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Rodolfo Cerrón-Palomino
3RQWL¿FLD8QLYHUVLGDG&DWyOLFDGHO3HU~
rcerron@pucp.pe
Resumen
1 Esta es una versión revisada y ampliada de la ponencia que el autor presentó en el Congreso
Internacional de Lexicología y Lexicografía organizado por el Departamento de Humanidades de
la PUCP (15-17 de agosto de 2013). Un adelanto del trabajo apareció, con serias mutilaciones, en
Cerrón-Palomino (2014).
Abstract
y lingüísticas, por Thérèse Bouysse-Cassagne (1975, 1987: cap. II). Para mayores
SUHFLVLRQHVJHRJUi¿FDVDOUHVSHFWRYHU'RPtQJXH])DXUD
2. Trastornos étnico-lingüísticos
Los estudios de lingüística histórica del área andina convienen en señalar que,
de las cuatro lenguas presentadas inicialmente, dos de ellas pueden considerarse
nativas de la región: la puquina y la uruquilla, y las otras dos ajenas a ella: la
aimara y la quechua. Señalemos, sin embargo, que cuando hablamos de oriundez
versus intrusión lo hacemos en términos muy relativos, teniendo en cuenta las
limitaciones de información de que adolecemos en cuanto a la procedencia de las
lenguas y de los pueblos de la región en tiempos protohistóricos. En tal sentido, los
emplazamientos iniciales de los idiomas y de los procesos de difusión, convergencia
y desplazamiento en que se vieron involucrados, apenas pueden postularse en
calidad de hipótesis valiéndonos mayormente de las evidencias lingüísticas, sin
descuidar los aportes de otras ciencias que tratan sobre el pasado remoto, como la
arqueología y la etnohistoria, y últimamente también la genética.
En relación con el origen altiplánico del puquina y del uruquilla, y basándonos
únicamente en la evidencia lingüística, puede sostenerse que por los menos en los
tiempos del período arqueológico conocido como Formativo (1,500 a.C.-200 d.C.),
y quizás desde mucho antes, tales idiomas ya se encontraban bastante arraigados, es
decir nativizados, en la región lacustre, ocupando el segundo de ellos las islas y los
lagos del entorno. Ciertas características tipológicas de naturaleza fonológica (el
UHJLVWURGHYRFDOHVPHGLDVHR\JUDPDWLFDOODH[LVWHQFLDGHSUH¿MRVVXJLHUHQOD
idea de que estas lenguas tendrían un origen amazónico, y hasta podrían postularse
entronques remotos, arahuaco para el puquina, y pano-tacana para el uruquilla. Sin
embargo, a falta de mayores evidencias, es probable que tales hipótesis no puedan
corroborarse ni falsearse del todo, al menos en el estado de nuestros conocimientos
sobre el tema. De lo que no hay duda, sin embargo, es que estas dos lenguas
estuvieron en contacto con tales grupos en tiempos muy remotos.
Ahora bien, desde el punto de vista arqueológico, se ha sostenido
tradicionalmente que la lengua de los creadores de la gran civilización
tiahuanaquense habría sido la aimara. Quienes sostenían dicha postura partían del
supuesto equivocado, como vimos, de que los collas hablaban dicha lengua, tal
como lo había planteado inicialmente Uhle (1910), y, modernamente, Browman
(1994), entre otros. Una vez rescatado y reivindicado el pueblo colla en los
4. Desplazamiento y extinción
3 Agradecemos a Mónica Medelius por habernos mostrado el documento inédito cuyo pasaje
citamos, y que ella encontró en el archivo de Indias (AGI, 29).
3RUORTXHWRFDDOD]RQDULEHUHxDGHOODJRVRORGRVSXHEORV±&DSDFKLFD\&RDWD±¿JXUDEDQD~Q
por la misma época, como hablantes de la lengua (Bouysse-Cassagne 1987: II, § II, 112). Para
una comprensión más exacta de la distribución de la lengua en la época señalada, con precisiones
JHRJUi¿FDV QR FRQWHPSODGDV SDUWLFXODUPHQWH /DPSD \$]iQJDUR SRU UD]RQHV GH MXULVGLFFLyQ
político-religiosa, ver Domínguez Faura (2011).
del obispado del Cuzco, que por entonces comprendía Huamanga y Arequipa,
disponía para esta última jurisdicción, el uso del puquina (además del aimara y del
quechua) como vehículo de evangelización. Es más, en 1638, el sínodo presidido
SRUHODU]RELVSR3HGURGH9LOODJyPH]RUGHQDEDODWUDGXFFLyQR¿FLDOGHOFDWHFLVPR
y del confesionario del III Concilio Limense al puquina, encargándose la tarea a
Álvaro Mogrovejo, cura de Carumas, y a Miguel de Arana, párroco de Ilabaya,
reconocidos como los mejores peritos en la lengua. Que se sepa, sin embargo, tal
parece que dichos trabajos nunca llegaron a concretarse. Por lo demás, la última
referencia que se tiene de la lengua, todavía en uso, corresponde a la consignada
por Clemente Almonte (1813), cura de Andahua (Condesuyos, Arequipa), según
un documento dado a conocer por Millones (1971). De manera que es razonable
sostener que la extinción total de la lengua debió de haberse producido en la
segunda mitad del siglo XIX.
5. Documentación
5 A decir verdad, quedan también los restos de la fórmula del bautizo estampados en alto relieve
(QWUH ¿QHV GHO VLJOR ;,; \ FRPLHQ]RV GHO ;;, GLYHUVRV HVWXGLRVRV KDQ
desplegado sus esfuerzos en el afán por desentrañar la gramática y el léxico
subyacentes a tales textos, inevitablemente inseguros y esquemáticos dada la
naturaleza de los mismos. Primeramente Raoul de la Grasserie (1894), luego
Alfredo Torero (1965, 2002: cap. V, § 5.2), Willem Adelaar con Pieter Muysken
(2004: cap. 3, § 3.5), y últimamente el mismo Adelaar, esta vez con Simon van
de Kerke (2009),6 nos han ofrecido el producto de sus esfuerzos interpretativos
y analíticos, no necesariamente coincidentes, como era de esperarse, de manera
que, gracias a ellos, podemos hoy contar con una caracterización gramatical y
tipológica de la lengua, así como también disponer de un reducido léxico que,
una vez depurado de sus quechuismos y aimarismos inevitables, comprende
alrededor de unos 250 términos atribuibles casi exclusivamente a la misma entidad
idiomática.
Dos han sido las fuentes adicionales a las que han recurrido los investigadores
en el afán por conocer mejor la lengua, aunque debido a la naturaleza de las mismas,
se circunscribían a la pesquisa eminentemente léxico-semántica. Nos referimos al
vocabulario del callahuaya y al de la toponimia.
Por lo que respecta a la reputada lengua de los herbolarios de Charazani (La
Paz), considerada por sus primeros estudiosos como la superviviente del “idioma
secreto” de los incas (Oblitas Poblete 1968, Girault 1989), pronto se echó de ver
que, dejando de lado su gramática casi íntegramente quechua, lo único que ella
tenía en común con el puquina (sin desmerecer la condición de sus hablantes de ser
descendientes de sus ancestros colla-puquinas) era un léxico parcial compartido
por ambas lenguas, según cotejos efectuados por Torero (2002: cap. V, § 5.1.6.1,
392). Por lo demás, como señalan Adelaar y van de Kerke (2009), los posibles
cognados callahuaya-puquinas no siempre guardan correlaciones sistemáticas entre
VtGHPDQHUDTXHODLGHQWL¿FDFLyQGHWpUPLQRVSXTXLQDVHQHOOp[LFRFDOODKXD\DHQ
general, que comporta vocablos de distinta procedencia, como la de posible origen
pano-tacana (Muysken 2009), resulta frustrante y poco prometedora, sobre todo
debido al carácter limitado del léxico puquina disponible para su contraste.
(QFXDQWRDODLQYHVWLJDFLyQRQRPiVWLFDPiVHVSHFt¿FDPHQWHWRSRQtPLFD
en la portada del baptisterio de la iglesia de Andahuailillas (Cuzco, ca. 1630), donde apenas, tras
siglos de exposición, se puede leer, como en negativo: “… NAQVIN SIN YQUILE… CHVSCVM
ESPIRITV SANCTOM M…”, que afortunadamente se puede reconstruir gracias a la misma
fórmula consignada por Oré (Torero 1987: nota 33).
(VWRVPLVPRVLQYHVWLJDGRUHVYLHQHQSUHSDUDQGRORTXH¿QDOPHQWHSRGUtDGHVHPERFDUHQXQDHGLFLyQ
crítica de los textos de Oré (ver, al respecto, sus adelantos en http:// www.unileiden.net/ore).
7 En forma parcial, es cierto, desde el momento en que el léxico del aimara central o tupino, con el
cual puede cotejarse el altiplánico, es realmente escueto (Belleza 1995).
aislar en ellos los términos atribuibles al puquina. Después de todo, lengua social
y culturalmente tan importante no podía dejar de implantar su profunda huella
léxica en el aimara que la desplazó. Finalmente, una tercera fuente en la búsqueda
de voces puquinas es el léxico del uruquilla. Lengua dominada por el puquina
antes de que fuera suplantada por el aimara, es lógico esperar que el uruquilla
registre una importante impronta léxica asignable al idioma de estirpe altiplánica.
Ocurría hasta hace poco, sin embargo, que no contábamos con materiales léxicos
solventes y seguros para el uruquilla, situación que se ha corregido felizmente en
los últimos tiempos (Muysken 2005, Cerrón-Palomino y Ballón Aguirre 2011).
Como lo hemos intentado demostrar recientemente, son varios los casos en los
FXDOHVKDVLGRSRVLEOHLGHQWL¿FDU\SRUWDQWRFRUUHODFLRQDUDOJXQDVGHODVYRFHV
propias del incario con las del puquina, sumergidas en el léxico aimara de Bertonio
(Cerrón-Palomino 2013a: I Parte), del mismo modo en que lo fueron también en el
vocabulario del uro-chipaya (Cerrón-Palomino 2016d: cap. IX, § 3).
7. Evidencia toponímica
8. Corpus toponímico
1987: 364-370), los léxicos del callahuaya compilados por Oblitas Poblete (1968)
y Girault (1989).
Para los efectos de nuestra discusión hemos aislado, en términos léxicos, 8
UDGLFDOHVDVLJQDEOHVDOSXTXLQDDVLPLVPRVHKDLGHQWL¿FDGRXQEXHQQ~PHURGH
raíces que portan 7 tipos de haces consonánticos iniciales de palabra, igualmente
DVLJQDEOHVDODOHQJXD(QHOWHUUHQRJUDPDWLFDOKHPRVSRGLGRYHUL¿FDUODRFXUUHQFLD
GHGRVVX¿MRVGHULYDWLYRVUHJLVWUDGRVHQORVWH[WRVGH2UpSHURDOPLVPRWLHPSRVH
KDQLGHQWL¿FDGRRWURVVX¿MRVGHIXQFLyQVHPHMDQWHHVWDYH]WDPELpQDWULEXLEOHV
DODOHQJXD(QORTXHVLJXHSDVDUHPRVDGLVFXWLU\HYHQWXDOPHQWHMXVWL¿FDUORV
hallazgos que se han podido determinar.
5DGLFDOHVLGHQWL¿FDGRV
[La] cuesta llamada Cañac-huay,12 que tiene cinco leguas de baxada casi
perpendicular, […] pone grima y espanto solo el mirarla, cuanto más subir
y baxar por ella, porque por toda ella sube el camino en forma de culebra,
dando bueltas a una mano y a otra. (Garcilaso de la Vega 1943 [1609]: IV,
XVI, 210)
'HHVWDPDQHUDTXHGDDFODUDGRGH¿QLWLYDPHQWHDVtORFUHHPRVHOVLJQL¿FDGR
del radical estudiado, por lo visto asimilado por el aimara (por ejemplo, <Challa-
huaya>, Tacna) y por el quechua (como en <Moya-baya>, La Paz), pero, en vista
GHODDXVHQFLDGHWRSyQLPRVKtEULGRVTXHORFRQ¿UPHQ\DQRSRUHOFDVWHOODQR
En cuanto a la forma, sin embargo, contrariamente a lo que se ha sugerido
hasta ahora, con desconocimiento de la variante <phaya>, registrada en Chuquisaca
al lado de <paya>, sostenemos que la versión originaria del radical estaría siendo
testimoniada precisamente por la variante aspirada, que no sería mero registro
DORJUi¿FR FRPR QR OR HV HQ HO FDVR GH SKDUD! TXH YHUHPRV HQ HO VLJXLHQWH
numeral.13 Apoyados en tales observaciones, postulamos *phaya como la forma
genuina del nombre puquina, a partir de la cual pueden explicarse sus distintas
manifestaciones fonéticas tanto enterizas como apocopadas.14
12 Adviértase la forma en que transcribe el nombre el Inca, valiéndose del guion para evitar una
falsa lectura de la secuencia <c-h> del nombre como una palatal africada <ch>, ya que debía
pronunciarse, según nuestra interpretación, como /kaña-q way/ ‘la cuesta ardiente’.
13 En este caso, como en otros, el registro toponímico recogido en castellano pasa por alto los rasgos
laringales de las consonantes que las portan, de manera que no debiera extrañar que la variante
<phaya> haya sido consignada como <paya> en otras localidades. De paso, notemos que el
homófono chipaya /phaya/ ‘césped’ no podría ser el étimo del radical estudiado, y no solo por
razones de plausibilidad semántica.
14 Es el caso, por ejemplo, del topónimo <Quivipay>, lugar histórico en el que las huestes de
Atahualpa hicieron huir a las fuerzas huascaristas, dando término a la guerra civil entre los
hermanos descendientes de Huaina Capac. Analizado como <Quiui-pay>, es decir *q’iwi pay(a),
el nombre puede glosarse ahora como ‘bajada o pendiente sinuosa’ (Cerrón-Palomino 2013b: VII,
§4.6.4).
(OVLJQL¿FDGRLQIHULGRHVFRUURERUDGRHVWDYH]JUDFLDVDVXUHJLVWURHQORVWH[WRVGH
Oré, donde encontramos <paragara> (Oré 1607: 168), forma esta reduplicada (ver
más abajo el caso de <chatallata>, para un fenómeno similar), interpretable como /
para-para/, donde la reiteración del radical, con probable errata en vez de <guara>,
es decir [wara], ilustra el fenómeno de lenición mencionado previamente.
(Q FXDQWRDO VLJQL¿FDQWHGHEHPRV VHxDODU TXH WDQWR HO WUDEDMRGH FDPSR
como la consulta de los diccionarios departamentales permite aclarar que, por
ejemplo, <Para-ta> (Ilave, Puno) se pronuncia /phara-t’a/, es decir con /ph/; del
mismo modo, se dice que <Para-laya> (Omasuyos, La Paz) es en verdad /phara-
laya/ (Mamani y Guisbert 2004: 434). Por otra parte, si Bertonio, según todo parece
indicar, registra el mismo radical igualmente como <phara>, entonces obtenemos
RWURGDWRGHUH¿OyQFRQVLVWHQWHHQVXYDULDQWHOHQL]DGDTXHFRLQFLGLUtDFRQQXHVWUD
postulación: <huara huara> (Bertonio 1984 [1612]: II, 257).15 En este caso, como
en el anterior, la ortografía castellana de los topónimos no solamente oculta sino
incluso hace desaparecer la pronunciación genuina de los nombres.
Por lo demás, de acuerdo con la interpretación propuesta, sobra decir que
la glosa de ‘pantalonete negro’ que suele dársele a un topónimo tan recurrente
como el de <Yana-huara> (por ejemplo, Paz Soldán 1877: 988), por tomárselo
FRPR tQWHJUDPHQWH TXHFKXD GHEH VHU GHVFDUWDGD GH¿QLWLYDPHQWH SRU QR UHXQLU
el criterio mínimo de plausibilidad semántica reclamado por la etimología de los
QRPEUHVJHRJUi¿FRV16
15 La forma condicional de nuestra proposición responde al hecho de que el ilustre aimarista da como
VLJQL¿FDGREiVLFRGHSKDUD!HOGH³VHFR´SHURHQODVH[SUHVLRQHVTXHUHJLVWUDSDUDHMHPSOL¿FDU
su empleo da a entender que la palabra está asociada estrechamente bien con el agua o con la lluvia:
así, por ejemplo, en <phara vru-> “podrirse la madera del techo con el agua, y sol” (Bertonio 1984
[2012]: II, 257). De hecho, según las glosas que Mamani y Guisbert dan de otros topónimos,
como el de <Parachi>, tal parece que phara hace referencia a vertientes secas de agua (Mamani y
Guisbert 2010).
16 Incidentalmente, no está de más señalar que el término del quechua sureño para ‘lluvia’, es decir
paraELHQSRGUtDHVWDUUHODFLRQDGRFRQHOUDGLFDOSXTXLQDTXHDFDEDPRVGHLGHQWL¿FDU7DPSRFR
debe descartarse la posibilidad de que *pharaSXGRKDEHUVLJQL¿FDGRµDJXD¶GHOPLVPRPRGRHQ
que yakuVLJQL¿FDµDJXD¶RµUtR¶HQODWRSRQLPLDGHOQRURULHQWHSHUXDQR$JUDGHFHPRVD:LOOHP
Adelaar por alcanzarnos esta precisión.
17 /RVWHMHGRUHVGHODLVODGH7DTXLOHUH¿HUHQTXHHOFKXOORRJRUUDGHGLDULRTXHXVDQ³HUDFRQRFLGR
[antiguamente] con el nombre de chata chullo” (INC 2009: 39). Nos parece que estamos aquí ante
una supervivencia metonímica del término, puesto que la forma del gorro es la misma de un cerro
o de una montaña. La raíz está presente, sin embargo, en algunos de los nombres de los santuarios
II, 33), y también como “corral de carneros donde los apartan, curan &” (1984
[1612]: II, 32), a la par que los diccionarios modernos lo consignan, en la forma
de kachi como recinto sagrado para celebrar ciertos rituales relacionados con los
ganados (Huayhua 2009: 124, Callo Ticona 2009: 129, Condori Cruz 2011: 152).
El hecho de que, por un lado, el radical aparezca estrechamente ligado a la historia
legendaria del Cuzco, como en <Ayar Cachi>, el nombre de uno de los héroes
IXQGDGRUHV GH OD IXWXUD PHWUySROL LQFDLFD TXLHQ SRU OR GHPiV VHJ~Q UH¿HUH HO
mito, acaba encerrado herméticamente en un cerco; y, por el otro, también al no
menos legendario de <Toto-cachi>, que es la forma reinterpretada del nombre de
uno de los barrios sagrados del Cuzco (Cerrón-Palomino 2013a: I-3, § 3.2.5), es
un dato más que abona a favor de la procedencia puquina del radical introducido.
En el caso de <Totocachi>, además, estamos ante un compuesto íntegramente
SXTXLQDGHVGHHOPRPHQWRHQTXHHOPRGL¿FDGRUWRWR!µJUDQGH¶HVWiUHJLVWUDGR
en los textos de Oré, pero también aparece consignado, esta vez con ejemplos de
uso, aunque aimarizado en la forma de <tutu> (verbigracia <tutu layca> “gran
hechizero”), como sinónimo de <haccha> (Bertonio 1984 [1612]: II, 366).19
19 Nótese también que el topónimo puneño <Cachi-pucara> refuerza, al constituir una clara tautología
VHPiQWLFDODVLJQL¿FDFLyQGHOWpUPLQR
20 Torero parece insinuar otra etimología, la de qupa, al listar el término <QUWA> dentro de su
glosario puquina (Torero 2002: cap. V, § 5.3, 453). La asociación parece inspirarse no solo en
la importancia histórico-cultural del elemento sugerido por el topónimo <Copa-cabana> sino
también en el fenómeno de lenición que afectaba a la /p/, según vimos. Como quiera que fuese,
lo cierto parece ser que <copa>, es decir /qupa/ ‘turquesa’, tiene todos los visos de ser voz de
origen igualmente puquina. Ver ahora el reforzamiento de la argumentación en pro de su relación
con <coa> en Cerrón-Palomino (2016a: § 3.6.1), a propósito de nuestra hipótesis acerca de la
etimología de <Tiahuanaco>.
21 De otro lado, su registro como <Yara-ragui> (Cailloma, Arequipa) muestra los efectos de la
lenición consonántica puquina operada sobre la postvelar. De paso, el topónimo puede glosarse
como ‘barranco de yaras’.
22 Aclaremos, además, que el corpus aportado por el autor bajo el rubro de <Laka> subsume dentro
de sí nombres que no solo portan laq’a ‘tierra’ sino también laka ‘boca, orilla’, otro radical de
origen eminentemente aimara. La ortografía castellana de los topónimos burla, como se ve, tanto
a los investigadores como a los programas de computación.
23 Analizados tales grupos como consonantes “fuertes” por Torero, supuestamente opuestas a sus
contrapartes “lenes” (Torero 2002: cap. 5, § 5.2.3, 416), preferimos ver en ellos haces consonánticos
y no unidades fónicas, como también parecen interpretarlos Adelaar y van de Kerke (2009: 129).
24 A diferencia del puquina y del uruquilla (Cerrón-Palomino 2006: cap. II, § 3), el quechua y el
aimara no admiten tales secuencias consonánticas. Sin embargo, excepcionalmente, por razones
morfofonémicas, el verbo aimara sa- ‘decir’ puede desembocar en una forma conjugada como s-ta
‘tú dices’ e incluso s-t-wa ‘yo digo’, pero el mismo hecho de que existan formas alternativas como
si-sta y si-s-t-wa, respectivamente (donde el verbo ha sido reanalizado a partir de la forma s-i ‘él/
HOODGLFH¶VHYHTXHODOHQJXDFRQ¿UPDODUHSXOVLyQGHWDOHVFRQ¿JXUDFLRQHVIRQpWLFDV
TXHHOUDGLFDOSRGUtDWUDGXFLUVHFRPRµHVFRQGLGR¶XQVHJXQGRFDVRLGHQWL¿FDEOH
en los mismos términos, podría ser <Esqui-no> (Puquina, Moquegua), en el que
podríamos divisar la raíz puquina <squi> ‘hijo’, seguida del derivativo -no, propio
de la morfología de la lengua, para poder traducirse como ‘(lugar) con hijo’; el
WRSyQLPR (VFNDQD! <DPSDUiH] &KXTXLVDFD HQ ¿Q SDUHFH FRUUHVSRQGHU
igualmente al puquina <scana> ‘plata’. En el segundo caso, con probable raíz
puquina tomada por el chipaya, tendríamos <Iscara-chucuru-si> (Chucuito,
Puno), al parecer un compuesto tautológico, toda vez que el segundo elemento,
portador de la raíz quechua chuku ‘sombrero’, tendría como primer componente
la raíz chipaya skara ‘sombrero’; el nombre del pueblo <Escara> (Huachacalla,
Oruro), a su turno, bien podría estar relacionado con el chipaya zqala ‘sementera’,
delatando aimarización; en los mismos términos, <Escola> (Inquisivi, La Paz),
podría asociarse con la voz chipaya zhqora ‘boca, portillo’; de manera semejante,
el topónimo <Escor-cota> (Lampa, Puno) parece conllevar la raíz chipaya zqora
‘serpiente’, de modo que podemos interpretarlo como ‘lago de la serpiente’
(cf. <Oma-n-amaru> ‘serpiente del agua’); el radical del topónimo <Escoba-
ya> (Omate, Moquegua) puede relacionarse también con la raíz chipaya sqowa
‘salitre’;27 ¿QDOPHQWH (VPRUDFD! XQ UtR GH <DPSDUiH] &KXTXLVDFD SXHGH
estar conllevando la raíz verbal smur- µDVXVWDU¶ VLJQL¿FDGR QDGD IRU]DGR SDUD
un referente como el del nombre. Por lo demás, no faltan, en la documentación
colonial, nombres de personajes principales que portan la misma estructura fónica
presentada. Tales son los casos, por ejemplo, de <Estaca>, <Estaca-mayre> y
<Chari-staca>, autoridades de Songo (La Paz), registradas en los documentos
estudiados por Espinoza Soriano (2003: 406-465).
1RWHPRV¿QDOPHQWHTXHHOUHJLVWURWRSRQtPLFRSDUHFHSURSRUFLRQDUQRVGDWRV
sobre la existencia de otros radicales igualmente asignables a la lengua, entre ellos
el elemento <-jon>, que aparece, por ejemplo, en <Chata-jon> (isla de Amantani,
Puno), <Huari-jon> (Capachica, Puno), <Chura-jon> (Moquegua), etc., y que, a estar
por los topónimos <Cua-jone> (Moquegua), Titi-joni> (Huaqui, La Paz), <Pore-
joni> (Omasuyos, La Paz), <Esca-joni> (La Paz), etc., puede reconstruirse como
*qhoniDXQFXDQGRHOVLJQL¿FDGRVHQRVHVFDSHWRGDYtD9HUVLRQHVQRVLQFRSDGDV
como <Cua-jone>, o mejor aún <Uri-no-cone> (Amantani), dan pie para ello; las
formas apocopadas, por lo demás, se explican por el quechua. Como este radical, se
han podido aislar otros más, que serán dados a conocer en trabajos posteriores.
27 La variante <Escoma> (nótese que /w/ y /m/ alternan, como en warmi ~ marmi) se da en la
provincia de Camacho. Incidentalmente, Portugal Loayza (2011), siguiendo la vieja práctica del
quechuismo primordial, interpreta el topónimo como “Iskay uma”, es decir “Dos Cabezas”. Según
esto, “el nombre haría referencia a dos entidades sociopolíticas que agruparían ayllus, por un lado
Ilata y por el otro Machasco”. Como se ve, la manipulación caprichosa de un nombre desencadena,
en el terreno interpretativo de la realidad estudiada, un fantasma estructural.
8.2.1. 6X¿MRV DWHVWLJXDGRV SUHYLDPHQWH 'H ORV GRV VX¿MRV LGHQWL¿FDGRV HQ ORV
textos de Oré, uno de ellos –el del posesor –no– tiene una difusión relativamente
más amplia y segura que la del resultativo –so. En efecto, los topónimos que
SRUWDQ HO VX¿MR SRVHVRU DGHPiV GH VHU WUDQVSDUHQWHV VHPiQWLFDPHQWH FXEUHQ
un territorio amplio, que coincide, al menos parcialmente, con el abarcado por
los demás elementos diagnósticos. Los nombres que hemos podido acopiar se
concentran mayormente en torno al lago Titicaca y sus islas Taquile (<Colli-no>,
<Ch’illca-no>, <Huaylla-no>, <Lacaya-no>) y Amantani (<Coa-no>, <Chihua-
no>, <Capilla-no>, <Majana-no>, <Phasalla-no> y <Pilau-no>), pero también se
encuentran en Puno (<Luclla-no>, Yunguyo; <Maya-no>, Capachica), Moquegua
(<Esqui-no>, Puquina; <Para-no>, Omate), Cochabamba (<Taparja-no>, Arque),
Oruro (<Peuja-no>, Huachacalla) y Arica (<Huaca-no>, Pachía; <Pisacsa-no>, río
GH$ULFD*UDFLDVDODEDVHDODTXHVHXQHLGHQWL¿FDEOHODVPiVGHODVYHFHVFRPR
raíz nominal (de origen puquina, aimara, quechua e incluso castellano), no hay
duda de que estamos ante el denominativo –no de la lengua, con función idéntica
DODGHORVVX¿MRV–yuq y –ni del quechua y del aimara, respectivamente. Asombra
pensar, sin embargo, que no se lo encuentre profusamente en todo el territorio que
venimos explorando. Dada su proximidad tanto fónica como semántica con el -ni
del aimara, no sería raro que muchos nombres originariamente portadores de la
forma puquina se hayan remodelado sobre la base de su equivalente aimara.28 Ello
H[SOLFDUtDHQSDUWHDOPHQRVODDSDUHQWHRUIDQGDGGHUHFXUUHQFLDGHOVX¿MRVLQ
GHVFDUWDUODSRVLELOLGDGGHTXHFRQXQWUDEDMRPiV¿QRGHFRPSLODFLyQWRSRQtPLFD
pueda ampliarse el radio de su aparición. Notemos, incidentalmente, que no debe
H[WUDxDUTXHODPD\RURFXUUHQFLDGHOVX¿MRHQWRUQRDOODJR7LWLFDFD\VXVLVODVVH
GHEDDOKHFKRGHTXHFRQIRUPHYLPRVODOHQJXDVHPDQWXYR¿UPHSUHFLVDPHQWH
en el sector noroccidental del lago mientras que en el resto del territorio altiplánico
competía desigualmente con el aimara y el quechua (ver nota 4).
En cuanto al resultativo –so, este ha sido encontrado hasta ahora en una
docena de topónimos, y todos ellos localizados en el territorio nuclear peruano:
Arequipa (<Achani-so>, Camaná; <Atanai-so>, La Unión; <Ur-so>, Cailloma);
Puno (<Maña-zo>, distrito de Puno); Moquegua (<Chahua-so>, aldea de
Moquegua), Tacna (<Capa-so>, río;29 <Matica-so>, Ilabaya). Fuera de <Maña-
zo> y de <Chahua-so>, que podrían interpretarse, en el primer caso como
‘pedido’ (asumiendo que la base fuera el quechua maña- ‘pedir’), al margen de
la singularidad de su notación; y en el segundo ejemplo como ‘desterronado’,
postulando como base <cchahua-> (Bertonio 1984 [1612]: II, 74), es decir ch’awa-
‘desterronar’, resulta difícil etimologizar los nombres restantes, algunos de los
cuales podrían ser incluso objeto de distinto análisis. De todos modos, de aceptarse
ORVFDVRVLGHQWL¿FDGRVHQFDOLGDGGHKLSyWHVLVHOORVHVWDUtDQSUREDQGRHOSURFHVR
GHQRPLQDOL]DFLyQH[LJLGRSRUHOVX¿MRHQFRQVLGHUDFLyQ$TXtWDPELpQKDFHIDOWD
un acopio más minucioso de la toponimia de la región y para lo cual resultan
LQVX¿FLHQWHVORVGLFFLRQDULRVJHRJUi¿FRVGHORVTXHQRVKHPRVVHUYLGR30
28 1XHVWUD VRVSHFKD VH YLR FRQ¿UPDGD DO HQFRQWUDU HQ GRFXPHQWRV SULYDGRV GH ORV KHUHGHURV GH
los dueños de Amantani examinados por José Matos, y que remontan a 1757, que los nombres
actuales de <Capilla-no> y <Pasalla-no> aparecen consignados como <Capella-ni> y <Pasalla-
ni>, respectivamente (Matos Mar 2007).
29 En cuanto a este topónimo, hay la tentación de etimologizarlo como ‘lento’, a partir del radical
YHUEDODLPDUDFDSD!µDQGDUGHVSDFLR¶%HUWRQLR>@,,VLJQL¿FDGRQDGDIRU]DGR
como descriptivo de un río. Sin embargo, el mismo Bertonio registra <capaso>, en la misma
página, como una “rayz de comer”.
30 &RQSRVWHULRULGDGKHPRVSRGLGRORFDOL]DUDOJXQRVQRPEUHVPiVSRUWDGRUHVGHOVX¿MR\QRVROR
en La Paz (Ana-ni-so>, Muñecas; <Alla-so>, apellido de mitayo en Songo), sino, para sorpresa
nuestra, en el departamento de Apurimac, como en <Turi-so>, <Samaño-so>, <Taccna-su>, etc.
(Aucahuasi Dongo 2016).
embargo, que un mejor acceso a las fuentes toponímicas podría revelar no solo una
PD\RUFREHUWXUDJHRJUi¿FDVLQRWDPELpQHQUHODFLyQFRQHOPHQRVUHFXUUHQWHXQD
presencia más amplia que la encontrada hasta ahora.
SUHGLFDU TXH HO OXJDU DO FXDO UH¿HUHQ ODV UDtFHV TXH ORV SRUWDQ µWLHQH¶ R µSRVHH¶
dicho referente. De esta manera, por ejemplo, <Sora-ni> y <Sora-yoc>, se glosan
FRPRµOXJDUFRQVRUDV YDULHGDGGHWRWRUD¶(VPiVQXHVWUDDYHULJXDFLyQORJUD
reforzarse con dobletes como el de <Ticona-ta>, un islote del Titicaca (Capachica),
\7LFRQDQL!RWUROXJDUHQHOPLVPR3XQR(QHVWHFDVRDXQVLQVDEHUHOVLJQL¿FDGR
de la base, ya podemos estar seguros, por el aimara, que estamos ante algo como
‘(lugar) que tiene Ticona’; y, por la misma razón, podemos igualmente postular
que lo propio puede decirse para la primera variante. El nombre <Ticona>, sin
embargo, no solo es apellido corriente en el altiplano, sino que aparece registrado
en los textos puquinas como equivalente de ‘curaca’: encontramos allí, en efecto,
la expresión <casque Ticona> (Oré 1607: 172), en la que <casque> es adjetivo
TXHFKXD TXH VLJQL¿FD µHQWRQDGR DWDYLDGR¶ *RQoiOH] +ROJXtQ >@ ,
64: <ccasqui>). Es más, el nombre está registrado también en el callahuaya, donde
lo encontramos como <ticon> (Oblitas Poblete 1968: 53), con el valor de ‘cien’ o
de ‘centena’ (equivalente al <pachaca> del quechua).31 De acuerdo con ello, todo
parece indicar que <ticona> era el jefe de cien unidades domésticas, lo cual le da
pleno sentido al topónimo <Ticona-ni>, y, en consecuencia, al de su equivalente
<Ticona-ta> como el ‘(lugar) que tiene su curaca de cien’.32
3XHV ELHQ GH DFHSWDUVH HO VX¿MR WD! FRPR VHPiQWLFDPHQWH HTXLYDOHQWH
a –ni y –yuq del quechua, ¿qué podemos decir de –no, que, aunque está registrado
en Oré, no parece gozar de amplia distribución en el territorio que venimos
HVWXGLDQGR"¢3RGUtDSRVWXODUVHFRPRVX¿MRXUXTXLOODGHPDQHUDTXHWD!SXGLHUD
atribuirse al puquina? La hipótesis debe descartarse desde el momento en que, por
XQODGRQRKD\HYLGHQFLDVGHTXHGLFKDOHQJXDUHJLVWUDUDXQVX¿MRHTXLYDOHQWH\
por el otro, dadas las condiciones socioculturales de los hablantes de la lengua a lo
largo de su historia, es difícil que podamos hablar de un préstamo gramatical del
uro al puquina. Por lo que no cabe más que aceptar la posibilidad de que estemos
DQWHXQVX¿MRSURSLRGHHVWDOHQJXDQRUHJLVWUDGDHQORVWH[WRVHVFXHWRVGH2Up
Nótese ahora que la aceptación de la hipótesis adelantada conlleva otro
problema, esta vez de orden semántico. En efecto, ¿cuál habría sido la diferencia
entre los derivativos –no y <-ta>? De hecho, no es difícil encontrar dobletes puquinas
31 La expresión puquina citada burló completamente la atención de Torero, quien, aunque logra
LGHQWL¿FDUWLFRQD!FRPR³FLHUWRVMHIHVRDXWRULGDGHV´VHHQUHGDFRQHODGMHWLYRTXHLQFOXVROOHJD
a conjeturar si no sería, tratando de segmentarla de otro modo, el hispanismo “casquete” (Torero
FDS 3RU QXHVWUD SDUWH FRPR YLPRV FUHHPRV TXH QR KD\ GL¿FXOWDG HQ
LGHQWL¿FDUHODGMHWLYRTXHFKXDFDVTXH!HVGHFLUk’askiTXHSXHGHOOHJDUDVLJQL¿FDUµYDQLGRVR
jactancioso’ y hasta ‘mentiroso’ (cf. así, kaski, en el quechua de Huancayo).
32 Es más, el apellido <Sucaticona>, común en Sandia, puede descomponerse en <suca> y
WLFRQD!GRQGHHOSULPHUHOHPHQWRUHJLVWUDGRFRPRWDOHQORVWH[WRVGH2UpVLJQL¿FDµPHQRU¶
voz proveniente del quechua sullk’a (cf. <macu> ~ <maycu> proveniente de *mallqu ‘jefe’, en
SXTXLQD6XFDWLFRQD!VLJQL¿FDUtDHQWRQFHVµ7LFRQDHOPHQRU¶
GHOWLSR&RDQR!\&RDWD!HQODVLVODVGHOODJR7LWLFDFD(QODGL¿FXOWDGGH
resolver el problema por el momento, quisiéramos sugerir, valiéndonos del aimara,
TXHODGLIHUHQFLDSRGUtDVHPHMDUVHDODTXHVHGDHQWUHORVVX¿MRV–ni y –wi de esta
lengua. Así, si la diferencia entre <Sora-ni> y <Sora-wi> está en que, en el primer
topónimo, estamos ante un ‘(lugar) con soras’, con indicación precisa de que se
trata de un espacio caracterizado por presentar la variedad de totora aludida; en el
segundo, a su turno, estamos ante un ‘(lugar) donde hay soras’, es decir que, sin ser
una caracterización puntual del terreno, se anuncia que allí abunda dicha variedad
de esparto.33 La diferencia es, como se ve, muy sutil, la misma que es posible
aprehender gracias a la existencia de dobletes toponímicos como el mencionado
en todo el territorio de sustrato aimara.
4XHGDSRULGHQWL¿FDUVXPDWHULDIyQLFD$OUHVSHFWRJUDFLDVDODDYHULJXDFLyQ
hecha en el campo en relación con la pronunciación de algunos de los nombres
SRUWDGRUHVGHOVX¿MRFRPRSRUHMHPSORGHODVGH3RPDWD!+XD\OODWD!GLVWULWR
GH3RPDWD3XQRTXHVHSURQXQFLDQ>SXPDW¶D@\>ZD\ȜDW¶D@UHVSHFWLYDPHQWH
podemos sostener que aquel portaba una oclusiva glotalizada, es decir respondía a
la textura fónica de –t’a. Este dato recibe también un respaldo decisivo por parte de
Bertonio, quien, al explicar el uso de <yapu> como unidad de medida, nos regala
el siguiente ejemplo: <Aca Suli marcatha, Pomattaro paa yapuhua>, que traduce
como “Deste pueblo de Iuli a Pomata, ay dos leguas” (énfasis agregado; Bertonio
1984 [1612]: II, 393), donde sin lugar a dudas la <tt> doblada de <Pomatta> busca
representar la naturaleza glotálica de la consonante dental.
8.2.2.2. (O VX¿MR –si 5HJLVWUDGD HQ XQ iUHD FDVL FRLQFLGHQWH FRQ HO GHO VX¿MR
anterior, la terminación -si se da en ejemplos como: <Coa-ta-si> (Amantani, Puno),
<Sua-si> (isla del Titicaca, Puno), <Capi-si> (Azángaro, Puno), <Uya-si> (Taraco,
Puno), <Putucu-si> (valle sagrado, Cuzco) <Cora-si> (Tuti y Sibayo, Arequipa),
<Carvi-si (Ichuña, Moquegua), <Cora-si> (Arica, Chile), <Curu-si> (Muñecas,
La Paz), <Cohui-si> (Suriqui, La Paz), <Cota-si> (Choquecota, Oruro), <Aja-si>
(Ayopaya, Cochabamba) y <Chorco-si> (Cinti, Chuquisaca). No es infrecuente
tampoco que aparezca en apellidos aimaras como <Arpa-si>, <Cura-si>, <Huaca-
si>, etc. Su aislamiento resulta allanado en virtud de su ocurrencia con raíces
conocidas, ya sea del quechua, como por ejemplo quwi ‘cuy’, qura ‘hierba’, puma
‘león americano’; o del aimara, verbigracia quta ‘lago’, kupi ‘lado derecho’, chuqi
33 $FODUHPRV TXH HO VLJQL¿FDGR GH VRUD! ±UDGLFDO DXVHQWH HQ ORV UHJLVWURV Op[LFRV GH WRGRV ORV
tiempos, aunque harto recurrente especialmente en la sierra sureña (y no solo como nombre étnico)–
nos fue posible desentrañarlo solo a través de la indagación toponímica (Cerrón-Palomino 2008:
I-10). Para el nombre del grupo étnico sora, conquistado por el inca Pachacutiy, y su relación con
los soras del entorno del Poopó, ver Cerrón-Palomino (2016c: § 1, nota 4).
‘oro’ y waywa ‘viento’. Aquí también, como en el caso anterior, todo parece indicar
que estamos ante un derivativo denominativo, cosa que puede generalizarse para
con los nombres cuyo radical resulta desconocido. En un caso por lo menos, sin
embargo, parece que tendríamos un derivado íntegramente puquina: nos referimos
al topónimo <Capac-si> (Coata, Puno), en versión quechuizada, y <Capaca-si>
/RV$QGHV /D 3D] HQ VX FRUUHVSRQGLHQWH DLPDUL]DGD$ GLIHUHQFLD GHO VX¿MR
anterior, sin embargo, en el presente caso resulta difícil por el momento extraerle
HO VLJQL¿FDGR TXH FRQOOHYDED &RPR OR HV SDUD <FFXVVL! GHO FRPSXHVWR
<Yccussi-pata>, plaza “donde se hazían alardes, o ensayos de guerra” (Gonçález
Holguín 1952 [1608]: I, 155), es decir, el <Cussipata> del Cuzco, caprichosamente
interpretado así, en el que se nos escapa igualmente la raíz <yccu>, de indudable
origen puquina. Lo más cercano con el que podemos relacionarlo es el posible
derivador nominal callahuaya, su homófono -si, que aparece en contadas palabras,
como por ejemplo en ata-si ‘mujer’, ni-si ‘yo’, uj-si ‘uno’ (Muysken 2009: § 2.4,
161). Fuera de la coincidencia formal, es difícil siquiera sugerir que podríamos
HVWDUDQWHXQPLVPRVX¿MRVREUHWRGRWHQLHQGRHQFXHQWDTXHHQHOFDOODKXD\DQR
está del todo claro el estatuto gramatical que tiene, dada la parvedad de ejemplos
HQ TXH DSDUHFH $ OR VXPR VH QRV RFXUUH TXH SRGUtD VHU XQD VXHUWH GH VX¿MR
“presentador”, para el cual sin embargo no encontramos en las lenguas andinas
recurso semejante. De cualquier manera, resulta bastante sugerente el hecho de
que estamos hablando de una coincidencia no solo formal, que podría achacarse
al azar, sino de una relativa co-presencia territorial propia de la lengua puquina.34
9. Relevancia lingüística
34 &RQSRVWHULRULGDGKHPRVSRGLGRDPSOLDUORVHMHPSORVSRUWDGRUHVGHOVX¿MRHQFXHVWLyQVLQTXH
ahora quepa duda de su procedencia puquina. Se lo encuentra incluso en Apurímac, como puede
verse, por ejemplo, en un topónimo hasta hace poco extraño como <Cota-ru-si> (Aucahuasi Dongo
6XUHFXUUHQFLDSDUHFHVXJHULUQRVXQVLJQL¿FDGRXELFDWLYR
35 En otro trabajo, examinando el léxico institucional del puquina, concretamente el de <titi>, hemos
detectado un ejemplo que muestra lenición de /t/, cambiando a /r/, fenómeno también ilustrado en
los textos de Oré (Cerrón-Palomino 2013a: I-5, § 5).
lengua. Según Adelaar y van de Kerke, dicha propiedad estaría muy “lejos de
ser comprobada” a la luz de la exégesis de los materiales registrados por Oré.
Sin embargo, el examen del corpus toponímico analizado no parece que dejara
GXGDVUHVSHFWRGHODGLVWLQFLyQPHQFLRQDGD(QHIHFWRXQDYH]SUREDGDOD¿OLDFLyQ
puquina de una palabra (por ejemplo, el caso concreto de <coa>), asimilada con
/q/ por el quechua y el aimara, creemos que el solo hecho de preguntarnos por qué
WHQGUtDTXHKDEHUVLGR¿OWUDGDFRQT\QRFRQNVXJLHUHXQDUHVSXHVWDDXWRPiWLFD
a favor de la distinción postulada por la lengua fuente, resolviendo de esta manera
las dudas respecto de su estatuto fonológico.
Finalmente, el aspecto novedoso que el examen del material toponímico
aportaría sería la postulación de la existencia de consonantes laringalizadas en
la lengua. Como se recordará, el aislamiento de elementos atribuibles al puquina
permitió establecer, entre otros, los radicales *phaya, *phara,*ch’ata, *raqhi,
*q’achi\HOVX¿MRGHQRPLQDWLYR*–t’a. Se trata, como se ve, de formas que conllevan
las aspiradas /ph, qh\ODVJORWDOL]DGDVW¶þ¶5HFRUGHPRVTXHODLGHQWL¿FDFLyQGH
tales consonantes, lejos de ser libresca, se hizo previa indagación en el campo, de
manera que no hay dudas de su naturaleza fónica. Es más, los casos discutidos
aparecen registrados en los vocabularios modernos del aimara (con excepción
quizás de <phaya>), con toda seguridad en calidad de antiguos préstamos del
puquina. De manera que, siguiendo el mismo razonamiento adelantado al zanjar las
dudas acerca de la distinción /k/ - /q/, aquí también, apoyándonos en el principio de
la naturalidad en los procesos de nativización de los préstamos o en la adquisición
de una segunda lengua, postulamos que no habría ninguna razón por la cual el
aimara o el quechua complejizaran la articulación de tales segmentos tornándolos
como aspirados o glotalizados si en principio hubieran sido consonantes simples
y no laringalizadas. La inferencia lógica de esto es que la lengua fuente poseía en
su sistema tales fonemas, de manera que, al tomarse como préstamos formas que
los conllevaran, estos eran asimilados con toda naturalidad en tanto resultaban
segmentos familiares al idioma receptor. Lo mismo podemos decir de la existencia
de /kh\T¶HQODOHQJXDWDOFRPRORKHPRVVHxDODGRDSURSyVLWRGHOD¿OLDFLyQ
puquina de las voces *khisi ‘luna, mes’ y *q’utñi ‘ardiente, caluroso’ (Cerrón-
Palomino 2013a: I-2, § 6.1.2, I-5, § 8).36 Por lo demás, la existencia de “huecos”
aparentes en el sistema se explica razonablemente por el hecho de que no se han
SRGLGRLGHQWL¿FDUD~QWpUPLQRVSXTXLQDVTXHSXGLHUDQ³UHOOHQDUORV´HYHQWXDOPHQWH
36 Tal como ha sido señalado, es casi seguro que el pronombre interrogativo khiti ‘quién’ del aimara
sureño (cf. con la forma genuina del aimara central: qa-chi) esté formado, etimológicamente, de
ODUDt]SURQRPLQDOSXTXLQDTXL!µTXpTXLpQ¶VHJXLGDGHOVX¿MRLQWHUURJDWLYR–ti. Lo que, a su
vez, permite postular la forma *khi para el pronombre puquina, según la tesis adelantada. Por lo
demás, el empleo de consonantes dobladas en los textos de Oré, en palabras como <appa> ~ <apa>
‘no’, <atta-> ‘juzgar’, <cappa> ~ <capa> ‘tres’, <catta> ‘interior’, etc., puede estar indicándonos
precisamente la existencia de los rasgos laringales, en este caso el de la glotalización.
(Q HO QLYHO JUDPDWLFDO FRPR VH YLR DSDUWH GH OD FRQ¿UPDFLyQ GH OD
H[LVWHQFLDGHORVVX¿MRVGHULYDWLYRV–no y –so sobre el terreno, tuvimos la ocasión
de LGHQWL¿FDURWURVGRVVX¿MRVSHUIHFWDPHQWHDWULEXLEOHVDODOHQJXDORVPLVPRV
que no habían sido entrevistos hasta ahora: los denominativos –t’a y -si. Aun
cuando no es fácil determinar a través de la evidencia onomástica de qué manera
WDOHVVX¿MRVHQFDMDEDQGHQWURGHOVLVWHPDGHULYDWLYRGHOSXTXLQDGHVFDUWDQGRWRGD
duplicidad de funciones o despejando opacidades semánticas, de lo que no parece
KDEHUGXGDHVGHOD¿OLDFLyQTXHSURSRQHPRV0D\RUHVGDWRVSRGUiQHYHQWXDOPHQWH
ayudarnos a esclarecer el problema señalado, mientras tanto habrá que reconocer
que la onomástica constituye una fuente no desdeñable para el conocimiento de
una lengua escasamente documentada como la puquina. De hecho, el registro
toponímico parece proporcionarnos información sobre la existencia de otros
HOHPHQWRVJUDPDWLFDOHVDVLJQDEOHVDODOHQJXDHQWUHHOORVSRUHMHPSORHOVX¿MR
–ro (presente ya en el itinerario mítico de los hermanos Ayar: <Hay-squis-ro>),
en topónimos como <Asánga-ro>, <Chinche-ro> (Puno), <Huanca-ro> (Cuzco),
&RWDUXVL! $SXUtPDF GH VLJQL¿FDGR LJXDOPHQWH HQLJPiWLFR SHUR FX\D
GLVWULEXFLyQFRQFXHUGDFRQHOiUHDSXTXLQDHVWDEOHFLGD(VPiVHOVX¿MRPXHVWUD
una variante, perfectamente explicable por las reglas fonéticas de la lengua: nos
referimos a –llo, como en <Asi-llo> (Puno), <Huaco-llo> (Cuzco), etc. Pero de
este y de otros elementos gramaticales nos ocuparemos oportunamente.37
37 Ver Cerrón-Palomino (2017), donde tratamos de demostrar que –ro y demás variantes no son sino
IRUPDVDOWHUQDQWHVSDUFLDOPHQWHGHOLPLWDGDVJHRJUi¿FDPHQWHGHOVX¿MR–no. Descartamos aquí la
marca direccional –ru del aimara como su posible étimo, ya que no es normal formar topónimos
FRQIRUPDVÀH[LRQDGDVSDUDFDVRLODWLYRHQHOSUHVHQWH
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