Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
OTRA PERSPECTIVA
¿Qué significa funcionar? ¿Qué sería lo que funciona y lo que falla? ¿Ese
término viene de nosotros o de alguien más? ¿Cómo percibo y conozco a mi
cuerpo? ¿Conozco mi cuerpo? ¿Nos animamos a buscar otros modos de
percibir nuestro deseo y nuestra sexualidad? Una vez que esa puerta se abre,
la subjetividad obtiene un respiro de la asfixia que sufre al intentar encajar en
parámetros biologicistas, que en ocasiones serán necesarios, pero que
claramente han generado consecuencias negativas en las personas que no se
sienten parte de estos, creando altos niveles de estigmatización y desigualdad
social. Es la misma lógica patriarcal acentuando la dinámica de poder y
dominación de unos sobre otros, desconociendo en absoluto el erotismo
humano y la diversidad de respuestas sexuales humanas que somos capaces
de tener. Al respecto comenta Tiefer: “No existe un auténtico interés en la
sexualidad de una persona, por no mencionar la de una pareja de una cultura y
relación determinadas. Sólo hay normas universalizadas de órganos biológicos,
como sucede con el corazón o los riñones” (citado en Alcántara Zavala y
Amuchástegui Herrera, 2004: 605).
Me permito fantasear y me pregunto entonces, ¿qué pasaría con nuestra
sexualidad, vida erótica- afectiva y nuestra corporalidad si habitáramos en un
mundo del revés? Un mundo en donde lo cotidiano sería reivindicar nuestros
deseos y nuestra erótica, comprender que pueden ser distintos a los de los
demás, priorizar otras zonas erógenas quitándole peso a la genitalidad y la
penetración como regla universal para vivir la sexualidad. Supongo que
comenzar a pensarlo así es una forma de flexibilizar nuestros esquemas
cognitivos y emocionales.
Creo que, principalmente, sentiríamos que funcionamos, que no hay nada de
malo en nosotros ya que lo que se determina como disfuncional suele estar
más relacionado a aspectos psicosociales y relacionales que a patologías
biológicas. Un “cuerpo enfermo” transita hacia un “cuerpo sano” con deseos
distintos y pensamientos distintos frente a estos, dando cuenta de la
importancia que posee lo socialmente aceptable y cómo repercute en nosotros.
Por lo tanto, un cambio de paradigma resultaría muy significativo en nuestra
manera de concebir nuestro erotismo y vivencias sexuales. Se generaría un
efecto de autocompasión al sentir que no somos nosotros quienes hacemos las
cosas mal, sino que resulta imposible mantener un sistema de funcionamiento
sexual igual para todos (cuando bien sabemos que el deseo no puede
homogeneizarse). Se estimularía nuestra capacidad de explorar y transitar los
cuerpos de manera amplia y más curiosa. Imaginemos la metáfora de un
viajero que comienza a recorrer un nuevo terreno: camina por diversos
senderos, observa detalles, absorbe olores, escucha una lengua extraña,
convive con lo ajeno y se lo apropia, invadido de estímulos que no lo llevan a
ningún lado más que a disfrutar de la experiencia. Sin meta concreta, abriendo
sus sentidos a rincones encubiertos y a sabores desconocidos. Así es como el
viajero se reconstruye sin prejuicios de lo que pueda conocer de sí mismo, sin
un tope que lo mantenga encerrado. Así es como nosotros podríamos explorar
nuestra vida sexual si hiciésemos a un lado el paradigma biologicista. Que lo
que “funcione” sea la exploración del deseo. Pero estamos tan acostumbrados
a tratarnos en modo automático, que la experiencia respecto al contacto físico y
sensorial con nosotros mismos creo que es muy escasa. Convivimos con la
ignorancia para entregarnos a otro ser humano con cariño y pasión, o para
conectar desde un lugar genuino y fiel a nuestro erotismo. Así es como la
sexualidad se convierte en una usanza vacía o sin sentido, refugiándose en la
idea de la “libertad sexual” por la posibilidad de tener múltiples experiencias
sexuales con distintas personas. Sin embargo, esto no nos garantiza una
conexión con nuestras vibraciones corporales ni con la percepción de nuestro
erotismo. Una cosa es tener sexo, y otra muy diferente es gozar de una vida
sexual plena en conexión con nuestros deseos y con los del otro. “Así, el placer
sexual se reduce a una mecánica sexual específica que intenta aislar una
esencia verdadera y al hacerlo se diluye la posibilidad de entender la
multiplicidad de la experiencia erótica humana” (Alcántara Zavala y
Amuchástegui Herrera, 2004: 604).
Considero que mantener al cuerpo congelado es una forma más de control
patriarcal, conservándonos alejados de todo gozo o placer, y generando una
respuesta sexual adecuada para igualar el deseo. Se despliega el temor a
experimentar más allá de lo impuesto y tendemos a seguir los pasos del
camino conocido: buscar un objeto amoroso que nos haga sentir completos y
relaciones sexuales enmarcadas, en vez de explorar nuestra capacidad de
amar-nos y gozar-nos. Desde esta perspectiva, cumplir con las normas de
funcionamiento sexual demanda de una gran exigencia para todos y todas.
Desde los socializados varones, el pene erecto y la penetración son claves
para su identidad sexual, su virilidad y su poder de dominación. Desde las
socializadas mujeres, lubricar, ser penetradas y tener orgasmos (en ese orden
y cuanto más, mejor) se suponen fundamentales para el gozo sexual y su
sensación de completud femenina.
Zavala y Herrera reinciden sobre esto comentando que la guía más importante
para el placer sexual de hombres y mujeres es el pene y la penetración vaginal,
y la atención se dirige siempre a lo que ocurre en los genitales (2004: 7). Y vale
la pena destacar la claridad con la que operan los géneros cis según Opezzi y
Ramírez: “Cumplir con este checklist es sinónimo de virilidad para las personas
leídas como varones; símbolo de la superioridad masculina, fuente de orgullo
desmesurado y, por tanto, un sinfín de preocupaciones para los varones y de
mandato de capacidad orgásmica para las personas leídas socialmente como
mujeres: no es tan válido un orgasmo que aparece en otro momento de la
actividad sexual como el que hace su aparición en el momento de la
penetración” (citado en Aguirre y Benedetto, 2020: 3).
En ambos casos se da por sentado que cualquier variación en su respuesta
sexual -dependiendo del grado y la constancia- es considerada un signo de
disfunción, anormalidad o patología, ya que se percibe fuera de la regla
cualquier conducta de disfrute sexual que se pueda crear. Y hablo de crear
porque el cuerpo cuando se siente libre crea, innova, fantasea. Encerrar la
sexualidad suena tan racional y premeditado como encerrar el arte. Y tanto el
arte como la sexualidad requieren expansión, deseo y diversidad. Quizás
necesitemos un poco de irracionalidad corporal, me refiero a que sea menos
pensado y más sentido, saliéndose de la norma y comenzado a pincelar el
cuerpo como si fuera un lienzo en blanco.
Algo que me llamó mucho la atención fue que quienes se permiten mapear su
vivencia sexual de una manera más genuina son las personas de género no
binario o transexuales, ya que viven por fuera de la heteronormatividad de las
personas cis. Por ejemplo, poseen sus zonas erógenas más descentralizadas
de la genitalidad y de la penetración, por lo tanto, su relación con el cuerpo y el
sexo tienen mayor conexión con su placer y el del otro, reconociendo como
gozosas otras zonas erógenas como la boca, el cuello, la espalda, u otras
prácticas sexuales como las caricias o los besos. Es atrayente porque
podríamos pensar que estos géneros vivencian el “estar fuera” de la norma
como excluidos socialmente; sin embargo, es esta misma exclusión la que les
da acceso a buscar formas más libres de vivir su erotismo. Muchos no
sabemos que contamos con una plasticidad neuronal que implica que el placer
no necesariamente se va a sentir en zonas erógenas de nuestro cuerpo, sino
que podemos volver a mapearlo.
Teniendo en claro las limitaciones que tiene la perspectiva biomédica, todo
conlleva a que en general no existen factores biológicos que generen
disfunciones sexuales, por eso se torna imprescindible su crítica. “La
experiencia clínica desde la terapia sexual con perspectiva de género nos
confirma a diario que la respuesta sexual depende más de factores
psicológicos, vinculares y socioculturales que condicionan tal reacción que de
los genitales o del estímulo físico. Por ello, es que nuestro desarrollo apunta a
visibilizar estos aspectos y no los fisiológicos u orgánicos”. (Aguirre y
Benedetto, 2020: 5).