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UNIDAD 7

 Donzino, G. y Morici, S. (comps) (2015) “Subjetividad en los bordes. Intervenciones


con adolescentes en riesgo” en Culturas Adolescentes. Subjetividades, contextos y
debates actuales. Bs. As. Noveduc.
 Donzino, G. y Morici, S. (comps) (2015) “Reflexiones sobre la anorexia mental en la
adolescencia y su tratamiento” en Culturas Adolescentes. Subjetividades, contextos y
debates actuales. Bs. As. Noveduc.
 Rother Hornstein, M. C. Identidades borrosas en Adolescencias: trayectorias
turbulentas. Buenos Aires: Paidós.
 Waserman, Mario (2007) Los limites rebasados, un clásico de la adolescencia
posmoderna, en Revista Actualidad psicológica.
 Rojas, M. y Sternbach, S. (1997) Entre dos siglos. Una lectura psicoanalítica de la
posmodernidad. Lugar Editorial. Cap. 5.
 Salamone, luis (2018) Amor y adolescencia en los tiempos de las adicciones, en
Revista Actualidad Psicológica. Año XLIV – N°485.
Donzino, G. y Morici, S. (comps) (2015) “Subjetividad en los bordes. Intervenciones
con adolescentes en riesgo” en Culturas Adolescentes. Subjetividades, contextos y
debates actuales. Bs. As. Noveduc.

Constitución psíquica de las adolescencias

En el estado actual de fragmentación y diversidad social no es fácil tipificar la etapa en


rasgos que engloben todas las variantes. Es preferible referirnos en plural, como
adolescencias, en tanto nuestros conocimientos nos llevan a encontrar efectivamente
similitudes pero, en especial, diferencias vinculadas a la posición social, genero, poción
sexual, acceso a bienes culturales, pertenencia a grupos y, desde luego a cada
subjetividad.

Con la pubertad comienzan los cambios somáticos productores de una movilización


psíquica refundacional y esta es una característica común a todos los sujetos.

Al estar influenciada por lo sociocultural, es necesario remitirnos a cada contexto para


comprenderla y entender cuál es la índole de los riesgos en juego. La subjetividd
adolescente lleva consigo el empuje que modificara algunas de las construcciones
culturales de los adultos. La adolescencia no es solo un periodo pasivo de sujeción a
normas, sino también un momento de ruptura, de efervescencia, de cuestionamiento y de
transformación que da lugar tanto a situaciones límites y problemáticas como a la
creación y la apertura a lo nuevo.

Decía Freud que “el desasimiento respecto de la autoridad de los progenitores (es) el
único que crea la oposición, tan importante para el progreso de la cultura, entre la nueva
generación y la antigua.

Y todo despegue es doloroso y difícil, tanto para los padres como para el hijo/a.

Se comprende que la metamorfosis adolescente implique un momento de mayor


vulnerabilidad psíquica y, en esas condiciones, con el bagaje previo, se anime a
independizarse y decidir por sí mismo. Su búsqueda de autonomía lo aleja de la
contención más segura de los padres de la infancia y de los otros adultos. Atraviesa una
etapa en la que, con u precaria subjetividad, sus dolores, sus ensayos y exploraciones,
sus inevitables equivocaciones, su agresividad, sus depresiones, su normal anormalidad,
transita ámbitos sociales en donde comienza a mixturarse un ambiente más protegido con
otro más acorde a los rigores del mundo adulto.

No es desatinado pensar que algunos adolescentes, en esa pretensión de asimilarse al


mundo del “todo bien”, para lograrlo acudan a veces a medios auxiliares como los
entretenimientos electrónicos, los psicofármacos o las drogas. Todas modalidades
pasivas de procurarse bienestar o, mejor dicho, sensación de bienestar. Otros
adolescentes, por el contrario, lo hacen para aplacar los efectos del hambre, el dolor y la
exclusión.
Intervenciones

Si la dirección de la cura se orienta según el momento de la adolescencia, los recursos


del paciente, la situación familiar, las instituciones, la crisis por la que atraviesa y las
intervenciones dela analista, cabe preguntarse cuanto incide esta tendencia actual de la
cultura a rehuir todo sufrimiento y colocarse ante los otros con un permanente semblante
de bienestar.

En ciertas terapias, algunos pacientes son verdaderamente adiestrados para adquirir


buenos modales y conductas apropiadas a las circunstancias que le toquen vivir. Obturan
toda pregunta subjetiva y solo apuntan a una buena respuesta a lo social.

No podemos desconocer que los imaginarios sociales construyen significaciones tanto


respecto al periodo adolescente en su conjunto como a los distintos aspectos que se
juegan en la constitución subjetiva. Cuerpo, sexualidad, entre otras, son cuestiones que
vienen con una carga de sentidos a veces totalizantes, otras contradictorios, que van
configurando el estar adolescente en la cultura.

El psicoanálisis de adolescentes se encuentra atravesado por esas significaciones.


Corresponde al trabajo analítico entenderlas y, al mismo tiempo, sin ejercer una función
valorativa, despegarse de la potencia significante de lo social y abrir la posibilidad de esa
búsqueda y producción singular.

Quizá los primeros aportes del analista procuren cuidar, sostener y hasta crear las
condiciones para que el análisis obtenga visibilidad. Tanto por la carga que trae de su
pasado como pro las exigencias y condicionamientos actuales de padres e instituciones,
el joven y su analista inician el trabajo terapéutico, necesitados de preservar un ámbito
donde una verdad personal puede advenir a partir de intervenciones subjetivantes.

¿Qué entendemos por subjetivante en el análisis con adolescentes? El trabajo analítico


no dee tender a lo meramente adaptativo.

Es necesario que el adolescente pueda establecer un contacto genuino con su producción


psíquica y al mismo tiempo con la dinámica de asociación libre, reflexión y vinculo que lo
facilite. Requiere estimular y valorar la capacidad de elaboración, de trabajo de
pensamiento y de creatividad que acompañe y sea parte de su análisis.

El adolescente necesita ir al encuentro de sus verdades pero, a la vez, haciendo su propio


camino. Es preciso ser cuidadosos con aquellas interpretaciones que, aunque serían
capaces de revelarle algo importante, lo detengan en el trayecto de hacerlo por sí mismo.

La desubjetivación se da “cuando acepto que otro hable en mi nombre y creo que soy yo
el que habla”

En una etapa en donde la inclusión y el reconocimiento de los padres se tornan vitales, no


es sencillo para le psicoanálisis intentar el acercamiento a las significaciones personales,
toda vez que supone un replanteo de acuerdos y valores compartidos entre los jóvenes.
El analista, como decíamos, además de la interpretación debe acudir a otros modos de
intervención que apelen a su inventiva y plasticidad. Intervenciones subjetivantes que a
veces pueden incluir a los padres y la escuela pero también a hermanos o amigos.
Intervenciones en las que es indispensable aconsejar, frenar un acting que ponga en
riesgo al joven o alentar experiencias a contrapelo de lo que otros opinan.

Volviendo a la contextual.

Cuales son las variaciones que se producen a partir de las transformaciones sociales y
culturales de la llamada posmodernidad. Es posible que esta mutación cultural este
generando cambios en la subjetividad adolescente para los que aun no tengamos
suficiente teorización.

Vivimos en tiempos de fluidez e incertidumbre, en los que el adolescente aspira a lograr el


mentado desasimiento de la autoridad de padres que no tienen autoridad, de docentes
que no ven considerada por la sociedad su contribución a la enseñanza, de valores
sometidos a una permanente revisión, de una influencia enorme de los medios de
comunicación en como es formateada la realidad y en la trasmisión de prototipos y
personajes ejemplares, cuya influencia a veces tiene escasa duración pero la suficiente
potencia como para incentivar determinadas actitudes y conductas.

La filosofa Esther Díaz entiende que ante las verdades desplegadas por la tecnociencia,
los valores éticos atrasan, lo que genera tensión. Existe una puesta en cuestión de la
ética tradicional pero no se construyen normas de recambio.

El pragmatismo contemporáneo como atajo, como forma de reducir la complejidad en


ciernes, nos somete a un ano interrogación por el propio deseo.

Hay aspectos de la dinámica cultural que favorecen el crecimiento y el bienestar psíquico,


y otros que alientan mecanismos patológicos. Las culturas producen malestares,
ilusiones, pero han ido cambiando a lo largo de la historia con tiempos donde los
adolescentes encuentran y participan activamente de los avances culturales y del ejemplo
de sujetos creativos y altruistas, como así también épocas en la que sucumbieron ante
enunciados y acciones represivas y no pocas veces autoritarias y mortíferas de
personajes e instituciones tristemente célebres.

Las instituciones de la modernidad sostenían una serie de premisas que suponían y


alentaban la represión como mecanismo psíquico. En la vida cotidiana del adolescente,
los procesos de subjetivación ponen en crisis la hegemonía de esos procesos psíquicos
culturales. En no pocos casos observamos un predominio de la desmentida por sobre la
represión, que favorece la escisión psíquica y acompaña la fragmentación del contexto.

Inequidades: sufrimiento, riesgo y vulnerabilidad.

Incorporamos la noción de riesgo en la alusión a quienes están expuestos a condiciones


menos favorables y perjudiciales. Cuando incluimos dicho concepto, es importante tener
en cuenta la necesidad de complementarlo con la idea de inequidad, por un lado, y de
daño subjetivo o sufrimiento psíquico por otro.

La idea de inequidad permite no atribuir el riesgo solo a una condición inherente al sujeto,
que en la tradición epidemiológica de la que surge es reductible las mas de las veces al
orden biológico, condición susceptible es reductible las mas de las veces al orden
biológico, condición susceptible de una modificación mórbida a causa de factores
ambientales. Las vertientes críticas de la epidemiologia han advertido sobre aquellos
determinantes sociales y económicos productores activos de inequidad, en gran medida
responsables de esas situaciones de riesgo que se ponen de manifiesto en alteraciones
no solo a nivel individual sino también comunitario, como así también de la complejidad de
los fenómenos que no permiten deslindar causas y factores unidireccionales.

El concepto de sufrimiento o daño psíquico habilita incorporar la dimensión subjetiva en


donde es aun menos posible cuantificar causas y efectos, y corresponde encontrar pistas
atendiendo a la singularidad de cada caso.

El riesgo puede aludir a algo situacional, mientras que la idea de vulnerabilidad propone
pensar contextos y procesos históricos-sociales, y podemos compatibilizar con la
inequidad. “esta es resultante de una trayectoria particular de desocializacion y
descomposición, de donde emergen la importancia de las nociones de precariedad y
vulnerabilidad”. La vulnerabidilad social es una zona intermedia e la que se conjugan la
precariedad laboral y la fragilidad de los soportes sociales.

Podemos pensar estas realidades como consecuencia de estrategias biopoliticas de


vulnerabilizacion. Desde esa perspectiva bien podríamos combinar otros indicadores, por
ejemplo vinculados a la salud y salud mental, lo que nos permitiría un acercamiento mas
preciso a las condiciones de vida actuales de muchos adolescentes.

Pensar era la puerta abierta al dolor, a la angustia por una existencia de aristas inefables,
imposibles de resolver y de tramitar a nivel subjetivo e intersubjetivo.

Un pensar es también un dispositivo de pensamiento, es decir, un constructo hecho de


teorizaciones y valores culturales de un sujeto, atravesado por los discursos de época y el
poder. Si existen adolescentes en los márgenes, el mismo enunciado que pretende dar
cuenta de esa realidad al mismo tiempo provee de entidad estigmatizante.

Un dispositivo que busca reconocer la subjetividad del otro adolescente debe advertir el
riesgo al que queda expuesto en ese lugar marginal en el que ya fue instalado. Bien
puede ser que un adolescente este también en los márgenes de nuestra capacidad como
analistas en cuanto a entenderlo, conocerlo y dar lugar a una intervención subjetivante.

El psicoanálisis ha encontrado temas en los bordes de sus intervenciones. La niñez o la


psicosis, han sido espacios declarados inicialmente ajenos y que fueron no solo
abordados, sino también motivo de profundas reconstrucciones y revisiones teóricas.
En la práctica nos encontramos con adolescentes cuyos sufrimientos se entrecruzan en la
actualidad y en su historia con factores, podríamos decir extra psíquicos, que empeoran y
hacen menos comprensible el malestar, y dificultan el abordaje desde el dispositivo
tradicional.
Donzino, G. y Morici, S. (comps) (2015) “Reflexiones sobre la anorexia mental en la
adolescencia y su tratamiento” en Culturas Adolescentes. Subjetividades, contextos y
debates actuales. Bs. As. Noveduc.

Esta reflexión surge una práctica clínica en un servicio hospitalario para adolescentes que
presentan trastornos en el comportamiento alimentario. La duración media de la estadía
es de cuatro meses, la duración total de la estadía es de 2 años.

Esta extendida duración del tratamiento permite observar una evolución profunda de la
patología, da la sensación de asistir una verdadera metamorfosis física y psíquica. Lo que
viven estas adolecentes es una aceleración de la pubertad interrumpida, que se reanuda y
una condensación del proceso adolescente que puede sobrevenir.

La experiencia nos ha demostrado las transformaciones esenciales del funcionamiento


psíquico de estas pacientes y las modificaciones de su sufrimiento psíquico y sus
manifestaciones: Un sufrimiento mudo, que caracteriza el acné del síntoma anoréxico.

Nos centramos en la anorexia restrictiva estricta la cual es la Figuera extrema de la


patología, aquella en la que los síntomas se despliegan en su forma más típica, su
evolución se asocia a un comportamiento bulímico, y a veces intentos de suicidio.

El peso del silencio. Los silencios del cuerpo.

La negación mayor de esta patología alcanza al cuerpo y al peso. Las anoréxicas no se


ven delgadas. Comunican percepciones casi alucinatorias, específicamente en relación
con ciertas partes del cuerpo que les parecen enormes y deformes.

Esta negación del cuerpo no se detiene en la percepción visual, alcanza también, las
percepciones interoceptivas y propioceptivas: No hay sensación de hambre, ni sensación
de fatiga, los dolores se ven muy atenuados y ya no juegan su papel de señal. Es un
cuerpo que no tiende a responder más en el registro del dolor. Se puede hablar así de un
“orgasmo del hambre” que corresponde a las descargas dopaminergicas y a la secreción
de interleuctinas vinculadas a la privación de alimentos y, más ampliamente a un “goce
endógeno” que genera en particular la hiperactividad.

Las anoréxicas poseen una resistencia particular a las enfermedades somáticas diversas
cuando en el debilitamiento que se encuentran permitiría tener una gran vulnerabilidad.

El silencio del cuerpo es, por fin, y sobre todo, la puesta en suspenso de la pubertad con
detención del desarrollo estatura-ponderal y la desaparición de los caracteres sexuales
femeninos secundarios, lo que da un cuerpo de niña.

El cuerpo parece retomar literalmente el callejón del desarrollo (no crecer/engordar) el


callejón del proceso de identificación femenina (no hay desarrollo de los signos sexuales
secundarios) La extrema amenaza de la pasividad (insomnio y hiperactividad) y el
abandono pulsional (anestesia de dolor y placer)
El cuerpo muestra con tanta evidencia lo que la psiquis no puede sentir ni pensar. La
anorexia exhibe un dolor que no percibe. Así como exhibe estar en un callejón para
transformarse en adulta y mujer que no puede elaborar.

El vacío de las palabras.

Además del cuerpo, la negación del anoréxico apunta también a la realidad psíquica. Se
manifiesta al inicio de la internación, por este vacío que se caracterizan las primeras
entrevistas: negación y rechazo se conjugan y llevan a estas pacientes a reafirmar que
“está todo bien” y que “no hay nada de qué preocuparse”. A esta negación se les agrega
las defensas de comportamiento tomadas en los síntomas anoréxicos que
conscientemente ocultan la patología.

En estas primeras entrevistas no hay ni una palabra acerca del sufrimiento psíquico, el
sufrimiento actual ni los sufrimientos pasados. Un vacío narrativo tanto de parte la
paciente como de sus padres. Se observa que parecen tener una infancia “sin historia”
tanto a nivel de la trama del acontecer como a nivel de las expresiones psicopatológicas.

El contrato de peso o el tiempo recobrado.

Cuando el adelgazamiento es demasiado importante o la anorexia ya está instalada hace


varios años, la psicoterapia no puede ser suficiente, pues las palabras ya no están
acopladas al cuerpo y la dimensión adictiva del comportamiento anoréxico escapa a los
procesos psíquicos de secundarizacion. En este caso, solo la internación y la experiencia
de retomar peso logra reunir automáticamente las palabras al cuerpo .En primer lugar
para decir la furia y el horror de subir de peso, para decir el terror de que este aumento de
peso no se detenga nunca, esos primeros kilos son extraños y perseguidores.

Para construir el vínculo terapéutico con una adolescente anoréxica, la vía es estrecha y
oscila entre dos riesgos: por un lado, el de la comunidad de denegación y por otro lado el
de la rivalidad narcisista en la influencia.

Ahí entre la denegación y la influencia, que el “contrato de peso” adquiere toda su


importancia, aun así, como toda herramienta terapéutica, puede ser pervertido y desviado
por la adolescente. El contrato de peso se define en tres tiempos:

Un primer momento de separación con el entorno (“periodo de aislamiento”) hasta que un


peso umbral sea alcanzado, un segundo tiempo de “salida del aislamiento” parcial o total
y un tercer tiempo que es el del final de la internación.

Aquí pues: EL PESO ES EL TIEMPO. “salgo dentro de 8 kilos” El contrato de peso define
las secuencias de internación.

El retomar peso recuerda percepciones corporales olvidadas hasta inéditas, que reaniman
a la vida psíquica y al mismo tiempo le restituyen su anclaje corporal. El retomar peso, es
para la anoréxica, un análogo y una condición previa para la apropiación del cuerpo
púber. Así lo que permite el contrato de peso es reducir la amenaza de la influencia
sentida por la anoréxica y el intento defensivo de dominio del cuerpo que sigue.
Para que las palabras retomen peso.

Cuando la evolución es favorable, el retomar peso va junto a la emergencia de un


discurso subjetivado. Al principio son solo retazos de historia, aparentemente sin afectos,
en los que sin embargo se adivina una huella de un sufrimiento psíquico. Con frecuencia
son necesarios varios meses antes de que estos detalles de lo cotidiano salgan a la
superficie, antes de que sean cuestionados y antes aun de que sean un objeto de queja.
Estas representaciones, no son acalladas deliberadamente pero aparentan no tener
ningún peso psíquico. Parecen inscribirse psíquicamente como una repetición traumática
impensable.

Para una deslocalización del sufrimiento hacia el marco institucional.

Puede considerarse el periodo de aislamiento, fijado por el contrato de peso como una
ayuda para la elaboración de estos “huecos” del cuerpo y de la historia. El aislamiento
pone a prueba los fundamentos arcaicos de la relación de objeto. El aislamiento remite a
este primer tiempo del sujeto y del vínculo, fijado en las experiencias primordiales del
cuerpo. El aislamiento constituye primero una “prueba por la experiencia” la experiencia
real de una supervivencia posible, física y psíquica, sin el objeto. Debido a la fala mayor
de interiorización de un buen objeto interno por la fragilidad narcisista de estas pacientes,
la eficacia del aislamiento supone condiciones continentes, que sostengan y simbolicen,
para que pueda iniciarse un verdadero trabajo psíquico de separación/diferenciación.

El aislamiento figura ser un “hueco” en el espacio de tratamiento; dicho de otra forma, un


continente que contribuye a “descorporizar” el vacío, a localizarlo en el marco terapéutico
más que en el cuerpo. Sentir la falta a la que conduce el aislamiento pasa por una
proyección del odio en el marco terapéutico y revela la dimisión melancólica, contenida en
hueco de la anorexia.

El marco de la internación (en particular el aislamiento) crea un hueco fuera del cuerpo
sobre el que puede reconstruirse un trabajo de hisotirzacion, un trabajo de vínculo entre
los sentimientos corporales, los afectos y las representaciones.

Rother Hornstein, M. C. “Identidades borrosas en Adolescencias: trayectorias


turbulentas”. Buenos Aires: Paidós.
ADOLESCENCIA Y ORGANIZACIONES FRONTERIZAS.

Los adolescentes nos enfrentan con situaciones límites. Algunos autores consideran a la
adolescencia como estado limite cuando el embate pulsional y las exigencias de la
realidad dificultan la saluda hacia la exogamia, manifestando –a veces- “fragilidades del
yo”, “potencialidades psicóticas”, u estados depresivos cuando se pierden espacios u
objetos que eran importantes sostenes narcisistas, ya sea como “posesión narcisista” o
como “objeto de la actividad narcisista”. Si estas manifestaciones son transitorias, como el
duelo normal, posibilitan reorganizaciones fecundadas de la estructura psíquica.

En la adolescencia y la primera juventud no es fácil diferenciar entre organizaciones


fronterizas, el comienzo de la esquizofrenia o de una enfermedad bipolar.

La frecuencia de las organizaciones fronterizas en la consulta actual constituye una


proporción cada vez mas importante en relación con los “buenos y leales neuróticos” de
antes. En estos casos, las disfunciones del yo ponen en evidencia las falencias, carencias
o violencias del objeto primario (madre, padre, cuidadores), no sin intensificar las razones
para seguir fijado a él, cuestiones que se ponen en la transferencia.

El trauma, menos sexual, afecta al psiquismo de una manera más global, y se caracteriza
a menudo más por la ausencia de respuesta que por el efecto directo de esta, resultando
de ellos afecciones más o menos serias, generadoras de angustias intensas, de
repeticiones mortíferas, que ponen a prueba la contratransferencia del analista, quien se
ve obligado a variaciones técnicas y a utilizar diferentes estrategias a veces en el
transcurso de una misma sesión. Hay una imposibilidad de reconocer la alteridad, no solo
en el ámbito de la relación terapéutica sino en casi todas las relaciones: pareja, amigos,
familiares, laborales. Son pacientes que sufrieron severas privaciones en su desarrollo,
las cuales los predisponen a al desconfianza, a las reacciones defensivas.

Solemos ver que a lo largo de la vida estos pacientes repiten formas de relacionarse que
tienen finales traumáticos y que son con frecuencia predecible, pero casi siempre
inevitables. Estas repeticiones le confirman que, en cada nuevo encuentro, serán
rechazados, denigrados, abandonados, traicionados. Entran entonces en un círculo que
comienza con la idealización del objeto que aportaría supuestamente la satisfacción total,
seguida de furia y fantasmas asesinos cuando sobreviene el desfallecimiento del otro.
Obstinados por establecer una relación indisoluble y eterna, crean un lazo fusional,
imaginario, que inevitablemente se revelara inadecuado e imposible.

Es frecuente la reacción terapéutica negativa o esa compulsión a repetir que aparece


como la subversión del principio de placer cuando fracasaron las condiciones de
instauración que implica la participación del objeto. Fracaso que puede atribuirse a un
conflicto cuya solución no pudo ser hallada entre el funcionamiento pulsional, por un lado
y la relación con el objeto por el otro, al fracaso de esa madre que no pudo sostener
libidinalmente al niño y ofrecerle su psiquismo para ayudarlo a construir el propio dejando
de ser único objeto de amor y placer, proporcionar libre acceso a otros para que el niño
pueda instaurar así la relación con la realidad. Diversos autores agruparon bajo la
categoría de fronterizos o borderline a pacientes que presentan cierta clínica,
considerando lo afectivo, lo cognitivo, lo relacional y el predominio defensivo más próximo
a las psicosis que a las neurosis. Aquí, el sujeto y el objeto permanecen diferenciados,
pero se da una dependencia fundamental del primero con respecto del segundo, de forma
que el sujeto no puede conservar su integridad si pierde al otro. Esta dependencia en la
relación culmina en una especie de escisión de la personalidad en dos sectores, típica de
los estados límite: un sector adaptativo con lo real y un sector que implementa defensas
arcaicas de tipo psicótico.

Winnicott es para muchos “el analista de lo fronterizo”. Acentúa la importancia del


“ambiente facilitador”, “la preocupación materna primaria” y el “holding”, así como el lugar
de un buen “objeto transicional” y el área de lo intermediario, interesándose por el juego
reciproco entre lo interno y lo externo. Proporciono un modelo conjunto de encuentro
clínico y de funcionamiento psíquico en donde ante el sentimiento de vacío del paciente,
para quien el analista no representa la madre, sino “es la madre”, la contratransferencia
es el instrumento privilegiado. Tanto que a veces es desde ahí que hacemos el
diagnostico.

El yo es micho más de lo que propone Lacan. De ahí la importancia de revisitar la


segunda tópica y autores posfreudianos como Aulagnier, Green, Castoriadis, Pontalis,
McDougall y otros, que retomaron el estudio del yo y su conformación compleja, pulsional,
identificatoria y sede del pensamiento. Y que invitan a pensar no solo en el trauma
desestructurante que tiene su origen en el “abuso sexual” de los comienzos del
psicoanálisis sino también lo traumático de la falla y la carencia libidinal, narcisista; la falta
de respuesta del objeto primario, la madre en duelo deprimida y sin actitud amorosa hacia
su niño, lo cual puede dejar secuelas desastrosas, heridas no fáciles de cicatrizar o nunca
cicatrizables siendo su consecuencia en la esfera sexual menos importante que los
desgarros a nivel del yo y las diferentes formas sintomáticas que producen.

Las diversas organizaciones psicopatológicas pueden ser abordadas por el psicoanálisis,


con más o menos éxito. Los éxitos o fracasos de cada tratamiento dependerán de la
propuesta de cada analista, de su solidez y amplitud teórica y práctica, y de un proyecto
específico para cada persona en el que intervienen la ética en el manejo de la
transferencia y la contratransferencia, que apunta a investir un proyecto de autonomía.

REPASEMOS LO CONOCIDO.

Diferencio el modo de funcionamiento neurótico, de la perversión y la psicosis. Definió los


cuadros clínicos, no por purito nosográfico, sino como respuesta a la clínica y a los
nuevos desarrollos de la teoría.

Sostener una posición crítica acerca de los efectos que produce la manera como
pensamos y abordamos el trabajo con los pacientes, mantener una escucha abierta a las
nuevas formas que toma el padecimiento humano, reconocer las nuevas manifestaciones
sintomáticas, nos lleva a crear diversas formas de abordaje clínico y a revisar la manera
en que quedan conmovidos los conceptos teóricos fundamentales.
Sometió su propia disciplina al principio que la hizo nacer; no negar lo irracional, lo
incoherente, lo inquietante, lo negativo. Por el contrario, interrogar y pensar lo que se
presenta como obstáculo. Hoy los casos-limite no pueden ya ser considerados la
excepción.

ESTAR AL DIA

Se ven cada vez más “formas mixtas” en las cuales tras la fachada neurótica se revela la
intensa actividad proyectiva esquizo-paranoide o una fragilidad narcisista que lleva a la
disociación entre la psiquis y el soma o lo que Freud identifica como alteraciones del yo,
que marcan el comportamiento de una suerte de locura sin decirlo.

En la clínica habitual ya no predominan tanto los síntomas neuróticos, la inhibición, la


represión, los conflictos internos apuntalados en conflictos sexuales o en las
dependencias familiares e ideológicas, sino que asistimos cada vez más a las dificultades
en las relaciones con los otros y con uno mismo, a la depresión, a los comportamientos
autodestructivos y a las somatizaciones. Los analistas por estar más atentos a lo
“profundo” –lo que explicaría por una parte la duración de las curas- o más interesados
por los efectos de la realidad, del entorno, de la historia; los pacientes cada vez menos
estructurados, en función de una evolución sociocultural que conmueve la construcción
identificatoria, como si la crisis de identidad no estuviese solo ligada al a fase adolescente
de la vida sino que constituyese un estado permanente. Nos enfrentamos así a lo que
diferentes autores llaman estados fronterizos, organizaciones fronterizas, trastornos límite
de personalidad, pacientes borderline, teniendo que dilucidar si son distintas maneras de
referirse a una misma problemática o de agrupar pacientes difíciles de diagnosticar.

¿Qué ENTENDEMOS POR LIMITE?

Los límites son zonas de intenso trabajo que posibilita modificaciones en las diferentes
instancias psíquicas.

En estos pacientes, o hay una gran porosidad y escuchamos con frecuencia las
expresiones “soy una esponja; tolo lo absorbo”, “soy maleable, tengo el sí fácil”, o por el
contrario hay una gran distancia con el otro, extrema desconfianza, todo lo cual da cuenta
de la enorme sensibilidad y del miedo a la intrusión y también la contrapartida; deseo de
fusión y exceso de intrusión.

Cundo el papel del yo auxiliar, la madre que contiene, la madre que metaboliza los ruidos,
la madre espejo, no está garantizado, las posibilidades de elaboración del niño se ven
sobrepasadas y el yo debe hacer frente a la doble angustia: de intrusión y de separación.
Estas fallas de los lazos libidinales o de excesos que perturban el surgimiento del yo
propician marcadas heridas narcisistas que se manifiestan en la clínica como profundo
desprecio de los otros y de todo lo que ellos aportan. Actuación que es reflejo de una
desvalorización de si mismo originada en la débil constitución del yo ideal. Si el rechazo
se despliega –como es habitual- en la transferencia, genera un sentimiento
contratransferencial de desaliento, desesperanza y frustración que no es fácil de remontar
y que no puede llevar a contraactuaciones nefastas.
La interpretación momentánea del adentro y el afuera y la tendencia a lo instantáneo
conducen a ciertos pacientes limite a tomarse muchas libertades con las categorías del
espacio y del tiempo, así como con la causalidad, aproximándose a su discurso y su
pensamiento al de los psicóticos. Pero el sentido no se altera para el destinatario. La
relación con la realidad sigue relativamente preservada y si bien el pensamiento parece
“loco” es susceptible de corrección inmediata cuando los demás, no solo el terapeuta le
marcan al joven que no lo entienden. Esta dificultad, que el sujeto percibe como su
dificultad para hacerse entender, a menudo es la causa de inhibición y de desinvestidura
narcisista o lleva a reacciones y manifestaciones de odio verbales y de comportamientos
desbordantes.

Con estos pacientes los analistas también trabajan en los límites. Aportar un yo que no
desfallezca por la proyección de la desesperanza y encuentre la manera de que el
paciente acceda a incrementar la capacidad simbólica disminuida o invitar a un paréntesis
en el trabajo analítico sin que el paciente caiga en angustia de desintegración es un juego
delicado que debe evitar generar el sentimiento de abandono e incrementar así el
profundo sentimiento de vacío. Al mismo tiempo es necesario proponer un límite al
“avasallamiento”, producto y productor de una angustia masiva que reedita el encuentro
con esa madre que no pudo dosificar y regular los estímulos y proponer un proceso de
elaboración y de simbolización que impida un desborde traumático, con fallas en el
sentimiento de identidad y de existencia. Entender las necesidades psíquicas de un
paciente no significa quedar apresados en sus demandas.

POLIMORFISMO SINTOMATICO Y DEFENSAS.

El polimorfismo sintomático. Por eso debemos estar atentos, en la clínica, a la


problemática depresiva, a las conductas adictivas, a las tentativas de suicidio, a los
pasajes al acto, a los trastornos del sentimiento de si y a los arranques delirantes que
propician ansiedad flotante y difusa, a los síntomas obsesivo-compulsivos, a las fobias
múltiples, a las reacciones disociativas y a las preocupaciones hipocondriacas, a las
mutilaciones del cuerpo.

Con frecuencia los pacientes borderline dan cuenta de una carencia de interioridad, de
desinvestidura del propio espacio psíquico, de dificultad para estar solos y de
dependencia adictiva. Predominan la tonalidad de depresiva, las preocupaciones
somáticas, el clivaje más que la represión, el acto más que la fantasía, el ataque contra el
pensamiento, más que la evitación del pensar, la dificultad en encontrar sentido a sus
actos y pensamientos, la promiscuidad sexual, la indiscriminación frente al otro más que a
su reconocimiento.

En 1914, cuando Freud introduce el narcisismo, inaugura otra manera de concebir el yo.
El yo es reservorio libidinal y es en su intrincada relación con otro que lo piensa, lo desea,
lo instituye, que transita su devenir. Por eso las fallas en la constitución del narcisismo
promueven desorganizaciones del yo, falso self, fragilidad del yo. La privación afectiva y el
no reconocimiento de las diferencias que padecieron estos pacientes puede dar lugar a un
narcisismo en el que predomina el sufrimiento por no haber sido, de niños, únicos y
valiosos.

La utilización de las dos tópicas es uno de los pivotes del enfoque psicoanalítico en
psicopatología, principalmente para diferenciar las neurosis de las organizaciones limite.
En relación a la primera tópica, los autores coinciden en pensar que el trabajo del
preconsciente, efectivo en la neurosis, es insuficiente en las organizaciones límite. En la
neurosis hay una clara diferenciación de los lugares psíquicos, en comparación con
aquellos que muestran desbordes, invasiones entre sistemas, testimonio de la porosidad
entre las fronteras internas y externas, y en los que predominan un trabajo de figuración y
de puesta en palabras que es propio del preconsciente, que es precario e inestable.

Las neurosis es el resultado de un conflicto entre l yo y su ello, en tanto que la psicosis es


el desenlace análogo de una similar perturbación entre el yo y el mundo exterior.

En la psicosis el yo se rehúsa a admitir nuevas percepciones y también le quita valor


psíquico (investidura al mundo interior, creando neorrealidades externas e internas como
si fueran mociones del ello. El delirio es como un parche colocado en el lugar donde
originariamente se produjo una desgarradura en el vínculo del yo con el mundo exterior.

La etiología común para el estallido de la psiconeurosis o de una psicosis sigue siendo la


frustración, y sobre todo en relación con los objetos investidos. Lo que en un paciente
neurótico aparece como referente a la identificación con tal o cual, un paciente fronterizo
lo vive como confusión a nivel de la identidad, y más que pensarse como mamá, papá o
hermano, no les es fácil discriminarse de los otros con los que se relaciona.

En el nivel tópico, se trata del borramiento de los limites internos y externos que
desdibujan los espacios psíquicos; en el nivel dinámico, del fracaso de la represión en
favor de los mecanismos de negación y de escisión; en el nivel económico, de la debilidad
del trabajo de elaboración y de simbolización y del riesgo de desbordamiento traumático,
de hundimiento depresivo, de la pérdida del sentimiento de identidad y, más
precisamente, del sentimiento de continuidad y del valor de la experiencia de sí.
Finalmente, en el nivel de las relaciones con los objetos, la escisión, la proyección y la
identificación se conjugan en el campo de la identificación proyectiva.

Lo que no refiere solo a una diferencia nosográfica. En el primer caso la gravedad tiene
que ver con la tenacidad de las fijaciones, con el carácter resistente de la angustia, con la
poca, movilidad de los síntomas para el analista y la rigidez de los mecanismos de
defensa.

Borderline o fronteriza arrastra las huellas de su condición de nacimiento aun no resuelta


que nos lleva a preguntarnos sus e trata de una nueva entidad nosográfica o de fronteras
de lo analizable; y en este caso, como en todo paciente en el que, se pone en duda su
posibilidad de analizarse, la pregunta es si los recursos que nos dio el psicoanálisis
freudiano nos son suficientes.
Waserman, Mario (2007) “Los limites rebasados, un clásico de la adolescencia
posmoderna”, en Revista Actualidad psicológica.
El problema de los límites es un motivo de consulta habitual en el análisis de un
adolescente en la sociedad actual. Por la universidad con la cual se presenta, el
forzamiento de los límites en la adolescencia más que una anormalidad parece ser una
regla universal. Tanto es así que su misma no ocurrencia se puede leer como un
problema psicopatológico de la misma o mayor mediad que la trasgresión. Es respecto a
la pulsión que el límite se muestra. Literalmente la educación y la pulsión se trenzan en
una lucha cuya ecuación final se correrá hacia el lado de una represión excesiva o de un
desbordamiento.

En la adolescencia se produce el movimiento ápice de la revuelta en la historia personal.


Debemos situar el problema de los límites en la adolescencia confluyendo con el
momento del corte generacional. Corte y rebasamiento son dos fenómenos en los cuales
el segundo es la cara visible del primero.

En sociedades como la nuestra parece una ley natural que el poder del padre deba ser
enfrentado en esas circunstancias evolutivas. En estas sociedades pre-modernas y que
podemos llamar lineales el sujeto se concibe en una continuidad sin cortes con la
generación que lo precede.

El asentimiento simbólico del padre se contiene en los ritos de iniciación en las


sociedades o grupos lineales, este asesinato esta metaforizado como parte de un ritual
que mantiene rigurosamente reprimido tal acontecimiento. El joven demuestra en las
pruebas de iniciación que el ya está en condiciones de ser igual al padre, o sea de
acceder a la mujer. Con sus valerosos actos pone de relieve el logro de la potencia que
antes era solo un atributo fálico del padre.

La superación de los ritos de iniciación, por esencia dolorosos, le otorgan el certificado de


estar en condiciones de portar la insignia fálica.

Es solo en contextos histórico sociales como el nuestro que podemos llamar de corte que
el Edipo sale a la luz, se hace acto, se ve. Es en nuestro tiempo que la metapsicología
edípica adquiere su cenit, el drama edípico debe consumarse, el padre debe ser
asesinado.

Para el púber de nuestra época el padre idealizado o sus subrogados, se presentan como
figuras muy debilitadas, que piden lastimosamente que se lo escuche. Busca sostenerse
en el derecho ya que la ley es decir, aquello que transcurre en el imaginario social de la
posmodernidad lo va dejando sin fundamento.

Es una sugerencia implícita de la sociedad que el padre real deba ser desautorizado, a
través de una serie de actings de independencia necesariamente transgresivos, y sobre
las cenizas de su impotencia se construirá, al final de la adolescencia, el súper yo y el yo
definitivos, que lamentablemente arrastraran la impotencia de donde emergieron.
Trasgresión e independencia no son sinónimos. La trasgresión puede convivir con la
dependencia en un adolescente tardío cuyos actos transgresivos no lo conducen para
nada a su independencia y autonomía. Por otra parte pueden coexistir independencia y
sometimientos. Adolescentes tardíos con desarrollo independiente pero que se siguen
rigiendo por los mandatos del padre sin distancia critica alguna.

El asesinato del padre se realiza en nuestra época sobre un padre herido de una
endeblez y debilidad extremas, que no encuentra en su rol sostén alguno de su utilidad.
Se asesina a un padre tumbado. Las más de las veces el cuestionamiento que el
adolescente hace de sus padres es la falta de ética. La discordancia entre sus enunciados
y sus actos. La posición ética del adulto ha quedado desenmascarada y el joven es herido
por esa realidad.

Ejemplos claros de las sociedades de corte son aquellas que se instalan bajo las ideas del
modernismo, esencialmente bajo la idea de progreso, la cual implica suponer en el campo
de las generaciones que la generación venidera debe superar a la de los padres. La
sociedad de corte o la familia de corte empujan al cambio de un modo cada vez más
veloz, pero al mismo tiempo, por sus arcaísmos lineales los mayores critican a los jóvenes
por sentirse desautorizados.

En las familias lineales la individualidad, la subjetividad como diferencia no es un valor, se


busca el parecido mayor con los ancestros. En las familias de corte, nadie quiere ser una
fotocopia del ancestro. Este estado de cosas no es concebido en una sociedad lineal y es
muy combatida por los regímenes totalitarios que aunque a veces se proclaman
hereditarios prefieren las sociedades lineales donde la ley del padre nunca es
cuestionada. La sociedad lineal se caracteriza por el estancamiento mientras que la del
corte bordea siempre la autonomía.

Conjuntamente con la rebelión del ya no niño que reclama un cuerpo con derecho a la
genitalidad tan largamente postergada a partir del Edipo, el adolescente proclama en lo
ideológico la llegada de una cultura superior, más ética. En los actos de reclamo de una
cultura superior se percibe conjuntamente el retorno de lo reprimido que en definitiva se
conecta a lo violento y a lo orgiástico, elementos psíquicos ligados a lo puberal de la
adolescencia que los mandatos de la cultura destinan a la represión.

El orden social encarna en una sociedad de corte, la prohibición que impide el goce
anhelado. El límite es percibido como el mantenimiento indefinido de la castración. Todos
los mensajes gráficos publicitarios van en la dirección de que el goce imposible es
posible.

Esta latencia amenazada muchas veces dificulta la instauración en el sujeto de un


espacio adolescente sublimatorio.

El ideal de nuestra cultura propone en un extremo una combinación de objetos de


consumo conseguidos sin mucho esfuerzo. La droga y el sexo son sus banderas. En el
otro extremo de la sociedad lo que puede llamarse la derecha cristiana se ansia volver a
la castidad prematrimonial, el momento previo al cambio catastrófico y al mandato
sacrificial. El logro de la felicidad está en la postergación.
Si la exhumación del goce y la furia al límite son un fenómeno puberal y adolescente en
una sociedad de corte, esto lo consideramos un fenómeno no psicopatológico, sino una
forma concordante del desarrollo personal en el interior de nuestra sociedad ya que es el
modo en el cual esa sociedad vive y evoluciona. Si se extiende más allá de la
adolescencia como la misma sociedad posmodernista lo impulsa hay dos cuadros
psicopatológicos a diferenciar: a) la adolescencia interminable, b) la instalación de una
perversión que se caracteriza por los mecanismos de renegación y los contenidos sado-
masoquistas tanáticos de su sexualidad. La adolescencia interminable se caracteriza por
un romanticismo fanático con una incapacidad del sujeto para ocupar el lugar del padre.

En los casos de no trasgresión y sometimiento exageradamente pasivo, en una sociedad


de corte a su vez hay varios cuadros psicopatológicos a discernir:

a) La instalación de una niñez interminable


b) La instalación de una severa disociación en los cuadros donde los valores lineales
son mantenidos como fachada mientras el delirio puberal se actúa en el patio de
atrás
c) Una severa sobre adaptación con una represión global, con un cuadro de pseudo
adultez y el peligro de somatizaciones
d) La instalación de un estado depresivo y una queja permanente, típica del
adolescente a quien le está impedida la trasgresión, por ansiedades fóbicas o
restricciones ambientales inamovibles.
e) Un estado melancólico de postración por no poder salir de la posición de objeto.
Solo en las sociedades e corte estos problemas psicopatológicos se pueden presentar
porque solo en ellas se plantea el enfrentamiento generacional, que debemos diferenciar
de la sucesión de las generaciones y del parricidio como un universal.

Paradojalmente en una sociedad de corte cuantos menos límites existen, menos debe
haber, no importa el costo que esto implique. En el límite se esconde el superyó
prohibidor del Edipo, el padre castrador, un abusador tan invasivo como el abusador
perverso. El ideal puberal es liberarse totalmente del superyó de la infancia, que lo
domina todo. El ideal puberal y el ideal social van al unísono, se pretende una
adolescencia interminable.

Los ritos de iniciación en nuestra sociedad y su relación con los límites.

Los ritos de iniciación marcan el momento de pasaje de niños a adultos. Puntúan el


momento en el cual un sujeto no dotado de una capacidad genital se transforma en un
sujeto que empieza a dotarse con capacidad de resolución genital.

Si bien es posible que en las sociedades así llamadas primitivas la crisis puberales no se
manifiesta como conductas anti-sociales, los ritos de iniciación que la sociedad establece
para ese periodo nos hacen suponer que se trata de una estructura creada para contener,
dentro de lo posible, la crisis que se está produciendo. Son iguales a los rituales del duelo,
formas sociales para contener el derrumbe del mundo significante.
El modo de enfrentar la crisis en la cual entran todas las estructuras en el transcurso de la
pubertad está pautado por la sociedad lineal marcando una serie de comportamientos
cuya finalidad es que el sujeto supere esa crisis sin poner en peligro su propio equilibrio
narcisista ni al Otro, entendido por Otro, el discurso social con su conjunto de reglas y
prohibiciones.

Los ritos de iniciación, en nuestra sociedad posmoderna. Han perdido su poder de


autorización por parte del discurso social. Aun así juegan un importante rol en el equilibrio
narcisista nuevo con el cual se necesita dotarse al dejar al momento en el cual un sujeto
deja la latencia. En nuestras sociedades los innumerables ritos de iniciación, no autorizan.
Es la edad, la de veintiún años, la que autoriza al sujeto a la propia autonomía. Este
número, por sí solo, no juega ningún rol en la economía narcisista.

Los padres horrorizados de una adolescente no pueden ponerle límites a su pasión


religiosa judía, a su búsqueda apasionada de un padre riguroso.
Rojas, M. y Sternbach, S. (1997) Entre dos siglos. Una lectura psicoanalítica de la
posmodernidad. Lugar Editorial. Cap. 5 “Patologías del fin del milenio”

PSICOPATOLOGÍA Y ESPÍRITU DE ÉPOCA.

Esto ha ido llevando a reformular importantes cuestiones atinentes a nuestros dispositivos


y modos de intervención. La inclusión del referente a frente en el trabajo analítico con
pacientes para quienes no cabría la indicación del análisis de diván; la insuficiencia o
inadecuación de la interpretación verbal metafórica basada en la asociación libre con
pacientes que presentan un marcado déficit en la capacidad asociativa y de simbolización;
el tipo de transferencia que se despliega en el trabajo analítico, diferente de la
transferencia neurótica nos plantean problemáticas hoy insoslayables.

Dada la temática que nos convoca, abordaremos los aspectos que hacen al campo
psicopatológico desde nuestro recorte peculiar; vale decir, sus conexiones con el actual
espíritu de época. Conexiones que dan cuenta de una historicidad de las formaciones
psicopatológicas que no invalida las raigambres estructurales universales propias del ser
humano.

Continuamos redescubriendo día a día en los pacientes y en nosotros mismos las


eficacias del inconsciente y los avatares del Edipo: el sueño, el lapsus, el síntoma, forman
parte de una división subjetiva que subsiste más allá del cambio histórico. Sin embargo
como ya hemos planteado, los modos de despliegue de estas formaciones subjetivas no
resultan ajenos a los códigos de la cultura. Si bien el síntoma constituye una formación de
compromiso universal, es también una apelación al Otro, y se lo formula dentro de los
códigos sociales compartidos. El carácter significante del síntoma lo sitúa, por ende,
dentro del campo de una cultura que inexorablemente deberá reconocerlo como tal.

Consideramos al abanico psicopatológico también como aun respuesta síntoma a las


discursividades de la época. A la vez, cada cultura habrá de reconocer como patologías
sola algunas, entre el amplio espectro de todas las existentes. Enfatizo la historicidad
social del eje salud-enfermedad. La variación en las concepciones acerca de la locura a lo
largo de las épocas, y sus disimiles modos de tratamiento, dan cuenta de dicha
historicidad.

A partir de las observaciones precedentes, se nos hace manifiesta la estrecha relación


entre psicopatología y cultura. A la vez, las definiciones psicopatológicas se postulan en el
seno de teorías, también gestadas dentro de marcos históricos. Es innegable que las
histerias existían ya mucho antes de Freud; sin embargo la escucha y teorizaciones que le
psicoanálisis produjo, la crearon como matriz clínica, modelo teórico cuyo desciframiento
se hizo posible a través de la palabra. Es cierto que el psicoanálisis debe mucho a la
histeria. Esta estimulo desde el inicio algunos de los interrogantes cuya indagación daría
lugar a los sustentos conceptuales básicos de la teoría. Pero de igual modo,
recíprocamente, las histerias adeudan al psicoanálisis su novedosa escucha y posibilidad
de cura.
Las teorías surgen en determinado contexto sociocultural, posibilitador tanto de su
invención como de su reconocimiento social; a la vez que se encuentran invariablemente
atravesadas por la dimensión ideológica. Es claro que tampoco el discurso científico capa
la representación ideológica. Si bien la ciencia avanza por sobre sus propias certidumbres
–a diferencia del discurso propiamente ideológico, caracterizado por su cerrazón y
pretensión totalizante- se encuentra a la vez inevitablemente inserta en el imaginario
social global.

El psicoanálisis ilumino, sin duda, aspectos esenciales de la subjetividad, anteriormente


ignorados. En el campo de la psicopatología logro dar cuenta con profundidad de
determinadas matrices clínicas a partir de sus ejes conceptuales centrales. A la vez,
descubrió las dimensiones psicopatológicas de la vida cotidiana, sin reducir su mirada al
ámbito de la enfermedad reconocida como tal. Las consideraciones acerca del lapsus o el
chiste ampliaron la indagación psicoanalítica al conjunto de la vida de los hombres en el
mundo de la cultura; se diluye con esto la frontera tajante entre sanos y enfermos.

La “salud” absoluta no sería posible para el psicoanálisis, dado el carácter estructural del
complejo de castración, y el irreductible antagonismo entre pulsión de vida y pulsión de
muerte. En todo caso, la cura propenderá a la asunción, siempre relativa, de la castración
y al triunfo transitorio de eros sobre la pulsión de muerte, posibilitando el largo rodeo de la
emergencia deseante frente a la inercia nirvánica del goce.

EL “PROTOTIPO SANO”

El prototipo sano establecido por el espíritu de época linda con tales patologías, como
habremos de analizar a continuación.

Dicho prototipo incluye una amplia gama de rasgos favorecidos por la cultura, entre los
cuales cada sujeto podrá “optar”, incorporara algunos de ellos en distintas gradaciones y
dejara otros de lado. De este modo, los sujetos concretos no se ajustan jamás en forma
acabada a los tipos posibles de su época; ya que la singularidad, por supuesto, desborda
cualquier prototipo.

En el apogeo de la mentalidad burguesa, caracterizada por rasgos tales como la


valoración del esfuerzo, la austeridad y la pregnancia del futuro, encontramos una amplia
incidencia de la neurosis obsesiva.

Prototipo posmoderno. Los ideales promueven hoy un ritmo hipomaniaco ligado a la


abolición de todo conflicto, al éxito y la eficacia. Pragmático y veloz, poco sujetado a lazos
y limitaciones de cualquier índole, el prototipo sano tendrá, como una de sus
posibilidades, la búsqueda de la fama y el poder. Se le permitirá jerarquizar el interés
propio aun en detrimento de los otros y también bordea situaciones transgresivas, las que
pasan a formar parte de la llamada “normalidad”.

El prototipo sano podrá optar también por mostrarse casi indiferente ante su vida y la de
los otros; atenuara sentimientos solidarios, al tiempo que podrá permanecer casi
insensiblemente ante la muerte misma. Ligero y desapasionado, mostrara una actitud
despreocupada ante el riesgo y la posibilidad misma de perder la vida. En cuanto a las
relaciones humanas que establezca, las nuevas discursividades pregorian y validan un
vínculo a su vez leve, que implique escasos compromisos y obligaciones. Esto supone
una desinvestidura parcial que da lugar a lazos distantes en los que el otro se torna
fácilmente intercambiable; mercancía incluida en la lógica misma del consumo parcial, sin
identidad ni integración como totalidad, casi cayendo por fuera de los revestimientos
imaginarios del amor.

Muchas de las características del prototipo, se articulan alrededor del individualismo que
ya hemos considerado. En relación con esto, autores no psicoanalíticos que se ocupan de
la era actual, describen el predominio de formas narcisistas. Así para finkielkraut, autor
fuertemente critico respecto de los nuevos modelos culturales, “la vida guiada por el
pensamiento cede suavemente al terrible y ridículo cara a cara del fanático y del zombie”.

El narcisismo no es solo mortífero, tal como el propio Green ha señalado, la referirse a un


narcisismo de vida. Su dimensión erótica se refleja en el momento actual, entre otros, en
la investidura de la salud y la belleza, así como en la valoración del placer vital.

El prototipo ha de mostrarse bello, superficial y sobre todo divertido, lo que supone cierta
desestimación de la interioridad. Esto conlleva en sus extremos problemáticas del
pensamiento y la simbolización, tales como las modalidades operatorias a las que más
adelante nos referiremos.

Del sujeto sano de la posmodernidad se esperara hasta precozmente la autonomía; una


buena dosis de hedonismo y un individualismo que lo libera casi totalmente de las
pesadas culpas, que arrastrara su antecesor. El superyó da cuenta del carácter
estructural de una división del sujeto contra sí mismo, disimulada en la supuesta unicidad
del prototipo sano de cualquier época.

Las patologías adictivas, lindantes con rasgos mencionados de la cotidianeidad,


adquieren hoy fuerte vigencia y constituyen un prototipo de la sociedad del hiperconsumo.
Tal como enfatizáramos con anterioridad, la cultura actual promueve las tendencias
adictivas desde momentos precoces de la vida, al pretender la saturación permanente de
la carencia.

LAS ADICCIONES, O LA OBLIGATORIEDAD DEL CONSUMIR.

En lo que hace a la sexualidad del toxicómano, esta también se desjerarquiza, ya que


nada es comparable al flash. Por otra parte, el efecto de algunas drogas desplaza,
mientras dura, al cuerpo sexuado. El cuerpo, en cambio, se hace presente con intensidad
y dolor en el momento de la carencia de la sustancia toxica. En grados avanzados de la
adicción, la sexualidad va tendiendo a desaparecer, ya que la droga adquiere exclusividad
en el plano de la satisfaccion.

Con referencia a la relación del adicto con la droga. Piera Aulagnier la incluye dentro de la
relación pasional. Con este término, define una relación en la que el objeto se ha
convertido para el Yo en fuente exclusiva de todo placer y ha sido desplazado por el en el
registro de las necesidades; es decir, el placer se ha tornado necesidad. El Yo, sugiere,
desplaza sobre la droga la actividad pensante en cuanto acción y el mismo se coloca en
el sitio del que contempla y goza de lo que produce esa actividad. Se genera así una
particular, escisión del yo en la que este, activo en la búsqueda del objeto droga, se
piensa pasivo frente a lo que el Dios droga le ofrece para pensar. Un dios que parece
darlo todo, pero al mismo tiempo es devorador y destructivo; exige como ofrenda el
deseo, la pulsión de vida, y por fin, la vida misma. En relación con esto, incluimos a la
droga entre las formas de alienación más extremas en que el hombre actual se halla
inmerso.

Si para algunos el adicto es un perverso, para otros la adicción no puede ser encuadrada
dentro de una entidad nosológica. Cevasco y bulacio piensan que el perverso conlleva
una fijeza en el objeto sostén de su goce, mientras que en la adicción este objeto es más
lábil. Para Vera Ocampo, a diferencia del masoquismo perverso, en el cual se ha operado
una transformación de la finalidad activa en pasiva, lo que implica la búsqueda de otro
como “objeto” de la pulsión, el toxicómano se encontraría fijado en la posición intermedia
del masoquismo reflejo, autoagresivo, debido a la negación de la pérdida del objeto.

Algunas pueden ser insuficientes, afirma, como depresiones, perversiones, psicopatía,


bordelindes, y otras excesivas, como la psicosis. Kalina propone a la adicción como
expresión de la parte psicótica de la personalidad.

LAS ANOREXIAS, O EL CUERPO CONSUMIDO.

El psicoanálisis y la medicina continuaron ocupándose de esta patología, casi siempre


transitando caminos divergentes. El interés por la anorexia se incrementa cuando esta se
difunde hasta adquirir ribetes epidémicos. Es así que aunque datan de la edad media las
primeras menciones de esta enfermedad, es en la actualidad que el termino anorexia y
junto al de la bulimia nerviosa, se tornan familiares no solo para los profesionales sino
para el conjunto social.

Los medios, por su parte, conceden trascendencia a estos cuadros de incidencia elevada
y tienden a ponerlos en relación con ideales de época que consideran a la belleza ligada a
una delgadez a veces extrema. Estas definiciones culturales se constituyen en ideales
que en ocasiones se obstaculizan; establecen entonces con rigidez una delgadez a
ultranza y determinan la marginación de la obesidad, considerada vergonzante.

El ideal adulto impone la denigración de lo diferente y se convierte n fuente constante de


destrucción; esto tiende a darse bajo distintas modalidades en toda época. En tal medida,
el ideal configura una de las formas de violencia de la cultura, más por su formulación
inexorable, que diluye la posibilidad de opción, que por su propio contenido. Contenido
que, por otra parte, fluctúa notablemente de una a otra época.

El cuerpo evanescente de la anorexia, leve, parece despegarse de la moralidad misma.


Carente de formas que denuncian tanto el crecimiento y la sexualidad como el paso del
tiempo ¿implica además junto al goce del límite una fantasía de vencer la muerte?
Expresión externa de lo mortífero, la anorexia afecta el sustento nutricio que sostiene la
vida. Al mismo tiempo, y contradictoriamente, sugiere quizás en el observador una
suprema omnipotencia, ya que, quien no come parece situarse más allá del plano de la
necesidad universal e ineludible. De este modo, no solo quien padece anorexia se
diferencia de los otros, sino que genera a la vez cierta admiración en el entorno, ya que
supera tentaciones que a otros avergüenzan y descalifican.

Negativismo de la anorexia, que contrasta particularmente con el mundo del consumo y la


saturación en que se inserta: mundo en cuya lógica la obligatoriedad es consumir.

LAS ENFERMEDADES PSICOSOMATICAS: CUERPO SUFRIENTE Y LEVEDAD.

ESTA SUERTE DE POBREZA EMOCIONAL HA SIDO AMPLIAMENTE DESCRIPTA


POR DIFERENTES PSICOANALISTAS, QUIENES SE HAN REFEREIDO A LELA EN
TERMINOS DE DESAFECTACION Y ALEXTIMIA. LA PRIMERA IMPLICA LA
RECURRENCIA A MECANISMOS DEFENSIVOS ARCAICOS PARA MANTENER UNA
BARREAR DESVITALIZADA, QUE DISPERSE LOS AFECTOS LO MAS REPIDAMENTE
POSIBLE. EN ESTOS CASOS, SE PROPONE PARA LA EXPRESION EL CUERPO
SURENTE.

LA DISPERSION AFECTIVA TAMBIEN SE EJECUTA A TRAVES DE AL ACCION,


MODALIDAD EN QUE EL HACER PERMANENTE BUSCA LA DESAPARICION DEL
AFECTO, HASTA LOGRAR LA PULVERIZACION DE TODO RESTO DE SENTIMIENTO
PROFUNDO. LA DESAFECTCAION EN ACCION, COMO LA DENOMINARA Mc Dougall;
constituye una respuesta al alcance de cualquier sujeto cuando el afecto amenaza con
desbordarlo. Pero en otras ocasiones como hemos visto, solo es el cuerpo mismo el que
entra en acción. La corporalidad es, entonces la encargada de ejecutar en lo real la
tramitación de un dolor psicótico que no resulta subjetivable.

Alextimia, para referirse a aquellos cuadro en que los paciente son poseen palabras para
nombrar sus emociones. Ausencia de registro del mundo emocional, y su incapacidad
para la puesta en palabras, es correlativa a un empobrecimiento del lenguaje, que
adquiere carácter formal y desafectivizado.

La predominancia de lo tanático en estas patologías se hace carne en la implosión


corporal, llegando en sus extremos a producir la muerte prematura. Pero, aun en casos
más leves, la tendencia muda de Tanatos se presentifica como cristalización e inercia,
como deseo de no deseo, desinvestidura en la subjetividad deseante queda anulada a
favor de una existencia, la anestesia y el vacío, que significativamente se hacen oír cada
vez con mayor frecuencia en la clínica.

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