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Este documento describe las diferentes tipos de relaciones interpersonales como íntimas, superficiales, circunstanciales y de rivalidad. También discute cómo las emociones como la ira pueden afectar la resolución de conflictos. Resolución de conflictos es una habilidad importante para el desarrollo personal y mejorar el clima laboral y transformar entornos negativos en positivos.
Este documento describe las diferentes tipos de relaciones interpersonales como íntimas, superficiales, circunstanciales y de rivalidad. También discute cómo las emociones como la ira pueden afectar la resolución de conflictos. Resolución de conflictos es una habilidad importante para el desarrollo personal y mejorar el clima laboral y transformar entornos negativos en positivos.
Este documento describe las diferentes tipos de relaciones interpersonales como íntimas, superficiales, circunstanciales y de rivalidad. También discute cómo las emociones como la ira pueden afectar la resolución de conflictos. Resolución de conflictos es una habilidad importante para el desarrollo personal y mejorar el clima laboral y transformar entornos negativos en positivos.
Universidad Pedagógica Experimental Libertador Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio Extensión Tucupita, Centro de Atención Piacoa Cohorte 2018-ll Educación Primaria
Heglys Corona C.I 28385761
Primaria Cohorte 2018-II
Las relaciones interpersonales se entiende como el modo de vincularse
que existe entre dos o más personas, basándose en emociones, sentimientos, intereses, actividades sociales, entre otros. Este tipo de relaciones son la base de la vida en sociedad y se dan de distinto modo en numerosos contextos cotidianos, como la familia, los amigos, el entorno laboral, clubes deportivos, matrimonios, y muchas más, siempre y cuando existe en ellos la posibilidad de que dos o más personas se comuniquen de manera sostenida. Además, forman parte de la vida humana a niveles tan profundos que pueden estar incluso reguladas por la ley, por convención o por la costumbre. Así se crea un entramado complejo de vínculos y grupos sociales que constituyen la sociedad por completo. De hecho, el manejo de las relaciones interpersonales es un hito fundamental en el crecimiento del individuo. Estas relaciones interpersonales pueden ser muy diversas y complejas, y algunas puede que incluso no tengan un nombre. Pero a grandes rasgos solemos reconocer más o menos las: Relaciones íntimas o afectivas, que son aquellas que persiguen una conexión profunda con otros individuos, y que básicamente comprenden los distintos grados del afecto. Se trata de vínculos de enorme confianza y que buscan perdurar en el tiempo, asociados a sensaciones placenteras y de protección, solidaridad y pertenencia. Tal es el caso del amor y la amistad, por ejemplo. También, tenemos las relaciones superficiales que son aquellas que se manejan en una capa inicial del conocimiento de los individuos, o sea, en las etapas formales y no muy profundas, ya sean placenteras o no. Se trata de vínculos pasajeros, no demasiado importantes ni centrales en la vida emocional del individuo (a diferencia de los íntimos). Es el tipo de relaciones que forjamos con desconocidos, con personas que sabemos efímeras o con el compañero de asiento de un avión, a quien nunca volveremos a ver. Por otra parte, están las relaciones circunstanciales que son aquellas relaciones que ahondan en el espectro intermedio entre lo íntimo y lo superficial, ya que involucran a personas con las que compartimos a menudo, pero por las cuales no sentimos un apego demasiado profundo. Este tipo de vínculos puede siempre trascender y hacerse profundos, o mermar hasta hacerse superficiales. Es lo que ocurre con nuestros compañeros de trabajo, por ejemplo. Y por último, también están las relaciones de rivalidad que son aquellas que parten, justamente, de la enemistad, de la competencia o de emociones más profundas, como el odio. Se trata de vínculos en general negativos, que movilizan nuestras emociones en mayor o en menor medida, pero que no valoramos como con nuestras relaciones íntimas, aunque siempre pueden cambiar de categoría, dependiendo de las circunstancias. En esta categoría están nuestros rivales y enemigos. En este caso tenemos que, los estados de ánimo, los sentimientos y las emociones, incluso las más leves, pueden influir sobre el desarrollo del conflicto y condicionar el comportamiento humano durante su gestión. Somos seres sensibles, el conflicto, no exento de connotaciones negativas, suele activar en nosotros emociones no siempre deseadas, agitar sentimientos, influir en nuestros estados de ánimo. Estas emociones, sentimientos y estados anímicos de naturaleza sombría suelen tener una mayor intensidad cuando el conflicto surge entre personas que han mantenido relaciones de afectividad sostenidas en el tiempo, como sucede en los conflictos de familia. Si a todo ello se añade la experiencia de la confrontación judicial, un estrés añadido resulta inevitable, por eso el mediador debe ser consciente del impacto que pueden tener las emociones sobre el éxito o el fracaso del proceso de mediación. La mediación ha de fomentar la comunicación, dar a las partes la oportunidad de que encuentren por sí mismas soluciones satisfactorias para la gestión de su problema o que, al menos, puedan terminar el proceso habiendo experimentado una mejora de su relación o sintiéndose revalorizadas y empoderadas. Esta tarea resultará tanto más dificultosa si la emoción no encuentra una manera apropiada de canalizarse. La primera misión del mediador consistirá, por lo tanto, en crear un espacio donde se facilite el diálogo calmado, la empatía, y donde sea posible expresar las emociones de forma asertiva, sin que generen interferencias. Deberá estar atento desde la primera toma de contacto con los mediados para detectar la emoción, calificarla y ofrecer una respuesta adecuada para minimizar su influencia en el desarrollo del proceso y en la calidad de la mediación. Una de las emociones con las que nos topamos habitualmente no sólo en mediación sino en nuestra vida diaria, es la ira. La ira, junto a la felicidad, la tristeza, el miedo y el deseo, es una emoción primaria y natural. Algunos textos califican la ira como una emoción destructiva, incluso mortal, pero en sí misma la ira no es ni positiva ni negativa. En puridad, y aislada de su componente cultural, se trata de una respuesta de adaptación ante un estímulo externo que se percibe amenazante, por lo que tiene un valor funcional que asegura la supervivencia. Como emoción se asocia a enojo, enfado, y puede ser desencadenada por un estímulo exterior –por tanto, tendría un carácter transitorio–. Cuestión distinta es la ira como rasgo de la personalidad, incluso de carácter genético, lo que influiría en una cierta predisposición a la ira como estado afectivo y a su expresión incontrolada (ira agresiva). La expresión incontrolada de la ira es juzgada socialmente como síntoma de inmadurez, reprobada incluso por la mayor parte de las religiones (en la religión católica es, significativamente, un pecado capital). El control de la ira, por el contrario, se asocia a fortaleza, de ahí que frecuentemente reprimamos la ira, lo que es muy diferente de su gestión. La represión de la ira o ira pasiva es una respuesta de evitación ante el estímulo que la provoca que, posteriormente, puede traducirse en conductas como criticar, sentirnos culpables, manipular a los demás, realizar conductas obsesivas (limpiar una y otra vez), entre otros. Para concluir, tenemos que poder dar solución a un conflicto sin duda alguna es una competencia que nos permite ser impulsores de cambio, nos da la oportunidad de fortalecer nuestras ideas y formar nuestro pensamiento crítico. Es la ocasión para conocer opiniones, creencias y motivaciones diferentes que aportan a la innovación de nuestro pensamiento. En nuestra vida es conveniente tener la capacidad de resolver conflictos, esto es una competencia fundamental para nuestro desarrollo personal. Por ejemplo, en un entorno laboral es importante tener un buen clima laboral que conduzca a todos al mismo objetivo. De esta forma se elevará la productividad y aprenderemos a trabajar en colectivo en pro de algo. Resolver dicho conflicto contribuye a transformar los entornos negativos y por ello aporta positivamente a nuestra salud emocional. Debemos abordar el conflicto de forma correcta para así transformar situaciones poco agradables o de violencia y de esta forma poder vivir en entornos de armonía y paz donde podamos participar, aprender y crecer.