Está en la página 1de 2

DIOS FUE EL CARTERO

Todo comenzó en un sombrío día de octubre, cuando desperté con el


recuerdo de Pat, mi segunda esposa. Mientras reflexionaba sobriamente, sobre
nuestros veinte meses de matrimonio, recordé sus aptitudes carismáticas, su
admirable mentalidad, su tranquilo encanto, y sus repetidos e inútiles esfuerzos de
permanecer sobria dentro de A.A., en donde nos conocimos. Yo había estado
sobrio entonces durante tres años, pero supongo que no había experimentado un
verdadero despertar espiritual en A.A. Por esa razón básica, es lo más probable,
volví a beber después de que Pat murió, y me sumergí en un nuevo fondo
terrorífico. Siempre existe un nuevo fondo, ya lo saben.

En esa mañana de octubre, el segundo aniversario de su muerte, me


encontraba en la tercera semana de mi renovada sobriedad. Me deprimí mucho
cuando recordé nuestra vida en común, y me arrojé a una junta de A.A., en la que
describí el regreso a la aflicción y la soledad. Ahí me fueron dadas la comprensión
y la compasión que levantaron mi resquebrajado espíritu.

Durante casi un año, bloqueado por mi olvido alcohólico y mi sentimiento de


culpa, no había escrito a mis dos hijos adolescentes. Rehusé, con mi modo de
pensar irracional, admitir que ellos pudieran darse cuenta de que estaba bebiendo
otra vez. Pero ahora les había escrito dos veces. Cartas que había sido capaz de
escribir solamente porque había vuelto a unirme a A.A. Les había pedido que me
perdonaran, puse al descubierto mi bebida, admití mi auto-consentida negligencia
respecto a ellos, y recé para que me respondieran de alguna manera. Durante días
conservé mis ojos fijos en el buzón con angustia y miedo; miedo de que ninguno
de mis hijos me contestara.

En ese día de octubre, el cartero llegó con una carta de mi hijo de quince
años, quien había tenido que someterse a un tratamiento psiquiátrico después de
que su madre me dejó. Sus palabras fueron particularmente conmovedoras
considerando que no había estado expuesto a Alateen, sino más bien, a la
amargura que por mi culpa, aún siente por su madre, mi primera esposa. Su carta
dice:

"Hoy recibí tu segunda carta. La primera llegó hace una semana, pero hasta
hoy me puse a escribirte. Estoy muy apenado.

"Te quiero mucho. No sabes lo contento que me puse al tener noticias


tuyas.

"No creo en que la gente deba ser condenada. Nunca te condené, y el día
en que lo haga, me moriré. El condenar es propio de gentes que son tan bajas,
que procuran poner a otros más abajo para sentirse mejores.

"Te amo y te perdono. Sería un mentiroso si te dijera que no estaba


frustrado. Pero todo eso pertenece ya al pasado. El pasado se ha ido, está muerto.
No podemos revivirlo o regresarlo.

"Sé que te debes sentir culpable y avergonzado. No te preocupes. Yo estoy


de tu lado. Puedes contar conmigo para tratar de comprender y ayudarte".

Cuando leí la carta, lloré, dulce y agradecidamente. Sí Pat estaba muerta;


pero su muerte era, como mi bebida, cosa de ayer.

La sencilla carta de mi hijo, impregnada de amor, no me había llegado, por


mera coincidencia, en ese día que ponía a prueba mi corazón. Dios fue el cartero.
Él quiso asegurarse de que recibiría su inspiración, la cual a su vez vino a ser mi
comprensión de Su revelación. Y El me entrega cada día (si lo busco) un fresco
mensaje de amor, perdón, misericordia, esperanza y oportunidad: El mensaje que
miles como el de Pat no pueden o no quieren recibir.

Southgate, Michigan.

También podría gustarte