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Capítulo uno: Hace un año decidí escribir mi historia.

2021.

Nacida el primero de enero a la 1:00 de la tarde, un mes antes de la fecha planteada, en


Barcelona, la capital del estado Anzoátegui – Venezuela, arrugada como una pasita, chiquita
como una muñeca de juguete y con la lengua sobresaliendo porque mis músculos
maxilofaciales no se desarrollaron bien. Esa era yo hace 16 años atrás. Sofía Isabel Solórzano
(Para esos momentos no tenía apellido paterno) Hija de Isabel Solórzano, o mejor conocida
como “La maestra Isabel” quien ejercía su amada profesión como educadora desde hace
algunos años atrás en la escuela que queda frente a nuestra antigua casa. En la ciudad de
Anaco del estado Anzoátegui – Venezuela.

Recuerdo muy bien mis primeros años de crianza, pero es casi imposible plantearlos aquí. Era
una niña muy tranquila, pero a veces tenía arranques de travesuras que para mí eran
graciosas, pero para los adultos no. Cuando empecé a estudiar en educación inicial fue muy
extraño al principio, porque había muchos niños, pero ninguno me agradaba. Eran sucios,
llorones y gritaban demasiado, hacían grupos y se relacionaban . Pero no le daba demasiada
importancia, al terminar mis actividades siempre solía releer mi libro de lectura, y, a decir
verdad, ya me aburrían.

Cuando empecé primer grado de primaria por fin pude estar junto con los niños que sí me
agradaban, mis vecinitos. Ya que comencé a estudiar en la escuela donde trabajaba mi mamá,
por más comodidad para ella y para mí.

Me sentía muy a gusto, hacía mis tareas sin ayuda y me nominaban a concursos de oratoria
infantil, también era la presentadora de casi todos los eventos escolares, todo eso se debía a
que hablaba demasiado y no paraba de hablar nunca. Un día, en tercer grado de primaria
nominé a un concurso de oratoria representando a mi colegio. Y como siempre, el evento
iniciaba con una oración y el himno nacional; pero esa vez, hubo algo diferente…. Las melodías
del himno no provenían de un equipo de sonido o de un DJ, no. Provenía de una orquesta
sinfónica en vivo, con violines grandes, violines pequeños y violines más grandes. Creo que esa
vez experimenté por primera vez lo que era el amor a primera vista. Quedé anonadada
durante todo el rato y le conté a mi madre lo que sentí al ver y escuchar por primera vez a una
orquesta sinfónica.

Tiempo después, mi madre decidió llevarme de visita a la sede de tal orquesta, fue grandioso.
Era un club muy popular en mi ciudad, y cuando entré había instrumentos y sonidos por todos
lados. Había varios salones y varios grupos al aire libre y me tomé el atrevimiento de pasar por
cada uno de ellos admirando lo bonito que se escuchaba todo. Al llegar a uno de los grupos,
me paré en seco. Se trataba de una profesora, enseñándole a varios niños a tocar una canción
infantil en un instrumento físicamente parecido al violín, pero algo dentro de mí sabía que no
era un violín, y en efecto, no lo era; minutos después de admirar como tocaba aquella
profesora, se dio cuenta de mi presencia y la de mi mamá, y nos atendió con una enorme
sonrisa en su rostro. La chica, que se llamaba Iris, nos explicó que era una viola, nos explicó
que no era un violín y muchas cosas más que no recuerdo claramente porque prefería
prestarle atención a sus alumnos, quienes estaban intentando imitar lo que ella había hecho
minutos antes. Y… para hacer el cuento más corto, terminé entrando al sistema de orquestas
como corista, ya que tendríamos que pasar cierto tiempo en el coro y luego aprender
expresión y lenguaje musical para poder aprender un instrumento clásico.

Luego de asistir algunos meses a las clases, los problemas económicos empezaron a afectar a
mi familia y no pude asistir durante un tiempo a las clases que tanto ansiaba. Pero, este
proyecto del sistema de orquestas es a nivel nacional, y en el pueblo donde vivía mi abuela
para ese entonces era muy fácil llegar, ya que quedaba al menos a 700 metros de la casa. ¿Y
qué crees? Me cambié de colegio, de casa, dejé a mis amigos, a mi mamá y a mi hermano,
pero no por siempre, ya que solo estábamos a 40 mins de distancia. En fin.

Cuando entré a la sede de la orquesta en Cantaura, el pueblo a donde me mudé. Quedé


demasiado asombrada, si en la antigua sede había muchos instrumentos, allí había el doble,
todo era más sencillo y todos sonreían más. Y finalmente pude empezar a tocar viola, hice
nuevos amigos aprendí muchas cosas y me sentía muy feliz. En solo unas semanas entré a la
orquesta infantil y en unas semanas más alcancé el primer atril (Es más o menos como ser la
delegada del salón porque debía ayudar y delegar funciones a los demás niños, pero más que
eso los que estaban en el primer atril son los que más destacan en la clase) Después de tantos
ensayos y clases a los siete años y medio, tuve mi primer concierto como violista. Recuerdo
que tocamos un minueto y la canción de un dibujo animado llamado “Barney”.

Desde ese primer concierto tuve al menos unos diez conciertos más, la dificultad de las obras
iba progresando, pero a mí se me hacían muy fáciles, así que decidí aprender a tocar violín
simultáneamente a mis ensayos de viola, podría decirse que es mi instrumento secundario.

Tres años después, pasé a sexto grado de primaria, pero tuve que dejar todo lo que había
construido en el pueblo de Cantaura para mudarme de nuevo con mi madre, ya que la
situación económica a causa de la dictadura socialista que aún se vive en Venezuela nos afectó
demasiado, y a mi madre le convenía que estuviera con ella.

Empecé a estudiar sexto grado en la misma escuela frente a mi casa, los compañeros eran los
mismos con los que me había criado, mis vecinos, y tuve a mi madre como profesora, pude
vivir esa experiencia que, a decir verdad, no fue tan agradable (nótese el sarcasmo). Empecé
de nuevo a ir a la orquesta, pero esta vez apliqué en una audición para la Fundación nacional
de orquestas y coros juveniles e infantiles Simón Bolívar; audicionando como violista para la
orquesta juvenil y quedé en el primer atril, pero esta vez de asistente. Fue una experiencia
muy hermosa, pude tocar en concierto con el compositor y director de la orquesta del estado
Anzoátegui, Yuri Hung. A quien, no le caían muy bien los violistas, pero a pesar de eso me
gané su confianza y fue mi mentor durante algunas semanas.

Por otro lado también descubrí mi identidad política, mi familia y yo participamos en protestas
en contra del gobierno, trancas y demás eventos con la ilusión de poder ser un pueblo libre,
hice amigos en ese partido, incluso en nuestra casa recibimos a desconocidos de distintos
estados que formaban parte de una organización de jóvenes que organizaban trancas y
protestas contra el gobierno.
Pero no sirvió de mucho, más bien, los funcionarios policiales amenazaron a casi todos los
jóvenes con privarles de libertad o violar la privacidad de sus hogares y violentar a sus familias,
y entre esos jóvenes estaba mi hermano. Decidimos sacar a mi hermano del país, pero para
eso tuvimos que vender nuestra casa de la ciudad, para mudarnos a la casa de mi abuela en el
pueblo.

Y… empezamos de nuevo.

Primer año de secundaria, mi madre viajando todos los días, un hermano viviendo fuera del
país y la situación económica peor.

Nuevos amigos, empecé a convivir con los mismos de antes, pero con el pasar del tiempo mi
mamá decidió irse a trabajar a las zonas mineras de Venezuela con el fin de conseguir un mejor
sustento para el hogar.

Con el pasar del tiempo, mi hermano se preocupó por la salud de mi madre, ya que en esa
parte de Venezuela se da demasiado el paludismo. Así que hicimos todo lo posible para salir de
Venezuela, porque de verdad ni si quiera los sueldos de mi familia junta, alcanzaban para algo.

En octubre del 2018, Sofía, con 12 años cruzó la frontera y pisó por primera vez territorio Inca.
Atolondrada por el frío todo el tiempo, ya que la temperatura más baja en Venezuela es de
28°.

Empecé a trabajar con mi madre en un restaurant, ya que no podía estudiar porque llegué
después de mitad de año, y faltaban algunos trámites por realizar. Conocí la xenofobia, el
machismo y el racismo juntos, pero jamás dejé de sonreír.

Junto con mi hermano, rentamos un pequeño apartamento y reuníamos casi todo nuestro
sueldo para sacar al resto de la familia.

En marzo del 2019. Presenté y expuse varios trabajos de investigación para aplicar al colegio
“Marcial Acharán” se me hizo muy difícil todo esto, más que todo en los temas de historias, no
obtuve la nota que deseaba, pero fui la puntuación más alta en el grupo de venezolanos que
aplicaron conmigo.

Aún recuerdo todo, fue en la oficina del director Mariano, el tenía una cara muy amigable,
también estaba la profesora Natalia, con la enorme sonrisa que siempre la caracteriza, y un
señor muy grande y de rasgos afroperuanos, él si me intimidó mucho, incluso, no llego a
recordar su nombre.

Luego de comenzar las clases, me hice muy amiga de una chica venezolana también que aplicó
al mismo tiempo que yo. Me relacioné con mis pares e hice varias amistades, pero me enfoqué
tanto en mis propias cosas que no me relacionaba tan seguidamente con mis compañeros.
Meses después, entré a la orquesta del conservatorio de Trujillo y me di cuenta que en Perú,
los violistas están super infravalorados, ya que, de toda la orquesta, yo era la única. Me esforcé
muchísimo, pero el nivel que mis compañeros tenían era muy avanzado, ya la mayoría estaban
graduados, pero no me rendí.

Llegada las vacaciones de verano, trabajé en el mismo restaurant donde lo había hecho
anteriormente, la señora se había convertido en amiga de la familia y el puesto del verano
siempre me pertenecía a mí.

Como trabajé y reuní dinero, ya toda mi familia estaba acá en Perú y mi madre por fin estaba
obteniendo estabilidad económica, decidí adoptar un lindo gatito, para tenerlo de compañero
y brindarle mucho amor. Lo llamé Ares, como el dios griego, pero también como el
protagonista de mi novela juvenil favorita en ese entonces. Él se fue adaptando a mis dosis
diarias de cariño y me aceptó como su dueña, no podía dormir si no era en mis pies y le
encantaba desordenar mi cuarto.

Llegada la pandemia, el desempleo de toda mi familia afectó económicamente la estabilidad


del hogar, y la señora del arriendo de donde vivíamos no dudó dos segundos en echarnos a la
calle, así que no teníamos a donde ir. Mi mamá aceptó un trabajo cama adentro en casa de
una doctora amiga de ella donde pudimos pasar un tiempo parcial, mientras que mi hermano y
cuñada vivían en otro lado, y cuidaban a Ares.

Cuatro meses después pudimos mudarnos de lugar, mi madre dejó de trabajar con la doctora,
porque estaba muy expuesta al virus y prefirió cuidarse y cuidarnos.

Empezó a dar clases por afianzamiento, pero no funcionó, así que se fue a trabajar en las
minas artesanales de cobre de Sayapullo, donde tampoco le fue tan bien, pero volvió porque
sus antiguos jefes, con quienes trabajaba antes de la pandemia, la mandaron a llamar, ya que,
a pesar de ser venezolana, mi madre aprendió a hacer la comida peruana incluso mejor que los
propios peruanos, lo puedo asegurar.

En las vacaciones de verano empecé a trabajar de niñera, cuidando a un hermoso bebé desde
que tenía tan solo 20 días de nacido. Hasta que cumplió tres meses, ya que las clases
empezarían y obviamente son mi prioridad. Toda la plata que pude haber reunido se la
dediqué a mi primito Matthias que fue diagnosticado con Neuroblastoma, un tipo de cáncer
muy extraño que solo uno de siete mil fetos obtiene, ya que se forma en el periodo de
gestación de la madre.

Ahora, me dedico plenamente a los estudios, aunque de repente salgo de casa para dar clases
de inglés, ya que soy casi nativa en ese idioma. O tal vez a arreglar computadoras con mi
hermano, ya que aprendí varias cosas de él, es un futuro ingeniero en sistemas y trabaja
arreglando computadoras.
Personalmente, en todo este tiempo he madurado un montón, ya no soy la misma niña que se
sentía mal cuando la denigraban por ser extranjera, cada día me siento más orgullosa de mí y
de todo lo que he logrado y aprendido por mi propia cuenta ya que sé muchísimas cosas del
ámbito de la salud que aprendí por mi cuenta leyendo artículos que al principio no atendía,
además de manejar casi perfectamente un idioma con tan solo ver videos de mi banda
favorita. Y sí, de vez en cuando tengo que lidiar con la carga mental de ser una adulta
prematura, porque así me considero, pero me siento muy feliz y agradecida de donde estoy.

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