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Algo extraño y gravísimo sucede aquí: si este hombre miente deberían juzgarlo, pero si dice la
verdad, es OBLIGACIÓN de todo médico y divulgador honesto poner por delante a sus pacientes
antes que a su nombre y prestigio y ESCUCHAR al menos lo que dice.
Aquí sucede algo que debe ser investigado. NO se puede decir que NO funciona sólo porque unos
camisas pardas con problemas emocionales digan algo totalmente falso: que es lejía. Si no hay
ECAs para aprobarlo, tampoco para desestimarlo, y están MURIENDO MILES.
La contraposición entre una sustancia simplísima, baratísima, impatentable, que puede producirse
en cantidades industriales con facilidad y que se usa TODOS LOS DÍAS para potabilizar el agua, y
la tecnociencia cara, elevada a la enésima potencia, que llevamos décadas sufriendo, es brutal.
Quienes aportan esos testimonios son médicos que se exponen a ser crucificados y a perder su
licencia. Y YO A ESOS LOS ESCUCHO antes que a la pandilla de divulgadores muermos que
aparecen, con sus batitas blancas, cruzados de brazos y sonriendo, en sus fotos de perfil del tuita o
en las orlas de sus organizaciones médicas llevas de conflictos de interés.
¿Es posible que estemos asistiendo a un sesgo gigantesco, descomunal, aderezado con terror,
cobardía y codicia? ¿A un engaño planetario que ha matado a millones, con la connivencia de
personas incapaces de salir de sus prejuicios?
Hay jurisprudencia al respecto por décadas: decenas de casos donde sustancias tóxicas infames
fueron usadas sin crítica por centenares de miles de médicos convencidos de “hacer Ciencia” (y de
mear colonia) y aquí no ha pasado nada: hasta que volvamos a repetirlo.
¿Será posible que por fin se demuestre que “la ciencia” es un aparato sobredimensionado,
pantagruélico, que devora todo rastro de sentido común por la vía de buscar obsesivamente la
complejidad y hacer creer que el problema es tan complicado como los métodos usados?
Si una molécula tan humilde hace lo que toda la maquinaria apabullante de la tecnociencia
desenfrenada no ha podido ni soñar con sus vacunas y sus Remdesivires, sería un órdago a la grande
que certificaría que hemos vivido décadas en una pesadilla tecnotrónica llena de humo, fanfarria y
vacuidad.
Y lo hace un país “pobre”, demostrando que la “pobreza” es una característica relativa. NO sería
posible que eso hubiera pasado en países “ricos”, con sus sistemas de salud puestos de rodillas por
una industria omnipotente, que se instala allí donde más puede esquilmar, y que compra voluntades
como quien compra caramelos.
Y, sobre todo, que, durante décadas, las personas supuestamente más inteligentes se han dejado
devorar por la manipulación de una industria corruptora y unos medios corrompidos, y que entre
todos han dejado morir a millones de seres humanos, inmolados en la estupidez de una especie que
está alcanzando cotas nunca vistas de sordidez cognitiva.
NADIE tiene derecho a decirme que me calle sin debatir, pensar, indagar. NADIE tiene derecho a
censurar una información que es POSIBLE que sea positiva para tantas personas. ¿Qué mierda de
mundo es éste? ¿Hasta dónde vamos a aguantar sin levantar la voz?
Las medidas que prevengan y combatan COVID, prevendrán y combatirán en alguna medida
cualquier cáncer. Imaginad la revolución que eso supondría (y el dinero astronómico que la
industria podría perder, de ahí que se revuelvan usando cualquier arma, no importa lo sucia que
sea). Esa evidencia me está sirviendo para mejorar la visión del libro “Cáncer Integral”, que estoy
escribiendo.
Y, con la llegada de esa evidencia, todos los patanes que han confundido hasta ahora ausencia de
evidencia con evidencia de ausencia o se la están envainando o huyen hacia adelante en su
difamación y ridiculización para evitar reconocer su incompetencia, su estupidez o su corrupción.
Presionemos para que otras sustancias con alto potencial sean al menos investigadas.
Esto es una lucha A MUERTE entre ciudadanos y poder corporativo, el único poder que manda de
verdad y que nos está arrastrando a un fondo de miseria y enfermedad.