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PRIMER LA IGNORÉ, AHORA ES PARTE DE MÍ

Quizás te ha pasado que a veces, cuando tienes un primer contacto con una
determinada persona, al principio te cae mal y, simplemente no te pasa; pero por
curiosidades de la vida, termina siendo tu gran amigo y alguien importante en tu vida.
Son muchas las historias que tienen esta línea conductora “al principio nos caíamos
mal, pero ahora somo los mejores amigos”. Bueno, a mí también me ha pasado en más de
una ocasión, y la amistad concreta de la que te hablaré y que ha influido en muchas de las
cosas que compartiré más adelante contigo, tuvo esa línea conductora… no empezó del
todo bien.
Cuando mi segunda hermana cumplió sus XV años, mi papá le regaló un teclado
musical, para mí significó poco, aunque como todo niño chiquito, quise copiar ese gusto de
mi hermana por la música, de tal manera que los Reyes Magos también me trajeron mi
teclado de juguete, un teclado que traía sonido de perros, gatos, patos y osos. En fin, la
única canción que aprendí a tocar, y eso porque mi hermana me la enseñó hasta la coronilla
(y hasta la fecha se la enseña a mis sobrinos), fue la famosa “si-la-sol-la-si-si-si”…
seguramente ya la pudiste tararear… pues bueno, durante muchos años fue la única canción
que me sabía en mi teclado, lo demás no me interesó, me aburrió y no lo consideré
importante.
Después entré a la secundaria, y quizás como muchas personas, llevé como
instrumento musical la flauta dulce… fracasé; no tuve buena colocación en los dedos, no
aprendí a leer la partitura (se me hacía muy difícil y aburrido) y sólo me aprendí “La Oda
de la alegría” para mi examen final de Educación Artística.
Sin embargo, parece que ella se encaprichó con mi persona, y al entrar al Seminario
Menor en su etapa Preparatoria, fue de nuevo por mí, pero ahora bajo otra dimensión, con
otro de sus ropajes, un vestido noble, místico y cautivador. Sí, me refiero a la música, pero
no a cualquier música, sino a la música sagrada.
Cuando estaba en primer año de preparatoria en el Menor, el P. Alfredo Hernández
Ramírez nos daba clases “obligatorias” de música. Teníamos que aprender técnica de canto
y teoría musical… cada martes, después de la cena, tener esa clase y, para hacerla más
odiosa, nos dejaba tarea. No fue muy de mi agrado, pero por que me caía bien ese
formador, la tomaba con atención.
Fueron en mis vacaciones de diciembre cuando nos entregó nuestras primeras
partituras, aún la conservo, el Kyrie de la Misa “De Angelis”. Nos enseñó a cantarlo, y
salimos de vacaciones decembrinas. Estando en casa una tarde, tomé el teclado de mi
hermana, dije: “voy a ver cómo sonaría con el teclado”; el problema no era la partitura,
porque ya sabía, aunque muy despacio, leer la clave de sol… el problema era cómo tocar
esa nota en el teclado.
Para mi fortuna la primera nota del teclado de mi hermana era un “Do”, porque no
pregunté ni investigué qué tecla corresponde a cada nota, y no todos los teclados tienen
como primera tecla la nota “Do”. Pero volviendo a la historia, pensé: “Si esta nota es un
“Do” esta debe ser un “Re”, y así me fui… y le puse unos papelitos para no olvidarlo.
Instalados los papelitos, comencé a hacer sonar en el teclado, muy despacio, como un
minuto por nota, la línea de la voz de aquella primera partitura. Casi sonaba como me la
había aprendido (la partitura tenía dos alteraciones y no sabía de eso en el teclado). Fue
bastante satisfactorio interpretar una partitura en aquel teclado…
Al llegar al Seminario, le platiqué al P. Alfredo lo que había hecho, y bueno, esto se
puso serio. Comenzó a darme ejercicios para aprender a tocar el teclado, me daba las
partituras de los cantos que íbamos a ensayar, y comenzó a motivarme, a exhortarme,
corregirme y regañarme cuando no le ponía ganas…. Comencé a ver que aquella amiga “la
Música”, que intentó buscarme cuando era un niño y después como adolescente, no era tan
mala como parece; exigente sí, pero leal, cautivadora, y elevadora…
Esa amiga, quiso buscarme bajo diferentes vestidos: música infantil, música
tradicional, música muy fácil, etcétera… pero cuando me mostró su ropaje “sagrado”,
comenzó una gran amistad que se ha fraguado y sé que durará aún en la eternidad, si Dios
nos haya dignos de cantarle en su presencia.
No te quedes con la primera apariencia de las personas, intenta conocerlas mejor, no
seas superficial sino conoce en profundidad… no te quedes con algo somero de Dios, deja
que Él te encuentre y atrévete a conocerlo … quizás te suceda con Él como a mí con la
música, que al principio la ignoraba, pero ahora se ha vuelto parte de mí…

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