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Nombre:

Iverson Ant. Cabrera Cáceres

Matricula:

20-EIIN-1-175

Materia:

Ética y legislación profesional

Sección:

0810

Maestro:

Servio Pérez Espinal

Tema:

El liberalismo

Fecha de entrega:

04-07-2022

1
Índice de Contenido:

Introducción...........................................................................................................5

Desarrollo del tema del liberalismo........................................................................6


Antecedentes..........................................................................................................8

Características........................................................................................................10

Liberalismo social y económico............................................................................11

Las revoluciones liberales......................................................................................12

La disolución del gobierno y el derecho a la resistencia: Locke, Kant y Rawls...13

Teorías del óptimo social: Liberalismo benthamiano y paretiano........................15

Principales corrientes contemporáneas.................................................................16

Principios del liberalismo......................................................................................17

Tipos de liberalismo..............................................................................................18

Autores y representantes del liberalismo...............................................................18

Origen del liberalismo...........................................................................................20

Etapas del liberalismo...........................................................................................20

Historia del liberalismo.........................................................................................22

El liberalismo liberal progresista y la modernidad..............................................23

El liberalismo. Evolución.....................................................................................26

El liberalismo en el siglo XIX.............................................................................29

Los preceptos fundamentales del liberalismo.......................................................31

Neoliberalismo......................................................................................................33

¿Que busca el liberalismo? ..................................................................................33

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Liberalismo clásico...............................................................................................34

Liberalismo en Francia.........................................................................................34

Noticia de libros....................................................................................................35

¿Ha triunfado el liberalismo? ..............................................................................37

El atractivo del liberalismo...................................................................................39

Una plétora de liberalismos particulares...............................................................41

Caracteres principales del liberalismo..................................................................44

Ideología liberal....................................................................................................45

Lo positivo del liberalismo...................................................................................49

El bienestar material.............................................................................................50

La meta del liberalismo........................................................................................51

Las raíces psicológicas del antiliberalismo..........................................................55

Teóricos del liberalismo.......................................................................................58

Contribuyentes del liberalismo clasico................................................................59

Liberalismo: principios fundamentales...............................................................60

Liberalismo político (Gustavo Silva)...................................................................62

El liberalismo y la política social.........................................................................63

La tendencia ‗‗Laica‘‘ del liberalismo..................................................................72

Espíritu y acción del liberalismo (Edgardo Garrido Meriño)...............................83

El intelectual ante las luchas extremistas..............................................................84

Biología de los idearios políticos..........................................................................86

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Contenido ético de las doctrinas liberal................................................................89

Resurgimiento liberal en apoyo de la democracia................................................93

El liberalismo doscientos años después...............................................................95

Los ideales y proyectos liberales..........................................................................97

Conclusión...........................................................................................................103

Glosario de términos...........................................................................................104

Bibliografia.........................................................................................................106

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Introducción:

El presente trabajo va referido al tema del liberalismo que se puede decir de manera de
introducción que es una filosofía política y moral que defiende la libertad individual, la
igualdad ante la ley y una reducción del poder del Estado. El objetivo principal de este
trabajo es comprender y saber de forma en general todo acerca del mismo y su importancia,
para lo cual es necesario adquirir los conocimientos y ser capaz de reconocer todo acerca
del mismo.

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El liberalismo

El liberalismo es una una doctrina política social y económica. En lo social defiende la


libertad individual, la igualdad ante la ley y la limitación de los poderes del Estado. En lo
económico propugna la iniciativa privada y el libre mercado. Como actitud vital propone la
tolerancia.

Representa corrientes muy heterogéneas, con muchas formas y tipos de liberalismo, pero en
general defiende los derechos individuales —como el derecho de propiedad, la libertad de
asociación, la libertad de religión o la libertad de expresión—; el libre mercado o
capitalismo; la igualdad ante la ley de todo individuo sin distinción de sexo, orientación
sexual, raza, etnia, origen o condición social; y el Estado de derecho o imperio de la ley al
que deben someterse los gobernantes.

El liberalismo contemporáneo surgió en la Ilustración y se popularizó rápidamente entre


muchos filósofos y economistas europeos y más tarde en la sociedad en general,
especialmente entre la burguesía. Los liberales buscaban eliminar la monarquía absoluta,
los títulos nobiliarios, la confesionalidad del Estado y el derecho divino de los reyes y
fundar un nuevo sistema político basado en la democracia representativa y el Estado de
derecho. Los liberales acabaron con las políticas mercantilistas y las barreras al comercio,
promoviendo el comercio libre y la libertad de mercado. Los líderes de la Revolución
francesa y la Revolución americana se sirvieron de la filosofía liberal para defender la
rebelión contra la monarquía absoluta. En el siglo XX, el fascismo y el comunismo fueron
ideologías populares que se oponían abiertamente al liberalismo y lo opacaron durante el
siglo, también surgieron otras ideologías que se plantearon como una vía intermedia entre
el liberalismo y el estatismo.

Los liberales tienen varias ramificaciones. Las ideas del liberalismo clásico de los siglos
XVII al XIX —el adjetivo «clásico» fue agregado a posterioridad por teóricos políticos
luego del declive a finales del siglo XIX de este liberalismo de libertades individuales y
economía de libre mercado— fueron recuperadas y repensadas en el siglo XX por los
libertarios, quienes están presentes principalmente en los Estados Unidos y el resto de
América. En Europa, los llamados liberal-conservadores, que se llaman así por abogar por

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reformas menos moderadas, suelen ser una de las ramas menos notables. También se ha
señalado una divergencia entre las tradiciones liberales anglosajona y francesa; el
liberalismo anglosajón pretende limitar el poder del Estado, mientras que el liberalismo
francés pretende un Estado fuerte que garantice la igualdad ante la ley y la eliminación de
los privilegios.

Se lo identifica como una doctrina que propone la libertad y la tolerancia en las relaciones
humanas. Promueve las libertades civiles y económicas, oponiéndose al absolutismo y al
conservadurismo. Constituye la corriente en la que se fundamentan tanto el Estado de
derecho como la democracia representativa y la división de poderes.

Desde sus primeras formulaciones, el pensamiento político liberal se ha fundamentado


sobre tres grandes ideas:

1. Los seres humanos son racionales y poseen derechos individuales inviolables, entre
ellos, el derecho a configurar la propia vida en la esfera privada con plena libertad,
y los derechos a la propiedad y a la búsqueda de la felicidad. Esto se basa en los tres
derechos naturales de John Locke: vida, libertad y propiedad privada.
2. El gobierno y, por tanto, la autoridad política deben resultar del consentimiento de
las personas libres, debiendo regular la vida pública sin interferir en la esfera
privada de los ciudadanos.
3. El Estado de derecho obliga a gobernantes y gobernados a respetar las reglas,
impidiendo el ejercicio arbitrario del poder.

El liberalismo fue un movimiento de amplia proyección (económica, política y filosófica)


que defendía como idea esencial el desarrollo de la libertad personal individual como forma
de conseguir el progreso de la sociedad.

Aboga principalmente por:

 El desarrollo de los derechos individuales y, a partir de estos, el progreso de la


sociedad.
 El establecimiento de un Estado de derecho, donde todas las personas sean iguales
ante la ley (igualdad formal), sin privilegios ni distinciones, en acatamiento de un

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mismo marco mínimo de leyes que resguarden las libertades y el bienestar de las
personas.

Antecedentes

Hasta el XVIII el sistema político dominante fue el absolutismo: la legitimidad monárquica


era el derecho divino, al que ninguna doctrina cuestionaba de manera radical.

Liberalismo: concepto acuñado por Benjamín Constant en 1818, del que la mejor expresión
de su significado parte de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, de 26
de agosto de 1789.

El liberalismo hace referencia a dos doctrinas, económica y política, que si bien son
similares, las implicaciones pueden ser diferentes. El liberalismo afirma la primacía del
hombre en la sociedad.

En materia económica defiende el derecho a la propiedad, como derecho sagrado, la


iniciativa privada y el libre mercado. En materia política defiende las libertades
individuales, que deben garantizarse contra todo ataque. El Estado tiene unas funciones
esenciales limitadas: nunca debe intervenir en la iniciativa privada, debe garantizar las
libertades individuales y la diversidad social. El liberalismo es un ataque al absolutismo
monárquico en toda su concepción. Hace una crítica radical al derecho divino de la
monarquía. El siglo de las luces es la expresión de un nuevo ideal de la sociedad.

El padre del liberalismo político es John Locke, que considera al hombre un ser racional
que busca la felicidad; los hombres son libres e iguales; la propiedad es un derecho natural
que no tiene porqué ser reconocida ni establecida por la autoridad. El fundamento del poder
político es el pacto social por el cual los individuos renuncian a la plena autonomía en
beneficio de la sociedad, a la que se integran. El Estado tiene un origen contractual. El
poder supremo es el poder legislativo, separado del ejecutivo (Locke no considera el poder
judicial). Reconoce el derecho de resistencia sino se mantiene el orden y los derechos
individuales. Considera aceptable una monarquía limitada que detente el poder ejecutivo y
represente los intereses del pueblo a través del Parlamento. Por ultimo separa lo temporal
de lo espiritual, que considera algo personal.

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El liberalismo está inspirado en parte en la organización de un Estado de derecho con
poderes limitados —que idealmente tendría que reducir las funciones del gobierno a
seguridad, justicia y obras públicas— y sometido a una constitución, lo que permitió el
surgimiento de la democracia liberal durante el siglo XVIII, todavía vigente hoy en muchas
naciones actuales, especialmente en las de Occidente.

El liberalismo europeo del siglo XX ha hecho mucho hincapié en la libertad económica,


abogando por la reducción de las regulaciones económicas públicas y la no intervención del
Estado en la economía. Este aspecto del liberalismo ya estuvo presente en algunas
corrientes liberales del siglo XIX opuestas al absolutismo y abogó por el fomento de la
economía de mercado y el ascenso progresivo del capitalismo. Durante la segunda mitad
del siglo XX, la mayor parte de las corrientes liberales europeas estuvieron asociadas a la
comúnmente conocida como derecha política.

Debe tenerse en cuenta que el liberalismo es diverso y existen diferentes corrientes dentro
de los movimientos políticos que se autocalifican como "liberales.

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Características

Sus características principales son:

 La libertad como un derecho inviolable que se refiere a diversos aspectos: libertad


de pensamiento, de culto, de expresión, de asociación, de prensa, etc.; cuyo único
límite consiste en no afectar la libertad y el derecho de los demás, y que debe
constituir una garantía frente a la intromisión del gobierno en la vida de los
individuos.
 El principio de igualdad ante la ley, referida a los campos jurídico y político. Es
decir, para el liberalismo todos los ciudadanos son iguales ante la ley y ante el
Estado.
 El derecho a la propiedad privada como fuente de desarrollo e iniciativa individual,
y como derecho inalterable que debe ser salvaguardado y protegido por la ley.
 El establecimiento de códigos civiles, constituciones e instituciones basadas en la
división de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), y en la discusión y solución
de los problemas por medio de asambleas y parlamentos.
 La libertad de cultos y la separación del Estado y la iglesia en un Estado laico.
 La no politización de los cargos de gobierno, y demás elementos públicos, como la
educación (tanto la escolar como la universitaria), la salud y la justicia.
 Tolerancia en la aplicación de la autonomía individual o colectiva.

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Liberalismo social y económico

El liberalismo normalmente incluye dos aspectos: el social y el económico. El liberalismo


social, también llamado liberalismo cultural, está firmemente a favor del Estado laico. El
liberalismo social se opone a la intromisión del Estado en la vida privada o en las
decisiones personales de los ciudadanos y también hace énfasis en la libertad de las
personas en cuanto a las normas culturales o a las tradiciones, oponiéndose al
conservadurismo. De esta manera, el liberalismo social defiende plena libertad sexual, de
expresión y religiosa, así como los diferentes tipos de relaciones sociales consentidas ya
sean de carácter amistoso, amoroso o sexual.

El liberalismo social cree que el Estado no debe imponer un modelo de vida ni ningún
código específico de comportamiento, y se ve como una ideología política defensora de los
derechos de aquellas personas que no se ajustan a las normas culturales o a las tradiciones y
están a favor de que expresen su personalidad, siempre y cuando no hagan daño a nadie.
Para el liberalismo social todos los modelos o estilos de vida deben ser respetados, y afirma
que siempre y cuando no hagan daño, ningún modelo o estilo de vida será mejor que otro.

El liberalismo económico es la aplicación de los principios liberales en el desarrollo


material de los individuos, como por ejemplo la no intromisión del Estado en las relaciones
mercantiles entre los ciudadanos, impulsando la reducción de impuestos a su mínima
expresión y reducción de la regulación sobre comercio, producción, etc. Según la doctrina
liberal, la no intervención del Estado asegura la igualdad de condiciones de todos los
individuos, lo que permite que se establezca un marco de competencia, sin restricciones ni
manipulaciones de diversos tipos. Esto significa neutralizar cualquier tipo de beneficencia
pública, como aranceles y subsidios, a favor de la ganancia de cada persona mediante el
trabajo, favoreciendo la meritocracia y la producción.

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Las revoluciones liberales
Hay tres revoluciones claves en la ruptura con el sistema anterior, que marca una nueva
etapa política e ideológica:

Las Revoluciones Inglesas del siglo XVII. 1648, Cromwell y 1688. Abolición del derecho
divino del rey, por 1ª vez predominio del Parlamento.

Revolución Americana 1776. Independencia de las colonias británicas en Norteamérica.


Declaración de Independencia 4 de julio de 1776. Primer ejemplo de revolución triunfante.
Constitución americana de 1787.

Revolución Francesa 1789. Una de las grandes líneas divisorias de la historia europea y
mundial. Un referente. Rompe con toda la organización política anterior.

Revolución Americana 1776. Origen:

 Económicos: fuertes cargas fiscales. Lucha contra el monopolio comercial de la


metrópoli.
 Políticos: oposición de los colonos a los gobernadores, y elección directa cargos
locales en el municipio.
 Religiosos: los colonos puritanos aceptan la tolerancia religiosa, las sectas se
multiplican.
 Es la época de las guerras de independencia latinoamericanas.

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La disolución del gobierno y el derecho a la resistencia: Locke, Kant y
Rawls

Para John Locke la sociedad es una creación humana, es decir por consentimiento, debido a
ello puede elegir a quien(es) gobierne(n). Sin embargo, como los miembros de la sociedad
o dicho de otro modo, los miembros del cuerpo político decidieron a quien elegir, por
cuanto tiempo y bajo qué condiciones, si quienes gobiernan contravienen los principios del
gobierno y los derechos del pueblo, el poder debe regresar a sus manos originarias.

El pueblo no está obligado a obedecer cuando se infringen las normas "Locke se refiere en
todo momento a la pérdida de autoridad, a la ilegalidad como condición de posibilidad de la
disolución del gobierno, ante la cual se habilita la resistencia en forma legítima la pregunta
es ¿podrá el pueblo sublevarse por cualquier cuestión que considere importante? La
respuesta es NO, "Locke insiste en que el pueblo no se subleva por nimiedades, y es capaz
de tolerar un gran número de injusticias. Sólo cuando las violaciones a la ley o a los fines
de la sociedad se perpetúan en el tiempo los pueblos se resisten.

Otro pensador clásico liberal fue Immanuel Kant, quien también estudia la conformación de
la sociedad, la libertad y la sujeción al gobierno. Para Kant la libertad está directamente
relacionada con el derecho del individuo de obedecer solo aquellas leyes en las que vea
reflejada su propia voluntad legisladora. Hasta este punto parece estar de acuerdo con
Locke, pero si bien el pueblo es una suma de voluntades que pactan para una mejor forma
de vida, «las ideas de voluntad general y de contrato no implican, en este marco, el
reconocimiento de derechos inalienables del pueblo, sino que son asumidas, en todo caso,
como criterios que permiten al legislador dictar leyes tales que hubiesen podido ser
aceptadas por la voluntad unida de todo un pueblo».

Si bien el pueblo tiene derechos, estos se pueden y deben enajenar en el momento que se
conforma un gobierno, mismo que se vuelve su representante que puede diseñar y ejecutar
leyes pensando en el bienestar del mismo. De ahí que «Para que una ley sea considerada
legítima (y pueda reclamar el consentimiento de aquellos que se someten a ella), no es
preciso que sea el pueblo reunido en asamblea quien dicte tal ley, ni tampoco es necesario
que éste preste su consentimiento efectivo: si una ley es de tal índole que resulte imposible

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que todo un pueblo pueda otorgarle su aprobación, entonces no es legítima, pero con que
sea solo posible que alguna vez el pueblo prestara su conformidad a dicha ley establecida,
entonces ésta puede ser considerada justa».

Luego entonces, para poder contar con un gobierno justo quienes lo eligen, deben conocer
las cualidades y capacidades de sus elegidos, porque de acuerdo a Kant, una vez electos, no
hay marcha atrás. ¿Perdió algo el liberalismo? Así es, la posibilidad de desobediencia civil.

Ahora bien, ¿Es aplicable la desobediencia civil en tiempos contemporáneos? ¿Qué dicen
los nuevos abanderados del liberalismo?

Actualmente, la sociedad se encuentra inmersa en la injusticia, la pobreza y la desigualdad;


que se han extendido de una manera vertiginosa. De ahí que los estudiosos de las ciencias
sociales retomen al liberalismo como salida o resolución de un problema que se está
agravando. Ellos sostienen «que las situaciones de pobreza extrema y miseria existentes en
los países del mundo subdesarrollado constituyen un problema de justicia económica
global». Una de las propuestas de John Rawls, máximo exponente del liberalismo actual, es
la implementación de políticas de asistencia social, pero de ninguna manera cambiar el
sistema económico.

Según Rawls, los problemas sociales actuales nada tienen que ver que las estructuras
económicas internacionales, más bien son problemas locales, que los gobiernos internos
han sido incapaces de resolver.

Contrario a la mayoría de los pensadores clásicos, que procuran explicar las condiciones
sociopolíticas de su tiempo, pensadores contemporáneos como Rawls buscan justificar el
sistema económico actual. Así pues, nos encontramos con dos posturas: una que defiende la
posición del pueblo y otro que defiende la posición del gobierno. Uno de los desafíos
conceptuales de más relevancia en la teoría liberal es la dicotomía entre libertad y justicia y
la forma en la cual estas interactúan para conseguir el bien común.

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Teorías del óptimo social: Liberalismo benthamiano y paretiano

Una división menos famosa pero más rigurosa es la que distingue entre el liberalismo
predicado por Jeremías Bentham y Wilfredo Pareto propusieron otras dos concepciones
para el cálculo de un óptimo de satisfacción social.

En el cálculo económico se diferencian varias corrientes del liberalismo. En la clásica y


neoclásica se recurre con frecuencia a la teoría del homo œconomicus, un ser perfectamente
racional con tendencia a maximizar su satisfacción. Para simular este ser ficticio se ideó el
gráfico Edgeworth-Pareto, que permitía conocer la decisión que tomaría un individuo con
un sistema de preferencias dado (representado en curvas de indiferencia) y unas
condiciones de mercado dadas. Es decir, en un equilibrio determinado.

Sin embargo, existe una gran controversia cuando el modelo de satisfacción se ha de


trasladar a una determinada sociedad. Cuando se tiene que elaborar un gráfico de
satisfacción social, el modelo benthamiano y el paretiano chocan frontalmente.

Según Wilfredo Pareto, la satisfacción de que goza una persona es absolutamente


incomparable con la de otra. Para él, la satisfacción es una magnitud ordinal y personal, lo
que supone que no se puede cuantificar ni relacionar con la de otros. Por lo tanto, sólo se
puede realizar una gráfica de satisfacción social con una distribución de la renta dada. No
se podrían comparar de ninguna manera distribuciones diferentes. Por el contrario, en el
modelo de Bentham los hombres son en esencia iguales, lo cual lleva a la comparabilidad
de satisfacciones y a la elaboración de una única gráfica de satisfacción social.

En el modelo paretiano, una sociedad alcanzaba la máxima satisfacción posible cuando ya


no se le podía dar nada a nadie sin quitarle algo a otro. Por lo tanto, no existía ninguna
distribución óptima de la renta. Un óptimo de satisfacción de una distribución
absolutamente desigual sería, a nivel social, tan válido como uno de la más absoluta
igualdad (siempre que estos se encontrasen dentro del criterio de óptimo paretiano).

No obstante, para igualitaristas como Bentham no valía cualquier distribución de la renta.


El que los humanos seamos en esencia iguales y la comparabilidad de las satisfacciones
llevaba necesariamente a un óptimo más afinado que el paretiano. Este nuevo óptimo, que

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es necesariamente uno de los casos de óptimo paretiano, surge como conclusión lógica
necesaria de la ley de los rendimientos decrecientes.

Principales corrientes contemporáneas

El liberalismo, en origen, defiende la libertad individual y económica, siendo reacio a un


estado fuerte (antiestatismo) y a gravar con altos impuestos a los ciudadanos. Sin embargo,
a partir de esta doctrina, han surgido numerosas variantes. A continuación, se presentan las
principales manifestaciones de liberalismo contemporáneo, organizadas de menor a mayor
regulación (desde aceptar cierto nivel de gobierno, hasta no aceptarlo en absoluto):

 Libertarismo: los libertarios defienden una ética política fundamentada en el


derecho a la propiedad privada y el no-inicio de la fuerza como base de las
libertades individuales, asimismo como promueven el capitalismo de libre mercado
como expresión característica de la libertad individual. Entre sus variantes más
conocidas están la que defiende un gobierno limitado constitucionalmente y un
Estado mínimo, y una forma de anarquismo filosófico que promueve la ley y
seguridad privada o el gobierno voluntario.
Minarquismo: este movimiento defiende el Estado mínimo, es decir, que un
gobierno mínimo es necesario para preservar la libertad, pero restringiéndose a sus
funciones mínimas de "vigilante" (principalmente, tribunales, policía, prisiones, y
fuerzas de defensa, ver: Estado vigilante nocturno), sin intervenir en la economía,
aceptando impuestos solo para casos muy particulares.
Anarcocapitalismo (también denominado voluntarismo): promueve la soberanía del
individuo y rechaza la cualidad principal de un Estado, su capacidad imperativa y
coactiva. Se trata un sistema político-filosófico donde los agentes individuales
determinan libremente las estructuras económicas y sociales a las que se suscriben.
Un error común fuera de la academia, derivado de su denominación, es la extendida
creencia de que dicho sistema obliga a adoptar un rol laboral empresario-trabajador
o una estructura concreta. Los anarcocapitalistas no se oponen a ninguna
formulación política o forma de vida siempre que esta sea voluntaria y no impuesta
sobre los individuos. En síntesis, no establece formas organizativas sino ausencia
coactiva bajo el principio de no agresión.

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 Socioliberalismo: defiende la compatibilidad de la libertad individual con el Estado
y el bienestar y desarrollo sociales. Para este movimiento, la función del Estado es
garantizar la igualdad de oportunidades evitando abusos y monopolios, y
fomentando el desarrollo personal y la libertad de todos los ciudadanos, pero en
ningún caso sustituyéndolos en la toma de decisiones.

*Nota: se ha omitido en esta escala el neoliberalismo, puesto que su criterio distintivo no es


ideológico, sino cronológico (aunque hay divergencia de opiniones, la acepción más
generalizada es que es el mismo liberalismo tradicional, adaptado al tiempo actual).

Principios del liberalismo

La siguiente relación de principios muestra los diez principios fundamentales en los que se
basa el pensamiento liberal:

 Libre mercado.
 Globalización.
 Gobierno limitado.
 Libertad de asociación.
 Libertad personal.
 Propiedad privada.
 Autonomía contractual.
 Reparación del daño.
 Igualdad jurídica.
 Individualismo.

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Tipos de liberalismo

Aunque al hacerse referencia a liberalismo se trate de hacer referencia al movimiento como


una doctrina general, existen diferentes tipos de liberalismo que cabría destacar.

Estos tipos de liberalismo se clasifican en base al aspecto en el que dicho liberalismo trata
de influir. Es decir, a si estos tratan de centrarse en lo económico o en lo político.

De esta forma, los tipos de liberalismo que cabría destacar son:

 Liberalismo económico: Basado en la limitación del Estado en las relaciones


económicas que mantienen los agentes económicos.
 Liberalismo social: Fundamentado en la defensa de la libertad en las relaciones
sociales.
 Liberalismo político: Basado en la soberanía del pueblo para elegir a sus
representantes. Por tanto, representantes que son elegidos por el pueblo, en base a
una democracia.

Autores y representantes del liberalismo

Son muchos los autores que han escrito sobre el liberalismo. Sin embargo, entre los
principales representantes del liberalismo cabría destacar a los siguientes:

o John Locke. Reino Unido, 1632-1704). Padre y fundador de los principios del
liberalismo. Defendía la monarquía constitucional. Comprendió el Estado como
fruto de la libre convención entre los hombres en tanto se reconozca el derecho a la
propiedad y la igualdad entre ellos ante la ley. Proponía la separación del poder
legislativo y judicial y la separación de la Iglesia en los asuntos del Estado.
o Adam Smith. (Escocia, 1723-1790): economista y filósofo de origen escocés.
Consideraba que el bienestar social estaba en estrecha relación con el crecimiento
económico de los individuos. Se le considera el precursor de la economía clásica
gracias a su obra La riqueza de las naciones.
o Montesquieu (Francia, 1689-1755): asentó los fundamentos del concepto de
Nación (clima, geografía, cultura y economía). ―Ser nacional‖. Entendía que el

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monarca solo debía concebirse como expresión del poder ejecutivo, no legislativo.
Proponía la independencia del poder judicial.
o Voltaire (Francia, 1694-1778): buscaba difundir las ideas de Newton y de Locke, y
fue un radical defensor de la libertad de pensamiento. En tal sentido, fue un
promotor de la tolerancia y, por ende, combatió el fanatismo religioso.
o Rousseau (Francia, 1712-1778): se dedicó a estudiar la de la sociedad civil: ―el
hombre es bueno, la sociedad lo corrompe‖. En 1762 publicó el Contrato Social: de
la libertad (individuo) a la opresión (sociedad).
o Adam Ferguson (Escocia, 1723-1816): filósofo e historiador. Reflexionó sobre la
naturaleza de las instituciones, desmitificando la idea de legitimidad divina y de la
necesidad de una autoridad individual, sabia e incuestionable. Para él, el conjunto e
interrelación de las acciones de los individuos van formando las instituciones,
deliberadamente o no.
o Alexis de Tocqueville (Francia, 1805-1859): político, filósofo, jurista e
historiador. Defendía el sistema representativo al estilo estadounidense,
caracterizado por ser una democracia indirecta.
o John Stuart Mill (Reino Unido, 1806-1873): político, filósofo y economista,
representante de la escuela económica clásica. Defendía la libertad individual por
encima del control del estado y la opresión social. Promotor de la corriente del
utilitarismo, fue crítico del liberalismo económico y se hizo próximo del
socioliberalismo, también conocido como socialismo liberal. Para Mill, habrá mayor
bienestar social cuanto mayor sea el número de individuos con bienestar.
o David Ricardo. (1772-1823): Fue un economista británico en cuyos tratados se
defendía el establecimiento de una unidad monetaria fuerte, cuyo valor dependiera
directamente de algún metal precioso, como el oro. Fue autor de diversas teorías
económicas liberales, en las que subrayó la importancia de la libre competencia y la
comercialización internacional.

Otros:

o François Quesnay.
o Frédéric Bastiat.

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o Friedrich Hayek.
o Ludwig von Mises.

Origen del liberalismo

El liberalismo nace en Inglaterra hacia el siglo XVII en oposición a la monarquía


absolutista europea, que se caracterizaba por concentrar todos los poderes del Estado en
manos de un solo autócrata.

Toma fuerza durante el período del Iluminismo, llamado también Ilustración, y se alza a
finales del siglo XVIII y principios del XIX, penetrando especialmente en los sectores
burgueses de la sociedad europea.

De este modo, inspiró diversas revoluciones, las cuales extendieron la influencia del
liberalismo por toda Europa y Latinoamérica. En esta última, el liberalismo alentó las
revoluciones independentistas que comenzaron en 1810, y que devinieron en la creación de
naciones independientes.

Etapas del liberalismo

Protoliberalismo (1688-1799). En la etapa del protoliberalismo se producen diversos hitos


históricos que van influyendo en las ideas de filósofos y políticos. A saber:

 Revolución gloriosa en Inglaterra (1688-1689): el parlamento inglés derroca al rey


Jacobo III Estuardo, de tendencia absolutista. Afirmó la monarquía parlamentaria,
bajo la regencia de María II y Guillermo III de Orange.
 Revolución estadounidense (1776): reconoció la libertad individual y la consagró en
la Constitución, creada en 1787 y vigente desde 1789. Esta tuvo el mérito de ser la
primera constitución del mundo.
 Revolución francesa (1789): significó la caída del absolutismo en Europa y la
primera declaración de los Derechos del Hombre, al grito de «libertad, igualdad y
fraternidad».

Liberalismo clásico (1780-1860). Es el período en que se forman las bases del pensamiento
liberal. Los pensadores elaboran las teorías que redefinen la relación entre el Estado y el

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pueblo, particularmente el contractualismo y constitucionalismo. Fueron particularmente
influyentes John Locke (Inglaterra) y Jean-Jacques Rousseau (Francia), así como Adam
Ferguson y Adam Smith (ambos de Escocia).

Asimismo, aparecen pensadores liberales que reflexionan sobre el individualismo y el


colectivismo, y la posible armonización de ambos aspectos para la cohesión y desarrollo
social, es decir, para armonizar el orden de los privados con lo público. Se reflexiona sobre
la ética del capitalismo y se promueve la idea de la democracia ampliada.

En esta etapa, que conduce a una mayor preocupación por lo social, ejerce mucha
influencia el pensamiento de John Stuart Mill, cuya doctrina se conoce como utilitarismo.

Este período abarca el conjunto de revoluciones europeas que se sucedieron a partir de


1848. Estas se centraban en la reflexión y ejercicio del asociativismo para la defensa de
diversos sectores o valores, en medio de los dramáticos cambios provocados por la
industrialización.

Nuevos liberalismos (1870 a la actualidad). En la actualidad, el liberalismo ha mantenido


su vigencia, aunque ha sido objeto de nuevas interpretaciones a la luz de los cambios
históricos. Desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, se han dado diversas tendencias
dentro del liberalismo.

Podemos identificar varias tendencias que, aunque surgieron en momentos distintos,


conviven entre sí en la actualidad. Estas son:

 Liberalismos sociales (desde 1870 aproximadamente). Se basa en el concepto del


Estado de bienestar, que procura un equilibrio entre el sector público y el privado.
Ha jugado un papel importante en la prevención de los modelos totalitarios, sean de
izquierda o de derecha.
 Liberalismos conservadores (desde 1870 aproximadamente). Representado por
aquellos sectores del liberalismo que desconfían de la democracia representativa y
de la acción del Estado en relación con la libertad de empresa. Por ende, pretenden
reducir las competencias del Estado al mínimo posible.

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 Liberalismo comunitario (desde 1918 aproximadamente). Reúne todos aquellos
grupos liberales que defienden el respeto a la diferencia política y cultural y los
derechos de las minorías, en el marco de los derechos universales del ser humano.
 Liberalismos neutralistas. (desde 1945, fin de la Segunda Guerra Mundial). Son
aquellos que se anclan en la aplicación de principios universales para la regulación
de los conflictos sociales.

Desde 1980, se habla de neoliberalismo para referir a la adaptación del liberalismo


económico al contexto actual. Sin embargo, actualmente algunos autores consideran que las
prácticas neoliberales han acentuado la desigualdad económica al nivel mundial, y por ello
diferencian al neoliberalismo del liberalismo clásico en materia económica.

Historia del liberalismo

El origen del liberalismo se remonta a Gran Bretaña en el siglo XVII, donde surgió a partir
de la filosofía empirista y la filosofía utilitarista. Ambas filosofías influyeron de una
manera u otra en el nacimiento del mercantilismo, una escuela del pensamiento que
demandaba la intervención estatal en la economía. Proponía garantizar a la nación las
condiciones necesarias para generar riqueza y competir en el mercado. Sin embargo, la
intromisión estatal solía beneficiar a las clases altas y limitaba a la libre empresa, lo cual
iba en contra del ascenso de las clases medias burguesas y comerciantes.

En los siglos XVII y XVIII se produjo la primera revolución de la burguesía en contra de


los intereses de la aristocracia y del Antiguo Régimen, especialmente en Francia e
Inglaterra. Esto dio lugar a las Guerras Civiles inglesas, la Revolución Gloriosa de 1688 y
la Revolución Francesa de 1789.

Todos estos conflictos sentaron las bases para una nueva forma de pensamiento
igualitarista, individualista y liberal que se esparció por Europa. Este nuevo pensamiento
dio como resultado, en algunos casos, la caída de las monarquías y, en otros casos, un
nuevo pacto entre estas monarquías y las clases altas obligó a quienes ejercían el poder a
pactar con el resto de los actores socioeconómicos. Esta transformación política dio origen
al liberalismo clásico y fue vital en el surgimiento de la sociedad capitalista.

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Como corriente filosófica, el liberalismo tiene sus orígenes intelectuales en los trabajos del
filósofo inglés John Locke (1632-1704) y el economista escocés Adam Smith (1723-1790).
Ambos pensadores se opusieron al absolutismo monárquico, cuyo poder radica en la

concentración autoritaria de una monarquía autócrata.

Considerado el padre del liberalismo clásico, John Locke fue un empirista británico cuyo
trabajo influyó en pensadores notables como Voltaire y Rousseau, intelectuales de la
Ilustración francesa. Contribuyó notablemente a la teoría del contrato social, así como al
republicanismo clásico y la teoría liberal, reflejados en la Declaración de Independencia de
los Estados Unidos y en la Declaración de Derechos inglesa de 1689. Desarrolló una teoría
de la autoridad política fundamentada en el consenso del pueblo gobernado y en la
naturaleza de los derechos individuales.

Adam Smith, por su parte, sostuvo que las sociedades prosperan cuando los sujetos son
libres de perseguir su propio interés en un sistema de propiedad privada de los medios de
producción, así como también en un mercado competitivo, autónomo y libre del Estado o
los monopolios privados.

En su desarrollo histórico, el liberalismo político, económico y social también recibió


contribuciones de las ideas de Thomas Hobbes (1588-1679), James Madison (1751-1836) y
Montesquieu (1689-1755). Otros pensadores también han influenciado la teoría liberal,
aportando formas y desarrollos conceptuales más o menos tradicionales. Por su extenso
desarrollo a nivel global, el liberalismo como corriente filosófica y práctica cuenta con
distintas escuelas y manifestaciones.

El liberalismo liberal progresista y la modernidad

El pensamiento liberal siguió por el mismo sendero. El siglo XVIII no es sólo despotismo
ilustrado, racionalismo y neoclasicismo. Coexisten con estas tendencias dominantes las
corrientes deístas y místicas, que reivindican el valor de los sentimientos y de la pasión. El
siglo XVIII fue heredero del aprecio de lo irracional, lo sentimental y la valoración de la
sensibilidad humana, con lo cual se identificaba el siglo XIX. Por un lado, la Ilustración
liberal heredó del Renacimiento una reordenación del mundo y el ímpetu por el progreso de

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las ciencias. Todo ello era necesario para acabar con la metafísica, los prejuicios, la
superstición y exponer la relatividad de las costumbres que se respetaban como verdades
reveladas.

La Ilustración cumplió su tarea: conceder al hombre el poder de cuantificar, controlar,


conquistar la naturaleza y dominarla, en un sueño de progreso hacia la felicidad. Pero los
pensadores ilustrados impusieron límites al conocimiento: ante la imposibilidad de conocer
la cosa en sí, sólo se interesaban por el conocimiento de los fenómenos, de la realidad
sensible, considerando que aquello que nuestros sentidos no pueden concebir no tiene
ninguna utilidad. La modernidad liberal progresista sustentó su proyecto en las cualidades
materiales de los objetos (unidad, variedad, regularidad, orden, proporción), más que en la
sensación que producen éstos en quien los contempla.

La palabra liberal procede de distintas ramificaciones, empero, éstas se levantan sobre la


noción de libertad. Las variantes del liberalismo buscan el poder o teorizan sobre él; son
revolucionarias o conservadoras; ambas tienen un sentido práctico y una antipatía por las
verdades absolutas; presentan mayor claridad en lo que rechazan que en lo que desean. El
liberalismo no se marca un objetivo, se marca un camino sin fijar una finalidad. Cuando el
liberalismo buscó un objetivo preciso, encontró su declive.

Los liberales tienen dos cosas en común: por una parte, la aceptación de la estructura
fundamental del Estado y la economía. Por otra parte, la aprobación de que el progreso
reincide en la liberación de la mente y el espíritu humano de los lazos religiosos y
tradicionales que los unían al viejo orden. El ethos del liberalismo está en la emancipación
individual de todo orden establecido. La formación de lo que más tarde, de manera
genérica, se llamaría liberalismo, se produjo al mismo tiempo que los cambios sociales y
económicos que alumbraron nuestra civilización actual. Si las alteraciones materiales y
mentales se retroalimentaron, habría que remontarse hasta una primera ruptura clara del
viejo orden señorial, para encontrar el origen del nuevo ideario. La libertad es sólo un
aspecto en la vida del hombre. El liberal valora la mente, su existencia, autonomía, y no se
sujeta a autoridad alguna, salvo que la autoridad sea legítima y aminorada por algún
esquema de representación, como bien podría ser una república.

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En un sentido moderno, el liberalismo privilegia la libertad sobre la autoridad, la soberanía
y las leyes emanan exclusivamente del pueblo. No hay una norma fija e inmutable: las leyes
son las respuestas a las necesidades y las necesidades cambian en un proceso histórico de
progreso. Los europeos continentales localizan este punto en la Revolución francesa. El
progresista se mueve en su visión del futuro y lucha por el cambio. El liberalismo europeo
demuestra diferentes mentalidades nacionales, pues se creó una particular conciencia
liberal.

En las dos formas típicas del liberalismo, la inglesa y la francesa, encontramos argumentos
inconciliables durante el siglo XVIII. El proceso inglés se orientaba a la democratización y
racionalización, mientras que el proceso francés se inclinaba a una orientación histórica y a
particularizar su contenido racional durante el transcurso del siglo XIX. No obstante, el
liberalismo los llevó a disminuir sus diferencias. La primera causa que planteó la necesidad
de pacificación del conflicto es la antítesis que se presenta entre la libertad en singular y las
libertades en plural.

Dos sistemas políticos representaron esta fórmula. Uno hace de las libertades un conjunto
de franquicias y de dispensas particulares, conquistadas una a una, con autonomía de toda
fórmula conceptual que las unifique y las relacionen unas con otras. El otro hace de la
libertad un ente de razón, un concepto que quiere llegar a la esencia de la personalidad
humana por encima de toda contingencia histórica y empírica.

Para los franceses de la época revolucionaria, las libertades de las que los ingleses estaban
orgullosos no eran más que privilegios de una minoría, que dañaban a toda la comunidad.
El complemento era una esclavitud, en contra de la verdadera libertad que constituye la
esencia misma de la personalidad humana. Para los ingleses, la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789 es un principio abstracto y carente de toda
garantía y sanción práctica; destruye privilegios irracionales e injustos, todas las garantías y
las sanciones que la historia ha creado. Hace a los individuos un agregado de átomos
similares e indiferenciados, sobre quienes puede cómodamente dominar el despotismo.

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La modernidad liberal inglesa se hizo presente con Robert Filmer (1588-1653), Thomas
Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704), Thomas Paine (1737-1809), Jeremy
Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill (1806-1873).

En Francia, las ideas del liberalismo fueron de René Descartes (1596-1650), Charles Louis
de Secondat y Barón de Montesquieu (1689-1755), François Marie Arouet (1694-1778),
más conocido como Voltaire, Denis Diderot (1713-1784), Jean-Baptiste Say (1767-1832),
Charles-Jean Baptiste Bonnin (1772-1846), Émile Durkheim (1858-1917), Henri-Benjamin
Constant de Rebecque (1767-1830).

En Escocia, el liberalismo estuvo representado por David Hume (1711-1776), Adam Smith,
Douglas Junior (1723-1790) y Adam Ferguson (1723-1816).

En el liberalismo alemán destaca Johann Heinrich Gottlob von Justi (1717-1771). Por su
parte, aunque a Max Weber (1864-1920) no se le considere un pensador liberal, pues
racionalizó la explicación de la acción social, los tipos ideales, la dominación y el Estado,
es un muy buen ejemplo de liberal.

La herencia europea de los intelectuales liberales fue matizada en Estados Unidos por
James Madison (1751-1836), Thomas Paine (1737-1809), Thomas Jefferson (1743-1826),
Thomas Woodrow Wilson (1856-1924), Frederick Winslow Taylor (1856-1915) y por
Frank Johnson Goodnow (1859-1939).

El liberalismo. Evolución.

El liberalismo como doctrina política se oponía al yugo arbitrario del poder absoluto, al
respeto ciego al pasado, al predominio del instinto sobre la razón. Las primeras ideas
liberales aparecen en la Edad Media asociadas a comercio y manufacturas, que se oponen a
la sociedad feudal: estamental, corporativa, antiindividualista, teocéntrica, hiperreligiosa,
estática, pesimista. Es una sociedad dirigista y reglamentista (gremios), que identifica
público y privado y que no distingue entre política y economía. La sociedad feudal es
metafísica y trascendental en lo ideológico y político: soportar como buenos cristianos los
sufrimientos terrenales para después acceder a la auténtica vida que es la contemplación

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gozosa de Dios en el cielo. El liberalismo es una reacción contra el feudalismo, el antiguo
régimen y las monarquías absolutas.

Liberalismo & burguesía & Capitalismo = asociación que colmara las aspiraciones
políticas, económicas, morales y culturales de las burguesías, y se convertirá en la filosofía
por excelencia del capitalismo.

El Liberalismo, tiene una serie de elementos comunes desde su aparición en el XVIII, pero
con variantes según épocas, autores, países y zonas geográficas. Incluso autores como
Isaiah Berlin reivindica la no identificación de liberalismo y capitalismo.

J. Touchard recuerda que ―…en la misma medida en que el liberalismo aparece como
filosofía política de la clase burguesa, no asegura más que la libertad de la burguesía‖.

Laski afirma que el Liberalismo ha llegado a ser la doctrina política principal de la cultura
occidental, y sobre todo después de 1989.

Otros autores consideran al Liberalismo como la teoría política de la modernidad.

El Liberalismo acumula elementos renacentistas, racionalistas, cartesianos, ilustrados…

Hay diferentes liberalismos, pero con unas características comunes: prioridad de libertad
sobre autoridad, secularización de la política, y promoción de las constituciones y
principios del derecho que establezcan los límites del gobierno y determinen los derechos
de los ciudadanos frente a este (Miller).

Liberalismo.

El liberalismo político nace en Gran Bretaña, la formación social económicamente más


evolucionada de Europa Occidental, en el siglo XVII. El liberalismo británico es, como
dice Josep María Colomer, en primer lugar, un movimiento político laico. En segundo lugar
es un movimiento empirista, lo que significa que la racionalidad es analítica, instrumental y
calculística. En tercer lugar, tiene una concepción antropológica pesimista. Los hombres se
mueven por motivaciones egoístas e individualistas. Es utilitarista. En cuarto lugar, es
convencionalista. Las instituciones sociales descansan sobre el convenio libre de los
individuos y a ellos y su interés y protección están orientados.

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La Revolución fue lo que dio fuerza verdaderamente a estas ideas. Frente a los privilegios
históricos y a las prerrogativas tradicionales del príncipe o de las clases gobernantes, el
liberalismo opone los derechos naturales de los gobernados. Frente a la idea de jerarquía y
de autoridad, el liberalismo presenta las ideas de libertad y de igualdad. Y estas ideas son
aplicables a todos los terrenos: al gobierno, a la religión, al trabajo y a las relaciones
internacionales.

El católico: pobreza como virtud y rico como egoísta pecador.

La Reforma protestante: el pobre vicioso gandul y rico benefactor social.

El liberalismo se presenta como filosofía de progreso económico, social, técnico… que


potencia las capacidades del individuo. Sus divisas clásicas: individualidad y libertad.
Tiene una visión optimista del hombre, al que ve autónomo, materialista y dotado de razón.
Ser feliz aquí por desarrollar sus capacidades individuales.

Preconizaba la búsqueda de la verdad por parte del individuo sin ningún tipo de trabas,
mediante el diálogo y la confrontación de pareceres, dentro de un clima de tolerancia, de
libertad y de fe en el progreso. Se asentaba en la confianza en el poder de la razón humana
que todo lo esperaba de las constituciones y de las leyes escritas.

Los liberales no aceptan los privilegios feudales y propugnan la igualdad jurídica de los
hombres. Todos los hombres somos iguales porque el hombre posee unos derechos
naturales. Al final la postura radical será: todo lo que frene la libertad individual debe
suprimirse: la autoridad de la Iglesia, los gremios, el poder absoluto del monarca…

El liberalismo político proponía una limitación del poder mediante la aplicación del
principio de la separación entre el legislativo, el ejecutivo y el judicial, de tal manera que el
legislativo quedaba en manos de una Asamblea elegida por sufragio censitario. Esa división
debía establecerse mediante la creación de órganos que tuviesen la misma fuerza, pues en el
equilibrio de los poderes residía la mejor garantía de su control mutuo y al mismo tiempo
de la libertad del individuo frente al absolutismo. El liberalismo se distinguía de la
democracia o del radicalismo porque defendía la idea de la soberanía de las asambleas

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parlamentarias frente a la soberanía del pueblo; porque daba primacía a la libertad sobre la
igualdad y porque preconizaba el sufragio limitado frente al sufragio universal.

El liberalismo comenzó a transformar a Europa a partir de la senda década del siglo XIX y
fue precisamente en España donde tuvo una de sus más tempranas manifestaciones con la
reunión de las Cortes de Cádiz y la elaboración de la Constitución de 1812, la cual se
convirtió en un símbolo para muchos liberales europeos. De hecho, el término liberal fue
utilizado por primera vez por los diputados españoles en aquellas Cortes en el sentido de
abiertos, magnánimos y condescendientes con las ideas de los demás, en su lucha por
acabar con el absolutismo tradicional de su Monarquía.

Como elemento esencial en todo régimen liberal está la Constitución, que es una ley
fundamental por la que se rige el sistema político y está dictada siempre por una Asamblea
constituyente, a diferencia de la Carta otorgada, que, como la promulgada en Francia en
1814 y siendo también una ley fundamental que tiende a cumplir la misma función, está
dictada por el poder, es decir, impuesta de arriba a abajo.

Comparada con la ausencia de textos del Antiguo Régimen, el deseo de definir por escrito
la organización de poderes y el sistema de sus relaciones mutuas, es una novedad aportada
por la Revolución que tomó el ejemplo de los Estados Unidos de América.

El liberalismo en el siglo XIX

Liberalismo, nacionalismo y socialismo: tales son las palabras-clave del siglo XIX.

Acceso de la burguesía al poder, bien por la vía revolucionaria –Francia- o reformista:


pacto Antiguo Régimen-burguesía (España, Prusia...)

La burguesía proclama la igualdad ante la Ley, y las clases populares quedaban al margen
de la política (salvo en Francia, Código Civil napoleónico). Sufragio censatario.

Corrientes del liberalismo. A veces enfrentadas.

Liberalismo demócrata-radical. Heredero de la Ilustración y la Revolución Francesa. Los


federalistas norteamericanos, Tocqueville y J. S Mill. Se desarrolla en el Nuevo Mundo.
Fuertes emigraciones en el XIX: 44M. Propugnan la profundización de la democracia, la

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libertad de pensamiento, expresión, asociación, seguridad jurídica y política de la propiedad
y el control de las instituciones políticas a través de la opinión publica informada.
Soberanía popular.

Liberalismo doctrinario, conservador, autoritario. Se asusta de la Revolución Francesa y sus


excesos, a la que sataniza. Burke. Soberanía compartida entre el rey y el parlamento, lo
viejo y lo nuevo. Restauración en Francia y España. Sufragio censitario. Herbert Spencer
(1820-1903). Filosofo británico, teoriza el liberalismo doctrinario: darwinista social: solo
sobreviven los más fuertes y los que se adaptan al medio. Ayudar a sobrevivir a los débiles
es un grave error contra natura. Defendía una política social extremadamente individualista.
Se oponía incluso a la enseñanza pública y a las leyes sanitarias.

A final del XIX hay un cambio en la mentalidad de las elites dirigentes europeas:

1. La constatación de que el aumento gradual de la riqueza que el industrialismo


capitalista comportaba llevaba consigo la existencia de una miseria urbana
estremecedora.
2. Las consecuencias sociales de los cambios de coyuntura económicos. Singularmente
la crisis económica de las últimas décadas del siglo XIX: paro y hambre.
3. La influencia de los pensadores socialistas.
4. La creación y espectacular desarrollo de partidos obreros como el Independent
Labour Party británico y el Partido Socialista Alemán.
5. La elaboración por parte de instituciones gubernamentales de los países
desarrollados de estadísticas fiables sobre paro laboral, accidentes laborales, trabajo
femenino e infantil, etc.
6. El rechazo de algunos de los partidos conservadores europeos, como el partido Tory
inglés, o instituciones como la Monarquía prusiana de las concepciones radicales
individualistas del liberalismo, tendiendo a realizar políticas paternalistas.
7. La influencia de la doctrina social de la Iglesia católica.
8. La gran difusión de estudios científicos que revelaban los costes sociales del
industrialismo capitalista. Prototipo: Progreso y Pobreza, de Henry George, la obra
más editada después de la Biblia.
9. La agudización de la lucha de clases.

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Esto lleva a los gobernantes más lúcidos a intervenir con legislaciones laborales y sociales
para desactivas la lucha de clases, integrando en el sistema a los sindicatos obreros y
aislando a las minorías revolucionarias radicales. Reformismo frente a revolución. Gran
Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica, Suiza…

Los preceptos fundamentales del liberalismo

Los preceptos fundamentales del liberalismo son:

 Los seres humanos son entes racionales. Y como tal poseen derechos inalienables y
la capacidad de elegir por sí mismos. Esto se traduce en el derecho de llevar la vida
privada tal y como lo prefieran, amparados en los tres ―derechos naturales‖ de
Locke: vida, libertad y propiedad privada.
 Los gobernados deben consentir el mando. Es decir, los ciudadanos tienen el
derecho a decidir cómo son gobernados sin que ello influya en sus asuntos privados,
y la autoridad política no será sino el consenso mayoritario al respecto.
 El estado de derecho. Garantiza la igualdad ante la ley tanto de gobernantes como
gobernados, de manera que nadie pueda usar el poder para violentar las reglas del
juego político.

Libertades Individuales

Para el liberalismo la libertad es uno de los ejes primordiales de la vida política, lo cual
implica diversos aspectos sociales y culturales, como la libertad de culto, la libertad de
pensamiento, de expresión, de asociación y de prensa, cuyos límites han de ser, justamente,
las libertades ajenas al individuo. Es decir: somos libres de hacer lo que queramos sin
violentar los derechos de los demás.

El individualismo

El liberalismo antepone los derechos y libertades individuales por encima de los colectivos,
dado que considera al individuo como persona única, primordial y en pleno ejercicio de sus
libertades propias.

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La propiedad privada

Otro precepto fundamental del liberalismo es la propiedad privada, como un derecho que
debe ser garantizado por la ley y cuya transmisión o intercambio debe estar sujeta a leyes y
ordenamientos públicos.

Para el liberalismo, la propiedad privada debía ser un derecho garantizado.

Los códigos legales

Los distintos aspectos sociales y económicos de la vida, según el liberalismo, deben


regularse mediante ordenanzas, códigos, leyes y otros textos de índole jurídica y legal que
sean de aceptación común y que se obedezcan en todos los casos posibles sin distinción.
Los conflictos y las interpretaciones corresponderán, en ese sentido, a las asambleas,
congresos e instituciones pertinentes.

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Neoliberalismo

El neoliberalismo o nuevo liberalismo fue una filosofía económica y política capitalista


inventada y puesta en boga durante las décadas de 1970 y 1980, y cuya doctrina proponía la
desregulación del mercado, la minimización del Estado y privatización de servicios y
bienes públicos, así como el achicamiento de la presencia estatal en la sociedad.

Es una tendencia a la que se le hacen grandes reproches, como haber empobrecido aún más
al Tercer Mundo, pero que goza de numerosos seguidores todavía.

Se ha acusado al neoliberalismo de empobrecer aún más al tercer mundo.

¿Qué busca el liberalismo?

El liberalismo es un movimiento que busca limitar el papel del estado para el


funcionamiento de una nación. Sus políticas exigen que el individuo sea lo más importante
en la sociedad y que tiene el derecho de pensar y actuar libremente con base en un marco
jurídico. Por esto es que de aquí surge el libre mercado y la mayoría de corrientes políticas
que persiguen la plenitud del ser humano. De este modo, el liberalismo es de gran
importancia para comprender las luchas de algunos de los líderes de la actualidad.

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Liberalismo clásico

Se habla de liberalismo clásico para agrupar las ideas políticas que aparecieron a lo largo de
los siglos XVII y XVIII, y de hecho a John Locke se lo considera el padre de este
fenómeno que se opuso al absolutismo del poder, a los privilegios de los aristócratas y a
que el Estado interviniese en los temas civiles.

Los liberales clásicos respetaban sobre todo el libre mercado y los derechos civiles. Con la
llegada del siglo XXI, son muchos los países que apoyan las democracias liberales, donde
encontramos conceptos tales como la sociedad pluralista y las elecciones libres.

Liberalismo en Francia

Antes de continuar no podemos dejar de lado el pensamiento liberal francés del siglo
XVIII. Para algunos, el liberalismo se originó como una expresión política del
Protestantismo en Inglaterra pero no en Francia, Italia, etc., quizás en parte porque estos
últimos no eran protestantes y el liberalismo europeo tenía un fuerte elemento anticlerical.

Dos vertientes ideológicas modelaron el pensamiento liberal francés del siglo XVIII.
Ambas respaldaban la tolerancia y se oponían a la superstición y al fanatismo, estaban en
contra del dogmatismo y de la iglesia, pero de formas muy diferentes:

Algunos como Montesquieu, Condorcet y Voltaire, creían en una ciencia de la naturaleza


humana y de las instituciones sociales; ciencia y mejorismo iban juntas, la creencia en el
progreso. Mientras que los humanistas escépticos como Bayle y Montaigne, creían en la
impotencia de la razón, en la incapacidad de la mente para conocer la verdad.

Algunos liberales franceses como Benjamin Constant, antagonista de Rousseau,


argumentaba que la libertad individual puede ser amenazada por las masas, por la
democracia. Así, en gran medida los liberales eran desconfiados en cuanto a la democracia
por dos razones: primero porque consideraban que amenazaba la libertad y segundo, era
vista como una amenaza para la individualidad. Aunque es importante señalar que teóricos
como Alexis De Toqueville y John Stuart Mill, consideraban la democracia como el mejor
camino para conseguir objetivos liberales (el respeto a los derechos, etc.)

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Noticia de libros

El siglo XXI se ha abierto con una gran incertidumbre cuando no indiferencia por el respeto
de los derechos humanos fundamentales que nacieron asociados a los orígenes del
liberalismo; un episodio más de ese paisaje histórico jalonado por el divorcio entre libertad
económica y las aspiraciones de libertad o igualdad política. En 1926, cuando las
consecuencias de la Gran Guerra hacían socialmente muy costoso el retorno a políticas de
liberalismo económico, Keynes desveló en ―El final del laissez faire‖ los supuestos irreales
en que se apoyaba la idea de los benéficos efectos derivados del principio de la libre
competencia. El laissez faire había sido un ―pretexto científico‖ que permitió conciliar el
egoísmo (ventajas privadas) con el socialismo (bien público), una contradicción que surgió
del filosofar del siglo XVIII y de la decadencia de la religión revelada. En la actualidad, sin
embargo, simplismos como el del laissez faire o el de la supervivencia del más apto se han
enseñoreado de diversos territorios mientras hay derechos humanos que se perciben como
rémora del ―progreso‖. De nuevo la afirmación de Keynes de que ―un estudio de la historia
de la opinión es un preámbulo necesario para la emancipación de la mente‖ recupera todo
su sentido. Ricardo Robledo («Orígenes del liberalismo», 2003). El estudio de Freeden nos
demuestra cómo el liberalismo ha sido, al mismo tiempo, algo de lo que sentirse orgulloso
y algo que censurar y lamentar. Pero, a fin de cuentas, es una de las teorías e ideologías
políticas más importantes y generalizadas. Se presenta a continuación un fragmento de su
libro:

Michael Freeden

Las ideologías son cosas precarias y volátiles. Pueden salirse de sus confines razonables,
pueden caer en las manos políticas equivocadas y ser objeto de abuso, pueden volverse
arrogantes y abochornar a muchos de sus seguidores, pueden perder contacto con la
realidad política. O pueden sorprendernos positivamente y ofrecer mucho más de lo que se
esperaba de ellas.

Cuando se debate sobre el liberalismo, se tiende a obviar una cuestión importante: el uso
retórico del término liberal es común en círculos que no son liberales, y que emplean la
expresión de un modo tendencioso que les sirve para endulzar algunas píldoras

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desagradables que desean que la gente se trague. Tal es el caso de muchos partidos
populistas y de derechas. Otras veces, la intención puede ser crear una caricatura hostil del
liberalismo —un hombre de paja contra el cual es más fácil defender posiciones
contrarias—, como hacen a menudo algunos sectores de la izquierda.

Pero hay un problema adicional: no existe una única, inequívoca cosa llamada liberalismo.
Quienes piensan que este consiste en la actividad privada y libre de restricciones y quienes
creen que consiste en el desarrollo de los individuos en una sociedad basada en el apoyo
mutuo y en los proyectos compartidos no tienen mucho en común, aunque en ambos casos
se definan como liberales. Así pues, ¿dónde reside la clave?, ¿en aumentar la libertad
individual o en que se trate a todos con igual respeto?, ¿en limitar el daño a los demás o en
permitir el desarrollo personal?, ¿en ser más humano o más productivo? ¿Existe un
verdadero liberalismo rodeado de imitaciones imprecisas?

En esta reveladora obra, el autor arroja luz sobre el asunto. Al abordar el liberalismo como
un desarrollo histórico, como una ideología política y como un conjunto de principios
filosóficos, nos ofrece una descripción de sus logros, sus fallos y su continua evolución,
que sigue en marcha.

Michael Freeden

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¿Ha triunfado el liberalismo?

Innumerables entusiastas liberales consideran que el liberalismo, como credo político-


ideológico y como re-flexión filosófica sobre las características de una sociedad justa,
representa la historia de un gran éxito. Una de las voces más apasionadas ha sido la de
Francis Fukuyama, el filósofo estadounidense que, hace más de veinte años, anunció la
victoria de la «idea liberal».2 En su opinión, el liberalismo había sido aceptado
universalmente, y ninguna otra ideología podía reivindicar de forma parecida tal
universalidad. ¿Suponía aquello el final del conflicto ideológico? ¿Nos habíamos vuelto
todos liberales? Hay tres problemas en esa visión confiada que vienen de inmediato a la
mente. En primer lugar, ¿dónde se halla la meta de una ideología?, ¿cuándo cruza esta la
línea de llegada y, respirando con alivio, puede exclamar: «¡Finalmente hemos vencido al
resto»? La historia ofrece pocos indicios de tal fin, en especial cuando juzgamos los
acontecimientos e ideas actuales. Al cabo, ni siquiera la creencia en la magia —que en otro
tiempo fue un poderoso factor a la hora interpretar lo que ocurre en el mundo— ha
desaparecido por completo en las sociedades modernas. A menos que sepamos cuál es el
criterio para hablar de una victoria ideológica, y que podamos establecer un final
inequívoco de los choques ideológicos, lo cierto es que la pregunta carece de sentido.

Desde luego, quienes dan por sentada la victoria del liberalismo se limitan a afirmar de
forma acrítica que una versión de dicho liberalismo ha ganado y que las demás han perdido.
Pero la afirmación carece de fundamento, ya que, en el campo de las ideas, la teoría o la
ideología, aquello que se considera una victoria siempre será cuestionado. No en vano las
victorias a corto plazo bien pueden concluir en derrotas a la larga. Así lo atestigua la
historia del comunismo en el siglo xx; ahora bien, ¿quién sabe qué fortuna le aguarda a
dicho comunismo a un plazo aún más largo?

En segundo lugar, hay escasas evidencias de que el liberalismo haya sido aceptado en la
mayor parte del mundo. Junto a las aspiraciones a algún tipo de democracia liberal,
encontramos ideologías basadas en la religión, formas de populismo radical, Estados
autocráticos y, por supuesto, muchos regímenes conservadores. En la propia sociedad de
Fukuyama, es decir, en los Estados Unidos, se acumula una gran cantidad de invectivas
contra el liberalismo. En cualquier caso, ¿existe, a pesar de todo, un proceso de creciente

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convergencia en un punto de vista liberal? Pues bien, parece prematuro e imprudente emitir
un juicio sobre la futura propagación de otras ideologías. Y es que, en un mundo que
cambia con rapidez y está cada vez más fragmentado, predecir el futuro de las ideas no se
ha vuelto más fácil, sino todo lo contrario. Es más, quienes afirman ser testigos de un
movimiento hacia una globalización creciente tal vez están hablando de visiones del
globalismo que difieren notablemente y que compiten entre sí; por ejemplo, una
globalización de los valores del mercado frente a una globalización de la solidaridad
humana. Así pues, la globalización del liberalismo no deja de ser una idea que brilla en los
ojos de algún observador, y puede que nunca ocurra.

En tercer lugar, Fukuyama dio a entender que había una cosa clara, inequívoca, llamada
liberalismo. Pero las evidencias sugieren lo contrario y, a la hora de intentar comprender el
liberalismo, puede sernos de gran ayuda reconocer que hay varias formas de verlo. Cada
perspectiva iluminará algunas de las características de dicho liberalismo mientras oculta
otras. Así, cuando contemplamos un cuadro, podemos preguntarnos sobre el artista, sobre la
composición, sobre su estética, sobre las técnicas y los materiales utilizados, sobre su valor
comercial o su lugar en la historia del arte. Todo depende de qué asunto nos interesa más.
De manera similar, en el caso del liberalismo, como en el de todas las ideologías, no existe
un enfoque distintivo que nos diga todo lo que queremos saber al respecto, no hay una de-
finición única y sencilla que abarque todas sus manifestaciones.

Francis Fukuyama

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Por lo tanto, este libro explorará el liberalismo desde varios ángulos. Por recurrir a la
imperfecta metáfora de Fukuyama, digamos que hay muchos corredores liberales en esa
supuesta carrera, de modo que incluso si declarásemos de forma impetuosa el triunfo el
liberalismo, seguiría sin revelarse cuál de sus muchas versiones ha ganado. Las ideas y los
arreglos que anidan bajo la etiqueta «liberalismo» pueden mutar significativamente, como
sin duda han hecho ya en el pasado. Los frecuentes ataques de «finalismo» que sufren tanto
los comentaristas políticos como los profetas sociales exudan algo más que un soplo de
utopismo, de inevitabilidad teleológica o, tal vez, incluso de cinismo.

El atractivo del liberalismo

Hay algo en el liberalismo que hace que mucha gente lo encuentre muy atractivo. Aunque
se queda lejos del universalismo final que le atribuye Fukuyama, un gran número de
filósofos políticos lo consideran como una noble visión de la vida social y política que
debería extenderse a todos. Incluso a falta de eso, el liberalismo representa un conjunto de
ideas ampliamente venerado, al menos en el mundo occidental —aunque, como veremos,
también es detestado tanto por los radicales como por los conservadores—. Además, las
prácticas liberales sobre el terreno tienen consecuencias institucionales, y dichas
consecuencias se entrelazan en un gran —y a veces autocomplaciente— tapiz histórico.
Muchas de esas prácticas están contenidas en la expresión «democracia liberal». Como
principio de buen gobierno, dicha democracia liberal tiene raíces firmes en numerosos
países y es un objetivo al que aspiran muchos otros. Contiene un mensaje claro: la
democracia, si con ello nos referimos al gobierno por parte del pueblo, es un gran invento,
pero la victoria en las elecciones y el gobierno popular, por sí solos, no son más que un kit
mínimo. Y ese kit es necesario pero insuficiente para que un sistema político sea llamado
«liberal». Los liberales sostienen que la democracia debe mostrar características adicionales
para que se la pueda considerar un digno sistema de gobierno. Ha de ser justa, tolerante,
inclusiva, moderada y autocrítica, no debe consistir simplemente en la búsqueda del
gobierno de la mayoría. La democracia liberal implica no solo elecciones, sino además
elecciones libres. Implica no solo un gobierno representativo, sino también un gobierno
responsable —es decir, que rinda cuentas— y limitado. Implica no solo el derecho a votar,
sino un derecho de voto que sea igual para todos y que no esté sujeto a supervisión. E

39
implica atención al bienestar de todos los miembros de una sociedad, un principio que
requiere cierta actividad gubernamental pero que puede estar abierto a diversas inter-
pretaciones. Las cualidades que los liberales exigen son extensas y variadas: es mucho más
fácil predicar el liberalismo que hacerlo realidad.

Las prácticas liberales afectan a las constituciones, al grado de apertura permitido en el


debate político y al conjunto de derechos que las sociedades están dispuestas a distribuir
entre sus miembros. A menudo, implican también ambiciosos esquemas de redistribución
de la riqueza para aumentar las oportunidades vitales de todos, aunque algunos
comentaristas, generalmente desde una perspectiva conservadora o libertaria, pueden
condenar eso como una forma de socialismo. Y, como suele ocurrir con cualquier
ideología, puede abrirse una brecha entre los principios declarados y la práctica efectiva.
Los principios liberales pueden ser violados incluso por aquellos que los suscriben, y
algunas sociedades los rechazan sin pensárselo dos veces. Así pues, dadas las
circunstancias, es posible que tengamos que decidir si lo que más nos acerca a identificar
las características del liberalismo son los principios liberales o, por el contrario, las
prácticas liberales. Y es que evaluar el liberalismo no es una actividad intelectual de sillón
—aunque no hay nada malo en tal actividad—. Tiene que ver más bien con el tipo de
política en la que una sociedad se embarca a la hora de la verdad.

Pero también hay marcos mentales liberales, patrones de pensamiento que operan en el
mundo del discurso, el lenguaje y la disputa políticos. Así, filósofos, politólogos,
historiadores de las ideas, políticos en ejercicio y partidos intervienen en dicho mundo con
dispares modelos, objetivos, críticas y certezas. El liberalismo, entendido como conjunto de
principios rectores para llevar una buena vida, suele ser contemplado a su vez por los
filósofos y los moralistas como un conjunto vinculante de virtudes y preceptos que merece
un estatus universal. Por lo tanto, si bien Fukuyama consideraba que se trataba de una
ideología universal, algo que claramente no es, lo cierto es que varios teóricos políticos
sostienen que se trata de un imperativo filosófico y ético que debería ser universal:
estaríamos hablando de la más elevada expresión de las normas de moral social y de
justicia. Para dichos teóricos, el liberalismo existe como un conjunto general de ideales que
son apropiados para todas las personas con buen juicio, independientemente de si en la

40
actualidad se realiza o no. En resumen, para muchos, el liberalismo representa una etiqueta
que es buscada con entusiasmo y que, una vez alcanzada, es defendida con firmeza. Sus
partidarios se tumban placenteramente bajo la cálida luz del término; sus detractores
desprecian su carácter no terrenal o su hipocresía.

Una plétora de liberalismos particulares

Hay otro asunto en juego. Aunque el liberalismo surgió de un conjunto de creencias


europeas, ni siquiera en el continente europeo hay consenso con respecto a su significado.
En Europa, su reputación y las connotaciones que despierta lo han ubicado en puntos muy
diferentes del espectro político: en el centroizquierda en el Reino Unido, en el
centroderecha en Francia y Alemania. En los países escandinavos, especialmente en Suecia,
muchas ideas liberales se han difundido bajo el título de socialdemocracia, mientras que la
etiqueta «liberalismo» ha sido vinculada a menudo con un individualismo elitista o de clase
media. En gran parte de Europa, y fuera de ella, socialistas de todas las tendencias han
acusado al liberalismo de actuar en contra de los intereses de las clases trabajadoras y de
promover un egoísmo antisocial, una acusación que supone un desafío para el mensaje de
inclusión que muchos liberales desean difundir. En la Europa del Este posterior a la caída
del comunismo en 1989, se ha considerado que el liberalismo ofrece protección contra la
intrusión de los Estados y que proporciona un refugio dentro de la sociedad civil para
quienes huyen de la centralización. Sin embargo, para otros europeos del Este lo que hace
el liberalismo es ofrecer los deliciosos frutos de una prosperidad impulsada por el mercado,
algo que esas sociedades no habían podido disfrutar en el pasado, pues sus sistemas
ideológicos y políticos les habían negado tales frutos. A todo ello hay que añadirle que el
liberalismo es también objeto de una comprensión errónea y de la ambivalencia. Así, en los
Estados Unidos es contemplado como un partidario del gobierno de gran tamaño y de los
derechos humanos, o, por el contrario, como el debilitador evangelio del Estado
paternalista. Además, en algunas sociedades altamente religiosas, el liberalismo es
equivalente a la herejía, ya que, de forma falsa, afirmaría que los seres humanos, y no Dios,
representan la medida de todas las cosas, y elevaría así la hibris secular de las preferencias
individuales por encima de la voluntad divina.

41
Lloyd George en un panfleto del Partido Liberal
británico (1911)

Lo anterior apenas puede sorprendernos, ya que cualquier doctrina que goce de tal
notoriedad atraerá en el curso de su historia las sospechas y las críticas severas. Hay
quienes condenan el liberalismo como una doctrina oficiosa, peligrosa y debilitadora bajo
cuya bandera se han infligido daños tanto sociales como personales. Muchos
posestructuralistas han acusado a los liberales de fomentar falsos ideales de armonía y coo-
peración, y de ser dañinos individualistas. Algunos de sus oponentes culturales lo critican
por haberse erigido sobre la sabiduría social acumulada por la tradición. Ha sido
denunciado como un manifiesto del capitalismo, disfrazado de empatía. Ha sido rechazado
como un conjunto de ideas occidentales que busca reemplazar o subyugar otras
interpretaciones culturalmente significativas de la vida social, ofreciendo un pretexto no
solo para la explotación a gran escala dentro de la propia Europa sino también —de forma
no menos perturbadora— para las políticas practicadas en las antiguas colonias europeas.
Ha sido criticado como una doctrina que no ha logrado dar a las mujeres la posición social
que se les debe; ridiculizado como una visión que exagera la racionalidad de la conducta
humana a expensas de la emoción y la pasión; o menospreciado como una teoría optimista

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del consenso artificial, una teoría que oculta la diversidad y la discontinuidad —ambas
vitalizadoras— de los seres humanos.

Friedrich Hayek y John Maynard Keynes.

En resumen, el liberalismo ha sido adoptado por buscadores de la verdad, respaldado por


humanistas, de-fendido por reformadores sociales, desechado por ideologías rivales,
atacado por quienes lo consideran una cortina de humo para la conducta antisocial y, por
úl-timo, objeto de apropiación indebida y deliberada por parte de aquellos que desean
disfrazar sus verdaderas intenciones políticas. En sus múltiples formas, ha sido, al mismo
tiempo, algo de lo que sentirse orgulloso y algo que censurar y lamentar. Pero, a fin de
cuentas, es una de las teorías e ideologías políticas más importantes y generalizadas. Su
historia conlleva un crucial legado de práctica política, pensamiento civilizado y creatividad
ético-filosófica. Durante su curso, sus diversas corrientes han dado a luz algunos de los
logros más im-portantes del espíritu humano. Sin el liberalismo sería inconcebible el
Estado moderno. El Estado que los li-berales tenían en mente es uno que coloca el bien de
los individuos por encima del de los gobernantes; que reconoce tanto los límites como las
posibilidades del go-bierno; que posibilita esos intercambios comerciales que son
necesarios para lograr un nivel de vida digno; que justifica la propiedad privada beneficiosa
para la prosperidad individual; que libera a los individuos de las onerosas trabas a su

43
libertad y su crecimiento; que res-peta la ley y los arreglos constitucionales. Sin las
con-cepciones liberales de la dignidad humana, sería difícil imaginar, y no digamos ya
sostener, la originalidad y la singularidad de las personas. Pero el liberalismo ha lo-grado
más que todo eso. En su historia más reciente, también ha defendido la necesidad de
preocuparse por las dificultades y el bienestar de los demás, y ha insistido en la necesidad
de ser sensibles a las diferencias sociales.

Caracteres principales del liberalismo

a. Individualismo. Opone a la concepción comunitaria cristiana medieval el culto de


la personalidad. El individuo aparece en el nominalismo y en la Reforma protestante
con su famoso "libre examen ―que luego será la "libertad de conciencia".

b. Aurtonomismo moral. Se relativiza la ética y se subjetiviza el juicio moral. En el


fondo el liberalismo esconde un gran escepticismo respecto de la verdad. El valor
absoluto deja de ser el Ser (la Verdad) para pasar a la Libertad.

c. La bondad natural del hombre. Antropológicamente, el liberalismo postulará con


Rousseau la teoría del "buen salvaje" y extrapolará el mal de la sociedad.

d. El racionalismo laicista. La verdadera fuente de luz y progreso será la razón y no la


fe.

e. El utopismo o la creencia en el nuevo paraíso terrenal. La idea de un estadio feliz se


traslada del comienzo de la humanidad al futuro. Pero esto exige un nuevo
mesianismo. Y ese mesianismo tienen un motor: La Libertad. Cuando el hombre sea
libre e instruido podrá construir "el paraíso de aquende". Es el "despotismo
ilustrado" del liberalismo. Así se expresa su utopismo agresivo, típico de las
ideologías modernas.

f. El contractualismo social. Lo social no es una realidad natural en el hombre. Se


origina en un contrato.

g. El democratismo. Si los hombres son iguales y naturalmente buenos, si al origen de


la sociedad hay simplemente un contrato, es obvio que nadie puede arrogarse el
poder político. Pero la sociedad no -hoy por hoy- no puede existir son gobierno, y
por lo tanto sin poder o soberanía política.

44
Ideología Liberal

En realidad lo que en filosofía pretenden los naturalistas o racionalistas, eso mismo


pretenden en la moral y en la política los autores del Liberalismo, los cuales no
hacen sino aplicar a las costumbres y acciones de la vida los principios sentados por los
partidarios del naturalismo. Ahora bien; lo principal de todo el naturalismo es la soberanía
de la razón humana que, negando a la divina y eterna la obediencia debida, y declarándose
a sí misma su jurisdicción , se hace a sí propio sumo principio, y fuente y juez de la verdad.
Así también los discípulos del Liberalismo, pretenden que en el ejercicio de la vida ninguna
potestad divina haya que obedecer, sino que cada uno es la ley para sí, de donde nace esa
moral que llaman independiente que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de
la observancia de los preceptos divinos, suelen conceder al hombre una licencia sin límites.
Fácil es adivinar a dónde conduce todo esto, especialmente al hombre al que vive en
sociedad. Porque una vez restablecido y persuadido que nada tiene autoridad sobre el
hombre, síguese no estar fuera de él y sobre él la causa eficiente de la comunidad y
sociedad civil, sino en la libre voluntad de los individuos, tener la potestad pública su
primer origen en la multitud, y además, como en cada uno la propia razón es
único guía y norma de las acciones privadas, debe serlo también la de todos para
todos.

El poder es proporcional al número, la mayoría del pueblo es la autora de todo derecho


y obligación. Pero bien claramente resulta de lo dicho cuán repugnante sea todo esto. A la
razón repugna en efecto sobremanera, no sólo a la naturaleza del hombre, sino a la de todas
las cosas creadas, el querer que no intervenga vínculo alguno entre el hombre o la sociedad
civil y Dios, Creador, y por tanto Legislador Supremo y Universal, porque todo lo hecho
tiene forzosamente algún lazo para que lo una con la causa que lo hizo y es cosa
conveniente a todas las naturalezas, y aun pertenece a la perfección de cada una
de ellas, el contenerse en el lugar y el grado que pide el orden natural, esto es, que lo
inferior se someta y deje gobernar por lo que es superior.

Es además esta doctrina perniciosísima, no menor a las naciones que a los particulares. Y
en efecto, dejando el juicio de lo bueno y verdadero a la razón humana sola y única,

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desaparece la distinción propia del bien y del mal; lo torpe y lo honesto no se diferenciarán
en realidad, sino según la opinión y juicio de cada uno; será lícito cuando agrada y,
establecida una moral, sin fuerza casi para contener y calmar los perturbados movimientos
del alma, quedará naturalmente abierta la puerta a toda corrupción.

En cuanto a la cosa pública, la facultad de mandar se separa del verdadero y natural


principio, de donde toma toda la vida para obrar el bien común; y la ley establece lo
que se ha de hacer y omitir, se deja al arbitrio de la multitud más numerosa, lo cual es una
pendiente que conduce a la tiranía.

Rechazado el imperio de Dios en el hombre y en la sociedad, es consiguiente que no hay


públicamente religión alguna, y se seguirá la mayor incuria en todo lo que se refiere a la
Religión. Y asimismo, armada la multitud con la creencia de su propia soberanía, se
precipitará fácilmente a promover turbulencias y sediciones.

Los autores del Liberalismo, que dan al Estado un poder despótico y sin límites y pregonan
que hemos de vivir sin tener para nada en cuenta a Dios…

Es imprescindible que el hombre se mantenga verdadera y perfectamente bajo


el dominio de Dios; por tanto no puede concebirse la libertad del hombre, si no está sumisa
y sujeta a Dios y a su voluntad. Negar a Dios este dominio o no querer sufrirlo no es propio
del hombre libre, sino del que abusa de la libertad para rebelarse; en esta disposición de
ánimo es donde propiamente se fragua y completa el vicio capital del
Liberalismo. El cual tiene múltiples formas, porque la voluntad puede separarse de la
obediencia debida a Dios, o los que participan de su autoridad, no del mismo modo ni en un
mismo grado.

Están los que dicen que conviene someterse a Dios, Creador y Señor del mundo, y por cuya
voluntad se gobierna toda la naturaleza; pero audazmente rechazan las leyes, que exceden
la naturaleza, comunicadas por el mismo Dios en puntos de dogma y de moral, o al menos
aseguran que no hay por qué tomarlas en cuenta singularmente en las cosas públicas.

46
De esta doctrina mana, como de origen y principio, la perniciosa teoría de la separación de
la Iglesia y del Estado; siendo por el contrario, cosa patente, que ambas potestades, bien
que diferentes en oficios y desiguales por su categoría, es necesario que vayan acordes en
sus actos y se presten mutuos servicios.

Muchos pretenden que la Iglesia se separe del Estado toda ella y en todo; de modo que en
todo el derecho público, en las instituciones, en las costumbres, en las leyes, en los cargos
de Estado, en la educación de la juventud, no se mire a la Iglesia más que como si no
existiese; concediendo a lo más a los ciudadanos la facultad de no tener religión, si les
place, privadamente. Contra esto tienen toda su fuerza los argumentos con que refutamos la
separación de la Iglesia y del Estado, añadiendo ser cosa aburridísima que el ciudadano
respete a la Iglesia y el Estado la desprecie.

Otros no se oponen, ni podrían oponerse, a que la Iglesia exista, pero le niegan la naturaleza
y los derechos propios de sociedad perfecta, pretendiendo no competirle hacer leyes,
juzgar, castigar, sino sólo exhortar, persuadir y aun regir a los que espontáneamente se le
sujetan. Así adulteran la naturaleza de esta sociedad divina, debilitan y estrechan su
autoridad, su magisterio, toda su eficacia, exagerando al mismo tiempo la fuerza y
potestad del Estado hasta el punto de que la Iglesia de Cristo quede sometida al imperio y
jurisdicción del Estado, no menos que cualquier asociación voluntaria de los
ciudadanos.

Ningún tiempo hay que pueda estar sin religión, si verdad, sin justicia, y como estas cosas
supremas y santísimas han sido encomendadas por Dios a la tutela de la Iglesia, nada hay
tan extraño como el pretender de ellas que sufra con disimulación lo que es falso o injusto,
o sea conveniente en lo que daña a la religión.

La encíclica Rerum novarum, efectivamente, al vacilar los principios del liberalismo, que
desde hacía tiempo venían impidiendo una labor eficaz de los gobernantes, impulsó a los
pueblos mismos a fomentar más verdadera e intensivamente una política social.

Para explicar cómo el comunismo ha conseguido ser aceptado sin examen por tan grande
muchedumbre de obreros, conviene recordar qué estos ya estaban preparados por el

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abandono religioso y moral en que habían sido dejados por la economía liberal. Con
los turnos de trabajo dominical no se daba a los obreros tiempo para satisfacer los más
grandes deberes religiosos en los días festivos, y no se pensó en construir iglesias junto a
las fábricas ni en facilitar la acción del sacerdote, antes, por el contrario, se continuó
promoviendo positivamente el laicismo. Y no es de extrañar que en el mundo ya
ampliamente descristianizado se difunda el error comunista.

Y mientras el Estado, durante el siglo XIX, por una soberbia exaltación de la libertad,
consideraba como único fin suyo el tutelar la libertad con el derecho, León XIII le avisó
que también era deber suyo aplicarse a la previsión social, cuidando el bienestar de todos
los desheredados, con una amplia política social y con la creación de un derecho del
trabajo.

León XIII al dirigir su encíclica al mundo, señaló a la conciencia de los cristianos los
errores y peligros de una materialista concepción del socialismo, las consecuencias fatales
del liberalismo económico, tan frecuentemente despreciativo, olvidadizo o incomprensivo
de los deberes sociales, y expuso con claridad maestra y maravillosa precisión los
principios que eran necesarios y adecuados para mejorar -gradual y pacíficamente- la suerte
material y espiritual del obrero.

En el campo social la desfiguración de los designios de Dios se ha llevado a cabo en la


misma raíz, deformando la imagen divina del hombre. A su real fisonomía de criatura, que
tiene origen y destino en Dios, se ha sustituido con el falso retrato de un hombre autónomo
en la conciencia, legislador incontrolable en sí mismo, irresponsable hacia sus semejantes y
hacia el complejo social, sin otro destino fuera de la tierra, sin otro fin que el goce de los
bienes finitos, sin otra norma que la del hecho consumado y de la satisfacción
indisciplinada de sus concupiscencias.

De aquí ha nacido y se ha consolidado durante varios lustros, en las más variadas


aplicaciones de la vida pública y privada, aquel orden excesivamente individualista, que
hoy está en grave crisis casi por todas partes. Pero nada mejor han aportado los sucesivos
innovadores, los cuales, partiendo de las mismas premisas erróneas y torciendo por otro
camino, han conducido a consecuencias no menos funestas, hasta la total subversión

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del orden divino, el desprecio de la dignidad de la persona humana, la negación de las
libertades más sagradas y fundamentales, el predominio de una sola clase sobre las otras,
la servidumbre de toda persona y cosa al Estado totalitario, la legitimación de la violencia y
el ateísmo militante.

Tampoco apoya el cristianismo la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual
sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del
poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencias más o menos
automáticas de iniciativas individuales y no ya como fin y motivo primario del valor de
la organización social.

Por otra parte se asiste a una renovación de la ideología liberal. Esta corriente se apoya en
el argumento de la eficiencia económica, en la voluntad de defender al individuo contra
el dominio cada vez más invasor de las organizaciones, y también frente a las tendencias
totalitarias de los poderes políticos. Ciertamente hay que mantener y desarrollar la
iniciativa personal. Pero los cristianos que se comprometen en esta línea, ¿no tienden a
idealizar al liberalismo? Ellos querrían un modelo nuevo, más adaptado a las condiciones
actuales, olvidando fácilmente que en su raíz misma el liberalismo filosófico es una
afirmación errónea de la autonomía del individuo en su actividad, sus motivaciones, el
ejercicio de su libertad. Por todo ello, la ideología liberal requiere un atento discernimiento
por parte de los cristianos.

Lo positivo del liberalismo

El liberalismo es una postura esencialmente errónea pero que en la medida que matiza esos
errores puede accidentalmente producir efectos aceptables.

El capitalismo aún en su versión liberal ha incrementado la productividad económica.

El democratismo, una mayor participación, responsabilidad e instrucción del pueblo es un


bien para ese pueblo y para la sociedad.

49
El bienestar material

El liberalismo es una teoría que se interesa exclusivamente por la actividad terrenal del
hombre. Procura, en última instancia, el progreso externo, el bienestar material y no se
ocupa directamente, desde luego, de sus necesidades espirituales. No promete al hombre
felicidad y contento; simplemente la satisfacción de aquellos deseos que, a través del
mundo externo, cabe atender. Mucho se ha criticado al liberalismo por esta actitud
puramente externa y materialista. «El hombre -se dice- no sólo vive para comer y beber.
Hay necesidades humanas por encima de tener casa, ropa y comida. Las mayores riquezas
no dan al hombre la felicidad, pues dejan el alma insatisfecha y vacía. El gran fallo del
liberalismo consistió, pues, en su despreocupación por las más nobles y profundas
aspiraciones humanas».

Quienes así hablan no hacen sino evidenciar cuán imperfecto y verdaderamente materialista
es su propio concepto de esas tan cacareadas aspiraciones. La política económica,
cualquiera que sea, con los medios que tenga a su disposición, puede enriquecer o
empobrecer a la gente; lo que está más allá de sus posibilidades es darle la felicidad. En ese
terreno, ningún bien material es suficiente. Sin embargo, un ordenamiento social adecuado
puede suprimir múltiples causas de dolor y de sufrimiento; puede dar de comer al
hambriento, vestir al desnudo y procurar habitación al que de ella carece. No es que el
liberalismo desprecie lo espiritual y, por eso, concentre su atención en el bienestar material
de los pueblos. Es que sus aspiraciones son mucho más modestas. El liberalismo sólo aspira
a procurar a los hombres las condiciones externas para el desarrollo de su vida interior. Es
incuestionable que un hombre moderno de clase media puede atender mejor sus
necesidades espirituales que, por ejemplo, un individuo del siglo x, que no podía abandonar
por un instante la tarea de garantizar su simple subsistencia.

Cierto es que el liberal nada puede argumentar ante quienes consideran como un ideal la
pobreza y la libertad de los pájaros del bosque. En modo alguno los liberales quisieran
obstaculizarles alcanzar sus objetivos espirituales. La mayoría de nuestros contemporáneos,
sin embargo, ni comprende ni persigue el ideal ascético. Siendo eso así, ¿cómo se puede
reprochar al liberalismo su afán por mejorar el bienestar material de las masas?

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La meta del liberalismo

Suele la gente pensar que el liberalismo se distingue de otras tendencias políticas en que
procura beneficiar a determinada clase, la constituida por los poseedores, los capitalistas y
los grandes empresarios, en perjuicio del resto de la población. Esa suposición es
completamente errónea. El liberalismo ha pugnado siempre por el bien de todos. Tal es el
objetivo que los utilitaristas ingleses pretendían describir con su no muy acertada frase de
«la máxima felicidad, para el mayor número posible». Desde un punto de vista histórico, el
liberalismo fue el primer movimiento político que quiso promover no el bienestar de grupos
específicos sino el general. Difiere el liberalismo del socialismo -que igualmente proclama
su deseo de beneficiar a todos- no en el objetivo perseguido, sino en los medios empleados.

Hay, sin embargo, quienes opinan que las consecuencias del liberalismo, por la propia
naturaleza del sistema, al final resultan favoreciendo los intereses de una clase específica.
Esa afirmación merece ser discutida. Uno de los objetivos de esta obra es demostrar que
carece de fundamento.

Cuando el médico prohíbe al paciente ingerir determinados alimentos, nadie piensa que le
tiene odio ni que, si de verdad lo quisiera, le permitiría disfrutar los manjares prohibidos.
Todo el mundo comprende que el doctor aconseja al enfermo apartarse de esos placeres
simplemente porque desea que recupere la salud. Sin embargo, cuando se trata de política
social, las cosas cambian extrañamente. En cuanto el liberal se pronuncia contra ciertas
medidas demagógicas, porque conoce sus dañinas consecuencias sociales, inmediatamente
lo acusan de enemigo del pueblo, mientras se vierten elogios y alabanzas sobre demagogos
que abogan por medidas que a todos gustan sin comprender sus inevitables perjuicios.

La actividad racional se diferencia de la irracional en que implica momentáneos sacrificios.


No son estos sino sacrificios aparentes, pues quedan ampliamente compensados por sus
favorables resultados. Quien renuncia a ingerir delicioso pero perjudicial alimento efectúa
provisional, aparente sacrificio. El resultado de tal actuación, conseguir la salud, pone de
manifiesto que el sujeto no sólo no ha perdido, sino que ha ganado. Para actuar de tal modo

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se precisa, no obstante, advertir la correspondiente relación causal. Y de esto se aprovecha
el demagogo.

Ataca al liberal que sugiere provisionales y aparentes sacrificios, acusándolo de enemigo


del pueblo, carente de corazón, mientras él se erige en el gran defensor de las masas. Sabe
bien cómo tocar la fibra sensible del pueblo, cómo hacer llorar al auditorio describiendo
tragedias y, de esa forma, justificar sus planes.

La política antiliberal es simplemente una política de consumo de capital. Aumenta la


provisión presente a costa de la futura. Es el mismo caso del ejemplo del enfermo. El precio
a pagar por la momentánea gratificación es un grave daño posterior. Hablar, en tal caso, de
dureza de corazón frente a filantropía resulta, sin duda, deshonesto y mendaz. Y esto no es
tan sólo aplicable a nuestros políticos y periodistas antiliberales de hoy, pues la cosa ya
viene de antiguo; la mayor parte de los autores partidarios de la prusiana sozialpolitic
recurrían a las mismas tretas.

Por supuesto, que en el mundo haya pobreza y estrechez no constituye un argumento válido
contra el liberalismo, pese a lo que pueda pensar el embotado lector medio de revistas y
periódicos. Esa penuria y esa necesidad son, precisamente, las lacras que el liberalismo
quiere suprimir, proponiendo, al efecto, los únicos remedios realmente eficaces. Quien crea
conocer otro camino, que lo demuestre. Lo inaceptable es eludir la demostración
vociferando que a los liberales no les importa el bien común y que tan sólo les preocupa el
bienestar de los ricos.

La naturaleza no regala nada. Todo lo contrario. Es avara, brutal, despiadada. Es por eso
que la pobreza ha existido siempre. Para valorar los triunfos liberales y capitalistas basta
comparar nuestro nivel de vida actual con el que prevaleció en todas partes y durante toda
la historia de la humanidad hasta la edad moderna. Las sociedades en que se aplican
principios liberales suelen calificarse de capitalistas y capitalismo se denomina el régimen
que en ellas impera. Sin embargo, hoy en día resulta difícil demostrar la enorme
potencialidad social del capitalismo puesto que la política económica liberal sólo se aplica
muy parcialmente. Con todo, se puede denominar justamente a nuestra época la edad del
capitalismo, ya que toda la actual riqueza proviene de la operación de instituciones

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típicamente capitalistas. La mayoría de nuestros contemporáneos gozan de un nivel de vida
muy superior al que los más ricos y privilegiados disfrutaban hace tan sólo unas pocas
generaciones. Ha sido así gracias a las ideas liberales que aún sobreviven y a lo que del
capitalismo queda.

Los demagogos, desde luego, con su habitual retórica, presentan las cosas de modo
diametralmente opuesto. Los adelantos en los métodos productivos -dicen- sirven tan sólo
para enriquecer cada vez más a las minorías favorecidas por la fortuna, mientras las masas
van hundiéndose en una pobreza creciente. La más mínima reflexión, sin embargo,
demuestra que todos los progresos técnicos e industriales se orientan hacia el
enriquecimiento y progreso de los humildes. Los ricos y poderosos siempre han vivido
bien. Pero, en el mundo moderno, las grandes industrias de bienes de consumo e,
indirectamente, las que fabrican maquinaria y productos semiterminados trabajan para las
masas.

Los enormes progresos industriales de las últimas décadas, así como los del siglo XVIII y
los de la llamada revolución industrial invariablemente dieron lugar a una mejor
satisfacción de las necesidades de las masas. El desarrollo de la industria textil, la
mecanización del calzado, las mejoras en la conservación y transporte de los alimentos
benefician a una clientela cada día más amplia. Es por eso por lo que las gentes visten y
comen hoy mejor que nunca. La producción masiva no sólo procura casa, comida y ropa a
los más humildes, sino que también atiende a otras muchas necesidades populares. La
prensa y el cine gratifican a muchos; el teatro y otras manifestaciones artísticas, antes sólo
de minorías, se han transformado en espectáculos de masas.

La apasionada propaganda antiliberal, que retuerce los hechos, ha dado lugar, sin embargo,
a que las gentes asocien los conceptos de liberalismo y capitalismo con la imagen de un
mundo sumido en una pobreza creciente. No consiguieron los demagogos, a pesar de tanta
palabrería, dar a los términos «liberal» y «liberalismo» un tono verdaderamente peyorativo,
como era su deseo. Las gentes, pese a tanto lavado de cerebro, siguen viendo cierta
asociación entre aquellos vocablos y la palabra «libertad». Por eso los escritos antiliberales
no atacan demasiado al «liberalismo», prefiriendo atribuir al «capitalismo» todas las

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infamias que, en su opinión, engendra realmente el liberalismo. Porque el vocablo
capitalismo evoca en las gentes la figura de un patrono sin entrañas que no piensa más que
en su enriquecimiento personal, aunque sea a costa de los demás.

En realidad, son pocos los que se dan cuenta de que el orden social estructurado de acuerdo
con los auténticos principios liberales sólo deja un camino a los empresarios y capitalistas
para enriquecerse, a saber, el atender del mejor modo posible las necesidades de la gente.
La propaganda antiliberal, desde luego, lejos de evocar el capitalismo cuando alude a la
prodigiosa elevación del nivel de vida de las masas, sólo lo cita cuando denuncia la pobreza
existente, que no se ha podido superar, precisamente, por las limitaciones impuestas a los
principios liberales. ... Los argumentos empleados por la demagogia para echar la culpa al
liberalismo de cuantos perjuicios ocasionan las medidas antiliberales es más o menos como
sigue.

Se comienza por afirmar, sin demostración alguna, que el liberalismo favorece los intereses
de capitalistas y empresarios, con el correspondiente perjuicio para el resto de la población,
de suerte que progresivamente se va enriqueciendo a los ricos y depauperando a los pobres.
Se dice, después, que muchos capitalistas y empresarios son partidarios del proteccionismo
arancelario, habiendo algunos, incluso, como los fabricantes de armamentos, que
recomiendan una política de «preparación bélica». De tal concatenación surge, de pronto, la
conclusión de que todo ello es consecuencia de la «propia mecánica capitalista ».

La verdad, sin embargo, es bien distinta. El liberalismo no trabaja en favor de grupo


alguno, sino en interés de la humanidad entera. Sin duda, le conviene al empresario o
capitalista pero tanto como a cualquier otro. Es más, si algún empresario o capitalista
pretendiera ocultar sus conveniencias personales tras la máscara del programa liberal,
rápidamente se alzarían contra tal propósito los demás empresarios y capitalistas,
defendiendo su propio interés. No son tan simples las cosas como suponen quienes sólo ven
«conveniencias» e «intereses creados». El que el gobierno no imponga pongamos por caso,
una tarifa proteccionista a la importación de los productos siderúrgicos no puede explicarse
diciendo que tal medida beneficia a los magnates del acero por una sencilla razón: porque
hay gente en el país, incluso empresarios, a quienes la medida perjudica. En el capitalismo

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nunca puede dominar un sólo interés o una sola voz. Tampoco hablar de sobornos, pues los
que son corrompidos por tales medios son una minoría.

La ideología en que se ampara la tarifa proteccionista no la crean ni las «partes interesadas»


ni los sobornados, sino los ideólogos que engendran pensamientos que luego, por desgracia,
determinarán la actividad del país entero. La gente argumenta en antiliberal, por ser la idea
que prevalece; hace cien años, en cambio y por la misma razón, la mayoría pensaba en
términos liberales. Si hay empresarios favorables al proteccionismo, ello no es sino
consecuencia del antiliberalismo que todo lo domina. Tal hecho, desde luego, nada tiene
que ver con la doctrina liberal.

Las raíces psicológicas del antiliberalismo

En el presente trabajo, por supuesto, sólo vamos a abordar el problema de la cooperación


social. Sin embargo, la raíz del antiliberalismo no puede ser aprendida por vía de la razón
pura, pues no es de orden racional, constituye, por el contrario, el fruto de una disposición
mental patológica, que brota del resentimiento, de una condición neurasténica, que cabría
denominar el complejo de Fourier, en recuerdo del conocido socialista francés.

No vale la pena hablar demasiado del resentimiento y de la envidia. Gran número de los
enemigos del capitalismo sabe perfectamente que su situación personal se perjudicaría bajo
cualquier otro orden económico. Sin embargo, propugnan la reforma, es decir, el
socialismo, con pleno conocimiento de lo anterior, por suponer que los ricos, a quienes
envidian, también van a padecer. ¡Cuántas veces oímos decir que la penuria socialista
resultará fácilmente soportable porque, bajo ese sistema, nadie va a disfrutar de mayor
bienestar!

Cabe, desde luego, combatir el resentimiento con argumentos lógicos. Puede hacérsele ver
al resentido que a él lo que le interesa es mejorar su propia situación, independientemente
de que los otros prosperen más. El complejo de Fourier, en cambio, resulta más difícil de
combatir. Estamos, ahora, ante una grave enfermedad nerviosa, una auténtica neurosis,
cuyo tratamiento compete más al psiquiatra que al legislador. Constituye, sin embargo, una
circunstancia que debe ser tenida en cuenta al enfrentarse con los problemas de nuestra

55
actual sociedad. La ciencia médica, por desgracia, se ha ocupado muy poco del complejo de
Fourier. Se trata de un tema que casi pasó inadvertido a Freud.

En esta vida, es muy difícil alcanzar todo lo que se ambiciona. No lo consigue ni uno en un
millón. Los grandiosos proyectos juveniles, aunque la suerte los acompañe, cristalizan muy
por debajo de lo previsto. Mil obstáculos destrozan planes y ambiciones y la capacidad
personal resulta insuficiente para conseguir aquellas altas cumbres que uno pensó escalar
fácilmente. Ese fracaso de las más queridas esperanzas es el drama diario del hombre. Es la
percepción de la propia incapacidad para conseguir metas ardientemente ambicionadas.
Nos sucede a todos.

Ante esa realidad, se puede reaccionar de dos formas. Goethe, con su sabiduría práctica,
nos ofrece una solución: ¿Crees tú, acaso, que deba odiar la vida y refugiarme en el desierto
simplemente porque no fructificaron todos mis infantiles sueños?, dice su Prometeo. Y
Fausto en «la mayor ocasión», «como sabio resumen», advierte que: No merece disfrutar ni
de la libertad ni de la vida quien no sepa reconquistarlas todos los días.

Ninguna desgracia puede mellar ese espíritu. Quien acepte la vida como es en realidad,
resistiéndose a que la misma lo avasalle, no necesita recurrir a «piadosas mentiras» que
gratifiquen su atormentado ego. Si no llega el triunfo tan largamente añorado, si el destino,
en un abrir y cerrar de ojos, desarticula lo que tantos años de duro trabajo costó estructurar,
no hay más remedio que seguir laborando como si nada hubiera pasado. Así actúa quien osa
mirar cara a cara al desastre y no desesperar jamás.

El neurótico, en cambio, no puede soportar la realidad de la vida. Le resulta demasiado


dura, agria, grosera. A diferencia de la persona sana, carece de la capacidad para «seguir
adelante, siempre, como si tal cosa». Su debilidad se lo impide. Prefiere escudarse tras
meras ilusiones. La ilusión, según Freud, «es algo deseado, una especie de consolación»
que se caracteriza «por su inmunidad ante el ataque de la lógica y de la realidad». Por eso
no es posible curar a quien sufre de ese mal apelando a la lógica o a la demostración del
error en que aquél se debate. Ha de ser el propio sujeto quien se automedique, llegando a
comprender él mismo las razones que le inducen a rehuir la realidad, prefiriendo acogerse a
vanas ensoñaciones.

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La teoría de las neurosis es la única que puede explicar el éxito de las ideas de Fourier. No
vale la pena transcribir aquí pasajes de sus escritos para demostrar su locura. Eso sólo
interesa al psiquiatra. Pero recordemos que el marxismo no añade nada nuevo a lo que ya
dijera Fourier, el «utópico». Al igual que Fourier, el marxismo parte de dos suposiciones
contradichas tanto por la lógica como por la realidad experimental. El escritor socialista
supone, en efecto, que el «substrato material» de la producción «ofrecido por la naturaleza,
sin necesidad de la intervención del esfuerzo humano», es tan abundante que no precisa ser
economizado y de ahí la confianza marxista en un «crecimiento prácticamente ilimitado de
la producción». Supone, por el otro lado, que en la comunidad socialista el trabajo «dejará
de ser una carga para transformarse en un placer», hasta el punto de que «llegará a
constituir la principal exigencia vital». Estamos, desde luego, en el reino de Jauja, donde
todos los bienes son superabundantes y el trabajo constituye pura diversión.

El marxista, desde las olímpicas alturas de su «socialismo científico», desprecia el


romanticismo. Sus procedimientos, sin embargo, son los mismos. En vez de hallar la forma
de superar los obstáculos que le impiden alcanzar los fines apetecidos, los escamotea,
perdiéndolos de vista entre las brumas de la fantasía. La «mentira piadosa» tiene doble
utilidad para el neurótico. Lo consuela, por un lado, de sus pasados fracasos, abriéndole,
por otro, la perspectiva de futuros éxitos. En el caso del problema social, el único que en
estos momentos nos interesa, lo consuela la idea de que, si no pudo alcanzar las doradas
cumbres ambicionadas, no fue culpa suya sino del defectuoso orden social imperante. El
descontento confía en que la desaparición del sistema social le deparará el éxito que
anteriormente no consiguiera. Por eso, resulta inútil demostrarle que la soñada utopía es
imposible. El neurótico se aferra a su tan querida «mentira piadosa y, en el trance de
renunciar a ésta o a la lógica, sacrifica la segunda Su vida, sin el consuelo del ideario
socialista le resultaría insoportable porque, como decíamos, el marxismo le asegura que no
es responsable de su propio fracaso; la responsabilidad es de la sociedad. Eso lo libera del
sentimiento de inferioridad.

El socialismo, para nuestros contemporáneos, constituye un divino elixir frente a la


adversidad; algo de lo que le pasaba al cristiano de otrora, que soportaba mejor las penas
terrenales confiando en un feliz mundo ulterior, donde los últimos serían los primeros. Sin

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embargo, la promesa socialista tiene consecuencias muy distintas. La cristiana inducía a las
gentes a llevar una conducta virtuosa. El partido, en cambio, le exige a sus seguidores una
disciplina política absoluta, para acabar pagándole con esperanzas fallidas e inalcanzables
promesas.

Este es el eterno hechizo de la promesa socialista. Sus partidarios están convencidos de que,
tan pronto como el socialismo se implante, conseguirán todo lo que hasta entonces no
habían logrado. Los escritos socialistas no sólo prometen riqueza para todos, sino también
amor, felicidad conyugal, pleno desarrollo físico, espiritual y la aparición por doquier de
grandes talentos artísticos y científicos. Trotsky aseguraba que en la sociedad socialista, «el
hombre medio llegará a igualarse a un Aristóteles, un Goethe o un Marx. Y, por encima de
tales cumbres, se alzarán otras aún mayores». El paraíso socialista será el reino de la
perfección, poblado por superhombres totalmente felices. Esas son las idioteces que rezuma
la literatura socialista. Pero es precisamente ese desvarío lo que atrae y convence a la
mayoría.

No hay, desde luego, en el mundo, psiquiatras suficientes para atender a todos los
infectados por el complejo de Fourier. Su número es excesivo. Tienen que tratar de curarse
ellos mismos, reconociendo la realidad de la vida. Cada uno de nosotros tiene que afrontar
su propio destino, es indigno buscar chivos expiatorios y es necesario comprender las
inconmovibles leyes de la cooperación social.

Teóricos del liberalismo

Los contribuyentes individuales al liberalismo clásico y al liberalismo político, están


asociados con los filósofos de la Ilustración. El liberalismo como una ideología
específicamente nombrada comienza a fines del siglo XVIII como un movimiento hacia el
autogobierno y lejos de la aristocracia. Incluía las ideas de autodeterminación, la primacía
del individuo y la nación, en oposición al estado y la religión, como unidades
fundamentales del derecho, la política y la economía. Desde entonces, el liberalismo se ha
ampliado para incluir una amplia gama de enfoques de los estadounidenses Ronald
Dworkin, Richard Rorty, John Rawls y Francis Fukuyama, así como el indio Amartya Sen.

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Algunas de estas personas se alejaron del liberalismo, mientras que otras defendieron otras
ideologías antes de recurrir al liberalismo. Hay muchas opiniones diferentes acerca de lo
que constituye el liberalismo, y algunos liberales sentirían que algunas de las personas de
esta lista no eran verdaderos liberales. No se pretende que sea una lista exhaustiva. Los
teóricos cuyas ideas eran principalmente típicas de un país deberían incluirse en la sección
del liberalismo de ese país. Por lo general, solo los pensadores están en la lista, los políticos
solo aparecen en la lista cuando, junto con su trabajo político activo, también han hecho
contribuciones sustanciales a la teoría liberal.

Contribuyentes del liberalismo clásicos

Aristóteles: Hizo contribuciones a la teoría liberal a través de sus observaciones sobre


diferentes formas de gobierno y la naturaleza del hombre.

Comienza con la idea de que el mejor gobierno proporciona una vida activa y "feliz" para
su gente.1 Aristóteles considera a las seis formas de gobierno: monarquía, aristocracia y
timocracia en un lado como "buenas" formas de gobierno, y la tiranía, la oligarquía y la
democracia como "malas" formas. Considerando a cada una a su vez, Aristóteles rechaza la
monarquía como infantilizadora de los ciudadanos, la oligarquía como demasiado motivada
por el lucro, la tiranía por ir en contra de la voluntad del pueblo, la democracia como un
servicio solo para los pobres y la aristocracia como ideal pero en última instancia
imposible. Aristóteles finalmente concluye que una política —una combinación entre
democracia y oligarquía, donde la mayoría puede votar pero debe elegir entre los ricos y
virtuosos para los gobernantes— es el mejor compromiso entre idealismo y realismo.

Además, Aristóteles era un firme partidario de la propiedad privada. Refutó el argumento


de Platón a favor de una sociedad colectivista en la que la familia y la propiedad se tienen
en común: Aristóteles argumenta que cuando el propio hijo o tierra es legítimamente
propio, uno pone mucho más esfuerzo en cultivar ese artículo, hasta el mejoramiento de la
sociedad. Hace referencia a las tribus bárbaras de su tiempo en las que las propiedades se
tenían en común, y el más perezoso del grupo siempre consumía grandes cantidades de
alimentos cultivados por los más diligentes.

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Liberalismo: principios fundamentales

Un par de observaciones nos permitirán cercarnos al significado del liberalismo. La


primera, de orden lingüístico, consiste en que liberalismo, al igual que socialismo,
pertenece al género muy amplio de los ismos o de las ideologías, es decir, a un género que
designa una doctrina articulada que comprende una visión general del mundo, a partir de la
cual se construyen modelos teóricos que pretenden interpretar la realidad, y un cierto
modelo descriptivo, desde donde se señalan ciertas opciones de valor y se marcan criterios
relacionados con el deber ser o con la posibilidad de un cierto modo de ser del mundo.

La segunda es que liberalismo es una palabra relativamente nueva. El liberalismo es una


corriente de ideas que surge en la edad moderna. Como sistema coherente de ideales y
metas practicas tiene sus orígenes en Inglaterra durante los siglos XVII y XVIII, en
particular en el pensamiento y la política ligados a la revolución inglesa de 1688, cuya
justificación clásica es la filosofía política de John Locke. El constitucionalismo, la
tolerancia religiosa y la construcción de la sociedad de mercado que fomento esta
revolución gloriosa se convirtieron en un modelo para los liberales europeos y americanos
del siglo XVIII. A partir de entonces, de manera independiente o derivada del modelo
inglés, se expandió por Europa y por otros lugares del mundo, presentándose en los
distintos países en tiempos históricos diversos, lo cual impide hablar de una historia del
liberalismo como si fuera un fenómeno unitario y homogéneo. Este hecho, aunado a la
dificultad de encontrar un consenso sobre lo que hay de liberalismo y lo que hay de
democrático en las actuales democracias liberales y dada la estrecha relación que existe
entre su historia y la de la democracia moderna, hacen difícil dar una definición precisa del
liberalismo.

El liberalismo no puede definirse, entonces, como un conjunto de valores políticos y


morales inmutables, sobre todo porque con movimiento histórico de ideas ha sufrido
muchos cambios desde sus inicios, dando lugar a distintos grupos de posiciones políticas
llamadas todos liberales, aun cuando incluso tales grupos parecen no compartir los mismos
principios fundamentales. No solo ha aparecido en diversas formas y en diferentes épocas
y lugares, sino que, al igual que otras corrientes de pensamiento, ha estado dividido

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internamente y, por lo tanto, se resiste a una definición precisa. Sin embargo, sin pensar en
los cambios y el desarrollo como meramente marginales o superficiales, hay ciertas
continuidades, ciertos hilos comunes que corren a lo largo de la historia del liberalismo. En
el plano institucional, consiste en la búsqueda de mecanismos constitucionales para limitar
el poder del estado y garantizar la libertad, o ciertas libertades, de los individuos. El
liberalismo no solo es, entonces, una reivindicación de la libertad o de ciertas libertades,
como valor supremo, sino la búsqueda de garantías y tutela jurídico- políticas para estos
valores. La doctrina del estado liberal es la doctrina de los límites jurídicos del poder
estatal. En el plano ético-político, una constante de esta doctrina es la defensa del principio
de libertad del individuo contra el poder (estatal o eclesiástico) si este impide el libre
desarrollo de su personalidad. Podemos entender el liberalismo – siguiendo a Bobbio –
como la doctrina que sostiene que el poder público (del estado) debe ser limitado en
relación con los derechos de libertad de los individuos. Uno de los significados
fundamentales del liberalismo consiste, a partir de la convicción de que el hombre es libre,
en el rechazo de todo aquello mediante lo cual una autoridad, cualquiera que sea su origen
o su finalidad, pretenda paralizar o impedir las determinaciones individuales. La
manifestación jurídica de esta defensa de la libertad del individuo y de la búsqueda de
garantías son las distintas cartas y declaraciones de los derechos del hombre y las
herramientas, más o menos eficaces, que estas proveen para su tutela jurídica.

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Liberalismo político (Gustavo Silva)

En una de sus novelas, el maestro Lastarria, delineando un carácter, acaso su propio


carácter, dice: «Estaba (el protagonista) en la edad en que se ama todo, si se tiene un
corazón bien puesto. Los espíritus tímidos o apocados no conocen esta época de la vida. La
pasan entre la fé ciega y el cálculo. Y ellos son después los hábiles, los felices, los
afortunados. El corazón generoso y desprendido, el espíritu independiente y noble, que no
aprendió a calcular desde temprano, que se dejó arrebatar por el ideal de lo bello, de lo
bueno, de lo justo, entra en la sociedad a luchar y no a eludir las batallas de la vida; a
sacrificarse, no a medrar».

Pues bien, señores: quiero encarnar en cada uno de vosotros el alma del personaje de
Lastarria, y creer que, al congregarse en Convención Provincial esta juventud, se la puede,
se la debe hablar de ideales, porque ella, «con corazón generoso .y desprendido», «con
espíritu independiente y noble», ha venido aquí, de su propia y espontánea voluntad, a
ratificar su adhesión reflexiva a los grandes principios filosóficos y políticos en que se nutre
el liberalismo, sin mirar particulares conveniencias materiales, sin atender posibles
compromisos de círculos, ni—aunque parezca grave el afirmarlo—acatar no digo ya
imposiciones, pero ni insinuaciones, siquiera, de personas que, si colocadas algo arriba en
el orden gerárquicoreglamentario-interno, por razones de carácter secundario o tradicional,
se hallan situados muy a la zaga en el orden, primarísimo, de las ideas. Si no lo pensara así,
señores convencionales; si no me asistiera el íntimo convencimiento de que hemos dejado
en olvido justo y necesario las emulaciones de partido}7 partido, las quisquillosidades y los
odios entre unos y otros hombres, las pequeñeces de asamblea adentro, y hasta el recuerdo
con frecuencia aborrecible de las violencias y las fraudulencias a que suelen arrastrar los
ardores y las exigencias de la política electoral; si, en fin, no fuera efectivo que esos
jóvenes, sintiéndose responsables, ante la historia, del tesoro de energías útiles de que son
depositarios, están dispuestos a ser, ante todo y pese a quien pese, «liberales»,
verdaderamente liberales, me habría abstenido de entrar, como me propongo hacerlo, en el
campo de las especulaciones doctrinarias, no obstante seguir considerando, en mi fuero
interno, que, lio y más que nunca, se hace indispensable una tarea de semejante naturaleza.
Más, aún, señores: me habría abstenido hasta de concurrir a esta Convención. Pero,

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afortunadamente, nos une la comunidad de los propósitos; y éstos, afortunadamente
también, no son propósitos inconfesables...

En tal honrado y cordial ambiente colectivo, intentaré, señores, estudiar, hasta donde
alcancen mis luces, dos aspectos, a mi juicio fundamentales, del liberalismo, a saber: el
liberalismo en presencia de las tendencias modernas de la política social, llamadas por unos
«socialistas»; por otros, estatistas; e intervencionistas por otros; y el liberalismo como
opuesto a dogmatismo religioso, o, dicho con más propiedad, a clericalismo. Esto
conseguido, y derivadas las consecuencias naturales, para caracterizar la acción práctica de
los partidos liberales en este país, con arreglo a los principios fijados, me permitiré, para
dar una finalidad inmediata a mi trabajo, insinuar algunas ideas más o menos realizables,
tendientes a inculcar, a las generaciones que nos sucedan, un criterio único—el único, el
verdadero—en orden al concepto de liberalismo.

Apenas es necesario advertir que el silencio que guarda el autor en el curso dé esta
conferencia, respecto a los numerosos problemas políticos de orden no doctrinario, no
significa que los considere faltos de importancia: muchos hay do ellos, que reclaman pronta
solución. En primer lugar, el problema monetario. Ese silencio se explica fácilmente, con
sólo conocer el programa y la historia de la Convención en cuyo seno fue leída esta
conferencia.

El liberalismo y la política social

La voz «liberalismo » se relaciona etimológicamente con la palabra «libertad». Y la palabra


libertad, que pertenece a la filosofía, ha sido entendida y «definida de muchas maneras,
según la escuela a que pertenece el filósofo y según la latitud que cada cual presta al
concepto moral de ese estado del espíritu del hombre». En una asamblea de carácter
puramente político como la presente, he de salir, sin embargo, de los lindes de la filosofía
pura, dejando de lado la que Stuart Mili llama «libertad volitiva, por otro nombre libre
albedrío», para tratar de la libertad civil o social, o sea, como dice el mismo autor,« de la
naturaleza y límites del poder que la sociedad puede legítimamente ejercer sobre el
individuo». En la exposición de motivos de su célebre libro sobre LA LIBERTAD, el

63
filósofo y economista inglés reconocía que ésta era una cuestión que no tardaría en ser
considerada como la cuestión primordial y vitalísima del futuro. Presintiendo el
advenimiento cada vez más pujante de la democracia y el socialismo, agregaba: «Está lejos
de ser nueva esta cuestión, que, en cierto sentido, ha dividido a la Humanidad casi desde las
más remotas edades; pero en el período de progreso a que han llegado los pueblos más
civilizados, se presenta a nuestros ojos y a nuestro entendimiento bajo nuevos aspectos, que
requieren distinto y más fundamental estudio».

En efecto, señores, frente a frente del concepto de libertad defendido por los individualistas
del tipo de Spencer y Mili, levantándose más tarde un como concepto socialista de la
libertad...por más que aquéllos miren como completamente contradictorios e inconciliables
los términos libertad y socialismo. Garofalo—para no hacer más que dos citas—así opina
francamente; y un espíritu cultísimo ha sostenido entre nosotros que los partidos liberales
tienen la misión de convertirse, en el hecho, en partidos conservadores de las bases de
libertad individual y de propiedad privada, que se encuentran amenazadas en su existencia
por el «socialismo». Pero, por su parte, el socialismo—por boca de algunos de sus
corifeos— niega que él destruya la libertad individual. « Por el contrario—alega Zerboglio
el socialismo, no abandonando al azar los destinos humanos, sino asegurándolos mediante
el trabajo y reduciendo al mínimo el tiempo dedicado a la producción de lo necesario para
vivir, es, en rigor de verdad, garantía de esa libertad sustancial, actualmente desconocida
para el noventa por ciento de la humanidad, y para los otros diez muy poco efectiva».

Como quiera que sea, puede decirse que, hasta una época no muy lejana, liberalismo e
individualismo han sido, para muchos, términos de significación casi idéntica; que más
tarde se ha venido hablando de crisis del individualismo y riesgo inminente de que la
libertad perezca bajo la acción de la tiranía social; y que hoy—con protesta viva de los
espíritus individualistas—la política, y, con ella, la legislación, está demostrando el triunfo
más o menos notorio de la tendencia socialista, estatista o intervencionista, en todos los
países civilizados.

En orden a la palabra «socialismo» es honrado y necesario hacer constar aquí que se presta
a interpretaciones equívocas, pues, dada la enorme diversidad de las tendencias o partidos

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que se llaman a sí mismos « socialistas », no es fácil precisar el significado de aquélla. Para
no hacer molesta erudición, recordaré sólo que, en un libro del año 1910, don Marcial
Martínez observa haber anotado, en el curso de sus lecturas, doce o catorce definiciones o
conceptos de socialismo; y que el señor Tomás A. Ramírez, en su conferencia de réplica al
señor Subercaseaux, después de rastrear en la historia el origen y la explicación de la
palabra, estudia concretamente ocho socialismos más o menos constituidos en cuerpos de
doctrina. Como consecuencia de su exposición, el señor Ramírez deduce: 1. °) que esta
expresión no denota una cosa simple y única, sido un conjunto de diversas tendencias hacia
el mejoramiento social bajo el punto de vista económico; 2.°) que todas parten del concepto
de que no hay proporción o justicia en la actual distribución de la riqueza de la sociedad;
3.°) que incumbe, según ellas, a la sociedad misma, por acción directa, o representada por
la ley, la autoridad, el Estado, intervenir con mayor o menor amplitud en la corrección de
esa injusticia».

En Marzo de 1903, La Revue abrió una encuesta sóbrelas divergencias políticas del
socialismo actual. Fueron interrogadas, y contestaron al tenor de unas mismas tres
preguntas fundamentales, las más sobresalientes cabezas del socialismo teórico y del
socialismo de acción: Jaures, Briand, Vandervelde, Yaillant, Ferri, Golajanni, Hyndinann,
Sigg, Bebel, y treinta más. La primera pregunta era: « ¿Reconoce Ud. como fin económico
del socialismo la transformación del régimen capitalista en un régimen en que la propiedad,
convertida en colectiva por los medios de explotación, no será individual sino en cuanto a
los objetos de uso personal?» Para esta pregunta hubo contestación unánimemente
afirmativa. Decía la segunda pregunta:

« ¿Cree Ud. que el fin perseguido no podrá conseguirse sino por medio de una revolución
violenta?» Hubo, en este punto, considerable divergencia de opiniones. Respecto de la
tercera pregunta, tendiente a averiguar qué debía hacer el socialismo en presencia de las
concesiones democráticas de los Gobiernos, hubo, igualmente, grande disparidad de
pareceres. Resulta, en suma, que es la sustitución de la propiedad privada por la propiedad
colectiva lo que caracteriza al socialismo; pero eso no quita que hagan cada día más
prosélitos y ganen más terreno toda suerte de socialismos, incluso el socialismo cristiano,
con sus dos bifurcaciones religiosas: el socialismo católico y el protestante o evangélico...

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ni impide tampoco que, del campo individualista, se enrostre, como una ofensa, a los viejos
partidos políticos, el estar dejándose penetrar del socialismo, al incorporar a sus programas
y concretar en leyes o proyectos de ley es puntos de política social, como los relativos a
accidentes del trabajo, salario mínimo, las «ocho horas», el seguro de vejez y demás.

Señores: pido excusas por no haber podido resistirme a entrar a la dilucidación de una
cuestión algo abstrusa, y sin embargo indispensable de ser tratada, porque de la posición
que le demos en el terreno filosófico, científico o teórico, si queréis, dependerá la
orientación de nuestra política práctica en este orden importantísimo de materias.

Y continuando, para ver modo de terminar, quiero llamar vuestra atención hacia una
circunstancia bien digna de ser recordada. Sabéis que el socialismo ha sido reciamente
combatido en nombre de la ciencia; sabéis que Spencer ha protestado, vivamente herido, de
que alguien haya podido valerse de su nombre para sostener el socialismo; sabéis que
Haeckel ha manifestado que «si se quiere atribuir al darvinismo una tendencia política,
dicha tendencia no podrá sino ser aristocrática, nunca democrática y menos aún socialista».
Pues bien, sin detenerme (porque el tiempo falta) a analizar los argumentos de los escritores
que resisten esa que llaman exageración de la concepción darviniana, quiero recordar lo
que, aún no hace seis meses, ha declarado un sabio ilustre, que concurrió con Darwin al
descubrimiento del principio de la selección natural: Mr. Alfred Russel Wallace.

Nuestro sistema social está podrido de arriba abajo, ha dicho. Si pasamos en revista la larga
serie de males sociales que se han desarrollado durante el siglo XIX, encontraremos que
cada uno de ellos, por diversos que sean su naturaleza y sus resultados, es debido a una
misma causa general, que tiene diversas manifestaciones.

Tales males sociales se deben, de un modo comprensivo y general, a nuestro sistema de


vida, de competencia universal, por los medios de subsistencia, cuyo remedio sería una
cooperación igualmente universal.

Existe, puede decirse, un sistema de antagonismo económico, vivimos como enemigos; y el


remedio de eso sería una fraternidad económica, en que todos vivieran como en una gran
familia o entre amigos.

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Nuestro sistema es también un monopolio, en manos de unos pocos, de todos los medios de
existencia: la tierra, sin la cual la vida no es posible; y el capital, o resultado del trabajo,
acumulado, que actualmente está en poder de un número limitado de capitalistas. El
remedio estaría en el libre acceso de todos a la tierra y al capital.

Existe, además, una grande injusticia social, desde que solo unos pocos en cada generación
tienen derecho a heredar la fortuna acumulada por las precedentes generaciones, y la mayor
parte no hereda nada. El remedio de esto sería adoptar el principio de la igualdad de las
oportunidades para todos, o el derecho de herencia universal por parte del Estado a nombre
de la comunidad. Estos cuatro aspectos de todos nuestros males sociales creo que no
pueden ser negados; sus remedios pueden ser resumidos en una sola proposición general, a
saber: que el primer deber (en importancia) de un gobierno civilizado es organizar el
trabajo de la comunidad para el bien equitativo de todos; pero a la vez es su primer deber
(en el tiempo) adoptar medidas inmediatas para impedir la muerte por agotamiento y por
enfermedades susceptibles de ser prevenidas, y debidas a habitaciones malsanas, o a
empleos peligrosos, mientras se elabora cuidadosamente el remedio permanente para evitar
la miseria en medio de la opulencia.

O no acierto a ver claro, señores, o es la verdad que Mr. Alfred Russel Wallace estaba
inclinado a eso que genéricamente llamamos «socialismo», y so manifestó, hasta en las
postrimerías de su ilustre vida de sabio, lo menos individualista posible… o sea, según el
concepto «burgués», de libertad, lo menos liberal posible.

En tales términos son relativas las variedades de la ciencia que Compte puso en el último
peldaño de la serie de su clasificación. Por eso, un autor, después de examinar
detenidamente los aspectos diversos de estas cuestiones, se pregunta perplejo:
« ¿Individualismo? ¿Socialismo? Poiqué no a la vez individualista y socialista? No será en
el fondo una mera cuestión de palabras? Individuo... Sociedad... ¿Dos cosas distintas?
Evidentemente. ¿Contrarias, opuestas, antagónicas? En modo alguno».

«Tiene razón Posada, el insigne maestro: «Va siendo hora de pensar si individualismo y
socialismo no son, como opuestos, sino dos abstracciones, dos ideas que no traducen la
realidad positiva.

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Aquí detendría, señores, el curso de ésta, para vosotros, fatigosa disertación, si no me
creyera en el deber de no abandonar este campo enmarañado en que se vinculan el
socialismo y el liberalismo, sin ver cómo opera en él, frente al liberalismo y al socialismo,
una gran fuerza social que, por lo mismo y justificadamente, debe interesarnos. Aludo a la
Iglesia y a su política social. Y, naturalmente, lie de examinar de un modo principal (y
acaso exclusivo, por no extenderme demasiado) la acción de aquel que, según la expresión
del economista G. de Molinari, fue el primer Paya que estudió Economía Política.

En la cuaresma de 1877, el entonces Cardenal Pecci y Arzobispo de Perusa, publicó una


pastoral que llamó poderosamente la atención. Pocas veces, dijo M. Molinari, he
experimentado sorpresa más agradable que al leer en ese documento un himno en favor del
progreso de la humanidad, en vez de aquella extraña declaración de un Obispo francés,
según la cual, Satanás había inventado los ferrocarriles para castigar a los venteros que
daban a los parroquianos comida de carne en día de Cuaresma.

La pastoral, entre otras cosas, protestaba «contra las Escuelas modernas de Economía
Política, infestadas de incredulidad, que consideraban el trabajo como el fin supremo del
hombre y para las cuáles es éste sólo una máquina más o menos preciosa según sea más o
menos productiva; conjuraba a los Gobiernos y los Parlamentos para que por medio de
leyes pusieran término a lo que llamaba tráfico inhumano que se hacía con el trabajo de los
niños; y decía que el género humano vivía para satisfacción de unos pocos privilegiados».

En 1879, León XII I publica la encíclica Quod, Apostolici, contra el socialismo, que
califica de «mortífera pestilencia». De esta Encíclica dijo Nitti: «Con la misma pluma que
había concebido la democrática pastoral dirigida a los fieles de Perusa, parece que viene a
rechazar hasta las más justas aspiraciones del socialismo ».

El 15 de Mayo de 1891, León XII I publicó la Encíclica Reiron Novarum, que, por sus
antecedentes y las circunstancias en que vio la luz, tuvo una importancia extraordinaria, no
ya para los católicos, sino para cuantos se interesan en las ciencias sociales.

M. Anatole Leroy -Beaulieu escribió un libro para demostrar que en ella se condenaba toda
especie de socialismo y se afirmaban los principios de la escuela liberal económica. Henry

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George dijo que lo preconizado en ese documento era un «socialismo moderado». Nitti
sostuvo que el Papa reconocía el mal con la misma crudeza que los socialistas; pero, en
cuanto a las soluciones, había tal vaguedad e indecisión en los conceptos y en la expresión,
que dejaba al clero y a los partidos católicos en gran libertad. La opinión de Azcárate es que
la Encíclica se escribió, porque, dada la actual organización de la Iglesia, no era posible que
continuara ese movimiento de abajo arriba sin que dejara oír su voz la cabeza visible de
aquélla; y que en la obra del Pontífice Romano se ve al, Obispo economista de Perusa,
influido, como tantos otros sociólogos y pensadores, por los sucesos, por la actitud de las
clases sociales, y por las rectificaciones saludables traídas por el tiempo a las doctrinas de
las escuelas, resultando algo que lo mismo puede llamarse «socialismo moderado» que
«individualismo templado».

Como quiera que sea, señores, imposible negar la difundida acción social que ejercita la
Iglesia; acción sin duda útil y que comparten, según los países, los ministros de la religión
católica con los del credo protestante y aún judío.

Lo que hace más relación a nuestro punto de vista es tener presente que, si hay quienes
yerran desconociendo la realidad de los dos aspectos del problema social—el moral y el
religioso,—hay otros que yerran, absorbiendo en esos todos los demás. Hay quienes
piensan que la total solución de tan magna y compleja cuestión está en la Encíclica de su
Santidad Rerum Novarum sobre la condición de los obreros; y que, si falta algún desarrollo,
él vendrá en otro documento análogo... «Este error es tanto más grave —agrega Azcárate—
cuanto que a él va unido otro muy corriente y que consiste en creer que cuanto el Pontífice
Romano dice o escribe desde que el Concilio Vaticano declaró su infalibilidad, es una
verdad indudable e indiscutible que han de aceptar como tal todos los buenos católicos,
haciendo aplicación del Roma locuta est, sin pararse a investigar lo que es una declaración
ex-cathedra, ni cuál el campo propio de la fé y las costumbres, ni cuál la forma externa que
han de reunir los documentos que de ese modo obliguen».

De todo punto necesario es, además, que los liberales tengamos presente que entre las
consecuencias a que puede conducir el error de absorver todos los aspectos del problema
social en el moral y religioso, figura el peligro de que se impongan, o traten de imponerse,

69
bajo una nueva forma las aspiraciones teocráticas. Observa Azcárate que «hoy nadie sueña
con volver a aquel predominio de la Iglesia sobre el Estado, que simbolizaron en la Edad
Media Gregorio VII y Bonifacio VIII y por virtud del cual, e invocando el principio de la
conexión de las causas, la jurisdicción del poder eclesiástico se extendió como una red que
todo lo cubría, tomando la Iglesia a su cargo muchas de las funciones que corresponden al
Estado; pero que en cambio se intenta alcanzar el mismo fin por otro camino, esto es,
invocando, en vez de aquel principio de la conexión de las causas, el de la conexión de las
doctrinas', y así, además de un dogma católico, y de una moral católica—únicas cosas que
conocieron nuestros padres—tenemos una filosofía católica, una ciencia católica, un arte
católico, una economía católica, ( un derecho católico, una política católica».

A mi ver, señores, sin aceptar que toda la solución de las cuestiones sociales se encuentran
o puedan encontrarse en las fórmulas de ésta o aquella Iglesia, habremos de hacer justicia
imparcial reconociendo que algo hacen ellas en tal sentido; y que, repitiendo lo que con
respecto a la filosofía decía León XIII en la Encíclica Aeterni Patris, es preciso recibir de
buena voluntad y con gratitud todo pensamiento útil, venga de donde venga.

«Ciertamente, el reinado social del cristianismo, lejos de haberse realizado, apenas si


comienza ahora a producir algunos de sus mejores frutos. Sus principios, y sobre todo la
idea de humanidad, la más grande entre las que el cristianismo trajo a la vida, por necesidad
tienen que reflejarse en los demás órdenes de la actividad; aunque la historia, en especial la
del Derecho, muestra cuán lentamente han ido penetrando sus consecuencias en las
instituciones humanas. Pero ese reinado social del cristianismo tiene que realizarse en la
forma y en el modo adecuados a las condiciones de nuestros tiempos; esto es, no en virtud
de una imposición DOGMÁTICA, que ni aún para los católicos cabe en materias que no
tocan a la fé y a las costumbres, sino como consecuencia de la libre actividad de todas las
energías individuales y sociales ».

Después de ésta, forzosamente incompleta, exposición general de ideas, relacionada con esa
cosa compleja que vagamente se determina con el nombre de cuestión social, se impone
fijar la posición del liberalismo político en presencia de ella. ¿Puedo y debe el liberalismo
político abandonar sus antiguas posiciones individualistas y atender a la evolución

70
democrática por medio de medidas legislativas y administrativas, aunque eso signifique
ensanchar la esfera de atribuciones del Estado y, como creen algunos, restringir la libertad
individual?

A mi juicio, sí. Y, como lo declaró la Convención de Octubre, tales asuntos deben ser
materia de la política fundamental del liberalismo, y a su solución ha de precederse no por
puro espíritu de caridad, sino por razones ele solidaridad social.

71
La tendencia ‘‘Laica’’ del liberalismo

Habría sido impropio, señores, al hablar de liberalismo político en una reunión de hombres
ilustrados y estudiosos, no entrar al análisis, siquiera somero, de la tendencia moderna de la
política universal, caracterizada por la influencia, cada vez más decisiva, a mi ver, del
elemento democrático, comprendido en él también el socialista.

Pero reconozcamos que si ése es un aspecto relativamente nuevo en las orientaciones


políticas de los partidos—aspecto del cual el liberalismo militante no puede ni debe
desentenderse—existen también viejos problemas, no resueltos o resueltos a medias, que
interesan a la libertad, que interesan a la razón humana, y a cuya solución el liberalismo
está vinculado por razones históricas y permanentes.

Se ha querido, señores, que dando por cumplida su misión político-social, el liberalismo se


considere en Chile satisfecho con la labor que hasta hoy ha realizado y se limite a
convertirse en «custodia de las libertades tan arduamente conquistadas, en mantenedor del
orden social existente, para lo cual debe de descansar como en su más natural apoyo en el
partido conservador.»

El político que tal ha sostenido piensa que «para ello bastaría abandonar el reformismo
religioso en que el liberalismo se haya empeñado, y convencernos de que si nuestras ideas
chocaron alguna vez con las doctrinas católicas fue por circunstancias históricas especiales
que habían creado ciertos lazos entre la religión y el orden existente. »

Señores: las posiciones antagónicas en que, con respecto, no a concepción religiosa alguna,
sino precisamente con respecto a la política de una Iglesia determinada, se hallan colocados
los «liberales» y los «conservadores» en Chile, necesitan ser observadas con minuciosidad
y con espíritu sereno e imparcial: con ese ánimo sincero acometo semejante tarea en este
momento, sin prejuicios de especie alguna, y sin otro propósito que el de establecer, con
ocasión de este honrado ensayo de unificación liberal, si los «liberales» somos enemigos de
la religión, de cualquiera religión, o si, sencillamente, queremos no mezclar a la religión
con la política; si los conservadores «sin otra bandera que la defensa de los intereses

72
religiosos» de una Iglesia determinada son quienes se empeñan en poner la política al
servicio de esa religión.

«Si la religión es una orientación de la conciencia y de la vida hacia la perfección y hacia el


ideal,—como observa L. Dumas con ocasión del recientísimo VI Congreso Internacional
del Progreso Religioso celebrado en París—; si la fe es la certidumbre interior de que este
ideal no es una creación ficticia del espíritu humano sino el fin eterno al cual los hombres
se encaminan, movidos por la fuerza íntima que les anima; si la idea de Dios es la
conciencia de esa fuerza, un impulso de vida que coge a todos los seres humanos y los
arrastra hacia ese fin lejano; si, en suma, todo esto constituye para las almas como un punto
de apoyo, o, según la expresión de Pascal, como un medio de permitir al hombre
sobrepasarse a sí mismo infinitamente», paréceme que no habrá liberal alguno—y mientras
más ilustrado menos posible—que pueda darse por anti-religioso, que no se explique y
respete, y aún conciba y alimente con sinceridad el sentimiento religioso. El sentimiento
religioso ha dicho un eminente radical chileno—tiene su fundamento en una aspiración
universal, en ese anhelo de todo espíritu sano hacia las concepciones elevadas, hacia ideas
de bien y de justicia. Esta aspiración es como un vínculo constante que permite a los
hombres mantenerse por encima de las materialidades de la vida, hacerse superiores a las
conveniencias momentáneas, cumplir constantemente su deber, y formarse como seres
sanos, morales, de corazón bien puesto.

«Hay almas místicas en quienes esa aspiración no se satisface sino dentro de las prácticas
de alguna religión determinada y dentro de la creencia en la intervención de la divinidad,
que debe recompensarlas o castigarlas en la otra vida.

«Pero hay también otros que, renunciando a penetrar en el terreno de lo inconocible,


estiman que esa aspiración deben llenarla mejorando su ser moral, cultivando su razón,
tratando de desempeñar los deberes de solidaridad que cada uno tiene con sus semejantes.

«Tanto los que se entregan a la fé en las enseñanzas dogmáticas de una religión como los
que, sin afiliarse en religión alguna, procuran llevar en este mundo una vida noble y
elevada, son dignos de respeto en sus creencias; todos tienen derecho a que se respete ese
tesoro moral que se han formado y que es, a veces, lo más caro para ellos».

73
Ahora bien: mientras la religión, cualquiera que sea su nombre, se mantenga en los límites
propios de su naturaleza espiritual; mientras sus ministros respeten cristianamente el
derecho de todos los ciudadanos a pensar como les parezca; mientras las instituciones
civiles no se vean amenazadas por el afán invasor de éste o aquel sectarismo religioso, el
liberalismo no chocará con ninguna religión. Pero la Iglesia, es decir, la organización
temporal que se encarga de propagar y difundir los sentimientos religiosos, es en los países
latinos una institución que aspira a la dominación de la sociedad, a dirigir e influir
políticamente. Si esa influencia se ejercitara en favor de la paz, del amor fraternal entre los
hombres, no habría sino que felicitarse de su incremento. Pero, por desgracia, la Iglesia cree
sinceramente que debe ejercitar sus influencias, no solo para hacer la paz entre los hombres,
sino ante todo para aniquilar a los que no le rinden vasallaje; y en sus pulpitos, en sus
pastorales, en sus concilios, la Iglesia condena, anatematiza y pide la persecución contra los
que no le son adeptos.

En tales condiciones, señores; frente a frente de semejante organización, el liberalismo,


entidad política, no puede permanecer indiferente; ha de oponer resistencia al espíritu de
dominación de la Iglesia. Pero no es que la ataque en cuanto religión, no es siquiera que la
ataque por sistema: es que, en nombre de la razón, en nombre de la libertad de conciencia,
en nombre de las más caras conquistas de que se gloría la humana personalidad, se resiste a
que la sociedad civil vaya quedando supeditada al poder de una Iglesia, que tiende a
subyugarla; y eso ocurriría cualquiera que fuera el nombre de esa Iglesia. Es que, por su
esencia, y ahora como antes o aún más que antes, la Iglesia aspira a imponerse en la
sociedad. Es que «si el cristianismo es favorable a la libertad, el catolicismo es el enemigo
mortal de la libertad. Su mismo jefe infalible es quien lo afirma. La historia de las
instituciones de la Iglesia nos muestra una marcha constante hacia una concentración de
poderes, cada vez mayor. Ha partido de la democracia igualitaria y representativa de los
primeros siglos, para llegar, en el siglo XIX, por la proclamación de la infalibilidad papal,
al despotismo más absoluto que pueda imaginarse. Es que la Iglesia, por boca de uno de sus
más prestigiosos Pontífices, León XIII, ha condenado al Liberalismo, «entendiendo por
tal—dice—la doctrina que declara la libertad humana independiente de toda autoridad
divina y eclesiástica.

74
Esa tendencia de la Iglesia a mezclarse en las combinaciones de la vida temporal de los
países (en lo que un autor hace consistir el clericalismo); la aspiración, desde el solio
pontificio formulada, de subordinar las manifestaciones de la libertad del pensamiento a
una autoridad «divina y eclesiástica»; la circunstancia de que un partido político, como
observa un autor bien poco amigo de los liberales, ya citado, no tenga otra bandera que la
defensa de los intereses religiosos; todo eso, entre otras causas, justifica sobradamente la
sublevación de muchos espíritus que miran con recelo la proximidad de una época de
asfixiante imposición a las conciencias; todo eso autoriza a reconocer la necesidad de
resistir a la invasión del clericalismo, «no por cierto, como se suele equivocada o
maliciosamente decir, para perseguir la religión (ninguna religión), sino para reducir a la
Iglesia a su papel propio de regularizadora y directora de los sentimientos religiosos, de
intermediaria para poner a los fieles en la relación con la divinidad y con las eternas
aspiraciones de las almas creyentes».

Por eso, la separación de la Iglesia y del Estado y las demás reformas que son como el
programa común de los partidos liberales y que pueden resumirse en una aspiración de
laicización general de la vida social, son tópicos doctrinarios de actualidad permanente
entre nosotros.

Señores: circula desde hace tiempo, lanzada no se sabe por quién, y adoptada ya se sabe por
quiénes, la especie de que se ha pasado ya en Chile la era de las luchas doctrinarias…

Por cobardía y conveniencia los unos; por ignorancia los más; unos pocos por falta de
apreciación del problema, comparado con los demás que solicitan la actividad útil de los
partidos, el hecho es que muchos se empeñan ahora en dar por oleada, sacramentada y
enterrada a la política doctrinaria.

Sin embargo, cabe decir que, por mucho que haya hecho el liberalismo en el sentido de
libertar las conciencias y secularizar las instituciones, debe perseverar en su actitud. «Lo
que separa a los liberales y conservadores, en efecto, no es tal o cual cuestión particular: lo
que les separa en el fondo es la diferente concepción de la cultura. Los liberales quieren la
cultura humana, lo cual en política »e traduce por la secularización de las instituciones. Los
conservadores quieren la cultura clerical, lo cual en política tiende a despojar de sus

75
facultades al Estado para convertir cada gobierno, más o menos desembozadamente, en una
simple teocracia. Reconoce Laveleye que el celibato de los curas, la absoluta sumisión de la
jerarquía eclesiástica a una voluntad única, y la multiplicación de las órdenes monásticas,
constituyen para los países católicos un peligro desconocido en los países protestantes.

Me admira, agrega, que renuncie un hombre a los goces de la familia para entregarse a sus
semejantes y a la verdad. Cuando todos los sacerdotes son por obligación célibes, resulta de
ello un gran peligro para el Estado, además de los peligros para las costumbres. Estos
sacerdotes forman una casta, que tiene un interés especial fuera del de la nación. La
verdadera patria del clero católico es Roma; él mismo lo proclama. Por consiguiente, si es
necesario, sacrificará su país a la salud o a la dominación del Papa, jefe infalible de su culto
y el representante de Dios sobre la tierra. Católico primero; y, después, si el catolicismo lo
permite, belga, francés o alemán: tal es el punto de vista del catolicismo y no puede ser
otro, lógicamente».

Señores: la excesiva extensión que ha asumido este trabajo me mueve a ser lo más conciso
posible; pero en una asamblea puramente doctrinaria como la presente, es, por otra parte,
imposible dejar de tratar el punto a que vengo refiriéndome. Concurriendo al objeto de
decir lo más en las menos palabras, voy a limitarme a citar, en este particular, a un autor
chileno de indiscutible autoridad.

«La Iglesia de que voy a hablar—dice Letelier •—no es ese poder religioso que define la
moral y la doctrina de sus fieles, poder extraño a la política chilena y digno de respeto por
los servicios prestados a la humanidad. La Iglesia de quo hablaré es ese poder temporal
que, representado por el clero nacional, pretende supeditar al Estado, disputándole sus
prerrogativas y sus atribuciones y empeñándose en la vida pública por plantear una política
de privilegio, contraria a los intereses sociales.

«Desde el momento que entra en lucha, todos tenemos derecho a discutir y atacar su
política porque quien quiere mantenerse a salvo no va a la guerra.

«La lucha, pues, está trabada entre el Estado, que representa a la Sociedad, y la teocracia,
que no representa más que a una parte de la sociedad.

76
«Cuando ellos piden, verbigracia, la llamada libertad de enseñanza, no tratan de conferir al
hombre un nuevo derecho de enseñar libremente; este derecho, reconocido por nuestra
Constitución, está anatematizado en el Syllabus. Lo que pretenden es que no enseñe el
Estado para que enseñe sólo la teocracia.

«Cuando piden libertad del matrimonio, no tratan de conferir al hombre un derecho que
ahora no tenga para casarse en la forma que le dé la gana: bajo el imperio de la ley vigente
cada cual puede celebrar su matrimonio con todas las formalidades que su conciencia le
sugiera. Lo que pretenden es sustraer la sociedad conyugal a la autoridad del Estado para
ponerla bajo la sola autoridad de la teocracia.

«Reclaman también la libertad religiosa. Pero ¿acaso entienden por libertad religiosa el
derecho de cada cual a profesar y enseñar la creencia de su amaño y fantasía?
Evidentemente no, porque esa libertad, que es la que nosotros hemos sostenido y
sancionado, está condenada por el Syllabus, y si ellos pueden aceptarla como una necesidad
no pueden reclamarla como un ideal. Prácticamente, ellos se dicen perseguidos cuando no
distinguimos a la teocracia con privilegios singulares de que nadie más que ella pueda
gozar; y con el nombre de libertad religiosa piden que reconozcamos a las manos muertas
una existencia jurídica anterior a la autorización política e independiente del Estado; que
desconceptuemos la justicia nacional y el principio de igualdad, confiriendo a los
eclesiásticos un fuero especial; que permitamos a cada cofradía, a cada convento, a cada
templo, interceptar las calles con procesiones interminables, impropias de un pueblo
laborioso; que, sea capaz de doctrinar a los fieles, dejemos que el clero haga prédicas
subversivas contra la Constitución, contra las leyes, contra las autoridades del Estado; y
que, sea pretexto de las necesidades del culto, le dejemos captar herencias y apropiarse
sigilosamente todo el territorio nacional y extraer para el extranjero hasta el último grano de
oro de nuestras minas.

«La libertad que piden, en una palabras, es siempre la libertad del privilegio exclusivo». Si
esta situación antagónica subsiste; si lejos de alejarse, en Chile se acentúa, por la depresión
de los caracteres y la audacia y habilidosidad del clero, el peligro clerical; si queda aún
mucho por realizar en el programa del liberalismo; sí, en todo caso, debemos estar siempre

77
alertas para resistir el ansia secular de dominación, de la Iglesia, ¿quién, que sea realmente
liberal, tiene derecho a decir que se ha ido para siempre la era de la política doctrinaria?
Tiene sentido, siquiera, esa expresión?

Por otra parte «el mundo no se mueve tras la simple adquisición de bienes materiales, sino,
sobre todo, tras la realización de ideales de justicia de libertad, de igualdad, de bien». Las
doctrinas son, para los partidos, como elementos preservadores que conservan en ellos la
cohesión y permiten que circule por todo su organismo, como savia vigorosa y renovadora,
una actividad entusiasta y constante».

En nombro de una llamada «paz social» se suele pedir por algunos la cesación de la lucha
doctrinaria. Algo vaga es sin duda la expresión, y acaso no sería del todo imposible
demostrar que, en el sentido en que se la quiere emplear, la palabra «paz» es incompatible
con la palabra «social». Pero recordemos sólo que, al menos en política, la paz es una
quimera, como lo ha advertido el señor Quezada. Los Gobiernos que se presentan al
Parlamento con un programa de doctrinas políticas, serán combatidos por esas doctrinas.
Los Gobiernos que se presentan con un programa simplemente administrativo, serán
combatidos por ese programa administrativo. No lograrán desarmar a sus adversarios con la
blanca bandera de las cuestiones administrativas, las cuales serán convertidas en cuestiones
políticas, con daño para todos».

Señores: A tal punto llega la perturbación del criterio de ciertas personas en esta materia, de
tal modo se ignora lo que es liberalismo, como tendencia política, considerada en general, y
de un modo particular en Chile, que se han solido evidenciar paralojizaciones y yerros que
serían culpables si no fueran hijos de la buena fe. Voy a referirme a dos de ellos solamente.

Hará unos seis meses, se publicaron en «El Mercurio» de Santiago unos cuantos artículos,
que, firmados con el seudónimo «UN LIBERAL», tendían al objeto de llamar a la
moderación a los jóvenes del Centro Liberal, cuyas declaraciones doctrinarias parecían
haber consternado al seudoliberal del seudónimo. Y, admiraos, señores: el argumento
decisivo, el argumento más fuerte, el argumento matador, de que el desinteresado mentor
de la juventud se valía, era que la actitud algo «jacobina», de los jóvenes liberales podía
producir mortificantes inquietudes a los pobres corazones de sus madres católicas…

78
¡Lucido andaría el mundo si los hombres, al desenvolver sus facultades, en cualquier orden
de las actividades útiles, hubieran debido o podido estar siempre mirando no causar
inquietudes o dolores al ser que les dio la vida! Lucido estaría el progreso, si el hombre
hubiera marchado siempre a compás de la mujer! Sabemos que existe en la mujer el
predominio de la ley de herencia, a diferencia del hombre que se distingue por el
predominio de la ley de variabilidad; fenómeno que, por lo demás, tiene lugar sin
excepciones a lo largo de toda la escala zoológica. Lo mismo en lo síquico que en lo físico,
la mujer vive más del pasado que del presente, más de lo vulgar que de lo personal; y uno
de los caracteres culminantes de su sicología es su escasa variabilidad mental. Sobre ser
contraria a esa observación de la ciencia, (según la cual el hombre «progresa» y la mujer
«conserva»), la pretensión de sujetar el vuelo de las aspiraciones de la juventud liberal en
nombre de amor filial y de los sentimientos religiosos tradicionales de la madre, olvida que,
por razones en las cuales cabe no poca responsabilidad a la Iglesia, la mujer ha venido
recibiendo, a través de los siglos, una educación por término medio inferior a la del
hombre, y que, por consiguiente, su pensamiento, retrasado, no tiene derecho de entrabar la
marcha del pensamiento de la juventud que se ilustra. ¿No es una verdad vulgarizada que,
en general, hasta hace veinte años, la instrucción de la mujer era limitadísima y que, ahora
mismo, es lo menos científica posible?

El otro hecho de que quiero hacer mérito es la tesis sostenida, en el seno de la última
Convención del Partido Liberal, por uno de los señores delegados, joven meritorio e
indudablemente sincero. Al tratarse del título relacionado con el régimen político, el joven
convencional sostuvo con argumentación varia que «La concentración de los diversos
partidos liberales era preferible, como régimen de gobierno, a las coaliciones con los
partidos extremos»; calificó de partidos extremos al conservador lo mismo que al radical; y
sostuvo que eran tan de coalición los gobiernos formados con el uno como con el otro.

No hay duda de que, dando en política a la palabra coalición su sentido amplio y propio, es
aplicable a toda combinación de partidos que se coaligan para formar gobierno, así sean
partidos extremos entre sí o medios con extremos. Pero ya se sabe que en Chile se ha
concluido por restringir el concepto, aplicando el término coalición a los gobiernos de
partidos no afines, y apellidando «alianza liberal» a las combinaciones de los partidos

79
liberales, incluso el radical. Parece que el convencional de quien hablo hubiera querido
sostener que el partido radical no es afín del liberal, o mejor, con ninguno de los liberales; y
que, aunque no lo expresó—al menos no lo recuerdo precisamente — considera que aquél y
éstos son tan antagónicos como éstos y el partido conservador. La opinión unánime de la
Convención se pronunció contra esta singular opinión: realmente singular, porque, en el
momento de producirse la votación, ella no tuvo más voto que el de su autor.

Una razón histórica,—el origen del radicalismo, que no es sino una rama nacida del viejo
partido liberal, en circunstancias harto conocidas se opone a que miremos como
antagónicos a los partidos liberales y al radical; y, junto con eso, se opone además la
comunidad de las fuentes filosóficas de que deriva el caudal de ideas de ambos partidos.
Esto, naturalmente, mientras, queriendo ser sinceros y no mistificar a la opinión pública,
nos resolvamos a apellidarnos liberales, y, conjuntamente con ello, a sobrellevar las
responsabilidades que tal nombre comporta, con arreglo a las luces de la historia y de la
filosofía.

Señores: La esencia del liberalismo es su concepto de la evolución progresiva de la


humanidad.

Sus ideales lucharán lo mismo con las creencias católicas que con las creencias protestantes
o budistas, si unas y otras abandonan su esfera de acción y quieren imponerse a las
conciencias como única expresión de la verdad absoluta. Cada liberal separa sí mismo la
religión de su preferencia o el rechazo de todas; lo único que exige es que se respete el
derecho de cada cual para concebir y buscar la verdad o el bien por la senda religiosa que
más le acomode. En consecuencia, si ni la religión católica ni otra cualquiera invaden las
esferas de la política; si ninguna busca él predominio oficial y todas aceptan concurrir
libremente a la conquista persuasiva de prosélitos, el liberalismo —pueden de ello estar
seguros todos los creyentes—no irá a buscarlos en sus templos sino que los verá
regocijados crecer y desarrollarse bajo el sol espléndido de la igualdad en los medios de
propaganda sobre la conciencia de los libres ciudadanos».

En un país en que un Partido se erige en defensor de una religión dominadora; y donde ese
Partido no «conoce otra bandera que la defensa de los intereses religiosos», no podrá el

80
liberalismo abandonar sus posiciones primeras, sin dejar de ser liberal, aunque tengamos
que reconocer, con pena, que semejante hecho impide la marcha ascendente del país en
otros órdenes de la actividad. ¡Qué hemos de hacerle! Nuestra no es la culpa. Culpa es de
quienes, en época que ya pertenece a la historia, convirtieron al antiguo partido pelucón en
partido conservador-clerical.

Paréceme, señores, que en presencia de esta exposición, podremos sostener francamente, a


la faz del país, que hay razón—tanta como antes— para librar las batallas doctrinarias, que
no están pasadas de tiempo, como más de algún seudoliberal quisiera. Y me parece
también—esto también es importante—que el que no reconoce como nosotros esta razón de
la lucha doctrinaria, sencillamente no está con nosotros, sencillamente no es liberal.

¡Cuán dignas de dolorosa meditación son, señores, las siguientes palabras de un eminente
escritor belga, varias veces citado!

«El progreso regular de los países católicos es muy difícil, porque, aspirando la Iglesia a
establecer en todo su dominación, se emplean las fuerzas vivas de la nación en rechazar las
pretensiones del clero».

Cediendo al impulso de fortalecer en cuanto estuviera de mi parte las aspiraciones legítimas


de la juventud liberal, que son concordantes con el anhelo del progreso que deben inspirar
la vida de la juventud y del liberalismo; y dejándome a la vez arrastrar por inclinaciones
antiguas que me mantienen con frecuencia en contacto con los libros más que con los
hombres, más con las ideas que con las realidades de la vida circundante, vine a esta
Convención a cumplir lo que considero un deber cívico. No se me oculta que, aun haciendo
abstracción' de aquellos que son naturalmente nuestros adversarios, se opone al progreso de
nuestros anhelos ideales una gran fuerza de inercia, a la que contribuyen no poco gentes
que se interesan por las cuestiones relativas a la política sólo para husmear, por ejemplo,
una oportuna alza o baja del cambio....No se me oculta, que, por otra parte, una enorme
cobardía moral, hace a las gentes ser prudentes, callar sus opiniones, en ocasiones
adaptarse, y servir, con la conveniencia propia, los propósitos de la política adversaria. No
se me oculta que, además, los afectos, las ambiciones, los odios, los intereses creados,
entraban, a menudo y fatalmente, el vuelo de las ideas… Pero, señores, precisamente, para

81
buscar la forma de estimular, con la unión, el progreso de la cultura liberal, se ha reunido
esta juventud; y cuando ella ha querido celebrar en común este torneo, poniendo
confiadamente la mirada en el porvenir, es que sabe prescindir de las mezquindades de las
malas pasiones, y tiene el suficiente valor moral para confesar que está con la causa del
progreso, y lo estará a despecho de los « hombres prácticos » y del misoneísmo social.

Señores Convencionales: Yo no ignoro que una cosa es la rigidez y solemnidad de las


declaraciones teóricas y otras son las llamadas necesidades de la política práctica. De boca
de un hombre anciano, harto liberal, honesto como el que más y que ha sabido conservar a
la edad octogenaria un admirable frescor de espíritu, han salido los siguientes conceptos:
«Pero en política hay siempre un punto de mira práctico, que es necesario salvar, por medio
de combinaciones, arreglos y transacciones. Para esto no hay cánones que valgan. Todo lo
que puedo aconsejaros es que no se pacte jamás nada indigno, indecoroso, ni que se
establezcan malos precedentes, que puedan más tarde ser invocados en contra del partido.
Ante todo, hay que proceder con franqueza, lealtad y sinceridad, en todo los actos de la
vida política, aunque se comprometa la posición personal».

Que la juventud liberal, que en estos momentos hace el primer ensayo de restaurar a las
doctrinas su vigor antiguo, se penetre bien de lo que constituye la esencia de esas doctrinas;
y que, vuelto después cada uno de nosotros al campamento de su partido, proceda, para con
los compañeros de ahora, cualesquiera que sean las circunstancias, siempre en resguardo de
los principios y de los que los defienden; siempre con la lealtad, con la sinceridad, con la
franqueza, que aconseja ese ilustre anciano, liberal sin miedo y caballero sin tacha.

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Espíritu y acción del liberalismo (Edgardo Garrido Meriño)

Un compatriota que regresa al país tras larga ausencia y cuyo prestigio de literato ha sido ya
consagrado por la crítica y por los principales círculos intelectuales de España, es, desde
luego, una promesa. Pero, si ese compatriota, además de las dotes ya enumeradas, es un
liberal de sólidas convicciones y de amplio y bien cimentado criterio, es algo mas: es una
realidad cuyas observaciones, recogidas en lejanas tierras donde se está desarrollando en
toda su intensidad el fenómeno de la trasmutación de valores espirituales y políticos, habrán
de ser de un inmenso valor para los que en Chile estamos empeñados en el arduo problema
de devolver a la Patria su antiguo prestigio.

Don Edgardo Garrido Merino, hombre cultísimo y de profunda versación en la historia del
liberalismo a través de los tiempos, nos ha proporcionado momentos de profunda emoción
y de satisfacción inmensa al dictar en nuestros salones la conferencia que hoy ofrecemos a
nuestros correligionarios como un homenaje al ilustre literato y destacado rniembro de
nuestro Partido.

El PARTIDO LIBERAL.

Señores: Es para mí altamente honrosa la distinción que me ha dispensado el Centro de la


Juventud Liberal al ofrecerme esta prestigiosa tribuna, desde la que tantas preclaras
personalidades han dejado oír su verbo convincente y orientador.

Antes de esbozar las ideas fundamentales que habrán de formar el esquema vertebral de
esta conferencia, séame dado el agradecer vivamente vuestra presencia y saludar, desde
aquí, a los jefes de este partido histórico, que tan intensa y eficaz participación ha tenido y
tendrá siempre en el desenvolvimiento civil de nuestra vida nacional.

Vuestro digno Presidente, don Ladislao Errázuriz, ha querido brindarme esta valiosa
coyuntura para demostrarnos mi liberalismo. Sean, por tanto, mis palabras clara expresión
de mi más íntima ideología; algo así como una sencilla y espontánea profesión de fé.

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¿Por qué causa, por qué móvil ocupo hoy esta tribuna para enfrentarme con un auditorio de
hombres versados en la política y en sus actividades? No puedo ni quiero entrar en materia
sin declararnos antes que al volver a mi tierra hube de sentir la conmoción de su realidad
política y social. Hombre de estudio y de especulaciones meramente intelectuales he
permanecido alejado de toda acción cívica, contribuyendo a ello mis dilatados viajes por el
extranjero. Pero llega un instante de la vida, señores, en que nuestra individualidad, forjada
en soledades de meditación. Necesita cobijarse bajo una tienda; en que la madurez de
nuestro soliloquio requiere del diálogo, y la convivencia con los ciudadanos de un mismo
temple se impone. Es la hora solemne de las definiciones.

El intelectual ante las luchas extremistas

Repito que nada tengo de político ni son el norte de mis aspiraciones las arduas luchas
cívicas. Pero hay en mí un fervor liberal, un fermento de individualismo, que quisiera
comunicarlos, y que quizás pueda dejar en vuestro ánimo una convicción de la que yo
saldré favorecido: haber visto el espíritu de un escritor en momentos de franca y abierta
sinceridad.

Yo viví largos años fuera de la patria y conocí escenarios sociales agitados por la política.
También me fue dado conocer de cerca a hombres que consagraron los mayores
ardimientos de su existencia a los nobles ideales del liberalismo.

Y esta relación con insignes liberales, esta repercusión de los hechos trascendentales de los
últimos años, no han podido dejarme indiferente. El hombre civil, el individualista que se
encierra en mí, ha flameado como una bandera al golpe de los vientos contrarios.

Dictaduras y revoluciones me han salido al paso, y aunque hubiese intentado eludir todo
influjo externo, mi sensibilidad no pudo substraerse al trastorno que causaron en ella los
furiosos ataques sufridos por la idea liberal.

Desde el Tratado de Versalles hasta nuestros días, la faz política de Europa y del mundo
entero ha cambiado visiblemente.

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Diríase que se ha desencadenado una guerra sorda en contra del Liberalismo, una lucha
encarnizada contra el valor del hombre como ente individual. Las dictaduras nacionalistas,
por un lado, y el ensayo del comunismo, por otro, han intentado poner en crisis el
liberalismo, y se ha conseguido en gran parte el objetivo, proclamando la bancarrota del
sistema parlamentario y gritando a voz en cuello que el sentimiento liberal de los hombres
ha muerto. Y no solamente las masas en rebelión - como diría Ortega y Gasset - son las que
elevan barricadas en contra del liberalismo. Son los propios dirigentes de la política, los
propios partidos gregarios, los intelectuales y hasta los hombres de acción, quienes se
confabulan en disfavor del régimen liberal, tirando cada cual de su cuerda de derecha a
izquierda, y convirtiendo la vida de los pueblos en reñideros de agrias pasiones. Y es así
como el péndulo de la política oscila hoy brusca, violenta y hasta trágicamente de derecha a
izquierda, sin encontrar su centro de gravedad, que es, sin duda alguna el liberalismo, por
ser el guardián celoso de las constituciones y el poder reformador que evita las violencias
de las luchas de clases y las persecuciones sectarias de los extrernistas.

Y el intelectual, el hombre de letras que hace de la vida que lo circunda un objeto constante
de observación, se pregunta: ¿Es posible permanecer hierático e indolente ante tan
desenfrenada batalla, que pone en peligro las libertades conquistadas por el hombre? No,
las horas son duras, de prueba, y el huracán desatado abate las torres de marfil. Por
asociación de ideas, me viene al recuerdo una anécdota, que dice ser rigurosamente
histórica, de aquel trágico ensayo que intentó París en los días de La Commune, en 1871.

Un artífice, un cincelador que soñaba emular a Benvenuto Cellini, trabajaba en su estudio,


Enardecido en su tarea de orfebre, cerraba los oídos al rumor de las calles en lucha, y
aunque le llegaban los ruidos de la metralla y de los gritos de rebelión, el seguía
impertérrito, aferrado a su obra. Pero, de pronto, un obús estalla contra su ventana y los
fragmentos de hierro se esparcen en su vivienda. El hombre, despierta de su sueño, sacude
su santo egoísmo, y poseído de la realidad coge una espada de una panoplia y sale a la calle
a dar pecho a la pelea. Contra qué, contra quiénes? Él lo ignora lo único que lo impulsa, es
una fuerza ciega, superior a todo raciocinio; ‗es el afán de luchar por su paz, por su
serenidad, que las ve en trance de zozobrar.

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Así, también, nosotros los intelectuales, señores. No podemos encerrarnos en nuestra
biblioteca, hacer con los libros murallas de cartón que nos cierren el paso a la realidad,
viva, caliente y bullidora como sangre manando de una arteria rota. No podemos pulir una
frase ni1 cincelar una obra del espíritu, sin tener la inquietud del momento presente que se
nos infiltra, a cada instante, amenazando nuestra mayor riqueza: la individualidad.

Biología de los idearios políticos

Todo lo que se fragua en el mundo, en estos años postreros, va encaminado a destruir los
derechos del hombre. Un despotismo pretoriano o soviético intenta despojar a los
ciudadanos de hoy de sus más preciadas libertades. Y se alzan calumnias en torno del
liberalismo, y se echan paletadas de tierra sobre una fosa abierta para enterrar viva su
incomparable doctrina. Y hasta pensadores, tratan de desorientar a las juventudes con el
señuelo de nuevos credos, en los que todo sentimiento civil, o sea individual, se sacrifica en
aras del Estado, convertido en Moloch insaciable. ¡Y todos, enturbiados por falsas
ideologías libertarias, cogen velas para asistir a los funerales del liberalismo!

Pero, yo digo, y en esto me acompañareis: El liberalismo puede sufrir momentáneos


eclipses en ciertas Zonas políticas del mundo, pero no ha muerto. Por el contrario, está vivo
y latente, como la brasa encendida bajo las cenizas aparentemente yertas. Y de estas luchas
saldrá, en breve plazo, más fortalecido. Sí, porque el liberalismo no es tan sólo una bandera
política, que puede desaparecer con la trasmutación de valores. El liberalismo, es una
expresión biológica del hombre, es algo consustancial a su espíritu, es un sentimiento
radical, dando a esta palabra su acepción exclusivamente etimológica, es decir de raíz. Sí,
porque en la biología política, en la ciencia vital de los idearios, se definen, como lo han
observado grandes sociólogos, únicamente dos doctrinas que emanan del temperamento
humano. Puede, por ello, colegirse que existen solamente dos partidos-tipo, inconfundibles:
conservador y liberal.

Los idearios políticos, aplicándoles libremente el punto de vista biológico, en su más


amplio concepto, se escapan a las leyes estrictas de la morfología, pues por encima de su

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organización filosófica y moral, hay además de su estructura, una actividad de organismo
viviente, en marcha, y sujeto, por tanto, a los cauces generosos de la evolución.

Yo no pretendo, señores, ahondar, en tan rápida disertación, problemas que requieren la


palabra del pensador. Me he situado, frente; a1 liberalismo, desde dos puntos de vista, que
están al alcance de mis facultades: uno, objetivo, como observador; el otro, subjetivo, como
hombre que reflexiona. Y nada más.

Pero ya que el tema sale a nuestro encuentro, permitidme recordar que el liberalismo es
viejo como el inundo. La libertad de conciencia es su culto, y por la soberanía del "yo
pensante" he Sócrates la cicuta. Su mismo nombre emana de la más bella palabra creada
por el hombre: libertad, libertad de cultos, de opinión, de imprenta, de cátedra, de comercio
espiritual y material entre todos los seres, son conquistas logradas bajo su doctrina. Y todo
esto, que ha costado nobles esfuerzos, se ve amenazado ahora por los nacionalismos
feudales y los socialismos integrales. Los hombres hablan hoy la lengua del egoísmo, se
encastillan las naciones tras barreras aduaneras, engendrando el misoginismo económico, y
acentúan i la política dictatorial que deforma los principios inalienables de la
individualidad.

Cristo, libertó al mundo del paganismo y de las cesáreas prácticas de su época, creando en
torno suyo una democracia de pescadores. En la Iglesia, hay doctores que exaltaron la
individualidad como valor esencial del alma humana. Entre ellos, San Agustín sustentando
su teoría del libre albedrío, claro está que iluminada por la justicia original.

Y para no apartarnos de nuestro punto de observación, volvamos la mirada al siglo XVIII, y


encontraremos que los enciclopedistas, los ideólogos como Condorcet y otros, hacen
deducir la constitución de los pueblos y las leyes sociales de los dictados de la razón pura y
de la naturaleza del hombre.

Conservadores y liberales. He aquí las dos inclinaciones biológicas, más claramente


definidas. En la Edad Media, güelfos y gibelinos; en los comienzos del siglo XIX, negros y
blancos, y hasta hace poco, en nuestra propia América, en el Uruguay, marcadas las dos
tendencias por dos colores opuestos: blancos y colorados.

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Ambas orientaciones marcharon de antiguo en contraposición, pero hoy, con la
transformación de la vida política, conservadores y 1iberales van quedando enmarcados en
la tradición, es decir en el campo de las agrupaciones históricas.

Al liberalismo, preconizado por Aristóteles, se opone hoy el comunismo, cuyas más viejas
raíces las hallaríamos en platón. ¡Nihil nove subsolé! La comunidad descrita por el filósofo
griego anula la familia, como célula social, para endiosar el Estado.

Y esto es lo que alarma nuestras conciencia y nos exige una afirmación íntima de nuestro
sentimiento liberal o individualista. El comunismo no hace sino desbaratar las conquistas
de la revolución francesa. Es la contrarevolución. Es el Estado absorbiendo el ciudadano.
Son los derechos estatales anulando los derechos del hombre.

He querido subrayar esta impresión del intelectual ante las luchas extremistas.

Y nada que rebaje tanto la espiritualidad de su ambiente, y enrarezca el aire que afluye a
sus pulmones, como la enardecida, sorda y materialista lucha de clases.

El derecho será del más fuerte. Y todos los caminos, que se sigan en pos de esta divisa,
serán caminos de violencia.

La lucha, así entablada, a espaldas del sentido liberal, apasionada y sectaria, se torna agria v
cruda.

Desaparece el individuo como ente racional y surge el hamo hamini lupus, o sea que el
hombre es el lobo del hombre. Y todo ello bajo la careta de Estados dictatoriales que anulan
la individualidad y cercenan las iniciativas personales.

Estamos en la época de los Gobiernos fuerte, se nos dice. La revolución social está en
marcha. Y no sin pena, volvemos los ojos' en torno, en circunvisión atenta de estudio, y
solo vemos el entronizamiento de regímenes, en los que el hombre ha perdido sus
facultades individuales.

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Contenido ético de las doctrinas liberal

Es preciso inculcar en las juventudes liberales una idea definida y clara acerca de los
principios y doctrinas del liberalismo. Es necesario contrarrestar la acción de todas aquellas
agrupaciones que, bajo programas altruista~ de reforma social, encubren una amenaza para
el individualismo. Y a fin de conseguirlo se hace indispensable que la propaganda en tal
sentido tienda a dar una idea rneridiana, desnuda de abstrusas premisas, sobre la amplitud
extraordinaria del liberalismo, pues ningún credo político ofrece mayor registro ideológico.

El derecho es un producto de la voluntad del hombre, puesto que el principio filosófico que
informa el ideario liberal establece que la razón individual es absolutamente libre. Se ha
dicho que el liberalismo tiene filiación racionalista, y en verdad la tiene al preconizar,
según la fórmula kantiana que el derecho es la fuerza, pues no olvidemos que el filósofo
alemán funda el orden jurídico en la libertad exterior del hombre. Y esto es un punto
interesantísimo. El individualismo no excluye e1 interés social. La etimología del
liberalismo es la libertad, pero como la libertad sin ley cae en la anarquía, se crea la
autoridad v el derecho, de lo cual se desprende el civilismo que tiende a someter todas las
instituciones a la unidad del Estado.

El sentido ético del liberalismo surge, como todos sabemos, de los derechos del hombre,
cuya declaración se hizo en la convención de 1789, estableciendo que "todos los hombres
son iguales por naturaleza y ante la ley".

La supremacía del Poder Civil ha sido juzgada de cesarismo y combatida, pero la


generación del Estado como régimen supremo no es sino un triunfo, y esto hay que
subrayarlo, de la idea del hombre liberal en su acepción de independiente, pues el Estado
convertido en agrupación humana, es decir en comunidad civil, viene a conservar dentro
del organismo social una característica esencialmente libérrima, o sea independiente de
todo influjo. Esto, como se ve, no es cesarismo sino un derecho del hombre reflejado en el
régimen civil, lo que viene a reafirmar una conquista evidente y palpable de la revolución
francesa.

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El Estado conserva así una estrecha ligazón con los individuos, y no trata de absorberlos,
despojándoles de sus fueros civiles.

Se tiene entendido que la política es una ciencia moral, en cuyo seno caben las
orientaciones sociales y jurídicas. El liberalismo apoya sus cimientos en bases éticas
incontrovertibles. Prueba de ello es que no transige con los regímenes absolutistas y se
convierte en el más celoso custodio de los principios constitucionales. Todo poder que se
entronice sin que el pueblo participe en la cosa pública, es absolutista o dictatorial. Cuando
el Estado no puede gobernarse por una democracia representativa, surge la dictadura. E1
confusionisrno ideológico, las banderías, las ambiciones personalistas, tienden a disgregar
el conglomerado civil y entonces se produce la anormalidad. El liberalismo, que persigue la
unidad del Estado y que lucha siempre a fin de que éste ejercite su soberanía legislando o
eligiendo los representantes del país en parlamentos que le secunden, es esencialmente
democrático, y por tanto constituye, desde el punto de vista de la moral política, el sistema
más racional, pues en todo momento fomenta la individualidad y por añadidura el
civilismo.

He aquí un bello tema en perspectiva. No puedo menos que detenerme en él unos instantes.
Puede afirmarse rotundamente que las doctrinas del liberalismo son fuentes de ciudadanía y
afirmación de la individualidad. Para analizar, aunque brevemente, estos beneficios de
orden ético y social, es indispensable recurrir a las comparaciones.

Veamos el liberalismo frente al comunismo. El hombre, por condición innata, tiende a


obrar según le aconseja su propio albedrío y no de concierto con la colectividad. Aquí, el
liberal. Es un sofisma manifiesto pretender que el individuo se someta voluntariamente al
Estado, en declinación absoluta de su personalidad, pues nadie deja de comprender que la
agrupación no es una entelequia que obra por sí, sino que está regida por la idea
predominante, beneficiosa o no, de uno o de más hombres.

El individualismo nos enseña que el individuo debe ser el objetivo de toda colectividad. No
excluye el solidarismo ni la intervención del Estado, prueba de ello es que ha colaborado
siempre con la legislación obrera, que se encamina a defender el individualismo.

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Es preciso afirmar que los liberales, ya desde el poder o bien desde la oposición, jamás han
dejado de cooperar en la gestación de leyes de beneficio social. El liberalismo ha
contribuido con ahincada preocupación en el mejoramiento de la vida obrera, y ha luchado
por la rnejor inteligencia entre el capital y el trabajo.

De la crisis económica mundial ha querido curvarse también al liberalismo. Y es todo lo


contrario. Esta crisis, consecuencia de la conflagración europea, de las ingenies deudas de
guerra, del maquinismo y la superproducción por ella desarrollados, y de los nacionalismos
en exaltación, está demostrando, que se debe en gran parte al apartamiento de los gobiernos
de las prácticas señaladas por el sistema liberal.

Podemos afirmar que la política inquieta y la inestabilidad de los gobiernos, es la que trae
por consecuencia el caos económico. Y también que una mala economía provoca el
desacuerdo entre los partidos y los elementos gobernados.

Con razón, el barón Louis, ministro de Luis XVI decía a su rey: "Dadme una buena
política, que yo os daré unas buenas finanzas". Y si invertimos la frase, alfa y omega de la
cuestión, podríamos recordar que nosotros hemos visto de cerca su aplicación en el terreno
de las amargas realidades, a causa de las dificultades de índole económica.

La doctrina liberal, como todos sabemos, establece además que el individuo debe ser el
único agente del movimiento económico porque nadie como él conoce su verdadero interés
y está más capacitado para realizarlo. Es la política del "dejar hacer", que coloca al hombre
en una atmosfera de absoluta independencia.

De la suma de individualidades en libre ejercicio de sus facultades, nace la armonía social o


sea el espíritu natural de la colectividad. Quesnay sostiene, con razones fundamentales, que
en la economía política funcionan leyes naturales. Estas leyes, actuando libremente,
reportan mayores prosperidades, mientras los gobiernos sólo pueden refrenarlas y
estorbarlas. Es por esto que al liberalismo puro le repugna todo extremismo, todo gobierno
dictatorial llamado a deformar las inclinaciones naturales del individuo, prejuzgando sus
facultades y marcándole rumbos que atentan, a su libre albedrío.

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El individuo consciente es apto para distinguir y desarrollar su interés personal. Queda, por
tanto, la intervención del Estado limitada a los casos en que la acción individual es
imposible.

Stuart Mill protesta, y no sin razón, cuando se atribuye al liberal la condición de egoísta.
Nada de eso. El Individualismo, como fuente de civilidad, no excluye en absoluto la
simpatía colectiva.

Hay un principio inolvidable, que atañe al liberalismo: se ha dicho que el individuo es el


mejor juez de sus intereses, y por ello hay que dejar a su cuidado la elección de su propio
camino. De esa premisa arranca la teoría de la orientación y de la selección electiva. Y
contra esta condición libérrima del hombre, va el comunismo. El Estado absorbente
deforma con leyes oscuras las leyes naturales de la vocación. El maravilloso laboratorio de
lo subconsciente está reemplazado por un manojo de disposiciones y pragmáticas de
carácter aparentemente científico. Así consigue su propósito, que es moldear el cerebro de
las nuevas generaciones. Pero ello no hace sino matar el libre impulso de la individualidad,
lo que trae por natural secuela la consunción de los pueblos. Una minoría gobernante, no
puede reflejar en potencia todo el dinamismo que emana de miles de individualidades en
concierto. El Estado manda, regula, ordena, da carreras y oficios, pone cortapisas al
pensamiento, influye en las ideas, mide y raciona. Y el gobernado, pasivo, sin iniciativas,
termina, claro está, por ser un ente impersonal. Sin fuerzas creadoras.

El individualismo es 'fuente de libertad: libertad aplicable a todos los actos de la vida


económica, en el trabajo, en la concurrencia, libertad de cambio, de negocios, de
producción. Y gracias a las doctrinas liberales él Estalo no interviene sino cuando la
necesidad ha sido demostrada específicamente.

Todos estos principios, desde la post-guerra, han sido y son conculcados. El trabajo en
muchos países no es libre; el nacionalismo ha tomado perfiles feudales; las divisas
monetarias están poco menos que encarceladas dentro de las fronteras, los aranceles se
alzan como infranqueables valladares. En una palabra, la vida se ha hecho difícil, cerrada,
antidemocrática y egoísta.

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Y todo ello por sustentarse doctrinas de nuevo cuño con las que se amenaza escamolear al
individuo, siendo que es una paradoja el ir en contra del individualismo, ya que todo
régimen absoluto engendra un conjunto de hombres personalistas que quieren imponer a
sangre y fuego sus ideas.

Y he aquí cómo el individualismo, admirable desde el ángulo visual de los liberales, es todo
lo contrario cuando degenera y se descompone en personalismo.

Resurgimiento liberal en apoyo de la democracia

Ahora, señores, para terminar esta disertación, quiero recordaros que el liberalismo ha
influido grandemente en el desarrollo de las instituciones, en toda la América española. Así
también en la patria de Washington. Sin él no hubieran conseguido los Estados Unidos su
libertad política. Francia apoya este movimiento. Y allí esta uno de los redactores de la
"Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano", el incomparable Lafayette, que
ofrece el concurso de su espada y con ella apadrina el natalicio de la gran República del
Norte.

Las logias y el espíritu del liberalismo europeo, en acción privada y pública, infiltrado en
hombres enamorados de la libertad, cooperan al advenimiento de la liberación americana.
Miranda, O'Higgins, San Martín, Sucre, reciben las inspiraciones del espíritu liberal. Y así
se inflama el sentido civil de aquellos patricios del Continente. Puede decirse, y creo no
caer en exagerada metáfora, que la cuna de la independencia de nuestra América fue
mecida por la mano generosa del liberalismo.

Yo creo, con fe inquebrantable, que el mundo político buscará el fiel de la balanza y


encontrará su centro en las sanas doctrinas liberales. Liberalismo y democracia son
sinónimos. -.Herir al uno es herir al otro. Si algún matiz puede distinguirlos es que el
régimen exclusivamente democrático, cuando se organiza en poder, toma en cuenta tan
so1o el derecho; en cambio, el liberalismo aprecia la mayor capacidad. Cedazo de elección
que busca el Gobierno de los más preparados, evitando así el Gobierno del pueblo por el
pueblo, que preconizan los partidos acentuadamente demócratas. Por algo está el
liberalismo basado en el principio de la individualidad, pero dándole por razón del

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conocimiento su jerarquía, pues no hay que ceñirse al pie de la letra, sin restricciones ni
matices, al apotegma de que "los hombres son iguales por naturaleza y ante la ley".

La frase declaratoria de los Derecho del Hombre, descarnada y gráfica, se filtra a través de
las experiencias del tiempo y se modifica en el sentido de que esa igualdad es de carácter
humano y jurídico, pero no incontrovertible en lo que atañe a las prácticas de la vida civil.

El liberalismo debe, pues, resurgir en apoyo de la democracia y para ello se impone una
acción decidida y franca. Gobernar es el resultado de una transigencia entre el pasado y el
presente. Esta crisis de la política en el mundo debe ser conjurada, pues se están
abandonando las conquistas históricas y se desarrolla con la lucha de clases una hostilidad
abierta por las más heroicas adquisiciones de la tradición. Es necesario educar al pueblo en
transigencia, y hacerle olvidar los procedimientos violentos a que le han habituado las
dictaduras y regímenes absolutos.

Creo que los liberales, únicamente, pueden realizar tan bella obra de democracia. Buscar las
fórmulas de convivencia, es decir la normalidad, el equilibrio político. Estamos
presenciando en el mundo entero una pugna dramática entre derechas e izquierdas. Esto
trae por lógica consecuencia un estado pasional, al rojo vivo, y deriva casi siempre en
persecuciones. Y aquí tenemos *un hecho paradojal. Los perseguidos, ya sean nacionalistas
excarcelados o bien sovietizas demoledores, hablan de su derecho a la acción, a propagar
sus ideas libremente en asambleas y periódicos, a pensar en voz alta, con absoluta libertad.

Así discurren los extremistas, y lo curioso es que ellos, los llamados a dominar por la
fuerza, por el imperio de la violencia en la mayoría de los casos, emplean la dialéctica
liberal, acudiendo a las expresiones de nuestra doctrina. Hablan de la libertad, la invocan en
su auxilio, y caen en el individualismo; recuerdan el espíritu de la ley, y con tal actitud no
hacen sino reclamar la protección del Estado liberal.

De estas incongruencias hemos presenciado muchas en el decurso de las agitaciones


políticas de Europa, y también de nuestra América.

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El liberalismo de ayer, señores, no es el de hoy. Recordemos que los liberales ingleses
tuvieron siempre por divisa que todas las formas de régimen son mutables cuando han
dejado de ser útiles para el bien público. Hay que marchar de acuerdo con nuestra época.
No se olvide que la doctrina del partido esta inclinada a la obra reformadora.

El progreso no se logra a saltos, y las revoluciones, en la mayoría de las veces, son fracasos
rotundos. Casi siempre, por exceso de violencia, la semilla se malogra.

El respeto a 1a Constitución, a las leyes, no excluye una política de evolución, lenta y


segura. Y a ello, deben tender nuestros esfuerzos. No olvidarnos, en momento alguno, que
la enseña es reformar y construir.

Alienta en todos los ánimos el convencimiento de que hay que buscar nuevas orientaciones.
A la juventud le corresponde, ahora, en áreas de la grandeza nacional, desarrollar en la vida
de la paz - que es tierra fecunda - el plan de acción que requieren las ideas del liberalismo
para su resurgimiento. Y así veremos cumplidas, el plazo no lejano y para bien de los
hombres que aman la independencia, del espíritu, los anhelos siempre altruistas de la
doctrina liberal.

El liberalismo doscientos años después

La primera constitución liberal

Las ideologías nacen como un momento del proceso de secularización, cuando, a partir del
siglo XVI y de las guerras de religión, la religión se va reduciendo a moral, y cuando la
moral va siendo asumida por la política y el derecho como fines del Estado. Las ideologías
nacen cuando el Estado realiza la expropiación de los recursos de administración y adquiere
el monopolio de ellos, como sostenía Weber (1981), también cuando asume poco a poco las
tareas de la providencia, como indicaba Feuerbach (Cfr. Löwitz, 1974). El nacimiento de
las ideologías corre en paralelo con el proceso de consolidación del Estado moderno, que
convencionalmente se puede situar en el periodo que transcurre entre la paz de Westfalia de
1648 y las reformas del Estado de Reagan y Thatcher en los 70 del siglo XX.

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El 19 de marzo de 1812 se promulgó en Cádiz la primera constitución liberal de la historia
de occidente. En ella se recogían principios políticos que habían sido promulgados en la
Declaración de Derechos de Virginia de 1776 y en la Declaración de los Derechos del
hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa de 1789. A su vez, esos principios
políticos integraban los principios económicos con arreglo a los cuales funcionaba la
sociedad civil, establecidos por Adam Smith en Una investigación sobre la naturaleza y
causas de la riqueza de las naciones publicado en 1776, y una serie de convicciones sobre el
valor infinito del hombre, es decir, sobre la dignidad humana, fundamentada
filosóficamente por Kant en la Fundamentación para la metafísica de las costumbres de
1785.

La constitución española, promulgada 23 años después de la revolución francesa, fue una


primera proclamación de la dignidad del hombre, de la libertad, igualdad y fraternidad de
todos, y fue el reconocimiento de ella mediante una libertad de pensamiento, de expresión
así como de reunión, que tenían que ser garantizadas por el Estado, y mediante la
proclamación de unos derechos a la educación que tenían como correlato unos deberes y
acciones positivas por parte del Estado (Cfr., Ferrer Muñoz, 1993).

La reunión y la expresión del propio pensamiento había quedado englobado desde siempre
(desde los comienzos de la edad media) en los mecanismos feudales del vasallaje y de los
pactos y las lealtades de los nobles hacia la corona. Por su parte, la educación había sido
una tarea gestionada por la Iglesia y los gremios (de carácter religioso frecuentemente),
desde que la iglesia asumió la gestión de las parroquias y sedes episcopales tras la caída del
Imperio Romano, y más aún desde el nacimiento de las universidades en el siglo XI.

El desarrollo urbanístico y demográfico que se produce en Europa a partir del siglo XI da


lugar a que los nobles y los feudos vayan perdiendo poder y protagonismo y lo vayan
adquiriendo los habitantes de las ciudades, los ciudadanos. Este incremento del poder
ciudadano tiene también su expresión política en la Carta de Derechos Inglesa (Bill of
Rights) de 1689, que inspira las declaraciones de 1776 y 1789.

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El aumento del poder de los ciudadanos frente al de los nobles y los monarcas es el origen
del conflicto entre el Antiguo Régimen de la sociedad estamental monárquica y el Nuevo
Régimen de la sociedad liberal republicana.

Liberal aquí, en el siglo XVII y XVIII, significa mayoría de edad del hombre y del
ciudadano (según las expresiones de Rousseau y Kant), que asume su destino en sus
propias manos, afirmando su autonomía frente al poder y la autoridad de la Iglesia y del
Rey. Esta autonomía del hombre y del ciudadano se podía concebir, y se concebía, como el
ideal de la suprema excelencia humana, pero que ya no estaba encomendado a la Iglesia ni
al rey, sino al hombre mismo, a la institución humana que asumía su tutela y su garantía, a
saber, el Estado, que por su propio dinamismo genético manifestaba cada vez más un
carácter administrativo, técnico y laico.

El fin de la sociedad civil y del Estado no era la salus animarum, la salvación de las almas,
por mucha importancia que se le concediera a tal objetivo, sino la vida terrena. En esa vida
terrena, los ciudadanos y el Estado veían también los supremos ideales humanos, tal como
antes los proclamaba la religión, pero en su autonomía temporal, la cual tenía también su
propia legitimidad religiosa, puesto que así es como había querido Dios a los hombres. Y
eso ya lo habían proclamado los juristas que habían ido desarrollando la doctrina del
derecho natural desde Francisco de Vitoria y Domingo de Soto hasta Hugo Grocius y
Samuel Pufendorf, y había precipitado en la teoría de la república de los hombres iguales
elaborada por Tomas Hobbes en su Leviatán en 1651.

Nacimiento del Estado moderno quiere decir equipo de individuos autónomos que gestiona
la libertad de una sociedad formada por individuos autónomos.

Esto puede ser una breve exposición de cómo y porqué aparecen las ideologías. Otro asunto
diferente es el de cómo y por qué aparece la ideología liberal.

Los ideales y proyectos liberales

Las declaraciones y las reformas políticas normalmente responden a situaciones sociales,


económicas y culturales en general, que no pueden ser adecuadamente gestionadas con las

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ideas e incluso con las estructuras de gobierno propias de las instituciones vigentes en tales
momentos, que normalmente han sido generadas para gestionar la vida común en
situaciones y circunstancias en extinción o ya desaparecidas.

No es posible sentir la necesidad de transferir parte del poder y la responsabilidad política


de los nobles y el monarca a los ciudadanos si no hay suficiente número de ciudades y de
ciudadanos, si estas ciudades y ciudadanos no tienen más relevancia económica que los
habitantes de los palacios y las tierras de los nobles y reyes. Y no hay necesidad de
trasladar la corte desde los palacios ajardinados a los centros urbanos si la mayoría de los
parlamentarios no viven en la ciudad en lugar de vivir en sus respectivas fortalezas en
territorios que requieren defensa.

No hay territorios que necesiten especial defensa, si la actividad que se desarrolla en las
ciudades es la más relevante desde el punto de vista económico, y si en ellas se concentra la
mayoría de la población del reino, entonces los palacios, las cortes palaciegas y el régimen
de gobierno basado en válidos y militares se puede experimentar como obsoleto. Entonces
los ciudadanos pueden pensar con nostalgia en antiguos sistemas republicanos, como los
que tenían los griegos y los romanos cuando las ciudades eran lo decisivo en sus vidas. Es
en esta perspectiva en la que puede encontrarse respuesta a la pregunta sobre cómo y por
qué surge la ideología liberal.

Los ideales y proyectos liberales provenían de una situación de hecho larga y lentamente
preparada a la que ya se ha aludido. Estabilidad de fronteras y de pactos entre reinos.
Desarrollo demográfico. Desarrollo urbano. Desarrollo cultural. La actividad económica del
campo se mantiene constante y aumenta la de la ciudad. Aumenta el comercio y la
industria. Primero artesanal y luego mecánica. Las universidades se multiplican porque
saber leer y escribir y saber las cuatro reglas es un buen modo de ganarse la vida, y porque
cada vez hace falta más saber eso para ganársela. Cada vez hay que saber más para ganarse
la vida. O bien mientras más se sabe más fácilmente se gana uno la vida.

La mayoría de los monarcas toman conciencia de todo este proceso a la vez que los
ciudadanos, y se proponen elevar el nivel de instrucción pública, moralidad, higiene,
cultura, etc., de los ciudadanos por otros medios y desde otras perspectivas distintas de las

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contempladas por ellos. Es lo que se denomina despotismo ilustrado, y que consiste en
sacar despóticamente de su ignorancia, de su minoría de edad, a los ciudadanos que no
pueden querer salir de ella por sí mismos precisamente porque no saben que hay otra
situación mejor, porque están sumidos en la ignorancia.

La clase de los ciudadanos crece no solamente por su propia dinámica demográfica, sino
también por emigración a la ciudad de la población que trabaja en el campo, que no eran
ciudadanos sino, justamente, campesinos, o bien siervos de los nobles y señores feudales.

La población feudal es por una parte militar y móvil, según las necesidades de defensa y de
conquista del territorio, por otra parte campesina y fija, pero vinculada en ambos casos al
noble que detenta la autoridad y el poder. Como los antiguos cazadores recolectores, los
señores feudales llevan sus propiedades y sus gentes consigo según las necesidades de
defensa y conquista (Cfr. Livi Baci, 1999).

Al desaparecer las necesidades de defensa y conquista, disminuye la clase militar y


aumenta la clase de quienes ejercen tareas de la ciudad y para ella, y se concentra más
población en la ciudad. Entonces la vinculación de la población a quien organiza la vida y
detenta el poder ya no es la de grupos de individuos con gran movilidad que siguen a sus
jefes, sino la de muchos individuos con gran estabilidad cuyos jefes viven con ellos.

El desarrollo de la administración urbana lleva consigo la progresiva sustitución de la


jurisdicción personal por la territorial. La vinculación personal de los individuos al poder
del noble y a su estirpe, que son quienes organizan la vida simple, móvil e incierta de la
comunidad (la nobleza feudal), se sustituye por la vinculación al poder de quienes
organizan la vida compleja, estable y segura de la ciudad. Pero la continuidad de quienes
detentan el poder no tiene por qué basarse en tener todos la misma sangre, ser de la misma
estirpe, y tener el mismo carácter valeroso y guerrero. Es más ventajoso basar la
continuidad de los jefes en el conocimiento de las funciones urbanas.

Este proceso puede describirse casi como un fenómeno físico dependiente de la demografía
y de las formas más adecuadas de organización en orden a la supervivencia, como un
proceso de física social, que es el punto de vista que le gustaba adoptar a Hobbes y como a

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él le gustaba llamarlo. Pero al igual que procesos físicos tan pacíficos como la primavera y
el deshielo llevan también consigo mucha violencia, inundaciones, destrucción de
configuraciones anteriores y creación de otras nuevas. Destrucción de un derecho y
emergencia de otro nuevo.

El derecho es el reconocimiento y la expresión de la verdad de la vida, es la formalización y


legitimación de los hechos. Pero el plano de las formulaciones intelectuales promulgadas
por escrito y conocidas y vividas por todos no es el plano de las configuraciones sociales
efectivas, y, sobre todo, no cambian al mismo ritmo.

Los cambios en las configuraciones sociales pueden ser interpretados como atentados
contra la ley y el orden establecidos, es decir, como comportamientos ilegales o como
delitos. Y las propuestas de cambios en las formulaciones legales pueden ser vistas como
delitos mucho más graves, como atentados contra la legitimidad del orden social y contra la
identidad de la comunidad, como una revolución. Eso es lo que pasó con los ideales y
proyectos liberales.

La configuración efectiva de las sociedades del Antiguo Régimen, de las sociedades pre-
urbanas, había generado un derecho según el cual el poder estaba vinculado a la sangre, a la
estirpe, a su vez, la tierra (la propiedad) también estaba vinculada a la sangre y el trabajo de
los siervos y los siervos estaban asimismo vinculados a la tierra.

Por eso el proceso de desarrollo urbano anteriormente descrito no es tan natural ni tan
pacifico como la llegada de la primavera y el deshielo. O bien, es tan violento como la
llegada de la primavera y el deshielo. Para que se produzca llega un momento en que se
hace imprescindible que se rompa la vinculación entre la sangre y la tierra, de manera que
los nobles puedan venderla y los ciudadanos (la burguesía, la sociedad civil) comprarla, lo
cual era imposible según los ordenamientos jurídicos del Antiguo Régimen; también hace
falta que se rompa la vinculación entre el trabajo y la tierra, entre los siervos y la tierra, es
decir, hace falta que los campesinos puedan dejar de trabajar para los señores y marchar a
la ciudad a trabajar para los comerciantes y artesanos que generan las primeras industrias.
Esto también era imposible según los ordenamientos jurídicos del Antiguo Régimen (Cfr.
Tocqueville, 1983).

100
Así pues, la ruptura de la vinculación entre sangre, poder, tierra y trabajo fue un requisito
para el desarrollo de la administración urbana, para la racionalización y burocratización del
trabajo y para el desarrollo del Estado, todo lo cual resultaba imposible con las estructuras
de la sociedad estamental.

A su vez todo ello fue un requisito para el reconocimiento y la proclamación de la dignidad


humana y de la libertad, igualdad y fraternidad de todos los hombres. En efecto, la
universalización del mercado, es decir, que la tierra y el trabajo se puedan comprar y
vender, lleva consigo la universalización del salario, es decir, que todos los hombres
puedan vivir de su trabajo, y que el trabajo humano sea la medida del valor y del precio de
todas las cosas, que el valor y el precio del trabajo sea el reconocimiento del valor del
hombre, de la libertad y la igualdad de todos, y que, efectivamente el hombre sea la medida
de todas las cosas. Eso significa la desaparición de la servidumbre, y, sobre todo, la
abolición de la esclavitud, que tiene diferentes fases (1803 Haití, 1807 Reino Unido, 1821
Colombia, 1823 Chile, 1829 México, 1837 España, 1865 Estados Unidos) (Cfr. Ricoeur,
1985).

En épocas antiguas, la Galia y la Hispania eran regiones ricas porque estaban llenas de
trigo, vides y olivos, en épocas modernas Perú y México eran territorios ricos porque
estaban llenos de oro y plata, a finales del siglo XVIII Inglaterra y Holanda eran países
ricos porque estaban llenos de ingleses y holandeses, es decir, llenos de ciudadanos que
hacían cosas que todos los demás querían.

Eso es lo que había descubierto Adam Smith en La riqueza de las naciones en 1776, una
mutación en la esencia de la riqueza, que ahora radicaba sobre todo en la actividad humana.
En relación con esa transformación de la riqueza iba resultando que un salario era más
barato que un esclavo (Smith, 1988; Cfr. Conac y otros, 1993).

El liberalismo irrumpe, pues, como ideología, como programa político conscientemente


buscado, como motivación para tomar el poder, como proyecto de ordenamiento jurídico y
social, porque una serie de transformaciones sociales y económicas hacen obsoletas las
estructuras administrativas anteriores, porque unas transformaciones culturales anulan la
vigencia de valores morales antiguos que empiezan a verse como inmorales, porque el

101
antiguo sentido de la dignidad humana basado en la estirpe es sustituido por un nuevo
sentido de la dignidad basado en el propio esfuerzo (Cfr. Sabine, 2000).

Si como antes se ha dicho, nacimiento del Estado moderno quiere decir equipo de
individuos autónomos que gestiona la libertad de una sociedad formada por individuos
autónomos, ahora se puede añadir que Estado moderno quiere decir Estado liberal, Estado
que promueve una sociedad formada por individuos autónomos. Esto puede ser una breve
exposición de cómo y porqué aparece la ideología liberal. Otro asunto diferente es el de
cómo y por qué aparece la ideología socialista.

102
Conclusión:

Este trabajo nos lleva a ampliar sobre todo lo concerniente al liberalismo porque nos ha
ayudado a conocer aspectos que no conocíamos de los que es el liberalismo a mayor
profundidad y sobre todo a conocer su historia, características y tipos, etc… Ya que el
liberalismo nos ofrece una sociedad basada en valores de libertad, igualdad, respeto y
responsabilidad, en la que todos podemos prosperar, enriquecernos y realizarnos como
personas.

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Glosario de términos

 Anglosajón: Que pertenecía a los pueblos germánicos que invadieron Gran Bretaña
en los siglos V y VI.
 Absolutismo: Régimen político en el que una autoridad domina todas las
manifestaciones del poder del Estado, que puede ejercer sin límites.
 Abolición: Suspensión o anulación de una ley o una costumbre mediante una
disposición legal.
 Antiestatismo: Tendencia política que propugna la supremacía de la acción
individual frente al control o la interferencia del estado.
 Anarquismo: Doctrina política que pretende la desaparición del Estado y de sus
organismos e instituciones representativas y defiende la libertad del individuo por
encima de cualquier autoridad.
 Anarcocapitalismo: Es una corriente que propone la eliminación del estado como
agente económico, la supresión total de los impuestos, al tiempo que aboga por el
libre mercado, la propiedad privada y condena el fraude.
 Autócrata: Persona que ejerce la autocracia.
 Abochornar: Causar sonrojo o rubor a una persona por hacerle sentir vergüenza.
 Antiliberalismo: Doctrina política, económica y social que es contraria al
liberalismo.
 Conservadurismo: Doctrina política que defiende el mantenimiento del sistema de
valores políticos, sociales y morales tradicionales y se opone a reformas o cambios
radicales en la sociedad.
 Contractualismo: Es una corriente moderna de filosofía política y del derecho, que
explica el origen de la sociedad y del Estado como un contrato original ...
 Despotismo ilustrado: Es un concepto político que surge en la Europa de la
segunda mitad del siglo XVIII.
 Dogmatismo: Actitud de la persona que no admite que se discutan sus
afirmaciones, opiniones o ideas.
 Estado Laico: El término Estado laico se utiliza para denominar al Estado, nación o
país que funciona de manera independiente de cualquier organización o confesión

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religiosa o de toda religión1 y en el cual las autoridades políticas no se adhieren
públicamente a ninguna religión determinada y en el cual las creencias religiosas no
influyen sobre la política nacional.
 Fascismo: Es una ideología, un movimiento político y una forma de gobierno de
carácter totalitario, antidemocrático, ultranacionalista, y de extrema derecha.
 Índole: Carácter o condición natural propia de cada persona, que la distingue de los
demás.
 Libertarios: El término libertario se caracteriza por su polisemia.
Etimológicamente, la palabra «libertario» significa «partidario de la libertad», y
puede ser un antónimo de autoritario, de determinista, o de esclavista, lo que
dependerá del significado de la palabra «libertad» que se esté usando.
 Libertarismo: Es una filosofía política y legal que defiende la libertad del
individuo en sociedad, los derechos de propiedad privada y la asignación de los
recursos a través de la economía de mercado (capitalismo de libre mercado).
 Minarquismo: Es una filosofía política que propone que el tamaño, papel e
influencia del Estado en una sociedad libre debería ser mínimo, sólo lo
suficientemente grande para proteger el espacio aeroterrestre de una nación.
 Magnánimo: Que tiene noble temperamento y grandeza de espíritu y se comporta
con generosidad.
 Propugna: Que significa 'defender, amparar, apoyar', no va seguido de la
preposición por, es decir, se propugna algo que se defiende y no se propugna por
algo.
 Plétora: Abundancia excesiva de una cosa.
 Protestantismo: Es un movimiento religioso que se originó en el siglo XVI para
referirse a los cristianos que se separaron de la iglesia católica tras la Reforma
protestante impulsada por Martín Lutero.
 Sectas: Organización, generalmente religiosa, que se aparta de las doctrinas
tradicionales u oficiales y toma carácter secreto para los que no pertenecen a ella;
especialmente cuando se considera que es alienante o destructiva para sus
seguidores.

105
Bibliografías:

https://es.wikipedia.org/wiki/Liberalismo

https://economipedia.com/definiciones/liberalismo.html

https://roderic.uv.es/bitstream/handle/10550/29273/Historia+del+Pensamiento+Pol%
EDtico+Moderno+05+LIBERALISMO.pdf?sequence=1

https://www.significados.com/liberalismo/

https://concepto.de/liberalismo/

http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-
69162016000200022

https://www.caracteristicas.co/liberalismo/

https://economia3.com/que-es-liberalismo/

https://www.uv.mx/personal/cebarradas/files/2012/09/LIBERALISMO.pdf

https://conversacionsobrehistoria.info/2019/06/05/liberalismo-una-introduccion-2/

https://www.monografias.com/trabajos/liberalismo/liberalismo

https://static1.squarespace.com/static/58d6b5ff86e6c087a92f8f89/t/5912718dbe659473
4946c1bd/1494380941246/von+Mises%2C+Ludwig+-
+Introduccion+al+liberalismo.pdf

https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Te%C3%B3ricos_del_liberalismo

https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/1/490/4.pdf

https://obtienearchivo.bcn.cl/obtieneimagen?id=documentos/10221.1/66438/1/193641.
pdf

https://obtienearchivo.bcn.cl/obtienearchivo?id=documentos/10221.1/13128/1/191351.
pdf

106
https://www.redalyc.org/pdf/364/36440846002.pdf

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