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A LA VUELTA DE LA ESQUINA,

OTRA PERSPECTIVA

Sexualidad rota, quebrada, rajada como una carta en manos de un enamorado


lastimado. Tiene sentido que se haya intentado encuadrarla dentro de un
marco científico como a otros conceptos para obtener diagnósticos y
tratamientos a ciertas dificultades que traían las personas. El problema es que
cuando algo se encuadra, se limita. Se pierde la lectura entre líneas y se choca
contra el muro todo lo que atina a expresarse de otra manera que no sea la de
lo ya definido. Así lo manifiestan Eva Alcántara Zavala y Ana Amuchástegui
Herrera: “la sexología se ha construido mediante un esfuerzo sostenido para
darle al sexo y sus manifestaciones un carácter científico, mediante el
aislamiento y la individualización de supuestas características específicas de la
sexualidad, detallando los caminos de la normalidad y sus variaciones
anormales. […] Así, la visión de las disfunciones sexuales guarda estrecha
relación con la respuesta sexual considerada normal, de manera que mientras
la variación se aleje más de dicho patrón aumentará la posibilidad de
considerarla como disfuncional.” (2004: 92-93). Considerando este enfoque de
sexología clásica, no suena fuera de lugar que tanto el erotismo como el deseo
se encuentren en un terreno controlado y clasificado según ciertos parámetros
de normalidad- anormalidad o de funcional- no funcional. Hasta aquí todo
encaja perfectamente, como un rompecabezas al que parece no faltarle
ninguna pieza, pero destacándose por el olvido de una pieza fundamental para
tratar todo lo que tenga que ver con el ser humano: la subjetividad. Y por esta
misma, es que nos permitimos traspasar ese encuadre y hacernos los
interrogantes necesarios para obtener otro tipo de respuestas y
entendimientos.

¿Qué significa funcionar? ¿Qué sería lo que funciona y lo que falla? ¿Ese
término viene de nosotros o de alguien más? ¿Cómo percibo y conozco a mi
cuerpo? ¿Conozco mi cuerpo? ¿Nos animamos a buscar otros modos de
percibir nuestro deseo y nuestra sexualidad? Una vez que esa puerta se abre,
la subjetividad obtiene un respiro de la asfixia que sufre al intentar encajar en
parámetros biologicistas, que en ocasiones serán necesarios, pero que
claramente han generado consecuencias negativas en las personas que no se
sienten parte de estos, creando altos niveles de estigmatización y desigualdad
social. Es la misma lógica patriarcal acentuando la dinámica de poder y
dominación de unos sobre otros, desconociendo en absoluto el erotismo
humano y la diversidad de respuestas sexuales humanas que somos capaces
de tener. Al respecto comenta Tiefer: “No existe un auténtico interés en la
sexualidad de una persona, por no mencionar la de una pareja de una cultura y
relación determinadas. Sólo hay normas universalizadas de órganos biológicos,
como sucede con el corazón o los riñones” (citado en Alcántara Zavala y
Amuchástegui Herrera, 2004: 605).
Me permito fantasear y me pregunto entonces, ¿qué pasaría con nuestra
sexualidad, vida erótica- afectiva y nuestra corporalidad si habitáramos en un
mundo del revés? Un mundo en donde lo cotidiano sería reivindicar nuestros
deseos y nuestra erótica, comprender que pueden ser distintos a los de los
demás, priorizar otras zonas erógenas quitándole peso a la genitalidad y la
penetración como regla universal para vivir la sexualidad. Supongo que
comenzar a pensarlo así es una forma de flexibilizar nuestros esquemas
cognitivos y emocionales.
Creo que, principalmente, sentiríamos que funcionamos, que no hay nada de
malo en nosotros ya que lo que se determina como disfuncional suele estar
más relacionado a aspectos psicosociales y relacionales que a patologías
biológicas. Un “cuerpo enfermo” transita hacia un “cuerpo sano” con deseos
distintos y pensamientos distintos frente a estos, dando cuenta de la
importancia que posee lo socialmente aceptable y cómo repercute en nosotros.
Por lo tanto, un cambio de paradigma resultaría muy significativo en nuestra
manera de concebir nuestro erotismo y vivencias sexuales. Se generaría un
efecto de autocompasión al sentir que no somos nosotros quienes hacemos las
cosas mal, sino que resulta imposible mantener un sistema de funcionamiento
sexual igual para todos (cuando bien sabemos que el deseo no puede
homogeneizarse). Se estimularía nuestra capacidad de explorar y transitar los
cuerpos de manera amplia y más curiosa. Imaginemos la metáfora de un
viajero que comienza a recorrer un nuevo terreno: camina por diversos
senderos, observa detalles, absorbe olores, escucha una lengua extraña,
convive con lo ajeno y se lo apropia, invadido de estímulos que no lo llevan a
ningún lado más que a disfrutar de la experiencia. Sin meta concreta, abriendo
sus sentidos a rincones encubiertos y a sabores desconocidos. Así es como el
viajero se reconstruye sin prejuicios de lo que pueda conocer de sí mismo, sin
un tope que lo mantenga encerrado. Así es como nosotros podríamos explorar
nuestra vida sexual si hiciésemos a un lado el paradigma biologicista. Que lo
que “funcione” sea la exploración del deseo. Pero estamos tan acostumbrados
a tratarnos en modo automático, que la experiencia respecto al contacto físico y
sensorial con nosotros mismos creo que es muy escasa. Convivimos con la
ignorancia para entregarnos a otro ser humano con cariño y pasión, o para
conectar desde un lugar genuino y fiel a nuestro erotismo. Así es como la
sexualidad se convierte en una usanza vacía o sin sentido, refugiándose en la
idea de la “libertad sexual” por la posibilidad de tener múltiples experiencias
sexuales con distintas personas. Sin embargo, esto no nos garantiza una
conexión con nuestras vibraciones corporales ni con la percepción de nuestro
erotismo. Una cosa es tener sexo, y otra muy diferente es gozar de una vida
sexual plena en conexión con nuestros deseos y con los del otro. “Así, el placer
sexual se reduce a una mecánica sexual específica que intenta aislar una
esencia verdadera y al hacerlo se diluye la posibilidad de entender la
multiplicidad de la experiencia erótica humana” (Alcántara Zavala y
Amuchástegui Herrera, 2004: 604).
Considero que mantener al cuerpo congelado es una forma más de control
patriarcal, conservándonos alejados de todo gozo o placer, y generando una
respuesta sexual adecuada para igualar el deseo. Se despliega el temor a
experimentar más allá de lo impuesto y tendemos a seguir los pasos del
camino conocido: buscar un objeto amoroso que nos haga sentir completos y
relaciones sexuales enmarcadas, en vez de explorar nuestra capacidad de
amar-nos y gozar-nos. Desde esta perspectiva, cumplir con las normas de
funcionamiento sexual demanda de una gran exigencia para todos y todas.
Desde los socializados varones, el pene erecto y la penetración son claves
para su identidad sexual, su virilidad y su poder de dominación. Desde las
socializadas mujeres, lubricar, ser penetradas y tener orgasmos (en ese orden
y cuanto más, mejor) se suponen fundamentales para el gozo sexual y su
sensación de completud femenina.
Zavala y Herrera reinciden sobre esto comentando que la guía más importante
para el placer sexual de hombres y mujeres es el pene y la penetración vaginal,
y la atención se dirige siempre a lo que ocurre en los genitales (2004: 7). Y vale
la pena destacar la claridad con la que operan los géneros cis según Opezzi y
Ramírez: “Cumplir con este checklist es sinónimo de virilidad para las personas
leídas como varones; símbolo de la superioridad masculina, fuente de orgullo
desmesurado y, por tanto, un sinfín de preocupaciones para los varones y de
mandato de capacidad orgásmica para las personas leídas socialmente como
mujeres: no es tan válido un orgasmo que aparece en otro momento de la
actividad sexual como el que hace su aparición en el momento de la
penetración” (citado en Aguirre y Benedetto, 2020: 3).
En ambos casos se da por sentado que cualquier variación en su respuesta
sexual -dependiendo del grado y la constancia- es considerada un signo de
disfunción, anormalidad o patología, ya que se percibe fuera de la regla
cualquier conducta de disfrute sexual que se pueda crear. Y hablo de crear
porque el cuerpo cuando se siente libre crea, innova, fantasea. Encerrar la
sexualidad suena tan racional y premeditado como encerrar el arte. Y tanto el
arte como la sexualidad requieren expansión, deseo y diversidad. Quizás
necesitemos un poco de irracionalidad corporal, me refiero a que sea menos
pensado y más sentido, saliéndose de la norma y comenzado a pincelar el
cuerpo como si fuera un lienzo en blanco.
Algo que me llamó mucho la atención fue que quienes se permiten mapear su
vivencia sexual de una manera más genuina son las personas de género no
binario o transexuales, ya que viven por fuera de la heteronormatividad de las
personas cis. Por ejemplo, poseen sus zonas erógenas más descentralizadas
de la genitalidad y de la penetración, por lo tanto, su relación con el cuerpo y el
sexo tienen mayor conexión con su placer y el del otro, reconociendo como
gozosas otras zonas erógenas como la boca, el cuello, la espalda, u otras
prácticas sexuales como las caricias o los besos. Es atrayente porque
podríamos pensar que estos géneros vivencian el “estar fuera” de la norma
como excluidos socialmente; sin embargo, es esta misma exclusión la que les
da acceso a buscar formas más libres de vivir su erotismo. Muchos no
sabemos que contamos con una plasticidad neuronal que implica que el placer
no necesariamente se va a sentir en zonas erógenas de nuestro cuerpo, sino
que podemos volver a mapearlo.
Teniendo en claro las limitaciones que tiene la perspectiva biomédica, todo
conlleva a que en general no existen factores biológicos que generen
disfunciones sexuales, por eso se torna imprescindible su crítica. “La
experiencia clínica desde la terapia sexual con perspectiva de género nos
confirma a diario que la respuesta sexual depende más de factores
psicológicos, vinculares y socioculturales que condicionan tal reacción que de
los genitales o del estímulo físico. Por ello, es que nuestro desarrollo apunta a
visibilizar estos aspectos y no los fisiológicos u orgánicos”. (Aguirre y
Benedetto, 2020: 5).

¿Qué sucede si separamos la genitalidad del placer sexual? ¿El orgasmo de la


eyaculación o el orgasmo como meta principal de toda relación sexual? ¿Y si
nos olvidamos de los supuestos tiempos de respuesta sexual o de la
lubricación constante? ¿Somos capaces de darle lugar a nuestro placer y no
sólo al del otro? ¿Y si abandonamos los estándares de normalidad, qué otras
cualidades fundarían nuestra identidad sexo-afectiva?
Principalmente, es necesario recordarnos que los seres humanos somos tan
diversos como multicausales en la constitución de nuestra identidad psíquica y
sexual, por lo tanto, sería imposible separar nuestra corporalidad de nuestras
vivencias diarias, nuestra rutina, los vínculos con los demás y nuestro marco de
creencias. Una dificultad puede deberse a una gran complejidad de causas y
eso es lo que nos hace interesantes y diversos. Por eso cuando indagué el
término de ARS AMANDI me interesó tanto y me generó cierta sensación de
alivio conocer algo más acertado en lo que se refiere a cuestiones del deseo
sobre todo porque prioriza el encuentro entre dos personas, sus formas
relacionales y la expresión de su erótica, más que el placer sexual basado en la
genitalidad. Si como profesionales, vamos a desafiar la problemática de la
sexualidad, me parece fundamental hacerlo dentro del marco del ars amandi,
buscando en cada persona que llega autodenominándose como disfuncional o
enferma, sus modos de relación consigo misma y los demás, su manera de
vivir sus deseos y su bloqueo al intentar ser introspectiva respecto a ellos; y
sobre todo concibiendo sus dificultades en interacción con todo lo demás. Lo
pienso como un modo de aprender una nueva lengua, que tiene mucho que ver
con nosotros (ya que usamos el lenguaje verbal desde que aprendemos a
hablar) pero que a su vez, nos muestra otro modo de comunicarnos. Por eso es
importante psicoeducar (otorgar la posibilidad de que conozca sus capacidades
y posibilidades) desde este lugar, para que al mismo tiempo que aprendemos
nuestro ars amandi, enseñamos al otro a conocerse desde allí. Efigenio
Amezúa se refiere al ars amandi como el modus operandi de los deseos. “Es el
sentido de la expresión respuesta sexual […] No se trata de fórmulas mágicas;
se trata de estudio y dedicación y, sobre todo, de una forma distinta de ver los
problemas y de abordarlos desde la idea de los sexos -y no de los genitales- y
de actuar en consecuencia” (10-11).
La clínica nos pone frente a situaciones interesantes en este sentido. Un
ejemplo de los más usuales podría ser el de una persona socializada como
mujer que reconoce tener un problema ya que no tiene deseo sexual por su
pareja de hace 10 años. Su forma de autocastigo constante no logra integrar en
su demanda a su pareja, a sus modos de interacción, al cansancio rutinario, a
la cantidad de tiempo que están juntos ni a la variación de su deseo. Ella se
percibe como el problema por separado de todo lo demás en su vida. Su
vagina es la que no funciona porque no quiere, no lubrica o le molesta. Allí es
cuando se requiere trabajar en el encuentro entre ambos, en la percepción y
comunicación de sus deseos, en la relación que ha establecido con su erótica y
con la de su pareja, en la idea fragmentada de su cuerpo y sexualidad,
desarmando sus conceptos pre establecidos de genitalidad y de ser “funcional”
a su pareja (si así lo requiere), y mostrando una mirada más amplia de cómo
vivir el sexo y el afecto. De esta manera, tanto el aspecto orgánico como
patológico dejan de ser prioritarios, para pasar a ser fundamental el aspecto
relacional.

La aparición de estas nuevas conceptualizaciones de la sexología me produce


cierto optimismo, ya que siempre que se requiere de nuevos paradigmas de
definición y tratamiento hay por detrás una sociedad en crecimiento. Una
sociedad que ya no se adapta a una fórmula determinante, sino que está en
búsqueda de otras miradas a favor de su bienestar y salud sexo- afectiva. Creo
que las personas hoy estamos más encaminadas a crear espacios de
comunicación y de encuentro con nuestras parejas, pero a su vez no sabemos
muy bien cómo hacerlo. No nos han enseñado mecanismos relacionales para
convivir con nuestros afectos y los de los demás, por eso buscamos orientación
en la terapia y por eso también, resulta tan relevante nuestro trabajo. En
general, cuando un niño o niña no encuentra acompañamiento para descubrir
sus deseos y valorarlos, es difícil que logre hacerlo de adulto y en la interacción
con otros es probable que priorice más los deseos ajenos a los suyos,
acostumbrándose a vivir su sexualidad de una manera complaciente y alejada
de su erótica. Si hemos estado carentes de todo contacto emocional a lo largo
de nuestra infancia y juventud, apenas hay acercamiento a un otro, tendemos a
escapar y rehusarnos, ya que no sabemos cómo convivir con niveles intensos
de conexión (a esto me refería cuando anteriormente hablaba de mantener al
cuerpo congelado). Y pienso que la separación entre el cuerpo y el afecto se va
alimentando de experiencias de desamparo y frustración. Cuanto más soledad
y desarraigo afectivo sufrimos, más necesidad tendremos de alejarnos de
cualquier acontecimiento emocional que nos conecte con nosotros mismos, ya
que acercarnos a nuestro núcleo duele. Y así vamos aprendiendo recursos de
supervivencia que interpelan al cuerpo separado del afecto, permitiendo la
aparición de enfermedades o dificultades que no tenemos idea de dónde
vienen. Entonces, ¿cómo podríamos disfrutar de una sexualidad genuina, si ni
siquiera sabemos reconocernos como individuos de deseo y con necesidades
sexo- afectivas?
Por esto necesitamos convertirnos en personas desafiantes y rebeldes de
mandatos naturalizados, para hacernos visibles y afrontar tanto temor a estar
presente con un otro sin necesidad de entregar nuestra subjetividad. Se trataría
de ser “con el otro”, no ser “para el otro”.
Aquí se encuentra nuestro rol en una posición interesante, ya que como
terapeutas necesitamos hacer una vigilancia constante del juicio moral para no
caer en clasificaciones absurdas. Si sostenemos una escucha activa y
deseante de los cuerpos estimulando su capacidad de agenciamiento, las
personas logran adquirir una perspectiva alternativa sobre lo que les pasa y un
rol activo frente a esto. El trabajo desde la cultura pro sexo es lo que nos
permite mirar al sexo más allá del juicio moral. Así lo define Valeria Flores al
nombrar el pro sexo como una concepción benigna y variable, totalmente
opuesta a una connotación violenta y atemorizante del sexo que desempodera.
Esto no implica fomentar una doctrina de prácticas sexuales, sino incitar una
operación inclinada a la desnaturalización de la heteronorma (2015: 2-3). Por
eso es clave la educación sexual desde este lugar, propiciando un espacio para
que las personas puedan replantearse sus dificultades y diversidades siendo
las protagonistas de su propia historia. “El terapeuta es sólo una ayuda, un
recurso, o más bien un coordinador de recursos. Pero son ellos los
protagonistas. Se trata de que ellos sean ellos mismos y de que la relación sea
su relación” (Eugenio Amezúa, 1999: 54).

Y aquí me encuentro al final de este ensayo cotejando mi sexualidad, mi


erotismo y mi deseo como si estuviera atravesando por otro estadio del espejo
en una etapa adulta. Sorprendida e intrigada, observando y explorando cada
parte de mí, como si nunca lo hubiera hecho antes. Dándome una segunda
oportunidad de indagar aspectos que creía tener resueltos. Consolándome por
exigirme y reasignarme supuestas dificultades en vez de hacer caso a mi
erótica, mis tiempos, mis etapas, mis intereses. Y aquí me encuentro al final de
este ensayo, concluyendo que el recorrido que queda por hacer comienza
desde nuestra propia introspección y capacidad de autocrítica, para
reconstruirnos como personas y terapeutas desde una conexión real con
nosotras mismas. Que el gozo en el cuerpo deseante se reivindique y el “deber
ser” complaciente de las necesidades ajenas se haga un poco al costado, para
no sólo trabajar con malestares que no encajan en la heteronorma, sino hacer
énfasis a los placeres, modos de disfrute y deseos como una nueva manera de
apreciarnos y cuidarnos.
Referencias:

Alcántara Zavala, E. & Amuchástegui Herrera, A. (2009): Terapia sexual y


normalización: significados del malestar sexual en mujeres y hombres
diagnosticados con disfunción sexual. Physis Revista de Saúde Coletiva, Río
de Janeiro.
Aguirre, S. & Benedetto, N. (2020): De la respuesta sexual humana a las
respuestas sexuales humanas. De las disfunciones sexuales a las dificultades
sexuales. Una revisión crítica desde la Sexología con Perspectiva de género.
Córdoba: Argentina.
Amezúa, E. (2003): El nuevo ars amandi de los sexos. Instituto de Sexología,
Universidad de Alcalá: Madrid.
Amezúa, E. (1999): Líneas de intervención en sexología. El continuo “sex
therapy-sex counselling-sex education” en el nuevo ars amandi. Anuario de
Sexología A.E.P.S, Universidad de Alcalá: Madrid.
Flores, V. (2015): Decir prosexo. Bocavulvaria Ediciones, Argentina.

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