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El 25 de junio de 1950, un ataque sorpresa de Corea del Norte contra Corea del Sur provocó una
guerra que enfrentó a comunistas y capitalistas por el control de la península de Corea. La guerra
de Corea, que transcurrió entre 1950 y 1953, dejó millones de muertos y una división permanente
entre Corea del Norte y Corea del Sur.
Con todo, aunque en Estados Unidos se denomina la «guerra olvidada» debido a la falta de
atención que recibió durante y después del conflicto, la guerra de Corea dejó un profundo legado:
no solo sigue determinando cuestiones geopolíticas —técnicamente, nunca terminó—, sino que
también sentó un precedente para que los presidentes estadounidenses libraran guerras sin el
consentimiento del Congreso.
La guerra radicaba de la ocupación japonesa de Corea entre 1910 y 1945. Con el fin de la Segunda
Guerra Mundial y el desmantelamiento del imperio japonés por parte de las potencias aliadas, el
destino de Corea se convirtió en la moneda de cambio entre Estados Unidos y la URSS. Los
antiguos aliados desconfiaban mutuamente y en 1948, para controlar la influencia del otro,
establecieron dos naciones coreanas separadas y demarcadas por una frontera en el paralelo 38,
la línea de latitud que atraviesa la península. Corea del Norte se convertiría en un estado socialista
liderado por Kim Il-sung y respaldado por la URSS, y Corea del Sur, en un estado capitalista
liderado por Syngman Rhee y respaldado por Estados Unidos.
Su hija, más conocida como Svetlana Iosifovna Stalina, reconstruye lo que fueron los últimos
minutos de la vida de su padre Iosif Vissariónovich Dzhugashvili, conocido como Stalin. En la noche
del 1 de marzo de 1953, en su dacha de Kuntsevo, el autodenominado "hombre de acero" sufrió
una hemorragia cerebral y durante varias horas no recibió asistencia médica. En la tarde del día
siguiente, el líder soviético fue encontrado en su apartamento tumbado en una alfombra y sin
poder hablar. La muerte de Stalin fue declarada el 5 de marzo de 1953. De este modo, uno de los
protagonistas del siglo XX se despidió del mundo. Un hombre taciturno y tímido, con un carácter
complejo, a veces ambivalente, pero que por sus reconocidas capacidades organizativas comenzó
a imponerse como un hombre de Estado en el oscuro y ardiente clima revolucionario de 1917.
Incluso Lenin, que en 1912 había identificado en Stalin un modelo de revolucionario, proletario,
resuelto y a veces brutal, en una carta al Congreso de 1922, y que sólo se dio a conocer más tarde,
advirtió que "al convertirse en secretario general, el camarada Stalin ha concentrado en sus manos
un inmenso poder, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarlo con suficiente prudencia". Y
tenía razón. Tras salir victorioso de la lucha por suceder a Lenin, el líder de origen georgiano
dominaría la escena política durante unos treinta años con su política de poder bajo la bandera del
terror, la represión de opositores y minorías y el culto a su propia personalidad. La victoria en la
Segunda Guerra Mundial contra la Alemania nazi convirtió a la Unión Soviética en una
superpotencia económica y militar. Y el sistema soviético sobreviviría mucho tiempo tras la
desaparición de su creador. De hecho, el llamado proceso de "desestalinización" -término utilizado
en las publicaciones occidentales para indicar el conjunto de medidas puestas en marcha por sus
sucesores para "aligerar" sobre todo el aparato represivo- no se completó hasta la disolución de la
URSS en 1990.
El ucraniano Nikita Serguéievich Jruschov se hizo cargo de la URSS tras el fallecimiento de Stalin.
No dudó para ello en pisar sobre el cadáver de Beria Lavrenti, el torturador favorito de Stalin, y
otros sucesores mejor colocados. De familia campesina, Kruschev aplacó una vez en el poder
cualquier promesa de apertura del régimen, lo que quedó plasmado en la brutal represión de
Hungría hacia 1956. El ucraniano también fue el artífice del «muro de la vergüenza» en Berlín para
expulsar de allí a los occidentales. Confundió así el aislamiento, los muros y los telones con la
verdadera paz.
Conferencia de ginebra
oce acuerdos int. elaborados y firmados en la Conferencia de Ginebra sobre Corea e Indochina del
26 VI al 2 VII 1954:
En virtud de estos acuerdos se puso fin a los actos bélicos en Camboya, Laos y Vietnam al mismo
tiempo que se estableció el «control y la supervisión del cumplimiento de los acuerdos» (Comisión
Int. de Supervisión y Control). Los EU no accedieron con buena voluntad a los acuerdos, como lo
demuestran las «reservas con respecto al acuerdo multilateral» presentadas en el último día de
sesiones y las declaraciones del presidente Eisenhower emitidas ese mismo día, contrarias a los
hechos y al derecho int.: «... Los Estados Unidos no participaron en la toma de las decisiones y no
tienen ningún compromiso con ellas