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María G. Amilburu
Introducción
¿Es posible enseñar a alguien a que quiera hacer el bien? ¿Podemos aprender a
querer obrar rectamente? Estos interrogantes con los que se concluía el capítulo
anterior plantean la condición de posibilidad de la Educación Moral porque, en el fondo,
lo que se está cuestionando es la capacidad de educar la voluntad sin ir en contra de su
característica más sobresaliente: la libertad o capacidad de autodeterminación.
Para poder responder adecuadamente estas preguntas es preciso estudiar en
primer término, cuál es la estructura interna del acto voluntario -cómo lleva a cabo la
voluntad su acto propio- y qué dimensiones de la persona están implicadas en la acción
libre
Pero esto no basta porque, de la misma manera que la vida humana no es un
asunto exclusivamente biológico, la existencia personal tampoco se reduce a una mera
sucesión temporal de acciones libres, sino que se constituye como un fenómeno
biográfico. Llegar a la plenitud, es decir, alcanzar la perfección propia de nuestra
naturaleza, constituye el bien último que da sentido y ordena todos los demás fines
particulares que nos proponemos -que adquieren, por tanto, la condición de medios en
relación con él-. Nuestra vida se ordena a la realización de un proyecto que cada uno se
traza y que se considera, de manera genérica, como lo que da sentido a la existencia, lo
que hace feliz.
Estos dos aspectos -la adecuada comprensión de la naturaleza de los actos
voluntarios y el análisis del sentido de la existencia- son fundamentales para determinar
si es posible la Educación Moral, es decir, si se puede ayudar a la voluntad a que
realice mejor sus actos; pues en esto consiste precisamente la educación: en prestar una
ayuda perfectiva y eficaz que sea respetuosa con la naturaleza del agente.
En el caso de que sea posible la Educación Moral -como aquí se sostiene- el
paso siguiente consistirá en determinar cómo se puede llevar a cabo esta tarea, qué
medios es posible emplear, cuál es la metodología más adecuada a seguir, etc. Aquí nos
*
Publicado ”, en RUIZ CORBELLA, M. (Coord.), Educación Moral: aprender a ser, aprender a
convivir, Ariel, Barcelona, 2003, pp. 35-52.
2
1
Para los aspectos más técnicos de este apartado he utilizado la monografía de RODRÍGUEZ LUÑO, A.
(2001): Ética General, Pamplona, EUNSA, 4ª ed. renovada.
4
actividades más básicas del hombre y descansan sobre ellas. En consecuencia, es muy
difícil separar lo puramente sensitivo de lo racional en el ser humano, ya que estos
ámbitos están conectados recíprocamente en el plano funcional.
La libertad de que gozan los seres humanos, como ya vimos en el capítulo
anterior, es una realidad estrechamente vinculada a la ausencia de instintos característica
de su naturaleza. El hombre carece de pautas de conducta preprogramadas con las que
hacer frente a sus necesidades vitales, por eso goza de una facultad racional y una
capacidad volitiva que es libre y le permiten autodeterminarse a obrar.
Por carecer de instintos, el ser humano debe prefijar cognoscitivamente el fin
de sus acciones y debe también proyectar cómo las va a realizar. En otras palabras: tiene
que determinar qué quiere hacer y cómo va a conseguirlo, antes de ponerse a actuar
para lograrlo. Así, todo lo que no está determinado por la biología o por algún tipo de
necesidad causal de orden físico, ha de ser proyectado por la razón práctica, querido
por la voluntad y ejecutado bajo su impulso. La actividad libre del hombre, además de
hacer posible su supervivencia biológica, configura la conducta moral de una persona;
porque todas sus acciones, aun siendo muchas y realizadas a lo largo de un amplio
periodo de tiempo, constituyen una forma de ser biográficamente unitaria a la que
llamamos carácter o personalidad moral, cuestión sobre la que volveremos más
adelante.
¿Qué caracteriza a una acción como un acto humano y lo distingue del resto de
los actos del hombre? Tradicionalmente se ha descrito la actuación libre como el
comportamiento gobernado por la razón y la voluntad, es decir, como una acción que
procede de un principio intrínseco (voluntad) con conocimiento formal del fin (razón) 2.
Que procede de un principio intrínseco, quiere decir que la acción tiene su
origen en el querer de la voluntad, que es la facultad apetitiva racional. Así, cuando uno
actúa libremente, la respuesta que mejor se ajusta a la pregunta "¿Por qué haces esto?",
es "Porque quiero". Uno podrá además aducir los motivos que le han llevado a querer
obrar de esa manera, pero si estos motivos han sido determinantes para la acción, es
porque el agente ha querido.
Tener conocimiento formal del fin, significa que el sujeto libre actúa
conociendo cuál es el fin de sus actos y lo conoce en cuanto fin, esto es, como objetivo
de su obrar. Por lo tanto, la acción humana no puede ser entendida adecuadamente como
2
Cfr. Ibid., pp. 175 y ss.
5
un "hacer" externo, separado del propósito interior del que procede y que lo inspira. La
descripción de cualquier acto libre debe comprender la unidad intrínseca que existe
entre la conducta exterior y el proyecto interior que ésta manifiesta. Si se atendiera sólo
a la ejecución, se estaría tratando a la acción humana como si fuera un simple evento
físico. Así pues, para comprender de modo adecuado qué significa obrar
voluntariamente, hay que ver la acción libre como un acto conscientemente originado
por mí. Para obrar libremente la persona debe saber qué hace cuando actúa y querer
hacerlo.
3
Cfr. GONZÁLEZ, A.M. (1997): Curso de Ética para Humanidades, Inédito.
6
perjuicio, porque lo que está en juego al obrar de ese modo es nuestra propia dignidad
como seres humanos.
Algo tiene carácter de bien o mal en sentido absoluto en cuanto se trata de un
bien o un mal que afecta radicalmente al desarrollo en plenitud de la vida humana, en
cuanto humana. De entre todos los vivientes, el hombre es el único ser para quien su
propia vida, su existencia, constituye una tarea: algo que debe lograr y que,
correlativamente, tiene la posibilidad de malograrse 4. Para el hombre, la vida no es sólo
un hecho sino un proyecto en el que debe empeñar su libertad; porque, como ya hemos
señalado, nacemos siendo hombres pero no siendo plenamente humanos. La distinción
entre la naturaleza humana y la persona a la que nos referíamos en el capítulo anterior es
la que hace posible que un ser en sí mismo digno, como es la persona, pueda
comportarse contrariamente a los dictados naturales y, por tanto, de manera indigna.
Sólo un ser libre puede trascender su propia naturaleza conduciéndola al más alto grado
de perfección, o bien actuar en contra de lo que es adecuado a ésta, lesionándola y
haciéndose a sí mismo moralmente reprobable.
Hay acciones malas en sí mismas -como, por ejemplo, la tortura- aunque el
agente las considere medios aptos para conseguir algún bien -como podría ser, en este
caso, obtener una información que le interesa-. Este tipo de acciones son siempre
reprobables según el principio ético de que el fin no justifica los medios; además, el mal
que producen al torturado y a la persona que infringe la tortura –que, por tratarse de
seres personales, son bienes en sí mismos- es muy superior al presunto bien que podría
suponer obtener esa información, que siempre tendrá condición de medio, es decir, de
bien para algo.
Además de decidir el fin de la acción, una de las principales tareas que hay que
realizar para obrar libremente consiste en conectar los medios con los fines. La
diferencia entre medios y fines es relativizable en sus pasos intermedios -así, el fin de
una acción puede considerarse medio para otra -como es el caso de querer aprobar un
examen para obtener un título, para poder ejercer una profesión, para obtener el dinero
suficiente y la estabilidad profesional necesaria para formar una familia, etc.-; pero esta
diferencia es absoluta en sus extremos, porque hay cosas que sólo pueden ser medios -
como el dinero- y otras que poseen en sí mismas el rango de fines -como es el caso de
las personas o la felicidad-.
4
En relación con este tema, es paradigmático el pensamiento del danés S.Ä. Kierkegaard. Cfr. GARCÍA
AMILBURU, M. (1992): La existencia en Kierkegaard, Pamplona, EUNSA, pp. 238-247.
7
Así, hay que concluir que aunque el agente siempre obra impulsado por el
deseo de alcanzar un fin que tiene carácter de bien, el móvil de su acción puede ser un
bien verdadero o un bien aparente. Se trataría de un bien aparente cuando lo que se
considera bueno, es en realidad, algo malo en sí mismo que no se capta como tal, o algo
que no es bueno para el agente dada su situación particular, o es un medio no apto,
desproporcionado, para conseguir el fin si se considera el conjunto de la ordenación
teleológica de los medios y los fines de la acción humana.
Como la captación correcta o incorrecta de la realidad en cuanto buena y
adecuada para la existencia humana corre a cargo, fundamentalmente, de la inteligencia
-aunque los sentidos y la afectividad también intervengan en el proceso de
conocimiento-, es de gran importancia educar la dimensión cognoscitiva del ser humano
como condición necesaria para una adecuada formación de la voluntad. Por eso, como
ya señaló Sócrates, uno de los aspectos fundamentales de la educación de la voluntad
debe orientarse a mejorar el conocimiento de la verdad, a favorecer la adquisición del
saber.
Se han definido los actos voluntarios como aquellas acciones que proceden de
un principio intrínseco con conocimiento del fin; y también como los actos
conscientemente originados por la persona.
La voluntariedad es la cualidad propia de los actos libres que designa la
manera peculiar que tiene la voluntad de tender a su fin. Esta propiedad nos permite
reconocer al acto libre como esa acción en la que se cumplen las cuatro notas
siguientes 5:
a. Se trata de un acto consciente. Esto significa que la acción libre ha sido
proyectada deliberadamente 6. Este proyecto incluye, por tanto, un juicio intelectual en
la estructura misma del acto.
5
Cfr. RODRÍGUEZ LUÑO, A., Ética General, p. 177.
6
Es importante no confundir la deliberación del proyecto con la reflexión posterior que pueda hacerse
sobre él. La reflexividad no es un elemento necesario para que la acción sea libre.
8
7
Cfr. VERNEAUX, R. (1977): Filosofía del hombre, Barcelona, Herder, pp. 152-154.
10
que la persona se ha propuesto. Para determinar qué medios son los más aptos se abre
nuevamente el diálogo entre la razón y la voluntad. La primera pondera los pros y los
contras de cada una de las posibilidades que se le ocurren con vistas a la compra. La
voluntad interviene en este proceso deliberativo del entendimiento descartando algunos
medios y consintiendo en otros. Así se va perfilando el tipo de coche que quiero
comprar: nuevo, pequeño, de marca nacional, color rojo, etc. Este proceso deliberativo
podría prolongarse hasta el infinito, porque todo lo que conocemos o es un bien
limitado, o lo conocemos limitadamente; todo, por lo tanto, presenta ventajas e
inconvenientes. La razón podría seguir considerando indefinidamente las ventajas y los
inconvenientes de las distintas posibilidades: si es un coche pequeño se aparca mejor,
pero es poco vistoso; si es nuevo tengo más garantías mecánicas, pero resulta más caro;
si lo compro ahora lo disfruto ya, pero si espero a rebajas me resulta más económico,
etc.
Llega un momento, por tanto, en el que hay que decidirse, y la voluntad elige
una de las posibilidades que tiene ante sí porque quiere, ya que las razones que le
presenta la inteligencia no son necesariamente concluyentes desde el punto de vista
lógico. Incluso en el caso en que lo fueran, la voluntad siempre conserva la capacidad
de decidir en contra de lo que parece más razonable. ¿Por qué? Porque quiere. Para
percibir en toda su nitidez la capacidad de autodeterminación de la voluntad, hay que
considerar además, que es precisamente ella, la facultad que establece cuál va a ser el
criterio que primará sobre los demás -económico, estético, o de seguridad, etc.-; y aún
después de haberlo hecho, siempre puede actuar en contra de su propio criterio. Para
sustentar la verdad de estas afirmaciones, basta apelar a la experiencia que tiene cada
uno de nosotros como agente libre. ¿No hemos actuado alguna vez en contra o al
margen de lo que considerábamos razonable, simplemente porque nos ha dado la gana?
Pues bien, una vez que se ha determinado el fin de la acción y se han elegido
los medios que se van a emplear para conseguirlo, hay que poner por obra los actos que
llevarán a lograrlo efectivamente. De nuevo, es es el entendimiento el que planifica,
combina y pone en orden las acciones que habría que ejecutar; y la voluntad manda a las
potencias sensitivas y locomotoras que realicen los actos correspondientes.
Cuando ya se ha conseguido el fin que el agente se proponía al obrar, la
voluntad descansa en él y la persona disfruta, goza. Si, por el contrario, no se ha podido
alcanzar el fin o, habiéndolo logrado, no responde a las expectativas que se habían
previsto, se experimenta un sentimiento de frustración o fracaso.
11
Retomando algunas de las ideas principales que se han tratado en los apartados
anteriores, recordemos que el rasgo que define a los actos libres es el hecho de que se
trata de acciones realizadas porque la persona quiere, sin haberse visto obligada a obrar
de esa manera por factores externos, ni tampoco por motivos interiores. Nada ni nadie le
determina desde fuera y tampoco actúa impelida internamente por la fuerza lógica de la
argumentación porque, como también se ha visto, la voluntad puede obrar en contra o al
margen de los criterios que ella misma ha establecido y jerarquizado y en contra o al
margen de lo que presenta como razonable la deliberación intelectual.
En consecuencia, cuando una persona obra libremente es dueña de sus actos,
porque esa conducta tiene como origen y causa la decisión autónoma de su voluntad.
Por lo tanto, el agente está en condiciones de responder de su obrar ante quien le pida
cuentas: ante la legítima autoridad -divina o humana- y, de manera aún más apremiante
desde el punto de vista subjetivo, cada uno debe dar razón de lo que hace ante sí mismo.
Por último, también se es responsable ante la totalidad del universo y, en mayor medida,
ante los demás seres humanos porque, dado que somos seres corpóreos y sociales por
naturaleza, nuestras acciones repercuten de manera más o menos directa en las vidas de
otras personas singulares, en el entramado de las relaciones humanas y en el conjunto
del universo material que habitamos.
No hay acciones libres que sean, en sentido estricto, moralmente neutras o
indiferentes, porque mientras que el punto de vista técnico tiene presente, de modo
exclusivo, la consecución de fines particulares, la perspectiva moral es aquella que
contempla la acción humana como buena o mala en relación con el perfeccionamiento
del hombre considerado en su totalidad. El fin natural que, como seres vivos
conscientes, encontramos impreso en nosotros mismos es conducir nuestra naturaleza a
la perfección que le es propia.
Esta finalidad de la existencia humana no está simplemente "puesta", ni es
"inventada", sino que se halla de antemano en nosotros como aquella suprema
aspiración constitutiva de nuestra vida a la que los griegos llamaron eudamonía, que se
traduce habitualmente como felicidad, y que no debe confundirse con un estado de
euforia subjetivo. Por eso, algunos autores prefieren traducir eudamonía por vida
lograda, que indica el producto objetivo de un proyecto racional optimizante: una
12
8
Cfr. SPAEMANN, R. (1999): "La ética como doctrina de la vida lograda", en Atlántida, n.3, pp. 17-27.
9
Cfr. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, II, 9, 1179 b 4-11.
13
habrá que tener en cuenta tanto las diferencias propias de los seres personales, como la
común naturaleza humana que comparten.
Cuando nos preguntamos en qué consiste, objetivamente, una vida humana
lograda, nos estamos moviendo en la dimensión de igualdad del género humano. ¿Qué
se puede decir a este respecto? En ocasiones, cuando se trata de cuestiones complejas,
como es el caso que ahora nos ocupa, es mejor aproximarse a ellas utilizando una vía
negativa. Por eso nos resulta más fácil enumerar aquello sin lo que no es posible vivir
una existencia lograda. Analizando la estructura psicosomática del ser humano se puede
afirmar que cuando el hombre no tiene cubiertas de manera mínimamente digna las
necesidades biológicas -comida, vestido, cobijo, etc., es muy difícil que se pueda hablar
de una vida plenamente humana. Asimismo, el hombre tiene otro tipo de necesidades
afectivas, intelectuales, volitivas, etc., a las que es necesario atender para que pueda
desarrollarse una vida lograda. En ese sentido, la ausencia de vínculos personales -la
soledad, el amor no correspondido, el desprecio, etc.- así como la ignorancia o la falta
de libertad son contrarias a la felicidad humana.
Por lo que respecta a la vivencia subjetiva de la felicidad -que es la que más
interesa a cada uno en el plano existencial- ésta se halla íntimamente vinculada a que la
persona encuentre sentido a lo que hace: tanto a cada uno de sus actos singulares como
a la vida considerada en su conjunto.
Cuando se trata de la felicidad personal, no basta con que se den las
condiciones objetivas que se consideran indispensables para que el hombre pueda
sentirse dichoso, sino que es necesario además percibir que la propia existencia es
valiosa -que es útil para algo y, sobre todo, que le importa a alguien- ya que, de lo
contrario, toda la vida se vuelve irrelevante.
La diferencia que existe entre las condiciones objetivas y el contenido
subjetivo de la felicidad es semejante a la distinción que se establece entre el método de
la explicación, característico de las Ciencia Experimentales y la interpretación, propia
de las Ciencias Humanas.
Las Ciencias Experimentales persiguen el ideal de la verificación y buscan una
instancia en la que se resuelvan las posibles diferencias de juicio. Las Ciencias
Humanas, por el contrario, descansan muchas veces sobre la capacidad de comprensión
y sensibilidad del investigador. En otras palabras, en las Ciencias Humanas es necesaria
una cierta dosis de intuición y ésta no es comunicable. No se trata de acumular cada vez
más datos, de haber sido iniciado en unos sistemas de razonamiento lógico-formales o
15
de la combinación de las dos cosas. Las Ciencias Humanas no se pueden formalizar: son
conocimientos en los que se avanza gracias a una cierta iluminación interior de carácter
intuitivo, casi artístico.
Las acciones concretas y los momentos singulares tienen sentido si es posible
integrarlos en un proyecto al que también pueda atribuírsele una significación. Para que
el proyecto que se hace para la propia existencia tenga unas mínimas posibilidades de
conducir efectivamente hacia la felicidad es necesario que cumpla algunas condiciones
que pueden, grosso modo, reducirse a estas dos: debe poder encuadrarse en lo que, en
sentido objetivo, puede constituir una vida humana lograda; y ha de ser congruente con
las condiciones individuales de la persona que lo formula.
Desde el punto de vista objetivo, el proyecto existencial debe estar conforme
con las condiciones generales de la perfección de la naturaleza humana que ya hemos
mencionado. En su vertiente subjetiva, el modelo de existencia que la persona proyecta
para sí misma debe tener en cuenta sus condiciones particulares, pues cada persona es
una modalización concreta de la naturaleza humana y no existe nadie que sea un "ser
humano en general".
Para acertar en proyecto existencial que cada uno formula para sí, conviene
recorrer un camino que pasa por tres etapas: el conocimiento propio, la aceptación de sí
mismo y la propuesta de una meta ambiciosa pero asequible.
Antes de cualquier posible formulación de lo que uno quiere llegar a ser es
necesario esforzarse por conocerse a sí mismo. La pregunta ¿Cómo puedo ser feliz? Es
sustituible por estas otras: ¿Qué quiero llegar a ser?, o ¿Cómo quiero llegar a ser? Pues
bien, para poder emprender la tarea de llegar a ser lo que uno se ha propuesto es
imprescindible conocer la meta que se desea alcanzar y también es igualmente necesario
saber el punto desde el que se parte; en este caso, quién soy yo, cómo soy yo. Este
conocimiento debe abarcar los aspectos biológico, psicológico, biográfico y
sociocultural del ser humano, pues todos ellos forman parte de lo que es la persona
concreta.
Además del conocimiento propio, si se quiere llegar a ser feliz, es necesaria la
aceptación de uno mismo, tal como se es. El conocimiento propio proyecta luces y
sombras sobre nuestra persona, aspectos que nos gustan y otros que nos parecen
negativos; esto es lógico pues no hay nadie perfecto ni tampoco situaciones o biografías
que no sean mejorables. Pero, aun rechazando todo conformismo, hay que aceptar la
realidad tal como es. Todo defecto tiene su aspecto positivo anejo, y viceversa. Lo
16
10
Cfr. TAYLOR, Ch., "Interpretation and Sciences of Man", en The Review of Metaphysics, vol. 25, p.
12.
17
7. La educación de la voluntad
11
Cfr. BAUMAN, Z., Hermeneutics and Social Science. Approaches to Understanding, Hutchinson,
London, 1978, p. 206.
18
propio modo de ser. Esto suponía cuestionarnos dos asuntos: la posibilidad de formar a
las personas para que hagan un buen uso de su libertad y cómo se podía llevar a cabo
esta tarea.
En algunos ambientes, la expresión "Educación Moral" sugiere, erróneamente,
un proceso por el que se hacen asimilar a un sujeto una serie de normas éticas o
religiosas de manera irreflexiva. Aquí, por el contrario, entendemos la Eormación Moral
como la tarea formativa que busca ayudar a cada persona para que adquiera la
autonomía necesaria que le permita obrar de acuerdo con lo que piensa que debe hacer,
después de haberse informado adecuadamente.
Ya se ha señalado que el objeto propio de la voluntad es el bien conocido
intelectualmente y que obrar bien hace mejor al sujeto, que va forjándose así un carácter
moral. La Educación Moral debe afrontarse, por tanto, desde los dos ámbitos que están
implicados en la acción humana: hay que actuar a nivel intelectual y a nivel volitivo.
Para ello, es preciso emplear recursos lógicos y recursos retóricos: ambos actúan
complementándose mutuamente de manera eficaz, como causas instrumentales del
aprendizaje y facilitadores de la formación moral.
Por un lado deben emplearse recursos lógicos porque, como también se ha
dicho, parte importante de la educación moral se orienta a perfeccionar el conocimiento
de la realidad. Ésta es una premisa necesaria para que el agente moral pueda formular
juicios acertados acerca de lo que es o no bueno -tanto en sentido absoluto, como para
él, aquí y ahora-.
Para esto, además de transmitir información -contenidos verdaderos- se deben
fomentar una serie de disposiciones o hábitos intelectuales que proporcionan las
herramientas racionales necesarias para poder seguir avanzando autónomamente en el
conocimiento de la verdad. Éstas son, por ejemplo:
a. La atención y el respeto a la realidad. Cada una de las realidades que nos
rodea y nosotros mismos tenemos un modo de ser peculiar. La primera condición para
obrar bien consiste en dejar que esa realidad nos hable, respetando la naturaleza de
cada cosa, sin confundir lo que es con lo que nos gustaría que fuera.
b. Evitar dejarse llevar por prejuicios. Esta actitud, estrechamente
relacionada con la anterior, exige realizar el esfuerzo de eliminar cualquier tipo de
prejuicio que se pueda tener en relación con determinadas cosas, personas, grupos
sociales, etc. Sólo así se estará en condiciones de dejar hablar por sí misma a la
realidad.
19
12
Cfr. NAVAL, C. (1992): Educación, retórica y poética, Pamplona, EUNSA.
13
Cfr. RUIZ RETEGUI, A. (1990): "Maestros y profesores", en Nuestro Tiempo, marzo 90, pp. 66-70.
21
en la práctica una vida excelente constituye el camino más adecuado para que los
hombres quieran, libremente, ser mejores.
Bibliografía