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P. Erik E.

Silva Vázquez

Vivencia de la Eucaristía en domingo

Cuento

Edgar, el perro y la campana.

En las comunidades que están lejanas a las ciudades hay una característica muy especial, y es que
las casas muchas veces se encuentran alejadas unas con otras y por supuesto de la plaza principal
donde se encuentran ubicados Los hospitalitos, los ayuntamientos, las escuelas y las iglesias.

Edgar era un niño que vivía precisamente en uno de estos hogares alejados de la plaza principal del
pueblo. Los papás de Edgar de manera ordinaria acudían los fines de semana al centro del pueblo
para vender lo que cosechaban en su tierra. Pero no podían llevar a Edgar ni a sus hermanos porque
ellos apoyaban en el cuidado de los animales.

Los papás de Edgar eran muy creyentes y aprovechaban la celebración dominical de la tarde para
instruirse en la Palabra de Dios y comulgar. Después regresaban a casa.

Ellos instruían a Edgar y a sus hermanos en los deberes para con Dios y les decían que cuando fueran
grandes podrían ir también a la plaza del pueblo y poder participar en la fiesta del Señor.

No vivían tan alejados de la plaza del pueblo, por lo cual hasta la casa de Edgar se escuchaban las
campanas de la iglesia que resonaban con una gran alegría invitando a todos a participar En la Misa
dominical. El primero que escuchaba el sonido de las campanas y lo hacía notar era Rufo un perro
que Edgar tenía desde que era un cachorro. Siempre se podía aullar cuando escuchaba las
campanadas de la iglesia. ahí dejarle llamaba mucho la atención loque Rufo hacía, y le nació la
inquietud de ir a la iglesia y de presenciar todo aquello que sus papás les enseñaban, a él y a sus
hermanos.

Y fue así como un domingo al escuchar a rufo aullar por el sonido de las campanas, tomó camino a
la plaza del pueblo y entró a la iglesia y pudo escuchar y presenciar las maravillas que Dios había
hecho y que seguía siendo a través de la Misa.

Pero Edgar no fue sólo, tras él también corrió Rufo y juntos pudieron participar de este gran
acontecimiento de fe.

Al salir Edgar encontró a sus papás que estaban vendiendo sus cosechas. Y muy contento fue hacia
ellos y les contó lo que había visto y escuchado. Ellos se sorprendieron al ver al niño y a su perro.
Pero se pusieron felices de que Edgar ya había crecido y era capaz de llegar al encuentro con Dios
sin necesidad de su cuidado.

Y fue así, como Edgar cada domingo comenzó a asistir a la iglesia en compañía de Rufo, pues él, con
sus aullidos motivó esa necesidad de poder acudir al encuentro del Señor Al escuchar las campanas.
Edgar no dejó sus deberes de cuidar a los animales de casa por eso solamente acudía a la celebración
dominical y al término se despedía de sus papás y regresaba contento a casa, pues se había
encontrado con el señor Jesús y nunca lo dejó de hacer.

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