un progresivo proceso de reducción del objeto de


estudio de la economía al espacio estrictamente mercantil-masculinizado, lo
cual tiene claras implicaciones sobre la invisibilización de las mujeres como
sujetos y como objetos de estudio. Abordaremos brevemente este recorrido y
las connotaciones de género implícitas:

(1) Breve recorrido histórico sobre la idea de economía

El término “economía” etimológicamente, proviene del griego oikonomia,


palabra compuesta procedente del sustantivo oikos y del verbo nemo. Mientras
que la traducción de este segundo término no presenta mayores problemas —
nemo significa distribuir, administrar—, el primero –oikos- no tiene equivalente
en castellano, aunque en su acepción general, haría referencia al conjunto de
casa, familia y propiedades, que constituye la comunidad social básica en el
mundo griego, y la que permite cubrir tanto las necesidades de alimento y
vivienda como las de reproducción (Mirón, 2004). Así, la oikonomia haría
referencia al mantenimiento, mejora y aumento del oikos, la buena
administración de la hacienda que era donde se producía no solo lo necesario
para la supervivencia cotidiana, sino incluso el adiestramiento militar y los
excedentes con que se pagaba la participación en la vida pública (Durán,
2000). Teniendo en cuenta este origen del término “economía” podríamos
pensar que la disciplina debiera incluir toda la producción que se realiza en los
hogares al margen del mercado, pero nada más lejos de la realidad, tal y como
muestra la propia evolución del pensamiento económico.

La metodología de la economía se inicia formalmente con las manifestaciones


escolásticas en los siglos XI al XV (Santo Tomás de Aquino), y continúa con el
Mercantilismo en los siglos XVI al XVIII y con la Fisiocracia del siglo XVIII. Si
bien, los considerados primeros escritos económicos propiamente dichos
nacerían con los autores de la denominada ECONOMÍA POLÍTICA CLÁSICA,
con una base fundamental en la ética y la historia y referencias permanentes al
entorno institucional, en un contexto concreto marcado por la Revolución
Industrial y la transición al denominado capitalismo liberal como orden social
dominante. En 1776 la publicación de Adam Smith “La Investigación sobre la
Naturaleza y las Causas de la Riqueza de las Naciones” analiza por primera
vez los problemas del valor, la distribución, el progreso económico, el comercio
internacional, las finanzas públicas y la política económica. Adam Smith
condensó estos elementos para discutirlos y analizarlos dentro de un cuerpo de
pensamiento interdependiente y sistemático. Esto permitió a la economía
política clásica integrar antiguas intuiciones “en un cuerpo doctrinal coherente y
con aproximación científica”. Al amparo de Newton, el orden económico quiso
ser explicado como algo análogo al universo físico, esto es, sometido a unas
leyes de comportamiento que, aunque no estén controladas por las personas,
podrían y deberían ser conocidas por ellas. De aquí, que el crecimiento a largo

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plazo de la economía constituyera su preocupación central, y que el mercado


de competencia cumpliera el papel de mecanismo natural de regulación, que
bajo ninguna circunstancia debía ser intervenido exógenamente.

Si bien, los autores clásicos (Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill, Karl
Marx…) aun mantenían una mirada amplia que abarcaba el “estudio de las
leyes sociales que gobiernan la producción y la distribución de los medios
materiales para satisfacer las necesidades humanas” (Barbé 1996: 18). De ahí
hay que extraer varios elementos:

- El reconocimiento de la importancia de las necesidades como el eje central


de lo que definía la economía. Esto estaba muy ligado a la idea de
necesidades materiales (alimentarse, vestirse, tener un techo, etc.).
- El reconocimiento del conflicto social: la economía se entendía como un
proceso social y, por lo tanto, político, de establecimiento de mecanismos
para regular el proceso de satisfacción de necesidades y de generación de
valor.
- El reconocimiento de un nexo sistémico entre los subsistemas de
producción (de bienes) y de reproducción social. “Según la teoría
materialista, el móvil esencial y decisivo al cual obedece la humanidad en la
historia es la producción y reproducción de la vida inmediata. A su vez,
éstas son de dos clases. Por una lado, la producción de los medios de
existir; de todo lo que sirve para alimento, vestido, domicilio y los utensilios
que para ello se necesitan; y por otro, la producción del hombre mismo, la
propagación de la especie.” (Engels, 1884: 12)

Cabría pensar, por tanto, que esta idea de economía permitía entender el
proceso de reproducción de las personas y, por tanto, atender al trabajo
doméstico y de cuidados, pero los economistas clásicos no lo hicieron. Para
Adam Smith, por ejemplo, el trabajo doméstico sí existía, pero consideraba que
era invariable y anacrónico, es decir, que dejaría de existir con el avance del
capitalismo, por lo que no merecía la pena estudiarlo ni fijarse en él. Para Marx,
también existía, pero como estaba fuera de la relación capitalista, no merecía
tampoco atención y podía dejarse al instinto de conservación de las familias.
Es decir, el ámbito de fuera del mercado sí se ve, pero no se considera
económico, ni merecedor de atención, ni lo que ocurre ahí es trabajo… El
ámbito de fuera de la economía es importante, pero no es economía, y ni
siquiera debe regirse por leyes políticas. El ámbito de la producción se rige por
el conflicto social que requiere mediación de fuerzas políticas, pero el ámbito
de la reproducción se rige por la moral, entendiéndose que él no hay conflicto,
sino armonía familiar.

A mediados del siglo XIX, y como reacción a la escuela clásica, surge la


escuela marginalista, la cual introduce un lenguaje formalizado, que llevó a la
asimilación de la matemática en la economía y que fue esencial para su
transformación en “ciencia”. Los principios fundamentales de esta escuela
fueron enunciados en torno a 1870, casi simultáneamente, por tres
economistas: William Jevons en Inglaterra, Carl Menger en Austria y Léon

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Walras en Suiza. La escuela marginalista tiene como centro de atención la


asignación eficiente de recursos a través del mercado (microeconomía), en un
afán de análisis científico, en la búsqueda de la belleza formal de las ciencias
naturales, optando por simplificar los supuestos, por matematizar los
comportamientos, tanto sociales como individuales, y negar la raíz social y
moral de su origen. La escuela marginalista a muy grandes rasgos, derivó en la
ECONOMÍA NEOCLÁSICA, que es generalmente percibida como formando el
centro ideológico o teórico de la economía moderna (ortodoxa, dominante o
mainstream) y la que hoy sustenta la doctrina de corte neoliberal. Algunos
aspectos a destacar:

• Desplazamiento del objeto de estudio desde la producción al mercado:


funcionamiento del sistema de mercado y su papel para asignar los
recursos “escasos” en relación con necesidades ilimitadas.
• Estudio del comportamiento de los agentes económicos (homo
economicus) –consumidores y productores-: elecciones racionales
persiguiendo su propio interés basándose en un conjunto de gustos y
preferencias predeterminadas, ajenas al ámbito social, económico,
político o cultural, y en las que no incidiría ninguno de los innumerables
factores que inevitablemente condicionan severamente al individuo en la
vida real.
• Se reemplazan las ideas basadas en las necesidades de subsistencia,
las condiciones de reproducción, los costes de la fuerza de trabajo y la
doctrina del fondo de salarios, por la teoría de la utilidad y la
productividad marginal (Picchio 1992).
• Se acabará de legitimar la separación de espacios entre lo público
económico (mercado) y lo privado no económico;
• El trabajo familiar doméstico, al no ser objeto de intercambio mercantil,
será definitivamente marginado e invisibilizado. El trabajo pasará a ser
sencillamente un “factor de producción”, el recurso humano que
interviene en la producción de mercado

(2) La economía es necesariamente política y situada

El pensamiento económico dominante se va volcando así en los instrumentos


matemáticos en un afán de contabilización, pero huérfano de finalidad y de
sentido. Un pensamiento, además, que -con el remunerador apoyo del poder
económico, al que constitutivamente contribuye a legitimar- se autoconfiere
categoría científica, posicionándose como una disciplina manifiestamente
superior y dominante a las restantes ciencias sociales, a las que cada vez más
coloniza” (García de la Cruz y Moreno, 2014: 4). El resultado ha sido que, bajo
este supuesto conocimiento científico, se hacen ofertas de ingeniería social que
niegan el protagonismo de la gente sobre las decisiones que afectan a su vida
particular y al futuro de la sociedad.

Esta forma de comprender la economía se asienta realmente en una


determinada concepción ética que contribuye a totalizar la economía mercantil

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capitalista como la única economía realmente existente y posible, ayudando


con ello a invisibilizar pensamientos y prácticas socioeconómicas no
mercantiles y no capitalistas (Vargas, 2009). En suma, una visión sesgada y
reduccionista que ha llegado hasta nuestros días bajo los principios de
universalidad, neutralidad y objetividad, instalando en el imaginario social no
solo la idea de que en todos los tiempos y lugares “la economía” ha existido
como una esfera separable de la sociedad, de la ética, del ambiente natural y
de la política (Vargas, 2009), sino también como una nueva forma de dar
explicación del comportamiento individual y de la misma evolución social,
según la lógica que estaba implantando el capitalismo (Molero, 2008). Se va
conformando así una disciplina económica presuntamente aséptica y carente
de criterios éticos, que ensalza el valor del método científico considerando que
una correcta aplicación una lectura adecuada de los datos obtenidos, permite
llegar a descubrir “la verdad” económica, que es universal, objetiva, e
independiente de los intereses de quien la observa.

Desde los feminismos se señala, por el contrario, que el conocimiento siempre


ocurre en un determinado contexto social y está influido por ese contexto. Está
también influido por la posición que ocupa cada persona: es decir, si yo hablo
de economía, eso está marcado por quién soy yo (mujer blanca, joven,
europea...), es decir, “lo personal es político y lo político es económico” (Pujol,
1995: 111).

“[...] todo conocimiento humano está situado; toda visión del mundo está
inevitablemente conformada por las experiencias y vidas humanas de
sus productores [...] el carácter situado de todo conocimiento económico
contradice la afirmación común de que las visiones económicas pueden
construirse independientemente de las circunstancias de la vida de los
productores principales.” (Strassmann y Polanyi, 1995: 129)

Esto influye a lo largo de todo el proceso científico, señalamos aquí algunos


especialmente importantes:

- Influye al definir los problemas que vamos a estudiar. Como dice


Harding “no existe algo parecido a un problema sin una persona (o un grupo
de personas) que tienen ese problema: un problema es siempre un
problema para una persona o para otra” (1987: 6). Por eso, cuando la
economía la hacían casi solo los hombres, las discriminaciones laborales no
eran un problema que la economía tuviera que explicar y resolver. Ahora
que hay más mujeres, esto se convierte en un problema. Y, por ejemplo, se
comienza a hablar del techo de cristal; ¿habéis oído esa expresión?
Probablemente sí. Se refiere a una barrera invisible que impide que las
mujeres accedan a puestos jerárquicos de un cierto nivel; no hay ninguna
ley, nada explícito que lo prohíba, pero, a partir de cierto rango, ya no hay
mujeres. Esto es un problema al que se ha dedicado bastante atención
desde los análisis de género de la economía. ¿Pero quién ha oído hablar
del “suelo pegajoso”? Esto se refiere a una serie de condicionantes que
hacen que la mayoría de las mujeres no pueda acceder a empleos que no

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sean los peor pagados, los más precarios y menos valorados; mujeres que
ni sueñan con el techo de cristal. El suelo pegajoso ha sido mucho menos
estudiado que el techo de cristal, probablemente, porque el principal
problema laboral de las economistas haya sido que no llegan a puestos
altos, y no que deben trabajar de servicio doméstico…aunque el nuevo
“precariado” está dando la vuelta a todo esto, tal y como veremos en el
tema 3.

- Influye sobre los criterios de valoración: Cuando nos preguntamos si la


economía va bien o va mal ¿qué concepto de lo que significa bien o mal
estamos usando? Normalmente, suponemos que está bien que la economía
crezca, o sea, que se expandan los mercados. Pero ¿eso es un concepto
objetivo? ¡En absoluto! Es un concepto político: se basa en la idea de que
es bueno poner en marcha los flujos de valorización del capital. Si crece el
Producto Interior Bruto (PIB), o la renta per cápita, significa que hay más
movimiento en los mercados, o que hay más capacidad de consumo… pero
no significa nada más, ni nada menos. Simplemente, tomamos la opción
política de suponer que eso es positivo. Y dejamos de lado todos los
procesos que se dan fuera del mercado (lo que no entra en el PIB), la
distribución de esa masa monetaria (la renta per cápita es una media, pero
no refleja cómo se distribuye), el deterioro medioambiental que puede estar
alimentando ese crecimiento del PIB… Si, en lugar de pensar que la
economía va bien porque crece el PIB hablamos de sostenibilidad de la
vida, tendríamos que empezar por definir qué es una vida que merezca la
pena ser vivida. ¿Cierto que esto parece más subjetivo? Pues no es ni más
ni menos subjetivo que la idea de crecimiento del PIB. De hecho, no es
subjetivo, es político, requiere que haya un debate democrático sobre para
qué queremos que funcione la economía, antes de poder decir si va bien o
va mal. La idea de sostenibilidad de la vida no es nada si no discutimos qué
queremos que sea, en tanto que objetivo prioritario para la sociedad. Por lo
tanto, los criterios más básicos de valoración del funcionamiento de la
economía son políticos.

- Cómo se aceptan las teorías y las explicaciones: Los sesgos también


marcan el conocimiento que se considera o no adecuado, la forma en que
se aceptan las explicaciones y políticas económicas. A lo largo de la historia
del pensamiento económico, ha habido muchas y muchos economistas que
han criticado la desigualdad entre mujeres y hombres. Sin embargo, sus
análisis y teorías se desecharon. ¿Creéis que esto fue porque eran malas
teorías?, ¿o porque eran teorías que cuestionaban el orden establecido?
Por ejemplo, John Stuart Mill ha pasado a la historia como uno de los
grandes economistas clásicos… (por escribir los Principios de economía
política, 1848) pero nunca se habla de las obras que escribió criticando la
desigualdad de mujeres y hombres (La sujeción de la mujer, 1869). ¿Todos
sus análisis económicos eran buenos excepto los que trataban ese tema o
han funcionado otros mecanismos para ocultar esos aportes? Como dice
Longino: “decir que una teoría o una hipótesis fue aceptada en base a
métodos objetivos no nos permite decir que es verdadera, sino, más bien,

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que refleja el consenso, críticamente logrado, de la comunidad científica”


(1990: 79). May va más allá para afirmar que: “La hegemonía de la
economía ortodoxa es más bien el resultado de la utilidad de la economía
en la racionalización de una cierta distribución de la riqueza en la sociedad”
(1996: 78).

Todo conocimiento es político y refleja la realidad social en la que se


construye y el posicionamiento de quien habla, por eso es importante
explicitar desde dónde se habla y ser conscientes de la influencia que
esto tiene. Los sesgos siempre están, el problema es que la economía
ortodoxa (neoclásica, neoliberal) lo niega, y afirma que es simplemente
técnica.

Por tanto, quedémonos con la idea de que siempre que hagamos


economía, y aunque pretendamos ser muy técnicas/os y no meter
ninguna valoración personal, nunca podremos lograrlo del todo. Nuestra
forma de interpretar el mundo siempre tendrá un impacto en el mundo
que (re)construimos, siempre hay una implicación política. Y al analizar
el género en la economía, la apuesta es proponernos reducir las
desigualdades, no justificarlas, ni perpetuarlas.

(3) La crítica feminista al concepto dominante de Economía y Trabajo

El principio de “lo económico” que se va instaurando a lo largo de este


recorrido, termina por considerar la búsqueda del propio interés como único
paradigma de conducta humana, entendiendo las leyes de la acumulación
como motor de la evolución de la sociedad. Un paradigma que excluye la
pregunta sobre los fundamentos y sentidos de las teorías y prácticas
“económicas” que se realizan; que desvincula la ubicación epistémica
étnica/racial/de género/sexual del sujeto hablante; y que adopta una visión
dicotómica que fragmenta la vida socio-natural dejando fuera del ámbito
económico algunos aspectos esenciales para los procesos vitales.

Atendiendo a este último aspecto, en la ortodoxia actual se pierde toda noción


de la interrelación entre la producción y la reproducción. La economía deja de
ser un análisis de las relaciones sociales que determinan el valor, para pasar a
concentrarse en el mercado como un terreno impersonal donde el valor se
mide de forma perfecta y natural a través de los precios de mercado. Para
ellos, economía es “el estudio de la conducta humana como relación entre los
fines y los medios escasos que tienen aplicaciones alternativas” (Robbins:
1932: 212), considerándose escaso aquello que tiene precio. Por lo tanto, hasta
que algo no se paga, no es económico, no es importante. Este cambio tiene
unas implicaciones fundamentales:

- La economía ya no es producir valor ni satisfacer necesidades, sino que lo


económico viene definido por los movimientos de dinero. Economía y flujos

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monetarios vienen a ser lo mismo; economía es dinero y dinero es


economía, no hay más. Y trabajo es el que se paga, no hay otro. Trabajo es
aquello que haces sólo si te pagan por hacerlo, ya que el placer (la utilidad)
que te proporciona lo que puedes comprar con ese salario contrarresta el
malestar del propio trabajo (Jevons, 1871).

- La reproducción desaparece por completo; ya no importa cómo se


reproduce la clase obrera, sólo importa cuánta oferta y demanda de trabajo
hay.

- La economía deja de ser escenario de conflicto y de relaciones sociales y


pasa a ser escenario de interacción de las fuerzas impersonales de la oferta
y la demanda. La economía va dejando de ser social, y cada vez es más
técnica. Va dejando de ser el estudio del conflicto, para empezar a ser el
estudio del equilibrio general… por lo tanto, un terreno libre de luchas de
poder, un escenario perfecto para la ciencia pura.

- Y, por supuesto, si las relaciones de género no importaban antes cuando


las relaciones sociales eran importantes, mucho menos importan ahora. Se
va instalando una visión de la economía que deja fuera el ámbito principal
de actividad de las mujeres: el de la reproducción y el trabajo doméstico.
Las mujeres pasan a ser invisibles para la economía. No sólo economía y
mercado se entendieron como sinónimos, sino que el mercado se entendió
como el espacio de actividad de los hombres. La experiencia masculina se
convierte en la normal y los conceptos, las herramientas teóricas y
metodológicas se construyen para entenderla. Las mujeres no debían estar
ahí y, cuando estaban, su presencia se consideraba una anomalía.

En este proceso de reducción del objeto de estudio de la economía que


acabamos de relatar, hay dos cambios que nos interesan especialmente desde
un punto de vista feminista:

1) Por un lado, la instauración de los mercados capitalistas como epicentro


de toda la sociedad: será el proceso de valorización del capital el que rija
todas las estructuras e instituciones sociales, al igual que rige todos los
conceptos. Se impone así una idea de economía basada en un control y
dominio de los recursos naturales, y en una idea de que el hombre (y el
masculino no es casual) produce algo, crea algo, cuando, realmente, lo único
que hace es extraer recursos, transformarlos y generar residuos, usar energía
solar y degradarla. El hombre, el sistema capitalista, no crea nada, pero
necesita imaginar que crea para poder seguir confiando en la idea del
crecimiento ilimitado, que es otra de las bases ideológicas del sistema
económico en que vivimos. Se fomenta así un modelo extractivista,
medioambientalmente insostenible, y colonialista, basado en la violencia,
desposesión, apropiación y expolio de los países de la periferia.

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2) Por otro, la instauración de una división de espacios público y privado8,


asociada a un reparto de tareas entre mujeres y hombres, y a una construcción
sexuada de las identidades (las mujeres deben ser madres y esposas, cuidar a
su familia, ser altruistas en el hogar; mientras que los hombres deben
realizarse a través de su profesión y ser egoístas y competitivos en el
mercado). Se trata de una separación de espacios jerárquica que está en la
base misma del sistema patriarcal y que impone, a nivel marcosocial, la división
sexual del trabajo y, a nivel, micro, lo que se ha llamado la familia nuclear
tradicional como la familia normal.

- Al hablar de división sexual del trabajo nos estamos refiriendo a que el


trabajo no se reparte entre mujeres y hombres en base a negociaciones
individuales, no es una simple cuestión de que cada quien negociemos
mejor o peor en nuestro entorno inmediato (en casa, con nuestra familia,
en la empresa…), sino que hay estructuras colectivas que determinan el
lugar en que cada quien debemos estar. Existe un sistema. Y ese
sistema nos pone en sitios distintos según seamos mujeres u hombres
(o, mejor dicho, según se nos asigne socialmente uno u otro género). El
sexo se convierte en un eje clave de reparto del trabajo. Y ese reparto
no es igualitario, sino que a las mujeres se les adjudica el que tiene
menor valor social. Los trabajos de mujeres y hombres no son
complementarios, no son equivalentes en términos de valor social,
derechos, remuneración, etc. Sino que el que se asigna a las mujeres es
el más invisible. La forma concreta que toma la división sexual del
trabajo varía, pero su carácter inequitativo permanece. La división
hombres en el empleo / mujeres en el trabajo doméstico y a la vez en el
empleo es una de las formas que históricamente ha tomado la división
sexual del trabajo y es la primordial en las economías occidentales
actuales.

- Con el concepto de Familia nuclear tradicional nos referimos a un tipo


de familia conformado por un matrimonio heterosexual con hijos/as en la
que el hombre es el ganador del pan y la mujer es el ama de casa. Es la
familia “normal” en el sentido de que se piensa que es lo que debería
ser… pero no es la normal en el sentido de que la mayor parte de la

8
Lo público aquí se refiere a la esfera del estado y de los mercados. Lo privado es el ámbito del hogar.
Murillo ha señalado que el concepto de privacidad tiene dos acepciones diferentes. En un sentido
masculino, la idea de vida privada “tiene que ver con el recogimiento del varón en la vida familiar, pero
al margen de obligaciones y prestaciones públicas (1996: xvii), el hombre mira para sí, se atiende a sí
mismo. En cambio, en su acepción femenina aparece “un segundo tratamiento [que] se desarrolla en el
hogar, con la familia y las necesidades que ésta genere. Aquí se carece del sentido positivo de lo propio y
el sujeto se especializa en la cobertura de lo ajeno”. (1996: xvii). En adelante, al hablar de la escisión
público / privado referida al género, estaremos asumiendo esa segunda connotación de la privacidad, a
la que algunas autoras denominan “domesticidad” para evitar otorgarle esas connotaciones positivas
que son un “mito” en el caso de las mujeres (ver por ejemplo, Murillo, 1996; Feminismo y Cambio Social,
2001).

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población haya vivido nunca en ese tipo de familia. Por ejemplo, las
mujeres de clase obrera siempre han trabajado, y el trabajo de cuidado
de la familia no lo han organizado nunca solas cada una en su casa,
sino a través de redes de mujeres. Pero, como decíamos, sus
experiencias se consideraban anormales y por eso no se construyó una
teoría para explicarlas. De hecho, las mujeres obreras siempre han sido
doblemente invisibles: en el mercado, tenían que esconder sus
responsabilidades familiares y rendir como la que más. En su hogar,
tenían que acercarse al ideal de madre abnegada por sus hijas/os y
esposos, intentando que su trabajo asalariado interfiriera lo menos
posible con sus tareas domésticas. Este modelo de familia se
concretaba en la ideología del salario familiar, en la idea de que el
salario ha de permitir a un trabajador mantenerse a sí mismo y a su
familia. Se va imponiendo ese modelo de organización social y familiar.
Y los hombres tienden a acercarse más o menos a esa figura ideal, al
tener una relación más permanente con el mercado. Las mujeres, en
cambio, tienen una relación mucho más flexible con el trabajo
remunerado. Entran y salen del mercado según las necesidades del
hogar, según el ciclo vital, según su situación familiar… Es decir, las
posiciones económicas de las mujeres son mucho más diversas (en
términos de sus posiciones múltiples en el complejo entramado de
trabajo de mercado y de no mercado).

En conjunto se va imponiendo una división de espacios entre lo público


(la producción) y lo privado-doméstico (la reproducción), que impone una
férrea distribución de roles sociales en función del sexo: a mujeres y
hombre se les adscribe un trabajo como el propio y natural, cuando de
natural tiene muy poco… o nada. Es esta la forma que ha tomado la
división sexual del trabajo con el capitalismo.

Pero ¿qué sentido tiene hablar de producción y reproducción como


esferas separadas? ¿Nos interesa, por ejemplo, saber cuántos tomates se
producen y venden en un mercado porque sí? ¿O nos interesa saberlo porque
alguien compra y come esos tomates, y alguien los vende y con ese dinero
compra bienes y servicios que necesita para vivir? Es decir, lo que nos
interesa no es la producción en sí, sino en la medida en que colabora al
proceso de reproducción de la vida. Por eso decimos que economía son
los procesos de generación y distribución de recursos que permiten
sostener la vida, satisfacer necesidades de las personas. Esta idea, que
parece muy simple, sin embargo es muy compleja. Veamos algunos de los
elementos que añaden complejidad:

En primer lugar, no se trata de hablar solo de necesidades básicas, sino del


conjunto de necesidades percibidas por las personas o, dicho de otra manera,
el conjunto de recursos que generan bienestar. Se trata de preguntarnos cómo

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estamos organizándonos para sostener la vida, no para la mera sobrevivencia,


sino para lograr una vida que merezca la pena ser vivida, una vida que las
personas tengan razones para valorar.

En segundo lugar, las necesidades no son sólo materiales, sino también


inmateriales o intangibles. Es decir, para obtener bienestar no sólo precisamos
cosas, sino afectos, relaciones. Para sostener una vida que merezca la pena
ser vivida las personas requerimos comida, alimento, vestido, carreteras… pero
también sentidos de pertenencia, comunicación, establecer redes… Más aún,
estas dos facetas son indisociables: para recuperarnos de una enfermedad
precisamos medicamentos y atención especializada, pero también apoyo
personal y emocional. Y toda esa parte también es economía. Por ejemplo,
según la idea habitual, si acudimos a una psicóloga porque estamos
deprimidos/as y le pagamos por ello, eso es economía. Pero si construimos
una red de apoyo para superar la pérdida de una persona querida… eso no es
economía. ¿Dónde empieza y acaba lo económico? A veces, esta indefinición
es la que nos asusta y nos hace aferrarnos de nuevo a esa estricta definición
de lo económico como lo mercantil. Pero es un sinsentido que deja fuera una
inmensa variedad de cosas que, en última instancia, son las que nos permiten
comprender el complejo y multidimensional proceso de generación de bien-
estar. La desatención a todas esas cuestiones afectivas y relacionales es muy
peligrosa a la hora de pensar políticas económicas. Pongamos un ejemplo:
Para la economía ortodoxa, es el consumo lo que da la felicidad, se supone
que hay un vínculo automático entre consumir más y ser más feliz. Bajo esta
óptica, sólo mediante el dinero podemos generar bienestar. ¿Son las
sociedades de la opulencia sociedades felices en sí mismas? ¿No hay un
proceso mucho más complejo que no sólo tiene que ver con el consumo? Estos
factores es imprescindible tenerlos en cuenta no sólo por teorizar, sino para
poder decidir, como sociedad, qué economía y qué desarrollo queremos.

En tercer lugar, además de ser multidimensionales, las necesidades no


preexisten, sino que se construyen socialmente y reflejan desigualdades
sociales. Pensemos, por ejemplo, en la alimentación: no basta con comer
cualquier cosa, el bienestar se relaciona con poder acceder a una alimentación
culturalmente apropiada.

En cuarto lugar, las necesidades no sólo están ahí, sino que de alguna manera
deben reconocerse, deben convertirse en demandas socialmente expresadas y
legitimadas. En el mercado, el reconocimiento se da siempre por una vía
individual y más o menos sencilla: tener dinero. Pero ¿y fuera del mercado?
¿Cuándo reconoce el Estado que una ciudadana o ciudadano necesita algo? y
¿cómo responde a esa necesidad? Aquí aparece un debate fuerte sobre cuál
es la forma de reconocer derechos o prestaciones a la ciudadanía. Y sobre qué
sujetos tienen mayor o menor capacidad para hacerse oír por parte del Estado
a la hora de diseñar la política social y económica. Pero esta pregunta hay que
hacerla también si pensamos en el ámbito del hogar y las comunidades.

En su conjunto podemos decir que para la economía feminista lo

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importante son los procesos por los cuales garantizamos el bienestar,


generamos y distribuimos los recursos necesarios para una vida que
merezca la pena ser vivida. Esto es importante tanto a nivel de análisis
(lo que queremos es comprender cómo se produce ese proceso de
sostener la vida) como a nivel político: lo importante es mejorar el
funcionamiento del sistema económico de manera que todas las
personas tengan acceso a una vida digna de ser vivida. Luego veremos
si la expansión de los mercados es o no una herramienta útil para eso…
de momento, lo que sabemos es que no nos importa lo que pasa en los
mercados en sí mismo, sino por su impacto en la vida de la gente.

Si ampliamos la idea de economía, obviamente, tenemos que ampliar también


la idea de TRABAJO. Ya no podemos entender que trabajo es sólo aquel por
el que te pagan, el empleo, o aquel gracias al cual obtienes ingresos
monetarios. Ha habido un debate muy grande sobre cómo redefinir el trabajo,
preguntándose a qué actividades humanas debería llamarse o no de esa
manera. No se trata sólo de un debate retórico sobre el nombre. El trabajo es el
principal elemento de articulación social, es fuente de valoración social, de
autoestima, de reconocimiento, de derechos. Así que hagamos la pregunta al
revés: ¿qué actividades se dejan fuera del concepto de trabajo, cuáles no son
valoradas y no son fuente de derechos o de protección social? Sobre todo, las
actividades de las mujeres… Y esto es un problema enorme. A veces, aunque
abrir los conceptos sea arriesgado, es mucho más pernicioso mantenerlos
como están, porque los que existen son discriminatorios y profundamente
injustos.

Sobre el trabajo es importante señalar que existe un consenso más o menos


amplio que afirma que podemos llamar trabajo a aquello que podría
delegarse a otra persona. Dormir no es un trabajo, comer tampoco, nadie
puede hacerlo por ti. Pero dos personas diferentes pueden bañar a un bebé;
eso es trabajo, tanto si se hace en una guardería como si se hace en casa.
Este es el denominado criterio de la tercera persona, que está bastante
extendido (para una discusión, ver Himmelweit, 1995 y Wood, 1997); pero
también tiene problemas, sobre todo, relacionados con los componentes
afectivos de los que hablábamos antes: si eres una anciana con dificultades
para caminar, cualquier persona puede ayudarte a dar un paseo, ¿pero te
genera el mismo bienestar que sea tu hija o una desconocida? No da igual, y
esto es imprescindible tenerlo en cuenta para evaluar el bienestar. Pero ¡OJO!
Según como sea la relación madre-hija, ¡a lo mejor la anciana prefiere que la
saque la desconocida! No caigamos en el error de pensar que, cuando
hablamos de afectos, se trata siempre de emociones positivas: introducir las
emociones supone introducir el amor, la amistad, el cariño… pero también la
violencia, el maltrato, la enemistad… Y tampoco caigamos en el error de
pensar que todo trabajo que se haga en la familia va a ser un trabajo hecho con
amor… No olvidemos que, desde el feminismo, hemos cuestionado también
mucho la idealización de la familia.

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Al cambiar nuestros conceptos de economía y trabajo para poder comprender


cómo se sostiene la vida en una sociedad y en un momento dado,
necesitamos cambiar también la forma de medirlos. Si descentramos a los
mercados, el producto interior bruto ya no es una forma adecuada de medir la
actividad económica, y tampoco nos importa sólo el trabajo que pasa por el
mercado. Ya conocemos las inmensas dificultades para medir la economía
informal (aquella parte que sí mueve dinero, pero de una manera u otra lo hace
en los márgenes de la legalidad y/o lo contabilizado); ahora el reto es mucho
mayor: ¿cómo medir, además, todo aquello que no mueve dinero, que carece
de esa “bendición” de disponer de una unidad natural de medida, el dinero
(Nelson, 1996: 24) que permite dar mediciones aparentemente exactas y
neutrales?

Las discusiones metodológicas en este sentido giran en torno a dos cuestiones:

- La medición en términos monetarios de los trabajos no pagados (su


inclusión en lo que se denomina los Sistemas de Contabilidad Nacional
o Cuentas Nacionales). Se trata de dar una medida alternativa de la
riqueza de un lugar, del bienestar generado en una sociedad en un
momento concreto.
- La medición de los usos del tiempo, que al permitir conocer cómo usan
las personas su tiempo de vida permite saber cuánto tiempo se dedica a
cada tipo de trabajo. Es una medida alternativa, por lo tanto, de cómo se
produce el bienestar (el trabajo genera bienestar). Un instrumento para
esta medición la constituyen las Encuestas Usos del Tiempo aplicada
por los países bajo sus Institutos Nacionales de Estadística.

Si ampliamos la idea de trabajo, entonces también es importante ver qué


hace cada quien, como se distribuye el trabajo en las esferas monetizadas y
no monetizadas y entre mujeres y hombres, mostrando qué obtiene cada quien
a cambio. Esto nos lleva al segundo movimiento estratégico de la economía
feminista.

1.2. Incorporando las relaciones de género en la economía

Incorporar el género en nuestra manera de entender la economía significa


constituirlo en una variable analítica y de intervención central para entender, al
menos, dos cosas:

- Cómo las relaciones de género se (re)crean a través del funcionamiento


del sistema económico. En el apartado introductorio veíamos cómo la
forma de operar de la economía estaba en la base de la formación de la
masculinidad asociada al rol de ganador del pan y de la femineidad

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como la madre y esposa, el ama de casa. Pero esto son figuras muy
básicas que nos sirven sólo como punto de partida; necesitamos
complejizarlas mucho.

- Entender que el género no es sólo una construcción cultural, sino


también material, que las injusticias de género no son sólo, como diría
Fraser (2002) injusticias de reconocimiento (que lo femenino no se
valore, que haya una trato discriminatorio por ser mujeres), sino también
de distribución (o sea, se trata de injusticias materiales en el acceso a
recursos, en el reparto de trabajo, etc.)

Las posiciones diferenciales de mujeres y hombres no son algo adyacente a lo


económico, sino parte misma de los procesos económicos. En ese sentido,
cualquier intervención que hagamos en la economía tendrá un impacto de
género: reforzará las desigualdades existentes, las erosionará, o quizá las
modifique, pero sin que desaparezca la desigualdad. Igualmente, podemos
pensarlo en sentido contrario: las políticas económicas actúan sobre terrenos
marcados por el género, que imponen los límites de lo que es económicamente
posible. Por ejemplo, sería posible recortar el gasto en sanidad si no hubiera
familiares (mujeres) que están dispuestas a sustituir los días de hospitalización
que se reducen, o a llevar a los enfermos la comida al hospital. Para poder
entender todo eso, es imprescindible incorporar el género a nuestra
comprensión de la economía. Pero ¿cómo hacerlo? Esta pregunta no es nada
sencilla de responder. Veamos algunas pequeñas ideas sobre qué es y qué no
es incorporar una visión de género a la economía:

No es hablar sólo de las mujeres, pero sí es hablar de las mujeres

Necesitamos recuperar las experiencias de las mujeres en el sistema


económico. Porque sólo desde la consideración de que sus experiencias,
saberes y sentires son importantes, podemos darnos cuenta de la situación de
desigualdad y, así, diseñar políticas económicas adecuadas.

No es hablar sólo de la posición diferencial de mujeres y hombres, sino


de relaciones de desigualdad

Necesitamos entender que el género no es sólo una situación distinta para


mujeres y hombres, sino que, además, esa diferencia se traduce en
desigualdad.

No hay que hablar sólo de desigualdad entre mujeres y hombres, sino de


cómo los conceptos, las estructuras y las instituciones se construyen
sobre la desigualdad.

Sabemos que mujeres y hombres se concentran en sectores distintos (la


división sexual del trabajo se da también dentro del trabajo de mercado en una
forma de segregación vertical y horizontal), y que los sectores donde se
concentran las mujeres tienen peores condiciones en términos de contratación,

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salarios, derechos, etc.. De ahí que históricamente surgiera la reivindicación de


igual salario para igual trabajo. Es decir, que si se está haciendo lo mismo, se
debe ganar lo mismo. Pero eso no era suficiente porque los criterios que
servían para definir el valor de los trabajos estaban sesgados, valoraban más lo
típicamente masculino. Un ejemplo. Se supone que los salarios dependen de
los siguientes factores:

- Capacidades: conocimientos, aptitudes, iniciativa… ¿Qué ocurre? Por


ejemplo, para cuidar a un niño se supone que no se necesita saber nada,
tampoco para cocinar. Pero para poner un ladrillo o levantar un tabique sí
hay que saber. Es decir, los conocimientos de las mujeres se naturalizan,
no se reconocen como tales.
- Esfuerzo: aquí el problema es que se suele valorar sólo el esfuerzo físico,
no el emocional, o el mental. Podemos volver al mismo ejemplo: el trabajo
construyendo una carretera puede ser físicamente muy esforzado. Pero
cuidar a una persona anciana con una demencia es emocional y
mentalmente durísimo… y no se aprecia este esfuerzo.
- Responsabilidades: aquí, igualmente, se valoran más las
responsabilidades que se asocian al quehacer masculino, manejar recursos
materiales y de información, supervisar a otras personas. Pero hay muchos
trabajos que hacen las mujeres que exigen una gran responsabilidad
porque de ellas depende directamente el bienestar de otras personas y su
seguridad. Y esto, de nuevo, no se valora.

Los criterios para valorar un trabajo tienen fuertes sesgos androcéntricos o


patriarcales. La cuestión no es sólo ver si mujeres y hombres tienen diferentes
ingresos, sino cómo se construyen los criterios de valoración. Desde las
experiencias de las mujeres y develando los sesgos androcéntricos, podemos
cuestionar muchos de los conceptos que hoy día nos sirven para entender el
mundo. Igual que la cuestión no es sólo ver la presencia de mujeres y hombres
en la economía, sino preguntarnos qué es eso de la economía y develar, como
estamos haciendo, la construcción sesgada de esa idea.

No hay que tomar el género como algo estático, sino entender cómo se
reconstruye

Aquí hay una sutil, pero crucial diferencia: necesitamos entender el significado
que tiene hoy el género en la economía, cómo las estructuras económicas se
cruzan con las estructuras de género. Pero no debemos entenderlo como algo
estático e inmutable, sino en constante proceso de cambio; ni tenemos que
confundir la norma de género (lo que es correcto o incorrecto desde las
estructuras de género) con la realidad de las personas. Por ejemplo, es muy
habitual que al hablar de la división sexual del trabajo y del modelo de familia
en el que se apoya (hombre ganador del pan / mujer ama de casa) demos por
hecho que esta familia es real y olvidemos que es un modelo normativo que
está cambiando y que, de hecho, no representa a la mayoría de los hogares.
Si en todos nuestros análisis y nuestras políticas la damos por hecha,
ocultamos las historias y experiencias de todas las personas que no se ajustan

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a ese modelo, y reforzamos su existencia. Tenemos que entender cuál es la


norma que sostiene un determinado modelo económico, pero también entender
cómo las experiencias de la gente rompen la norma. Igualmente, podemos usar
la política económica y las intervenciones para cambiar el modelo.

Entender también las desigualdades intra-género

A menudo, parece que nos concentramos sólo en ver las diferencias entre
mujeres y hombres, y perdemos de vista las desigualdades que hay entre las
propias mujeres, y entre los propios hombres, las diferencias intra-géneros.
Estas desigualdades están marcadas, por supuesto, por la clase social, a las
cuales la crítica a la economía siempre ha estado bastante atenta. Pero
además, hay otras diferencias clave: las diferencias por origen rural o urbano,
por cultura, por etnicidad, por orientación sexual e identidad de género, por
discapacidad, por edad…

En este sentido, al recuperar las experiencias de las mujeres en la economía


tenemos que estar atentas a hablar de la diversidad de las experiencias
femeninas (y masculinas) ya que, de lo contrario, correremos el riesgo de
terminar hablando sólo de las mujeres que tienen voz. Por ejemplo, una
división que usamos siempre es la de trabajo remunerado y trabajo no
remunerado, pero, en la experiencia de muchas mujeres populares ¿es una
división útil para explicar sus trabajos, su actividad económica? Por ejemplo, si
trabajan (sin un salario) en un negocio familiar. O si hacen dulces con las
vecinas y parte los consumen en la casa y parte los venden en el pueblo o el
barrio. O si están en su negocio, dando de comer a su criatura mientras vigilan
la mercancía… ¿eso es trabajo remunerado o no remunerado?

Desde las experiencias diversas de las mujeres podríamos replantear muchos


conceptos que usamos habitualmente al hablar de género y economía. El
objetivo es encontrar posibilidades de articulación, sin jerarquizar las
opresiones, sino tratando de hacer un análisis imbricado de las mismas e
identificando las afectaciones que todas implican para las mujeres,
particularizando cada contexto territorial.

Tenemos que pensar de manera “interseccional”, usando el término de las


feministas negras, haciéndonos cargo de este "nosotras", construyendo
conocimiento conjunto, diverso y transformador de las desigualdades que nos
cruzan, buscando respuestas de forma común en todos y cada uno de los
espacios en los que estamos, velando porque no se reproduzcan los ejes de
poder múltiples que forman parte de esta civilización, es decir, construyendo un
mapa movedizo que nos dé una articulación política y que nos permita
entonces luchar de manera más eficiente contra este sistema civilizatorio.

1.3. EF como propuesta de transformación económica y social

Tema 1: Elementos fundamentales en las miradas feministas a la economía


Principios para una economía justa: Por una economía al servicio de las personas. Desarrollo, economía feminista, finanzas y
economía social y solidaria

Módulo 3

La economía feminista no es solo una corriente academicista, sino que también


parte de una apuesta política explícita en torno a la transformación de una
realidad que se considera injusta. Por ejemplo, en el momento actual de crisis
existe cierta convergencia analítica al identificar el proceso en el que estamos
inmersxs de precarización de la vida, de intensificación de la exclusión y de las
desigualdades, de aumento de la violencia y del control sobre el cuerpo de las
mujeres. No obstante, la forma de responder ante ello no está siendo única,
existiendo una pluralidad de perspectivas que debaten entre mantener lo que
hay –mejorándolo-, recuperar lo que había, o como sostenemos aquí, sentar
las bases de una transformación sistémica, caminando hacia una forma de
organización social centrada no solo en la posibilidad real de que la vida
continúe –en términos humanos, sociales y ecológicos–, sino también a que
dicho proceso signifique desarrollar condiciones de vida aceptables para la
población. La clave es debatir qué entendemos por aceptable, por vida digna
de ser vivida por todxs, y cómo nos organizamos socialmente para establecer
sus condiciones de posibilidad, teniendo en cuenta, además, que la crisis
ecológica global nos adelanta unos escenarios de escasez cuya escala apenas
podemos imaginar. El desafío está en poder elaborar estrategias de
desobediencia, resistencia y lucha feministas que nos permitan transitar hacia
"esa otra economía" en la que nuestra vida, la de todxs merezca ser vivida.

La sostenibilidad de la vida como herramienta analítica y política

Para Cristina Carrasco, la sostenibilidad de la vida:

“representa un proceso histórico de reproducción social, un proceso complejo,


dinámico y multidimensional de satisfacción de necesidades en continua
adaptación de las identidades individuales y las relaciones sociales, un proceso
que debe ser continuamente reconstruido, que requiere de recursos materiales
pero también de contextos y relaciones de cuidado y afecto, proporcionados
éstos en gran medida por el trabajo no remunerado realizado en los hogares
[…].Un concepto que permite dar cuenta de la profunda relación entre lo
económico y lo social, que sitúa a la economía desde una perspectiva
diferente, que considera la estrecha interrelación entre las diversas
dimensiones de la dependencia y, en definitiva, que plantea como prioridad las
condiciones de vida de las personas, mujeres y hombres (Carrasco, 2009:183).

Se trata de una visión centrada explícitamente en las condiciones de vida, no


como agregación de individuos aislados, sino en términos de bien-estar social,
abordando los procesos de sostenimiento de vidas que merezcan ser
vividas. Y esto tiene unas consecuencias analíticas y políticas enormes… ¡si
somos consecuentes!

A nivel analítico y metodológico:

Dos implicaciones muy importantes:

Tema 1: Elementos fundamentales en las miradas feministas a la economía


Principios para una economía justa: Por una economía al servicio de las personas. Desarrollo, economía feminista, finanzas y
economía social y solidaria

Módulo 3

- La economía no puede venir limitada de antemano por la metodología. La


economía ortodoxa, con su fiera adherencia a los métodos matemáticos,
deja fuera del estudio todo lo que no puede abordar con esa metodología.
Es decir, el ámbito de estudio viene definido por el método. Para introducir
el género en la economía debemos hacerlo al revés: buscar los métodos
más adecuados a aquello que queramos comprender. A veces, podremos
usar métodos cuantitativos, pero otras necesitaremos herramientas
cualitativas. Economía no significa poner números, medir todo en cifras.
(Sobre este tema puede verse Robeyns, 2000).

- Se difuminan los límites entre la economía y otras ciencias sociales: La


introducción del género en la economía nace de la interdisciplinariedad
misma y la fomenta. Y al igual que distintas ramas del pensamiento
pueden complementarse para ofrecer una mirada más clara de los
procesos económicos, distintos ámbitos de la intervención pública deben
coordinarse para gestionar el funcionamiento de la economía.

A nivel político:

Casi nadie estaría en contra de esta idea de una economía centrada en las
personas, pero casi nadie la lleva a la práctica. ¿Pensamos sinceramente que
limpiar la casa es igual de económico que extraer petróleo? Los sesgos
mercantiles y androcéntricos pesan mucho… A veces, los disfrazamos de
retórica cientifista, usando el argumento de que lo que pasa en los mercados
es lo que al final determina lo que pasa fuera de ellos. O sea, que aunque sólo
sean una parte de la economía, son la parte fundamental, y por eso no es un
error centrarnos en ella (y olvidarnos de lo demás, que, de nuevo, se entiende
como algo residual, secundario o dependiente). A lo largo de este módulo
iremos viendo que esto no es cierto: no lo es en términos de volumen, de horas
de trabajo (se dedican más horas a trabajo no pagado que a trabajo pagado;
por ejemplo, en el mundo la mitad de los alimentos que se consumen se
producen de manera gratuita, por la llamada “agricultura de subsistencia”). No
lo es tampoco en el sentido de que lo que pasa en el mercado no es en
absoluto autónomo, sino que depende de lo que pasa fuera. Si cuando un
empresario vuelve a casa nadie cocinara, ni limpiara la casa, ni lavara sus
ropas… ¿cómo podría volver a la empresa al día siguiente?

La apuesta por la sostenibilidad apunta a la transformación del modelo


económico, entendida como la superación de los límites de la producción
mercantil de bienes y servicios, y orientada hacia la producción de
condiciones para la reproducción de la vida de los seres humanos y de la
naturaleza. Para ello es preciso transformar el patrón productivo, las formas de
redistribución de la riqueza, ingresos y oportunidades; la democratización del
poder y la propiedad. Además, eliminar los patrones culturales y estereotipos
sociales discriminatorios.

Tema 1: Elementos fundamentales en las miradas feministas a la economía


Principios para una economía justa: Por una economía al servicio de las personas. Desarrollo, economía feminista, finanzas y
economía social y solidaria

Módulo 3

Desde esta óptica, la producción de condiciones para la vida es el resultado de


la conjunción del trabajo productivo y del trabajo de reproducción de la fuerza
de trabajo y el cuidado de la familia como una responsabilidad familiar,
colectiva y pública. Es decir, se entiende que sólo el reparto de las
responsabilidades permitirá una reducción y redistribución del trabajo de
reproducción no remunerado, así como la eliminación de la condición de
explotación del trabajo socialmente necesario en la producción de mercancías,
con el objetivo de obtener un beneficio colectivo y garantizar la reproducción
social de la población. En este sentido, es necesario buscar la redistribución
igualitaria de recursos entre mujeres y hombres y entre pueblos, despegándose
de las formas de conocimiento presentadas como las únicas, e iniciar un
proceso de pensar haciendo, recuperando y revalorizando otras formas de
conocer y ver la realidad y que han sido ocultas/negadas y desvalorizadas
permanentemente por una forma de pensar y conocer que se constituyó en
dominante y discriminadora. La recuperación de los saberes y las nuevas
perspectivas que emergen desde lo comunitario, por ejemplo, una respuesta
crítica que permite comenzar a deconstruir y reconstruir ideas innovadoras
sobre modelos de convivencia, preservación del medio ambiente y nuevas
formas de aprender y vivir bien.

Tema 1: Elementos fundamentales en las miradas feministas a la economía

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