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Tras las huellas de la lengua primordial

de los incas: evidencia onomástica


puquina1

Rodolfo Cerrón-Palomino
3RQWL¿FLD8QLYHUVLGDG&DWyOLFDGHO3HU~
rcerron@pucp.pe

Resumen

No obstante haber sido declarada en 1575 “lengua general” por el virrey


Toledo, el puquina no tuvo la suerte de ser documentado como sus congéneres
quechua y aimara. Los preceptos gramaticales y léxicos preparados por el padre
Alonso de Barzana (o Bárcena) en 1590 nunca han podido localizarse. Para su
estudio apenas contamos con un conjunto de textos pastorales editados en 1607
en Nápoles por Jerónimo de Oré. A partir de ellos se han hecho esfuerzos por
extraer algunos fragmentos gramaticales de la lengua, así como un reducido
léxico de la misma. Modernamente, sin embargo, se han venido abriendo nuevas
avenidas de estudio que permiten enriquecer el conocimiento del idioma, siendo
las investigaciones onomásticas las más prometedoras. Tales estudios ayudan,

1 Esta es una versión revisada y ampliada de la ponencia que el autor presentó en el Congreso
Internacional de Lexicología y Lexicografía organizado por el Departamento de Humanidades de
la PUCP (15-17 de agosto de 2013). Un adelanto del trabajo apareció, con serias mutilaciones, en
Cerrón-Palomino (2014).

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además, a comprender mejor el rol que desempeñó la lengua en la génesis y


formación del imperio incaico.

Palabras clave: puquina, callahuaya, onomástica, toponimia, etimología,


UDGLFDOHVVX¿MRVJUXSRVFRQVRQiQWLFRVSUyWHVLV

Abstract

In spite of having been declared Puquina as a “general language” of Colonial


Peru by Viceroy Toledo in 1575, the language didn’t have enough fortune in being
documented as it happened with Quechua and Aymara. The grammatical and
lexical epitomes prepared by the Jesuit father Alonso de Barzana (or Bárcena)
in 1590 have never been located. Thus, in order to approach the language, we
barely count on an ensemble of pastoral texts edited in Naples, in 1607, by the
)UDQFLVFDQ-HUyQLPRGH2Up%DVHGRQWKHPH൵RUWVKDYHEHHQPDGHLQH[WUDFWLQJ
the grammatical fragments as well as the limited lexicon of the language underlying
the texts. Recently, however, new avenues of research have been traced contributing
to the enrichment of the knowledge of the language, onomastic research being
the most promising ones. These studies have the additional advantage in pointing
towards a better understanding of the role played by the language in the genesis
and formation of the Inca Empire.

Keywords: Puquina, Callahuaya, onomastics, toponymy, etymology, roots,


VX൶[HVFRQVRQDQWFOXVWHUVSURWKHVLV

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“Déterminer avec précision à quelle couche de population


appartiennent les toponymes, et par conséquent quel est l’apport
respectif de chacun des peuples qui ont occupé notre pays, tel est le
but de la toponymie”.
Rostaing (1980 : 5)

1. Situación lingüística prehispánica

De acuerdo con las informaciones proporcionadas por las fuentes coloniales


de los siglos XVI y XVII, el panorama lingüístico en torno al llamado “lago de
Chucuito”, hoy denominado lago Titicaca, comprendía cuatro lenguas, a saber:
(a) la puquina, (b) la uruquilla, (c) la aimara y (d) la quechua. La primera de ellas,
GHVFR\XQWDGDJHRJUi¿FDPHQWHSRUHODLPDUDVHKDEODEDDXQODGR\RWURGHO7LWLFDFD
OOHJDQGRSRUHORHVWHKDVWDODVFRVWDVGHO3DFt¿FR GHVGHODVDOWXUDVGHO&ROFDHQ
Arequipa, hasta por lo menos Iquique por el sur), por el noreste hasta las vertientes
orientales de los Andes (Sandia y Carabaya, en el Perú, y el noreste de La Paz, en
Bolivia), y por el sur alcanzando hasta Charcas y Potosí.2 La lengua uruquilla, o
simplemente uru, era hablada en toda la región de los lagos y sus islas, a lo largo del
eje acuático Titicaca-Coipasa, conectado por el Desaguadero y el Lacajahuira. El
aimara, responsable de la desintegración del otrora territorio continuo del puquina,
era la lengua hegemónica que copaba toda la región altiplánica, como idioma de
los señoríos étnicos de la región, desplazando al puquina hasta relegarlo a los
WHUULWRULRVH[WUHPRVPHQFLRQDGRV(OTXHFKXDHQ¿QSURFHGHQWHGHO&X]FRHVWD
YH]YHKLFXOL]DGRSRUORVLQFDVFRPHQ]DEDDLQFXUVLRQDUHQOD]RQDSRUHOÀDQFR
noroeste del lago, desplazando al puquina, y sentando las bases de la repartición
territorial que presentan hoy día las dos lenguas nativas vigentes. Los documentos
que nos describen la situación esbozada, de manera indirecta, pero bastante precisa,
son en este caso la “Tasa de la Visita General” del virrey Toledo (1975 [1582]) y
la “Copia de curatos” del antiguo obispado de Charcas (Espinoza Soriano 1982:
187-196), estudiados, entre otros, desde el punto de vista de sus incidencias étnicas

2 Nótese que el espacio delimitado corresponde aproximadamente al proporcionado por el cronista


Sarmiento de Gamboa en la segunda mitad del siglo XVI. Dice, en efecto, el mencionado
historiador, que “[el territorio colla cubría] desde veinte leguas del Cuzco hasta los Chichas y
todos los términos de Arequipa y la costa de la mar hacia Atacama y las montañas sobre los
Mojos” (Sarmiento 1965 [1572]: 242 [37]). Adviértase, sin embargo, que por la palabra colla
hay que entender, en el pasaje citado, puquina-colla, y no aimara, como se la ha interpretado
tradicionalmente.

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y lingüísticas, por Thérèse Bouysse-Cassagne (1975, 1987: cap. II). Para mayores
SUHFLVLRQHVJHRJUi¿FDVDOUHVSHFWRYHU'RPtQJXH])DXUD  

2. Trastornos étnico-lingüísticos

En general, como era de esperarse, la información documental respecto de


los idiomas y de los pueblos que los hablaban no deja de ser por momentos ambigua
y confusa, por el mismo hecho de que respondían a intereses predominantemente
administrativos y religiosos. Téngase en cuenta, además, que las políticas de
conquista tanto incaica como española se caracterizaron por movilizar grupos
humanos de un territorio a otro en gran escala, a través del sistema de los mitmas,
en el primer caso, y de las reducciones de pueblos y de las mitas mineras, en el
segundo. En lo que respecta al área circun-lacustre, por ejemplo, sabemos de la
práctica repetida por incas y españoles de extraer violentamente a los moradores
GHOODJRSDUDDVHQWDUORVHQWLHUUD¿UPHHQFDOLGDGGHPDQRGHREUDSURYRFDQGR
su asimilación tanto étnica como lingüística a los grupos aimaras o quechuas del
entorno lacustre (Wachtel 2001 [1990]: II, II, § D). De entonces, y seguramente de
PX\DQWHVGDWDQORVSURFHVRVGHWUDQV¿JXUDFLyQpWQLFD\GHVXVWLWXFLyQLGLRPiWLFD
por los que pasaron los habitantes del gran “mar interior”. Y así entendemos cómo,
cuando documentos como los referidos nos hablan de tributarios “uros”, éstos
podían ser, en efecto, hablantes de uruquilla, pero también podían serlo del puquina,
del aimara y hasta del quechua. Del mismo modo, una vez asimilados a los grupos
GHWLHUUD¿UPHORVXUXTXLOODVSRGtDQVHUFHQVDGRVFRPR³SXTXLQDV´R³DLPDUDV´
Así, pues, los membretes de pertenencia societal manejados en los documentos
FRORQLDOHV GHEHQ WRPDUVH HQ YHUGDG FRPR FDWHJRUtDV ¿VFDOHV \ WULEXWDULDV DQWHV
que como indicadores precisos de membresías étnicas y/o lingüísticas (Bouysse-
Cassagne 1991: 491-493).
El entrevero étnico e idiomático al que se hizo referencia no es privativo
GHORVGRFXPHQWRVGHFDUiFWHU¿VFDO\DGPLQLVWUDWLYRSXHVRWURWDQWRRFXUUHHQ
los textos históricos elaborados por los cronistas coloniales y los investigadores
posteriores. Como resultado de ello, se ha confundido, en el plano histórico, a
los “collas” como aimaras, y, en el plano lingüístico, al uruquilla con el puquina.
Gracias a los trabajos etnohistóricos (Julien 1983, Bouysse-Cassagne 1987) y
lingüísticos (Ibarra Grasso 1982 [1964], Torero 1972 [1970]) de la segunda mitad
GHO VLJOR SDVDGR KR\ SRGHPRV HIHFWXDU ORV GHVOLQGHV GH¿QLWLYRV UHVSHFWLYRV
señalando, por un lado, que por “collas” debemos entender a pueblos de habla
puquina y no aimara; y, por el otro, que el puquina y el uruquilla constituyen
entidades idiomáticas independientes, sin ninguna relación, fuera del hecho de su
coexistencia, a lo largo del eje lacustre Titicaca-Coipasa, por más de un milenio
(ver, para un resumen del deslinde respectivo, Galdos Rodríguez 2000).

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Resumiendo, ahora podemos establecer las correlaciones étnico lingüísticas


de modo más preciso, señalando que el idioma de los “puquina-collas” era el
puquina, el de los señoríos aimaras la lengua aimara, y el de los uros lacustres el
uruquilla. El quechua, la última lengua en incursionar en la región, vendría a ser la
variedad koiné difundida por los incas en las conquistas expansivas en dirección
sureste iniciadas por el inca Pachacutiy (ca. 1450).

3. Lenguas originarias altiplánicas

Los estudios de lingüística histórica del área andina convienen en señalar que,
de las cuatro lenguas presentadas inicialmente, dos de ellas pueden considerarse
nativas de la región: la puquina y la uruquilla, y las otras dos ajenas a ella: la
aimara y la quechua. Señalemos, sin embargo, que cuando hablamos de oriundez
versus intrusión lo hacemos en términos muy relativos, teniendo en cuenta las
limitaciones de información de que adolecemos en cuanto a la procedencia de las
lenguas y de los pueblos de la región en tiempos protohistóricos. En tal sentido, los
emplazamientos iniciales de los idiomas y de los procesos de difusión, convergencia
y desplazamiento en que se vieron involucrados, apenas pueden postularse en
calidad de hipótesis valiéndonos mayormente de las evidencias lingüísticas, sin
descuidar los aportes de otras ciencias que tratan sobre el pasado remoto, como la
arqueología y la etnohistoria, y últimamente también la genética.
En relación con el origen altiplánico del puquina y del uruquilla, y basándonos
únicamente en la evidencia lingüística, puede sostenerse que por los menos en los
tiempos del período arqueológico conocido como Formativo (1,500 a.C.-200 d.C.),
y quizás desde mucho antes, tales idiomas ya se encontraban bastante arraigados, es
decir nativizados, en la región lacustre, ocupando el segundo de ellos las islas y los
lagos del entorno. Ciertas características tipológicas de naturaleza fonológica (el
UHJLVWURGHYRFDOHVPHGLDVHR \JUDPDWLFDO ODH[LVWHQFLDGHSUH¿MRV VXJLHUHQOD
idea de que estas lenguas tendrían un origen amazónico, y hasta podrían postularse
entronques remotos, arahuaco para el puquina, y pano-tacana para el uruquilla. Sin
embargo, a falta de mayores evidencias, es probable que tales hipótesis no puedan
corroborarse ni falsearse del todo, al menos en el estado de nuestros conocimientos
sobre el tema. De lo que no hay duda, sin embargo, es que estas dos lenguas
estuvieron en contacto con tales grupos en tiempos muy remotos.
Ahora bien, desde el punto de vista arqueológico, se ha sostenido
tradicionalmente que la lengua de los creadores de la gran civilización
tiahuanaquense habría sido la aimara. Quienes sostenían dicha postura partían del
supuesto equivocado, como vimos, de que los collas hablaban dicha lengua, tal
como lo había planteado inicialmente Uhle (1910), y, modernamente, Browman
(1994), entre otros. Una vez rescatado y reivindicado el pueblo colla en los

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términos señalados previamente, nada impide postular, como sostienen ahora la


mayoría de los lingüistas y arqueólogos, que la lengua de Pucará y Tiahuanaco
haya sido la puquina (Torero 1987). Como vehículo de esta civilización (200 a.C-
800 d.C), la lengua habría alcanzado su máxima difusión en todo el territorio que
la arqueología descubre como su ámbito expansivo.

4. Desplazamiento y extinción

La irrupción de pueblos de habla aimara en la región, ocurrida entre los


siglos XII y XIII, y que más tarde se organizarían en los bien conocidos señoríos
altiplánicos, trajo como consecuencia el desplazamiento gradual del puquina y su
posterior desintegración, tanto que a la llegada de los españoles la mayoría de sus
hablantes ya estaban aimarizados. No otra cosa parece desprenderse del hecho
de que el virrey Toledo, a su paso por el Collao, camino de Potosí (1573), aparte
de proporcionarnos el dato interesante de que las mujeres de la región hablaban
puquina, a diferencia de los hombres (cuya lengua era aimara), dispone que “todos
los indios de aquella provincia [de Chucuito] enseñasen a sus hijos la lengua general
que el ynga les mando hablar [i.e. el quechua], sin que se les consintiesen hablar
la puquina ni aymara” (énfasis agregado).3 Sin embargo, tal parece que el virrey,
luego de tener una visión más clara de la presencia y distribución del puquina en la
región sureño-altiplánica, pero sobre todo en Arequipa, cambió de parecer, a estar
por la ordenanza que dispuso, el 10 de septiembre de 1575 en Arequipa, que a la
letra dice: “[…] hago merced al dicho Gonzalo Holguín de nombrarle y proveer
por tal lengua e intérprete general de las dichas lenguas quichua, puquina y aimará,
que son las que generalmente se hablan por los indios de estos Reinos y Provincias
del Perú […]” (Toledo 1989 [1575]: Vol. II, 97-100).
&RQWRGRDXQFXDQGRHO3%ODV9DOHUDFLWDGRSRUHO,QFD*DUFLODVRUH¿HUD
que, tras la caída del imperio, los pueblos no quechuizados plenamente, entre
ellos los puquinas, habían regresado a sus “lenguajes particulares”, despreciando
“la del Cozco” (Garcilaso de la Vega 1943 [1609]: VII, III, 167v), lo cierto es
que la lengua que nos concierne seguía siendo despojada de su emplazamiento
originario, esta vez a raíz de los profundos cambios políticos y socioeconómicos
creados por el ordenamiento colonial, y solo persistiría en la periferia del mismo.4
Según documentos encontrados por Durston (2007: cap.4, 124), el Sínodo de 1591

3 Agradecemos a Mónica Medelius por habernos mostrado el documento inédito cuyo pasaje
citamos, y que ella encontró en el archivo de Indias (AGI, 29).
 3RUORTXHWRFDDOD]RQDULEHUHxDGHOODJRVRORGRVSXHEORV±&DSDFKLFD\&RDWD±¿JXUDEDQD~Q
por la misma época, como hablantes de la lengua (Bouysse-Cassagne 1987: II, § II, 112). Para
una comprensión más exacta de la distribución de la lengua en la época señalada, con precisiones
JHRJUi¿FDV QR FRQWHPSODGDV SDUWLFXODUPHQWH /DPSD \$]iQJDUR  SRU UD]RQHV GH MXULVGLFFLyQ
político-religiosa, ver Domínguez Faura (2011).

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del obispado del Cuzco, que por entonces comprendía Huamanga y Arequipa,
disponía para esta última jurisdicción, el uso del puquina (además del aimara y del
quechua) como vehículo de evangelización. Es más, en 1638, el sínodo presidido
SRUHODU]RELVSR3HGURGH9LOODJyPH]RUGHQDEDODWUDGXFFLyQR¿FLDOGHOFDWHFLVPR
y del confesionario del III Concilio Limense al puquina, encargándose la tarea a
Álvaro Mogrovejo, cura de Carumas, y a Miguel de Arana, párroco de Ilabaya,
reconocidos como los mejores peritos en la lengua. Que se sepa, sin embargo, tal
parece que dichos trabajos nunca llegaron a concretarse. Por lo demás, la última
referencia que se tiene de la lengua, todavía en uso, corresponde a la consignada
por Clemente Almonte (1813), cura de Andahua (Condesuyos, Arequipa), según
un documento dado a conocer por Millones (1971). De manera que es razonable
sostener que la extinción total de la lengua debió de haberse producido en la
segunda mitad del siglo XIX.

5. Documentación

En una “Carta Annua” de 1594 dirigida a su Provincial, el P. Alonso de


Barzana se quejaba de que, no obstante existir “más de cuarenta o cincuenta
pueblos” de habla puquina, “tanto en el Collao, como en Arequipa, y sobre todo en
la costa de la mar hacia Arica y aun hacia otras costas”, no tuvieran predicador, pese
a que para entonces se había “trabajado y reducido la lengua en arte y se ha[bía]
escrito un confesionario y un vocabulario y una doctrina” (Bouysse-Cassagne
1992: 132). Es posible que el eximio lenguaraz, al mencionar tales materiales,
estuviese aludiendo a los preceptos gramaticales y léxicos de su propia autoría, que
¿JXUDQHQORVWUDWDGRVELEOLRJUi¿FRVVREUHOHQJXDVLQGtJHQDVDPHULFDQDVOXFLHQGR
incluso el año de 1590 como la fecha de su posible aparición (Viñaza 1977 [1892]:
45). Desafortunadamente, no solo nadie ha podido dar con ellos sino que se duda
de su publicación.
Siendo así, lo único que se tiene registrado para la lengua son un total de 26
textos pastorales de variado alcance (desde las fórmulas más simples del per signum
crucis y del bautizo hasta las preguntas más indiscretas a los curacas so pretexto de
su preparación para la confesión) que aparecen en la monumental obra políglota
Ritvale sev Manuale Pervanvm […] de fray Jerónimo de Oré, famoso criollo
KXDPDQJXLQRHGLWDGDHQ1iSROHVHQ6HJ~QUH¿HUHHOPLVPRFRPSLODGRU
“la mayor parte [de los textos] fue hecha por el padre Alonso de Barzana, Iesuita
de buena memoria, y despues de su muerte se añidieron algunas cosas por el auctor
con comission, y aprobacion del Reuerendísssimo del Cuzco” (Oré 1607: 385). Tal
es todo el material escrito de que disponemos para el estudio del puquina.5

5 A decir verdad, quedan también los restos de la fórmula del bautizo estampados en alto relieve

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Artículos, notas y documentos

(QWUH ¿QHV GHO VLJOR ;,; \ FRPLHQ]RV GHO ;;, GLYHUVRV HVWXGLRVRV KDQ
desplegado sus esfuerzos en el afán por desentrañar la gramática y el léxico
subyacentes a tales textos, inevitablemente inseguros y esquemáticos dada la
naturaleza de los mismos. Primeramente Raoul de la Grasserie (1894), luego
Alfredo Torero (1965, 2002: cap. V, § 5.2), Willem Adelaar con Pieter Muysken
(2004: cap. 3, § 3.5), y últimamente el mismo Adelaar, esta vez con Simon van
de Kerke (2009),6 nos han ofrecido el producto de sus esfuerzos interpretativos
y analíticos, no necesariamente coincidentes, como era de esperarse, de manera
que, gracias a ellos, podemos hoy contar con una caracterización gramatical y
tipológica de la lengua, así como también disponer de un reducido léxico que,
una vez depurado de sus quechuismos y aimarismos inevitables, comprende
alrededor de unos 250 términos atribuibles casi exclusivamente a la misma entidad
idiomática.

6. Otras fuentes de estudio

Dos han sido las fuentes adicionales a las que han recurrido los investigadores
en el afán por conocer mejor la lengua, aunque debido a la naturaleza de las mismas,
se circunscribían a la pesquisa eminentemente léxico-semántica. Nos referimos al
vocabulario del callahuaya y al de la toponimia.
Por lo que respecta a la reputada lengua de los herbolarios de Charazani (La
Paz), considerada por sus primeros estudiosos como la superviviente del “idioma
secreto” de los incas (Oblitas Poblete 1968, Girault 1989), pronto se echó de ver
que, dejando de lado su gramática casi íntegramente quechua, lo único que ella
tenía en común con el puquina (sin desmerecer la condición de sus hablantes de ser
descendientes de sus ancestros colla-puquinas) era un léxico parcial compartido
por ambas lenguas, según cotejos efectuados por Torero (2002: cap. V, § 5.1.6.1,
392). Por lo demás, como señalan Adelaar y van de Kerke (2009), los posibles
cognados callahuaya-puquinas no siempre guardan correlaciones sistemáticas entre
VtGHPDQHUDTXHODLGHQWL¿FDFLyQGHWpUPLQRVSXTXLQDVHQHOOp[LFRFDOODKXD\DHQ
general, que comporta vocablos de distinta procedencia, como la de posible origen
pano-tacana (Muysken 2009), resulta frustrante y poco prometedora, sobre todo
debido al carácter limitado del léxico puquina disponible para su contraste.
(QFXDQWRDODLQYHVWLJDFLyQRQRPiVWLFDPiVHVSHFt¿FDPHQWHWRSRQtPLFD

en la portada del baptisterio de la iglesia de Andahuailillas (Cuzco, ca. 1630), donde apenas, tras
siglos de exposición, se puede leer, como en negativo: “… NAQVIN SIN YQUILE… CHVSCVM
ESPIRITV SANCTOM M…”, que afortunadamente se puede reconstruir gracias a la misma
fórmula consignada por Oré (Torero 1987: nota 33).
 (VWRVPLVPRVLQYHVWLJDGRUHVYLHQHQSUHSDUDQGRORTXH¿QDOPHQWHSRGUtDGHVHPERFDUHQXQDHGLFLyQ
crítica de los textos de Oré (ver, al respecto, sus adelantos en http:// www.unileiden.net/ore).

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ella estuvo motivada fundamentalmente por los intentos destinados a delimitar el


HVSDFLRJHRJUi¿FRFXELHUWRSRUODOHQJXD7UHVKDQVLGRORVHOHPHQWRVGLDJQyVWLFRV
WHPSUDQDPHQWHLGHQWL¿FDGRV\DWULEXLGRVDODSUHVHQFLDGHOLGLRPDHQHOWHUULWRULR
sureño-altiplánico: los radicales <paya ~ baya ~ huaya>, <laque> y <coa>
(Adelaar 1987), que efectivamente parecían trazar, a través de su manifestación
HQHOWHUUHQRHOHVSDFLRWRSRJUi¿FRFXELHUWRSRUODOHQJXDVHJ~QODLQIRUPDFLyQ
documental disponible hasta entonces. Aun cuando no era posible inferir con
VHJXULGDG HO VLJQL¿FDGR GH WDOHV UDGLFDOHV FRQ H[FHSFLyQ GHO GH FRD! µtGROR¶
UHJLVWUDGRHQORVWH[WRVGH2Up QRKDEtDGXGDGHVX¿OLDFLyQKDELGDFXHQWDGH
que hasta entonces no podían explicarse ni por el quechua ni por el aimara. La
investigación toponímica, sin embargo, solo será retomada, en mayor escala y de
manera esclarecedora, en los últimos diez años, como veremos en su momento.
Aparte de tales fuentes, recientemente hemos llamado la atención sobre
RWUDV SRVLEOHV DYHQLGDV GH LQYHVWLJDFLyQ TXH SRGUtDQ SHUPLWLUQRV LGHQWL¿FDU
elementos léxicos asignables a la lengua. La primera de ellas es la documentación
temprana colonial, particularmente la referida al universo social, cultural, religioso
e institucional del incario y de la sociedad colonial más inmediata (siglos XVI-
XVII, principalmente). Lo que se trasluce del examen del léxico propio de las
dimensiones semánticas señaladas, es que buena parte de dicho acervo, una vez
cotejado con los vocabularios disponibles para el quechua, el aimara e incluso el
puquina, puede atribuirse, por simple proceso de factorización, si bien en calidad
de hipótesis, al puquina. Ocurre muchas veces que las postulaciones formuladas
VXHOHQYHUL¿FDUVHVLELHQFRQXQDOWRLQJUHGLHQWHGHD]DUDOHQFRQWUiUVHOHVFRUUHODWRV
ya sea en el vocabulario extraído de Oré o en el léxico callahuaya. Una segunda
fuente para localizar vocablos puquinas son los tratados léxicos y gramaticales del
aimara colonial, principalmente los vocabularios registrados por Bertonio (1984
>@ 5HSXWDGRHODLPDUDFRPRXQDOHQJXD³PXFKRPDVDENJGDQWH´TXH
el quechua “en la copia de vocablos, sinónimos, y circuyciones [sic]” (Tercer
Concilio 1985 [1584-1585]: “Annotaciones generales de la lengva aymara, fol.
  QR HUD GLItFLO DGYHUWLU TXH OD PHQFLRQDGD GHQVLGDG Op[LFD YHUL¿FDEOH FRQ
solo hojear los vocabularios citados, fuera tributaria del léxico de por lo menos
GRVOHQJXDVHOTXHFKXD\HOSXTXLQD4XLWDGRVORVTXHFKXLVPRVHLGHQWL¿FDGRHO
patrimonio vocabular del aimara,7 no es desatinado postular el remanente, siempre
en calidad de hipótesis, como proveniente del puquina. Como en el caso anterior,
aquí también se da la situación, fortuita es cierto, de poder encontrar elementos
cognados tanto en el léxico de Oré como en el del callahuaya. Se impone, por ello,
realizar un examen minucioso de los vocabularios del anconense de tal modo de

7 En forma parcial, es cierto, desde el momento en que el léxico del aimara central o tupino, con el
cual puede cotejarse el altiplánico, es realmente escueto (Belleza 1995).

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aislar en ellos los términos atribuibles al puquina. Después de todo, lengua social
y culturalmente tan importante no podía dejar de implantar su profunda huella
léxica en el aimara que la desplazó. Finalmente, una tercera fuente en la búsqueda
de voces puquinas es el léxico del uruquilla. Lengua dominada por el puquina
antes de que fuera suplantada por el aimara, es lógico esperar que el uruquilla
registre una importante impronta léxica asignable al idioma de estirpe altiplánica.
Ocurría hasta hace poco, sin embargo, que no contábamos con materiales léxicos
solventes y seguros para el uruquilla, situación que se ha corregido felizmente en
los últimos tiempos (Muysken 2005, Cerrón-Palomino y Ballón Aguirre 2011).
Como lo hemos intentado demostrar recientemente, son varios los casos en los
FXDOHVKDVLGRSRVLEOHLGHQWL¿FDU\SRUWDQWRFRUUHODFLRQDUDOJXQDVGHODVYRFHV
propias del incario con las del puquina, sumergidas en el léxico aimara de Bertonio
(Cerrón-Palomino 2013a: I Parte), del mismo modo en que lo fueron también en el
vocabulario del uro-chipaya (Cerrón-Palomino 2016d: cap. IX, § 3).

7. Evidencia toponímica

Tal como se adelantó, uno de los móviles responsables de la indagación


toponímica, en vista de la escasa y huidiza información proporcionada al
respecto por las fuentes coloniales, fue el afán por conocer la distribución
originaria de la lengua antes de ser desplazada por el aimara y el quechua. Dicha
inquietud fue cobrando mayor impulso en lo que va del presente siglo, a raíz
de la renovada polémica surgida en torno a la historia externa de las lenguas
y de los pueblos prehispánicos de los Andes centro-sureños, caracterizada esta
vez por la hasta entonces inusitada participación de historiadores, arqueólogos
y lingüistas del área andina. En efecto, en medio del debate suscitado en torno
a la lengua atribuible a los creadores de Tiahuanaco, el mismo que enfrentaba
a los defensores del aimara (mayormente arqueólogos) y a los partidarios del
puquina (fundamentalmente lingüistas), se hacía urgente demostrar, sobre
todo en atención a los reclamos formulados por los aimaristas, por un lado, el
carácter genuinamente altiplánico del puquina, y por el otro, el origen centro-
andino y advenedizo del aimara sostenido por los lingüistas. Y es que uno de los
argumentos aducidos por los partidarios del aimarismo primitivo de la región ha
sido la aparente ausencia de toponimia atribuible al puquina en todo el territorio
altiplánico, en contraposición a la supuesta omnipresencia toponímica asignable
al aimara.
Pues bien, no hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que, así
como se pensaba que los tratados léxicos de Bertonio, una vez despojados de sus
quechuismos, registraban un vocabulario genuina y exclusivamente aimara, del
mismo modo se pensaba que la toponimia de la región era íntegramente atribuible a

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dicha lengua, como consecuencia de su pretendida raigambre altiplánica milenaria.


Los estudios toponímicos emprendidos recientemente en la zona en debate (Mossel
2009, Cerrón-Palomino 2014) prueban de manera contundente la persistencia de
un fuerte sustrato puquina cuya distribución permite visualizar un territorio que, a
la par que corrobora los datos proporcionados por la información documental de
los siglos XVI y XVII respecto de la existencia de pueblos de habla puquina en
dicha circunscripción, coincide plenamente con el espacio cubierto por el estado
tiahuanaquense en su máxima etapa de expansión, de acuerdo con la investigación
arqueológica de nuestros tiempos.
En cuanto a la evidencia toponímica que en esta oportunidad quisiéramos
aportar, debemos señalar que, además de su potencial informativo en términos
JHRJUi¿FRV HFROyJLFRV \ VRFLRSROtWLFRV FDUiFWHU FRQVXVWDQFLDO TXH MXVWDPHQWH
acabamos de ponderar, creemos que ella permite, en el presente caso al menos,
precisar, revisar y ampliar, aunque fuera en su más mínima expresión, el
conocimiento léxico y gramatical que se tiene de la lengua sobre la base del examen
de los materiales recogidos por Oré. De manera más concreta, la investigación
toponímica nos permitirá, por un lado, revisar el inventario fonológico postulado, y
por el otro, proponer elementos gramaticales que no asoman en los textos pastorales,
todo ello aparte ciertamente de la corroboración del registro, en la toponimia, de
DOJXQRVSURFHVRVIRQROyJLFRVSURSLRVGHODOHQJXDDVtFRPRHOUHFXUVRDORVVX¿MRV
derivativos que se empleaban en la formación de los nombres de lugar.

8. Corpus toponímico

Las fuentes básicas manejadas para el acopio del material toponímico


FRQVWLWX\HURQORVGLFFLRQDULRVJHRJUi¿FRVGHORVWUHVSDtVHVDQGLQRVLQYROXFUDGRV
Perú, Bolivia y Chile. Para el Perú contamos con los diccionarios de Paz Soldán
(1877) y de Stiglich (1922), este último recientemente reeditado, esta vez por
departamentos (Stiglich 2013). Para Bolivia nos servimos de los diccionarios
departamentales de Ballivián (1890) y de Mamani y Guisbert (2004), para La Paz;
Federico Blanco (1901) para Cochabamba; Pedro Aniceto Blanco (1904) para
Oruro, y Mallo (1903) para Chuquisaca. Para Chile consultamos los diccionarios de
Francisco Asta-Burruaga y Cienfuegos (1899), Riso Patrón (1924), y la monografía
de Mamani (2010). Con el objeto de remediar, por lo menos en parte, la ausencia de
fuentes semejantes para un departamento tan importante como Potosí, recurrimos
al diccionario general de Gonzales Moscoso (1984), pero también consultamos
algunos estudios de carácter etnohistórico, referidos a dicha circunscripción
territorial, entre otros los de Nicolas et. al. (2002), Espinoza Soriano (2003), y Platt
et. al. (2006). Vocabularios de consulta obligada, como elementos de contraste y
YHUL¿FDFLyQ KDQ VLGR FRPHQ]DQGR SRU HO JORVDULR HQWUHVDFDGR GH 2Up 7RUHUR

Nº 54, año 2016 179


Artículos, notas y documentos

1987: 364-370), los léxicos del callahuaya compilados por Oblitas Poblete (1968)
y Girault (1989).
Para los efectos de nuestra discusión hemos aislado, en términos léxicos, 8
UDGLFDOHVDVLJQDEOHVDOSXTXLQDDVLPLVPRVHKDLGHQWL¿FDGRXQEXHQQ~PHURGH
raíces que portan 7 tipos de haces consonánticos iniciales de palabra, igualmente
DVLJQDEOHVDODOHQJXD(QHOWHUUHQRJUDPDWLFDOKHPRVSRGLGRYHUL¿FDUODRFXUUHQFLD
GHGRVVX¿MRVGHULYDWLYRVUHJLVWUDGRVHQORVWH[WRVGH2UpSHURDOPLVPRWLHPSRVH
KDQLGHQWL¿FDGRRWURVVX¿MRVGHIXQFLyQVHPHMDQWHHVWDYH]WDPELpQDWULEXLEOHV
DODOHQJXD(QORTXHVLJXHSDVDUHPRVDGLVFXWLU\HYHQWXDOPHQWHMXVWL¿FDUORV
hallazgos que se han podido determinar.

5DGLFDOHVLGHQWL¿FDGRV

De los 8 radicales que introduciremos, 3 han sido considerados desde un


principio como elementos diagnósticos puquinas, según se mencionó previamente:
<paya> y variantes, <laque> y <coa>. A ellos suma Arjan Mossel, en trabajo
reciente, una posible variante de <laque>, en la forma de <laca>, agregando el
novedoso de <laya> (Mossel 2009). En nuestra discusión volveremos sobre los
PLVPRV EXVFDQGR HVFODUHFHU ODV FXHVWLRQHV GH IRUPD \ VLJQL¿FDGR SRVWXODGRV R
no atendidos, así como las posibles variantes que podrían postularse o descartarse
para algunos de ellos.

8.1.1. Radical <paya> ~ <baya> ~ <huaya> <*phaya ‘cuesta, pendiente’. Registrado


en todo el territorio atribuible a la lengua, y en buena parte coincidente con el
postulado para el estado tiahuanaquense en su máxima expansión, este radical
aparece por lo menos en diez variantes,8 y lo hace como nombre independiente
R FRPR SULPHU R VHJXQGR HOHPHQWR GH WRSyQLPRV FRPSXHVWRV 5HÀHMDQGR
GLVWLQWDVWUDGLFLRQHVRUWRJUi¿FDVTXHUHPRQWDQDOD&RORQLDWDOHVYDULDQWHVSXHGHQ
subsumirse, fonéticamente, en tres formas bisilábicas: paya (con su variante
<phaya>, registrada solo para Chuquisaca), baya (alternando con <vaya>), waya
(registrada como <guaya> ~ <huaya>), y una cuarta, esta vez monosilábica, con
sus variantes similares: pay ~ bay (alternando con <vay>) y way (consignada como
<guay> y <huay>).9

8 No consideramos aquí otras variantes, lingüísticamente interesantes, encontradas en unos


documentos relativos a encomiendas en la región de Moquegua (siglo XVI), publicados por
Pärssinen y Kiviharju (2010: 131-135, 137-141). Se consignan allí <Yarabaha> y <Yalavaha>,
HQWUHRWUDV(QWDOHVQRWDFLRQHVORVHOHPHQWRVEDKD!ࡱ YDKD!GHEHQLQWHUSUHWDUVHFRPRED
es decir con vocal larga (la <h> se emplea como recurso para representar la longura vocálica), tal
como nos lo indica Bertonio en el pasaje respectivo citado (ver nota siguiente). De paso, nótese
también la forma aimarizada de la segunda variante (con el cambio r> l).
9 A ellas debe agregarse ahora otra variante monosilábica, registrada como <-pa ~ -ba ~ -gua ~

180 Revista Andina


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

En términos de su ocurrencia, debemos señalar que no se ha encontrado


paya como elemento inicial de topónimo, contexto en el que se da waya, ya en
forma independiente (así, <Huaya>, en Arequipa), ya formando un compuesto
(verbigracia <Huaya-pata>, en Moquegua). Como ilustrando el fenómeno de
lenición que presentaban las consonantes oclusivas del puquina, según se ha
podido establecer (Adelaar y van de Kerke 2009: 129), la oclusiva bilabial del
radical variaba, al parecer libremente, entre [p] ~ [b] ~ [w] (cf. <Tari-paya>,
Potosí; <Collo-baya>, Moquegua; y <Luri-huaya>, La Paz, respectivamente).10
Las variantes sincopadas se explicarían como efecto de su quechuización, tal como
VHPDQL¿HVWDHQODWRSRQLPLDGHODUHJLyQ cf. la forma quechua <Sora-y> frente
a su cognado aimara <Sora-y(a)>; ver Cerrón-Palomino 2008: II-3, § 2 para el
fenómeno respectivo); o también de su aimarización, con reducción sistemática de
*paya> pa: (ver nota anterior).
(Q FXDQWR DO VLJQL¿FDGR GHO UDGLFDO DSDUHQWHPHQWH DXVHQWH HQ ORV
diccionarios tanto coloniales como modernos del quechua y del aimara, este ha sido
siempre huidizo, y a lo sumo se especulaba que podría haber sido el de ‘llanura’ o
GHµYDOOH¶DHVWDUSRUHMHPSORSRUODHFXDFLyQ<DUDED\D! <DUDSDPSD!TXH
se desprende de la lectura de un documento dado a conocer por Galdos Rodríguez
(2000: 164-177), y así es como explicamos alguna vez el caso de <Sola-baya>
(Cerrón-Palomino 2008: I-10, § 5). Sin embargo, los referentes implicados por el
vasto registro de topónimos que lo conllevan, no siempre armonizan con la glosa
inferida. De allí que fuera una grata sorpresa encontrar la palabra en el vocabulario
DLPDUDGH%HUWRQLREDMRHOFDPXÀDMHGHVXQRWDFLyQHQODIRUPDGH+XDDKXDD!
VHJXLGDGHVXVLQyQLPR9LUD!DOSDUHFHULJXDOPHQWHSXTXLQDFRQHOVLJQL¿FDGR
de “Suelo o texado que es mas alto de vna parte, o cuesta abaxo” (énfasis
agregado; Bertonio 1984 [1612]: II, 141). La entrada, que obviamente registra
la forma reduplicada del radical, pondera al mismo tiempo, en su constitución, el
FDUiFWHULFyQLFR\SURQXQFLDGRGHOUHIHUHQWHQRKD\GXGDSXHVTXHHOVLJQL¿FDGR
más preciso del término era ‘cuesta, pendiente, bajada’.11 Lo corrobora el Inca
Garcilaso, conocedor directo del paraje que describe con asombro en los siguientes
términos:

-hua> en topónimos muy conocidos: <Ara-pa>, <Saca-ba>, <Moque-gua> y <Anda-hua>,


respectivamente (Cerrón-Palomino 2016b).
10 Lo que advertimos, sin embargo, es que las formas lenizadas son casi inexistentes en Chuquisaca y
Potosí (de hecho, solo hemos registrado <Guara-n-guay> ‘bajada del río’ en Cinti, y <Ana-baya>
en Carata, respectivamente).
11 No está de más aclarar que la forma en que Bertonio transcribe el radical –<huaa>, es decir
[wa:] (con elisión de yod y subsecuente alargamiento vocálico por compensación)– responde
perfectamente a la pronunciación lupaca que él describe. Solo que, en topónimos como <Anda-
hua> o <Colla-gua>, ya no se escribe la vocal larga.

Nº 54, año 2016 181


Artículos, notas y documentos

[La] cuesta llamada Cañac-huay,12 que tiene cinco leguas de baxada casi
perpendicular, […] pone grima y espanto solo el mirarla, cuanto más subir
y baxar por ella, porque por toda ella sube el camino en forma de culebra,
dando bueltas a una mano y a otra. (Garcilaso de la Vega 1943 [1609]: IV,
XVI, 210)

'HHVWDPDQHUDTXHGDDFODUDGRGH¿QLWLYDPHQWHDVtORFUHHPRVHOVLJQL¿FDGR
del radical estudiado, por lo visto asimilado por el aimara (por ejemplo, <Challa-
huaya>, Tacna) y por el quechua (como en <Moya-baya>, La Paz), pero, en vista
GHODDXVHQFLDGHWRSyQLPRVKtEULGRVTXHORFRQ¿UPHQ\DQRSRUHOFDVWHOODQR
En cuanto a la forma, sin embargo, contrariamente a lo que se ha sugerido
hasta ahora, con desconocimiento de la variante <phaya>, registrada en Chuquisaca
al lado de <paya>, sostenemos que la versión originaria del radical estaría siendo
testimoniada precisamente por la variante aspirada, que no sería mero registro
DORJUi¿FR FRPR QR OR HV HQ HO FDVR GH SKDUD! TXH YHUHPRV HQ HO VLJXLHQWH
numeral.13 Apoyados en tales observaciones, postulamos *phaya como la forma
genuina del nombre puquina, a partir de la cual pueden explicarse sus distintas
manifestaciones fonéticas tanto enterizas como apocopadas.14

8.1.2. El radical <phara> ~ <huara> < *phara ‘río’. Aunque de distribución


menos frecuente, este elemento comparte el mismo territorio que el de phaya y
variantes. Se lo encuentra como nombre independiente (<Para>, en varios lugares
de Puno), ya sea en forma reduplicada (<Para-para>, La Paz) o derivada (cf.
<Para-no>, Moquegua; <Para-ta>, Ilave, alternando con <Huara-ta>, Cuzco),
pero sobre todo como primer o segundo elemento formando compuestos (así en
<Huara-llata>, Arequipa; o <Cura-huara>, Carangas), que es como aparece con
más frecuencia. Topónimos como <Yurac-para> (Cotabambas), <Vila-huara-ya>
(Arequipa), o mejor aún <Uma-huara-ni> (Puno) o <Uma-huara-pata> (Puno),
invocan implícitamente a su referente principal, que en este caso viene a ser ‘río’.

12 Adviértase la forma en que transcribe el nombre el Inca, valiéndose del guion para evitar una
falsa lectura de la secuencia <c-h> del nombre como una palatal africada <ch>, ya que debía
pronunciarse, según nuestra interpretación, como /kaña-q way/ ‘la cuesta ardiente’.
13 En este caso, como en otros, el registro toponímico recogido en castellano pasa por alto los rasgos
laringales de las consonantes que las portan, de manera que no debiera extrañar que la variante
<phaya> haya sido consignada como <paya> en otras localidades. De paso, notemos que el
homófono chipaya /phaya/ ‘césped’ no podría ser el étimo del radical estudiado, y no solo por
razones de plausibilidad semántica.
14 Es el caso, por ejemplo, del topónimo <Quivipay>, lugar histórico en el que las huestes de
Atahualpa hicieron huir a las fuerzas huascaristas, dando término a la guerra civil entre los
hermanos descendientes de Huaina Capac. Analizado como <Quiui-pay>, es decir *q’iwi pay(a),
el nombre puede glosarse ahora como ‘bajada o pendiente sinuosa’ (Cerrón-Palomino 2013b: VII,
§4.6.4).

182 Revista Andina


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

(OVLJQL¿FDGRLQIHULGRHVFRUURERUDGRHVWDYH]JUDFLDVDVXUHJLVWURHQORVWH[WRVGH
Oré, donde encontramos <paragara> (Oré 1607: 168), forma esta reduplicada (ver
más abajo el caso de <chatallata>, para un fenómeno similar), interpretable como /
para-para/, donde la reiteración del radical, con probable errata en vez de <guara>,
es decir [wara], ilustra el fenómeno de lenición mencionado previamente.
(Q FXDQWRDO VLJQL¿FDQWHGHEHPRV VHxDODU TXH WDQWR HO WUDEDMRGH FDPSR
como la consulta de los diccionarios departamentales permite aclarar que, por
ejemplo, <Para-ta> (Ilave, Puno) se pronuncia /phara-t’a/, es decir con /ph/; del
mismo modo, se dice que <Para-laya> (Omasuyos, La Paz) es en verdad /phara-
laya/ (Mamani y Guisbert 2004: 434). Por otra parte, si Bertonio, según todo parece
indicar, registra el mismo radical igualmente como <phara>, entonces obtenemos
RWURGDWRGHUH¿OyQFRQVLVWHQWHHQVXYDULDQWHOHQL]DGDTXHFRLQFLGLUtDFRQQXHVWUD
postulación: <huara huara> (Bertonio 1984 [1612]: II, 257).15 En este caso, como
en el anterior, la ortografía castellana de los topónimos no solamente oculta sino
incluso hace desaparecer la pronunciación genuina de los nombres.
Por lo demás, de acuerdo con la interpretación propuesta, sobra decir que
la glosa de ‘pantalonete negro’ que suele dársele a un topónimo tan recurrente
como el de <Yana-huara> (por ejemplo, Paz Soldán 1877: 988), por tomárselo
FRPR tQWHJUDPHQWH TXHFKXD GHEH VHU GHVFDUWDGD GH¿QLWLYDPHQWH SRU QR UHXQLU
el criterio mínimo de plausibilidad semántica reclamado por la etimología de los
QRPEUHVJHRJUi¿FRV16

8.1.3. El radical <chata> ~ <llata> < *ch’ata ‘cerro’. Se trata de un nombre


recurrente a lo largo del territorio coincidente con el de los elementos tratados
hasta aquí. Como elemento independiente asoma varias veces (por ejemplo,
<Chata>, en Chucuito y Sandia), y formando un derivado, aunque esporádico, lo
hemos encontrado en el lado peruano (<Chata-jon>, una isla de Amantani, Puno).17

15 La forma condicional de nuestra proposición responde al hecho de que el ilustre aimarista da como
VLJQL¿FDGREiVLFRGHSKDUD!HOGH³VHFR´SHURHQODVH[SUHVLRQHVTXHUHJLVWUDSDUDHMHPSOL¿FDU
su empleo da a entender que la palabra está asociada estrechamente bien con el agua o con la lluvia:
así, por ejemplo, en <phara vru-> “podrirse la madera del techo con el agua, y sol” (Bertonio 1984
[2012]: II, 257). De hecho, según las glosas que Mamani y Guisbert dan de otros topónimos,
como el de <Parachi>, tal parece que phara hace referencia a vertientes secas de agua (Mamani y
Guisbert 2010).
16 Incidentalmente, no está de más señalar que el término del quechua sureño para ‘lluvia’, es decir
paraELHQSRGUtDHVWDUUHODFLRQDGRFRQHOUDGLFDOSXTXLQDTXHDFDEDPRVGHLGHQWL¿FDU7DPSRFR
debe descartarse la posibilidad de que *pharaSXGRKDEHUVLJQL¿FDGRµDJXD¶GHOPLVPRPRGRHQ
que yakuVLJQL¿FDµDJXD¶RµUtR¶HQODWRSRQLPLDGHOQRURULHQWHSHUXDQR$JUDGHFHPRVD:LOOHP
Adelaar por alcanzarnos esta precisión.
17 /RVWHMHGRUHVGHODLVODGH7DTXLOHUH¿HUHQTXHHOFKXOORRJRUUDGHGLDULRTXHXVDQ³HUDFRQRFLGR
[antiguamente] con el nombre de chata chullo” (INC 2009: 39). Nos parece que estamos aquí ante
una supervivencia metonímica del término, puesto que la forma del gorro es la misma de un cerro
o de una montaña. La raíz está presente, sin embargo, en algunos de los nombres de los santuarios

Nº 54, año 2016 183


Artículos, notas y documentos

Integrando compuestos, lo encontramos: como elemento inicial, en <Chatuma>


(Pomata, Puno), proveniente de *chata uma ‘agua del cerro’; como segundo
elemento, se da en sus dos variantes, ilustrándonos, una vez más, el fenómeno
GH GHELOLWDPLHQWR PHQFLRQDGR SUHYLDPHQWH /D ÀXFWXDFLyQ GH ODV YDULDQWHV GHO
nombre queda mejor ilustrada gracias al doblete <Pa-llata> (Ollantaitambo, Cuzco;
Candarave, Tacna; Ayopaya, Cochabamba) ~ <Paya-chata> (Tacna; Chungara,
Parinacota).18
(Q FXDQWR D VX LGHQWL¿FDFLyQ HVWD QR KD VLGR SUREOHPiWLFD GHVGH HO
momento en que el radical aparece registrado en forma reduplicada, mostrando
VXVYDULDQWHVHQORVWH[WRVGH2Up FKDWDOODWD! FRQHOVLJQL¿FDGR
inferible de ‘cerros’ o ‘montañas’. Por lo que toca a su restitución original como
*ch’ata, sin embargo, debemos indicar que ello obedece a que así se la pronuncia
aún en la zona aimara-quechua de Moquegua, donde la palabra, equivalente a
puna, es empleada en oposición a q’uli< *quñi ‘zona cálida’ (Cerrón-Palomino
2013a: I-4, § 2.1, nota 12). Es más, creemos que la entrada <ch’ata> que registran
ORV GLFFLRQDULRVPRGHUQRV GHO DLPDUDFRQ HO VLJQL¿FDGR GH µWHUUHQR SHGUHJRVR¶
(Callo Ticona 2009: 77, Condori Cruz 2011: 87), es una supervivencia del término
puquina.

8.1.4. El radical <cachi> ~ <gachi> < *kachi ‘cerco’. Registrado en un espacio


coincidente con el de los nombres vistos previamente, este elemento aparece siempre
IRUPDQGRFRPSXHVWRVHQORVTXHRFXSDWDQWRODSRVLFLyQGHPRGL¿FDGRU DVtHQ
<Cachi-queque>, Omasuyos, La Paz) como la del núcleo o cabeza del topónimo
(como en <Yara-cache>, Moquegua). Se lo encuentra también, formando dobletes
toponímicos, bajo la forma lenizada de <gachi> (así en <Tiri-gachi>, Puno, al
lado de <Tili-cachi>, La Paz). Interpretado tradicionalmente a partir del quechua
como ‘sal’, dejaba un sinsabor al querer adosársele a nombres como <Cora-gachi>
(Huancané, Puno) o <Sopo-cachi> (La Paz) y su variante <Supu-gachi> (Puno)
para glosarlos arbitrariamente como ‘sal de hierba’ o ‘sal de leña’, siguiendo la
SUiFWLFDWUDGLFLRQDOFXDQGRHOPRGL¿FDGRUUHFODPDEDDWRGDVYRFHVRWURUHIHUHQWH
Descartado el quechua, no fue difícil encontrar el radical <cachi> no solo en
el léxico del aimara colonial sino también en los vocabularios modernos de la
lengua, ilustrándonos la supervivencia de un nombre de posible cuño puquina. Así,
Bertonio registra <Cachi> como sinónimo de <Callanca> “corral” (1984 [1612]:

del Cuzco imperial, como lo demostramos en Cerrón-Palomino 2016b: §§ 6.3, 6.8).


18 Sobra señalar que la notación del primer elemento del topónimo en su primera versión (<Pa>)
esconde la vocal larga resultante de la elisión de la yod de paya ‘dos’. Podría pensarse, sin
embargo, que este elemento <pa> no fuera el numeral aimara ‘dos’ sino el radical puquina *phaya,
\DLGHQWL¿FDGR1RORFUHHPRVDVtSXHVHQSULPHUOXJDUFRPRGLMLPRVGLFKRUDGLFDOQRDSDUHFH
en inicial de compuestos; y, en segundo término, un topónimo como <Quimsa-chata> ‘Tres
cerros’, ilustra perfectamente el modelo propuesto.

184 Revista Andina


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

II, 33), y también como “corral de carneros donde los apartan, curan &” (1984
[1612]: II, 32), a la par que los diccionarios modernos lo consignan, en la forma
de kachi como recinto sagrado para celebrar ciertos rituales relacionados con los
ganados (Huayhua 2009: 124, Callo Ticona 2009: 129, Condori Cruz 2011: 152).
El hecho de que, por un lado, el radical aparezca estrechamente ligado a la historia
legendaria del Cuzco, como en <Ayar Cachi>, el nombre de uno de los héroes
IXQGDGRUHV GH OD IXWXUD PHWUySROL LQFDLFD TXLHQ SRU OR GHPiV VHJ~Q UH¿HUH HO
mito, acaba encerrado herméticamente en un cerco; y, por el otro, también al no
menos legendario de <Toto-cachi>, que es la forma reinterpretada del nombre de
uno de los barrios sagrados del Cuzco (Cerrón-Palomino 2013a: I-3, § 3.2.5), es
un dato más que abona a favor de la procedencia puquina del radical introducido.
En el caso de <Totocachi>, además, estamos ante un compuesto íntegramente
SXTXLQDGHVGHHOPRPHQWRHQTXHHOPRGL¿FDGRUWRWR!µJUDQGH¶HVWiUHJLVWUDGR
en los textos de Oré, pero también aparece consignado, esta vez con ejemplos de
uso, aunque aimarizado en la forma de <tutu> (verbigracia <tutu layca> “gran
hechizero”), como sinónimo de <haccha> (Bertonio 1984 [1612]: II, 366).19

8.1.5. El radical <cachi> ~ <gachi> < *q’achi ‘abismo’. Inicialmente confundido


FRQHODQWHULRUHVWHHOHPHQWRKDVLGRLGHQWL¿FDGROXHJRGHKDEHUVLGRFRQIURQWDGR
en el terreno con la manera en que se lo pronuncia en los topónimos que lo
conllevan. Si bien el aimara moderno lo registra como q’achiVLJQL¿FDQGRELHQ
‘punta’ o ‘cumbre’ de una cordillera (Huayhua 2009: 200) o ‘peñasco riscoso
y escarpado’, equivalente al aimara haqhi (Callo Ticona 2009: 243), no lo
encontramos en forma independiente sino únicamente como elemento nuclear
de un compuesto, así en <Collo-cachi> (Sandia, Puno) o en <Pana-cachi>
(Potosí), aunque registrando en este caso también su forma lenizada, como
en <Copa-gachi> (Puno) o en <Pacha-gachi> (La Paz). Si bien no siempre es
fácil distinguirlo de su cuasi homófono kachi, por aparecer en contextos casi
semejantes, creemos que la evidencia de su registro moderno, como sinónimo de
haqhi, da pie como para postularlo como un elemento diagnóstico separado de
DTXHO6XGLVWULEXFLyQJHRJUi¿FDSRUORGHPiVFRLQFLGHFRQODGHORVUDGLFDOHV
ofrecidos hasta aquí, y la baja incidencia que presenta, en comparación con
los otros casos, puede deberse a la pobreza de su registro en los diccionarios,
especialmente bolivianos. Sobra decir que, como en el caso anterior, lo común
KDVLGRLQWHUSUHWDUORDSDUWLUGHVXIDOVDLGHQWL¿FDFLyQFRQODYR]kachi ‘sal’ del
quechua.

19 Nótese también que el topónimo puneño <Cachi-pucara> refuerza, al constituir una clara tautología
VHPiQWLFDODVLJQL¿FDFLyQGHOWpUPLQR

Nº 54, año 2016 185


Artículos, notas y documentos

8.1.6. El radical <coa> ~ <coha> < *quwa ‘divinidad’. ,GHQWL¿FDGRFRPRWDOSRU


haber sido registrado por Oré, esta vez también en forma reduplicada: <coacoa>
(1607: 109), este ha sido uno de los primeros elementos diagnósticos puquinas
invocado en los trabajos de Bouysse-Cassagne (1988: I, § III, 57), aunque con el
VLJQL¿FDGR GH µVHUSLHQWH¶ VHJ~Q LQWHUSUHWDFLyQ WRPDGD GH *UDVVHULH  
ver, al respecto, Cerrón-Palomino 2013a: I-2, § 5, nota 20). El cronista Calancha
también lo consigna, regalándonos otra variante: <coac> (Calancha 1976 [1638]:
II, XI, 835), como equivalente del dios de los puquinas. Se lo encuentra, aunque
muy disperso, en todo el territorio que venimos postulando para el puquina, ya
sea como elemento aislado (<Coa>, en Puno) o como forma derivada (<Coa-
no>, Amantani, Puno; <Coa-ta>, Carabaya); integrando compuestos, lo hallamos
RFXSDQGRODSRVLFLyQGHPRGL¿FDGRU FRPRHQ&RDODTXH!8ELQDV0RTXHJXD
<Coa-yapu>, Tinquipaya, Potosí) así como también la del núcleo (verbigracia,
<Cala-coa>, Carumas, Moquegua; <Tota-coa>, Yamparáez, Chuquisaca).
Registrado esporádicamente en el territorio boliviano como <Coha> (así en <Coha-
si>, Muñecas; <Coha-ne>, Omasuyos) e incluso <Cohua> (como en <Cohua-
ri>, Santiago de Machaca), tal parece que la variante ofrecida por Calancha
sobreviviera en el apellido <Coaqu-iri> y en el topónimo <Coaque> (Arica), con
vocal paragógica castellana. Finalmente, en cuanto a su reconstrucción como
*quwa, ella responde a la observación sobre la manera en que la pronuncian los
hablantes de quechua y aimara en los topónimos registrados.20

8.1.7. El radical <raque> ~ <laque> < *raqhi ‘barranco’. De modo semejante a


*phaya \VXVYDULDQWHVHVWHUDGLFDOKDVLGRXQRGHORVSULPHURVHQVHULGHQWL¿FDGRV
como elemento diagnóstico puquina, con distribución igualmente amplia en el
territorio sureño-altiplánico. A decir verdad, sin embargo, solo lo fue bajo la forma
de <laque>, claramente una variante de <raque> en virtud del cambio *r > l propio
del aimara. Fuera de unas dos ocurrencias como elemento inicial (así en <Laque-
que>, Sandia, Puno; y <Laque-raya>, Tapacarí, Cochabamba), lo encontramos
mayormente como núcleo de compuestos, ya sea como <raque> (verbigracia,
<Mancho-raque>, Chumbivilcas, Cuzco; <Copo-raque>, Cailloma, Arequipa;
<Ata-raque>, Sorasora, Oruro) o como <laque> (así en <Coje-laque>, Coata,
Puno; <Para-laque>, Torata, Moquegua; <Turi-laque>, Larecaja, La Paz; <Chihua-

20 Torero parece insinuar otra etimología, la de qupa, al listar el término <QUWA> dentro de su
glosario puquina (Torero 2002: cap. V, § 5.3, 453). La asociación parece inspirarse no solo en
la importancia histórico-cultural del elemento sugerido por el topónimo <Copa-cabana> sino
también en el fenómeno de lenición que afectaba a la /p/, según vimos. Como quiera que fuese,
lo cierto parece ser que <copa>, es decir /qupa/ ‘turquesa’, tiene todos los visos de ser voz de
origen igualmente puquina. Ver ahora el reforzamiento de la argumentación en pro de su relación
con <coa> en Cerrón-Palomino (2016a: § 3.6.1), a propósito de nuestra hipótesis acerca de la
etimología de <Tiahuanaco>.

186 Revista Andina


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

laque>, Totora, Cochabamba). El doblete toponímico <Huata-raque> (Chucuito,


Puno) ~ <Huata-laque> (Carumas, Moquegua) ilustra la reinterpretación variable
del elemento sujeto a la regla de lateralización, delatando su mayor o menor
acomodación al aimara.21 Ausente en los diccionarios coloniales, lo encontramos
sin embargo gozando de plena vitalidad en los vocabularios modernos de la lengua,
en la forma de laqhi FRQ HO VLJQL¿FDGR GH µEDUUDQFR¶ µGHVSHxDGHUR¶ +XD\KXD
2009: 144, Condori Cruz 2011: 189). En vista de la evidencia apuntada, creemos
que no es aventurado postular *raqhi como la forma originaria de la palabra
atribuible al puquina.
Ahora bien, como se adelantó, Mossel (2009) estudia el radical
en consideración en su tesis sobre toponimia puquina, pero lo hace con
desconocimiento de la variante <raque>, aunque, de otro lado, parece sugerirnos
una nueva alternancia, diferente de la que acabamos de ver: <laca> (laka en su
notación). En abono de tal sugerencia habría, en efecto, un cierto paralelismo
entre la distribución de los topónimos portantes de este elemento y aquellos
que conllevan <laque> (lake, según su notación). No parece, sin embargo, que
estemos ante una variante más del radical estudiado, toda vez que, por un lado, no
encontramos formas alternantes <laca> ~ <raca>; y, por el otro, la forma <laca>
UHPLWHDXQDUDt]GLIHUHQWHFRQVLJQDGDSRU%HUWRQLRODND!FRQHOVLJQL¿FDGRGH
“tierra menuda que esta en el suelo, o la que se saca del” (1984 [1612]: II, 186),
y que, gracias a los diccionarios modernos, podemos reinterpretar fonéticamente
como laq’a. Que esta raíz debe descartarse como puquina lo sabemos gracias a su
cognado tupino naq’a ~ nanq’a ‘tierra’ (Belleza Castro 1995: 119), que prueba
su procedencia aimaraica. Por lo demás, agreguemos que los referentes de los
HMHPSORVDSRUWDGRVSRU0RVVHOUHVSRQGHQSXQWXDOPHQWHDGLFKRVLJQL¿FDGR22

8.1.8. El radical <raya> ~ <laya> < *raya ‘quebrada profunda’. De semejante


GLVWULEXFLyQJHRJUi¿FDDODTXHRVWHQWDHOUDGLFDODQWHULRUPRVWUDQGRLJXDOPHQWH
parecidas variantes, esta raíz la hemos encontrado únicamente en Puno como
elemento inicial, ya sea en forma derivada (así en <Laya-ca>, Cuyocuyo, Sandia;
<Laya-qui>, San José, Azángaro) o compuesta (como en <Laya-pata>, Para,
Sandia). Sin embargo, abunda como núcleo de topónimos compuestos, mostrándose
bien como <raya> (así en <Ulla-raya>, Canchis, Cuzco; <Huayu-raya>, Putina,
Azángaro; <Ichu-raya>, Tacna; <Caca-raya>, La Paz; <Laque-raya>, Tapacarí,

21 De otro lado, su registro como <Yara-ragui> (Cailloma, Arequipa) muestra los efectos de la
lenición consonántica puquina operada sobre la postvelar. De paso, el topónimo puede glosarse
como ‘barranco de yaras’.
22 Aclaremos, además, que el corpus aportado por el autor bajo el rubro de <Laka> subsume dentro
de sí nombres que no solo portan laq’a ‘tierra’ sino también laka ‘boca, orilla’, otro radical de
origen eminentemente aimara. La ortografía castellana de los topónimos burla, como se ve, tanto
a los investigadores como a los programas de computación.

Nº 54, año 2016 187


Artículos, notas y documentos

Cochabamba; <Vichu-raya>, Carangas, Oruro) bien como <laya> (así en <Chamba-


laya>, Pisacoma, Puno; <Yuri-laya> (Moquegua), <Livi-laya>, Yanque, Arequipa;
<Chuqui-laya>, Larecaja, La Paz; <Chuchu-laya>, Corque, Oruro; <Camb-laya>,
Cinti, Chuquisaca). Como en el caso anterior, no es infrecuente encontrar dobletes
toponímicos, como es el caso de <Ichu-raya> (Tacna) ~ <Ichu-laya> (Poopó,
Oruro), <Itu-raya> (Muñecas, La Paz) ~ <Itu-laya> (Larecaja, La Paz), <Mama-
raya> (Tarata, Tacna) ~ <Mama-laya> (Larecaja, La Paz). Ausente de todo registro
en las fuentes coloniales, sin embargo el radical aparece consignado como *laya en
ORVYRFDEXODULRVPRGHUQRVGHODLPDUDFRQHOVLJQL¿FDGRGHµDELVPR¶RµTXHEUDGD
profunda’ (Huayhua 2009: 145, Callo Ticona 2009: 159), como equivalente de
q’awa$FODUDGRHOVLJQL¿FDGRTXHSDUHFHFRUURERUDUVHFRQORVUHIHUHQWHVGHORV
topónimos citados como ejemplos, estamos en condiciones de reconstruir *raya
como el radical originario atribuible al puquina, siguiendo el mismo procedimiento
observado en el caso anterior. Aquí también debemos notar que Mossel, en su
LGHQWL¿FDFLyQGHOUDGLFDOOD\D!GHMyHVFDSDUODVYDULDQWHVFRQUD\D!GHOPLVPR
modo en que pasó por alto la consideración de <raque>.

8.1.9. Radicales con grupos consonánticos iniciales. Que la estructura de la palabra


puquina permitía grupos consonánticos en posición inicial de sílaba absoluta
es algo que se sabía por algunos ejemplos consignados por Oré portando dicha
propiedad (así, por ejemplo, los numerales <sper> ‘cuatro’, <stu> ‘siete’, <scata>
‘diez’).23 Se trata, como se ve, de grupos tautosilábicos en los que la primera
consonante es una sibilante y la segunda una oclusiva. En nuestro caso, la diligencia
efectuada en la búsqueda de radicales que mostraran propiedades semejantes nos
SHUPLWLy LGHQWL¿FDU D OR ODUJR GHO PLVPR WHUULWRULR FXELHUWR SRU ORV HOHPHQWRV
aislados previamente, un número no desdeñable de topónimos signados con igual
característica, asignables a la lengua. Ocurre, sin embargo, que en la medida en
TXHWDOHVQRPEUHVGHELHURQGHKDEHUVLGR¿OWUDGRVSRUORVKiELWRVDUWLFXODWRULRV
de hablantes de aimara, quechua e incluso castellano, pasando luego por el tamiz
RUWRJUi¿FRGHODOHQJXDGRPLQDQWHORVWRSyQLPRVHQFXHVWLyQSDUHFHQPRVWUDU
cuando aparecen en forma aislada (como radical puro o como tema derivado), la
consabida vocal protésica exigida por la fonología castellana en tales casos.24 En

23 Analizados tales grupos como consonantes “fuertes” por Torero, supuestamente opuestas a sus
contrapartes “lenes” (Torero 2002: cap. 5, § 5.2.3, 416), preferimos ver en ellos haces consonánticos
y no unidades fónicas, como también parecen interpretarlos Adelaar y van de Kerke (2009: 129).
24 A diferencia del puquina y del uruquilla (Cerrón-Palomino 2006: cap. II, § 3), el quechua y el
aimara no admiten tales secuencias consonánticas. Sin embargo, excepcionalmente, por razones
morfofonémicas, el verbo aimara sa- ‘decir’ puede desembocar en una forma conjugada como s-ta
‘tú dices’ e incluso s-t-wa ‘yo digo’, pero el mismo hecho de que existan formas alternativas como
si-sta y si-s-t-wa, respectivamente (donde el verbo ha sido reanalizado a partir de la forma s-i ‘él/
HOODGLFH¶ VHYHTXHODOHQJXDFRQ¿UPDODUHSXOVLyQGHWDOHVFRQ¿JXUDFLRQHVIRQpWLFDV

188 Revista Andina


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

cambio, cuando ocurren integrando el elemento nuclear de un topónimo compuesto,


parece que tales grupos consonánticos se muestran proclives a mantener su faz
originaria, es decir, ocurren libres de todo recurso protésico.
3XHV ELHQ ORV JUXSRV FRQVRQiQWLFRV GH DWDTXH LGHQWL¿FDGRV FRQVWLWX\HQ
haces del tipo SC, donde C incluye básicamente consonantes oclusivas, aunque se
han encontrado también, en contados casos, secuencias de sibilante seguida de una
resonante.25 Tales secuencias son: (1) /SP/, variando quizás con /SB/ y aún /SW/, en
consonancia con el fenómeno de lenición (como en <Espuja>, Camiña, Tarapacá;
<Esvilla>, Condesuyos, Arequipa; <Esvichuta>, Livitaca, Cuzco); (2) /ST/ (así en
<Este-vaya>, Carabaya, Puno; <Estanquiri>, Chucuito, Puno; <Estaña>, Carumas,
Moquegua; <Estique>, Tarata, Tacna); (3) /SCH/ (como en <Ischa-llata>, Huancané,
Puno; <Eschaji>, Ichuña, Moquegua; <Eschullipa>, Livilcar, Arica); (4) /SK/ (así
en <Esqui-laya>, Carabaya, Puno; <Iscaca-pita>, Chumbivilcas, Cuzco; <Isca-
ta>, Ilave, Puno y Carumas, Moquegua; <Esca-sive>, Tipuani, La Paz; <Esqui-
ña> (Codpa, Arica; Turco, Carangas); <Esquisma> (Yamparáez, Chuquisaca);
(5) /SQ/ (como en <Esque-rica>, Huancané, Puno; <Escolla>, Condesuyos,
Arequipa; <Escoma>, Carangas, Oruro; <Escota>, Yamparáez, Chuquisaca).
En lo que podría considerarse posición nuclear solo hemos podido encontrar las
secuencias /ST/ (como en <Capi-staca>, Sachaca, Arequipa; <Suqui-staca>, Cinti,
Chuquisaca); /SK/ (así en <Copu-squia>, Muñecas, La Paz y Carumas, Moquegua;
<Laca-scate>, Carumas, Moquegua; <Tala-squia>, Puquina, Moquegua); y /SQ/
(como en <Marqui-esqueña>, Acora, Puno). Finalmente, hemos encontrado solo
dos casos de /S/ más resonante: <Esmoraca> (Yamparáez, Chuquisaca) e <Isluga>
(Camiña, Tarapacá).
(QJHQHUDOHVGLItFLOGDUFRQHOVLJQL¿FDGRGHORVUDGLFDOHVLGHQWL¿FDGRVDXQ
cuando en algunos casos, sugeridos por su contextura fónica, pueden relacionarse
bien con raíces puquinas documentadas, bien con términos propios del uruquilla,
en su variedad chipaya, que asumimos como préstamos de la lengua.26 En el primer
caso tendríamos, por ejemplo, <Estique>, nombre que designa un río y un lugar
en Tarata (Tacna), o el de <Estique-bamba>, un lugar en la misma jurisdicción,
que bien podrían relacionarse con el verbo puquina <stic-ca-> ‘ocultar’, de modo

25 Resulta difícil determinar, en el estado de nuestros conocimientos de la lengua, si dicha sibilante


era apical, dorsal o palatal. La fusión de sibilantes, consumada en el aimara sureño (*š> s) y en
curso en el quechua igualmente sureño ( ú!V HQWUH¿QHVGHOVLJOR;9,\FRPLHQ]RVGHO;9,,
&HUUyQ3DORPLQREFDS9,,, WHUPLQySRUERUUDUWRGDSRVLELOLGDGGHLGHQWL¿FDUODVLELODQWH
puquina del grupo /SC/.
26 El callahuaya queda descartado como elemento de contraste y corroboración desde el momento en
TXHHVWDOHQJXDWLHQHFRPRXQDGHVXVFDUDFWHUtVWLFDVIRQROyJLFDVWDOYH]SRULQÀXHQFLDTXHFKXD
el rechazo a todo grupo consonántico inicial. De hecho, un cognado como sper µFXDWUR¶ 3  pill
& VLHVTXHHQHVWHFDVRORHVUHDOPHQWHPXHVWUDODVLPSOL¿FDFLyQGHODWDTXHVLOiELFRSXTXLQD
además de la variación /r/ ~ /ll/, presente por ejemplo en <Cara-baya> ~ <Calla-huaya>.

Nº 54, año 2016 189


Artículos, notas y documentos

TXHHOUDGLFDOSRGUtDWUDGXFLUVHFRPRµHVFRQGLGR¶XQVHJXQGRFDVRLGHQWL¿FDEOH
en los mismos términos, podría ser <Esqui-no> (Puquina, Moquegua), en el que
podríamos divisar la raíz puquina <squi> ‘hijo’, seguida del derivativo -no, propio
de la morfología de la lengua, para poder traducirse como ‘(lugar) con hijo’; el
WRSyQLPR (VFNDQD! <DPSDUiH] &KXTXLVDFD  HQ ¿Q SDUHFH FRUUHVSRQGHU
igualmente al puquina <scana> ‘plata’. En el segundo caso, con probable raíz
puquina tomada por el chipaya, tendríamos <Iscara-chucuru-si> (Chucuito,
Puno), al parecer un compuesto tautológico, toda vez que el segundo elemento,
portador de la raíz quechua chuku ‘sombrero’, tendría como primer componente
la raíz chipaya skara ‘sombrero’; el nombre del pueblo <Escara> (Huachacalla,
Oruro), a su turno, bien podría estar relacionado con el chipaya zqala ‘sementera’,
delatando aimarización; en los mismos términos, <Escola> (Inquisivi, La Paz),
podría asociarse con la voz chipaya zhqora ‘boca, portillo’; de manera semejante,
el topónimo <Escor-cota> (Lampa, Puno) parece conllevar la raíz chipaya zqora
‘serpiente’, de modo que podemos interpretarlo como ‘lago de la serpiente’
(cf. <Oma-n-amaru> ‘serpiente del agua’); el radical del topónimo <Escoba-
ya> (Omate, Moquegua) puede relacionarse también con la raíz chipaya sqowa
‘salitre’;27 ¿QDOPHQWH (VPRUDFD! XQ UtR GH <DPSDUiH] &KXTXLVDFD  SXHGH
estar conllevando la raíz verbal smur- µDVXVWDU¶ VLJQL¿FDGR QDGD IRU]DGR SDUD
un referente como el del nombre. Por lo demás, no faltan, en la documentación
colonial, nombres de personajes principales que portan la misma estructura fónica
presentada. Tales son los casos, por ejemplo, de <Estaca>, <Estaca-mayre> y
<Chari-staca>, autoridades de Songo (La Paz), registradas en los documentos
estudiados por Espinoza Soriano (2003: 406-465).
1RWHPRV¿QDOPHQWHTXHHOUHJLVWURWRSRQtPLFRSDUHFHSURSRUFLRQDUQRVGDWRV
sobre la existencia de otros radicales igualmente asignables a la lengua, entre ellos
el elemento <-jon>, que aparece, por ejemplo, en <Chata-jon> (isla de Amantani,
Puno), <Huari-jon> (Capachica, Puno), <Chura-jon> (Moquegua), etc., y que, a estar
por los topónimos <Cua-jone> (Moquegua), Titi-joni> (Huaqui, La Paz), <Pore-
joni> (Omasuyos, La Paz), <Esca-joni> (La Paz), etc., puede reconstruirse como
*qhoniDXQFXDQGRHOVLJQL¿FDGRVHQRVHVFDSHWRGDYtD9HUVLRQHVQRVLQFRSDGDV
como <Cua-jone>, o mejor aún <Uri-no-cone> (Amantani), dan pie para ello; las
formas apocopadas, por lo demás, se explican por el quechua. Como este radical, se
han podido aislar otros más, que serán dados a conocer en trabajos posteriores.

27 La variante <Escoma> (nótese que /w/ y /m/ alternan, como en warmi ~ marmi) se da en la
provincia de Camacho. Incidentalmente, Portugal Loayza (2011), siguiendo la vieja práctica del
quechuismo primordial, interpreta el topónimo como “Iskay uma”, es decir “Dos Cabezas”. Según
esto, “el nombre haría referencia a dos entidades sociopolíticas que agruparían ayllus, por un lado
Ilata y por el otro Machasco”. Como se ve, la manipulación caprichosa de un nombre desencadena,
en el terreno interpretativo de la realidad estudiada, un fantasma estructural.

190 Revista Andina


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

8.2. Elementos gramaticales

/D QDWXUDOH]D GH¿FLWDULD GHO PDWHULDO SXTXLQD VROR SHUPLWH UHFRQRFHU


dentro de su aparato morfológico nominal y verbal, un sistema derivativo de
nominalizaciones bastante limitado, dejando de lado los préstamos, en comparación
FRQORVGHOTXHFKXD\GHODLPDUD<DVtVHKDQLGHQWL¿FDGRFRPR~QLFRGHQRPLQDWLYR
HOVX¿MR–no µSRVHVRU¶\FRPRGHYHUEDWLYRVHOLQ¿QLWLYL]DGRUFRQFUHWDGRU–no, el
agentivo –eno y el participial –so al igual que el aimara -ña, pero a diferencia del
TXHFKXDWDQWRHOLQ¿QLWLYL]DGRUFRPRHOFRQFUHWDGRUWHQtDQXQDPLVPDIRUPDno
(Adelaar y van de Kerke 2009: $$ 2.2.1, 2.2.3).
$KRUDELHQFRPRVHVDEHORVVX¿MRVPiVVRFRUULGRVSRUHOTXHFKXD\HO
aimara en la formación de topónimos son, por un lado, el denominativo –yuq/ -ni
‘posesor’; y, por el otro, los deverbativos –q/ –ri ‘agentivo’, –na/ –ña ‘concretador’
y –sqa/ –ta ‘resultativo’. Uno esperaría encontrar una situación semejante en el
puquina, y, sin embargo, hasta donde hemos podido averiguar en el campo, solo
nos ha sido posible detectar el empleo de dos de ellos: el del denominativo –no
y el del resultativo –so, este último de manera más esporádica. Pero en contraste
FRQ HOOR QRV SDUHFH KDEHU HQFRQWUDGR GRV VX¿MRV QR LGHQWL¿FDGRV SUHYLDPHQWH
ni mucho menos registrados en las fuentes, pero que, al coincidir con el área de
difusión de los demás elementos diagnósticos, bien pueden atribuirse al puquina.
(Q OR TXH VLJXH QRV RFXSDUHPRV GH OD RFXUUHQFLD GH WDOHV VX¿MRV HQ HO FRUSXV
toponímico que hemos acopiado.

8.2.1. 6X¿MRV DWHVWLJXDGRV SUHYLDPHQWH 'H ORV GRV VX¿MRV LGHQWL¿FDGRV HQ ORV
textos de Oré, uno de ellos –el del posesor –no– tiene una difusión relativamente
más amplia y segura que la del resultativo –so. En efecto, los topónimos que
SRUWDQ HO VX¿MR SRVHVRU DGHPiV GH VHU WUDQVSDUHQWHV VHPiQWLFDPHQWH FXEUHQ
un territorio amplio, que coincide, al menos parcialmente, con el abarcado por
los demás elementos diagnósticos. Los nombres que hemos podido acopiar se
concentran mayormente en torno al lago Titicaca y sus islas Taquile (<Colli-no>,
<Ch’illca-no>, <Huaylla-no>, <Lacaya-no>) y Amantani (<Coa-no>, <Chihua-
no>, <Capilla-no>, <Majana-no>, <Phasalla-no> y <Pilau-no>), pero también se
encuentran en Puno (<Luclla-no>, Yunguyo; <Maya-no>, Capachica), Moquegua
(<Esqui-no>, Puquina; <Para-no>, Omate), Cochabamba (<Taparja-no>, Arque),
Oruro (<Peuja-no>, Huachacalla) y Arica (<Huaca-no>, Pachía; <Pisacsa-no>, río
GH$ULFD *UDFLDVDODEDVHDODTXHVHXQHLGHQWL¿FDEOHODVPiVGHODVYHFHVFRPR
raíz nominal (de origen puquina, aimara, quechua e incluso castellano), no hay
duda de que estamos ante el denominativo –no de la lengua, con función idéntica
DODGHORVVX¿MRV–yuq y –ni del quechua y del aimara, respectivamente. Asombra
pensar, sin embargo, que no se lo encuentre profusamente en todo el territorio que

Nº 54, año 2016 191


Artículos, notas y documentos

venimos explorando. Dada su proximidad tanto fónica como semántica con el -ni
del aimara, no sería raro que muchos nombres originariamente portadores de la
forma puquina se hayan remodelado sobre la base de su equivalente aimara.28 Ello
H[SOLFDUtDHQSDUWHDOPHQRVODDSDUHQWHRUIDQGDGGHUHFXUUHQFLDGHOVX¿MRVLQ
GHVFDUWDUODSRVLELOLGDGGHTXHFRQXQWUDEDMRPiV¿QRGHFRPSLODFLyQWRSRQtPLFD
pueda ampliarse el radio de su aparición. Notemos, incidentalmente, que no debe
H[WUDxDUTXHODPD\RURFXUUHQFLDGHOVX¿MRHQWRUQRDOODJR7LWLFDFD\VXVLVODVVH
GHEDDOKHFKRGHTXHFRQIRUPHYLPRVODOHQJXDVHPDQWXYR¿UPHSUHFLVDPHQWH
en el sector noroccidental del lago mientras que en el resto del territorio altiplánico
competía desigualmente con el aimara y el quechua (ver nota 4).
En cuanto al resultativo –so, este ha sido encontrado hasta ahora en una
docena de topónimos, y todos ellos localizados en el territorio nuclear peruano:
Arequipa (<Achani-so>, Camaná; <Atanai-so>, La Unión; <Ur-so>, Cailloma);
Puno (<Maña-zo>, distrito de Puno); Moquegua (<Chahua-so>, aldea de
Moquegua), Tacna (<Capa-so>, río;29 <Matica-so>, Ilabaya). Fuera de <Maña-
zo> y de <Chahua-so>, que podrían interpretarse, en el primer caso como
‘pedido’ (asumiendo que la base fuera el quechua maña- ‘pedir’), al margen de
la singularidad de su notación; y en el segundo ejemplo como ‘desterronado’,
postulando como base <cchahua-> (Bertonio 1984 [1612]: II, 74), es decir ch’awa-
‘desterronar’, resulta difícil etimologizar los nombres restantes, algunos de los
cuales podrían ser incluso objeto de distinto análisis. De todos modos, de aceptarse
ORVFDVRVLGHQWL¿FDGRVHQFDOLGDGGHKLSyWHVLVHOORVHVWDUtDQSUREDQGRHOSURFHVR
GHQRPLQDOL]DFLyQH[LJLGRSRUHOVX¿MRHQFRQVLGHUDFLyQ$TXtWDPELpQKDFHIDOWD
un acopio más minucioso de la toponimia de la región y para lo cual resultan
LQVX¿FLHQWHVORVGLFFLRQDULRVJHRJUi¿FRVGHORVTXHQRVKHPRVVHUYLGR30

8.2.2. 6X¿MRVQRDWHVWLJXDGRV 'RVVRQKDVWDDKRUDORVVX¿MRVTXHSRUVXUHFXUUHQFLD


HQHOiUHDFRLQFLGHQWHFRQODUHJLVWUDGDSDUDORVHOHPHQWRVGLDJQyVWLFRVLGHQWL¿FDGRV
previamente, podemos postular como de muy probable origen puquina. Ambos
tienen una amplia distribución, una más que la otra. Debemos tener presente, sin

28 1XHVWUD VRVSHFKD VH YLR FRQ¿UPDGD DO HQFRQWUDU HQ GRFXPHQWRV SULYDGRV GH ORV KHUHGHURV GH
los dueños de Amantani examinados por José Matos, y que remontan a 1757, que los nombres
actuales de <Capilla-no> y <Pasalla-no> aparecen consignados como <Capella-ni> y <Pasalla-
ni>, respectivamente (Matos Mar 2007).
29 En cuanto a este topónimo, hay la tentación de etimologizarlo como ‘lento’, a partir del radical
YHUEDODLPDUDFDSD!µDQGDUGHVSDFLR¶ %HUWRQLR>@,, VLJQL¿FDGRQDGDIRU]DGR
como descriptivo de un río. Sin embargo, el mismo Bertonio registra <capaso>, en la misma
página, como una “rayz de comer”.
30 &RQSRVWHULRULGDGKHPRVSRGLGRORFDOL]DUDOJXQRVQRPEUHVPiVSRUWDGRUHVGHOVX¿MR\QRVROR
en La Paz (Ana-ni-so>, Muñecas; <Alla-so>, apellido de mitayo en Songo), sino, para sorpresa
nuestra, en el departamento de Apurimac, como en <Turi-so>, <Samaño-so>, <Taccna-su>, etc.
(Aucahuasi Dongo 2016).

192 Revista Andina


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

embargo, que un mejor acceso a las fuentes toponímicas podría revelar no solo una
PD\RUFREHUWXUDJHRJUi¿FDVLQRWDPELpQHQUHODFLyQFRQHOPHQRVUHFXUUHQWHXQD
presencia más amplia que la encontrada hasta ahora.

8.2.2.1.(OVX¿MR–t’a. Uno de los más recurrentes y claramente aislables en toda el


iUHDHVHOVX¿MRWD!6XVHJPHQWDFLyQHLGHQWL¿FDFLyQVHYHQIDFLOLWDGRVGHELGR
a su ocurrencia formando temas nominales denominativos con raíces fácilmente
LGHQWL¿FDEOHVFRPRDLPDUDVRTXHFKXDV'HHVWDPDQHUDDPRGRGHHMHPSOL¿FDFLyQ
tenemos, en el Perú: <Huara-ta> (San Jerónimo, Cuzco), <Lloque-ta> (Sandia,
Puno), <Conga-ta> (Uchumayo, Arequipa), <Tona-ta> (Puquina, Moquegua),
<Tara-ta> (Sama, Tacna); Chile: <Laca-ta> (Putre, Parinacota); Bolivia: <Cala-
ta> (Tiquina, La Paz), <Cora-ta> (Arque, Cochabamba), <Poma-ta> (Carangas,
Oruro), <Ñeque-ta> (Cinti, Chuquisaca) y <Toma-ta> (Caracara, Potosí). No
es infrecuente que algunos de tales nombres se repitan por todo el territorio
delimitado: así, por ejemplo, <Lloque-ta> (Arequipa y Cuzco), <Marcu-ta> (Puno
y Arequipa), <Tara-ta> (La Paz, Cochabamba y Chuquisaca), <Cala-ta> (Puno),
<Cora-ta> (La Paz), <Poma-ta> (Puno). En algunos otros casos encontramos
GREOHWHVFRQOLJHUDVYDULDQWHVDYHFHVSXUDPHQWHRUWRJUi¿FDVFRPRHQ6RUDWD!
(La Paz) ~ <Sola-ta> (Puno), <Llujlla-ta> (Cinti, Chuquisaca) ~ <Llojlla-ta> (La
Paz), <Tora-ta> (Arica) ~ <Tola-ta> (Cochabamba), <Loque-ta> (Puno, Arequipa
y Cuzco) ~ <Loge-ta> (Poopó, Oruro).
$KRUDELHQHQYLVWDGHTXHHODLPDUDKDFHXVRVLELHQOLPLWDGRGHOVX¿MR
participial –ta en la formación de topónimos (como en los casos de <Ala-ta>,
<Cacha-ta>, <Ima-ta>, etc.), bien podría pensarse que, en los ejemplos introducidos
previamente, estamos ante la manifestación de dicho derivativo. Sin embargo,
creemos que hay razones de peso para invalidar semejante interpretación. Y es que,
SRUXQODGRHOUHFXUVRDGLFKRVX¿MRDOLJXDOTXHHOGHVXHTXLYDOHQWHTXHFKXD–sqa,
no solo es esporádico, sino que está restringido, por su misma función, a formar
derivados a partir de radicales verbales, y, por consiguiente, resulta incompatible
con raíces nominales. Los ejemplos ofrecidos, como puede verse, acusan una base
nominal, por lo que hay que descartar en ellos toda posibilidad de combinación
FRQHOSDUWLFLSLDODLPDUD\SRUFRQVLJXLHQWHDGPLWLUTXHHVWDPRVDQWHXQVX¿MR
denominativo de extracción diferente. Ya vimos, sin embargo, que dicha función
ODWHQtDHOVX¿MR–noHQHOSXTXLQDFRPRORKHPRVSRGLGRYHUL¿FDUHQHOWHUUHQR
a pesar de su ocurrencia restringida.
Una vez reconocido como derivativo, el paso siguiente consiste en indagar
VREUHVXVLJQL¿FDGR$IRUWXQDGDPHQWHODWDUHDUHVXOWDVHQFLOODGHVGHHOPRPHQWR
en que no es difícil hallar topónimos aimaras y quechuas con morfología derivada
que, con las mismas raíces, conllevan –ni o –yuq, respectivamente. En tales casos
OD JORVD GH ORV PLVPRV UHVXOWD WUDQVSDUHQWH SXHV OD IXQFLyQ GH WDOHV VX¿MRV HV

Nº 54, año 2016 193


Artículos, notas y documentos

SUHGLFDU TXH HO OXJDU DO FXDO UH¿HUHQ ODV UDtFHV TXH ORV SRUWDQ µWLHQH¶ R µSRVHH¶
dicho referente. De esta manera, por ejemplo, <Sora-ni> y <Sora-yoc>, se glosan
FRPRµ OXJDU FRQVRUDV YDULHGDGGHWRWRUD ¶(VPiVQXHVWUDDYHULJXDFLyQORJUD
reforzarse con dobletes como el de <Ticona-ta>, un islote del Titicaca (Capachica),
\7LFRQDQL!RWUROXJDUHQHOPLVPR3XQR(QHVWHFDVRDXQVLQVDEHUHOVLJQL¿FDGR
de la base, ya podemos estar seguros, por el aimara, que estamos ante algo como
‘(lugar) que tiene Ticona’; y, por la misma razón, podemos igualmente postular
que lo propio puede decirse para la primera variante. El nombre <Ticona>, sin
embargo, no solo es apellido corriente en el altiplano, sino que aparece registrado
en los textos puquinas como equivalente de ‘curaca’: encontramos allí, en efecto,
la expresión <casque Ticona> (Oré 1607: 172), en la que <casque> es adjetivo
TXHFKXD TXH VLJQL¿FD µHQWRQDGR DWDYLDGR¶ *RQoiOH] +ROJXtQ   >@ ,
64: <ccasqui>). Es más, el nombre está registrado también en el callahuaya, donde
lo encontramos como <ticon> (Oblitas Poblete 1968: 53), con el valor de ‘cien’ o
de ‘centena’ (equivalente al <pachaca> del quechua).31 De acuerdo con ello, todo
parece indicar que <ticona> era el jefe de cien unidades domésticas, lo cual le da
pleno sentido al topónimo <Ticona-ni>, y, en consecuencia, al de su equivalente
<Ticona-ta> como el ‘(lugar) que tiene su curaca de cien’.32
3XHV ELHQ GH DFHSWDUVH HO VX¿MR WD! FRPR VHPiQWLFDPHQWH HTXLYDOHQWH
a –ni y –yuq del quechua, ¿qué podemos decir de –no, que, aunque está registrado
en Oré, no parece gozar de amplia distribución en el territorio que venimos
HVWXGLDQGR"¢3RGUtDSRVWXODUVHFRPRVX¿MRXUXTXLOODGHPDQHUDTXHWD!SXGLHUD
atribuirse al puquina? La hipótesis debe descartarse desde el momento en que, por
XQODGRQRKD\HYLGHQFLDVGHTXHGLFKDOHQJXDUHJLVWUDUDXQVX¿MRHTXLYDOHQWH\
por el otro, dadas las condiciones socioculturales de los hablantes de la lengua a lo
largo de su historia, es difícil que podamos hablar de un préstamo gramatical del
uro al puquina. Por lo que no cabe más que aceptar la posibilidad de que estemos
DQWHXQVX¿MRSURSLRGHHVWDOHQJXDQRUHJLVWUDGDHQORVWH[WRVHVFXHWRVGH2Up
Nótese ahora que la aceptación de la hipótesis adelantada conlleva otro
problema, esta vez de orden semántico. En efecto, ¿cuál habría sido la diferencia
entre los derivativos –no y <-ta>? De hecho, no es difícil encontrar dobletes puquinas

31 La expresión puquina citada burló completamente la atención de Torero, quien, aunque logra
LGHQWL¿FDUWLFRQD!FRPR³FLHUWRVMHIHVRDXWRULGDGHV´VHHQUHGDFRQHODGMHWLYRTXHLQFOXVROOHJD
a conjeturar si no sería, tratando de segmentarla de otro modo, el hispanismo “casquete” (Torero
 FDS  †    3RU QXHVWUD SDUWH FRPR YLPRV FUHHPRV TXH QR KD\ GL¿FXOWDG HQ
LGHQWL¿FDUHODGMHWLYRTXHFKXDFDVTXH!HVGHFLUk’askiTXHSXHGHOOHJDUDVLJQL¿FDUµYDQLGRVR
jactancioso’ y hasta ‘mentiroso’ (cf. así, kaski, en el quechua de Huancayo).
32 Es más, el apellido <Sucaticona>, común en Sandia, puede descomponerse en <suca> y
WLFRQD!GRQGHHOSULPHUHOHPHQWRUHJLVWUDGRFRPRWDOHQORVWH[WRVGH2UpVLJQL¿FDµPHQRU¶
voz proveniente del quechua sullk’a (cf. <macu> ~ <maycu> proveniente de *mallqu ‘jefe’, en
SXTXLQD 6XFDWLFRQD!VLJQL¿FDUtDHQWRQFHVµ7LFRQDHOPHQRU¶

194 Revista Andina


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

GHOWLSR&RDQR!\&RDWD!HQODVLVODVGHOODJR7LWLFDFD(QODGL¿FXOWDGGH
resolver el problema por el momento, quisiéramos sugerir, valiéndonos del aimara,
TXHODGLIHUHQFLDSRGUtDVHPHMDUVHDODTXHVHGDHQWUHORVVX¿MRV–ni y –wi de esta
lengua. Así, si la diferencia entre <Sora-ni> y <Sora-wi> está en que, en el primer
topónimo, estamos ante un ‘(lugar) con soras’, con indicación precisa de que se
trata de un espacio caracterizado por presentar la variedad de totora aludida; en el
segundo, a su turno, estamos ante un ‘(lugar) donde hay soras’, es decir que, sin ser
una caracterización puntual del terreno, se anuncia que allí abunda dicha variedad
de esparto.33 La diferencia es, como se ve, muy sutil, la misma que es posible
aprehender gracias a la existencia de dobletes toponímicos como el mencionado
en todo el territorio de sustrato aimara.
4XHGDSRULGHQWL¿FDUVXPDWHULDIyQLFD$OUHVSHFWRJUDFLDVDODDYHULJXDFLyQ
hecha en el campo en relación con la pronunciación de algunos de los nombres
SRUWDGRUHVGHOVX¿MRFRPRSRUHMHPSORGHODVGH3RPDWD!+XD\OODWD! GLVWULWR
GH3RPDWD3XQR TXHVHSURQXQFLDQ>SXPDW¶D@\>ZD\ȜDW¶D@UHVSHFWLYDPHQWH
podemos sostener que aquel portaba una oclusiva glotalizada, es decir respondía a
la textura fónica de –t’a. Este dato recibe también un respaldo decisivo por parte de
Bertonio, quien, al explicar el uso de <yapu> como unidad de medida, nos regala
el siguiente ejemplo: <Aca Suli marcatha, Pomattaro paa yapuhua>, que traduce
como “Deste pueblo de Iuli a Pomata, ay dos leguas” (énfasis agregado; Bertonio
1984 [1612]: II, 393), donde sin lugar a dudas la <tt> doblada de <Pomatta> busca
representar la naturaleza glotálica de la consonante dental.

8.2.2.2. (O VX¿MR –si 5HJLVWUDGD HQ XQ iUHD FDVL FRLQFLGHQWH FRQ HO GHO VX¿MR
anterior, la terminación -si se da en ejemplos como: <Coa-ta-si> (Amantani, Puno),
<Sua-si> (isla del Titicaca, Puno), <Capi-si> (Azángaro, Puno), <Uya-si> (Taraco,
Puno), <Putucu-si> (valle sagrado, Cuzco) <Cora-si> (Tuti y Sibayo, Arequipa),
<Carvi-si (Ichuña, Moquegua), <Cora-si> (Arica, Chile), <Curu-si> (Muñecas,
La Paz), <Cohui-si> (Suriqui, La Paz), <Cota-si> (Choquecota, Oruro), <Aja-si>
(Ayopaya, Cochabamba) y <Chorco-si> (Cinti, Chuquisaca). No es infrecuente
tampoco que aparezca en apellidos aimaras como <Arpa-si>, <Cura-si>, <Huaca-
si>, etc. Su aislamiento resulta allanado en virtud de su ocurrencia con raíces
conocidas, ya sea del quechua, como por ejemplo quwi ‘cuy’, qura ‘hierba’, puma
‘león americano’; o del aimara, verbigracia quta ‘lago’, kupi ‘lado derecho’, chuqi

33 $FODUHPRV TXH HO VLJQL¿FDGR GH VRUD! ±UDGLFDO DXVHQWH HQ ORV UHJLVWURV Op[LFRV GH WRGRV ORV
tiempos, aunque harto recurrente especialmente en la sierra sureña (y no solo como nombre étnico)–
nos fue posible desentrañarlo solo a través de la indagación toponímica (Cerrón-Palomino 2008:
I-10). Para el nombre del grupo étnico sora, conquistado por el inca Pachacutiy, y su relación con
los soras del entorno del Poopó, ver Cerrón-Palomino (2016c: § 1, nota 4).

Nº 54, año 2016 195


Artículos, notas y documentos

‘oro’ y waywa ‘viento’. Aquí también, como en el caso anterior, todo parece indicar
que estamos ante un derivativo denominativo, cosa que puede generalizarse para
con los nombres cuyo radical resulta desconocido. En un caso por lo menos, sin
embargo, parece que tendríamos un derivado íntegramente puquina: nos referimos
al topónimo <Capac-si> (Coata, Puno), en versión quechuizada, y <Capaca-si>
/RV$QGHV /D 3D]  HQ VX FRUUHVSRQGLHQWH DLPDUL]DGD$ GLIHUHQFLD GHO VX¿MR
anterior, sin embargo, en el presente caso resulta difícil por el momento extraerle
HO VLJQL¿FDGR TXH FRQOOHYDED &RPR OR HV SDUD <FFXVVL! GHO FRPSXHVWR
<Yccussi-pata>, plaza “donde se hazían alardes, o ensayos de guerra” (Gonçález
Holguín 1952 [1608]: I, 155), es decir, el <Cussipata> del Cuzco, caprichosamente
interpretado así, en el que se nos escapa igualmente la raíz <yccu>, de indudable
origen puquina. Lo más cercano con el que podemos relacionarlo es el posible
derivador nominal callahuaya, su homófono -si, que aparece en contadas palabras,
como por ejemplo en ata-si ‘mujer’, ni-si ‘yo’, uj-si ‘uno’ (Muysken 2009: § 2.4,
161). Fuera de la coincidencia formal, es difícil siquiera sugerir que podríamos
HVWDUDQWHXQPLVPRVX¿MRVREUHWRGRWHQLHQGRHQFXHQWDTXHHQHOFDOODKXD\DQR
está del todo claro el estatuto gramatical que tiene, dada la parvedad de ejemplos
HQ TXH DSDUHFH $ OR VXPR VH QRV RFXUUH TXH SRGUtD VHU XQD VXHUWH GH VX¿MR
“presentador”, para el cual sin embargo no encontramos en las lenguas andinas
recurso semejante. De cualquier manera, resulta bastante sugerente el hecho de
que estamos hablando de una coincidencia no solo formal, que podría achacarse
al azar, sino de una relativa co-presencia territorial propia de la lengua puquina.34

9. Relevancia lingüística

El examen de los datos efectuado sobre la base del material onomástico


HVWXGLDGR SHUPLWH QR VROR FRQ¿UPDU H LQFOXVR SUHFLVDU \ UHVROYHU DVSHFWRV
relacionados con el léxico y la gramática de la lengua, sino también aportar
algunos datos que la sola consideración del registro textual disponible no nos
habría permitido obtener. Dejando de lado el vocabulario atribuido al puquina,
FX\DLGHQWL¿FDFLyQ\SRVWXODFLyQFRPRSDWULPRQLROp[LFRVHPiQWLFR\FXOWXUDOGH
ODOHQJXDQRUHTXLHUHGHPD\RUMXVWL¿FDFLyQSDVDUHPRVDVHxDODUHQORTXHVLJXH
los aspectos fonológicos y gramaticales más relevantes que se desprenden de la
LGHQWL¿FDFLyQOp[LFDSURSXHVWD\TXHFRQWULEX\HQDXQDPHMRUFRPSUHQVLyQGHO
aparato estructural del idioma.

34 &RQSRVWHULRULGDGKHPRVSRGLGRDPSOLDUORVHMHPSORVSRUWDGRUHVGHOVX¿MRHQFXHVWLyQVLQTXH
ahora quepa duda de su procedencia puquina. Se lo encuentra incluso en Apurímac, como puede
verse, por ejemplo, en un topónimo hasta hace poco extraño como <Cota-ru-si> (Aucahuasi Dongo
 6XUHFXUUHQFLDSDUHFHVXJHULUQRVXQVLJQL¿FDGRXELFDWLYR

196 Revista Andina


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

9.1. Aspectos fonológicos

En este nivel, creemos que la evidencia aportada por el examen onomástico


HIHFWXDGRSHUPLWHFRQ¿UPDUGRVDVSHFWRVTXH$GHODDU\YDQGHQ.HUNH †
2.1) dejan bien establecidos en su postulación del sistema fonológico de la lengua.
El primero de ellos tiene que ver con el fenómeno de lenición que afectaba a las
consonantes oclusivas del puquina. En efecto, según se pudo observar, tal es lo
que ocurre con las oclusivas /k q/ en los radicales *kachi y *q’achi, cuyo segmento
LQLFLDOVHPDQL¿HVWDFRPR>NaJ@\>Ta‫@ڜ‬UHVSHFWLYDPHQWH/RSURSLRSXHGH
decirse de la africada <ch> de *chata, que aparece como lateral palatal, o sea
PRVWUDQGR OD DOWHUQDQFLD >þ a Ȝ@ 4XH WDOHV FRQVRQDQWHV PRVWUDEDQ VXDYL]DFLyQ
es algo que está documentado en los textos de Oré, salvo tal vez el caso de /q/,
FX\DÀXFWXDFLyQVLQHPEDUJRSDUHFHYLVOXPEUDUVHDWUDYpVGHOFRUSXVWRSRQtPLFR
examinado.35 Como en los materiales de Oré, las alternancias registradas por los
topónimos tampoco permiten determinar con precisión el contexto que favorecía
el fenómeno de debilitación mencionado, pues incluso lo encontramos en posición
inicial absoluta, lo que podría estar sugiriendo procesos de reinterpretación en las
lenguas receptoras (quechua y aimara). De otro lado, sin embargo, de aceptarse
la interpretación ofrecida, tal parece que la lenición afectaba por igual a las
consonantes aspiradas y glotalizadas, como lo estarían probando los casos de
*phaya ([ph ~ b ~ w]) y *phara ([ph ~ w]), así como los de *ch’ata y *q’achi.
(O VHJXQGR GH ORV DVSHFWRV GH WLSR FRQ¿UPDWRULR WLHQH TXH YHU FRQ HO
registro de grupos consonánticos iniciales de palabra por parte de la lengua. De
los siete tipos de /SC/ detectados, cuatro aparecen registrados en los textos de
Oré: <sp> y <st> <sch> y <sc>, donde el último resulta ambiguo en cuanto a su
segundo componente, que podía ser /k/ o /q/. El material toponímico, además de
FRQ¿UPDUORVWLHQHODYLUWXGGHGHVDPELJXDUHOJUXSRVF!HQODPHGLGDHQTXH
gracias a la “prueba vocálica”, podemos distinguir entre /sk/ y /sq/. Pero, además,
los datos sugieren también la existencia de otros grupos no entrevistos: /sm/ y /
sl/. Sin embargo, la parvedad de ejemplos podría poner en duda la existencia de
estos últimos, pero el hecho de que tales grupos sean normales y abundantes en el
chipaya abona, indirectamente, a favor de su posible existencia en el puquina. De
otro lado, queda igualmente demostrada la naturaleza secuencial de tales grupos,
dejando sin base la posibilidad de su interpretación como unidades articulatorias
complejas, como se había sugerido.
En tercer lugar, un aspecto de carácter resolutorio que deriva de la diligencia
toponímica efectuada incide sobre la distinción velar/ postvelar atribuida a la

35 En otro trabajo, examinando el léxico institucional del puquina, concretamente el de <titi>, hemos
detectado un ejemplo que muestra lenición de /t/, cambiando a /r/, fenómeno también ilustrado en
los textos de Oré (Cerrón-Palomino 2013a: I-5, § 5).

Nº 54, año 2016 197


Artículos, notas y documentos

lengua. Según Adelaar y van de Kerke, dicha propiedad estaría muy “lejos de
ser comprobada” a la luz de la exégesis de los materiales registrados por Oré.
Sin embargo, el examen del corpus toponímico analizado no parece que dejara
GXGDVUHVSHFWRGHODGLVWLQFLyQPHQFLRQDGD(QHIHFWRXQDYH]SUREDGDOD¿OLDFLyQ
puquina de una palabra (por ejemplo, el caso concreto de <coa>), asimilada con
/q/ por el quechua y el aimara, creemos que el solo hecho de preguntarnos por qué
WHQGUtDTXHKDEHUVLGR¿OWUDGDFRQT\QRFRQNVXJLHUHXQDUHVSXHVWDDXWRPiWLFD
a favor de la distinción postulada por la lengua fuente, resolviendo de esta manera
las dudas respecto de su estatuto fonológico.
Finalmente, el aspecto novedoso que el examen del material toponímico
aportaría sería la postulación de la existencia de consonantes laringalizadas en
la lengua. Como se recordará, el aislamiento de elementos atribuibles al puquina
permitió establecer, entre otros, los radicales *phaya, *phara,*ch’ata, *raqhi,
*q’achi\HOVX¿MRGHQRPLQDWLYR*–t’a. Se trata, como se ve, de formas que conllevan
las aspiradas /ph, qh\ODVJORWDOL]DGDVW¶þ¶5HFRUGHPRVTXHODLGHQWL¿FDFLyQGH
tales consonantes, lejos de ser libresca, se hizo previa indagación en el campo, de
manera que no hay dudas de su naturaleza fónica. Es más, los casos discutidos
aparecen registrados en los vocabularios modernos del aimara (con excepción
quizás de <phaya>), con toda seguridad en calidad de antiguos préstamos del
puquina. De manera que, siguiendo el mismo razonamiento adelantado al zanjar las
dudas acerca de la distinción /k/ - /q/, aquí también, apoyándonos en el principio de
la naturalidad en los procesos de nativización de los préstamos o en la adquisición
de una segunda lengua, postulamos que no habría ninguna razón por la cual el
aimara o el quechua complejizaran la articulación de tales segmentos tornándolos
como aspirados o glotalizados si en principio hubieran sido consonantes simples
y no laringalizadas. La inferencia lógica de esto es que la lengua fuente poseía en
su sistema tales fonemas, de manera que, al tomarse como préstamos formas que
los conllevaran, estos eran asimilados con toda naturalidad en tanto resultaban
segmentos familiares al idioma receptor. Lo mismo podemos decir de la existencia
de /kh\T¶HQODOHQJXDWDOFRPRORKHPRVVHxDODGRDSURSyVLWRGHOD¿OLDFLyQ
puquina de las voces *khisi ‘luna, mes’ y *q’utñi ‘ardiente, caluroso’ (Cerrón-
Palomino 2013a: I-2, § 6.1.2, I-5, § 8).36 Por lo demás, la existencia de “huecos”
aparentes en el sistema se explica razonablemente por el hecho de que no se han
SRGLGRLGHQWL¿FDUD~QWpUPLQRVSXTXLQDVTXHSXGLHUDQ³UHOOHQDUORV´HYHQWXDOPHQWH

36 Tal como ha sido señalado, es casi seguro que el pronombre interrogativo khiti ‘quién’ del aimara
sureño (cf. con la forma genuina del aimara central: qa-chi) esté formado, etimológicamente, de
ODUDt]SURQRPLQDOSXTXLQDTXL!µTXpTXLpQ¶VHJXLGDGHOVX¿MRLQWHUURJDWLYR–ti. Lo que, a su
vez, permite postular la forma *khi para el pronombre puquina, según la tesis adelantada. Por lo
demás, el empleo de consonantes dobladas en los textos de Oré, en palabras como <appa> ~ <apa>
‘no’, <atta-> ‘juzgar’, <cappa> ~ <capa> ‘tres’, <catta> ‘interior’, etc., puede estar indicándonos
precisamente la existencia de los rasgos laringales, en este caso el de la glotalización.

198 Revista Andina


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

y aun así, la invocación de criterios de armonía estructural y de distribución areal


permite, a nuestro modo de ver, la postulación de tales rasgos como elementos
constitutivos del sistema fonológico de la lengua.

9.2. Aspectos gramaticales

(Q HO QLYHO JUDPDWLFDO FRPR VH YLR DSDUWH GH OD FRQ¿UPDFLyQ GH OD
H[LVWHQFLDGHORVVX¿MRVGHULYDWLYRV–no y –so sobre el terreno, tuvimos la ocasión
de LGHQWL¿FDURWURVGRVVX¿MRVSHUIHFWDPHQWHDWULEXLEOHVDODOHQJXDORVPLVPRV
que no habían sido entrevistos hasta ahora: los denominativos –t’a y -si. Aun
cuando no es fácil determinar a través de la evidencia onomástica de qué manera
WDOHVVX¿MRVHQFDMDEDQGHQWURGHOVLVWHPDGHULYDWLYRGHOSXTXLQDGHVFDUWDQGRWRGD
duplicidad de funciones o despejando opacidades semánticas, de lo que no parece
KDEHUGXGDHVGHOD¿OLDFLyQTXHSURSRQHPRV0D\RUHVGDWRVSRGUiQHYHQWXDOPHQWH
ayudarnos a esclarecer el problema señalado, mientras tanto habrá que reconocer
que la onomástica constituye una fuente no desdeñable para el conocimiento de
una lengua escasamente documentada como la puquina. De hecho, el registro
toponímico parece proporcionarnos información sobre la existencia de otros
HOHPHQWRVJUDPDWLFDOHVDVLJQDEOHVDODOHQJXDHQWUHHOORVSRUHMHPSORHOVX¿MR
–ro (presente ya en el itinerario mítico de los hermanos Ayar: <Hay-squis-ro>),
en topónimos como <Asánga-ro>, <Chinche-ro> (Puno), <Huanca-ro> (Cuzco),
&RWDUXVL! $SXUtPDF  GH VLJQL¿FDGR LJXDOPHQWH HQLJPiWLFR SHUR FX\D
GLVWULEXFLyQFRQFXHUGDFRQHOiUHDSXTXLQDHVWDEOHFLGD(VPiVHOVX¿MRPXHVWUD
una variante, perfectamente explicable por las reglas fonéticas de la lengua: nos
referimos a –llo, como en <Asi-llo> (Puno), <Huaco-llo> (Cuzco), etc. Pero de
este y de otros elementos gramaticales nos ocuparemos oportunamente.37

10. Implicaciones histórico-culturales

Tras haber intentado demostrar la importancia de los estudios toponímicos


FRPRIXHQWHGHLQIRUPDFLyQTXHSHUPLWHFRQ¿UPDUSUHFLVDUHLQFOXVRHQULTXHFHU
el conocimiento de una lengua extinguida y pobremente documentada como la
puquina, quisiéramos ahora llamar la atención sobre las consecuencias de orden
histórico-cultural que se desprenden de nuestra exposición.
En primer lugar, la presencia recurrente de la toponimia atribuida a la lengua
DORODUJRGHORV$QGHVVXUHxRDOWLSOiQLFRVFRQ¿UPDVXHVWDWXWRGH³OHQJXDJHQHUDO´

37 Ver Cerrón-Palomino (2017), donde tratamos de demostrar que –ro y demás variantes no son sino
IRUPDVDOWHUQDQWHVSDUFLDOPHQWHGHOLPLWDGDVJHRJUi¿FDPHQWHGHOVX¿MR–no. Descartamos aquí la
marca direccional –ru del aimara como su posible étimo, ya que no es normal formar topónimos
FRQIRUPDVÀH[LRQDGDVSDUDFDVR LODWLYRHQHOSUHVHQWH 

Nº 54, año 2016 199


Artículos, notas y documentos

que se había ganado en el siglo XVI, no obstante encontrarse en situación recesiva


frente a la presión y al empuje de las otras dos lenguas mayores. Su distribución
desigual, compacta en determinadas áreas y más bien graneada o salpicada en
otras, permite distinguir una zona que podemos llamar nuclear y otra periférica,
UHVSHFWLYDPHQWH6LELHQGLFKDSUHVHQFLDYDULD\KHWHURJpQHDSDUHFHUtDFRQ¿UPDU
OD GLVWULEXFLyQ WRSRJUi¿FD TXH WHQtD OD OHQJXD D ¿QHV GHO VLJOR ;9, VHJ~Q ODV
informaciones proporcionadas por las fuentes coloniales, no debe olvidarse que
para entonces tanto el aimara como el quechua venían desplazándola desde algunos
VLJORVDWUiVFRQ¿QiQGRODPD\RUPHQWHDVXWHUULWRULRQXFOHDU(QWDOVHQWLGRQR
resulta gratuito sostener que el área de máxima expansión que los arqueólogos
le atribuyen a la civilización de Tiahuanaco coincide casi exactamente con el
territorio cubierto por la toponimia puquina (ver, por ejemplo, Albarracín Jordán
1999: cap. 6, mapa 6.27).
En segundo término, la sola presencia de tan arraigada toponimia en dicho
territorio, echa por tierra la tesis tradicional del “aimarismo primitivo” asumida
inicialmente con desconocimiento del puquina y más tarde negándole su condición
de lengua genuinamente nativa a la región. El argumento esgrimido por aimaristas
y arqueólogos de la región, tanto nacionales como extranjeros, en el sentido de
que no habría evidencia lingüística de la presencia puquina en pleno territorio
nuclear de Tiahuanaco (ver, por ejemplo, Stanish 2003: cap. 3, 59),38 solo responde
al estado hasta hace poco precario de los conocimientos de la realidad, pues la
investigación onomástica de los últimos tiempos viene demostrando todo lo
contrario, como habrá podido apreciarse a lo largo de nuestra exposición. En virtud
de tales estudios se hace patente que no toda la toponimia altiplánica se explica
por el aimara ni todo el caudal léxico registrado por Bertonio, una vez quitados
los quechuismos, puede atribuirse alegremente al fondo vocabular aimaraico.
Consecuencia inevitable del hecho de que, como lengua advenediza, el aimara
tenía que impregnarse fuertemente del léxico, y aún de la gramática, del idioma
desplazado, instrumento vehicular de una de las civilizaciones más importantes del
mundo andino.
En tercer lugar, conviene recordar que el develamiento del sustrato puquina,
PDQL¿HVWR HQ OD WRSRQLPLD H[DPLQDGD VH REVHUYD DVLPLVPR DO H[DPLQDU ORV
términos culturales e institucionales fundacionales del imperio incaico, los cuales
acusan de igual modo una fuerte presencia puquina, explicable, como lo hemos

38 Incidentalmente, Rice (2013: cap. 5) se apoya ingenuamente en el investigador mencionado para


sostener lo mismo. Nos preguntamos: ¿cómo pueden formularse tales opiniones sin la menor
sindéresis profesional en el campo de la lingüística histórica andina, y particularmente en el de
ODWRSRQLPLD"¢+DVWDFXiQGRHOWUDEDMRLQWHUGLVFLSOLQDULRUHFODPDGRSRUORVFLHQWt¿FRVVRFLDOHV
seguirá excluyendo a la lingüística, particularmente a la andina, considerándola como una simple
convidada de piedra?

200 Revista Andina


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

venido sosteniendo (Cerrón-Palomino 2013a: I), a partir de las referencias mito-


históricas del origen lacustre de los ancestros de los incas.
En suma, gracias a los trabajos de naturaleza onomástica, particularmente
el de la toponimia, va emergiendo ex profundis el antiguo espacio cubierto
por el puquina, dándoles sentido y racionalidad a las informaciones vagas y
contradictorias consignadas por los cronistas e historiadores coloniales al respecto.
Al mismo tiempo, resulta cada vez más evidente, dentro de dicho panorama, el
carácter advenedizo de la lengua aimara (ver, para mayor abundancia sobre el
tema, Cerrón-Palomino 2015).

Área cubierta por la civilización tiahuanaquense


(Albarracín Jordán 1999).

Nº 54, año 2016 201


Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas

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