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Desde el siglo XIX la investigación moderna sobre el 

Nuevo Testamento ha insistido en


contraponer las figuras de Jesús y Pablo. Según algunos autores, Jesús de Nazaret no
tenía pretensiones de divinidad, sino que ésta surge a partir de las enseñanzas de Pablo,  
rompiendo así con las raíces judías. Hay que señalar, por tanto, la diferencia entre el
cristianismo anterior a Pablo – judeizante- y el posterior, el que nos llega y se impone en
sintonía con el paganismo y del que se dice que Pablo es su fundador.
A principios del siglo XX, W.Wrede en su libro Pablo (1904) indica que Pablo es un
fenómeno nuevo en el mundo helenístico que convierte a Jesús en un ser transcendente,
divino, preexistente, y cómo esta concepción fue la que se impuso. Por eso se le denomina
el fundador del cristianismo. A este planteamiento de Wrede se le debe rebatir en primer
lugar que no tiene en cuenta las fuentes principales, el relato lucano de los Hechos de los
Apóstoles y las propias cartas paulinas. Y, en segundo lugar, que la concepción de hombre
divino o divinizado proveniente del mundo griego (mitología griega) no armoniza con la
formación fariseo-rabínica de Pablo.
En efecto, no puede dejarse al margen su educación junto al anciano Gamaliel, el más
destacado rabino de la época en Jerusalén. Es, por tanto, educado en la observancia de
la Ley (Torá), circunciso al octavo día de su nacimiento. Y aunque nació en Tarso de
Cilicia, fue criado en Jerusalén y enraizado en el judaísmo palestinense. Empleaba la
lengua semítica (arameo) además de conocer el griego. Y en sus viajes misioneros, según
la comunidad de que se tratase, dirigía en primer término su predicación a los judíos de la
diáspora.  Por tanto, puede afirmarse que la separación de Pablo del judaísmo
palestinense, y de  la comunidad cristiana de Judea, no es más que una invención de la
exegesis moderna.
R. Bultmann, señala que Pablo procedía del judaísmo helenístico, ya que conoció la
filosofía, la cultura griega, y además no fue discípulo personal de Jesús. Así mismo,   con 
una evidente falta de base histórica sostiene que ha habido una transformación del
cristianismo palestinense al helenístico debido a la introducción de elementos mistéricos.
Incluso  señala a Siria como el lugar donde se dio dicha transformación.
Sin embargo, M. Hengel llama la atención sobre el escaso conocimiento que se tiene
sobre la helenización en Siria y los cultos religiosos en esa provincia. En
definitiva, Antioquia no era una realidad distinta a la Ciudad Santa. Recientemente,
estudiosos ingleses y alemanes dicen que en Siria no existieron religiones con simbiosis
en el mundo pagano (no hubo sincretismo), y que de haber sido Jesús un simple profeta,
jamás un judío hubiera aceptado su divinización, ya que identificar a Dios con una imagen
u hombre resultaba una abominación.
En la actualidad, el profesor de la UCM  Antonio Piñero afirma que “Es impensable que
Jesús se considere hijo de Dios, en pleno sentido”; añade que en tan solo siete pasajes
del Nuevo Testamento se dice con claridad que Jesús es Dios. En el evangelio de Juan,
en las cartas de Pablo y en la Carta a los Hebreos, de ahí que manifieste que la
divinización es consecuencia de quien ha tenido contacto con el mundo helénico.
¿Qué se puede decir sobre esta afirmación polémica y cargada de sensacionalismo? Pues
bien, es de vital importancia saber que la divinización de Jesús hubiera requerido dos
condiciones:

Se puede concluir que Pablo no es el fundador del


cristianismo. Transmitió lo que a su vez recibió, es decir la
fe de los apóstoles.
La primera, el tiempo. Tendría que haber pasado una serie de años desde la muerte de
Jesús de Nazaret  hasta llegar a reconocerlo como Dios. En Hechos de los apóstoles se
narra como en el primer discurso de Pedro en Pentecostés (40 días después de la
Resurrección) hace referencia a la divinidad y a la preexistencia de Cristo, de modo que no
fue posible la introducción del influjo griego.

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