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Numeral 8, artículo 32: Se obre bajo insuperable coacción ajena

Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Derecho y Ciencias Políticas

Presentado por:

Andres Santiago Rodríguez Ortega


Juan David Salazar Guerrero
Laura Camila Vasquez Medina

2022
En el presente texto, se expondrán los distintos debates que han surgido en torno a la
conceptualización y fundamentalización de la causal de ausencia de responsabilidad
consgarada en el numeral 8vo del artículo 32 del Código Penal, así como a las
discusiones respecto a si ésta excluye la culpabilidad o la antijuridicidad de la
conducta. Posteriormente, se hará un repaso por la regulación legal que se le ha dado a
la causal en nuestro ordenamiento jurídico, seguido de lo cual, se dará cuenta del
desarrollo jurisprudencial que la Corte Suprema de Justicia le ha dado a la insuperable
coacción ajena, para finalmente, concluir con los aspectos principales que se pueden
extraer de la revisión que se llevó a cabo a lo largo del texto.

El actual Código Penal en su artículo 32, numeral 8, reconoce la insuperable coacción


ajena como causal de eximente de la responsabilidad penal, puesto que se esboza una
situación en donde el sujeto activo se ve afectado y movido por un constreñimiento
grave e irresistible por parte de otro sujeto, situación que genera una distorsión en el
elemento volitivo de la culpabilidad y de la facultad que mueve al ser humano a actuar
conscientemente, lo cual tiene como consecuencia que, aunque se produzca una
conducta típica y antijurídica, no va a haber lugar a la realización del juicio de
reproche. Así, se puede decir que de manera general la configuración de esta causal se
deberá realizar teniendo en cuenta lo reiterado por la Corte Suprema de Justicia en
sentencias (CSJ SP 22 jul. 2009, rad. 27277,apoyada en el art 2-8 de Ley 599 de
2000), i) que haya un peligro inminente: actual e inevitable, ii) que se advierta un mal
que para el violentado sea de naturaleza más grave que el que puede ocasionar con la
comisión del hecho ilícito propuesto, y iii) que este no pueda ser evitado sino
realizando ese hecho prohibido por la ley.

Doctrina

Varios autores han hablado sobre la insuperable coacción ajena sin profundizar
demasiado en la figura. Aún así, se puede extraer los siguientes puntos de discusión
doctrinaria: primero, se han propuesto diferentes definiciones y aproximaciones al
concepto de coacción; se ha propuesto argumentaciones en torno a la ubicación
jurídico-dogmática de la insuperable coacción ajena como una causal autónoma o
como una subespecie de estado de necesidad; se ha discutido sobre su ubicación como
causal de responsabilidad justificante o exculpante y, finalmente, surgen concepciones
respecto al contenido del criterio de vencibilidad o superabilidad e invencibilidad o
insuperabilidad.

Perspectivas sobre concepto de coacción

Conviene hacer una primera distinción entre el concepto de vis absoluta, vis maior y
vis compulsiva. La primera se refiere a la fuerza humana exterior e irresistible que se
ejerce contra la voluntad de alguien quien presuntamente realiza una actividad o
conducta que genera responsabilidad penal. La segunda se refiere a la fuerza que
proviene de la naturaleza y genera el resultado delictuoso en consecuencia de esa
fuerza. La última se refiere a la intimidación, apremio o amenaza física o moral que
busca provocar un mal, la cual se realiza por una persona que tiene la capacidad de
eliminar o condicionar la voluntad y libertad de actuación de el intimidado, apremiado
o amenazado. La coacción a que hace referencia el artículo 32-8 de Código Penal
usualmente se vincula a la concepción de vis compulsiva, así lo ha reconocido la corte
en varias sentencias “la insuperable coacción ajena supone la existencia de una ‘vis
compulsiva’, es decir, que la persona no procede, porque es actuada, es perfectamente
determinada por esa coacción de la que no puede liberarse y que domina totalmente su
voluntad que podría llevarla a actuar de una manera diversa a la que fuera fruto de su
propia auto determinación que ha perdido de manera total.”

Igualmente autores como Mario Arboleda Vallejo y José Armando Ruiz Salazar han
determinado el significado de coacción como el “constreñimiento que el anuncio de
un mal grave e inminente ejerce sobre el ánimo del hombre, violentando sus
determinaciones”. Velazquez entiende coacción como “la acción de quien constriñe a
otro a hacer, tolerar u omitir una cosa” ambos recogen la definición antedicha de vis
compulsiva amenaza o fuerza moral de amenaza al relacionarla con el constreñimiento
entendido. Otros autores como Zaffaroni entienden la coacción como la conducta
humana que genera la necesidad de la comisión del delito, la cual “usa amenazas con
el propósito de obligar a otro a hacer, no hacer o tolerar algo contra su voluntad”

Ubicación dogmática de la insuperable coacción ajena causal independiente o es


una especie de estado de necesidad

Velazquez defiende la ubicación de la insuperable coacción ajena como un caso


especial del estado de necesidad puesto que comparte los supuestos y escenarios
creadores de aquel. En ambos se presenta una colisión de bienes jurídicos en donde se
puede escudar en el “mal o daño infligido por una tercera persona” hacia sus bienes
jurídicos conducentes a realizar una conducta delictiva. El autor afirma que se debe
probar la existencia de un riesgo, mal o peligro siempre que el mal no se genere
intencionalmente, con imprudencia, cuando se deba afrontar y dar cumplimiento a un
deber jurídico, cuando se tenga como finalidad proteger un bien jurídico propio o
ajeno y, por último, se realice un análisis de valoración sobre el mal causado respecto
del evitado.

Zaffaroni ve igualmente la ubicación en el estado de necesidad, afirmando que la


necesidad de cometer un delito se origina en la conducta humana que “usa amenazas
con el propósito de obligar a otro a hacer, no hacer o tolerar algo contra su voluntad”
dicha conducta tiene dos dimensiones, respecto al autor es una conducta típica o
tentativa idónea de colocar al otro en estado de necesidad y sobre el que la sufre dicha
conducta se la ve como un estado de necesidad.Por ello afirma que no pasa de ser un
estado de necesidad que requiere del autor, primero, incapacidad del que sufre la
amenaza de rechazar el contacto. si puede decidir sobre otros caminos, no se configura
la causal exculpante. Segundo, correspondencia entre la acción realizada y la
ordenada. tercero una amenaza que puede venir de fuentes humanas o de la naturaleza

Por otro lado autores como Fernandez Carrasquilla han justificado la existencia de la
causal como un criterio individual y autónomo aduciendo que se asienta en una
categoría jurídico dogmática relacionada con la culpabilidad, producto de los cambios
realizado a la ley 100 de 1984 y también la no necesidad de valoración de bienes
jurídicos en contraposición y la posibilidad de tomar vías de acción alternas pues esto
da cuenta de su estructuración como conducta típica y antijurídica que dista de la
clasificación usual del estado de necesidad.

Ubicación dogmática en la Antijuridicidad o Culpabilidad

Resulta lógico pues determinar que para Carrasquilla, al verla como un caso especial
de estado de necesidad, deberá estar ubicada en el componente ideológico de éste.
Igualmente argumenta que la consecuencia es que reduce la facultad de elección de la
persona amenazada, por lo que se trata de un “vicio del consentimiento” y no de una
alteración profunda de la conciencia. Además que la causal se asienta sobre 2 hechos
de valor (la existencia de coacción y su insuperabilidad) que no versan sobre el estado
de conciencia del amenazado. Y los elementos eximentes de la culpabilidad refieren
justamente a los problemas de esa conciencia sobre la ilicitud, capacidad o
exigibilidad de que llevaría a un juicio sobre la culpabilidad.

Velázquez parte de un criterio flexible en el cual deberá valorarse la gravedad del mal
causado respecto del evitado producto de la amenaza. En el caso que el mal o peligro
causado y evitado por la amenaza sea mayor al creado por la acción delictiva
coaccionada se ubicaría en la culpabilidad. Por otro lado, si la amenaza o el mal que se
realiza es de mayor envergadura al mal que puede producirse con la amenaza se ubica
en la antijuridicidad.

Fernandez Carrasquilla determina que si bien el código no determina un criterio para


definir la “insuperabilidad” sino que determina que la coacción debe ser el motivo
decisivo de la decisión, para él es importante porque el código no exime en la medida
de que exista miedo, sino en tanto supere la capacidad de elección en razón de ese
miedo. Carrasquilla basa su criterio de vencibilidad en 1513 de CC la que determina la
fuerza irresistible y determinante la que “es capaza de producir una expresión fuerte
en una persona de sano juicio, teniendo en cuenta su edad, sexo, estírpe o condición” y
además ser inujusto o ilegal.

Bustos Ramirez y Zaffaroni parecen decantarse por un criterio subjetivo-individual, el


cual parece ser más compatible con el carácter individualizante que la idea de
exigibilidad imprime a la categoría de la culpabilidad. Este implica que deberá tenerse
en cuenta las circunstancias específicas y particulares del sujeto en cada momento. y
no recurrir a criterios generales, posición que es manejada por la actividad judicial hoy
día y que la jurisprudencia de las altas Cortes ha ayudado a esbozar.

Legislación

A la luz de la legislación nacional, como bien es sabido, se consagra una serie de


eximentes de responsabilidad o también conocidas como causales de exculpación. que
se encuentran explicitados en el artículo 12 de la ley 599 de 2000, actual Código penal
colombiano, y que esté a su vez, en su numeral 8. consagra que aquel individuo que
obre bajo insuperable coacción ajena no será responsable por su conducta,
circunstancia que permitiría excluir el elemento de la culpabilidad del análisis de la
conducta y su proceso de adecuación típica, y por lo tanto, no se puede elaborar la
reprochabilidad subjetiva de la conducta punible pese a que el injusto penal haya sido
completado por el sujeto.

Así las cosas, el legislador comprende un escenario en donde opera la inexigibilidad


penal respecto del comportamiento del sujeto activo estando altamente impulsado por
el “apremio insuperable” de un tercero contra su propia voluntad, que resulta
totalmente compelido a cometer la acción o la omisión con el fin de proteger un bien
jurídico tutelado ya sea propio o ajeno y, que en el juicio de reproche, se va a predicar
que no existe otro mecanismo menos perjudicial para evitar el daño antijurídico y,
claro está, que no se puede exigir otra conducta estando en las mismas circunstancias.

Anteriormente, la insuperable coacción ajena constituía una causal de inculpabilidad,


pero, a partir de la expedición del Decreto 100 de 1980 que expidió el antiguo Código
Penal (posteriormente derogado por la Ley 599 del 2000), esta configura, en nuestro
ordenamiento jurídico, una causal de ausencia de responsabilidad.

Jurisprudencia

La Corte Suprema de Justicia ha emitido abundante jurisprudencia respecto a la


insuperable coacción ajena, sus requisitos y características esenciales, lo que ha
permitido construir un panorama más amplio de lo que constituye esta causal de
ausencia de responsabilidad.

Mediante sentencia, el 5 de mayo de 2021, la Corte estableció que la insuperable


coacción ajena “se origina en la acción de un tercero que constriñe la voluntad de otro
mediante violencia física o psíquica (o moral), para que ejecute un comportamiento
típico de acción o de omisión que sin tal sometimiento no realizaría”. Se ha de aclarar,
que este acto del tercero debe ser “verdaderamente irresistible”, inevitable por otro
medio. De forma que se obliga al otro a ejecutar algo que no quiere, a raíz del “miedo
o el temor” y el deseo de “evitar el daño amenazado”. Se ha de hacer énfasis en la
exigencia de que tal acto sea producido por un tercero, pues esta característica es clave
a la hora de diferenciar esta causal de responsabilidad de la estipulada en el numeral
noveno del art. 32: “Se obre impulsado por miedo insuperable.” Según lo estipulado
por la Corte, la diferencia entre ambas radica en que, mientras en la primera el miedo
proviene de un comportamiento ilegal por parte de un tercero que condiciona la
voluntad del sujeto, en la segunda, el miedo surge en la persona sin que exista
coacción alguna por parte de un tercero, sino que este emana de peligros reales (o
imaginarios) (Corte Suprema de Justicia, 2007)

Así pues, la existencia de la insuperable coacción ajena contempla dos elementos


clave: el primero, la acción injusta de un tercero que busca, mediante la coacción,
someter a otro a hacer algo en contra de su voluntad y el segundo, la reacción del
coaccionado, quien padece los efectos emocionales de tal acción y realiza la conducta
típica y antijurídica (Corte Suprema de Justicia, 2009).

De igual manera, la Corte (2021) ha señalado los requisitos que se deben cumplir para
que se configure la ausencia de responsabilidad, los cuales pueden ser condensados en
tres grandes bloques. En primer lugar, se requiere la presencia, como se mencionaba
anteriormente, de un acto grave que, ejercido de forma intencional e ilícita por un
tercero, busca, por medio de la coacción, constreñir a otro para que realice la conducta
típica y antijurídica, la cual, en otras circunstancias, no realizaría voluntariamente.
Esta coacción puede verse reflejada en el uso de la fuerza física o psicológica.
Mientras la violencia física tiene lugar cuando el tercero incide en la voluntad de la
víctima a través de actos que le afectan biológicamente y de manera directa, en la
violencia psicológica, el actuar del tercero no afecta físicamente al coaccionado, sino
que “se obra a través del intelecto, con base en la representación mental que hace el
compelido del mal que sobrevendrá”, ejemplo de este segundo tipo de violencia son
las amenazas. Ahora bien, se debe aclarar y hacer énfasis en que este acto constrictivo
debe ser la causa principal por la que la víctima realiza la conducta típica y
antijurídica. Lo anterior, implica, como se mencionó con anterioridad, que: exista un
peligro inminente, serio e inevitable por otro medio, que se advierta un mal que, para
la víctima, es más grave que la comisión del hecho ilícito y que este no pueda ser
evitado sino realizando ese hecho prohibido por la ley.

En segundo lugar, se exige que exista la actualidad de la coacción, es decir, que la


voluntad del individuo se encuentre sometida, inmediatamente, por la violencia (física
o psicológica) ejercida. Y por último, debe existir la insuperabilidad de la coacción, es
decir, que esta no pueda vencerse. Ahora bien, se debe tener en cuenta que esa
insuperabilidad es relativa y va a depender de diversos factores y características
particulares de cada caso concreto, como la gravedad del acto constrictivo, las
condiciones personales del coaccionado y las posibilidades de liberarse de la coerción.

Lo anterior, es posible analizarlo a la luz de tres sentencias proferidas por la Sala de


Casación Penal de la Corte, estas son, la sentencia del 18 de abril del 2012 (Rad.
36.615), la sentencia del 16 de diciembre de 2013 (Rad. 42.099), y la sentencia del 7
de marzo de 2007 (Rad. 21.457).

En primer lugar, se encuentra la sentencia del 18 de abril del 2012, la cual resuelve
una demanda de casación interpuesta por la defensora de Miguel Angel Uribe, a quien
se le acusó por el delito de ataque al superior. Conforme a los antecedentes señalados
en esta providencia, Uribe intentó agredir a su superior, el Sargento Segundo Juan
Suaza Hernández, quien le había reiterado la orden de entregarle el folio de vida, lo
que causó la reacción ofensiva por parte de Uribe. En primera instancia, el Juzgado
Primero de División falló a favor del demandado. Pero, posteriormente, el Tribunal
Superior Militar, que conoció la apelación interpuesta por la Fiscal 12, revocó esta
resolución y en su lugar, condenó al acusado a la pena de 3 meses de prisión, como
autor, en el grado de tentativa, del delito de ataque al superior, tipificado en el art. 118
del Código Penal Militar (Ley 522 de 1999), el cual se encontraba vigente para el
momento de los hechos.

Ante esto, la defensora del acusado formuló el recurso extraordinario de casación, el


cual entró a resolver la Corte. En esta demanda, se argumentaba que, en el evento de
considerarse que el comportamiento del acusado sí se enmarcaba en los presupuestos
del art. 118 del Código Penal Militar, este estaría amparado por la causal de ausencia
de responsabilidad de insuperable coacción ajena, ya que había sido el Sargento Suaza
el que había agredido al acusado. Frente a tales peticiones, la Corte afirmó que “la
causal de inculpabilidad por insuperable coacción ajena, incide sobre la voluntad, esto
es, sobre la facultad del entendimiento que mueve al ser humano a obrar
conscientemente y, en consecuencia, no procede cuando la coacción o fuerza externa
que obliga a la voluntad a realizar un hecho que le repugna o a desistir de un acto
obligatorio, no cuenta con la capacidad suficiente de perturbar el entendimiento y el
acto voluntario”. Para la Corte, el comportamiento del acusado fue fruto de su propia
autodeterminación.

Lo anterior, ya que, según la Corte, incluso si se tomaran como ciertas las


afirmaciones hechas por el acusado (según las cuales el Sargento, en una ocasión, lo
empujó en contra de una pared y que además, este le hacía requerimientos de forma
constante y hacía uso de un apodo para llamarlo) esto no configuraría la causal, pues
el procesado era un suboficial del Ejército Nacional, que perfectamente podía pedir
apoyo a sus superiores para poner en conocimiento la situación que supuestamente se
venía presentado. De forma que, el procesado tenía a su disposición recursos legales a
los que podía acudir, por lo que su situación no podía ser considerada como una
coacción insuperable, ya que sí tenía la posibilidad de enfrentar la situación, pues no
existía una “fuerza indispensable que alteraría la autodeterminación de cualquier
persona”.

Nótese, entonces, como las particularidades del caso en cuestión son clave a la hora de
determinar si se configura o no la causal de justificación. Tal y como se presenta, para
este caso se tuvo en cuenta que el acusado era un suboficial del Ejército, que por lo
tanto contaba con medios a los que recurrir para afrontar la situación que
supuestamente se estaba presentado y que, por lo tanto, tal situación no era
insuperable.

En segundo lugar, mediante la sentencia del 16 de diciembre de 2013, la Sala de


Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia, resolvió el recurso de casación
interpuesto por el defensor de José Crisanto Gómez Tovar, contra la sentencia
proferida por el Tribunal Superior de Villavicencio, por los cargos de rebelión,
secuestro extorsivo agravado, falso testimonio y fraude procesal. Esta sentencia
aborda el caso del hombre a quien las FARC-EP le entregaron el hijo nacido en
cautiverio de la ex-candidata a la vicepresidencia, Clara Leticia Rojas González.
Recapitulando los hechos, en el año 2004, Clara Rojas dio a luz a un niño mientras
aún estaba en cautiverio, el cual sufrió una herida en su brazo en el momento del parto
y comenzó a presentar demás enfermedades conforme pasaba el tiempo. Ante esto, se
trasladó al bebé a la finca de Ramón Gaitán Hernández, un curandero indígena,
ubicada en la vereda La Paz en el municipio de El Retorno del departamento del
Guaviare, para que Gaitán Hernández curara los males del menor. Al llegar al lugar,
los miembros de la guerrilla se toparon con José Crisanto Gómez Tovar y su esposa,
quien era la hija de Ramón Gaitán. Esperaron un rato al curandero, pero al ver que
este no llegaba, decidieron dejar al menor con Gómez Tovar y su esposa, prometiendo
volver al otro día, cosa que no sucedió.

Meses después, tras un altercado entre José Crisanto y algunos miembros de las
FARC, pues estos deseaban llevar a sus hijos a una reunión de la guerrilla, ante lo que
José Crisanto se negó, el hombre decidió irse con su familia del lugar, pues temía que
la guerrilla tomara represalias en su contra tras la negativa y el posterior altercado. Al
arribar a su lugar de refugio, la dueña de la posada en la que se hospedaron, al ver el
deteriorado estado de salud en que se encontraban los menores, especialmente el más
pequeño, quien era el hijo de Clara Rojas, llamó al Instituto Colombiano de Bienestar
Familiar (ICBF), que le exigió a Gómez Tovar trasladar al menor a un centro de salud,
pero él se negó asegurando que el niño no estaba registrado y por lo tanto, no contaba
con el carnet de salud para poder llevarlo. Ante la insistencia por parte de la
institución, José Crisanto registró al niño en calidad de tío abuelo, afirmando en el
trámite que el bebé era hijo de una sobrina que había fallecido y lo llamó Juan David
Gómez Tapiero. Con tal nombre se diligenció la historia clínica del niño en el Hospital
San José del Guaviare y la Alcaldía Municipal de El Retorno expidió su carnet de
salud.

En junio de 2005, una vez se dio de alta al menor, el ICBF sugirió llevarlo a Bogotá
para que tuviera un mejor cuidado y José Crisanto estuvo de acuerdo. Dos años más
tarde, en junio de 2007, el Defensor de Familia de la Seccional Guaviare declaró al
menor en situación de abandono y ordenó como medida definitiva su adopción. Ante
esto, Gómez Tovar solicitó la revocatoria de tal decisión, pero esta fue negada.

Meses después, en diciembre del mismo año, las FARC anunciaron que liberarían a
Clara Rojas y a su hijo, por lo que comenzaron a reclamarle a Gómez Tovar que
devolviera al niño, amenazándolo de muerte a él y a su familia en caso de no hacerlo
en un lapso de 8 días. Ante tal intimidación, Gómez Tovar, desesperado, acudió a las
autoridades, suministrando toda la información que poseía sobre el menor, lo que
permitió encontrarlo en un albergue del ICBF en Bogotá.

Es en este contexto que el Tribunal Superior de Villavicencio (revocando el fallo


proferido por el Juzgado 4 Penal del Circuito Especializado de Villavicencio),
condena a Gómez Tovar a 400 meses de prisión, multa equivalente a 5000 smmlv e
inhabilitación de derechos y funciones públicas por el término de 20 años, por los
cargos de rebelión, secuestro extorsivo agravado, falso testimonio y fraude procesal.
En segunda instancia, se argumentaba que no existía ausencia de responsabilidad, ya
que, según el Tribunal, la coacción ejercida por las FARC, no “nublaba la
consciencia” del acusado, ni tampoco se podía predicar la no exigibilidad de otra
conducta, es decir, “mantener retenido” al menor. Como prueba de esto, el Tribunal
alegó el mal estado de salud del menor y los testimonios de los trabajadores de la
guardería infantil del ICBF, quienes aseguraban que Gómez Tovar no sentía cariño
alguno por el menor. Se estableció, además, que tras la fuga de la vereda en la que
vivía, el procesado “perfectamente” pudo haber denunciado los hechos en la cabecera
municipal de El Retorno y acudir a las autoridades, por lo que su actuar no tenía
excusa alguna, pues para esas instancias “ya se habría superado la presunta coacción
que ejercía la guerrilla”. En palabras del Tribunal, si él en realidad hubiera estado
huyendo de la guerrilla, habría buscado la protección de las autoridades, pero no lo
hizo. Se alegaba, además, que el procesado nunca le comunicó a alguien que estuviera
amenazado y que no se comportaba como alguien que lo estuviera, sino que en
cambio, “se la pasaba bebiendo cerveza”. De hecho, para el Tribunal, el actuar de
Tovar era propio de un aliado, a quien las FARC le encomendó la labor de cuidar al
niño.

El Tribunal, además, alega que si bien entre los años 2005 y 2007 sí existía presencia
de guerrilleros en la región donde sucedieron los hechos, no había un control total por
parte de los mismos “como para que Gómez Tovar no pudiera denunciar lo ocurrido”.
Finalmente, se reprocha que José Crisanto permaneciera 8 meses con el menor sin
“siquiera adelantar la más mínima averiguación para saber de quién se trataba o
devolverlo a quienes se lo entregaron”. Por todo lo anterior, el Tribunal decide
desestimar cualquier circunstancia que provoque la ausencia de responsabilidad.

Ante esto, la Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia llegó a la


conclusión de que en realidad, Gómez Tovar no hacía parte del grupo guerrillero, y
que, en cambio, efectivamente fueron los miembros del Frente Séptimo de las FARC
los que llevaron al hijo de Clara Rojas a la finca, buscando que el curandero sanara
sus males, tomando como probado que, posteriormente, fue el grupo armado el que le
impuso al procesado cuidar al menor y que este huyó del lugar para evitar que lo
mataran, por lo que la Sala desestimó los delitos de rebelión y secuestro.

Ahora bien, la Corte asegura que no cabe duda de que Gomez Tovar efectivamente
falseó la verdad en una declaración jurada ante una autoridad pública y que, a través
de engaños, obtuvo el registro civil del menor. De forma que, efectivamente, Gómez
Tovar cometió las conductas típicas y antijurídicas de "falso testimonio" y "fraude
procesal" por lo que la Corte se dispuso a determinar si procedía la absolución del
acusado en razón de concurrir en dichas conductas una causal de ausencia de
responsabilidad, más específicamente, el haber obrado bajo insuperable coacción
ajena.

Conforme lo argumenta la Corte, la guerrilla efectivamente obligaba al acusado a


hacerse cargo del niño, pues si este no lo hacía, corrían peligro tanto él como su
familia. De hecho, un miembro de las FARC amenazó con lastimar a sus hijos si no
actuaba como ellos querían. Gómez Tovar afirmó que, el día en que hospitalizaron al
menor, un integrante de la guerrilla lo abordó y le dijo que él debía responder por el
niño y que se debía “inventar lo que fuera, cualquier historia” para solucionar el
problema de los papeles del menor (ya que en el centro médico los requerían) y que en
caso de no hacerlo, sus hijos correrían peligro. Fue ante tal amenaza que el acusado
decidió inventarse la historia para conseguir el registro civil del niño y así afiliarlo al
sisbén. Ante la interrogativa por parte del fiscal de por qué no decidió denunciar tales
hechos, el procesado contestó que tenía miedo de que las FARC cumplieran sus
amenazas si él le decía algo a las autoridades. Para la Sala, tal comportamiento era
completamente comprensible, teniendo en cuenta el poder que tenía el grupo armado
ilegal en la zona. La Corte afirma “si pasa en las grandes ciudades que los ciudadanos
no denuncian las extorsiones para evitar las represalias por parte de los delincuentes,
no le era exigible en el presente caso a José Crisanto Gómez Tovar, en el Guaviare,
revelar un hecho que los guerrilleros le imponían mantener en secreto, a sabiendas de
que hacerlo significaba desafiar su poderío armado, que causaba temor infundado,
incluso, en los servidores públicos del más alto nivel en ese departamento”. De hecho,
el Defensor Seccional del Departamento del Guaviare, dio cuenta de la presión que
ejercía el grupo armado en la zona, a tal punto de que él, tras recibir amenazas por
parte del grupo a raíz de su gestión defensorial, no pudo retornar a su oficina y tuvo
que ser reubicado en Bogotá. Incluso, la Policía Judicial de la Policía Nacional afirmó
que no era viable el desplazamiento terrestre por aquel lugar, “debido a las
condiciones de seguridad (...), pues en vista de la presencia de grupos armados al
margen de la ley, es muy probable ser emboscados en el transcurso del camino”. Así
pues, sería un desacierto exigirle al procesado sobreponerse a la coerción del grupo
armado ilegal.

Lo anterior, ya que, en estas condiciones, la población se ve sometida al poder del


grupo ilegal que domina la región; los habitantes no discuten las órdenes impartidas,
pues son conscientes de que hacerlo traerá represalias que pueden ir desde el destierro
hasta el asesinato. En palabras de la Corte, “(...) en las zonas de conflicto, no rige la
lógica del deber ser que se predica en las ciudades donde se ejerce de forma plena el
poder estatal”.

Por lo que, para la Corte, resulta absurdo considerar que Gómez Tovar debía penetrar
la organización ilegal para así investigar la historia del menor o que él contaba con los
medios para evitar la realización de la conducta o que “podía oponerse” a cumplir con
lo que le ordenaban los miembros de las FARC. Por lo tanto, decide la Corte
confirmar el fallo en primera instancia que excluyó de responsabilidad penal al
procesado al obrar bajo insuperable coacción ajena, casando el fallo proferido por el
Tribunal Superior.

Así pues, nuevamente, en este caso es apreciable la relevancia de las circunstancias


particulares del caso concreto, como lo son la presencia de las FARC en la zona en
que se desarrollaron los hechos, el cómo el poderío del grupo armado era tan grande
que incluso causaba temor en los funcionarios públicos del sector y la débil presencia
estatal en el departamento del Guaviare.

Finalmente, en la sentencia del 7 de marzo de 2007, la Corte resuelve un recurso de


apelación interpuesto por el defensor de Delma Esther Almentros Puche contra la
sentencia proferida por el Tribunal Superior de Bucaramanga el 1° de abril de 2003,
que le acusó como cómplice por los delitos de peculado por apropiación, falsedad
ideológica y material en documento público y falsedad en documento privado.

En este caso, el hermano de la acusada, Rafael Enrique Almentros Puche, Alcalde y


Tesorero del municipio de Barrancabermeja, giró dos cheques por un valor total de
137.924.004, en beneficio de Sandra Viviana Ortiz Palacios (posteriormente cobrados
por Carmen Dolores García, que usó, de manera fraudulenta, la cédula de Ortiz
Palacios para tal fin), cuando legalmente se debían girar en beneficio del Instituto de
Seguros Sociales, en razón de cancelar los aportes a la seguridad social de los
empleados de la Alcaldía. Delma Esther elaboró los comprobantes de ingreso de estos
dos títulos valores y confirmó su pago telefónicamente.

El defensor de la acusada, alega que tanto ella como su hermano, en ningún momento
actuaron de manera voluntaria y libre, ya que habían sido amenazados por parte de un
bloque de las Autodefensas Unidas de Colombia, por medio de Edgar Salazar
Manrique. Para la defensa, los hermanos Almentros Puche actuaron bajo insuperable
coacción ajena.

Según lo explicado por Rafael Enrique, miembros de la AUC lo estaban coaccionando


para cometer el acto. Según él, en principio, Edgar Salazar Manrique lo abordó,
proponiéndole girar los cheques que debían ser destinados al Seguro Social a otra
persona, ante lo cual él se negó, lo que provocó que se convirtiera en objeto de
seguimientos y persecución por parte de estas personas, lo que posteriormente escaló
al punto de recibir amenazas de muerte, e incluso, ser víctima de un retén ilegal, pues
uno de los miembros del grupo armado se subió al auto en que él se desplazaba, lo
bajó y lo subió a otro carro en el que con otras personas lo presionaron, diciéndole que
matarían a sus hijos si no colaboraba con ellos, afirmando que conocían en dónde
estudiaban los menores. Ante esto, según él, presionó a su hermana Delma para que
hiciera el cheque a nombre de otra persona, “aprovechándose de que ella dependía de
su trabajo y que su esposo estaba en un mal estado de salud”.

Ahora bien, en este caso, para la Corte, la versión del procesado no se ajustaba con la
realidad probatoria del proceso ya que, para el juez, “no era posible que alguien que
había sido Secretario de Hacienda, Tesorero Municipal y Alcalde Encargado no
hubiera buscado el apoyo de las autoridades y, de esa manera, obtuviera la
correspondiente protección para él y los miembros de su familia”. Además, se
cuestionó que el acusado no denunciara la propuesta ilícita con anterioridad a la
amenazas. De igual forma, para el juzgador resultaba inaceptable que una vez
cometido el acto, el acusado no denunciara los hechos, más aún teniendo en cuenta
que Barrancabermeja cuenta con la presencia permanente de la fuerza pública (ejército
y policía). Así mismo, las versiones entregadas entre los acusados no eran coherentes
entre sí y presentaban varias inconsistencias, llegando a ser contradictorias unas con
otras.

En conclusión, para el juzgador, los hermanos no habían sido víctimas de una


insuperable coacción ajena, pues para ello esta debía tener el carácter de inevitable por
otro medio, y no fue así. Todo lo contrario, se estimó que los hermanos contaban con
herramientas y formas de evitar la realización de la conducta típica. Respecto a la
procesada, se añade el hecho de que la supuesta coacción provenía del hermano, que
supuestamente “le arruinaría la vida si no cooperaba, trasladandola de su puesto de
trabajo a otro”, evento en el cual, en realidad, ella no vio su voluntad constreñida,
pues tal amenaza no tiene el carácter de grave, ni de seria, al provenir de un pariente
tan cercano, “a quien le era fácil rogar para que no procediera de tal manera”. De
forma que, para la Corte, los hechos demuestran que la acusada no obró bajo
insuperable coacción ajena, por lo que decide no casar la sentencia.

Así pues, en este caso, nuevamente se puede ver de forma clara la importancia de las
circunstancias y características especiales tanto del procesado como del caso. El hecho
de que fuera el hermano de la acusada quien ejercía la supuesta coacción, que esto
establecía una relación lo suficientemente cercana entre los dos para que ella pudiera
negarse ante la exigencia, que además tanto ella como su hermano contaban con los
medios para afrontar la supuesta coacción por parte del grupo armado y evitar la
comisión del hecho ilícito, y que la ciudad en la que se encontraban
(Barrancabermeja) contaba con una presencia estatal fuerte y constante, fueron clave a
la hora de determinar que, para la acusada, no podría predicarse el requisito de la
“insuperabilidad de la coacción”

En conclusión, la insuperable coacción ajena, como causal de ausencia de


responsabilidad, parte del acto constrictivo por parte de un tercero, con el objetivo de
que el sujeto actúe conforme a la voluntad de este tercero. El desarrollo de la causal ha
se ha configurado, principalmente, a través de la jurisprudencia y la doctrina y ha sido
establecida por el legislador como uno de los eximentes de la responsabilidad, en la
modalidad de la eximente de culpabilidad pues, como ya vimos, en esta causal se
excluye la culpabilidad dentro de la realización de la adecuación típica por no
acreditar el elemento volitivo del mismo.

Con el pasar del tiempo, se han estructurado diversos debates doctrinales en torno a la
naturaleza de esta causal. Respecto a la concepción de coacción, diversos autores han
dado elementos clave para entender qué abarca este concepto. En este marco, se
estableció que es determinante diferenciar entre vis absoluta, vis maior y vis
compulsiva, y que es esta última la que se ve implícita en la causal, afirmación que ha
sido acogida por varios doctrinantes.

Finalmente, en la jurisprudencia colombiana, se hace gran énfasis en que, además de


la existencia del acto que constituye la coacción, la cual debe ser actual, se requiere de
la insuperabilidad de esta coacción para que esta causal se configure, insuperabilidad
que es relativa, ya que esta dependerá de las circunstancias y las particularidades
propias de cada caso en concreto; aspectos como la gravedad del acto constrictivo, las
condiciones personales del coaccionado y la posibilidad de liberarse de la coerción por
otros medios serán claves a la hora de determinar si la actuación del sujeto se enmarca
(o no) en esta causal de ausencia de responsabilidad.
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