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Canadian Journal of Latin American and Caribbean

Studies / Revue canadienne des études latino-


américaines et caraïbes

ISSN: 0826-3663 (Print) 2333-1461 (Online) Journal homepage: https://www.tandfonline.com/loi/rclc20

Las conversaciones de paz en Colombia y el


reconocimiento de los cultivadores de coca como
víctimas y sujetos de derechos diferenciados

María Clemencia Ramírez

To cite this article: María Clemencia Ramírez (2017) Las conversaciones de paz en Colombia y
el reconocimiento de los cultivadores de coca como víctimas y sujetos de derechos diferenciados,
Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies / Revue canadienne des études latino-
américaines et caraïbes, 42:3, 350-374, DOI: 10.1080/08263663.2017.1379135

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CANADIAN JOURNAL OF LATIN AMERICAN AND CARIBBEAN STUDIES, 2017
VOL. 42, NO. 3, 350–374
https://doi.org/10.1080/08263663.2017.1379135

Las conversaciones de paz en Colombia y el reconocimiento


de los cultivadores de coca como víctimas y sujetos de
derechos diferenciados
María Clemencia Ramírez
Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Bogotá, Colombia

RESUMEN HISTORIA DE ARTÍCULO


En este artículo argumento que en Colombia la guerra contra las Recibido 14 junio 2016
drogas viene siendo influenciada por el discurso de verdad, Aceptado 15 octubre 2016
reparación y reconciliación en el marco de las negociaciones de paz
PALABRAS-CLAVES
con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia),
Ciudadanía; campesinos
evidenciándose en el reconocimiento de los campesinos cocaleros cocaleros; derechos cultur-
como víctimas por parte del gobierno, así como en la apropiación de ales; política de la inclusión;
dicho discurso por parte de los campesinos cocaleros al replantear su negociaciones de paz;
lucha por su descriminalización en términos de la demanda de su Catatumbo; Putumayo
reconocimiento como sujetos políticos con derechos diferenciados.
Dos puntos centrales sobresalen en esta demanda: primero, que los KEYWORDS
Citizenship; coca growers;
campesinos cocaleros asumen su situación de víctimas no sólo del
cultural rights; politics of
conflicto armado sino del narcotráfico y segundo, que se posicionan inclusion; peace
como grupo social que, aunque no étnicamente diferenciado como los negotiations; Catatumbo;
pueblos indígenas y afros, se definen como grupo culturalmente Putumayo
diverso que, requieren se les garantice sus derechos y continuidad
como grupo social y político con arraigo en el campo. Sostengo
que más allá del ejercicio de la política de la identidad, se trata del
ejercicio de la política de inclusión diferenciada que conlleva la
redefinición de la ciudadanía y la puesta en marcha de acciones regidas
por el principio de la interculturalidad.

ABSTRACT
In this article I argue that the conduct of the war on drugs in Colombia
has been influenced by the discourse of truth, reconciliation, and
reparation at the core of the peace negotiations with the FARC
(Revolutionary Armed Forces of Colombia). The government’s recogni-
tion of peasant coca growers (campesino cocaleros) as victims of the
conflict is one example of this influence, and another is the cocaleros’
own appropriation of the discourse of reparation to frame their strug-
gle for decriminalization as a demand for recognition by the state as
political subjects with special rights. This demand brings up two points.
First, campesino cocaleros consider themselves victims of both the
armed conflict and widespread drug trafficking in the rural areas where
they live and work. Second, although, unlike Colombia’s indigenous
and Afro-descended populations, they share no identifying ethnic
identity, they identify as a culturally diverse social and political group,
whose rights and survival must be defended based on another defin-
ing characteristic: their rootedness on the land. I argue that this

CONTACTO María Clemencia Ramírez clema15@yahoo.com


© 2017 CALACS
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defense goes beyond the exercise of the politics of identity to the


exercise of the politics of differentiated inclusion, which entails the
redefinition of citizenship and the setting up of actions based on
principles of interculturality.

Desde 1997 Colombia se convirtió en el mayor productor de hoja de coca de la Región Andina
destinada al narcotráfico, sin tener una historia de ancestralidad y de patrimonio nacional de
la hoja de coca como la de Bolivia y Perú. La población indígena en Colombia representa un
3.4% de la población y solo algunos grupos la cultivan, de manera que son los pequeños
campesinos colonos quienes asumieron su producción. Para mediados de los 90 la región de
Colombia donde se concentraron la mayor parte de los cultivos fueron los departamentos de
Putumayo, Caquetá y Guaviare en la Amazonía Occidental de Colombia. Históricamente en
esta región han hecho presencia grupos armados no estatales que además de financiarse con el
narcotráfico, han configurado en estos lugares ordenes sociales alternos que compiten con el
estado central en el ejercicio de la autoridad y del control territorial, remitiéndonos al
imaginario de las dos Colombias que ha marcado la construcción del estado-nación colom-
biano (Ramírez 2015).
Los campesinos colonos que llegaron a la región provenientes del interior del país desde
finales del siglo 19 y durante el siglo 20 según diferentes oleadas migratorias, ya fuera por
fenómenos de violencia, de escasez de tierra o de búsqueda de trabajo en las compañías
petroleras, vieron llegar el cultivo de la hoja de coca a finales de los 70. El cultivo fue
promovido por los narcotraficantes, y para los campesinos se convirtió en una solución
económica para su subsistencia, por cuanto tenía el mercado asegurado como materia prima
para la producción de cocaína. La guerrilla, que en un principio trató de prohibir el cultivo,
terminó cobrando un impuesto denominado “gramaje”, primero a los compradores y después
a los productores de la hoja de coca, de manera que encontró en la cadena del narcotráfico una
fuente de financiación. A finales de 1997 llegan los paramilitares a esta región del suroccidente
de Colombia enarbolando la bandera contrainsurgente de combatir la guerrilla, pero en la
práctica entraron a disputarle a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) el
negocio, y tanto los unos como los otros lograron financiarse y sostener la guerra con los
dineros del narcotráfico. Para el 2000 la Amazonía Occidental contenía el 68% de los cultivos
del país. El Putumayo reportaba un 54% de la producción de hoja de coca y fue allí donde se
concentraron las acciones del Plan Colombia. Este programa de ayuda de los Estados Unidos
aumentó tanto la aspersión aérea con glifosato de los cultivos de uso ilícito iniciada en 1994
hasta su suspensión el 1 de octubre de 2015, así como el pie de fuerza militar como estrategias
para la lucha antidrogas. Los campesinos cocaleros fueron criminalizados por ser considerado
ilegal el cultivo de hoja de coca, además de ser acusados de ser auxiliares de la guerrilla solo
por el hecho de compartir el mismo territorio y, por lo tanto, fueron objeto de persecución
tanto por el ejército como por los paramilitares.
Después de 22 años de fumigaciones aéreas con glifosato, los cultivos de coca no han
desaparecido, sino que se han dispersado llegando a tener presencia en 21 de los 32
departamentos del país.1 Estos han mantenido su presencia en la Amazonia Occidental
donde se concentraban para 2014, el 37% de los cultivos (de los cuales 20% estaban en
Putumayo), seguido por Nariño con un 25%, sobre todo en la Costa Pacífica del departamento
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donde han migrado los cultivos por su facilidad para sacar el producto final, continuando con
el Catatumbo en Norte de Santander con un 10%, y el Meta en los Llanos Orientales con un
7%, es decir que estos departamentos concentran el 80% del total de los cultivos del país
(UNODC 2015). En 2014 el total de los cultivos en el país presentaron un aumento del 44%
con respecto al año anterior (de 48.000 has. a 69.000 has.) y en 2015 aumentó un 39% (a
96.000 has.) (UNODC 2016). Al compás de la expansión de los cultivos de coca, el conflicto
entre la guerrilla y los paramilitares por el control del negocio, con la consecuente afectación
de la población civil que se encuentra en medio de la confrontación de estos grupos armados,
se hizo presente en estos territorios. La región del Catatumbo, en el nororiente del país,
comparte con el Putumayo en el suroccidente, su situación de zona de colonización, su
marginalidad, la presencia de actores armados no estatales, en este caso, además de los
paramilitares y las FARC, del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y del Ejército Popular
de Liberación (EPL). Sus habitantes han vivido el conflicto de manera semejante y como en el
Putumayo, son los pequeños campesinos colonos quienes cultivan la coca para el mercado del
narcotráfico desde mediados de los 80 (CNMH 2015).
Los grupos indígenas que habitan estos territorios reciben un tratamiento especial con
respecto a los campesinos colonos, por tratarse de grupos étnicos culturalmente diferenciados
según la Constitución de 1991, en la que el estado reconoció la diversidad étnica y cultural de
la Nación Colombiana. Es así como en la Ley de Estupefacientes de 1986, se aclara que solo los
grupos indígenas pueden cultivar legalmente la hoja de coca según sus usos y costumbres.
Además, en el artículo transitorio 55 de la Constitución quedó establecida la elaboración de
una ley con el fin reconocerles a las comunidades afrocolombianas de las zonas ribereñas de la
Cuenca del Pacífico el derecho a la propiedad colectiva de sus tierras de acuerdo con sus
prácticas tradicionales de producción, así como un mecanismo para la protección de la
identidad cultural de los derechos de las comunidades afrocolombianas y para el fomento
de su desarrollo económico y social. Este artículo lo reglamentó la Ley 70 de 1993 o ley de
comunidades negras, que les reconoció derechos especiales equiparables a los de los pueblos
indígenas. Después de 25 años de la puesta en marcha de la Constitución de 1991, el
reconocimiento tanto de los pueblos indígenas como de los afrocolombianos como grupos
étnicos, dio lugar al establecimiento de una “ciudadanía diferenciada” en términos de Young
(1995) en cuanto a que sus derechos fueron definidos en relación a la pertenencia a
determinado grupo y a que estos grupos diferenciados han sido incorporados a la comunidad
política con representación como tales. Es así como cada uno de ellos tiene dos curules en el
Senado asignadas por circunscripción especial, es decir garantizadas, además de
reconocérseles la Consulta Previa2 cuando se va a desarrollar una obra de infraestructura
en su región que les pueda afectar. A partir del análisis de las discusiones que se dieron en el
marco de la Asamblea Constituyente, Bocarejo Suescún (2015, 35 y 80–1) resalta la impor-
tancia del territorio para la construcción de la noción de grupo étnico, de manera que “las
minorías se pensaron ancladas en espacios rurales” pero sobre todo “el territorio se convirtió
en la condición de posibilidad para la existencia de grupos étnicos pensados como colectivi-
dades ‘diferentes’”, de manera que “tanto el territorio como los sujetos étnicos se reconocieron
como colectivos”.
De este proceso no participan los campesinos mestizos por no ser reconocidos como
grupos étnicos y, en el caso de los campesinos cocaleros, son aún más excluidos de la
comunidad política al ser criminalizados por cultivar una planta considerada ilegal, de manera
que, desde las marchas de 19963 que tomaron lugar en la Amazonia Occidental, los
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campesinos cocaleros han demandado no solo su descriminalización, sino su reconocimiento


como campesinos y colombianos, pero sobre todo como ciudadanos con “derecho a tener
derechos” (Arendt 1949) y por lo tanto, su inclusión al estado-nación colombiano como
ciudadanos de “primera clase” (Ramírez 2001, 2011). Además, han luchado por la
implementación de formas democráticas de participación ciudadana que el estado ha regla-
mentado a partir de la Constitución de 1991.
La inclusión de estos territorios de frontera en conflicto al orden central, ha sido una
metanarrativa de la política pública dirigida a estas regiones marginales por parte de los
diferentes gobiernos (Ramírez 2015). En la coyuntura actual, aflora una nueva manera
de concebir la inclusión de sus habitantes tanto por parte del estado como de las
organizaciones campesinas de estas regiones que merece análisis. Hoy las reivindica-
ciones de los campesinos cocaleros están siendo resignificadas como resultado de
procesos de reconocimiento del conflicto armado y de sus víctimas por parte del
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gobierno, de las conversaciones de paz con las FARC, así como de los avances logrados
por los pueblos indígenas y afrocolombianos en el ejercicio de su ciudadanía diferen-
ciada, como se analizará a continuación. Me enfocaré en los campesinos cocaleros de la
región del Catatumbo, colindante con Venezuela en el noreste del país y del departa-
mento de Putumayo en la frontera con Ecuador en el suroeste, por cuanto son quienes
han liderado los procesos de resignificación de dichas reivindicaciones (ver mapa).
En este artículo, argumento que en Colombia la guerra contra las drogas viene
siendo influenciada por el discurso de la verdad, la reparación y la reconciliación en
el marco tanto de la Ley de Víctimas4 como de las conversaciones de paz del
gobierno de Juan Manuel Santos con las FARC,5 lo cual se evidencia en el recono-
cimiento de los campesinos cocaleros como víctimas por parte del gobierno, así
como en la apropiación de dicho discurso por parte de los campesinos cocaleros con
el fin de replantear su lucha por su descriminalización en términos de la demanda
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de su reconocimiento por parte del estado como sujetos políticos y de derechos


diferenciados. Dos puntos centrales se derivan de esta demanda de reconocimiento:
por una parte, se trata de que los campesinos cocaleros asumen su situación de
víctimas no sólo del conflicto armado sino del narcotráfico y, por otra, que se
posicionan como grupo social que, aunque no étnicamente diferenciado como los
pueblos indígenas y afros, se definen como un grupo culturalmente diverso que
comparte costumbres y tradiciones y que requiere se le garantice sus derechos y
continuidad como grupo social diferenciado con arraigo en el campo. Ha surgido
así, la demanda del establecimiento de una relación social igualitaria ya no de tipo
vertical sino “horizontal” (Clarke et al. 2014), la cual ha implicado el reconoci-
miento mutuo entre grupos subalternos y la puesta en marcha de acciones regidas
por el principio de la interculturalidad. Sostengo que más allá de un asunto relativo
al ejercicio de la política de la identidad, se trata del ejercicio de la política de
inclusión diferenciada que ha conllevado la redefinición de la ciudadanía y de lo que
significa pertenecer y participar en la sociedad.
En este artículo busco develar los factores que han llevado a los cambios en el
discurso tanto del gobierno como de los campesinos cocaleros sobre este problema,
así como examinar las implicaciones para el movimiento campesino de estos cambios.
Primero estableceré unos antecedentes sobre el manejo dado por parte de los sucesivos
gobiernos al problema de los cultivos de coca; en segundo lugar, me referiré al
resurgimiento de la movilización de los cocaleros después de la desmovilización de
los paramilitares y sus características bajo el régimen discursivo del reconocimiento de
las víctimas, la verdad, la reparación y la reconciliación. En tercer lugar examinaré el
paro de los campesinos cocaleros que tuvo lugar en el Catatumbo durante 53 días entre
junio y agosto de 2013 y a raíz del cual se estableció una mesa de negociación con el
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gobierno donde se discutió la política antidrogas que se dirige a estas regiones margin-
ales y que mostró consonancia con las discusiones que se abordaron en las conversa-
ciones de paz entre gobierno y FARC en la Habana, metodología de diálogo que se
replicó en otras regiones; por último analizaré las implicaciones que tiene la demanda
de los campesinos de ser reconocidos como sujetos políticos y de derechos diferencia-
dos, en la definición de su participación como ciudadanos.

La política antidrogas y los campesinos cultivadores de coca a partir de


1994
Durante el gobierno de Ernesto Samper (1994–1998) Colombia llegó a ocupar el primer
lugar como país productor de hoja y pasta base de coca de la región Andina, – lugar que
mantiene hasta el presente – y se inició la aspersión aérea con glifosato, la cual fue
declarada por el gobierno como innegociable con los campesinos afectados. De esta
manera el gobierno de Samper que había sido recriminado por haber recibido dineros
del narcotráfico en su campaña, endurecía las políticas antidrogas para mostrarle a
Estados Unidos resultados en la guerra contra las drogas. Durante las mesas de
negociación en el Putumayo y Caquetá entre campesinos cocaleros y representantes
del gobierno que se llevaron a cabo en 1996, las Fuerzas Armadas y el Fiscal General de
la Nación sostuvieron que se estaba negociando con delincuentes que debían ser
investigados por los órganos fiscales (Ramírez 2001, 104). Por consiguiente, ser reco-
nocidos como interlocutores válidos para negociar con el gobierno se tornó en el eje de
la negociación. Sostuve entonces que uno de los logros del movimiento cocalero fue el
reconocimiento de su condición de pequeños campesinos, y su incidencia en los
cambios en la política del Plan Nacional de Desarrollo Alternativo-Plante dirigida a
ellos como pequeños cultivadores, diferenciados de los grandes cultivadores de coca
(Ramírez 2001, 2011). Aquí vale la pena resaltar que los cultivadores de coca debieron
luchar hace 20 años por ser reconocidos como campesinos antes que criminales, lo cual
no se cumple para el caso de los cultivadores de coca en Bolivia y Perú a quienes en
ningún momento se les ha cuestionado su condición indígena o campesina, además de
que en ninguno de los dos países se ha adoptado la fumigación aérea, precisamente
porque la hoja de coca constituye y se reconoce parte del patrimonio ancestral andino.
Por su parte Andrés Pastrana (1998–2002) en su discurso de posesión estableció una
clara diferenciación entre las FARC y los narcotraficantes, como telón de fondo para el
inicio en enero de 1999 de las conversaciones de Paz con las FARC en el Caquetá, las
cuales se suspenden en febrero del 2002. Esta fecha coincide con dos años del inicio de
la implementación del Plan Colombia, –que conllevó una creciente militarización–, y se
encuentra a seis meses previos a la posesión de Álvaro Uribe que tiene lugar después del
11 de septiembre de 2001, lo que hace que confluyan la guerra contra las drogas y la
guerra contrainsurgente, que se redefine como una guerra contra el terrorismo.
Durante el gobierno de Álvaro Uribe (2002–2010) los cultivos de coca fueron considerados
principalmente como combustible del conflicto, lo cual llevó a la intensificación de la
fumigación y a que los programas de desarrollo alternativo llegaran a concebirse como planes
de seguridad, como lo constató el programa de Guardabosques que buscó el control del
territorio por medio del pago de subsidios a los campesinos que fueron representados como
“guardianes, protectores del espacio público”, o meros cooperantes de la Fuerza Pública en su
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misión de combatir los llamados grupos terroristas (Ramírez e Iglesias 2010). Como lo señala
Alex Huezo en su artículo en este número, el Plan Nacional de Consolidación Territorial que
se lanzó en 2007 como la segunda fase de Plan Colombia, enfatizó la erradicación forzada de
los cultivos de uso ilícito como un medio para lograr la “seguridad del territorio”, condición
para desarrollar los programas de desarrollo alternativo e infraestructura. La securitización de
la política pública dirigida a regiones marginales y periféricas como el Putumayo y el
Catatumbo se legitimó por considerar el narcotráfico amenaza de la seguridad global,
llevando a la criminalización del pequeño cultivador de coca hasta el punto de proponer la
aplicación de la extinción de dominio a sus propiedades, sin considerar en ningún momento
las causas estructurales que lo llevaron a cultivar coca. Además, durante este periodo se
intensificaron los encarcelamientos y la judicialización de los pequeños productores y
cultivadores de coca bajo la Ley 30 de 1986 o Estatuto de Estupefacientes, acusados de
porte individual de hoja de coca o pasta base (INDEPAZ 2015).
Por otra parte, y en consonancia con dicha militarización de la guerra contra las drogas,
a partir de 1997 con la creación de las Autodefensas Unidas de Colombia-AUC y hasta el
2005 las regiones cocaleras reciben el embate de las fuerzas paramilitares – con la anuencia
de algunos miembros de las fuerzas militares –, que llegan a combatir la guerrilla y a
disputarle el control del negocio del narcotráfico. Además, acusan a los habitantes de estas
regiones periféricas de ser auxiliadores de la guerrilla, con la consecuente persecución a los
líderes de las organizaciones sociales campesinas que son desaparecidos, asesinados o se ven
en la necesidad de salir de las regiones para salvar su vida. El resultado hasta este momento
fue la exclusión social y política de los campesinos que habitan estas regiones periféricas
donde coinciden los cultivos de coca y el conflicto armado. Sin embargo, es durante el
gobierno de Álvaro Uribe que se negocia la desmovilización de los integrantes de las AUC
que toma lugar entre el 2003 y el 2006.6

Reconocimiento del conflicto armado interno, reparación de las víctimas y


revaluación de la política antidrogas
La llegada de Juan Manuel Santos al poder en 2010 marca un rompimiento con la
política militarista y criminalizadora del cultivador de coca que sostuvo Álvaro Uribe,
como lo refleja su discurso de posesión que se centró en la idea de la “Prosperidad para
todos”, que implica el reconocimiento de la aguda desigualdad entre ricos y pobres que
caracteriza a la sociedad colombiana.7 Este discurso propicia el reconocimiento de los
problemas sociales y económicos que han llevado a los campesinos a cultivar coca,
reconoce el conflicto interno que Uribe había negado y tiende a retomar la
diferenciación propuesta por el expresidente Andrés Pastrana en su momento entre
las guerrillas y los narcotraficantes, lo cual responde al hecho de que desde su posesión
busca la apertura de diálogos de paz, así como la evaluación la política antidrogas en
curso.
La desmovilización de los grupos paramilitares durante el gobierno de Álvaro Uribe
se reglamentó con la expedición de la Ley de Justicia y Paz de 2005, la cual permitió
iniciar la deliberación sobre las manifestaciones e impactos de la violencia reciente al
hacerse visibles las masacres, desapariciones y demás repertorios violentos de los actores
armados.8 Es así como esta Ley de Justicia y Paz creó la Comisión Nacional de
Reparación y Reconciliación (CNRR), con el mandato de implementar un programa
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institucional de reparación colectiva orientada a “recuperar y promover los derechos de


los ciudadanos afectados por hechos de violencia, y a reconocer y dignificar a las
víctimas de la violencia” (Art. 49 de la Ley 975 de julio 25 de 2005). Por otra parte,
esta ley confirió un lugar al conocimiento de la historia de las causas, desarrollos y
consecuencias de la acción de los grupos armados no estatales, al crearse el Grupo de
Memoria Histórica que posteriormente bajo la Ley 1448 de 2011, dio lugar al Centro
Nacional de Memoria Histórica.
Esta Ley 1448 de 2011 conocida como la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras
que se expide durante el Gobierno de Juan Manuel Santos, hace explícito y parte del
reconocimiento del conflicto armado interno y se centra en las víctimas del mismo
antes que en los victimarios, no sólo haciéndolas visibles sino estableciendo mecanis-
mos para su reparación, como es el caso de la restitución de las tierras despojadas en el
marco del conflicto, para lo cual se crea el registro único de víctimas. Por consiguiente,
esta ley ha sido central en la ampliación del posicionamiento en la esfera pública de un
discurso de verdad, justicia, reparación y reconciliación, que ha llevado a reconfigurar
las maneras de concebir y tramitar distintos procesos sociales, políticos, económicos y
culturales ligados al conflicto. Tal es el caso del cambio en la percepción del campesi-
nado cocalero que empieza a visibilizarse como víctima del conflicto y del narcotráfico
como se analizará en el siguiente aparte.
Aquí es importante señalar que la desmovilización de los paramilitares hizo
posible el resurgimiento de las organizaciones campesinas en regiones donde estos
habían actuado, como es el caso de Putumayo y Catatumbo. En diciembre de 2004,
1.425 hombres paramilitares del Bloque Catatumbo, bajo las ordenes de Salvatore
Mancuso y Ernesto Báez, entregaron sus armas en el municipio de Tibú, y, en 2005,
los campesinos cocaleros del Catatumbo crean la Asociación Campesina del
Catatumbo (ASCAMCAT) que comprende las áreas rurales de los municipios de
Convención, Teorama, El Tarra y el Carmen como “una propuesta asociativa de
reconstrucción del tejido social y la defensa y permanencia en el territorio”, pero
también retomando entre otros objetivos que los congrega la lucha contra la
fumigación de los cultivos ilícitos así como la erradicación de los factores
socioeconómicos que dieron origen a la siembra de coca.
Otro sector del campesinado en la región, después del Encuentro Comunitario del
Catatumbo “Integración, Vida y Territorio” llevado a cabo en septiembre de 2004, ve la
necesidad en sus palabras, de “conformar una Organización Regional y de formular un
Plan de Vida, buscando cambiar la mentalidad individualista por un pensamiento más
humano y de amigos en toda la región” (CISCA 2015). En este encuentro se resalta el
que se hubieran “encontrado tres generaciones de dirigentes”, es decir “los históricos,
los que actualmente estamos al frente y los jóvenes” (CISCA 2015). Es así como en abril
de 2005 queda formalmente conformado el Comité de Integración Social del
Catatumbo (CISCA) que, además de los cuatro municipios mencionados, abarca
también Tibú, Hacarí, La Playa, Ocaña y San Calixto.
Por su parte en el Putumayo la desmovilización de 500 hombres paramilitares del
Bloque Sur del Bloque Central Bolívar de las AUC se lleva a cabo en marzo de 2006, lo
que coincide con la reactivación de la organización campesina alrededor de la Mesa
Regional de Organizaciones Sociales del Putumayo, Baja Bota Caucana y Cofanía –
Jardines de Sucumbíos, mesa en la que tienen asiento las organizaciones de los 13
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municipios de Putumayo. Esta mesa, que se inició como resultado de las marchas
cocaleras de 1996, también debió ser suspendida por la persecución paramilitar, pero
a partir de 2006 vuelve a reactivarse, según sus líderes, en respuesta a la intensificación
de las fumigaciones en marzo de ese año y el consiguiente desplazamiento de campe-
sinos de la Hormiga y Orito en el Bajo Putumayo. Estos acontecimientos dan lugar a
una marcha pacífica a Mocoa donde se reúnen con el gobernador de ese momento,
quien les da apoyo para ir a Bogotá a presentar sus reivindicaciones al gobierno central
(Mesa Regional de Organizaciones Sociales del Putumayo, Baja Bota Caucana y Cofanía
2015, 11–12). En junio de 2006 queda instalada de nuevo esta Mesa Regional, que
retoma los Acuerdos de Orito resultantes de la negociación en el Putumayo entre los
representantes del gobierno y los líderes de las marchas de los campesinos cocaleros en
agosto de 1996 en relación con la sustitución manual y gradual de los cultivos ilícitos,
para hacerlos cumplir y a partir de los cuales se empieza a elaborar un Plan de
Desarrollo Integral para el Putumayo con miras a incidir en la política pública dirigida
a su región.
A este resurgimiento de las organizaciones campesinas en zonas de cultivos de coca,
se suman las acciones que toma Juan Manuel Santos para evaluar la política antidrogas.
Es así como en abril de 2012 el presidente Santos promueve en la Cumbre de las
Américas el debate sobre la posible descriminalización y legalización de las drogas
consideradas ilícitas y se plantea allí el posible fracaso de la guerra contra las drogas. De
esta cumbre sale el mandato a la ONU de evaluar las políticas antidrogas en curso, que
dio lugar al Informe sobre el Problema de las Drogas en las Américas presentado en
mayo de 2013. Además, en enero de ese año el presidente Santos instala en Colombia la
Comisión Asesora para la Política de Drogas para evaluar y presentar propuestas sobre
las políticas antidrogas. El informe de esta comisión se entrega en mayo de 2015,
coincidiendo con la aceptación de la suspensión de las fumigaciones aéreas de los
cultivos de uso ilícito el 14 de ese mes, por parte del Consejo Nacional de
Estupefacientes (CNE), en respuesta a la solicitud elevada por el Ministro de Salud
quien acoge la alerta que expide la Organización Mundial de la Salud sobre los posibles
riesgos cancerígenos del uso de glifosato para la fumigación de cultivos. El ministro
cumple con el mandato de la Corte Constitucional en cuanto al Principio de Precaución
que contemplaba su prohibición en caso de comprobarse un mínimo riesgo para la
salud. El CNE estableció que la suspensión de las fumigaciones se haría a partir del 1 de
octubre de 2015 y se creó un comité técnico de ese organismo para formular cambios en
el plan de lucha contra las sustancias de uso ilícito del estado colombiano. Estos hechos
abren una ventana de oportunidad para discutir y/o replantear la condición criminal de
los cultivadores de coca, lo cual, aunado al inicio de las conversaciones de paz entre el
gobierno y las FARC, va a incidir en el curso que toma el movimiento campesino
cocalero.

Mesa de conversaciones de paz y movilización social


El 17 de octubre de 2012 el gobierno de Juan Manuel Santos instaló la mesa de conversa-
ciones con las FARC. El comandante Iván Márquez inicia su discurso diciendo que las
FARC venían a Noruega a “buscar la paz con justicia social para Colombia por medio del
diálogo, donde el soberano, que es el pueblo, tendrá que ser el protagonista principal”. En
360 M. C. RAMÍREZ

consecuencia, al finalizar convoca a quienes consideran representan ese pueblo “para que
llenen de esperanza este intento de solución diplomática del conflicto”:
a todos los sectores sociales del país, al Ejército de Liberación Nacional (ELN), a los
Directorios de los partidos políticos, a Colombianas y Colombianos por la Paz,
organización que liderada por Piedad Córdoba trabajó denodadamente por abrir esta
senda, a la Conferencia Episcopal y a las iglesias, a la Mesa Amplia Nacional Estudiantil
(MANE), a la Coordinadora de Movimientos Sociales de Colombia (COMOSOCOL), a los
promotores del Encuentro por la Paz de Barranca, a los indígenas, a los afro-descendientes,
a los campesinos, a las organizaciones de desplazados, a la ACVC [Asociación Campesina
del Valle de Cimitarra], a la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina
(ANZORC), a las centrales obreras, a las mujeres, al movimiento juvenil colombiano, a
la población LGTBI, a los académicos, a los artistas y cultores, a los comunicadores
alternativos, al pueblo en general, a los migrados y exiliados, a la Marcha Patriótica, al
Polo Democrático, al Congreso de los Pueblos, al Partido Comunista, al Movimiento
Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR), a la Minga Indígena, a los amantes de
la paz en el mundo. (ANNCOL FARC-EP 2012)

En esta convocatoria aparece “pueblo” como “la categoría estrictamente política” que
unifica “a todos esos movimientos, clases, sectores, etc., en lucha política” (Dussel 2006,
63).9 Consecuente con este planteamiento seis meses antes de la instalación de la mesa
de conversaciones de paz se hace visible con una gran marcha en Bogotá el 21 de abril
de 2012, un movimiento social nacional, conocido como la Marcha Patriótica. Este
movimiento es fundamentalmente agrario y sus orígenes se han trazado al 2009 en el
marco del Encuentro Campesino, Afrodescendiente e Indígena del Magdalena Medio
organizado por la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra (ACVC),10
asociación nombrada específicamente por Iván Márquez en el mencionado discurso.
La Marcha Patriótica “aglutina cerca de 2.050 organizaciones. Estas son de campesinos
(la mayoría), estudiantes, mujeres, defensores de derechos humanos, sindicalistas,
indígenas, afrodescendientes, artesanos, víctimas, población LGBTI y comunitarias”
(Fundación Paz y Reconciliación 2014, 5–6), composición que concuerda con los
sectores convocados por Márquez en su discurso. Esto parece indicar que se tratara
de entregarle al pueblo su lucha, ahora que las FARC van a negociar y ven posible la
dejación de armas.
Los líderes de la Marcha Patriótica manifiestan su compromiso ético y político con la
búsqueda de una solución política al conflicto social y armado. Además, en
consideración a que ésta debe ser apropiada socialmente, declaran su interés de
impulsar procesos constituyentes regionales y locales por la solución política y la paz
con justicia social, tendientes a realizar una Asamblea Nacional Constituyente, en
consonancia con la que fuera la demanda central de las FARC a los negociadores del
gobierno para la ratificación de los acuerdos, que finalmente no se concretó. Aquí vale
la pena resaltar que este impulso al movimiento social campesino por parte de las FARC
fue algo que en 1996 no se dio, tal como se evidenció cuando no permitieron que los
líderes del movimiento cocalero participaran en política. Los miembros de las FARC,
por considerarse los representantes de los intereses del pueblo en las regiones donde
actuaron y controlaron el territorio, compitieron e impidieron la consolidación de
liderazgos del movimiento campesino autónomos, lo cual, en el caso del Putumayo,
aunado a la guerra sucia desatada con la entrada de los paramilitares, resultó en que
algunos de sus líderes terminaran en las filas de las FARC (Ramírez 2001, 2011).
CANADIAN JOURNAL OF LATIN AMERICAN AND CARIBBEAN STUDIES 361

Las protestas en el Catatumbo y el reconocimiento de los campesinos


cocaleros como víctimas
Entre junio y agosto de 2013, tuvieron lugar 53 días de protestas en el Catatumbo con la
participación de alrededor de 6000 campesinos cocaleros que, como repertorio de
acción, bloquearon las vías en Tibú y Ocaña y, como reivindicación central, demanda-
ban la creación de la Zona de Reserva Campesina11 del Catatumbo, así como la
suspensión de las erradicaciones forzadas de los cultivos de coca, la sustitución gradual
de estos cultivos, y subsidios para mitigar la crisis alimentaria producida por las
erradicaciones (Prensa Rural 4 de Agosto de 2013). La movilización fue promovida
por ASCAMCAT y contó con el apoyo de la Asociación Nacional de Zonas de Reserva
Campesina-ANZORC, a través del liderazgo de César Jerez, quien fue acusado de
guerrillero y la Revista Semana (4 de julio de 2013) le dedicó un artículo para mostrar
sus conexiones con las FARC y cuestionar su identidad campesina. Aunque se estig-
matizaron las protestas en los medios, se continuó con el paro y terminó con la
instalación de la Mesa de Interlocución y Acuerdo (MIA) de Catatumbo para el
diálogo con el gobierno, en la cual Jerez participó como representante de los campe-
sinos junto con el equipo de voceros de ASCAMCAT. Esta movilización fue el abre-
bocas del paro agrario nacional12 que se inició 15 días después del levantamiento del
paro del Catatumbo, cuando estaba en marcha la mesa de interlocución con el gobierno
que sesionó en Cúcuta, capital de Norte de Santander, lo cual no evitó la participación
posterior de sus líderes en el paro agrario nacional, el cual marcó un punto de inflexión
para la reformulación de la política agraria nacional.
En la Mesa de Interlocución y Acuerdo (MIA) de Catatumbo instalada en Cúcuta el
10 de agosto, participó como garante el Alto Comisionado para los Derechos Humanos
de la ONU, Todd Howland, quien hizo un llamado a no estigmatizar y criminalizar a
los campesinos para generar confianza entre las partes. Howland manifestó que esper-
aban que Catatumbo hiciera parte de un proceso de transformación y se convirtiera en
un laboratorio de paz13 después de haber sido una de las regiones más afectadas por el
conflicto (La Opinión, 18 de agosto de 2013). Los representantes del gobierno en la
Mesa de Interlocución y Acuerdo (MIA) también se refirieron al Catatumbo como
laboratorio de paz, lo cual muestra pasos en el camino de la desestigmatización de los
campesinos cocaleros.
En primera instancia, la discusión se centró en la propuesta de reparación a los
campesinos afectados por la erradicación forzada de sus cultivos de coca. En palabras de
los líderes campesinos, “nosotros estamos planteando que se suspendan las erradica-
ciones, que se repare a las víctimas de la erradicación con $1.500.000 mensual y que se
adopte todo un programa agropecuario con cultivos estratégicos de cacao, caña de
azúcar, ganadería, búfalos y piscicultura que genere un valor agregado para las vigencias
2013–2014 por $104.000 millones”. Por su parte los representantes del gobierno pro-
pusieron reconocer 6 millones de pesos por familia afectada por la erradicación,
durante 24 meses y dos mercados para cada hogar, propuesta tachada de “asistencia-
lista” por César Jerez, por cuanto no se estaba pactando el programa de sustitución de
los cultivos de uso ilícito (Vanguardia Liberal, 14 de agosto de 2013). El primer acuerdo
a que se llegó se concretó el 27 de agosto y consistió en la reparación de las 400 familias
que resultaron afectadas con la erradicación no concertada de segunda y tercera fase de
362 M. C. RAMÍREZ

la Policía, adjudicándoles un subsidio y aporte alimentario (Vanguardia Liberal, 30 de


agosto de 2013). Aunque César Jerez había criticado la propuesta del gobierno, en un
encuentro regional en Catatumbo llevado a cabo en septiembre para socializar los
avances de la Mesa de Interlocución y Acuerdo (MIA), manifestó que “este programa
es histórico porque es la primera vez que en el país se logra un acuerdo en materia de
reparación a las familias víctimas de la erradicación forzada de los cultivos” (Caracol, 1
de septiembre de 2013).
El 26 y 27 de febrero de 2014, en Tibú y Sardinata se celebraron los actos de
reparación a víctimas de la erradicación forzada de matas de coca. Los campesinos
recibieron el primero de los tres pagos compensatorios que forman parte de la primera
fase de los acuerdos humanitarios a los que se llegó en la Mesa de Interlocución y
Acuerdo (MIA) en Cúcuta. Una mujer en Catatumbo, miembro de ASCAMCAT,
comenta:

A nosotros como asociación campesina esto es un éxito porque el gobierno ha reco-


nocido a estas familias víctimas que fueron víctimas de la erradicación, y que después
de 53 días de paro se logró que estas campesinas fueran beneficiadas de esta manera.
Cada familia recibe seis millones de pesos para proyecto productivo, empleo temporal,
planteamos dos salarios mínimos y mercados por ocho o seis meses. (Video en Agencia
Prensa Rural)

Y otro campesino manifiesta: “Esto es un auxilio. Después de seis meses se recibe. La


mayoría se ha beneficiado, pero al gobierno hay que estar encima” (Video en Agencia
Prensa Rural).
Aquí es importante señalar no solo la condición de víctimas que asumen y se les
otorga a las familias que han sufrido la erradicación, sino que los subsidios adquieren el
carácter de mecanismos de reparación. Este da un nuevo significado al problema de los
cultivos de uso ilícito y a las acciones del gobierno para su erradicación, acorde con el
régimen discursivo de reconocimiento y reparación de las víctimas de la violencia que
se ha convertido cada vez más en un lenguaje hegemónico en la esfera pública tendiente
a sustituir o dominar sobre el de la criminalización del campesino cocalero por ser parte
de la cadena del narcotráfico. En este orden de ideas, en el Mandato de Sustitución de
los Ingresos Derivados de la Coca, los habitantes de la región del Catatumbo declaran:

Nos reconocemos como víctimas no solo de la violencia política y social, sino además del
atraso económico que ha traído el desconocimiento de todos los sectores y propuestas de la
sociedad en su conjunto, [de] las realidades sociales y económicas por el abandono estatal
que siempre ha vivido el Catatumbo, [las cuales] nos llevaron a generar un tipo de
economía basada en el cultivo de la hoja de coca. Hoy somos campesinos y campesinas
estigmatizados y perseguidos por la siembra de la hoja, pero no se nos presentan garantías
reales para la sustitución gradual y concertada del cultivo por parte del Estado colombiano.
La violencia en las formas de erradicación no se ha hecho esperar. (ASCAMCAT 2015, 21)

El periodista Plinio Apuleyo, defensor de la mano dura en el tratamiento de los


cultivadores de coca, comentó al respecto de estos acuerdos: “a la sombra de las
FARC, una inesperada victoria: obtener que el Gobierno Nacional, considerándolos
víctimas de su propio abandono, les otorgara una indemnización” (El Tiempo, 2 de
agosto de 2014). Aun cuando presume la dependencia de los campesinos de las FARC
señala el abandono del estado como la causa de la reparación, aceptando implícitamente
CANADIAN JOURNAL OF LATIN AMERICAN AND CARIBBEAN STUDIES 363

la condición que los campesinos reclaman como causa de su situación. Sin embargo, la
ambigüedad en el tratamiento del problema de los cultivadores y la tensión en cuanto a
descriminalizar o no al cultivador de coca siguen vigentes. En el Foro Regional sobre la
solución del problema de las drogas ilícitas con enfoque territorial que sesionó entre el 1
y el 3 de Octubre de 2013 en San José del Guaviare convocado para darle voz a los
campesinos cocaleros para que presentaran sus puntos de vista como insumos a la mesa
de conversaciones de paz para el debate del cuarto punto de la agenda sobre Solución al
Problema de las Drogas Ilícitas, fue central el tema de la criminalización del cultivo de
coca que legitima la fumigación aérea así como las consecuencias en terreno de esta
política. También se presentaron experiencias de sustitución de cultivos señalando los
problemas y resultados, y se realizaron mesas de trabajo para presentar y discutir sus
propuestas para abordar el problema. En la rueda de prensa que dieron los delegados de
las FARC el 17 de mayo de 2014, cuando la mesa de conversaciones de la Habana llegó
a un acuerdo con respecto a este punto, comentaron que fue el acuerdo con mayores
coincidencias y menos salvedades, e insistieron en que se debía suspender de inmediato
las aspersiones aéreas con glifosato y proceder con la reparación integral de las víctimas
de las aspersiones con agentes químicos, estableciendo un fondo para tal efecto. Es
decir, se buscaba que se incluyera en la Ley de Víctimas a todos los campesinos
afectados por la fumigación de los cultivos de coca, fueran o no cocaleros, así como a
los que han sido judicializados por cultivarla, siendo esta propuesta una de las salve-
dades a que se refirieron los delegados de las FARC (La Silla Vacía, 7 de julio de 2015),
es decir que no fue aceptada por los negociadores del gobierno.
En julio de 2015 las FARC sacan un comunicado donde “hacen pública su
voluntad de acordar con el gobierno de Presidente Santos y con plena
participación de las comunidades los procedimientos que sean necesarios para
desarrollar desde ya el punto de Solución al Problema de las Drogas Ilícitas”,
partiendo de que, para contribuir a una paz estable y duradera, se requiere la
solución definitiva del problema de las drogas ilícitas (FARC-EP, 5 de junio de
2015). Articularse al discurso de víctimas, reconciliación y paz implica por una
parte no ser tratados como narcotraficantes y, al ser víctimas, no ser castigados
como tales a través de la aplicación del Estatuto de Estupefacientes, pero también
reconocer el papel del narcotráfico en el escalamiento del conflicto y comprometerse
con una solución negociada para sustituir los cultivos para lo cual requieren esta-
blecer ciertas condiciones. Por su parte el presidente Santos el 22 de septiembre de
2015 anunció la creación de la Agencia para el Desarrollo Alternativo en Zonas de
Cultivos Ilícitos, dependiente de la Presidencia y encargada de implementar la nueva
estrategia post-glifosato, indicando que se van a iniciar programas pilotos de
sustitución de cultivos de coca como lo demandaron los campesinos cocaleros
reunidos en Mocoa en la llamada “Constituyente de la Coca” en julio de 2015 (La
Silla Vacía, 7 de Julio de 2015). A quién le responde el gobierno, ¿a las FARC que
demanda iniciar la aplicación de los acuerdos donde ellos han actuado como voceros
de los campesinos cocaleros, o a los campesinos que han presentado programas
integrales de sustitución de cultivos ilícitos como el que llevó ASCAMCAT a la Mesa
de Interlocución y Acuerdo (MIA) en Cúcuta, que no se discutió, o como el Proyecto
de Desarrollo Integral Andino Amazónico-PLADIA formulado por la Mesa Regional
de Organizaciones de Putumayo?
364 M. C. RAMÍREZ

Para contestar la pregunta me referiré a una entrevista al Comisionado de Paz Sergio


Jaramillo, sobre el acuerdo de Participación Política, en la que la periodista Juanita León
le planteó que las organizaciones comunitarias más visibles, que están surgiendo hoy en
día en estas zonas marginales, “tienen una clara afinidad ideológica con las FARC”, lo
cual implicaría otorgarle más poder a las FARC al pensar en establecer una
circunscripción especial para esas regiones donde han tenido una fuerte presencia.14
Al responderle, Jaramillo hizo hincapié en que eso era “subestimar un poco a las
comunidades”: comentó que había que “ver cómo reacciona esa comunidad cuando
hace las cosas teniendo un cañón en la nuca y cuando no” y afirmó “tengo mucha fe en
la capacidad de empoderamiento de la gente en el territorio”, refiriéndose a que iban a
decidir por sí mismos. Por último, aclaró que cuando se hablaba de paz territorial, se
hacía “un reconocimiento de lo que se está haciendo [en las regiones], lo que ya existe,
la paz se va a construir es con la gente y no el gobierno desde Bogotá” y finalizó
señalando que “lo vemos incluso como una medida de reparación política, de unas
poblaciones que han estado, que han vivido al margen, una manera de reintegrarlas
políticamente (La Silla Vacía, video “El Poder de los Argumentos”, 8 de octubre de
2014). Por primera vez escuché a un representante del gobierno reconocer la autonomía
de las organizaciones sociales con respecto a las FARC y plantear la necesidad no solo
de reintegrarlas políticamente a la nación, sino de repararlas. Aquí vale la pena señalar
que las mencionadas propuestas de desarrollo integral, presentadas por las organiza-
ciones campesinas al gobierno, son resultado de la toma de conciencia por parte de los
campesinos de sus capacidades para proponer sus propios proyectos y políticas públicas
para sus territorios a partir no solo del saber local sino del conocimiento acumulado de
aciertos y fallas después de su participación en años de programas de sustitución de los
cultivos de coca concebidos y administrados por personas ajenas a la región. Se puede
afirmar que esta es una consecuencia no intencionada de años de implementación del
desarrollo alternativo en estas regiones marginales: la constitución de actores sociales
plenos que hacen propuestas al gobierno y buscan incidir en la definición de políticas y
programas para sus territorios de manera directa, sin intermediación alguna. Vale la
pena señalar que, en el caso de los campesinos cocaleros, ser reconocidos como víctimas
ha sido un primer paso para lograr su descriminalización y así luchar junto con otros
sectores campesinos por su reconocimiento como grupo con derechos diferenciados.
En esta búsqueda de reconocimiento, la construcción del concepto de territorio
campesino se ha vuelto central, como lo evidencia el que se retome metafórica y
metonímicamente (Laclau 2009) derechos reconocidos a los grupos étnicos indígenas
y afrocolombianos por su condición diferenciada, para plantear un ordenamiento
territorial que reconozca además de resguardos indígenas y territorios colectivos de
comunidades negras, territorios campesinos tales como las Zonas de Reserva
Campesina. Como mencioné, los campesinos cocaleros del Catatumbo están luchando
por constituir una ZRC proyectada para abarcar 346.183 hectáreas, que comprende 326
veredas pertenecientes a siete municipios de la región: El Carmen, Convención,
Teorama, Hacarí, San Calixto, El Tarra y Tibú (La Opinión, 13 de marzo de 2016).
Para constituirla, se delimita un área de reserva específica y a su interior, además de la
propiedad privada limitada, se establecen los requerimientos para la adjudicación de
tierras y se define un plan de desarrollo sostenible (Decreto 1777 de 1996). Tal como en
los resguardos y territorios colectivos de comunidades negras, los campesinos proponen
CANADIAN JOURNAL OF LATIN AMERICAN AND CARIBBEAN STUDIES 365

ejercer en sus territorios campesinos, autonomía política, administrativa, económica,


social, ambiental y cultural, así como administrar justicia a través de los mecanismos de
justicia comunitaria. A continuación, se expondrá más ampliamente en qué consiste la
propuesta.

La propuesta de reconocimiento del campesinado como sujeto de derechos


diferenciados que emerge de las zonas de colonización cocaleras
Al analizar el movimiento cocalero de 1996 en la Amazonia Occidental, señalé que los
campesinos cocaleros estaban luchando por sus derechos sociales políticos y cívicos
(Ramírez 2011), lucha que después de 20 años se ha ampliado a la reivindicación de sus
derechos culturales. Pakulski (1997, 80), a partir de una revisión del concepto tradicio-
nal de ciudadanía que como se mencionó, ha enfatizado los derechos cívicos, políticos y
sociales, concibe los derechos culturales como un dominio independiente de los dere-
chos sociales, de los cuales reconoce tres sub-corrientes: “el derecho a la presencia y
visibilidad simbólica (vs. marginalización); el derecho a una representación dignificante
(vs. estigmatización); y el derecho a la propagación de la identidad y la preservación de
sus estilos de vida (vs. asimilación)”. Para el caso de los campesinos cocaleros, la
marginalización y estigmatización han sido rechazadas abiertamente a través de pro-
testas, paros y comunicados. En cuanto a la preservación de sus estilos de vida, en un
reciente Proyecto de Acto Legislativo – “Por medio del cual se reconoce al campesinado
como sujeto de derechos y se adoptan disposiciones sobre la consulta popular” –, que
fue radicado en el Congreso el 5 de abril de 2016 por el senador Alberto Castilla,15 se
busca cambiar el actual artículo 64 de la Constitución que establece que “es deber del
Estado promover el acceso progresivo a la propiedad de la tierra de los trabajadores
agrarios, en forma individual o asociativa, y a los servicios de educación, crédito,
comunicaciones, comercialización de los productos, asistencia técnica y empresarial,
con el fin de mejorar el ingreso y calidad de vida de los campesinos”. En dicho proyecto
se argumenta que en este artículo de la Constitución de 1991 al campesino se le
reconoce como parte del sector productivo antes que como grupo social con identi-
dades y prácticas propias. Por consiguiente, se propone reconocer “la existencia del
sujeto campesino, el cual tiene una connotación identitaria que supera la categoría de
trabajador agrario” (Proyecto de Acto Legislativo 2016, 18) y se ordena la adaptación de
los derechos sociales a las particularidades del campesinado y su modo de vida,
reivindicando así, sus especificidades culturales. Sobre todo, se busca el reconocimiento
del campesinado como grupo social diferenciado y por consiguiente su inclusión como
actor con derechos sociales, políticos y culturales plenos.16 Se argumenta que los grupos
campesinos pueden considerarse “comunidades bivalentes” en el sentido definido por
Nancy Fraser (1997, 29–31) en cuanto a que se trata de colectividades híbridas por que
sufren tanto de injusticias económicas, las cuales en cierta medida se les han reconocido
al hablarse en la esfera pública del atraso del campo, como de una estructura cultural
valorativa injusta que ahora se hace visible, de manera que se trata de exigir tanto
redistribución económica, para lo cual el fortalecimiento de los territorios campesinos
es fundamental, como reconocimiento cultural.
El lugar y la importancia que ha cobrado hoy el reconocimiento cultural (difer-
encia) con respecto a la redistribución (igualdad) dentro del marco de las luchas de
366 M. C. RAMÍREZ

los movimientos sociales con miras a la consecución de la justicia social ha sido


debatido por varios autores (Fraser y Honneth 2003; Fraser 1997; Santos 2003).
Honneth (2003) sostiene que está tomando lugar una transformación de la auto-
comprensión colectiva que lleva al reclamo del reconocimiento de su cultura como
grupo, de manera que estamos ante la construcción de identidades culturales que
semejan a las de los grupos étnicos, lo cual lo lleva a hablar de “luchas por el
reconocimiento”. Es en el marco de este debate que se conceptualiza el Proyecto de
Acto Legislativo aquí mencionado.
Por mi parte sostengo que, en este caso, la identidad no es el eje central de esta
demanda, es decir, no se trata de la puesta en marcha de la política de la identidad, sino
que se podría afirmar que se trata de una política de la inclusión diferenciada de un
grupo que “requiere de medidas y derechos específicos para garantizar sus derechos y su
continuidad como grupo” (Proyecto Acto Legislativo). En este sentido, a la vez que se
pide el reconocimiento de sus tradiciones y costumbres regionales compartidas, y de sus
conocimientos tradicionales, también se menciona su conocimiento sobre los ecosiste-
mas del campo, recursos genéticos y semillas conforme a su modo de vida y sus diversas
formas de territorialidad. Como lo anota el Proyecto de Acto Legislativo “el concepto de
‘campesinado’ comprende a un grupo social diferenciado pero diverso” que “incluye a
pequeños agricultores, ganaderos a pequeña escala, guardianes de semillas, pescadores
artesanales, pequeños mineros tradicionales, pastores, artesanos rurales, cazadores por
supervivencia, recolectores, trabajadores agrarios, personas que derivan su sustento de
la agricultura familiar y a pequeña escala, colonos tenedores de pequeñas extensiones de
tierra y otros sujetos con actividades e identidades similares” (Proyecto de Acto
Legislativo Nº 12 de 2016).
Sostengo que esta demanda de convertirse en sujetos políticos y de derechos
diferenciados va más allá de la sola lucha por el reconocimiento al conllevar una
redefinición de la ciudadanía, tema que ha sido discutido por varios autores
(Dagnino 2006; Clarke et al. 2014; Coll 2010; Holston 1999), que han señalado
cómo el concepto de ciudadanía se ha visto imbuido por la dimensión cultural, lo
cual implica la incorporación de subjetividades, identidades y del derecho a la
diferencia. También han analizado cómo, además de las diferencias de clase, entran
a jugar un papel central las diferencias de raza, género y étnicas entre otras, las
cuales han definido los nuevos movimientos sociales. Holston (1999) en sus inves-
tigaciones sobre la diversidad poblacional en las ciudades y sus implicaciones para la
planeación urbana señala la presencia de multiplicidad de ciudadanías basadas en
afiliaciones locales, nacionales y transnacionales que luchan por sus derechos a la
diferencia legitimando así una sociedad de identidades culturales plurales que para
Holston se constituyen en ciudadanías insurgentes en cuanto a que se oponen o
retan la concepción de una ciudadanía estatal única, haciendo evidente que ésta no
es una condición suficiente para lograr una “ciudadanía sustantiva” (substantive
citizenship). Por su parte Dagnino (2006) señala que la noción de ciudadanía se
usa, se entiende y se define según las diferentes experiencias de los movimientos
sociales en cada región, a lo cual Holston (1999, 170) también se refiere cuando
asegura que los nuevos movimientos sociales de los pobres en zonas urbanas “crean
nuevas clases o tipos de derechos por fuera de las definiciones normativas e institu-
cionales del estado y sus códigos legislativos, basados en las exigencias de la
CANADIAN JOURNAL OF LATIN AMERICAN AND CARIBBEAN STUDIES 367

experiencia vivida”. Se trata de la emergencia de nuevos tipos de prácticas y


narrativas sobre lo que significa pertenecer y participar en la sociedad, lo cual en
este caso nos remite al conflicto armado interno y al narcotráfico como experiencias
vividas por los campesinos cocaleros que los ha llevado a situarse como víctimas. Son
estas experiencias las que nos explican por qué las demandas de ciudadanía del
movimiento campesino cocalero están siendo influenciadas o delineadas reciente-
mente tanto por su criminalización y su reconocimiento como víctimas del conflicto
armado alimentado por el narcotráfico, como por el reconocimiento de los derechos
diferenciados por parte de la Constitución de 1991 a los grupos étnicos indígenas y
afros con quienes comparten sus territorios y que en la práctica, han dado lugar a
ciudadanías en disputa al excluir a unos para incluir a otros.
Se trata entonces, de logar su inclusión en la Constitución como grupo diferenciado,
en igualdad de condiciones con los grupos indígenas y afrocolombianos que como
grupos étnicos gozan de derechos especiales y en esta medida incluidos al orden central
nacional. Sin embargo, se pone en evidencia lo señalado por Iris Young (2001) en
cuanto a que la lógica de la identidad por sí sola no puede conceptualizar la diferencia
cultural que a la vez que implica diferenciación, conlleva similitud, sobreposición,
hibridez e intercambio, como se puede esperar se presente al tener en cuenta la
diversidad cultural regional de los sectores considerados bajo el concepto de campesi-
nado, y a su vez, de estos con respecto a grupos indígenas y afros étnicamente
diferenciados. Es decir, aquí se enfatiza la conceptualización de la diferencia en
términos relacionales y no sustantivos, de manera que el diálogo intercultural cobra
una importancia inusitada en la política multicultural y se torna fundamental tanto para
respetar la diversidad y lograr la resolución de conflictos (Parekh 2000), como para
alcanzar el diálogo democrático (Young 2001). Así lo testifica el nacimiento formal
después del Paro Agrario Nacional, de la gran Cumbre Nacional Agraria, Campesina,
Étnica y Popular, el 15 de marzo de 2014, como una coalición de organizaciones
campesinas, indígenas, afrocolombianas y populares con miras a la construcción de
un programa unitario, en la cual participan las organizaciones de campesinos
cocaleros.17
Por otra parte, en el Proyecto de Acto Legislativo mencionado, el reconocimiento del
campesino es considerado “una estrategia de reparación de un grupo social que ha sido
víctima de múltiples violencias, de subordinación en variadas relaciones sociales, de
desvalorización en la política pública y de patrones culturales que lo invisibilizan y lo
irrespetan” (Proyecto de Acto Legislativo Nº 12 de 2016, 18). De esta manera, esta
propuesta se articula al discurso de la reparación, pues además de considerarse víctimas
de “múltiples violencias”, se hace referencia a no haber sido tenidos en cuenta por parte
del gobierno en la toma de decisiones, hasta el punto de tratarlos como incapaces.
Salgado (2010, 23–4) sostiene que el centro del problema no es la tierra sino “el
reconocimiento del sujeto” y señala que “la única manera de que haya reparación con
justicia es que la memoria de la contribución del campesinado a la sociedad colombiana
sea restablecida para que la sociedad ni el Estado permitan que estos hechos se repitan
y, en consecuencia, protejan las acciones de restitución y reparación”. El que se afirme
que el centro del problema no es la tierra, nos remite al concepto de territorio
campesino que implica ampliar las relaciones que establece el campesino con la tierra
distintas a la propiedad individual. En palabras del proponente del Acto Legislativo “La
368 M. C. RAMÍREZ

producción social del territorio campesino es una realidad que debe ser reconocida y
protegida con el objetivo de ir más allá de los enfoques que reducen las luchas
campesinas y agrarias al acceso a la tierra” (Castilla s.f., 4). Al respecto Bocarejo
(2015, 117) cita una demanda a la ley 160 de 1994 de Reforma Agraria y Desarrollo
Rural, presentada por un ciudadano argumentando que el campesino se encuentra en
desventaja frente al indígena en cuanto a la adjudicación de tierras por parte del estado.
La Corte consideró que el principio de igualdad no se podía aplicar por tratarse de un
grupo étnico y un grupo social no minoritario que por su definición no son iguales.
Además, argumentó que para los indígenas la tierra era un derecho fundamental
indispensable para su “desarrollo cultural y espiritual” y opuso la propiedad colectiva
de la tierra de los indígenas a la posesión individual de los campesinos. Es precisamente
corregir esta situación lo que busca el Acto Legislativo al argumentar que el derecho a la
tierra y al territorio también son una exigencia de grupos sociales como el campesinado,
haciendo un llamado a considerar, no solo la relación de propiedad de la tierra, sino
también sus dimensiones políticas y simbólicas.
En este orden de ideas, como una forma de subsanar el haber sido desconocidos y
desvalorizados, se propone poner en práctica la consulta popular estipulada en el
artículo 103 de la Constitución de 1991 con el fin de lograr representación y
participación para incidir en la ordenación del territorio y en los asuntos que los
afecten (Proyecto de Acto Legislativo Nº 12 de 2016). Es precisamente al principio
democrático de que las decisiones políticas y los procesos de toma de decisiones deben
incluir a todos a quienes se ven afectados por estas decisiones, al que el proyecto de acto
legislativo se refiere cuando propone dicha consulta popular, en consonancia con la
consulta previa que se reglamentó para los grupos étnicos. Como lo señala Young
(2001, 121), “la verdadera inclusión de todos aquellos afectados por las discusiones y
decisiones políticas debe incluir el proceso político de tomar medidas especiales para
asegurarse de que los miembros de los segmentos sociales más marginalizados y con
menos poder tengan una voz y una influencia igual [a la de los más poderosos]”.
En este contexto, las políticas públicas que emanan del gobierno pueden ser leídas
como textos culturales o dispositivos clasificatorios y como tales conllevan significados
culturales y simbólicos que pueden ser debatidos, por cuanto la política pública no es
neutral ni eminentemente técnica y tampoco es ajena a las relaciones de poder (Shore
2010). En consecuencia, el proceso deliberativo, que se ha desarrollado en las Mesas de
Interlocución y Acuerdo (MIA) que se instalaron después de las protestas de 2013 y
2014 por parte de los representantes del campesinado, ha buscado incidir en las
políticas del gobierno, como lo expresa claramente Andrés Gil:18

[Se busca] concretar escenarios y espacios donde las políticas que está proponiendo el
campesinado se forjen un camino en la institucionalidad colombiana, la legislación
colombiana y en la voluntad política del gobierno. (Video en Agencia Prensa Rural)

Esta aseveración nos remite al concepto de sociedad política de Chatterjee (2004, 37–8)
que se refiere a “la línea que conecta a las poblaciones con las agencias gubernamentales
en la búsqueda de múltiples políticas de seguridad y de bienestar”.19 Aquí es importante
resaltar que, en la lucha por la incorporación de sectores de la población que han sido
excluidos y situados en la jerarquía social como criminales sin derechos, como es el caso
de los campesinos cultivadores de coca, los mecanismos de reconocimiento y
CANADIAN JOURNAL OF LATIN AMERICAN AND CARIBBEAN STUDIES 369

participación juegan un papel central en cuanto a la posibilidad que les ofrecen de


contribuir en la definición de la política pública que se formula por el estado para su
región, pero también en la definición de esta nueva ciudadanía o ciudadanía alternativa
concebida en el marco de las conversaciones de paz y el desarrollo de la Ley de
Víctimas, que implica su reconocimiento como grupo social diferenciado con derechos
sobre su territorio. En un contexto de postconflicto este reconocimiento cobra una gran
importancia por cuanto las regiones con confluencia de conflicto armado y cultivos de
coca se tornan centrales como laboratorios de paz, por ser los lugares donde se pondrá
en ejecución el nuevo acuerdo firmado en la Habana.

Notas
1. En el artículo de Alex Huezo en esta revista se señala que debido al difícil acceso y el
peligro que se corría para erradicar los cultivos de uso ilícito por presencia de la guerrilla
en estas áreas marginales o “remotas”, el gobierno consideró que la fumigación aérea era
la estrategia más efectiva para lograr dicha erradicación.
2. La Consulta Previa es el derecho fundamental que tienen los pueblos indígenas y los
demás grupos étnicos cuando se toman medidas (legislativas y administrativas) o cuando
se vayan a realizar proyectos, obras o actividades dentro de sus territorios, buscando de
esta manera proteger su integridad cultural, social y económica y garantizar el derecho a la
participación.
3. El gobierno del presidente Ernesto Samper (1994–1998) incrementó las fumigaciones
aéreas de las plantaciones de coca en la región amazónica, así como el control de la
venta de cemento y gasolina, insumos necesarios para el procesamiento de la pasta de
coca. Durante los meses de julio, agosto y septiembre de 1996, alrededor de 200.000
campesinos – incluidos colonos, mujeres, niños y población indígena – marcharon desde
sus predios rurales hacia los pueblos más cercanos y hacia las capitales departamentales,
manifestándose en contra de la aplicación y el cumplimiento de las leyes que combaten los
cultivos ilícitos, su principal fuente de subsistencia. Para un análisis de este evento ver
Ramírez (2001, 2011).
4. El 10 de junio de 2011 se promulgó la Ley de Victimas y Restitución de Tierras por la cual
se dictan medidas de atención, asistencia y reparación integral a las víctimas del conflicto
armado interno.
5. El 26 de agosto de 2012 se firmó entre representantes del gobierno y de las FARC, el
“Acuerdo General para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable
y Duradera” que estableció los puntos a tratar en el Mesa de Conversaciones de Paz que se
inauguró el 18 de octubre en Oslo, se instaló el 19 de noviembre de 2012 en la Habana
Cuba. El Acuerdo Final se firmó el 26 de septiembre de 2016 y fue sometido a
refrendación popular el 2 de octubre. Frente al resultado de un NO al Acuerdo logrado,
volvió a la mesa de conversaciones y se firmó un Nuevo Acuerdo con ajustes el 12 de
noviembre de 2016, presentado como definitivo. Los puntos acordados para negociar
fueron: 1) Política de Desarrollo Agrario Integral, 2) Participación Política, 3) Fin del
Conflicto, 4) Solución al Problema de las Drogas Ilícitas, 5) Víctimas y 6) Implementación,
Verificación y Refrendación (Mesa de Conversaciones agosto 26 de 2012).
6. Las desmovilizaciones de las autodefensas se iniciaron el 25 de noviembre de 2003 en
Medellín con el bloque Cacique Nutibara y terminaron el 15 de agosto de 2006 con el
bloque Elmer Cárdenas de Urabá. En 38 actos se desmovilizaron 31.671 de los integrantes
de los grupos irregulares (Verdad Abierta 2010).
7. En 2014 el coeficiente de Gini que mide la desigualdad – en el que 0 es la perfecta igualdad
y 1 es la desigualdad total – registró en Colombia 0,54 (DANE 2015).
370 M. C. RAMÍREZ

8. En evaluaciones que se han hecho de la Ley de Justicia y Paz se insiste en que se


desconocieron los derechos de las víctimas, la verdad y su reparación. Para un análisis
conceptual de la Ley consultar a Rodolfo Arango (2008).
9. Aquí vale la pena anotar que en la Constitución de 1991 la comunidad nacional se
construyó como “un pueblo”, mientras que las comunidades minoritarias se construyeron
como “grupos étnicos, definidos a partir de sus rasgos y atributos culturales” (Bocarejo
2015, 35). Los campesinos mestizos forman parte del pueblo.
10. La Asociación Campesina del Valle de Cimitarra (ACVC) está compuesta por 120 Juntas
de Acción Comunal veredales de los municipios de Yondó, Cantagallo, San Pablo,
Remedios y del corregimiento Ciénaga del Opón de Barrancabermeja en el Magdalena
Medio colombiano (http://www.prensarural.org/acvc/quesomos.htm, recuperado 18 de
septiembre de 2015).
11. Consagrada en la Ley 160 de 1994 de Reforma Agraria y Desarrollo Rural Campesino, la
figura de las Zonas de Reserva Campesina es considerada por los colonos y pequeños
propietarios campesinos “como el instrumento que garantiza sus derechos de acceso al
territorio, a la tierra y a la seguridad jurídica de su tenencia” (ILSA 2012, 15). Define como
propósitos fundamentales para los procesos de colonización, presentes y futuros, desar-
rollados por el Instituto Colombiano de Reforma Agraria-INCORA, la regulación,
limitación y ordenamiento de la propiedad rural, eliminar su concentración y el acapar-
amiento de las tierras baldías, así como fomentar la pequeña propiedad campesina y
prevenir la descomposición de la pequeña economía campesina del colono (Ley 160 de
1994, Apartes Artículo 79).
12. El Paro Agrario Nacional se inició el 19 de agosto y terminó el 19 de septiembre de 2013
con la instalación de la Mesa de Interlocución y Acuerdo (MIA) nacional. Sin embargo,
además de esta MIA nacional, desde que se inició el Paro Nacional Agrario, se trabajó en
la conformación de 15 MIAS departamentales y 2 MIAS regionales (Equipo 2015).
13. Los laboratorios de paz son en principio una iniciativa de construcción de paz a partir del
trabajo con las comunidades de regiones en conflicto, promovida por la Unión Europea,
apoyada por el estado colombiano y en alianza con los Programas de Desarrollo y Paz. “Se
sostienen sobre un conjunto complejo de procesos sociales, culturales, económicos y
políticos de base, que buscan integrar los territorios marginados y periféricos y los sectores
sociales tradicionalmente excluidos de la población colombiana (tales como los grupos
indígenas y afrodescendientes, las mujeres, los jóvenes, pero fundamentalmente los cam-
pesinos), y acercarlos a la institucionalidad, al desarrollo y a la democracia, con vista a
incidir sobre las causas profundas de la conflictividad en Colombia, a generar una cultura
de la paz y unos mecanismos de participación” (Barreto De Sousa Henriques 2012, 3).
Una vez se implemente el nuevo acuerdo final entre el gobierno y las FARC, los lugares
con mayor presencia de conflicto armado serán piloto en la implementación de lo
acordado en búsqueda de consolidar la paz, como es el caso del Catatumbo y Putumayo.
14. En el Acuerdo Final quedó consignada la creación de circunscripciones especiales transi-
torias de paz, en 16 zonas de municipios marginados por el conflicto armado, cada una
con una curul en la Cámara de Representantes. Los aspirantes a estas curules serán de
organizaciones sociales y solo podrán postularse personas que vivan en dichas zonas o que
hayan salido desplazadas de las mismas debido al conflicto. Por su parte las FARC tendrán
garantizadas cinco curules en el Senado y cinco en la Cámara una vez se constituyan como
partido político, pero se ha debatido que las 16 curules van a ser apropiadas por las FARC
por cuanto se trata de zonas donde esta guerrilla ha actuado y ejercido autoridad
históricamente.
15. Es un reconocido líder en la región del Catatumbo, tecnólogo en obras públicas de 45
años, fundador de CISCA, así como del Congreso de los Pueblos, presidente del
Coordinador Nacional Agrario (CNA) en el momento del paro agrario de agosto de
2013 y elegido como senador de la República para el período de 2014–2018 por el Polo
Democrático Alternativo (Equipo Nacional Dinamizador de las Constituyentes Por la Paz
con Justicia Social 2015, 18).
CANADIAN JOURNAL OF LATIN AMERICAN AND CARIBBEAN STUDIES 371

16. Estas exigencias se encuentran en el Mandato Agrario que surgió del Congreso Nacional
Agrario del 7 y 8 de abril de 2003 y en el que se planteó como “reconocimiento político del
campesinado como sujeto de derechos específicos y actor social diferenciado con identidad
propia, pluricultural” (ILSA 2004. Mandato Agrario Punto 9, Reconocimiento Político del
Campesinado). Once años después, en el Pliego de Exigencias de la Cumbre Agraria del 18 de
marzo de 2014 también aparecen (Agencia Prensa Rural 11 de abril de 2014).
17. Para un análisis de éste movimiento intercultural ver Montenegro (2016).
18. Fundador en 1996 de la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra (ACVC), una
de las primeras zonas de reserva campesina del país. Hoy es uno de los líderes del
movimiento rural colombiano y hace parte del movimiento Marcha Patriótica.
19. “The line connecting populations to governmental agencies pursuing multiple policies of
security and welfare.”

Declaración de divulgación
No potential conflict of interest was reported by the author.

Información sobre el autor


María Clemencia Ramírez is research associate and former director of the Colombian Institute
of Anthropology and History. She holds a PhD in Social Anthropology from Harvard University
and is the author of Between the Guerrillas and the State: The Cocalero Movement, Citizenship
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