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Acerca de la
Lengua Chinchaysuyo1
Una constatación importante en el panorama lingüístico andino del siglo XVIII es la del
colapso de la “lengua general” quechua, manifesto en la eclosión y consolidación de
los quechuas regionales: por primera vez se habría de hacer la individualización y
caracterización suficientes de lo que hoy llamamos quechua I o Huáyhuash (sierra
central peruana) y del quechua II B del Ecuador2
La primera tarea fue realizada, en 1700 o 1701 y en 1754, respectivamente, por los
jesuitas Juan de Figueredo y un sacerdote anónimo en forma de notas a sendas
reediciones de Arte de la lengua quichua de Diego de Torres Rubio, y la segunda por el
padre Nieto Polo del Águila en una Breve instrucción o Arte para entender la lengua
común de los indios, según se habla en fa provincia de Quito, impresa en Lima en 1753.
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Cuestiones de Lingüística e Historia Andinas. Compilación. Tomo I. Alfredo Torero, en Itier, César (ed.) Del Siglo de
Oro al Siglo de las Luces. Lenguaje y Sociedad de los Andes del siglo XVIII. (Estudios y Debates Regionales Andinos,
89). Cusco. CERA, Bartolomé de las Casas, pp. 13-31.
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La ponencia que presentamos ha sido elaborada durante nuestra permanencia en la Universidad de Valencia gracias a
una beca de investigador otorgada por Ministerio español de Educación y Ciencia.
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En las páginas que siguen, trataremos de esclarecer cómo se originó la expresión de
“lengua chinchaysuyo”, y de determinar, por varios procedimientos, a qué realidad,
cambiante y movediza, correspondió en diversos períodos, del siglo XVI al XVIII.
El siglo XVI. Escisión de la “lengua general del Perú”: “usos del Cuzco”, “usos
chinchaysuyos”
Formas cercanas a las descritas por el dominio en su Grammatica eran empleadas por
la élite real cuzqueña hasta mediar el siglo XVI (Torero, 1974: 132-133,144).
Paralelamente, sin embargo, otra variedad chinchay había estado penetrando sin duda
en las comarcas cuzqueñas, sustituyendo allí a la lengua aymara a la vez adoptando
algunos rasgos fonéticos y léxicas de ella.
Fue esta variedad regional cuzqueña la que, junto con el aymara y el puquina, atrajo el
interés de la administración colonial hispana desde la segunda mitad del siglo XVI por
su utilidad para movilizar la mano de obra indígena hacia las labores mineras. Su
creciente importancia socioeconómica y su rápida expansión por el sureste andino
desplazó hacia a ella la calificación de “lengua general” y, por un error histórico, se la
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vio como exponente del ‘lenguaje cortesano’ de la desaparecida realeza cuzqueña y, por
ende, como la “más pulida y congrua” de las hablas quechuas. Las formas no cuzqueñas
-no del sureste- fueron en consecuencia calificadas de menos pulida y correctas y
recibieron la designación global del “chinchaysuyo”.
Además, Lima y los Valles de la costa central o centro-sur peruana habían constituido
en tiempos precolombinos uno de los más importantes focos emisores de varias fases
del quechua, incluida la que los conquistadores españoles de los primeros tiempos
denominaron la “lengua general del Perú”
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Rodolfo Cerrón ha analizado los parlamentos quechuas contenidos en la obra Coloquios de la Verdad del presbítero Pedro
de Quiroga, inédita hasta el presente siglo (Quiroga, [1562?] 1922). Postula Cerrón la plena identidad del quechua recogido
por el presbítero con la variedad costeña descrita por Domingo de Santo Tomás y aun sugiere que pudo ser éste el autor de
los parlamentos, habida cuenta de “las coincidencias fonológicas y gramaticales” y el uso de “exactamente la misma”
notación del quechua en ambas fuentes (Cerrón, 1991). Por nuestra parte, estimamos que se trata de una muestra idiomática
efectivamente cercana a la variedad costeña, pero no idéntica gramaticalmente (v.g.: DST ignora el morfema –ya que en
Quiroga sufija tanto a sintagmas nominales como verbales –capac.ya “¡oh poderoso!” cangui.ya “estas”-, recordando en
esto al “deferencial” –ya del aymara (“de cortesía, vocativo, atenuador”, cf. Hardman et al., 1988: 284). En cuanto a la
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Dentro de estas nuevas circunstancias, el Tercer Concilio Provincial de Lima, reunido
en 1583-1584, decidió tomar medidas de prescripción idiomática, sentando normas de
escritura y habla, disponiendo la redacción en textos trilingües -castellano, quechua y
aymara- de la Doctrina Christiana y Confesionarios (1584, 1585), y estimulando la
publicación de un Arte y Vocabulario de la lengua general del Perú llamada quichua,
en la lengua española, que Antonio Ricardo imprimió en Lima en 1586.
Tanto respecto del quechua cuanto el aymara, el Tercer Concilio trató de elaborar hablas
uniformizadas, principalmente expurgando los localismos. Frente al quechua –para el
cual la tarea era más compleja que para el aymara, dada su mayor diversidad dialectal-,
su objetivo fue neutralizar, a la vez, los rasgos excesivamente locales del habla del
Cuzco y los propios “del uso que recibieron todos los que se llaman Chinchaysuyos” –
a los que definió como “los que están desde Guamanga hasta Quito, y a los de los
Llanos” [la costa]. El tercer Concilio pretendía que el lenguaje quechua así concebido
conformaba “con lo que se usa desde Quito hasta los Chacras” (Tercer Concilio,
1584:74-75)
notación, hallamos evidentes diferencias que descartarían la autoría del fraile dominico (v. gr.: en interior de palabra,
Quiroga escribe –gua- o –hua- y –s- simple entre vocales allí donde el dominico grafica –ua- y –ss- doble o -x-,
respectivamente) el lexema verbal que Quiroga anota pusa- “llevar” solo aparece registrado como puxa- en DST (Lexicon,
1951: 161,344). De otro lado, el sufijo –ya ocurre en el manuscrito de Huarochirí en la expresión Inga yntiya (inti.ya), que
Taylor traduce correctamente por “Oh Inga sol” (Taylor, 1987b: cap. 23, 342-343); y en la nota (4) de su artículo, R. Cerrón
cita la equivalencia hecha por Alonso de Huerta (1616) entre a yaya y yayaya (yaya.ya) con el significado de “o el Padre,
o, ola Padre”.
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evitar algunos usos propios del Cuzco “que salen de los límites del lenguaje” (léase
“lengua general).
Sin embargo, las formas más frecuentes, léxica y gramaticalmente, del “Ritual Romano”
recuerdan el manuscrito de Huarochirí. Una particularidad curiosa, no obstante, la da el
empleo propuesto del morfema llapa como pluralizador verbal, de modo similar a como
se encuentra en los dialectos QII A de Ferreñafe y Cajamarca y en algunas hablas del
dialecto QI de Huánuco-Huallaga.
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Las formas “sureñas” que Itier encuentra allí opuestas a las locales no deben entenderse,
en todo caso, como necesariamente cuzqueñas, puesto que se emplean igualmente en
hablas meridionales del quechua I, a excepción de aça (opuesto a azua) “chicha”, que
sólo aparece hoy a partir de la frontera del quechua ayacuchano, tal vez podrían
calificarse mejor en la costa peruana si nos atenemos a los vocablos no cuzqueños de
los pares léxicos consignados por Domingo de Santo Tomás.
Entretanto, la variedad cuzqueña, consagrada a principios del siglo XVII por las obras
señeras del jesuita Diego Gonzáles Holguín, la Grammatica, de 1607, y el Vocabulario,
de 1608, a las que siguen otras, como el Arte de la lengua quichua de Diego de Torres
Rubio de 1607, se irá implantando fuertemente sobre el territorio de la actual Bolivia y
por el noroeste argentino en dirección de Buenos Aires a costa de hablas puquinas y
aymaras y varios otros idiomas (uruquilla, cacán; tonocoté, etc.). No logrará, sin
embargo, difundirse hacia el septentrión andino y ocupar los espacios que antes había
vinculado entre sí la antigua “lengua general del Perú”, Las ingentes riquezas mineras
del sur andino eran acarreadas a Europa, y no quedaban en territorio del ex
Tahuantinsuyo para permitir su dinamización integral; además, el castellano había
ganado suficiente tanto terreno para ofrecerse como la nueva lengua general al servicio
de los grandes intereses suprarregionales.
Llegamos así al siglo XVIII, cuando emergen, o reemergen volviendo por sus fueros,
los “quechuas regionales”: chinchaysuyo”, ahora ‘reducido’ a QI (el grupo dialectal más
diversificado de la familia quechua), “quechua de Quito”, y otros que por entonces no
alcanzan a ser impresos y sólo son objeto de mención “quechua de Tucumán”,
“quechuas Maynas”, etc.
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La oposición: norte/sur al Interior del quechua
Sesenta de los cien ítems resultaron consistir en pares de oposición que se reparten la
ZC sobre diez líneas fronterizas en dirección sureste-noroeste, o, simplificando, sur-
norte. La primera línea divide el departamento de Apurímac, dejando al Este al dialecto
cuzqueño actual, con once ítems; la segunda (seis ítems) delimita gran parte del dialecto
“ayacuchano” desde el oeste del departamento de Apurímac y casi enteramente el
departamento de Ayacucho; la tercera (ocho ítems) demarca el noreste del dialecto
“ayacuchano” –grosso modo, el departamento de Huancavelica, exceptuado el sector
que queda al norte del río San Juan de Chincha.
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La tercera, cuarta, quinta, sexta y séptima líneas fronterizas (que encierran veintiocho
de los sesenta ítems) tienen en común su sección oriental, que sigue la frontera política
entre los departamentos de Junín y Huancavelica, pero se abren en haz sobre las
vertientes marítimas del Pacífico desde la margen derecha del río San Juan hasta el
centro y sur de la provincia de Yauyos, departamento de Lima, haciendo de esta
provincia “un complejo mosaico lingüístico” (Torero, 1968:292). Yauyos ha sido
cuidadosamente estudiado en los últimos años por Gerald Taylor, y las conclusiones de
su trabajo ratifican, en lo esencial, nuestros hallazgos (Taylor, 1984, 1987a, 1990)
Entre las líneas séptima y octava queda comprendidas las provincias de Concepción y
Huancayo, del departamento de Junín, y el norte de la de Yauyos (cuatro ítems); entre
la octava y la novena, la provincia de Jauja del departamento de Junín (dos ítems); la
décima y última línea fronteriza separa la provincia de Jauja de las de Tarma y Yauli
(también del departamento de Junín) y las serranías de la provincia de Huaral (valle alto
del río Chancay) de las de Huaura y Oyón (valle alto del río Huaura), en el departamento
de Lima (un ítem).
A su vez, llenados los sesenta ítems norte/sur con las formas correspondientes en los
dialectos Ferreñafe y Cajamarca, ambos QIIA, y Chachapoyas y Lamas, ambos QIIB,
Ferreñafe y Cajamarca quedan ‘reubicados’ por su composición léxica en un área amplia
del departamento de Lima, costa y sierra, entre los valles de Chancay y Huaura al norte
y el de Cañete al sur, si bien Ferreñafe con mayor porcentaje de ‘norteñismo’ (87.3%)
que Cajamarca (70%).
Por su parte, Chachapoyas y Lamas (ambos con 47.3% de formas norteñas) muestran
tener aproximación porcentual con las extinguidas hablas testimoniadas por Domingo
de Santo Tomás y el Manuscrito de Huarochirí y con las actualmente empleadas en los
territorios fronterizos de Lima e Ica, como Huangáscar (48.3% de “norteñismo”) y
Tantará (41.7%), y el sector noroeste del dialecto ayacuchano (28.3%).
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fácilmente explicables por acción de superestrato cuzqueño sobre el quechua IIB
ecuatoriano ejercida a raíz de la conquista inca del Ecuador.
Por lo indicado, los dialectos septentrionales externos a la ZC hallan sus más probables
áreas de partida en las franja que va, de norte a sur, desde los valles de Lima hasta las
cuencas de los ríos San Juan de Chincha, Pisco e Ica.
Cabe destacar, en cualquier caso, que los dialectos septentrionales IIB tienen entre sí
una muy especial proximidad léxica, que supera el 90% de comunidad en la lista
utilizada: Lamas-Chachapoyas, 100%; Lamas-Ecuador, 95.6%; Chachapoyas-Ecuador,
92%. Su comparación, en cambio con Ferreñafe y Cajamarca, los dos dialectos IIA
septentrionales (que comparten 85.5% de la lista), brinda índices de comunidad léxica
consistentemente menores: Lamas-Ferreñafe, 62%; Lamas-Cajamarca, 78.2%;
Chachapoyas-Ferreñafe, 62.7%; Chachapoyas-Cajamarca, 78.2%; Ecuador-Ferreñafe,
54.7%; Ecuador-Cajamarca, 73.2%.
Tenemos, entonces, que la ‘proximidad léxica’ observada entre el sector noroeste del
quechua IIC ayacuchano y las hablas IIB (Chinchay septentrional]), aunque no
corroborada enteramente por una similar proximidad gramatical, puede explicar por qué
en los siglos XVI y XVII se percibió a ‘la lengua chinchaysuyo’ como extendida “desde
Guamanga hasta Quito”. No es de descartar que la semejanza haya sido inicialmente
mayor en todos los niveles lingüísticos, y que el quechua del noroeste ayacuchano se
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haya vista ulteriormente ‘suñerizado’ por la integración socioeconómica de
Huancavelica a la labor argentífera de Potosí a través de la explotación de sus minas
azogue.
En su obra en italiano Catalogo delle lingue, Lorenzo Hervás presenta en 1784 un cuadro
bastante acertado de la diferenciación dialectal en el quechua del siglo XVIII y de su
distribución geográfica, en base a la información que recibió del abate Camaño:
En la versión castellana de esta noticia (Hervás, 1800: vol. I, 241-142), si bien en glosa
al margen se listan los cinco grandes dialectos nombrados en la edición italiana
[Chinchaysuyo, Lamano, Quiteño, Calchaqui o Tucumano y Cuzcoano], dentro del
texto se cometen serias comisiones por las cuales el Lamano de la diócesis de Trujillo
queda sin mención y el Chinchaysuyo resulta ubicado erróneamente en la diócesis de
Trujillo, no en la de Lima.
Camaño menciona asimismo como un dialecto de por sí, diferente del Chinchaysuyo, al
Quiteño –en realidad, las variedades IIB que habían venido generalizándose en tierras
del interior ecuatoriano4. Pone aparte igualmente al Lamano de la diócesis de Trujillo,
que debe corresponder parcialmente a lo que otras fuentes de la época designan como
4
El tema del quechua ecuatoriano en el siglo XVIII es tratado, por el profesor Julio Calvo de la Universidad de Valencia,
en ponencia ante este mismo Coloquio.
De otro lado, a través de BAS (Estudios Americanistas de Bonn) y el Instituto de Estudios Amerindios de la Universidad
de St. Andrews, Sabine Dedenbach-Salazar acaba de editar, con comentario introductorio y notas criticas debidos a su
pluma, un “Arte de la lengua Jeneral del Cusco llamada Quichua”, documento que se halla manuscrito, sin fecha ni
indicación de autor, en el Archivo Nacional de Bogotá y que podría ser la gramática más antigua conocida de quechua
ecuatoriano. En opinión de Dedenbach-Salazar, se trata probablemente de una copia hecha en el siglo XVIII de un texto
original del silgo XVII.
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quechua de Maynas, a más de cubrir a las hablas predecesoras de los modernos dialectos
peruanos IIB de Chachapoyas (Amazonas) y Lamas (San Martín).
En la clasificación de Camaño que Hervás recoge, los actuales dialectos IIC ayacuchano
y cuzqueño-bolivianos se integran con seguridad en su Cuzcoano. Es interesante
advertir que, en cambio, es puesto aparte del Cuzcoano el dialecto Calchaquí o
Tucumano. Esta segregación respondió probablemente a ciertos rasgos suficientemente
peculiares del Tucumano que le otorgaban fisonomía propia y que tal vez no sobreviven
en le habla moderna de Santiago del Estero, a la que comúnmente se estima como
variedad descendiente del quechua de la antigua Gobernación del Tucumán, en el actual
noroeste argentino; Es útil consultar al respecto el estudio de Ricardo Nardi “El quichua
de Catamarca y La Rioja” (1962)
Acerca de la vigencia del quechua en el antiguo Tucumán hacia 1770, escribe Carrió de
la Vandera (Concolorcovo) que “…la mayor parte de las mujeres saben la lengua
quichua, para manejarse con su criados, pero hablan el castellano sin resabio alguno”
(Concolorcovo, 1943: 104). El autor se refiere, naturalmente, a las mujeres criollas,
parte del sector dominante de la sociedad colonial, pero pone luz, de paso, que la
servidumbre y, por ende, el sector rural y popular, eran predominantemente
quechuahablantes.
En realidad, puede afirmarse que el siglo XVIII presenció la más amplia extensión
territorial del quechua, cuyo dominio, si bien habrá perdido el litoral del Pacifico ante
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el castellano, se habrá afirmado en tierras del interior y avanzado hacia nuevas
comarcas, como Santiago de Estero y las selvas de Huallaga y el Marañón-Amazonas.
La expresión “lengua chinchaysuyo”, como vimos, pasó a nombrar a partir del siglo
XVIII, merced a las notas de Figueredo y del sacerdote anónimo, al conjunto de
dialectos que hoy llamamos quechua I, distinguido autónomamente de manera clara y
deliberada.
Entre las aprobaciones a la reedición de 1700 de la obra de Torres Rubio, el jesuita Juan
de Sotomayor destaca la utilidad de las adiciones hechas por Figueredo, “muy en
especial de la lengua Chinchaisuyo que corre casi en toda esta diócesis metropolitana”
[Lima] (Torres Rubio, 1963:26). Sin embargo, las Notas y datos de Figueredo (en su
“Vocabulario de la lengua Chinchaisuyo y algunos modos más usados en dicha lengua”)
están referidos esencialmente a rasgos de los dialectos Huaylas y Conchucos del
quechua I ancashino. En cambio, los añadidos introducidos a la reedición de 1754 por
“un padre missionero… que ha recorrido todo el ArÇobispado de Lima, donde más se
usa la lengua Chinchaysuyo”; si bien dan cuenta principalmente de rasgos del dialecto
QI del Alto Pativilca, informan más amplia, y sobre todo más sustancialmente, de la
zona dialectal QI en su conjunto -excluida tal vez la Jauja-Huanca-, a la par que de su
extrema diversidad “según la diversidad de las Provincias, y aún en una mesma
Provincia, según la diversidad de los pueblos” (Torres Rubio, 1754:216).
Entre rasgos fonéticos que hoy caracterizan a todas o la mayoría de las hablas quechuas
I, en la voces registradas por Figueredo o el anónimo se advierten ante todo el de la
aspiración o desaparición del protofonema *s en inicial de palabra o de sílaba interior:
Figueredo, hirca <*sirka ‘cerro’; hita- <*sita- ‘tirar’; aca <*saka ‘cuy’; octa <*suqta
‘seis’; huahi <*wasi ‘casa’; caja(n) <*qasa ‘frio’; raju <*rasu ‘nieve’; aycu- <*asiku-
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‘reirse’; puac <*pusaq ‘ocho’; pua- <*pusa- ‘hervir’; quima <*kimsa ‘tres’; anónimo,
hacha <*saca ‘árbol’; hita- <*sita- ‘arrojar’.
La distinción, proveniente del protoquechua, entre una sibilante sorda predorsal /s/ (allí
donde *s no se ha aspirado o caído) y una sorda dorsopalatal /s/, es aplicada de modo
bastante regular, particularmente por el anónimo, según el procedimiento establecido
igualmente por Domingo de Santo Tomás: empleando, respectivamente, las grafías Ç c
(e, i) y s-, ss, procedimiento que se mantendrá hasta la segunda mitad del siglo XVIII,
cuando empieza a reemplazarse s por el dígrafo sh: Figueredo, acia- ‘oler mal’; Çahua
‘sobre’; maÇacu- ‘calentarse al fuego’; yanaÇa ‘compañera’; acsu ‘papas’; casa
‘espina’; ysanga ‘hortiga’; massa ‘cuñado’; ocsa ‘heno’; quesia- ‘enfermar’ –pero con
algunas “infracciones” por tendencia subdiferenciadora al empleo de s para ambos
fonemas; ashua ‘chincha’; casan ‘frio’; anónimo, aÇua ‘chicha’; Çahua ‘encima’; Çani
‘sobrino’, mucia- ‘barruntar’; massacha- ‘aparear dos juntos’.
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