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LA INTERACCIÓN PRÁCTICAS CULTURALES COMUNITARIAS Y

PRÁCTICA MÉDICA FAMILIAR: UNA VISIÓN DESDE LA


PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA

Dra.C.Margarita de la Caridad Moncada Santos


Centro de Estudios para el Desarrollo Integral de la Cultura
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Oriente, Cuba
mmoncada@csh.uo.edu.cu
MsC. José Alfredo Villarreal Varela
Universidad de Ciencias Médicas de Granma
Filial Bayamo.
villa@fcmb.grm.sld.cu

RESUMEN
Este artículo aborda desde la perspectiva de la sociología cultural y la relacional, la
dimensión cultural en la atención primaria de salud, que a entender de estos autores,
tiene su eje central en la interacción que existe entre la práctica médica familiar y las
prácticas culturales comunitarias. La atención primaria de salud debe ser comprendida
como un espacio social donde se desarrolla un sistema re relaciones sociales de poder
entre el médico, sus pacientes, la población que atiende y las instituciones que en ella
existen.

PALABRAS CLAVES: prácticas culturales comunitarias, práctica médica familiar,


sociología, cultura.

El análisis de la bibliografía tradicional sobre la Atención Primaria de Salud en los marcos


del sistema de salud en Cuba, demuestra cómo los mismos no han estado
necesariamente asociados a las prácticas culturales comunitarias, sino, más bien
distanciados de una dimensión cultural que con base en la Sociología incursione en el
análisis socio semiótico de dichos estudios.

La práctica médica familiar ha sido enfocada en el campo de la Sociología Médica desde


las tendencias del pensamiento médico individual biologicista o en ciertas ocasiones
desde lo social, permeado por limitaciones teórico-conceptuales; incluso cuando se ha
presentado la relación entre factores culturales y salud, no se ha profundizado
suficientemente en la interacción prácticas culturales comunitarias-práctica médica
familiar, ni se ha hecho todo el énfasis necesario en argumentar el peso que tiene el
factor cultural en los problemas de salud, en el cómo y por qué se relacionan los
patrones culturales con la salud.

Dichos factores aparecen enunciados en diversas investigaciones médicas y


publicaciones como referentes de riesgo para la salud, pero carentes de una dimensión
cultural que guíe la estrategia de la acción social del médico en este nivel de atención.

Por ello nos resultan valiosas las reflexiones sociológicas que con relación al binomio
salud-enfermedad han expuesto pensadores como C. Marx (1844), E. Durkheim (1897),
T. Parsons (1951) o E. Goffman (1961) entre otros, asumidas por este investigador en
sus partes esenciales, pues no llegaron a proyectar su mirada hacia las prácticas
culturales comunitarias, ignoradas como base de un sistema que se legitima como
institución social, limitación de la que no se ha librado el pensamiento médico y
sociológico cubano y de la cual este investigador toma distancia en el texto.

Tales reflexiones aportan postulados epistémicos-conceptuales y metodológicos; claves


sociológicas desde la concepción materialista de la sociedad; la concepción de hecho
social; la definición de la salud desde un enfoque sociológico y del rol social del enfermo;
el modelo de relación médico-paciente; que sirven de anclaje y sostén de lo planteado en
el diseño investigativo y de base para fundamentar el estudio de los problemas
relacionados con la salud y la enfermedad, lo que le permite al investigador explicar el
condicionamiento cultural de la salud como problema social.

Igualmente importantes han sido los estudios especializados consultados sobre


enfoques sociológicos relacionados con los problemas de la salud y la enfermedad que,
aunque resultan escasos, se han abordado por algunos autores en el contexto
latinoamericano y cubano, cuyos aportes teóricos son tomados en consideración, entre
ellos, los de Néstor García Canclini (1991), Raúl Rojas Soriano (1995), Nereida Rojo
Pérez (2000), Francisco Rojas Ochoa (2004), Libertad Martín Alfonso (2004), Alaín
Basail Rodríguez (2006). Estos proporcionan teorías esenciales acerca de la salud como
fenómeno social; la conducta ante la adherencia terapéutica; el espacio social en el que
se presentan diversos factores de riesgo; la aptitud social; sin embargo, no penetraron
hacia lo interno del componente cultural de la salud.

Las investigaciones y argumentaciones sobre los problemas de salud y los factores


sociales que en ellos inciden, constituyen hoy más que nunca una preocupación
inherente a la existencia y supervivencia humana. Esta se legitima cada vez más como el
bien más preciado, condición indispensable para garantizar el proceso de producción y
reproducción social, el desempeño de roles y la realización de la vida cotidiana; como
elementos esenciales para lograr una adecuada calidad de vida.

Interpretar la salud en el ámbito de la medicina familiar, desde una mirada sociológica,


como parte del proceso de la socialización del individuo, requiere reconocer el importante
papel que juegan las prácticas culturales comunitarias existentes en el entramado social
y su interacción con la práctica médica familiar, lo que cobra especial sentido si se
enfoca desde las perspectivas de la sociología cultural y la relacional. Esto significa que
para comprender la salud como proceso de socialización cultural se precisa de una
teoría adecuada al carácter relacional de la realidad social como realidad sui generis,
hecha de relaciones sociales y de que el conocimiento entendido como la relación entre
el observador (médico) y el observado (paciente) se construya, en sí mismo, como
relación social.

El pensamiento relacional permite colocar al médico en capacidad de analizar las


relaciones, o sea, al ser en relación a su paciente y al resto de los individuos
supuestamente sanos que integran la comunidad, inmersos en la multiplicidad de sus
relaciones sociales, económicas y culturales, y no sólo la enfermedad; además de
proporcionar las herramientas adecuadas para comprender y estudiar la comunicación y
su papel esencial en el desarrollo integral de dichos pacientes.

La importancia de este enfoque consiste en que el mismo permite al médico familiar


aceptar la diferencia como elemento enriquecedor, no como desigualdad, ni exclusión de
grupos sociales.

Al colocar a los individuos unos en relación con los otros, el médico tiene la posibilidad
de captar numerosas relaciones específicas que tendrá en cuenta en su valoración de la
salud, o sea, concebir la salud de forma relacional, como situaciones de mutua
causación y de acción y reacción entre seres que coexisten en ámbitos determinados,
que reflejan las condiciones materiales de existencia propias de las diversas clases y
grupos sociales a los que pertenecen.

La perspectiva del pensamiento relacional permite comprender, explicar y tratar la salud


como fenómeno social, como el producto de sujetos y estructuras sociales que,
moviéndose en un cierto contexto social subjetivamente definido, han producido
prácticas culturales comunitarias que, a su vez, han generado relaciones diversas y
distintas formas de salud.
De esta concepción relacional se infiere que “…un individuo sólo es lo que es a partir de
su relación con lo otro.” (A. Chichu, 2002:29) y además que, “… un sujeto nunca tiene
una imagen de sí mismo si no es por la mediación de otros sujetos” (J. Rodríguez,
2000:8)

Las prácticas de salud suelen ser diferentes en la medida en que los rasgos de los
grupos sociales y sus prácticas culturales comunitarias son diferentes, o equivalentes, o
idénticas. Es esta una idea válida y muy importante para evitar al médico durante su
relación, diagnóstico y tratamiento del paciente, identificar indebidamente propiedades
estructuralmente diferentes o distinguir equivocadamente propiedades estructuralmente
idénticas.

Todos los fundamentos explicados hasta ahora, apuntan a la necesidad de que en la


medicina familiar se incorpore como sustrato la cultura, en su condición de concepto de
máxima generalidad, cuya extensión y relación con la salud se expresa mediante las
prácticas culturales comunitarias, lo que le permitiría alcanzar mayor efectividad en las
acciones de educación y prevención de salud.

Por prácticas culturales comunitarias se puede entender en un primer momento, las


actividades específicas que realizan las personas dentro de un grupo social (clase,
estamento, estrato, familia) o de un campo (artístico, académico, religioso, deportivo,
escolar, científico, etcétera). Presupone que son espacios sociales que se van
estructurando y consolidando históricamente como procesos de secularización,
identificación y diferenciación social a partir de la presencia de lo cultural.

En las prácticas culturales comunitarias se incluyen formas de expresión y participación


legitimadas o institucionalizadas, y también aquellas que son propias de la cultura
popular. Una aproximación general y simplificada al término prácticas culturales
comunitarias nos conduce a expresar que las mismas se refieren generalmente a la
manifestación de una cultura o subcultura, especialmente en lo que tiene que ver con las
costumbres culturales o particulares, así como con las prácticas tradicionales de un
grupo étnico.

En un sentido más amplio, este término puede aplicarse a cualquier persona o grupo
social y manifestar cualquier aspecto de la cultura, en especial aquellos que se han
practicado desde la antigüedad, como los relacionados con la salud del hombre. En
sentido antropológico y sociosemiótico, refleja los procesos identitarios de los diferentes
grupos sociales, así como sus diferencias a partir del entramado de significados que
estos le otorgan al contexto social.

Todos los grupos humanos desarrollan saberes y técnicas de carácter preventivo y


curativo, normas sociales de control, y construcciones simbólico-culturales, para
enfrentar los problemas salud-enfermedad-muerte. Los mismos constituyen una serie de
prácticas culturales comunitarias que forman parte de los mecanismos de control de la
naturaleza y de las personas, para la reproducción del orden social imperante.

Las prácticas culturales comunitarias no son estáticas, equilibradas, ni coherentes, pues,


como elaboraciones simbólicas y materiales de las condiciones de producción y
reproducción del mundo de la vida, incorporan las contradicciones y los antagonismos de
las relaciones de poder dominantes. Por consiguiente, se puede afirmar que ellas
conforman sistemas de referencia para estructurar la interacción social de los hombres y
mujeres en su cotidianidad, según las particularidades de su participación en la
sociedad.

Las prácticas culturales comunitarias involucran la conducta de dos o más individuos


interactuando, las mismas entran en relaciones funcionales que forman parte del nivel
cultural. Ellas implican consistencia en el comportamiento de muchos individuos a través
del tiempo y del espacio.

Lo anterior supone que la interacción social es una condición mediadora e indispensable


en las prácticas culturales comunitarias. La interacción en el mundo se da en el plano de
la intersubjetividad, lo cual implica la cualidad y la práctica de las personas de ver y oír
relacionalmente. Estas constituyen las dos formas de relación por excelencia con el
mundo. Y el habla, como principal canal de comunicación, es consecuencia de ellas.

Es a partir del ver y el oír que se forma el sentido, desarrollado a través de los diálogos y
las interacciones. Interactuar y percibir son dos actividades que van estrechamente
ligadas. Sin ellas, el sujeto social no existe.

Una práctica cultural comienza cuando la conducta de una persona se relaciona


funcionalmente con la conducta de otra persona. Son relaciones entrelazadas que
producen conductas realizadas por varios individuos y por varias generaciones
diferentes. Por tanto, es correcto afirmar que una práctica cultural comienza como la
diferencia.

Desde tiempos inmemoriales las prácticas referidas a lograr soluciones a problemas de


salud, tanto de carácter físicos como psíquicos, han encontrado un fértil campo de cultivo
en las creencias de las sociedades. Prácticas y creencias que, por otra parte, han
quedado reflejadas, de manera muy viva y siempre vigente en la memoria e imaginario
de las mismas.

Esto significa que el lenguaje tiene un valor como vehículo de transmisión cultural y la
oralidad incorporada. En este sentido Claude Lévi-Strauss había señalado que éste es
producto y parte de la cultura. Según sea el punto de vista elegido se puede considerar
el mismo como una condición de la cultura, en un doble sentido en el que el individuo
adquiere la cultura por medio del lenguaje y el lenguaje condiciona a la cultura.

La cultura oral nos ofrece el acceso a otra porción de la experiencia popular acumulada,
que en la comunidad reviste vital importancia como medio de conservación y narración.
El saber humano procede del tiempo. Aún detrás de las abstracciones de la ciencia, se
encuentra la memoria oral y con ella la narración de las observaciones y las experiencias
humanas esparcidas en el tiempo, con base en la cual se han formulado las
abstracciones.

La oralidad y las fuentes orales son sumamente útiles para conocer gustos, intereses,
tradiciones y otros valores afines, junto con diversas formas de pensamiento y
significados existentes como los mitos y los ritos, devenidos en prácticas culturales
comunitarias. Así por ejemplo, el mito como práctica cultural es un relato, una narración
que tiene tres funciones que le son reconocidas tradicionalmente y su conocimiento por
parte del médico de la familia le sería de gran valor para su trabajo.

El conocimiento de estas prácticas culturales comunitarias por estos especialistas en la


comunidad, supone que este descodifique y tome como referentes el imaginario
colectivo, las creencias, las leyendas, los mitos, lo mágico, lo ritual, lo religioso; ese
amplio marco conceptual que involucra la memoria histórica. Las creencias, y por ende,
los imaginarios sociales, entran en juego allí donde la razón, expresada en este caso por
las Ciencias Médicas, no puede dar respuestas a interrogantes que hacen referencia a
los problemas de salud. Las representaciones sociales y los imaginarios existentes,
tienden a justificar y construir destinos de salud comunes para todos los integrantes de la
comunidad.

Una actividad fundamental del médico en la atención primaria de salud es la valorativa.


Esta constituye la práctica médica familiar cotidiana; pero esta habilidad presupone la
capacidad de observar e interpretar. Esto significa que el médico de la familia posea una
determinada competencia hermenéutica como herramienta de trabajo, o sea, estar en
condiciones de conocer y aplicar inexorablemente en su práctica el arte de interpretar
textos sociales y contextos que le faciliten el camino hacia el diagnóstico de la situación o
los problemas de salud.

La medicina no es sólo un cuerpo de conocimientos teórico-prácticos, sino que es una


disciplina que objetivamente tiene fundamento en un trípode: el médico, como agente
activo en el proceso sanitario; el enfermo o paciente; la entidad o enfermedad que es el
vehículo y nexo de la relación médico-paciente. La práctica de la medicina combina tanto
la ciencia como el arte de aplicar el conocimiento y la técnica para ejercer un servicio de
salud. Esta conjunción bidimensional implica que la práctica médica familiar gira
alrededor de la relación médico-paciente, que es el núcleo necesario para que la acción
médica pueda intervenir en la necesidad de salud del paciente.

Enmarcar la práctica médica familiar en los términos de conocimientos, métodos,


técnicas, procederes, habilidades y destrezas, es expresión de una visión tecnicista o
mecanicista, reduccionista y unilateral, que no se ajustaría a nuestra concepción, en
tanto que deja fuera de esas relaciones las prácticas culturales comunitarias, los
conocimientos y la experiencia del propio paciente, la familia y la comunidad.

En cada momento en la sociedad intervienen un conjunto de posiciones sociales que va


unido por una relación de homología a un conjunto de prácticas, a su vez caracterizadas
relacionalmente. El nivel primario de atención de salud (independientemente del término
con que se acuñe en los distintos sistemas de salud), es el espacio social donde se
encuentran legitimadas y funcionando las instituciones de salud, espacio que deviene en
escenario fundamental de actuación del médico y demás actores sociales que
intervienen en la práctica de la medicina familiar, inmersos en un universo de relaciones
de poder.

Entendemos como relaciones de poder en el campo de la salud familiar las que se


establecen entre: médico/médico; médico/pacientes; médico/familia; médico/comunidad;
individuos sanos/enfermos. De aquí se deriva que las relaciones sociales que se
establecen durante el desarrollo de la práctica médica familiar, se pueden clasificar a
partir de criterios espaciales, temporales, legales y éticos, así como del carácter y las
peculiaridades sociales y culturales de dichas relaciones, este investigador las clasifica
como:

1. Relaciones sociales mediadas por el lugar que ocupan en la estructura social según
el capital simbólico de que disponen o el rol que desempeñan los individuos en el
proceso salud/enfermedad: relaciones médico/médico; médico/paciente;
médico/individuo sano; médico/familia; médico/comunidad; enfermo/sano, hombre/mujer,
niño/adulto.

2. Relaciones interpersonales y grupales mediadas por la cultura de salud y las


prácticas culturales comunitarias: enfermo/sanador.

3. Las que ocurren en el seno familiar, escolar, laboral, grupal, comunitario.

4. Relaciones entre la infraestructura institucional de salud y la infraestructura


socialmente legitimada, entre el cuerpo legal establecido y la práctica alternativa, entre
los códigos éticos y los comportamientos individuales.

Si el médico en la atención primaria de salud, no incorpora en la práctica médica familiar,


(entendida no solo como los elementos técnicos o de procedimientos que desde la
clínica ejecuta este profesional, sino además, como aquellas variables de las cuales no
puede divorciarse dicha práctica, a saber: acciones educativas, trato y relaciones con el
paciente y sus familiares, comportamiento ético, garantía del secreto médico y la
confidencialidad, así como el establecimiento de un clima de confianza y seguridad con
el paciente y sus familiares), las características culturales de la población que atiende,
ignorando que la misma es portadora de un sistema de prácticas culturales comunitarias
vinculadas a la salud, estará incidiendo negativamente en la calidad, efectividad y
resultados de su labor, pudiendo incurrir en consecuencia, una mala práctica médica, lo
que da al traste en no pocas ocasiones con los resultados esperados en la aplicación de
estrategias y programas en la Atención Primaria de Salud y genera en una parte
significativa de la población insatisfacciones, criterios desfavorables y hasta actitudes de
rechazo hacia este servicio.
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